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Guerra y conspiración de los saberes

Beatriz Sarlo



«Las palabras callan en él. En la oscuridad se abre hacia el interior de su cráneo un callejón sombrío, con vigas que cruzan el espacio uniendo los tinglados, mientras que entre una neblina de polvo de carbón los altos hornos, con sus atalajes de refrigeración que fingen corazas monstruosas, ocupan el espacio. Nubes de fuego escapan de los tragantes blindados y la selva más allá se extiende tupida e impenetrable».


Roberto Arlt. Los siete locos.                






Quizás como a ningún otro escritor del período, la historia puso límites y condiciones de posibilidad a la literatura de Roberto Arlt. Quizás como ningún otro, Arlt se debatió contra esos límites, que definieron su formación de escritor en el marco del nuevo periodismo, su competencia respecto de los contemporáneos, el resentimiento causado por la privación cultural de origen, la bravata y el tono de desafío con el que encaró un debate contra las instituciones estético-ideológicas. La angustia arltiana, sobre la que han abundado los críticos, tiene que ver con esta experiencia de los límites puestos a la realización de su escritura.

Arlt cuenta de diversas maneras esta historia. Fragmentos de ella ingresaron en El juguete rabioso, pero, explícitamente, se repiten situaciones en las varias y breves autobiografías, donde los vacíos de saber son experimentados como una falta y también como una cualidad. La primera de estas autobiografías es un fragmento de «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires», extraño texto que Arlt escribe alrededor de los veinte años, donde, novelescamente, todo su destino aparece ligado a las conmociones que produce la primera relación con la literatura:

«¿Cómo he conocido un centro de estudios de ocultismo? Lo recuerdo. Entre los múltiples momentos críticos que he pasado, el más amargo fue encontrarme a los 16 años sin hogar. Había motivado tal aventura la influencia literaria de Baudelaire y Verlaine, Carrère y Murger. Principalmente Baudelaire, las poesías y biografía de aquel gran doloroso poeta me habían alucinado al punto que, puedo decir, era mi padre espiritual, mi socrático demonio, que recitaba continuamente a mis oídos, las desoladoras estrofas de su Flores del mal Y receptivo a la áspera tristeza de aquel período que llamaría leopardiano, me dije: vámosnos [...] descorazonado, hambriento y desencantado, sin saber a quién recurrir porque mi joven orgullo me lo impedía, llené la plaza de vendedor en casa de un comerciante de libros viejos»1.



Esta peripecia, que abre uno de los primeros textos de Arlt, tiene una productividad enorme, cuyo efecto se lee, años después, en El juguete rabioso, donde muchos de sus rasgos se combinan en la expansión simbólica y narrativa del episodio de la librería.

Arlt inventa o recuerda estos comienzos para diseñar una estrategia distinta en relación con la tradición y el capital cultural. Todas sus autobiografías plantean, a veces sarcásticamente, la privación cultural que forma parte del pasado que exhibe2. Ellas mezclan dos temas, la precariedad de su formación y la exhibición de lecturas, que son contradictorios pero, de algún modo, también complementarios, porque la exhibición de lecturas ocupa el lugar que, ni por linaje ni por adquisición, pueden otorgar otros títulos. El sarcasmo es una de las formas del resentimiento ante la distribución desigual de la cultura. Arlt escribe a partir de un vacío que debe ser colmado con los libros y los autores que menciona. Antes de él, nada que autorice su texto: una familia de inmigrantes centroeuropeos, la vagancia, el castellano como única lengua, cotejada sólo con las de sus padres (y ninguna de ellas era lengua de la literatura, porque la literatura no estaba materialmente presente en el espacio definido por la lengua). Este vacío inicial que precede a su literatura, se llena con los libros que menta en sus autobiografías:

«Me he hecho solo. Mis valoras intelectuales son relativos, porque no tuve tiempo para formarme. Tuve siempre que trabajar y en consecuencia soy un improvisado o advenedizo de la literatura. Esta improvisación es la que hace tan interesante la figura de todos los ambiciosos que de una forma u otra tienen la necesidad instintiva de afirmar su yo»3.



Quevedo, Dickens, Dostoievsky, Proust constituyen la riqueza posible del intelectual pobre.

