Sepan,
apacibles auditores, que Pascual Crespo, herrero famosísimo,
oficial siendo mozo, tuvo un hijo en cierta manceba, la cual
se lo llevó, llevándosela por amiga un capitán
que pasó en Hungría, donde la madre y el capitán
murieron, dejando al niño por heredero de todo lo
que tenían y por tutor a Viana, hombre anciano de
la misma ciudad.
A Viana un deudo y muy acostado suyo le
quitó una hija que tenía, dicha Florentina,
a respecto que la trataba muy mal su madrastra, y por su
desdicha fue captivado de moros y la niña vendida
por esclava a un hermano d'este Pascual Crespo, el herrero,
que entonces por la mar mercadeaba, y al punto de su muerte,
por el amor que la tenía, la dejó libre y con
harto dote con que el herrero la casase.
Eacute;sta es,
señores, la maraña de nuestra comedia, y entended
que Armelina es Florentina, como se declara a la fin de nuestra
poética representación.
Scena primera |
|
PASCUAL CRESPO, INÉS GARCÍA, MENCIETA y ARMELINA.
|
PASCUAL.-
En el nombre sea de Dios Todopoderoso, siempre
el pie derecho delante, y para que el demonio no pueda empecerme,
quiero santiguarme y encomendar mi persona y toda mi casa
al Hacedor supremo. Mas, ¡cómo se rodea mi gente en
hacer hacienda! Todos duermen en Zamora. ¡Guadalupe, ah,
Guadalupe! Tal te quiero, Crespa: y ella era tiñosa.
¡Mencieta! ¡Inés García, mujer! ¡Oh, qué
gran trabajo tiene el oficial que el día de hoy ha
de sustentar casa y familia, especialmente con un oficio
como este mío, que para ganar medianamente la comida
es menester madrugar, y aun ojalá baste! Inés
García, ¿oíslo? |
INÉS.-
Ya os tengo
oído. ¿Qué queréis? ¿Comenzáis
de mañana a alborotar los vecinos? ¡Gruñidor,
gruñidor! |
PASCUAL.-
Asomaos ahí, qu'es medio
día, y no hay pelo de hacienda hecha en toda la casa.
|
INÉS.-
¡Jesús, Jesús! Líbreme
Dios de mal hombre y de mala mujer, y de falso testimonio,
si no ha más de dos horas que ando por este entresuelo.
|
PASCUAL.-
Pues acabad, llamadme esta gente, hágase
lumbre y enciéndase luego esa fragua; comenzarse ha
a hacer hacienda, y abrochaos esos pechos, que no parescéis
sino verdaderamente a la entenada del Miércoles Corvillo.
|
INÉS.-
Ya, ya; maten aquel gazapo. ¿Para qué
es nada d'eso, la de Alonso? Al cabo de cuarenta y dos años
de casamiento le parezco antenada del Miércoles Corvillo.
Pues ansí parezca yo ante faciem angelatus, como yo
creo que os debo de parescer bien. |
PASCUAL.-
Sí,
sí; como es niña, no me maravillo. |
INÉS.-
Pues no por los muchos años, sino que trabajos me
hicieron encanescer temprano. |
PASCUAL.-
Tal se ha de creer
de vos. Haced levantar esa gente; dejémonos agora
de entender en cosas de poca importancia. |
INÉS.-
No lo digo sino por las edades, que aun el cura que me baptizó
pudiera agora ser vivo, si no muriera el año de la
langosta. |
PASCUAL.-
Calla ya; pueden asombrar con ella los
muchachos como con la paparrasolla. Hacernos ha encreyente
que añubla. |
INÉS.-
No es buena fe, marido,
sino que se me cayó temprano la dentadura, que de
otra manera, en mi ánima tan fresco tuviera yo mi
rostro como un albahaca. ¡Mencieta, ah, Mencieta! |
MENCIETA.-
Ya voy, señora. |
INÉS.-
¿Es hora, dueña?
Aguardad que entre el sol por los resquicios. |
MENCIETA.-
¡Jesús, heme aquí! ¿Qué manda? |
INÉS.-
¿Qué hace Armelina, mi hija? |
MENCIETA.-
Acabó
anoche aquella gorguera, y aún no ha una hora que
se acostó. |
PASCUAL.-
¿Has encendido lumbre? |
MENCIETA.-
Aqueso quería hacer. |
PASCUAL.-
¿Qué hace Guadalupe?
|
MENCIETA.-
¿Guadalupe, señor? Mi ánima fuese
con la suya. |
PASCUAL.-
¿Cómo? ¿Qué tiene?
|
MENCIETA.-
Bien será menester una trompeta bastarda
para que recuerde. |
PASCUAL.-
Pensé que tenía
mal alguno, que ya me habías alterado. |
MENCIETA.-
Tal mal pase por Mencieta. |
PASCUAL.-
¿Qué? ¿Nunca
te ves tú harta de dormir? ¡Eso te falta! |
MENCIETA.-
Calla ya. No ha cerrado la persona el ojo cuando ya tiene
el despertador a los oídos, como quien se ha levantar
a tomar purga o velar novios. |
INÉS.-
¡Mencieta, Mencieta!
|
MENCIETA.-
Señora, señora, apriesa, que repican
a fuego; no nos deje Dios reposar, amén. |
INÉS.-
¿Dónde pusiste el tabaque de la yesca? |
MENCIETA.-
Encima del banco de la herramienta. |
INÉS.-
¡Ay, amarga
de mí! ¡Jesús, Jesús, si no me he echado
todo el candil encima! Plegue a Dios que quien aquí
te puso que malos padrastros y mal panarizo le nazcan en
las manos. |
PASCUAL.-
¿Con quién lo habéis?
|
INÉS.-
Ausadas, Mencieta, si tú no me lo pagares,
no me tengas por hija de Antón Ramírez Ruiz,
Álvarez, Alonso de Pisano, Ureña de Pimentel.
|
MENCIETA.-
¡Jesús! ¿Y a qué efecto se torna
a mí? |
PASCUAL.-
¿Encarrillárades más
nombres, la de los misterios? |
INÉS.-
Bien los puedo
poner, pues que mi padre, sancta gloria haya, fue cuestor,
que en cada lugar se ponía su nombre. |
PASCUAL.-
Y
el Pimentel, ¿de dónde le vino? |
INÉS.-
¡Ay,
dolor de mí! De la pimienta que vendió en esta
vida siendo especiero tres años, dos meses y medio
y cinco días. ¿No veis vos que de pimentibus sale
Pimentel? |
ARMELINA.-
Buenos días les dé Dios.
|
INÉS.-
¡Jesús, hija Armelina! ¿A qué
te has levantado tan de mañana? |
ARMELINA.-
En toda
esta noche no he pegado más los ojos que agora. |
INÉS.-
¡Ay, amarga! ¿Y de qué? |
ARMELINA.-
Esta cabeza paresce
verdaderamente que se me parte en dos partes. |
INÉS.-
Ya, ya; de la lejía que debía estar fuerte.
