Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Comercio y ferias en tiempos de Isabel la Católica

Antonio Sánchez del Barrio


Fundación Museo de las Ferias



El reinado de los Reyes Católicos es una época fundamental en la Historia de España, en tanto que en aquellas décadas ocurrieron acontecimientos sociales, económicos y culturales que cambiaron el mundo. En lo concerniente a los aspectos comerciales, mercantiles y financieros, es preciso señalar que éstos adquieren una gran relevancia, en contra de lo que se pensaba hasta hace poco por parte de un buen número de historiadores. Este hecho ha sido analizado recientemente en varios estudios publicados a raíz del V Centenario de la muerte de la reina Isabel (26 de noviembre de 1504), llegándose a la conclusión de que en estos tiempos se produce uno de los momentos de mayor esplendor del comercio internacional castellano, desterrando de este modo la vieja idea de la existencia de una economía secundaria y dependiente de los focos productivos y comerciales europeos.

En primer término, hemos de tener en cuenta el gran dinamismo de la sociedad de la época, basado en un notable aumento de la población y, en consecuencia, de una importante expansión agraria materializada en el incremento de las superficies labradas, la aparición de nuevos cultivos y un gran crecimiento del número de cabezas de ganado (especialmente de la ganadería ovina, amparada por el Honrado Concejo de la Mesta). En segundo lugar, ha de resaltarse el gran desarrollo de las actividades preindustriales, especialmente las dedicadas a la elaboración de manufacturas textiles, del hierro, del cuero, etc., circunstancia que es clave para explicar el gran crecimiento que conoce el mundo urbano en estos tiempos, hasta el punto de llegar a establecerse una red permanente de villas y ciudades con una clara vocación artesanal y mercantil. El tercero de los pilares fundamentales de la economía de los tiempos isabelinos -al que nos referiremos más por extenso en esta ocasión- es la consolidación de un sistema de intercambios comerciales en ferias y mercados que habían aparecido siglos antes, pero aún carecían de los resortes fundamentales para conseguir una proyección más allá de los ámbitos locales; entre otros: su mayor duración temporal, el apoyo sin fisuras por parte de la corona (que las dotan de exención de impuestos y de medidas de protección y seguridad para las personas y mercancías), o la generalización en ellas de los nuevos instrumentos y técnicas de carácter financiero -letras de cambio, valores y títulos de deuda, bancas de depósito, etc.- imprescindibles para la negociación de mercancías de gran volumen y a mayores distancias.

Así las cosas, el contexto general europeo en que nos encontramos tiene dos focos primordiales de desarrollo económico-mercantil, organizados en torno a dos grandes territorios: las ciudades estado del norte de Italia y los Países Bajos. Venecia había desplegado un activo comercio con Oriente a través de los puertos turcos, sirios y del Mar Negro; mientras que los mercaderes genoveses, aunque habían participado en esta ruta, orientaban sus intercambios comerciales preferentemente hacia Occidente por su rivalidad reconocida con la ciudad de los canales. Por su parte, Marsella y Lyon desempeñaban un importante papel como centros mercantiles en el Mediterráneo occidental gracias a su privilegiada situación, conectando los puertos italianos con la costa mediterránea española y el interior de Francia. De otro lado, el comercio entre los Países Bajos y el Báltico resultaba de importancia trascendental ya que, además del grano, los países occidentales se abastecían de materias primas originarias del Mar del Norte, como la madera, pieles, cuero, carbón vegetal, cáñamo, lino, sebo y pescado, recibiendo a cambio, mediante la exportación, productos elaborados en los Países Bajos, sobre todo textiles, procedentes de sus centros manufactureros. Por último, hasta Portugal descendían numerosas naves bálticas a la búsqueda de sal, producto estratégico muy escaso en los países ribereños del norte de Europa.

Respecto a la economía interior, vamos a detenernos brevemente en algunos aspectos agroganaderos, en tanto que forman parte fundamental de los recursos comerciales de la etapa que estamos analizando.