Exhibición de cultura y exhibición de incultura: el discurso doble de la ironía niega y afirma, al mismo tiempo, la necesidad y la futilidad de la cultura. Niega y afirma, también, las ventajas de la privación: desde ningún origen, Arlt puede ser el vándalo, escribir como un atleta, en contra del tiempo, en contra y a favor del periodismo. Se sabe: Arlt echó mano a todo lo que pudo ir recogiendo en un aprendizaje costoso. El folletín, las traducciones españolas de los autores rusos, la novela sentimental4, Ponson du Terrail, Dostoievsky y Andréiev entraban en ese proceso gigantesco de canibalización y deformación, de perfeccionamiento y de parodia que es la escritura arltiana. Pero hay también otros saberes: los saberes técnicos aprendidos y ejercidos por los sectores populares; los saberes marginales, que circulan en el under-ground espiritista, ocultista, mesmerista, hipnótico de la gran ciudad. Estos últimos saberes son críticos de la razón científica, pero al mismo tiempo adoptan estrategias de demostración que la evocan. Como lo han estudiado minuciosamente Rivera y Amícola5, se trata de un período de auge de las ideologías irracionalistas vinculadas también con el ascenso del fascismo y la problemática de un nuevo orden. En el caso argentino, el sentimiento o la experiencia de la crisis se potencia con la incomodidad, el temor, el rechazo, el asombro o la amenaza a través de los que se procesan las transformaciones de la modernización urbana.

Leslie Fiedler afirma que las ciudades modernas no sólo son escenarios de cruce de diferencias, sino que allí son visibles «indignidades humanas sin precedente». La ciudad como infierno, la ciudad como espacio del crimen y las aberraciones morales, la ciudad opuesta a la naturaleza, la ciudad como laberinto tecnológico: todas estas visiones están en la literatura de Arlt, quien entiende, padece, denigra y celebra el despliegue de relaciones mercantiles, la reforma del paisaje urbano, la alienación técnica y la objetivación de relaciones y sentimientos.

A diferencia de los escritores del margen, que se verán más adelante, Arlt elaboró una representación no realista de estos tópicos. Está obsesionado por el problema de la época: el poder, cómo conseguirlo, qué relaciones establecer entre medios y fines, cuáles son los nexos entre voluntad individual y voluntad colectiva, qué vincula a los valores con el poder, cuál puede ser un modelo de orden posible, qué precio deben pagar las víctimas de ese orden. Arlt juzga intolerable la desigualdad en el reparto social de los poderes y la riqueza: éste es un punto central en sus narraciones y en el sistema de sus personajes. Podría decirse que toda su literatura no hace sino presentar diversas versiones de este tópico hegemónico, incluida la relación de poder entre los sexos.

La obsesión del poder atraviesa Los siete locos y es el centro de los delirios de casi todos sus personajes. El Astrólogo lo plantea del modo más exasperado: se trata del poder sin contenido de valor, del poder como fin y como fundamento. Pero Hipólita también siente este deseo de poder; en su caso, la sexualidad ha sido un medio para llegar al dinero, cuya posesión vuelve más dolorosa todavía el ansia de poder:

«¡Qué vida la suya! En otros tiempos, cuando era mocita desvalida, pensaba que nunca tendría dinero [...] y esa imposibilidad de riqueza la entristecía tanto como hoy saber que ningún hombre de los que podían encamarse con ella tenía empuje para convertirse en tirano o conquistador de tierras nuevas».



En las ficciones arltianas, la idea del tirano se asocia a la del poder: traduce así un tópico del período, que tiene versiones de izquierda y de derecha. Y también, Arlt, según los textos, adopta uno u otro clivaje. Pero, invariablemente, el deseo del tirano (o de serlo) está asociado a la potencia intelectual y al saber6. Aunque el dinero aparezca como el reiterado sueño del 'batacazo', son los saberes el objeto del deseo, el medio de realización e imposición, la base desde la que pensar lo real, metaforizarlo, imaginarlo o transformarlo. Una misma pregunta articula tanto las actividades de Silvio Astier, en El juguete rabioso, como las de la logia de Los siete locos: ¿cómo alterar, por el saber, las relaciones de poder o las relaciones de propiedad? Las respuestas incluyen la ensoñación tecnológica y la violencia científica7. Cuando fracasa el delito menor y la incorporación socialmente aceptable a los circuitos de producción, cuando las ilusiones de Silvio Astier o de Erdosain ya no son posibles, queda la violencia del infierno tecnológico con el que sueñan los personajes de Los siete locos. Después de tomar el poder, la secta va a construir un sistema de castas, sobre las que reinará una aristocracia de «cínicos, bandoleros sobresaturados de civilización y escepticismo»; a las masas reducidas a las faenas agrícolas se les proporcionará una forma de religión cuya estética es tecnológica:

«El hombre vivirá en plena etapa de milagro. Durante las noches proyectaremos en las nubes, con poderosos reflectores, la entrada del 'Justo en el Cielo'»8.



En este cruce de decadentismo y tecnología se desarrollan también muchos de los ensueños eróticos de Erdosain y el delirio final del Astrólogo en Los siete locos, con sus coches artillados recorriendo las calles donde se producen las matanzas colectivas. El holocausto de una civilización por el despliegue de la técnica que ésta ha hecho posible. Se trata de una revolución futurista, con su peculiar mezcla de esteticismo, violencia y tecnología, encaminada a destruir, niesztcheanamente, la 'mentira metafísica' cristiana9.

Arlt trabaja sus ficciones en este espacio ideológico, construyéndolas con fragmentos de discursos sometidos a los principios de oscilación, contradicción y fusión: terror rojo y fascismo, Lenin y Mussolini:

«No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. A veces me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda... Vea que por ahora lo que yo pretendo hacer es un bloque donde se consoliden todas las posibles esperanzas humanas. Mi plan es dirigimos con preferencia a los jóvenes bolcheviques, estudiantes y proletarios inteligentes. Además acogeremos a los que tienen un plan para reformar el universo, a los empleados que aspiran a ser millonarios, a los inventores fallidos, a los cesantes de cualquier cosa, a los que acaban de sufrir un proceso...»10.



En la enumeración de los posibles sujetos revolucionarios, el Astrólogo mezcla categorías, trabaja intencionalmente sobre el desborde de las perspectivas morales, sociales e intelectuales. La logia, por cierto, es un lugar de saber y amoralidad, porque cada uno de sus miembros ingresa por sus méritos intelectuales, con independencia de los valores a los que adhieren o que refutan. Esto se demuestra suplementariamente cuando el Abogado, único personaje que se interroga sobre los valores, se retira de la sociedad secreta.

Ahora bien, ¿cuáles son estos saberes? Técnicos y marginales u ocultos, se vinculan entre sí por relaciones subterráneas. El sueño químico de Erdosain tiene mucho de alquimia; las habilidades del Buscador de Oro, de percepción extrasensible; el discurso del Astrólogo, de ingeniería social y cita bíblica11. Se trata de saberes (en primer lugar el del Rufián Melancólico) que no tienen una legitimación pública indiscutible, ni se integran del todo a una jerarquía socialmente aceptada de conocimientos; se trata de saberes o prácticas que entrecruzan modernidad y arcaísmo, ciencia y paraciencia, empirismo y fantasías suprasensoriales. Son los saberes de los pobres y marginales, los únicos saberes que poseen quienes, por origen y formación, carecen de Saber. En verdad, las ficciones arltianas podrían ser leídas desde la perspectiva de alguien que no posee saberes prestigiosos (los de las lenguas extranjeras, de la literatura en sus versiones originales, de la cultura tradicional y letrada) y que recurre a los saberes callejeros: la literatura en ediciones baratas y traducciones pirateadas, la técnica aprendida en manuales o revistas de divulgación, los catálogos de aparatos y máquinas, las universidades populares, los centros de ocultismo. Prácticas y discursos en busca de una legitimación que, más que competir con los consagrados, crean su propio circuito: allí están los inventores populares (de los que había cientos en el período), como Silvio Astier y Erdosain, como el mismo Arlt, que persigue hasta su muerte el descubrimiento que haga posible la rosa metalizada.