Zahúmate, hija, con un poco de romero y de ruda; también
es bueno el azafrán romí tomado en ayunas con
el agua de filibus terre. |
PASCUAL.-
Que no será nada.
|
INÉS.-
Llégate acá, hija: santiguarte
he esta cabeza. «En el nombre sea de Dios, que no empezca
el humo, ni el zumo, ni el redrojo, ni el mal ojo, torobisco,
ni lantisco, ni ñublo que traiga pedrisco. Los bueyes
se apacentaban y los ánsares cantaban. Por ahí
pasó el ciervo prieto, por tu casa, de cabeza rasa,
y dijo: "No tengas más mal que tiene la corneja en
su nidal". Así se aplaque este dolor como aquesto
fue hallado en banco de un tundidor». Calla, hija, que no
será nada, con la ayuda de Dios. |
PASCUAL.-
¡Suso!
Que es medio día; entrar, oíslo, a hacer levantar
ese mozo y comiencen [a] andar esos fuelles. |
INÉS.-
Ya voy, marido. |
PASCUAL.-
Yo también quiero entrarme;
que si yo no ando en todo, maldita la hacienda que se haga.
|
ARMELINA.-
Y aquí quiero quedarme, señor.
|
PASCUAL.-
Queda enhorabuena; y tú, Mencieta, porque
le tengas compañías. |
Scena segunda |
|
ARMELINA,
MENCIETA y GUADALUPE.
|
MENCIETA.-
¡Ay, señora! En
mi ánima si pensé que acabara hoy su madre.
¡Jesús y qué ha encaramado de disparates!
|
ARMELINA.-
Ansí son aquestos viejos. Yo por reír
dije que me dolía la cabeza, y por oír aquellas
vejeces. |
MENCIETA.-
¡Y qué estudiado que lo tiene!
|
ARMELINA.-
Maldita la cosa sino lo que a la boca se le viene,
que como ya caduca en edad habla más que sabe, especialmente
que aquestos viejos no son más que niños.
|
MENCIETA.-
Est'otra mañana estaban hablando mi señor
y mi señora muy en secreto, y no pensando que yo los
escuchaba, decían no sé qué de vuesa
merced. |
ARMELINA.-
¿De mí? ¿Y qué? |
MENCIETA.-
Pues dame albricias. |
ARMELINA.-
Buenas sean. ¿Qué
hay? |
MENCIETA.-
Que según
paresce andan por casarte. |
ARMELINA.-
¿Todo eso era? En mi pensamiento están. ¿Y con quién,
Dios en hora buena sea, si entendiste? |
MENCIETA.-
Con un hombre muy honrado. |
ARMELINA.-
¿Y quién? |
MENCIETA.-
Con el zapatero que enviudó est'otros días.
|
ARMELINA.-
Yo te creo, que mi ventura es tal, que aun para
lo que yo merezco es muy alto casamiento aquese. Mas calla,
que no sé quién viene. |
GUADALUPE.-
Agora no creáis sino el que a riedro vaya ordena unas
cosas que no puedo entender dónde diabros las añasga
o las arguye, que estoy en pie y no atino más a abrir
los ojos que si nunca los tuviera. ¡Válame el santo
que está entre Fregenal y el Almadén! A él
me ofrezco y le prometo unos ojos de la color d'estos míos,
de cera, pez o estopa, o de miel de Cerrato. ¡Oh, desventurado
de mí! Si los puedo tener abiertos dos cantos de melón,
que luego no se friegan, como bolsicón de echar aguinaldo.
En fuerte punto me parió mi madre si me tengo de quedar
ansí. |
MENCIETA.-
¿Qué's
eso, Guadalupe? |
GUADALUPE.-
¿Eres tú, Mencieta? |
MENCIETA.-
Sí, hermano. ¿De qué te vas lamentando? |
GUADALUPE.-
¿No ves, hermana, que apenas abro los ojos cuando luego se
me caen las compuertas como postigo de golpe o puerta caladiza
de portal? |
MENCIETA.-
El asno
aún se debe venir todavía durmiendo y no atina.
|
GUADALUPE.-
Ansí viva
Alonso, el porquerizo de Medellín, el tío de
mi mujer, como es eso. Debe de ser de herencia que mis pecados
grandes me han dado. |
MENCIETA.-
¿Qué darías por sanar? |
GUADALUPE.-
¿Qué? Toda una semana prometería al Abad de
Monserrate dormir en pie y vestido como mi madre me parió.
|
MENCIETA.-
Mucho es eso.
|
GUADALUPE.-
¡Ah, mi madre!
Por sanar pardiez me aborreciese estarme dos horas y media
sin desayunarme si no huese de pan o de alguna cocina o algo
semejante. |
MENCIETA.-
¿Duélente
los ojos? |
GUADALUPE.-
Que
no, dolos al diabro, sino que se añublan de suyo.
|
ARMELINA.-
Mas de sueño.
|
GUADALUPE.-
Y si es de lo
que vuesa merced dice, ¿hay remedio, señora? |
ARMELINA.-
Pregúntaselo a Mencieta. |
GUADALUPE.-
Mencia, hermana, ¿sabes tú algo para contra ojos adormidos?
|
MENCIETA.-
Mil medecinas hay.
|
GUADALUPE.-
¿Mil, eh? Dime
un par d'ellas. |
MENCIETA.-
¿Y para qué un par? |
GUADALUPE.-
Para cada ojo la suya. |
MENCIETA.-
¡Ah, dices bien! Aguarda un poco. Tápate muy bien
los ojos con las manos, que no veas cosa ninguna. |
GUADALUPE.-
¿Estoy bien? |
MENCIETA.-
Sí;
vuélvete de espaldas, y si algo te doliere, no hables,
que te quedarás ciego para todos los días de
tu vida. |
GUADALUPE.-
Haz,
que yo callaré hasta que tú lo mandes. |
MENCIETA.-
Está quedo, tonto. |
GUADALUPE.-
No ahí, Mencieta, no ahí. ¿Está el mal
en los ojos y enjálmasme las espaldas? |
MENCIETA.-
Pues de ahí te va la salud a los ojos. |
GUADALUPE.-
Bueno creo que estaré ya, Mencieta. |
MENCIETA.-
Pienso que sí. |
GUADALUPE.-
Plega Dios que no sea de menester alguna sangría,
que mucho me duele aqueste enjalmo que me pusiste. ¿De qué
era, por tu vida? |
MENCIETA.-
De un poco de enjundia de gallina y otro poco de levadura.
|
GUADALUPE.-
Demasiada levadura
pusiste. |
MENCIETA.-
¿Por qué?