Superada la crisis económica general que afectó a los reinos peninsulares durante siglo XIV, hacia el segundo cuarto de la siguiente centuria se inicia ya un período de cierta prosperidad, que en el medio agrario se traduce en el aumento de las superficies cultivadas, especialmente dedicadas a tres producciones: los cereales, que son la base fundamental del alimento de una población que crece imparablemente; el viñedo, producto de primera necesidad pero también muy ligado a una incipiente distribución comercial; y las plantas de aprovechamiento industrial, como las textiles, eslabón básico de un próspero mercado internacional.

El crecimiento de la superficie roturada, en muchos casos conseguido mediante planes programados racionalmente, y su aprovechamiento para fines agrícolas se hace patente en el incremento de los conflictos entre concejos vecinos a causa de la titularidad de las tierras limítrofes entre municipios. Sin embargo, una gran parte de las tierras concejiles queda todavía reservada para pastos comunales y, en general, dedicada a la explotación pecuaria de la cabaña estante que, no olvidemos, advierte un altísimo crecimiento cuantitativo en el período que estamos abordando. Aún más importante es el enorme desarrollo alcanzado por la ganadería trashumante en la corona de Castilla, merced a la influencia institucional y jurídica ejercida por el todopoderoso Concejo de la Mesta. A este aspecto concreto dedicaremos los siguientes párrafos.

La práctica de la trashumancia, basada en el desplazamiento periódico de los ganados entre dos regiones de clima diferente para aprovechar los pastos de ambas zonas, había tejido una densa red de vías pecuarias a lo largo y ancho de la Península Ibérica que precisaba de autoridades y leyes que la ordenaran y regularan. Esta situación había propiciado en 1273 el reconocimiento oficial por Alfonso X el Sabio del «Honrado Concejo de la Mesta», institución que agrupaba a los ganaderos y sus rebaños bajo el amparo del rey, gozando de prerrogativas, exenciones y franquicias que hacían de la actividad pastoril trashumante la más protegida y privilegiada de la economía castellana.

Bajo el reinado de los Reyes Católicos, el apoyo a La Mesta llega a su punto máximo, al otorgarla estos monarcas muchos importantes privilegios, entre los que cabe destacar dos fundamentales: el primero, la creación del cargo de Presidente, en 1500, con el fin de tener un alto representante regio con jurisdicción superior a la de los alcaldes entregadores mayores; el segundo, la concesión del llamado «derecho de posesión» por el cual los rebaños no podían ser expulsados de los prados y majadas previamente arrendados, contando así con pastos seguros a lo largo del recorrido de las grandes cañadas y evitando la competencia y alza de los precios de la hierba. Las protecciones reales tenían su razón de ser: se tenía en cuenta en todo momento que el comercio de la lana permitía a Castilla participar en un pujante comercio exterior, que era, sin duda, una de las bases del auge económico general; por ello, no nos extraña que esta actividad se considerara entonces como «la principal sustancia destos reynos».

Hemos de recordar en este punto que a lo largo de los siglos XIV y XV el comercio castellano había llegado a alcanzar una gran expansión gracias a la exportación de lana de oveja merina, muy apreciada como materia prima. Los puertos del Cantábrico oriental nos ponían en contacto con la costa atlántica de Europa, especialmente con Flandes, Francia e Inglaterra. En contrapartida, Castilla importaba las manufacturas textiles elaboradas en estos países, cuyas producciones competían con las propias peninsulares, sobre todo las de paños y sedas. En este panorama de intercambios, el comercio marítimo permitía transportar un mayor volumen de carga que el terrestre, a más larga distancia y con inferiores costos. Por ello, el circuito mercantil europeo gravitó en gran medida en torno a los puertos costeros -o fluviales conectados con el litoral, más abrigados y seguros-, de los que resultó un complejo sistema de focos comerciales en los que florecieron transacciones y negocios a gran escala. Por su parte, las rutas terrestres sufrían grandes deficiencias, eran inseguras y su recorrido llevaba consigo el pago obligado de numerosos derechos de aduanas y peajes por el paso de mercancías; estas circunstancias incidían en el encarecimiento de los productos y en la baja de rentabilidad del tráfico comercial.

