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ArribaAbajo El cisne de Vilamorta

Novela por doña Emilia Pardo Bazán


(Nueva campaña (1885-1886), Madrid, Fernando Fe, 1887, págs. 151-158)


No sé si cometo una indiscreción, si soy inoportuno atreviéndome a escribir, aunque sea poco, de literatura111. Hace un mes nadie pensaba más que en huir de la muerte, y ahora todos piensan en correr a su encuentro en el campo de batalla; pero a nadie se le ocurre leer libros, ni menos comprarlos, ni mucho menos pasar los ojos por las revistas literarias. Sin embargo, sin remontarnos al manoseado eureka de Arquímedes, podríamos recordar el lector y yo multitud de casos en que, a pesar de verse la patria en peligro, hubo quien pensó en materias científicas o artísticas, por completo ajenas a la guerra. Recuerdo ahora que Paul Albert escribió su excelente Historia de literatura romana durante el sitio de París, en que él padeció lo que todos112; y como este ejemplo hay muchos. Creo, pues, que, siendo breve, puedo, sin pecar de extemporáneo113, decir algo de un libro que aunque ninguna luz arroja sobre la cuestión de las Carolinas, tiene su importancia.

Doña Emilia Pardo Bazán, que es uno de nuestros mejores críticos, notable historiador, y muy erudita, es también uno de los buenos novelistas de la que ha dado en llamar nueva escuela. Después de Pascual López, felicísimo ensayo, escribió otras dos obras de este género, Un viaje de novios y La tribuna, y ahora viene a aumentar su crédito con El cisne de Vilamorta, muy discreta novela en que se ve a cada página la eficaz ayuda que a un buen ingenio prestan la experiencia y la reflexión. La crítica, no tan desdeñosa con esta ilustre dama como con otros autores, ha dedicado su atención al libro de que ahora trato, y poco menos que unanimidad ha habido al juzgar el mérito del Cisne gallego114. Yo me apresuro a decir que voto con la mayoría; y no lo extrañará el que por casualidad conozca mi opinión respecto de la escritora coruñesa115, verdadera gloria de su patria.

Es Emilia Pardo uno de los españoles que más saben y mejor entienden lo que ven, piensan y sienten. Tratar con ella, siempre es aprender mucho116; y así, en sus mismas novelas, donde menos quiere enseñar, lo que resalta más es el talento, la penetración, la claridad con que ve y expresa, la corrección con que dice, lo sabiamente que compone, la perspicacia con que observa.

El cisne de Vilamorta es una de las obras predilectas de su autor, y se explica, no sólo porque es la más reciente, sino porque refleja (tal vez mejor que ninguna)117 el carácter literario de quien escribió ese maravilloso libro de crítica que se llama La cuestión palpitante. Será en vano que se diga que en Un viaje de novios había más originalidad118, más gracia y frescura, una ligereza clásica encantadora; ella prefiere El cisne. Y tiene sus argumentos: El cisne es obra más pensada, más canónica se pudiera decir; su composición es mucho más sabia; la unidad de la acción más patente.

Sea como quiera, es claro que esta novela prueba grandes progresos y hace esperar, tal vez para muy pronto, una obra maestra. Yo debo confesar que mientras leía las aventuras tristes y resobadas del pobre diablo que imitaba las rimas de Bécquer -Segundo García, El cisne- iba pensando en la habilidad recóndita con que el autor describe, analiza y, llegado el caso, inventa imitando el movimiento natural y probable de la vida119, tal como se tiene que presentar en los lugares escogidos para el cuento. Se ha dicho que el protagonista era un pedazo de madera, que no interesaba, que aquello no era romanticismo, etc., etc.. Es verdad, salvo lo de no ser romántico García; romántico sí es, pero como lo puede ser un madero; si fuera realista o pesimista, o lo que los críticos quieran, lo sería también como lo es la madera cuando se mete en estas honduras120.

Muchos de esos críticos no han visto, y Dios me perdone, que Segundo García son ellos. Si Segundo fuese crítico y se le ofreciera su propia imagen como protagonista de un libro, diría pestes de sí mismo. Si alguna censura poco favorable merece El cisne, que no lo niego, no es ciertamente porque Segundo sea como es. El Federico de La educación sentimental no es de otra estofa, y hace lo que García hiciera viviendo en París y no en un rincón de Galicia. La culpa de que el interés que despierta el libro no sea muy grande, no está en el carácter de Segundo, sino en el autor, que no quiso estudiar a su personaje más que en un momento de su vida121, en una sola aventura, y cuando los yangüeses de la realidad fría y seca le dan la primera paliza. Hablando de algunas novelas de otro escritor de grandes esperanzas, también he dicho algo como lo que ahora tengo que hacer notar a la señora Pardo: un hombre vulgar sirve perfectamente para protagonista de un libro, pero hay que ahondar en el hombre y traerlo y llevarlo un poco por el mundo. Si no se hace esto, el libro no estará mal (si hubo talento para pintar el carácter), pero sabrá a poco a todos, y a soso a muchos.

Por lo demás, todo lo que hace y dice el imitador de Bécquer está muy en su punto, y yo soy voto en la materia, porque conozco a muchos cisnes de ese jaez...122 y aún temo que alguno de ellos me ha de dar jicarazo, como pueda.