|
GUADALUPE.-
Porque era muy
duro aquel empastro. |
MENCIETA.-
¿Agora puedes bien abrir los ojos? |
GUADALUPE.-
Sí, pero es menester rogar a Dios que los pueda volver
a cerrar, que, pardiez, como el cocimiento está en
las costillas, de tu melecina, los ojos me hace tener como
candelas, y aun será maravilla que no me acuda después
el sueño en una quincena de días. |
MENCIETA.-
No es mucho. |
GUADALUPE.-
Mira,
Mencieta: aunque otra vez me veas ciego y rezar oraciones,
no me cures. |
MENCIETA.-
¡Mira
qué mercedes! Haced bien a semejantes. |
GUADALUPE.-
Da el diablo aquesas semejanzas; sé que otras veces
me han curado a mí, mas tú tienes muy pesada
la mano. Yo te juro y te aconsejo que cuando grande no tomes
oficio de casamentera. |
MENCIETA.-
¿Por qué? |
GUADALUPE.-
Porque no es mucho que dure un casamiento hecho de tu mano
más que la memoria del Cid Ruy Díaz. |
ARMELINA.-
En fin, ¿que ya vas sano? |
GUADALUPE.-
Dad al diabro sanidad, señora, cuando comienza otra
dolencia de nuevo. |
MENCIETA.-
¡Bueno está eso! Por no pagarme haces agora esos entremeses.
|
GUADALUPE.-
¿Y qué
entra en una melecina de ésas? |
MENCIETA.-
Más de real y medio. |
GUADALUPE.-
¿Real y medio? Barato es si se me aflojase esto de las costillas.
¿Y qué me durará este escocimiento? |
MENCIETA.-
Hasta que gaste el humor, que será quince o veinte
días. |
GUADALUPE.-
Da
al diabro tu cura; pues una modorra sana al catorceno cuando
mucho, y dura una melecina de tu mano en sanar veinteno.
|
MENCIETA.-
¿Dónde vas?
|
GUADALUPE.-
A buscar quien
me cure d'estos socrocios o cataplasmos. |
MENCIETA.-
Ven en buena hora, y mira muy bien por allá fuera
algún amigo tuyo que se quiera curar como tú
has hecho. |
GUADALUPE.-
No,
no, Mencieta; no te pongas más en ese oficio, que
yo creo que no cobrarás muy buena fama con estos tus
enjalmos. Queda con Dios. |
ARMELINA.-
¡Maldita seas, que reír me has hecho! |
MENCIETA.-
Entremos, que ya por las calles comienza a rebullir gente.
|
Scena tercera |
|
DIEGO DE CÓRDOBA, RODRIGO, MENCIETA
y GUADALUPE.
|
RODRIGO.-
Mirad, señor Diego de Córdoba:
yo os prometo de no partir mano del negocio hasta tenello
concluido, o perderé sobre ello la gorja. ¿Haos visto
la señora desposada? |
DIEGO.-
Mil veces, y aun con
el otro vestido nuevo. Si no me desecha por este lobanillo
que tengo... Mas yo creo que no nos desavendremos. ¿Qué
os ha dicho Pascual Crespo, su padre? |
RODRIGO.-
Él
contento está; la moza no creo yo que se desagradará
de vos, siendo como sois hombre honrado, de buena edad y
fama, rico y demás d'esto buen oficial. ¿Qué
os falta? |
DIEGO.-
Y gentil hombre y bien vestido. Pardiez,
un jubón compré el otro día cuando me
quité el luto que se lo podía poner el mejor
de la villa. |
RODRIGO.-
Descubríos un poco la capa,
que estamos cerca de su casa y podría ser ponerse
la moza a la ventana. |
DIEGO.-
No, que agora vengo de revuelta.
|
RODRIGO.-
Quitaos aquese devantal; daldo al diablo. |
DIEGO.-
¡Oh, pecador de mí! A estar la señora a la
ventana. |
RODRIGO.-
Téngoos yo vendido por el más
hermoso y político hombre que hay en toda esta tierra,
y vos venís por la calle con aquesos argamandeles.
¿Habeisos lavado la cara? ¡Mirá qué manos para
venir a vistas! |
DIEGO.-
Por cierto y por la verdad lavado
me he, que el gumaque me tiene parado las manos desta suerte;
mas la puerta abren y no sé quién sale. |
RODRIGO.-
Políos y hablá autorizadamente; no mentéis
cosa del oficio, ni por pensamiento, que la moza aún
no sabe que sois oficial. |
DIEGO.-
No, no; yo estaré
sobre el aviso. ¡Válame Dios! |
GUADALUPE.-
Y si no
hallare huevos, ¿qué traeré? |
MENCIETA.-
Traeremos
sardinas, como señor dijo, para que almuerce esa gente.
¡Ay de mí! Guadalupe, cata el desposado. |
GUADALUPE.-
¿Cuál desposado, Mencieta hermana? |
MENCIETA.-
Habla paso. El que pretende ser de la señora Armelina.
|
GUADALUPE.-
¿Y qué hace al caso que hable recio?
|
MENCIETA.-
¡Calla, que viene hacia acá! |
DIEGO.-
Guárdeos Dios, señora doncella. |
MENCIETA.-
Yo beso las manos de vuesa merced, señor. |
DIEGO.-
¿Dónde bueno, hija mía? |
MENCIETA.-
¿Conósceme
vuesa merced, por ventura? |
DIEGO.-
Y muy bien. ¿No sois
vos criada del señor Pascual Crespo, el herrero?
|
MENCIETA.-
Sí, señor... |
DIEGO.-
¿Qué
hace vuestra señora, la moza? |
GUADALUPE.-
En toda
esta noche no ha podido reposar. |
DIEGO.-
¡Jesús!
Guárdela Dios. ¿Y de qué? |
GUADALUPE.-
De pensar
en vuesa merced. |
MENCIETA.-
Calla, asno. En verdad, señor,
que miente. |
DIEGO.-
Yo os aseguro que algo debe de ser cuando
el mozo lo dice. ¿Qué le paresce, señor, si
va la cosa desaviada? |
RODRIGO.-
Ansí es menester.
|
DIEGO.-
Decí, hija: ¿hanle dicho como me quiero casar
con ella? |
GUADALUPE.-
Pues, ¿de qué piensa que ha
estado esta noche tan pensativa? |
DIEGO.-
Yo te creo. |
GUADALUPE.-
Guárdenos Dios, señor. |
DIEGO.-
¿Y de qué,
hijo, así hayáis ventura? |
GUADALUPE.-
¿De
qué, señor desposado? De amores. |
DIEGO.-
¿Qué?
¿Qué? ¿De mí? |
GUADALUPE.-
Que no, sino de
aquese devantal; que le han dicho que hace vuesa merced
maravillas, y que es el mejor hombre de echar un remiendo
en un zapato que hay en todo su linaje. |
DIEGO.-
¿Yo, remiendo?