No cabe duda que durante el reinado de los Reyes Católicos se produce la consolidación de las grandes ferias urbanas, reuniones comerciales cuyas raíces hemos de buscarlas en la aparición, a partir de los siglos XII y XIII, de mercados y ferias francas de carácter señorial que tendrán un peso específico en la economía local de muchas de las villas y ciudades castellanas. Estos encuentros, fundados por los titulares de varios señoríos para fomentar el desarrollo económico de sus tierras, recogían la tradición ferial de las concesiones regias de mercado semanal de las que podemos recordar, como ejemplos más antiguos en el ámbito castellano y leonés, los casos de: León en 1020; Sahagún, documentado en 1093, y Valladolid en 1095 (ambos nacidos por concesión regia de Alfonso VI); Salamanca, en 1161; Palencia, en 1181; Burgos, en 1230, por privilegio de Fernando III; etc.

La potestad de fundar ferias y mercados, hasta entonces exclusiva del monarca, la asumen más adelante dichos Señores territoriales, instituyendo ferias francas, en principio de un reducido ámbito de intercambios, que conocerán desde sus primeros tiempos un gran desarrollo. Aparece entonces un sistema ferial que va más allá de los mercados semanales dedicados básicamente al intercambio de subsistencias y excedentes agrarios de primera necesidad, herederos de los antiguos azogues y azoguejos, primeros espacios permanentes de compraventas y trueques cotidianos, emplazados generalmente en los extramuros de las villas junto a alguna puerta de la muralla.

En ello influye de forma determinante el comercio interior, e incluso en mayor medida, las exportaciones de materias primas, especialmente de lana, con destino a la Europa atlántica. Los casos más significativos son los de Fernando de Antequera quien funda la feria Medina del Campo en torno a 1404-1405, tras el ensayo cuellarano de 1390; el del almirante Alfonso Enríquez, que hace lo propio en su villa de Medina de Rioseco, en 1423; o el del conde Alfonso Pimentel quien crea la feria en Villalón, hacia 1434. Es interesante señalar que estas tres ferias, de nacimiento muy cercano en el tiempo, tienen una coordinación temporal evidente, ya que se celebran durante varios días -semanas incluso- en el contexto de un calendario general escalonado y teniendo muy en cuenta, como es lógico, los ciclos agrícolas. Así, Villalón, celebra sus ferias por Cuaresma y San Juan; Medina de Rioseco, durante la «Pascuilla» y en el mes de agosto, y Medina del Campo durante los meses de mayo (empezando treinta días después de Pascua) y octubre, con cincuenta días en cada caso. Esta correlación temporal será fundamental para explicar la importancia y proyección que llegaron a tener a lo largo de los siglos XV y XVI.

Aunque, ciertamente, las ferias de estas tres localidades conocen un crecimiento y desarrollo diferentes, así como un volumen de intercambios y negocios desigual, las tres tuvieron unas profundas relaciones, rivalidades y conflictos de unas frente a otras, que se ponen de manifiesto en muchas ocasiones a través de pleitos, sentencias, memoriales, cartas de privilegio, cédulas reales, ordenanzas de oficios, libros del peso oficial, etc. Todas tuvieron que competir en sus primeros tiempos con las de Valladolid, sin duda las más importantes durante la primera mitad del siglo XV.

Sin duda, el protagonismo de Medina del Campo como enclave principal del comercio castellano de la época es bien conocido por todos. Sus ferias de mercancías en los tiempos del reinado de los Reyes Católicos son las más importantes de la Península Ibérica, tanto por el volumen de manufacturas y productos llegados desde todos los confines de Europa, como por el número de transacciones dinerarias efectuadas. Asimismo, su conversión en ferias de pagos a partir de las últimas décadas del siglo XV, es el punto clave para entender el carácter internacional que llegaron a alcanzar, haciendo de esta villa un lugar de primera magnitud y de obligada referencia en el panorama económico europeo de finales del Medievo y comienzos de la Modernidad. Gracias a su concatenación temporal con las ferias flamencas de Brabante y luego con las francesas de Lyon, podían realizarse sin excesivas demoras importantes transacciones mercantiles y dinerarias con las ciudades más importantes de la Europa del momento desde punto de vista del comercio: Lisboa en Portugal, Londres en Inglaterra; Brujas, Malinas, Bruselas, Gante y Amberes en Flandes; Florencia, Génova, Venecia y Milán en Italia; Lyon, Nantes, Marsella y Besançon en Francia; o Madrid, Burgos, Sevilla y Barcelona en España.

