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Continuación de las tradiciones progresivas de la Revolución de Mayo

Beatriz Curia





¿Cómo reanimar esta sociedad en disolución?


(4: 124)                


Mayo [...] es el símbolo vivo de nuestra religión social. Mayo quiere decir fraternidad, igualdad, libertad, palabras que recíprocamente se explican y completan; términos idénticos de la trinidad misteriosa que se funde y se encarna en la Democrácia.


(4: 417-418)                


Como antes de Mayo no teníamos Patria, para saber lo que es la Patria era preciso retroceder á la tradición de Mayo, y tomarla como punto de partida.


(4: 333)                


Esteban Echeverría                


La lectura de un fragmento del ensayo de Esteban Echeverría «Clasicismo y Romanticismo» puede resultar orientador punto de partida para un acercamiento a su visión de la identidad argentina:

El espíritu del siglo lleva hoy á todas las naciones á emanciparse, á gozar la Independencia, no solo política sino filosófica y literaria; á vincular su gloria no solo en libertad, en riqueza y en poder, sino en el libre y espontáneo ejercicio de sus facultades morales y de consiguiente en la originalidad de sus artistas [...]. Sin embargo debemos antes de poner manos á la obra, saber á qué atenernos en materia de doctrinas literarias y profesar aquellas que sean más conformes á nuestra condicion y esten á la altura de la ilustracion del siglo y nos trillen el camino de una literatura fecunda y original, pues, en suma, como dice Hugo, el Romanticismo no es más que el Liberalismo en literatura [...].


(5: 99-1001)                


Este párrafo es una suerte de proclama y toda la obra del autor se orienta a cumplir con el propósito aquí enunciado.

En Cartas a un amigo, especie de novela epistolar con fuerte raigambre autobiográfica -tanta, que resulta difícil no tomar el texto como testimonial-, Echeverría transcribe presuntas palabras de su madre en el lecho de muerte:

«Hijo, yo me muero: la Providencia me llama á su seno… Ya mi hora va á sonar: tú te quedas solo en el mundo… No te olvides de mis lecciones..[.] Eres jóven; no te dejes arrastrar por tus pasiones… El hombre debe abrigar aspiraciones elevadas. La Patria espera de sus hijos: ella es la única madre que te queda: A…» y la palabra espiró en su garganta [...].


(5: 24)                


Subraya Katra (20-21) que «Esteban Echeverría no tuvo familiares cercanos que alcanzaran un nivel de protagonistas de la Revolución de Mayo, pero sus escritos transmiten una devoción impartida por la generación de sus padres». El propio Echeverría escribe en el Dogma: «He aquí una generacion que viene en pos de la generacion de Mayo; hija de ella, hereda sus pensamientos y tradiciones; nacida en la aurora de la libertad, busca con ojos inquietos en el cielo oscurecido de la patria, el astro hermoso que resplandeció sobre su cuna» (4: 157-158)2. De igual modo, sus estudios preparatorios, hasta 1823 (5: 448), en el Colegio de Ciencias Morales fueron nutriéndolo del espíritu de Mayo.

Dos años antes del final de su vida, en un «Discurso para la festividad del 25 de Mayo de 1944, en Montevideo» -Mayo y la enseñanza popular en el Plata (4: 412-430)- manifiesta: «La Democrácia, señores, es el angel de fraternidad» que lleva en su diestra la «bandera de Mayo» (429). Mayo ha significado, dice, el triunfo de los principios de libertad, igualdad y fraternidad, inherentes a la democracia, sobre el Antiguo Régimen. Pero agrega:

Cierto es que el principio de la democrácia, inaugurado en Mayo, apareció desde luego consignado en algunas de las instituciones revolucionarias; pero esas instituciones no fueron comprendidas ni se arraigaron y, por consiguiente, poca ó ninguna influencia tuvieron para regenerar moralmente la sociedad, y prepararla al régimen democrático.


(413-414)                





Esta sociedad en disolución

Se sucedieron las guerras civiles, que no significaron sino el enfrentamiento de ambos principios, y el dominio de sucesivos «tiranuelos» hasta culminar con Rosas. Ello fue posible porque la escasa educación impidió que generaciones enteras se consustanciaran con el espíritu de Mayo y supieran que la democracia es el fundamento de una sociedad integrada por ciudadanos libres, con iguales derechos y obligaciones.

No ha triunfado verdaderamente la revolución en ambas orillas del Plata por la ignorancia en que se ha mantenido al pueblo: «No hay salud, no hay porvenir feliz ni progreso sólido para estos países [Argentina y Uruguay] sin esta condición, -la educación del pueblo encaminada á la Democrácia [...]» (424).