Con los saberes del ocultismo y con los de la literatura, Roberto Arlt inicia su obra, en «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires». Su destino está marcado por una temprana y seguramente salvaje relación con la poesía, por un lado, y con las ciencias ocultas, por el otro. Sin duda, en lo explícito, este texto juzga duramente tanto las formas organizativas de las sociedades teosóficas como los temas de su enseñanza. Da noticia de los circuitos subterráneos de saberes marginales, que no podrían denominarse contraculturales, pero que suplen la ausencia o la debilidad de los circuitos formales. Por los laberintos underground circula de todo: teosofía, psiquiatría, espiritismo, hipnotismo, ensoñaciones escapistas. Arlt los critica porque los conoce, ha frecuentado sus bibliotecas, cita los libros encontrados en ellas y, luego, les opone otro saber técnico, adquirido también en espacios para-institucionales, donde la química y la física se mezclan con la fotografía de los pensamientos no expresados o las utopías alquímicas. Menciona literatura de divulgación que forma parte de la trabajosa biblioteca del aficionado, donde éste se incluye en un dispositivo segundo, una cultura de retazos.

Así es la cultura con y contra la que escribe Arlt: está en los márgenes de las instituciones, alejada de las zonas prestigiosas que autorizan la voz12. La sociedad secreta es una realización narrativa de esta mezcla de saberes. Su modelo formal responde al de los grupos teosóficos, tal como los describe Arlt en «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires», donde se oscila entre engaño, auto-engaño y cinismo, ambiciones desmesuradas y recursos intelectuales miserables, con jefaturas misteriosas y amorales, que gobiernan una organización piramidal estratificada: «El jefe ha de ser un hombre que lo sepa todo», dice el Astrólogo y «Un Ford o un Edison tienen mil probabilidades más de provocar una revolución que un político»13.

La figura del inventor es clave tanto en El juguete rabioso como en Los siete locos y Los lanzallamas. El batacazo, exaltación final que obsesiona a Silvio y a Erdosain, puede alcanzarse a través de un descubrimiento afortunado, la construcción de una máquina o la obtención de una fórmula química: el triunfo del inventor proporciona, de un solo golpe, fama, mujeres y dinero14 Incluidos en esta figura están el saber y el saber hacer prácticos cuyo prestigio es grande en el mundo medio y popular: son años de revistas técnicas, de cientos de patentes registradas, de cursos en instituciones barriales o por correspondencia15. La técnica es la literatura de los humildes y una vía hacia el éxito que puede prescindir de la universidad o de la escuela media. La técnica está, por otra parte, en el centro de una sociedad transformada por el capitalismo y por la inserción de formas modernas en la vida cotidiana: artefactos eléctricos, medios de transporte y comunicación. En el discurso del Astrólogo los inventores pasan a ser los constructores del futuro y, diferenciándose del estereotipo del desinterés científico, pueden apuntar al mismo tiempo al poder tecnológico y al poder del dinero. Son los actores de un mundo moderno abandonado por los dioses, que, en las ensoñaciones más audaces, la técnica podría re-encantar:

«Así como hubo el misticismo religioso y el caballeresco, hay que crear el misticismo industrial. Hacerle ver a un hombre que es tan bello ser jefe de un alto horno como hermoso antes descubrir un continente. Mi político, mi alumno político en la sociedad será un hombre que pretende conquistar la felicidad mediante la industria. Este revolucionario sabrá hablar tan bien de un sistema de estampado de tejidos como de la desmagnetización del acero [...] Crear un hombre soberbio, hermoso, inexorable, que domina las multitudes y les muestra un porvenir basado en la ciencia. ¿Cómo es posible de otro modo una revolución social? El jefe de hoy ha de ser un hombre que lo sepa todo. Nosotros crearemos ese príncipe de sapiencia»16.



El Astrólogo construye su discurso sobre las diferentes funciones de la ciencia. Si ésta ha «cercenado toda fe», se trata, al mismo tiempo, del único recurso por el cual se puede devolver mitos a una cotidianidad destrozada. El inventor puede protagonizar esta tarea gigantesca, porque su saber técnico se coloca, además, por encima de los valores y las ideologías. Es la figuración del futuro en el presente y sus delirios le dan su forma característica a la ensoñación moderna.