123; esos imitadores son así, y tienen su novela en su armario. ¡Lástima que la señora Pardo Bazán no haya pintado el tipo insistiendo más en su aspecto cómico; que tratándose de tal personaje no había miedo de caer en lo falso, a poca prudencia que se tuviera124! Aunque el autor de Un viaje de novios no confía mucho en su talento para provocar la risa, demuestra, las pocas veces que lo intenta en El cisne, que sabe combinar las contingencias de modo que lo cómico parezca con todo su alegre acompañamiento de carcajadas125. Cuantas veces tropieza Segundo con los cerdos de su pueblo, se anima y alegra el cuadro; y bien puede decirse que aquella descripción del contraste que ofrecen las tristezas y saudades del poetastro con el mondongo, es de lo más interesante y expresivo del libro.

También es muy interesante y muy significativo, y bien estudiado, y real, cuanto se refiere a Leocadia126, la maestra, aunque la historia de su sacrificio esté contada muy deprisa. No me gusta por lo general -y menos tratándose de autores que pueden ser mis maestros en todo, como sucede a la señora Pardo Bazán no me gusta decir que un artista debió tirar por aquí127, y marchar por allí, en vez de emprender por donde emprendió; más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena128; pero es lo cierto que Leocadia Otero es un personaje mucho más fuerte129, representativo, original e interesante que la señora del diputado, y que tal vez la novela hubiera sido más buena cambiando la perspectiva y presentando más cerca y más grande a la maestra130, hablando más de ella, y menos de la señora frágil, que aunque está perfectamente tomada del pícaro mundo en que vive, ofrece menos novedad131, y tonos mucho menos vivos.

Además, la pequeñez de Segundo, su especialidad de majadero romántico y grafómano, se ven mejor en sus relaciones con la maestra que en las que tiene con la señorona; porque éstas no son particulares de los Cisnes, sino comunes a toda clase de pájaros.

Así, cuanto le sucede por este camino a Segundo García, le había sucedido, salvo el vencer, al Señorito Octavio, de A. Palacio, el cual -el señorito- o yo recuerdo mal, o no era poeta.

Pero sea poco, sea mucho, cuanto se dice de la maestra me agrada, y tanto ella como su hijo, como su criada, como su hogar lleno de poesía pobre y humilde, merecen fijar la atención de la crítica para que se pueda reconocer una vez más y ante nuevos títulos132, que doña Emilia Pardo Bazán no debe al favor ni a la condescendencia el ser tenida por artista verdadero, por novelista de positivo mérito.

Después de Leocadia, quien más me gusta a mí es el diputado, a pesar de las pocas cartas que toma en asunto que tanto le interesa. Pero aún esta escasez está bien, porque se completa el personaje, observando que más debe tal hombre atender a sus recuerdos y a su salud, que a otra cosa133. Es una de esas figuras de segundo término que no suele admirar el vulgo porque no las ve llenas de luz, pero que el verdadero aficionado a estas materias contempla con deleite, paladeando todos los sabios y oportunísimos pormenores de la composición esmerada134.

Fuerza mayor me obliga a escribir hoy poco. El cisne merece análisis detenido; pero ya que yo no puedo hacerlo, diré deprisa y a saltos algo de lo mucho que acerca de él se me ocurre, y que todavía no va indicado135.

El lugar de la escena está descrito con la maestría a que el autor nos tiene acostumbrados: calles y campos tienen el mismo color, idéntico dibujo, que la realidad vista por quien sepa ver y atender. Como la novela es corta y los caracteres principales y lo que se llama intriga ocupan muchas páginas poco espacio queda para retratar la vida y costumbres de aquellas gentes; pero el autor tiene, por fortuna, la vara mágica de la concisión y sabe pintar en cifra136, y merced a esto se remedia la falta de espacio que lamento. En cuatro palabras dice Emilia Pardo lo que otros en cuarenta. Sin embargo, a veces la impresión no se produce por culpa de esa brevedad forzosa. Muchos tipos y manías aparecen en este libro que desearíamos los lectores que hablasen y se moviesen más para conocerlos mejor. Tanto nos gustaron en el breve espacio que los oímos.

¿Qué decir del estilo de quien tiene fama, ha tiempo137, de maestra en esta materia? Habla Emilia Pardo con naturalidad admirable, y como quien no hace nada, describe y narra en castellano castizo como pudiera hacerlo un francés con su idioma trabajadísimo y tan apto para ciertos pormenores de análisis y de pincel. ¡Lástima que en el lenguaje no siempre haya igual naturalidad y el autor se empeñe en rebuscar palabras no injustamente olvidadas y en armar caballeros a muchos términos técnicos que no hacen falta por ahora en la literatura artística138!

Sin recurrir a nada de eso, ha demostrado mil veces el autor de San Francisco de Asís que es uno de los prosistas más importantes de España; y aún sin contar con la riqueza de color de su lenguaje, sólo por la copia de su vocabulario pueden ser estudiados, y muy estudiados, los libros de tan feliz hablista.

Y con todo lo dicho no se entienda que digo que El cisne de Vilamorta es la mejor obra de su autor. No; no lo es entre las ya escritas, y mucho menos puede serlo entre las que ha de escribir. De estas últimas espero, con legítima esperanza, maravillas; y día llegará, me lo da el corazón, en que pueda decir con la sinceridad que siempre he usado: «Ahí tienen ustedes una obra maestra: la ha escrito el mejor artista de Galicia; uno de los mejores de España». Esto profetizo; y si no, al tiempo.