Por cierto que le han mentido. ¿Soy negro oficial de obra
prima? ¡Mirad qué testimonio tan grande! |
GUADALUPE.-
Sí, sí; ansí creo que le dijeron, y
que en casa de vuesa merced ponen unas ollas por milagro.
|
DIEGO.-
¿Cómo por milagro? De bien guisadas, querrás
decir. |
GUADALUPE.-
No, sino cuando en su casa se ponen lo
pueden contar por milagro; porque no se acostumbran de poner
sino de cuatro en cuatro meses, como a tercio de alquiler
de casa. |
DIEGO.-
¡Jesús, Jesús! ¿Tal le han
dicho? Por mi conciencia que es levantamiento; si no, dígalo
el señor casamentero. |
GUADALUPE.-
De lo que más
mi señora se ha enamorado es de su buena cara. |
DIEGO.-
Eso bien puede ser. |
GUADALUPE.-
En verdad que hablando el
otro día en vuesa merced, estándole alabando
sus faiciones, no faltó quien dijo: «¡Bendita sea
tal cara, que en mi alma que no paresce sino boñiga
de buey en mes de mayo!». |
DIEGO.-
¿Quién dijo tal?
Algún bellaco malicioso. ¡Ah, que no se escapará
hombre de malas lenguas! |
MENCIETA.-
Déjele, señor,
que devanea. |
GUADALUPE.-
¿Que devanea? ¿Tú no oíste
decir que en su poder ternía muy conservada la dentadura?
|
DIEGO.-
¿En qué? |
GUADALUPE.-
En estirar las piezas
de los cordobanes con los dientes, y que por eso tiene vuesa
merced las manos tan conservadas de tratar las suelas, que
parecen las coyunturas ñudos de guindo o de alcornoque.
|
DIEGO.-
Por eso tengo unos guantes para las fiestas. ¿Hay
tal cosa en el mundo? |
GUADALUPE.-
¡Qué bien le deben
de armar! |
DIEGO.-
¿Por qué no? |
GUADALUPE.-
Sí,
sí; bien creo que le asentarán a vuesa merced
como a la negra el afeite. |
MENCIETA.-
¿Conoscerá
agora vuesa merced si está chacotero el mozo? |
DIEGO.-
Pues yo os prometo, don asno, que si os echo mano que vos
me lo paguéis. |
RODRIGO.-
Déjele, señor.
|
DIEGO.-
Y que si vuestro amo no os castiga, que no me tenga
por amigo. |
MENCIETA.-
Vamos, diablo. [A DIEGO.] Señor,
perdone. |
DIEGO.-
Perdóneos Dios, hija. |
GUADALUPE.-
Señor desposado: no deje vuesa merced de feriar ese
gesto a unos fuelles, y haréis más provecho
a mi amo. Y no os atreváis más de pasar nuestra
calle; si no, podrá ser que volváis cargado
de leña seca, porque verde no la hay en casa. |
DIEGO.-
¡Aguardá, don tacaño! |
RODRIGO.-
Dejaldo, que
no es de hacer caudal de quien no sabe lo que se dice más
que una alforja. |
DIEGO.-
Calle, señor. ¿Paréscele
que para un hombre que pretende lo que yo que es bien irle
con semejantes razones? |
RODRIGO.-
Vos mismo dais ocasión
a todo. Políos, políos, ¡pecador de mí!,
que me paresce a Armelina la que está a la ventana.
|
DIEGO.-
Blanquear veo. No sé si es ella. |
RODRIGO.-
Pues, ¿quién ha de ser? Fingid que soy vuestro mozo
y preguntadme algo delante d'ella, porque parezcáis
hombre de pundonor, y no mentéis cosa del oficio ni
por pensamiento. |
DIEGO.-
Bien me decís. ¿Oyes, mozo?
|
RODRIGO.-
Señor. |
DIEGO.-
Ven acá. Aguija
a casa de mi compadre Pero Alonso, que me haga merced de
aquellos contraortes y aquellos chambariles, digo, aquellas
guarniciones para el zapato sobresolado. |
RODRIGO.-
¿Qué
decís? |
DIEGO.-
Digo para el cuartago. |
RODRIGO.-
Sí haré, señor. Encomendaos, ¡pecador
de mí!, que os destruís vos mismo. |
DIEGO.-
No había mirado. ¿Pusiste en cobro aquellas hormas?
|
RODRIGO.-
¿En qué pensáis? |
DIEGO.-
No quise
decir sino aquellas almohadas. |
RODRIGO.-
¿Tantas almohadas
habéis de tener? |
DIEGO.-
Mirad: sacarme a mí
de curso es echarme a perder y destruirme. Mas, callad, que
agora lo enmiendo todo. |
RODRIGO.-
Vaya. |
DIEGO.-
Aparéjame
aquel boj y aquellas tijeras, digo, aquel peine y aquella
limpiadera. |
RODRIGO.-
¡Válaos quien quiera! Hablalde
y será mejor. |
DIEGO.-
¿Que le hable? Ven tras mí,
mozo. |
RODRIGO.-
Soy contento. |
DIEGO.-
Ilustre señora...
¿He empezado bien? |
RODRIGO.-
Bien. |
DIEGO.-
Piel anchísima,
blanda y amorosa que cubre mis quemantísimas entrañas;
afilado trinchete para cercenar la penetrante vira de mi
penado zapato, y corcho de mi mal forjado plantufo. |
RODRIGO.-
¡Paso, paso! |
DIEGO.-
Y finalmente, alezna y aguja que atraviesa
de parte a parte el retoricado corazón mío.
|
RODRIGO.-
¡Oh, pecador de mí! Que todo lo habéis
enlodado y echado a perder. En verdad que no habéis
dejado aparejo ni herramienta en todo el oficio. |
DIEGO.-
En ver a la ventana a mi esposa no atino a decir cosa a derechas.
|
RODRIGO.-
Aun como habéis tenido ventura. |
DIEGO.-
¿En qué? |
RODRIGO.-
Que es un paño que está
puesto a la ventana a enjugar. |
DIEGO.-
Por su vida, abráceme
y vamos de aquí antes que otro peor nos suceda. |
RODRIGO.-
Vamos. |
Scena cuarta |
|
JUSTO, BELTRANICO, VIANA y MULIÉN
BUCAR.