Su fulgurante desarrollo desde los primeros momentos de su creación puede comprobarse en la variedad de mercancías y procedencias citadas en las «Ordenanzas de Aposentamiento de feriantes» dictadas por Leonor de Alburquerque (ya viuda de Don Fernando, el fundador de las ferias) en 1421, texto legal que constituye un hito de primer orden en la actividad ferial de la villa y su ordenación urbana, ya que establece el aposento y asistencias de todo tipo que van a recibir los mercaderes llegados en tiempos de feria, en un espacio concebido de forma unitaria, perfectamente organizado y protegido, perteneciente a una zona que aunque ya estaba articulada en torno a calles y plazas formadas desde muchas décadas atrás, estaba circundada ahora por una nueva gran cerca (la tercera de la población) levantada con fines fiscales y sanitarios más que defensivos. La procedencia peninsular de los feriantes y mercaderías, reflejado en estas ordenanzas, llega a ser internacional muy pocos años después, como queda de manifiesto en dos citas que, por su interés y significado, reproducimos a continuación.

El viajero cordobés Pero Tafur, en su obra Andanças é Viaje... por diversas partes del mundo (1436-1439) compara el alcance de varias ferias europeas de aquellos años en los siguientes términos:

«Non sé como podiese escrevir un fecho tan grande como éste desta feria desta çibdad (se refiere a Amberes); e bien que yo e visto otras, ansí como la de Genova, que es en el ducado de Saboya, é la de Francafordia, que es en Alemania, ó la de Medina, que es en Castilla, más á mi paresce que todas éstas non son tanto como aquella una».



De otra parte, en la Crónica de Don Álvaro de Luna, Gonzalo Chacón se refiere a la feria de mayo de 1450 del siguiente modo:

«Esto era por el mes de mayo. E como en aquel tiempo fuera la feria de Medina del Campo, a la cual suelen venir e concurrir en ella grandes tropeles de gentes de diversas naciones, así de Castilla como de otros regnos... (el rey Juan II se acercó) a ver el tracto e las grandes compañias e gentio e asimesmo las diversidades de mercaderias e otras cosas que ende habia».



Para llegar a este estatus privilegiado, que distinguía a Medina del Campo como una de las más prósperas plazas comerciales del Occidente europeo, tendrán que concurrir varios factores, unos coyunturales y otros venidos de tiempos más lejanos. En principio, cabe citar su inmejorable situación geográfica de encrucijada de caminos y cañadas, que convertía a esta villa en un lugar estratégico situado a menos de una jornada de importantes ciudades castellanas como Valladolid, Zamora, Salamanca, Ávila y Segovia, siendo por tanto un lugar de paso obligado entre ellas y punto ineludible del importante eje comercial entre Toledo, Burgos y los puertos del Cantábrico. A ello ha de unirse la eficacia mostrada por las autoridades locales durante décadas, haciendo cumplir estrictamente las ordenanzas citadas de 1421 acerca del aposentamiento de los mercaderes llegados a la villa en tiempos de feria. Otro punto fundamental es el apoyo incondicional de los sucesivos monarcas, favoreciendo a la villa y sus ferias con privilegios de todo rango, como Enrique IV cuando establece en las Cortes de Santa María de Nieva, en 1473, que: «Ferias francas y mercados francos no sean ni se hagan en nuestros reynos y señoríos, salvo la nuestra feria de Medina y las otras ferias que de nos tienen mercedes y privilegios confirmados»; y más especialmente los Reyes Católicos quienes, en abril de 1491, las declaran «Ferias Generales de nuestros Reinos», manifestando su supremacía sobre las de Valladolid (hasta entonces las más importantes de Castilla) e instando:

«a todos los mercaderes e tratantes de las çibdades de Burgos e León e Toledo e Seuilla e Córdoua e Jaén e Úbeda e Baeça e Cuença e Çibdad Rreal, Segouia e Ávila e Salamanca, Çamora e Toro e de la provinçia d'Estremadura e del nuestro rreyno de Galiçia e prinçipado de Asturias e de todas las otras çibdades, villas e lugares de los dichos nuestros reinos e señoríos… que todos vayan con sus mercaderías a las dichas ferias de la dicha villa de Medina del Campo, segund siempre se acostumbró».



Vemos así cómo los Reyes valoraban a «su villa» -Isabel era su Señora natural desde 1467 y Fernando nieto de Fernando de Antequera- por encima de otras ciudades gobernadas por poderosas oligarquías urbanas que en algún momento de conflicto podrían llegar a actuar por su cuenta, sin respetar el control de la Corona (caso de Valladolid, Toledo o Sevilla).

Por último, y esto es de vital importancia, las ferias medinenses cuentan a partir de estos tiempos con el apoyo explícito de los grandes comerciantes internacionales, cuya participación efectiva se hacía a través de los mercaderes y hombres de negocios burgaleses, los más poderosos de la Castilla de entonces. Su concurso incide de modo significativo en la llegada de mercaderes «andantes en ferias» de todas las villas y ciudades manufactureras de la Península, así como la activa intervención de agentes y consignatarios de las grandes compañías comerciales europeas, fundamentalmente de dos focos: el flamenco (con Amberes, Brujas, Bruselas, Malinas…) y el italiano (con Génova, Milán, Florencia…); con ellos llegarían a mediados del siglo XV, es decir, en una época muy temprana para Castilla, las novedosas prácticas mercantiles y financieras que posibilitaban el comercio a gran escala. Se tenía, de este modo, garantizada la llegada de mercaderías, capitales e instrumentos cambiarios, todos ellos elementos imprescindibles en cualquier actividad comercial de cierta entidad.

De otra parte, cabría hablar de un factor imprescindible en el buen funcionamiento de las compraventas e intercambios: el correcto ajuste de las medidas y pesos de las mercancías. La Casa del Peso es el organismo oficial donde se comprueban y fiscalizan, además de los productos, las pesas e instrumentos de medida de los mercaderes que acuden a comerciar. Los «fieles» y el «almotacén» son los oficiales del concejo encargados de supervisar las pesas y medidas, así como la vigilancia de los precios oficiales en el mercado local; por su parte, los mercaderes están obligados a tener sus varas, balanzas, pesas y romanas a la vista del público con las correspondientes marcas de fiscalización. La misión de velar por la ley del oro y de la plata, acreditadas mediante el marcaje, queda encomendada a un «marcador mayor», oficial encargado de ajustar y contrastar los metales nobles conforme a los términos de la Real Pragmática dada en Granada en 1499.

Respecto a los pesos y medidas, durante el reinado de los Reyes Católicos se confirman sin grandes modificaciones las unidades ponderales establecidas anteriormente, procedentes de la reforma efectuada por Juan II en 1435, por la cual, entre otros ajustes: la vara castellana toma como patrón la vara de la ciudad de Burgos; la libra se regula en dieciséis onzas, el marco de Burgos se adopta para el peso de la plata y el de Toledo para el oro; para los líquidos se utilizan también las medidas de capacidad de la ciudad toledana (la cántara, azumbre, medio azumbre y cuartillo); mientras que el pan, harina, sal, legumbres y otros productos alimentarios, se pesan en fanegas, medias fanegas, cuartillos y celemines, conforme a las medidas del «pote» de Ávila. De este modo, los patrones de Burgos, Toledo y Ávila se toman como referentes para el contraste y sellado de las medidas y pesos de todas las villas y ciudades del reino, quedando, desde entonces, prácticamente inalterados hasta la llegada del sistema métrico decimal.