Condición que sigue vigente para que los países de América consoliden su futuro.

«¿Cómo reanimar esta sociedad en disolución?» (4: 124), preguntaba Echeverría. Tanto como en 1844, hoy -que tanto preocupan la delincuencia, la desigualdad de clases, la desnutrición y las epidemias, la ineficiencia de los políticos y otros frutos de la ignorancia- es preciso que la educación asuma una función protagónica en la sociedad, como cimiento de cualquier construcción futura. Sin educación no hay democracia. Sin democracia no hay país digno de llamarse tal. Si la educación no se convierte en una política de Estado el edificio social corre el riesgo de desmoronarse.

Echeverría marca un hito en el desarrollo de las ideas políticas, sociales y estéticas argentinas. Fue el introductor del Romanticismo en el Río de la Plata, en todo el espectro de ese vasto movimiento, pero se inclinó de modo particular por su vertiente social. Trató de romper todo vínculo con las tradiciones del Antiguo Régimen, especialmente en las costumbres y en la legislación, para lograr una verdadera «sociabilidad americana». El paso de una a otra era el paso de la dependencia a la libertad, de los dogmas a la razón crítica, de la desigualdad de clases a los principios de igualdad democrática (4: 158-164). Política, ciencia, religión, arte, industria, todo debía «encaminarse á la democrácia, ofrecerle su apoyo, y cooperar activamente á robustecerla y cimentarla» (170).

España había impuesto, junto con su dominio, la religión, la economía, las leyes, la lengua y su literatura. La entera obra de Echeverría se encuentra teñida por su voluntad de crear una literatura propia y original, en una lengua castellana enriquecida por el uso americano, con temas provenientes de la realidad del país y con la finalidad de contribuir, trascendiendo lo estético, al trazado de un perfil argentino.

En su primera lectura en el Salón Literario -que se supone posterior, escrita o revisada en 1846, fecha de publicación del Dogma Socialista- (5:309-336) postula la imperiosa necesidad de constituir un sistema filosófico basado en la realidad argentina -no prestado por la lectura de autores europeos-, una literatura original que sea expresión de la vida social del país y una doctrina política «conforme con nuestras costumbres y condiciones que sirva de fundamento al Estado» (5: 329). En este sentido, la undécima palabra simbólica del Dogma -«Emancipación del espíritu americano» (4: 165)-, proclama: «Somos independientes, pero no libres».




Identidad política

Denuncia Echeverría en el Dogma Socialista que la Revolución de Mayo, fruto del espíritu moderno, se encuentra todavía obstaculizada por el Antiguo Régimen, por las costumbres y la legislación coloniales. Los dogmas, sostiene, deben reemplazarse por el ejercicio permanente de las facultades del hombre y los privilegios han de eliminarse para dar paso a la igualdad de todos los ciudadanos (4: 160-162).

El maestro de la generación del 37 propone en su primera lectura en el Salón que, tomando como base «los tesoros intelectuales que nos brinda el mundo civilizado, por medio del tenaz y robusto ejercicio de nuestras facultades, estampemos en ellos el sello indeleble de nuestra individualidad nacional» (5: 335, las cursivas son mías).

Transcurridas ya casi tres décadas desde la Revolución de Mayo, denuncia Echeverría, desde las páginas irónicas de «Historia de un matambre de toro», innegablemente argentinas, que todavía existen quienes creen

que las leyes españolas atesoran toda la humana sabiduria, como pensaba del Alcoran, Omar, el turco3 incendiario de la biblioteca de Alejandria; y aferrados en esta creencia se queman las pestañas leyéndolas y buscando en sus maravillosos periodos los elementos de una legislacion argentina.


(5: 379)                


Claro está que se refiere a la restauración de las leyes españolas coloniales, meta de Rosas y sus seguidores.

En la segunda lectura preparada para el salón4 (5: 330-369) Echeverría rechaza una aplicación mecánica de doctrinas económicas inadecuadas a la realidad del país. Reconoce la importancia de la industria para el progreso de las naciones, pero subraya que sólo las necesidades llevan a los miembros de una sociedad a ser industriosos con el objeto de poder satisfacerlas. En esos tiempos que vivía el país se generaron nuevas necesidades en sus habitantes, descubiertas en las naciones «progresistas» e industrializadas de Europa, pero sin tener los recursos indispensables para responder a ellas. Faltaban capitales y brazos y sería imprescindible la colaboración de los gobiernos para lograrlos.