Tanto el Astrólogo como Erdosain piensan el saber en relación con el poder. Si para Erdosain, el saber técnico es la llave del batacazo, para el Astrólogo, los saberes (administrativo, en el caso de Haffner; técnico, en los de Erdosain y el Buscador de Oro) abren condiciones de posibilidad y fundamentan un nuevo orden para la humanidad. Los valores son indiferentes; los saberes son indispensables. Los saberes pueden, incluso, crean nuevos valores o nuevos dioses, supercivilizados, que colmen el vacío de magia y mito en el que vive el hombre moderno.

Una pregunta básica de estas novelas es, entonces, de qué modo se puede modificar, por el saber, las relaciones de poder. La revolución imaginada por el Astrólogo es un cataclismo en cuya preparación la sociedad secreta invierte un conjunto de saberes y técnicas. Esta pregunta también podría leerse como la que Arlt intenta responder en su práctica de escritor. La contradicción que existe entre su voluntad de literatura y una formación cultural precaria, tiene que resolverse en lo real y en lo simbólico casi del mismo modo. Arlt inventa una 'respuesta activa' que desencadena un proceso de apropiación verdaderamente salvaje de los instrumentos culturales y los medios de producción literaria. Silvio Astier lee Virgen y madre de Luis de Val y un manual de electrotécnica. «Es síntoma de una inteligencia universal poder regalarse con distintas bellezas», piensa y sus ensoñaciones tienen a la técnica como contenido y, muchas veces, como forma. Se puede soñar porque existe un conjunto de nuevos saberes cuya adquisición aseguraría la anulación de las contradicciones reales (pobreza, privación cultural, límites a los deseos). Si Erdosain llega a pensar que el crimen es su única salida, Silvio también traiciona cuando sus deseos son vencidos por la fuerza de lo real. Pero la narración de ambas novelas ha valorado la técnica y los saberes prácticos como instancias que liberan de las contradicciones lógicas y empíricas.

Arlt recurre a esos misinos saberes para percibir el escenario de la ciudad moderna y representarlo. Los ferrocarriles, las luces de neón, los gasómetros, los edificios de acero y vidrio (que más que registrar, Arlt anticipa) marcan el itinerario del flâneur desesperado. Se trata de un de un espacio urbano modelado por la pobreza inmigratoria, el bajo fondo y la tecnología, en idéntico nivel de importancia. Como lo ha observado Jitrik, la percepción y los sueños se construyen con materiales surgidos del paisaje casi futurista de la ciudad moderna17:

«Triunfaría, ¡sí!, triunfaría. Con el dinero del 'millonario melancólico y taciturno' instalaría un laboratorio de electrotécnica, se dedicaría con especialidad al estudio de los rayos Beta, al transporte inalámbrico de energía, y al de las ondas electromagnéticas, y sin perder su juventud, como el absurdo personaje de una novela inglesa, envejecería...»18



Si es cierto, como lo afirma Shoshana Felman, que la retórica opera no sobre la continuidad sino sobre la «interferencia entre dos códigos, entre dos o más sistemas heterogéneos»19, la de Arlt se constituye en la mezcla contradictoria presente ya en la biblioteca de Silvio Astier: las soluciones imaginarias del folletín y las estrategias, en apariencia más racionales, del saber técnico. Tanto Silvio como Erdosain oscilan entre ambas dimensiones ideológicas, integrándolas y desintegrándolas. Lo mismo sucede con el Astrólogo cuando su discurso se vuelve indecidible entre el delirio revolucionario soreliano y el bíblico. También en el escenario urbano pueden encontrarse las marcas de Sue y la invención del bajo fondo, unidas a rasgos de percepción futurista o cubista.

Por eso, las ensoñaciones arltianas unen la fantasía reparadora del folletín decimonónico (riqueza, amor, gloria) con las figuraciones modernas de la técnica y las estrategias, también modernas, de una política extremista20. De este universo disperso y contradictorio de discursos y escenarios Arlt construye el orden simbólico de sus novelas, donde el léxico de la química, la física, la geometría, la electricidad y el magnetismo le proporcionan una enciclopedia a partir de la que representar también la subjetividad y el paisaje21. Se trata de una formación discursiva22 que organiza un mundo de metales, superficies geometrizadas y operaciones técnicas. Este empleo del léxico tecnológico en la articulación del código referencial y simbólico, encuentra también una sintaxis moderna, la del mensaje telegráfico que, en los límites del sueño y la locura, organiza algunos de los delirios23.