Antes de referirnos a los principales productos y mercancías comerciados en las Ferias de rango «General» en los tiempos de los Reyes Católicos, así como a sus respectivas procedencias, recordemos que su transporte hasta los lugares de mercado se hacía en carros y caballerías que, en muchas ocasiones, tenían que salvar grandes dificultades originadas por la orografía -especialmente las montañas de la periferia peninsular y las que bordean ambas mesetas-, la escasez de vías fluviales navegables, la existencia de fronteras fiscales y «puertos secos» entre los distintos reinos, y, por último, la inseguridad de las rutas a pesar de las medidas protectoras por parte de la Corona. No obstante, en muchos casos, las transacciones de mercancías se realizarán sin que sea precisa su presencia efectiva en los lugares de intercambio.

El mercado de la lana en bruto tiene a Burgos y Segovia como centros principales de producción y a las Ferias de Medina del Campo como el foco de las grandes transacciones y compraventas directas con destino a las más activas ciudades castellanas y extranjeras, particularmente las italianas, francesas y flamencas. En cuanto a las formas de pago, se entregaba una cantidad anticipada de dinero -el «señalamiento»- por una futura entrega de mercancía, hecho condenado como inmoral por muchos tratadistas de la época. Este mercado, junto con el de manufacturas textiles -especialmente de paños, sedas y lienzos-, alcanzaba con diferencia el mayor volumen de negocios en el conjunto de ferias castellanas, llegando en las de Medina a constituir, durante un buen tiempo, el ochenta por ciento del total de intercambios mercantiles. En este caso, la mitad de las transacciones se realizaban entre ciudades castellanas, casi un cuarto con el norte de Europa, Flandes, Francia e Inglaterra, y el cuarto restante, por este orden, con Toledo, Granada, Portugal y Aragón. Las manufacturas más apreciadas eran, entre otras, los célebres paños segovianos, los tejidos de lana, sedas y oro de Sevilla; los «paños azules y verdes» de Cuenca; las sedas brillantes de Granada y las labradas de Valencia; los bordados en oro y plata de Toledo; las jerguillas, picotes, estameñas y bonetería de Toledo; la famosa guantería de Ocaña, los paños tintos y los tejidos bastos de Navarra, Cataluña y Aragón. Procedentes de Europa, los famosos tapices, rasos, lienzos, brocados y terciopelos de Flandes y los Países Bajos; la lencería francesa y portuguesa; las estofas, blondas y encajes de Malinas; los terciopelos y satenes carmesí florentinos, etc.

Otro activo comercio, aún no estudiado en profundidad, es el de obras artísticas. Las grandes ferias son los lugares más oportunos donde encargar y contratar retablos, esculturas, pinturas o imágenes de devoción realizadas en los talleres castellanos, aragoneses o portugueses, y donde se conciertan partidas de tablas pintadas o relieves escultóricos procedentes de los talleres flamencos de Amberes, Brujas, Malinas o Bruselas. Asimismo, se compran y venden obras de platería de los grandes focos de Valladolid, Burgos, Toledo, Córdoba o Medina; platos y bandejas rituales importados de las ciudades alemanas de Nuremberg y Dinant; arquetas encoradas, «cofres de Flandes», obras elaboradas en marfil, bronce, esmaltes y otros materiales suntuarios; otras de producción local hispana como vasijas y piezas cerámicas de Manises, de loza dorada granadina o azulejerías sevillanas, etc. De otra parte, la aparición de la imprenta a mediados del siglo XV va a suponer una auténtica revolución en la difusión de los conocimientos, y el comercio de libros impresos o pliegos volanderos va a cobrar, a partir de la última década del siglo XV, un enorme desarrollo; al respecto, hemos de recordar que por entonces el libro es un artículo de lujo al alcance de muy pocos.