No lo aclara Echeverría, pero fueron las invasiones inglesas las que generaron el contacto de los habitantes de Buenos Aires con usos y costumbres europeos, contacto que se fue incrementando con una creciente afluencia de inmigrantes durante las primeras décadas del siglo XIX. Esa presencia extranjera familiarizó a los porteños con ciertas comodidades, generó nuevos usos y, consecuentemente, nuevas necesidades.

Entretanto, propone Echeverría, sería necesario ir aumentando valor agregado a los productos agrícola ganaderos. Hasta ese momento, la política económica se había ido fundando en los postulados de economistas europeos, sin indagar a fondo las condiciones del país, su industria, sus medios de producción.

Nos deja desolados la lectura de estos párrafos, en cuanto la política económica del país ha estado, con más frecuencia de la que sería aceptable, definida por influjo o presión extranjeros -piénsese en la decisiva coacción ejercida en las últimas décadas por el Fondo Monetario Internacional, las grandes potencias mundiales y el mercado financiero- y supeditada siempre a intereses sectoriales o de clase.

Todavía hoy, en plena crisis económica internacional, los conflictos entre industria y producción agropecuaria, entre grandes fábricas o pequeñas y medianas empresas, entre quienes realmente trabajan el campo y los grandes productores, desvelan a la población y a los gobernantes con enfrentamientos que vienen paralizando desde hace años el país.

Los poderosos terratenientes o arrendatarios de inmensas extensiones del «campo nuestro» -así lo denominó algún poeta- no han cedido un ápice en conservar bajo su férula al peón rural, verdadero siervo de la gleba con sus hijos y su mujer, al pequeñísimo productor, que, según ya señalaba Echeverría, era el más explotado: «Los habitantes de nuestra campaña han sido robados, saqueados, se les ha hecho matar por millares en nuestra guerra civil, su sangre corrió en la de la independencia, la han defendido y la defenderán, y todavia se les recarga con impuestos, se les pone trabas a su industria, no se les deja disfrutar tranquilamente de su trabajo ni de su propiedad...» (5: 350)5. Como establece el Dogma socialista, «Todo privilegio es un atentado á la igualdad» y no hay igualdad donde una clase «se sobrepone» y «tiene mas fueros que las otras» (4: 131 y ss.).




¿Afrancesado?

Contra lo que suele ser un clisé aplicadamente repetido por gran parte de los escoliastas de su obra, Echeverría estaba muy lejos de ser un «afrancesado» que deseaba superponer al país pautas ajenas a su idiosincrasia: «Ser grande en política -afirma en la "Ojeada Retrospectiva sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37"-, no es estar á la altura de la civilizacion del mundo, sino á la altura de las necesidades de su pais» (4: 34-35) y también:

[p]ediremos luces a la inteligencia Europea, pero con ciertas condiciones. // El mundo de nuestra vida intelectual será á la vez nacional y humanitario: tendremos siempre un ojo clavado en el progreso de las naciones, y el otro en las entrañas de nuestra sociedad.


(4: 193-194. Las cursivas me pertenecen).                


Bien advierte Katra -y esto no es usual entre los críticos de Echeverría- que:

Mientras otros miembros de la Asociación alentaban una transformación basada en los modelos de Europa y América del Norte Echeverría permanecía fiel a su propuesta de una nueva sociedad que seleccionara los aportes que quería tomar de la modernidad europea para enriquecer la experiencia nacional profundamente criolla e inherentemente mestiza.


(131-132)                


Echeverría estuvo en Francia desde el 27 de febrero de 1826 hasta mayo de 1830. A la par de otros jóvenes de aproximadamente su misma edad, como Víctor Hugo, vivió un período de agudas modificaciones culturales y, como ellos, experimentó no solo el clima de época sino el influjo de los románticos alemanes e ingleses, y, además, de franceses anteriores o contemporáneos. Su pensamiento, sin embargo, no es una mera respuesta a estos influjos. Se desarrolló de manera personal, estrechamente vinculado con su tierra y la situación sociohistórica y cultural de la Argentina (Curia 2005a).

Incluso desde el mundo globalizado de hoy no resulta difícil comprender el carácter modélico que asumía la cultura europea para los países americanos. Europa, sinónimo de progreso, de civilización, era meta de las peregrinaciones de argentinos y otros latinoamericanos ávidos de conocer las novedades que conducirían a su tierra por la senda del progreso6.