|
JUSTO.-
Ésta es, Beltranico, la casa de aquel
herrero donde digo que vive aquella hermosa doncella que
algunas veces te he contado, la cual tan esquiva se me enseña
que aun a la cara jamás con buen semblante se digna
mirarme. |
BELTRANICO.-
Dime, señor: ¿y sabe si es
hija suya, de aqueste Pascual Crespo? |
JUSTO.-
No curo nada
de saber cúya hija es; basta haberme parescido bien,
que en lo demás, ¿qué me va a mí saber
si es hija suya o de quién? Yo la he visto en casa
del herrero, y no quiero saber más. |
BELTRANICO.-
Dígolo porque paresce moza de gran recogimiento para
ser hija de hombre tan bajo. Pero dime, señor Justo:
¿tu padre qué piensa hacer a cabo de cinco o seis
meses que andamos vagando por estas calles, comiendo sin
provecho lo que terníamos escusado? |
JUSTO.-
Yo te
lo diré. Hásele asentado en la memoria que
en este pueblo ha de hallar a su hija Florentina; porque
allá en Bolonia, antes que partiésemos, se
lo dijo un sabio, de nación griego, que sin duda la
había de hallar en esta ciudad, y él piensa
no partirse hasta descubrilla o morir en la demanda; y ella
debe de estar ya con los muchos. |
BELTRANICO.-
Eso como en
la mano. |
JUSTO.-
Pasémonos a est'otra esquina de
calle, por ver si podré gozar de la vista de mi señora
Armelina. |
BELTRANICO.-
A Mencieta, su criada, querría
hablar, que me ha prometido certum frasquis, y sé
que no sería mal tercero para tu negocio. |
JUSTO.-
Desviémonos un poco, Beltranico, que aquel hombre
que viene paresce mi señor. |
BELTRANICO.-
Sí,
él es. Vamos de aquí. |
VIANA.-
Aunque en los
trabajos de esta miserable vida, los que en ella vivimos
por diferentes maneras los padezcamos, el mío en grado
es superior excesivamente padecido, pues son pasados casi
cinco meses que en este pueblo resido, donde aquel griego
me certificó que hallaría a mi amada hija Florentina,
la cual de una casa de placer, de edad de cuatro años,
me fue robada de Viana, un pueblo donde yo nascí,
por cuya falta un hijo adoptivo he con harto trabajo criado;
y él con algunas mocedades de mi obediencia se aparta,
pues por muy cierto me han avisado que de una hija de aqueste
herrero que en esta casa vive anda sin juicio enamorado.
Dios lo provea mejor que yo lo imagino, y con dichosa vuelta
a Viana, nuestra mi cara patria, con salud y gozo nos retorne.
Soime salido por estos arrabales, donde en una casilla de
aquestas vive un moro granadino que dicen que en muchas artes
es habilísimo, especialmente en descubrir hurtos y
cosas perdidas; y, según las señas, ésta
casa es la suya. ¡Hola! ¿Quién está en su casa?
|
MORO.-
¿Quín llamar, quín llamar? ¡Hola! ¿Pinjastej1
qu'injordamoj? ¿Por qué traquilitraque? |
VIANA.-
Perdonad,
buen hombre, que a pensar que hacíamos enojo, de otra
suerte se hiciera. |
MORO.-
No hay aquí perdonanjaj,
amego; ejtá la perjona lo que complimoj, y vojotroj,
vojtra merjé agora en ejtorballe un palabra no máj,
bajer que perdemoj cuanto ej trabajado. |
VIANA.-
Buen hombre...
|
MORO.-
¿Par qué bon hombre? Mirar j'istar voj bon
hombre: fablar de tra juerte. |
VIANA.-
Hombre honrado, no
toméis pesadumbre, que mi intención no fue
ofenderos ni enojaros; antes soy venido a buscar tal medicina
de vuestras manos cual soy informado y siento que me podréis
dar. |
MORO.-
Aya, jiñor, dejer qué querer prejto,
quí bujcar, porqu'ejtamos fajendo jerto ejperimento
o como liamar. |
VIANA.-
Señor, sabiendo vuestra habilidad,
quise acorrer a vos, que vuestra buena fama se estiende de
manera que yo creo que habemos allegado a buen puerto. |
MORO.-
¡Ah, picador de mí! Hablamoj presto. ¿Para qué
tanto revolver palabraj? Dejer «ejto quero, ejto mando»,
y jerrar al pico; un palabra bajta. A buenoj palabraj, poco
entendedorej. |
VIANA.-
Señor, yo soy extranjero, y
tuve una hija en un pueblo llamado Viana, donde yo soy natural,
y me fue hurtada de una casa de placer, siendo niña;
ha mucho tiempo que la busco. Si en vuestra sabiduría
consiste alguna habilidad con que yo salga de trabajo, buscaldo,
y sea a costa de mi hacienda. |
MORO.-
Dejer, señor:
¿cómo liamajtej? |
VIANA.-
Señor, Viana. |
MORO.-
¿Cómo liamar al fija? |
VIANA.-
Florentina. |
MORO.-
¿Y al terra vojtra? |
VIANA.-
Viana, que de allí he
tomado el apellido |
MORO.-
¿Quí jon pellido? |
VIANA.-
El nombre, señor. |
MORO.-
Y'antendemoj. Dejer, señor:
¿tener vojtra reverenja bon ánimo e bon jofrimento?
|
VIANA.-
Señor, yo creo que no faltará. |
MORO.-
Hajerte prejto a un banda y caliar al pico. No tener pavor
si querer haliar tu fija. «Aya, voj, Platón, gran
señor d'aquel ejcorro y gran temerojo reino, conjórrovoj
tambén, Projorpena, querida, d'aquisti infernal jiñor,
por aquel poder que jobre laj infernalej sombraj voj tovejtej
concedido, oj apremio que, vijta aquejta mi petijón,
m'enviar logo logo a l'antigua mágica Medea, najida
en ijla liamada Colcoj, por cuya gran jabiduría aquel
dorado velojino, por las manoj del venturoso Jasón,
en el templo de Marte fue con no pequeño trabajo ganado».
Aya, aya, jiñora Medea, venir a mi liamamiento. |
MEDEA.-
¿Qué es lo que dices, Mulién Bucar, que tan
apremiados tienes a los que en las profundas tinieblas y
oscuros sitios moramos? Vesme aquí: yo soy aquella
que por los amores de aquel mancebo que tú sabes fui
fratecida, desmembrando en piezas menudas a mi pequeñuelo
hermano Absirto, porque el viejo padre de entrambos, en tanto
que yo huía de su vista, por seguir al mi Jasón,
recogiendo los esparcidos y sangrientos pedazos del amado
hijo, por algún espacio de tiempo se detuviese, en
tanto que yo, con mi nuevo esposo, en las naves me recogía;
sin otras cosas que, así por mi sabiduría como
por mi crueldad, viviendo procuré efectuar. Así
que, vesme por tu mandamiento apremiada; mira lo que mandas,
que en todo y por todo serás obedescido. |
MORO.-
Medea,
fija, ben te conozcoj. Ijta ejtar cauja que te fajemoj venir
a nojtro mandamento: dejirme, infernal perjona, dónde
morar, en qué rigión y qué reinoj, en
qué terra, un moza d'aquel qu'ijtar prejente. Dejérmelo
aya; hajer lo que mandamoj para aquel jobrado poderío
que jobre laj yerbaj, jobre piedraj, enjima d'animalej y
máj jobre laj infernalej potenciaj mi gran jabiduría
me conjede. |
MEDEA.-
Has de saber que en esta ciudad vive,
y en una casa no muy a su contento; con brevedad conviene
buscalla antes que por el estremo en que está puesta
haga algún desvarío. Y porque tu pregunta no
se estiende a más que saber en qué rigión
aquesa que buscas mora, voime donde mis penas en tanto que
los siglos duraren no se verán aniquiladas. |
MORO.-
Anda, vete, y dar mij encomendajonej a Platón, Projorpina,
y dar mij bejamanoj a Canjerbero y a lo demáj, que
quedamoj para todo ju jervijio. ¡Ah! ¿Qué te parejer,
jeñor honrado? ¿Tenerlo todo ben entendido? |
VIANA.-
Muy bien, señor, y tome por el trabajo pasado. |
MORO.-
Alá te dar jalud como te dejeamos. Parduna, jiñor,
qu'el tempo dejcobrir al que queremoj. |
VIANA.-
¡Oh, soberano
Dios! ¿Qué es lo que he visto? Pero agora que sé
que está en este pueblo, conviene no reposar un momento
hasta descubrilla. Pero, ¡ay de mí! ¿En qué
extremo tan grande es en el que está puesta mi hija
que dicen que conviene hallarla brevemente antes que a las
infernales furias abaje con alguna muerte breve, que con
sus manos a su propia persona se busque? Voime ya; que aquel
que me ha concedido saber lo uno, lo demás no me niegue.