La especiería ocupa otro importante capítulo de intercambios, pero, entendida ésta no sólo como el conjunto de especias aromáticas y condimentos exóticos importados de tierras lejanas, sobre todo a través de los puertos portugueses, sino como un amplio repertorio de productos comestibles y farmacéuticos, plantas tintóreas, sustancias colorantes, etc. imprescindibles en la alimentación y la prevención de enfermedades. La documentación nos da cuenta de artículos tan variados y diversos como: grasa para tinta, pepitas de calabaza, agallas, alcaparras, azúcar cande y azúcar de Sevilla, incienso, mirra, alcanfor, azufre, adormideras, zaragatona, albayalde, orégano, nuez moscada, mostaza, azafrán, alcarabea, canela, comino y un sinfín de productos más.

No obstante, con el transcurrir del tiempo, el gran volumen de negocios será el de carácter financiero y monetario; en este sentido, debemos recordar lo dicho antes acerca de las pioneras transacciones realizadas con letras de cambio y las precoces actividades bancarias mantenidas con las más importantes plazas comerciales de la Europa del momento. Este aspecto es uno de los fundamentales en la historia de las ferias castellanas en general, y particularmente en las de Medina del Campo cuando éstas se conviertan en ferias de pagos hacia 1485, centralizándose en una sola ciudad de los reinos peninsulares los «pagamentos», préstamos, créditos y otras operaciones dinerarias.

Los cambistas, «bancos» y «factores» de las grandes compañías financieras eran los encargados de intercambiar monedas de diferentes valores y procedencias comprobando su ley y peso, realizar primitivas operaciones de tipo crediticio como préstamos, giros, hipotecas, depósitos, etc. Para ello se servían de novedosas técnicas e instrumentos financieros, en su mayoría nacidos y desarrollados en las grandes ciudades de la Italia septentrional, entre los que cabe destacar la letra de cambio por ser la forma más utilizada en la emisión de pagos y pieza clave del mercado financiero de préstamos con interés. Ésta tendrá un enorme desarrollo en las ferias medinenses, hasta el punto de generalizarse la fórmula conocida como «a pagar en Medina», aunque la letra no se girase a esta villa. El embajador veneciano Andrea Navaggiero, hace referencia a ello en su Viaje por España (1525-1528) cuando escribe en 1527: «sus ferias (por las de Medina) abundaban en diversos géneros, particularmente en especiería procedente de Portugal, aunque los mayores negocios consistían en el giro de letras de cambio».

Para concluir, hemos de advertir que para que este panorama de intercambios dinerarios fuera posible, era absolutamente necesaria una reforma del caótico sistema monetario heredado de tiempos anteriores. Con la promulgación del «Cuaderno de Ordenanzas de la labor de las monedas» también conocido como la «Real Pragmática de Medina del Campo», de 13 de junio de 1497, los Reyes Católicos establecen un nueva ordenación monetaria y una nueva pieza de referencia para el comercio: el ducado o «excelente de la granada» (llamado así por la excelencia de su acuñación, oro casi puro de 23'75 quilates de ley, y por recoger el emblema del reino nazarí recientemente conquistado) que tendrá un éxito arrollador en los mercados europeos de la época; con el ducado de oro, se acuñan también nuevas monedas de plata y vellón para los intercambios menores. Este conjunto de disposiciones normativas constituyen un auténtico hito en la historia de la numismática castellana ya que, a partir de entonces, se abandona definitivamente el patrón oro de origen musulmán y se adopta uno europeo; asimismo, se acaba con el desconcierto monetario existente en los reinos de Castilla y Aragón, fijándose un nuevo modelo unitario de divisa.






ArribaBibliografía

Abed al-Hussein, F. H., «El comercio de los géneros textiles: seda, paños y lienzos», en E. Lorenzo (Coord.), «Historia de Medina del Campo y su Tierra», vol. II, Valladolid, 1986.

Aguilera-Barchet, B., Historia de la letra de cambio en España (Seis siglos de práctica trayecticia). Madrid, Tecnos, 1988.

Alvar Ezquerra, A., La economía europea del siglo XVI. Madrid, Ed. Síntesis, 1991.

Basas Fernández, M., «La estabilización monetaria bajo los Reyes Católicos», Boletín de Estudios Económicos. Bilbao, Universidad Comercial de Deusto, 47, 1959, pp. 121-139.

