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1

«Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires», en Roberto Arlt, Obras completas, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1981, t. II, p. 13.

 

2

En esta privación cultural podría decirse que funda el valor de su escritura. Véase al respecto: R. Piglia, «Roberto Arlt: una crítica de la economía literaria», Los Libros, n.º 29, marzo-abril de 1973.

 

3

«Autobiografía», Crítica, 28 de febrero de 1927.

 

4

El amor brujo retoma, expande y contradice tópicos de la novela sentimental, tal como la había planteado Luis de Val y, en la Argentina, los cientos de novelitas semanales de gran circulación entre 1915 y 1930.

 

5

Véase: José Amícola, Astrología y fascismo en la obra de Roberto Arlt, Weimar, Buenos Aires, 1984; y Jorge Rivera, Los siete locos. Biblioteca Crítica Hachette, Buenos Aires, n.º 1, 1986.

 

6

En la ya citada «Autobiografía» aparecida en Crítica, escribe: «Mis ideas políticas son sencillas. Creo que los hombres necesitan tiranos geniales. Quizás se deba a que para ser tirano hay que ser político y para ser político, un solemne burro o un estupendo cínico».

 

7

Erdosain fantasea, después de cobrar el cheque de Barsut: «Inventaría el Rayo de la Muerte, un siniestro relámpago violeta cuyos millones de amperios fundirían el acero de los dreadnoughts, como un homo funde una lenteja de cera, y haría saltar en cascajos las ciudades de portland, como si las soliviantaran volcanes de trinitotolueno». Los siete locos, en Obras completas, cit., t. I, p. 298.

 

8

Ibid., p. 300.

 

9

Prieto argumenta, con razón, que se ha descuidado una dimensión fantástica de la literatura de Arlt, que, en este caso, estoy leyendo desde la clave tecnológica. En «La fantasía y lo fantástico en Roberto Arlt», escribe: «La Sociedad Secreta [...] tiene un indudable carácter alegórico, y su postulación en la novela es la más desoladora impugnación de la sociedad real; pero adviértase cómo la alegoría se transforma en principalísimo ingrediente novelesco: arrastra los personajes a su servicio; toma atajos imprevisibles: ilustra, seriamente, los planos de fábricas utópicas; desarrolla, en detalle, las fórmulas químicas que servirán para la elaboración de elementos bélicos; se convierte, casi, en un plano de realidad similar al que sirve de apoyatura a los personajes y situaciones ofrecidas a la observación directa del autor». En Estudios de literatura argentina, Galerna, Buenos Aires, p. 87.

 

10

Los siete locos, cit., p. 138.