|
Scena quinta |
|
ARMELINA, NEPTUNO, MENCIETA, PASCUAL CRESPO,
DIEGO DE CÓRDOBA y GUADALUPE.
|
ARMELINA.-
Grandísimo
trabajo es vivir el hombre al descontento suyo y ser apremiado
[a] hacer alguna cosa que contraria sea de su voluntad. ¡Ay,
mezquina! Pues, ¿cuál otro mayor que en el que yo
al presente estoy puesta, procurando este Pascual Crespo
de darme por vía de matrimonio desdichado a un hombre
a quien la Natura otra gracia no le ha concedido sino coser
zapatos, y que aquestos mis viejos tan acosada me traigan
a que yo lo acepte con toda brevedad? Por la cual ocasión
me voy sin esperanza alguna de vivir a los desiertos y solitarios
riscos donde las fieras de mi desdichada persona puedan hacer
a sus hijos cebo y para sus crueles dientes pasto; y si ventura
tal no me quiere conceder, del más empinado lugar
que encima del mar tempestuosa caiga, determino lanzarme.
Mas, ¡ay, ventura cruel!, ¿quién viene hacia acá?
¡Ay, triste de mí y qué horrible gesto! |
NEPTUNO.-
Tus palabras ociosas, Armelina, me han traído y sacado
de las muy encovadas peñas y tremibundas ondas donde
está mi señorío y morada, juntamente
con los delfines, peces, buseos, ballenas y más las
anchas tortugas, a quien Natura de fuertes conchas armó,
me sirven y hacen reverencia; y si quieres saber mi nombre
y mi apellido, sábete que yo soy Neptuno, señor
y posedor de las posesiones y peñascos marítimos;
también el que en los naufragios a las naves que por
mis anchas ondas navegan suelo a unas favorecer y asimismo
a otras anegar, donde solamente a Eolo, dios y señor
de los vientos, reconozco obediencia, el cual muchas veces
con su furia a los peces que tengo en mi servicio suele encerrar
en los escondrijos y cavernas huecas por huir su furor. Y
como te oí decir que en mis hondas determinabas hacer
sacrificio d'esa tu vida, no quise consentir en tu desesperación
y deseo. Ven conmigo, que aunque fuera de tu voluntad, antes
de mucho serán reducidos tus trabajos en un sosiego
y quietud agradable. |
MENCIETA.-
¡Ay, amarga de mí,
y qué merezco yo! ¿Tenía yo cargo de su guardia,
o tenía yo las llaves de su aposento que ansí
me maltratan? Tienen ellos la culpa y vuélvense a
mí. |
PASCUAL.-
¿Qué culpa, mala hembra? Vuelve
acá, que pues tú dormías en su retraimiento,
tú me dirás qué se ha hecho d'ella.
|
MENCIETA.-
Sí, sí; aguarden que yo lo diga.
Estaba la otra hecha una víbora porque la querían
casar contra su voluntad. ¡Mirá qué milagro
que se fuese como desesperada por ese mundo! |
PASCUAL.-
¿Cómo
contra su voluntad? ¿Y no le venía muy ancho a ella
quererla yo dotar en mi hacienda y casalla con un hombre
tan honrado, no siendo mi hija? ¡Haced honra a semejantes!
|
MENCIETA.-
¡En eso se tenía ella! Decía que
era hija de un hombre de los más principales de todo
su pueblo. |
PASCUAL.-
No me pesa sino de lo que las gentes
dirán y por la deshonra que a mi casa se le pega;
que ya que la había criado, quisiera ponella en buena
parte. |
DIEGO.-
¿Qué's aquesto que me han dicho, señor
Pascual Crespo? |
PASCUAL.-
Señor Diego de Córdoba,
ya veis; parésceme que se nos ha ido la desposada.
|
GUADALUPE.-
Mencieta, mira que te llaman allá fuera.
|
MENCIETA.-
¿Y adónde? |
GUADALUPE.-
A la puerta de
la calle. |
MENCIETA.-
¿A mí a la puerta de la calle?
¿Y quién? |
GUADALUPE.-
Habla paso, que me dijo que
te lo dijese en secreto. |
MENCIETA.-
Déjate de secretos.
|
GUADALUPE.-
¡Válate el diabro! No quiere el otro
que lo sepa señor, y tú tienes más pico
que aguja de Sant Germán. |
PASCUAL.-
Y aun con esos
secretos anda mi casa de tal suerte. |
GUADALUPE.-
Que yo
ya digo lo mismo, señor. ¿Quién diabros te
mete a ti abrazar a hijo de nadie en la casa puerta, ni dalle
pañuelos? Yo no lo digo por revolverte con señor,
ni quiero que se diga de mí que soy chismero; mas
la asadurilla del cabrito que el otro día faltó
de la escarpia, ¿quién la comió, si te acuerdas?
|
MENCIETA.-
¿Yo qué diablos sé? |
GUADALUPE.-
No te enojes; como se la presentaste a aquel mozuelo que
está a la puerta, hecísteme sospechar qu'él
se la había comido. Anda, ve, que te aguarda, y pues
que no es tu primo ni tu hermano, no le des lo que falta
de por casa, que haces sospechar sobre los gatos, y no es
buen ejemplo. |
MENCIETA.-
¡Ay, qué grande levantamiento,
válgame Dios! |
GUADALUPE.-
Anda, ve, y pues le mandastes
venir, busca algún mal alzado que le des, porque no
venga en balde. |
MENCIETA.-
¿Y qué tengo de buscar,
boca de mentiras? |
GUADALUPE.-
Otra asadurilla como la de
marras y otro gato a quien levantar otro testimonio. |
PASCUAL.-
¿Qué le paresce, señor Diego de Córdoba,
que tenga yo en mi casa quien me robe para dar a quien se
le antoja? |
DIEGO.-
Cosa brava es servirse el hombre de hijos
ajenos. |
PASCUAL.-
Ven acá, hija Mencieta. ¿Quién
es aquel que te busca? |
MENCIETA.-
Que no debe de ser, señor,
sino una moceta, hija de una tía mía, y aquéste,
como es tan grande asno, desatina. |
GUADALUPE.-
Es verdad
que desatino; mas como lo veo con calzas y con capa y gorra,
pienso qu'es mozuelo. |
PASCUAL.-
¡Ah, traidora! Acabad, decí
quién es aquél. |
MENCIETA.-
¡Ay, señor!