Casado Alonso, H. (Ed.), Castilla y Europa. Comercio y mercaderes en los siglos XIV, XV y XVI. Burgos, 1995.

Casado Alonso, H., «Comercio, crédito y finanzas públicas en Castilla en la época de los Reyes Católicos», en A. M. Bernal (Ed.), Dinero, moneda y crédito en la monarquía hispánica. Madrid, 2000.

Casado Alonso, H., «Medina del Campo Fairs and The Integration of Castile into 15th to 16th Century European Economy», en S. Cavaciocchi (Ed.), Fiere e Mercati nella Integrazione delle Economie Europee. Secc. XIII- XVIII. Florencia, 2001.

Casado Alonso, H., «Comercio y bonanza económica en la Castilla de los Reyes Católicos», en J. Valdeón (Ed.) Sociedad y economía en tiempos de Isabel la Católica, Ob. Cit., pp. 91-114, 2002.

Casado Alonso, H., «Medina del Campo: Feria internacional de pagos en tiempos de Isabel la Católica», en A. Sánchez del Barrio (Ed.), Comercio, mercado y economía… Ob. Cit., pp. 245-249. 2004.

Espejo, C. y Paz, J., Las antiguas ferias de Medina del Campo. Valladolid, Imp. del Colegio Santiago. 1912.

Fresno, J. y Delgado M., Ferias y Mercados en Castilla y León. Valladolid, Junta de Castilla y León, 1993.

García Sanz, A., «La Mesta y la industria textil», en J. Valdeón (Ed.) Sociedad y economía en tiempos de Isabel la Católica (Ob. Cit.), pp. 77-89. 2002.

Ibarra y Rodríguez, E., El problema cerealista en España durante el reinado de los Reyes Católicos (1475-1516), Instituto Sancho de Moncada (CSIC), Madrid, 1944.

Igual Luis, D., «Los mercaderes italianos y las relaciones económicas entre Valencia y Castilla en el siglo XV», en Relaciones de la Corona de Aragón con los estados peninsulares (siglos XIII-XV), vol. II, Zaragoza, Diputación, 1997.

Igual Luis, D. y Navarro Espinach, G., «Los genoveses en España en el tránsito del siglo XV al XVI», en Historia, Instituciones, Documentos. 24, 1997.

Ladero Quesada, M. A., «La política monetaria en la Corona de Castilla (1369-1497)», En la España Medieval. Madrid, Universidad Complutense, 11, 1988, pp. 79-123.

Ladero Quesada, M. A., Las ferias de Castilla. Siglos XII a XV, Madrid, 1994.

Ladero Quesada, M. A., «Monedas y políticas monetarias en la Corona de Castilla (siglos XIII a XV)», en Moneda y monedas en la Europa medieval (siglos XII-XV). XXVI Semana de Estudios Medievales de Estella. Pamplona, Gobierno de Navarra, 2000. pp. 129-178.

Lorenzo, E. (Coord.), «Historia de Medina del Campo y su Tierra» III vols., Valladolid, 1986.

Ruiz Martín, F., «Orígenes del capitalismo en Castilla», en El tratado de Tordesillas y su época. Madrid, 1995. Vol. I. pp. 177-196.

Ruiz Martín, F. y García Sanz, A., (Eds.), Mesta, trashumancia y lana en la España Moderna. Barcelona, Ed. Crítica, 1998.

Sánchez del Barrio, A. (Ed.), Mercaderes y cambistas. Medina del Campo, 1998 (Catálogo de la Exposición).

Sánchez del Barrio, A. (Ed.), Comercio, mercado y economía en tiempos de la reina Isabel. Medina del Campo, Fundación Museo de las Ferias, 2004 (Catálogo de la exposición).

Val Valdivieso, Mª I. del, «Medina del Campo en la época de los Reyes Católicos», en E. Lorenzo (Ed.) Historia de Medina del Campo y su Tierra, vol. I, Valladolid, 1986.

Valdeón Baruque, J. (Ed.), Sociedad y economía en tiempos de Isabel la Católica. Valladolid, Instituto Simancas y Ámbito Ed., 2002.



Indice