Retórica es la relación de lo finito con lo infinito24. Precisamente en ese hueco, se instala la ensoñación del Astrólogo y las de Erdosain. Transitar ese vacío entre la ausencia de poder y el poder, entre el deseo y su realización es una de las operaciones de la narrativa de Arlt y de Arlt mismo. Cuando «las palabras callan en él», de todos modos las palabras siguen siendo indispensables. Se recurre, entonces, a los léxicos de la modernidad técnica, extraídos de manuales para aficionados pobres, a cuyo inmenso contingente pertenece el novelista.

Arlt representa la locura de la ambición, de la concupiscencia de dinero o de poder con los lenguajes que encuentra a mano: ciencias ocultas, psicología, mecánica, física, química de divulgación, las destrezas del taller del inventor y no las del laboratorio científico. Estos universos referenciales le sirven para poner en escena la ciudad y representar subjetividades de límite: el cerebro destornillado, los cilindros que atraviesan el cráneo, los tornos que comprimen la frente, muescas de masa encefálica que saltan atravesadas por una mecha de acero, estallidos de luminosidad intolerable, terrores oscurísimos como después de una explosión, seres literalmente dinamitados. Atravesados por una dostoievskiana agitación permanente viven pesadillas, ensoñaciones, cavilaciones, estados semi-hipnóticos; se creen dobles, no se reconocen, perciben como el psicótico su propio cuerpo, observan como voyeurs el cuerpo del otro. Arlt pone en escena fronterizos portadores de locuras a-funcionales, que no responden a la etiología naturalista: son extravíos místicos o delirios sin origen en la herencia.

La «vida puerca» es la otra cara de este delirio tecnológico y, también, la otra cara de la ciudad moderna: el paisaje del Buenos Aires inmigratorio. Se opone a la invención también arltiana de la vida fuerte: «Una existencia [...] sin los tiempos previos de preparación y que tiene la perfecta soltura de las composiciones cinematográficas». De la vida puerca se huye por el crimen, la fantasía o el batacazo del inventor. La sociedad secreta es su contramodelo, su máxima refutación. El régimen que construirán sus miembros será una alteración de todos los órdenes que gobiernan la vida puerca. En efecto, tanto el Astrólogo como la profecía de Ergueta auguran ese cambio de lugar de lo alto y lo bajo, lo lícito y lo ilícito, la ruptura de los lazos de servidumbre física y afectiva, en suma, la venganza sobre un orden que es preciso destruir:

«Los tiempos de tribulación (fabula Ergueta) de que hablaron las Escrituras han llegado. ¿No me he casado yo con la Coja, con la Ramera? ¿No se ha levantado el hijo contra el padre y el padre contra el hijo? La revolución está más cerca de lo que la desean los hombres»25.



Cuando Arlt expone Los siete locos en una «Aguafuerte» publicada en El Mundo el 27 de noviembre de 192926 sitúa en la guerra mundial el origen de ese desgarramiento subjetivo que padecen sus personajes, hombres y mujeres de Buenos Aires, que dice haber conocido y que viven en la angustia de su «esterilidad interior». Varias son las razones por las que Arlt intenta este anclaje experiencial y biográfico. No me parece fácilmente desechable que haya pensado que su novela representaba ese estado de conciencia que marcó fuertemente, y no sólo en la Argentina, la posguerra, el ascenso del fascismo y una lectura mesiánica de la violencia revolucionaria. Pero tan importante como esta marca referencial es la convicción que unifica el mundo de los personajes arltianos: «el crimen es mi última esperanza». La certeza enunciada por Erdosain surge de la afirmación de la potencialidad productiva de la transgresión. Los personajes de Arlt «odian esta civilización». Son marginales que afirman, de este modo, su lugar. Despojados de Saber, como el mismo Arlt, buscan en los retazos de saber técnico, en los saberes subterráneos, en las lecturas cínicas o hipócritas de la Biblia, las destrezas que no pudieron adquirir en los espacios consagrados. Allí, Arlt encuentra temas ideológicos y dispositivos de representación. Su narrativa se construye entonces no sólo sobre el folletín sino sobre los novísimos saberes a que acceden los pobres, los inmigrantes, los jornaleros, cuando desean y proyectan lugares diferentes en la vida puerca de la ciudad en transformación.





 
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