No me apremien, que yo lo diré. |
PASCUAL.-
Pues di,
veamos. |
MENCIETA.-
Un mocito es, criado de un extranjero.
|
PASCUAL.-
¿Cuál extranjero? |
MENCIETA.-
Uno que está
aquí con su padre, el cual viene en busca de una hija
suya. |
PASCUAL.-
¿Qué conoscimiento tenías
con él? |
MENCIETA.-
Señor, verle pasar por
esta calle. |
PASCUAL.-
¿Y por qué pasaba y a qué
efecto? |
MENCIETA.-
No lo sé, señor. |
GUADALUPE.-
Sí sabe, señor, que miente. |
DIEGO.-
Di, hija
mía, la verdad, que yo le rogaré a tu señor
que no te haga daño. |
PASCUAL.-
¿Por quién
era el paseo? |
MENCIETA.-
Por mi señora la moza.
|
PASCUAL.-
¿Cómo lo sabes? |
MENCIETA.-
Él me
rogó que le hablase de su parte. |
PASCUAL.-
¿Y tú
hablas[te]le? |
MENCIETA.-
No osaba, señor. |
PASCUAL.-
¿Por qué no osabas? |
MENCIETA.-
Por el gran recogimiento
de mi señora. |
DIEGO.-
¡Buen recogimiento! ¡Pues paresce
por el indicio que él mismo se la ha llevado! |
PASCUAL.-
Señor, aqueso la Justicia lo averiguará. ¿Y
qué te quería a ti aquel mozuelo? |
MENCIETA.-
Señor, prometiome un rosario. |
PASCUAL.-
¿Para qué
te lo prometía? |
MENCIETA.-
Diz que se quería
casar conmigo. |
GUADALUPE.-
Pues, ¡válgame el diabro!
¿No alcanzabas con la mano un prato del vasar y querías
ya tener brezo en casa? |
MENCIETA.-
No, sino habíame
dado palabra para cuando fuese grande. |
GUADALUPE.-
Ya, ya;
abrazábasle tú agora para no quedarte en jolite
o apolillada en un rincón. |
DIEGO.-
¡Sús, señor!
Vamos de aquí y préndase aquel mozo, que él
dirá la verdad apremiándole. |
PASCUAL.-
¿Y
dónde vive aquel mozo que dices? |
MENCIETA.-
Señor,
en la placeta vieja; ya sé su casa. |
GUADALUPE.-
¡Mira
si sabrás! |
PASCUAL.-
Échale mano, Guadalupe,
no la sueltes. |
GUADALUPE.-
Teneos por presa, señora
Mencieta, y por alcahueta. |
MENCIETA.-
¡Paso, diablo! |
GUADALUPE.-
¡No me muerda, señora desposada por los pesebres!
|
MENCIETA.-
Mal me logre, don Sangual testimoniero, si no
os hago dar más palos que pueda llevar una acémila.
|
GUADALUPE.-
Anda, anda, rapaza; cara sin vergüenza.
|
Scena sexta |
|
ARMELINA, NEPTUNO, JUSTO, BELTRANICO, MENCIETA
y ALGUACIL.
|
ARMELINA.-
Dime, señor: ¿qué vida
tan estraña es aquesta que quieras que sufra, o a
qué efeto quieres y permites que yo me conserve en
tu compañía siendo tu género tan diferente
del mío? Dame licencia, si eres servido, que yo pueda
buscar la muerte o el remedio por otra vía; que tu
conversación, a la verdad, presencia [y] morada, dificultosamente
se pueden soportar. |
NEPTUNO.-
Más sano que pronunciar
semejantes palabras, ¡oh, Florentina!, te sería procurar
pasarlas en silencio, que mi morada, presencia y conversación
poco perjuicio te pueden hacer. |
ARMELINA.-
¿Florentina?
No es ése mi nombre. |
NEPTUNO.-
Eslo y tu proprio
natural, y el mío Neptuno, que en los tiempos que
Ariadna fue desamparada de Teseo, habiendo por industria
d'ella conquistado aquel espantable Minotauro dentro del
laberinto que Dédalo, por la traición de Pasifé,
edificó, yo fue el que a la moza, ya desamparada de
las fugetivas naves y del falso amante engañada, en
los altos riscos, a las aguas de mi mar consagradas, procuré
de amparar, mandando a las furiosas ondas que en sosiego
estuviesen en tanto que Baco, dios de la embriaguez, en los
carros regidos y gobernados por los tigres furiosos por amiga
se la llevase, a la cual, después de atravesada a
la región del aire y los húmidos celajes, una
corona de estrellas en el cielo por su memoria dedicó.
No creas, pues, Florentina, que mi intención está
con menos propósito para lo que a ti te toca. Calla,
por ende, y no te fatigues tanto, que revuelto está
mi negocio a causa tuya, el cual antes de muchas horas fortuna
rodeará a ti y a quien no consideras bien apacible
y próspero. |
ARMELINA.-
Lo que te ruego, señor,
ya que a tu poder soy venida y por aquesta cuitada determinas
hacer, me digas y me declares en qué manera fui hurtada
de poder de mis padres y traída en poder de aqueste
herrero, o qué infortunio fue el que me siguió
en tan tierna edad. |
NEPTUNO.-
Como en aquella era tú
tuvieses madrastra y no madre legítima, un pariente
tuyo te hurtó de noche, viendo que la malvada mujer
de tu padre procuraba por todas vías tu mal tratamiento,
y así huyendo la presencia de la patria, donde tú
naciste, otra mayor desgracia le sucedió, que habiendo
por su desventura peregrinado y llegado que fue contigo a
la isla de Cerdeña, fue salteado de cosarios, donde
tú cupiste en suerte a uno d'ellos, el cual te trajo
a vender, fingiendo que eras su esclava, en España,
y en un puerto de mar harto conoscido y arado de los ligeros
vasos, así del remo como de la vela, en Cartagena
fuiste vendida. |
ARMELINA.-
¿Y quién fue aquel tan
piadoso varón que ya, después de tantos trabajos
pasados por mí, se dignó a me comprar? Porque
en aquese tiempo, siendo yo tan niña, harto flaco
servicio podía rescebir de mí. |
NEPTUNO.-
No
faltó quien. Un hermano de aqueste herrero, el cual
en aquella sazón por la mar mercadeaba, te compró,
y estando al punto de la muerte, a este Pascual Crespo, hermano
suyo, te dejó en gran manera encargada, y como hija
te criase y doctrinase. Pero vamos de aquí y procura
alegrarte, que no pasará mucho tiempo que no sepas
quién tu padre sea. |
JUSTO.-
¿Qué's aquesto,
señor? ¿Qué habéis conmigo? ¿A qué
efecto me lleváis preso? |
PASCUAL.-
Señor alguacil,
haced vuestro oficio. |
GUADALUPE.-
Sí, sí,
señor; haced vos el vuestro, que yo también
haré el mío en llevar asida esta cachonda.
|
MENCIETA.-
¿Has de arrastrarme? |
GUADALUPE.-
Sí,
que os puedo arrastrar y desarrastrar y llevar empinada,
pues que el señor y el rey me lo manda[n]. |
PASCUAL.-
Asid bien a ese tacaño; ponédmelo en la cárcel
y a muy buen recado, que él dará cuenta de
la demanda que le será puesta, o dirá a qué
efecto importunaba a la rapaza que hablase en secreto a la
que yo en mi casa tenía. Ven acá, rapaza; ¿no
es aqueste gentilhombre el que tú dices? |
MENCIETA.-
Señor, yo no sé nada. |
GUADALUPE.-
Ansina revientes
por los ijares. |
MENCIETA.-
¿Qué me pregunta a mí?
|
PASCUAL.-
Di, traidora. |
GUADALUPE.-
Di, putilla. |
PASCUAL.-
Calla tú y está quedo. |
GUADALUPE.-
No, sino
como vuesa merced dijo «di», dije yo entuences «con la rodilla»
y todo que dijese. |
PASCUAL.-
¿No has confesado por tu boca
que aqueste mancebo te importunaba para que hablases a tu
señora? |
MENCIETA.-
Yo, señor, es verdad que
lo dije, pero hícelo de miedo. |
GUADALUPE.-
Así
te ayude Dios como hay miedo ni vergüenza en ti. |
PASCUAL.-
Di la verdad. |
MENCIETA.-
Yo, antes consentiré sacarme
la lengua por el colodrillo que diga palabra con que a ninguno
ofenda. |
VIANA.-
¿Qué's esto? ¿A qué efecto
habéis prendido a este mancebo, señores? |
PASCUAL.-
A efecto que no pagará menos que con la vida. |
VIANA.-
Señor, si alguna manera de piedad o misericordia se
halla depositada en tus entrañas, apiádate
agora de aqueste viejo triste y extranjero y d'este que preso
llevas, que en cuenta de más que hijo tengo. |
ALGUACIL.-
La piedad será, honrado viejo, seguir su justicia,
o que le dé cuenta de una hija que le falta. |
VIANA.-
¿Qué dices, hijo? |
JUSTO.-
En verdad, señor
padre, que nada le debo en esa parte. |
MENCIETA.-
Ni menos
esta triste de Mencieta. |
GUADALUPE.-
¡Santa María,
señora! Ávense, señores, a una banda:
¿no veen qué extraño espectáculo asoma
y qué mujer con un antifaz sobre su rostro? |
PASCUAL.-
Estemos atentos. |
NEPTUNO.-
No hay que temer, señores;
sosiéguense sin alteración ni espanto ninguno,
porque mi principal venida no es más sino para daros
cumplido contentamiento y afable regocijo a todos. Y cuanto
a lo primero, sabed que me llamo Neptuno, señor de
las marítimas aguas, sabidor de vuestros negocios;
por eso tú, Pascual Crespo, no seas tan cruel, desata
a tu hijo llamado Justo, el cual ya perdido pensabas tener.
|
PASCUAL.-
¿Que éste es mi hijo, el que tuve siendo
mozo en mi amiga Cristalina? |
NEPTUNO.-
Éste sin duda;
que sirviendo a un capitán por paje en la guerra que
tuvo el rey de Ungría con el potentísimo turco,
por sus buenos servicios le dejó encomendado en el
paso de la muerte con hartas riquezas y joyas como a tutor
y padre a este señor que llaman Viana. |
VIANA.-
Así
es la verdad. |
PASCUAL.-
¿Mi hijo? ¡Soltalde, señor
alguacil, y abrázame, amado y carísimo hijo!
|
JUSTO.-
Deme sus manos. |
PASCUAL.-
Bendígate Dios.
|
GUADALUPE.-
¿Soltaré a Mencieta, señor? |
PASCUAL.-
Suéltala. Acabemos. |
GUADALUPE.-
Gracias a Dios que
ya no soy porquerón de alcahuetas. |
NEPTUNO.-
Y más
tú, honradísimo viejo, en estremo grado te
goza; y tú, Pascual Crespo, te regocija que aquella
que por Armelina tenías, Florentina se llama, hija
natural d'este atribulado y anciano viejo dicho Viana. |
PASCUAL.-
¿Qué nos contáis? |
VIANA.-
Mas, ¿qué
nos decís? |
NEPTUNO.-
Que en presencia de vosotros
la tenéis. Quita de tu agraciado rostro el velo, Florentina,
y abraza [a] tu padre. |
ARMELINA.-
De gracia, y con sobrada
alegría. |
VIANA.-
¡Ay, hija de mi alma y de mi corazón!
¡Cuántos infortunios he pasado por sólo ver
este día! ¡Álzate d'este suelo! |
ARMELINA.-
No lloréis, padre. |
VIANA.-
Déjame, hija, que
ansí descansan mis envejecidas canas y tez arrugada.
|
PASCUAL.-
¡Oh, Armelina! Pero, ¿qué digo? Florentina,
abrázame y para bien seas parescida. |
GUADALUPE.-
¡Sús! Abracémonos todos; iremos abrazados en
danza. |
MENCIETA.-
Quítate afuera, tonto, que no quiero
ver tus abrazos. |
GUADALUPE.-
Los míos no los quieres
tú, pero bien sé yo cuáles. |
MENCIETA.-
¿Cuáles, nescio? |
GUADALUPE.-
Los de Beltranico, el
paje del señor Justo. |
JUSTO.-
Eso, si ella es servida,
yo haré que se case con ella. |
MENCIETA.-
Beso sus
manos, señor, que yo lo acepto por marido. |
GUADALUPE.-
¡Oje, grandolilla! ¡Cuán presto otorgó! |
JUSTO.-
Tú tienes razón. |
PASCUAL.-
Muy más
evidente razón hay, hijo, para que tú te cases
con Florentina, siendo tú servido y ella contenta,
y su padre pagado. |
VIANA.-
Yo soy el más que dichoso.
|
ARMELINA.-
Yo la más que bien pagada. |
GUADALUPE.-
Yo el más que aparejado para comer de los confites
y henchir este buche de viandas. |
NEPTUNO.-
¡Sús!
Dense la mano. |
ALGUACIL.-
Dadas están. |
PASCUAL.-
Entremos, pues, y daremos conclusión y remate de celebrar
estas tan deseadas bodas en mi pobre aposento. |
NEPTUNO.-
Entremos, que en ser efetuadas me volveré a mi acostumbrada
habitación. |
GUADALUPE.-
Señores, perdonen;
y si de parescer estuviere alguno de holgarse en estas fiestas,
aconsejáraselo yo con residir en ellas Baco y no Neptuno.
|