En su carta a Alcalá Galiano, de 1847, Echeverría se diferencia claramente de su par francés cuando rechaza la teoría de l'art pour l'art, presente «hasta cierto punto en Víctor Hugo» -en su prólogo a Les Orientales- y la admite sólo en «países solidariamente constituidos, donde el ingenio busca lo nuevo por la esfera ilimitada de la especulación». Por el contrario, «nada progresiva nos parece esa teoría de un poeta de la España revolucionaria y aspirando con frenesí a su regeneración». De donde se desprende, elidiendo el silogismo, que para la Argentina revolucionaria que busca su regeneración es inoperante la teoría del arte por el arte.

Echeverría advierte que la Revolución de Mayo, fruto del espíritu moderno, se encuentra todavía obstaculizada por el Antiguo Régimen, por las costumbres y la legislación coloniales. (4: 161-162). El ejercicio permanente de las facultades del hombre, la razón crítica, abrirá el camino para abolir los privilegios y dará paso a la igualdad de todos los ciudadanos (146-147). Según se ha transcripto en el epígrafe de este artículo, en el Manual de Enseñanza Moral establece el autor del Dogma: «Como antes de Mayo no teníamos Patria, para saber lo que es la Patria era preciso retroceder a la tradición de Mayo, y tomarla como punto de partida» (4: 333).

Diagnostica un vicio en la sociedad argentina «que ha esterilizado los trabajos de la inteligencia entre nosotros» (4: 336). A la falta de acuerdo y de unidad -cada uno se ocupa en «labrar para sí su pequeño mundo ideal o su glorificación»- se agrega lo que hoy denominaríamos el coloniaje mental que conduce a tomar como propias las ideas europeas «sin pensar que no nos pertenecen, y que la labor lógica y normal de la inteligencia en Europa, es muy diferente de la nuestra, de organización y emancipación progresiva» (335).

Echeverría creyó sinceramente que el futuro no debía depender de un trasplante cultural.




Originalidad lingüística y costumbrismo

Toda la obra de Esteban Echeverría se encuentra teñida por su voluntad de crear una literatura propia y original, en una lengua castellana enriquecida por el uso americano, con temas provenientes de la realidad del país y con la finalidad de contribuir, trascendiendo lo estético y, como ya dijimos, a labrar el perfil de nuestra patria (Curia 2001).

Publicada por primera vez en Buenos Aires por El Recopilador de Buenos Aires, el 7 de mayo de 1836, y reproducida el 30 del mismo mes en El Republicano de Montevideo (Verdevoye 2002, 181), la «Apología del matambre» es recogida por Gutiérrez en su edición de las obras de Echeverría (5: 200-208), con el subtítulo «Cuadro de costumbres argentinas». Tal vez esta sea una de las páginas más singulares de Echeverría (cf. Curia 2005b).

En el matambre, manjar de neto origen argentino (Piénsese que todavía hoy, aunque sigue siendo un manjar predilecto en las mesas locales, no se incluye entre las carnes de exportación), condensa Echeverría varios rasgos de lo que podría llamarse nuestra identidad7.

Personificando al matambre, proclama con zumbona arrogancia la superioridad del criollo manjar sobre los platos preferidos por los «de extranjis»8:

Tras lo que ofrece una lectura recta, puede aprehenderse oblicuamente una valoración de la cultura nacional, un deseo de que trascienda las fronteras y sea reconocida, un repudio a la aplicación sin más en el país de lo que no ha surgido genuinamente de nuestra realidad.


Con matambre, afirma, se nutrieron «los pechos varoniles» de quienes «escalaron los Andes, y allá en sus nevadas cumbres entre el ruido de los torrentes y el rugido de las tempestades, con hierro ensangrentado escribieron: independencia, libertad» (203). Este párrafo resulta clave para confirmar que la «Apología del matambre» dista de ser una modesta apología y, por el contrario, responde a los objetivos estéticos y sociales del autor. Como apunta Paul Verdevoye, la Apología... «ilustra una de las intenciones esenciales de Echeverría que aconsejaba la creación de una literatura inspirada en temas locales» (Verdevoye 2001, 181). Pero también torna manifiesta, cabe agregar, la voluntad de enraizar su presente en la memoria.

Esteban Echeverría está lejos de proclamar un aislamiento suicida y menos un nacionalismo xenófobo. Dicho con sus propias palabras: «El Desierto es nuestro, es nuestro mas pingüe patrimonio y debemos poner conato en sacar de su seno, no sólo riqueza para nuestro bienestar, sino también poesía para nuestro deleite moral y fomento de nuestra literatura nacional» (5: 144)9.

Nada fue igual en estas tierras después de Echeverría, quien ya en 1844 reivindicaba para sí con toda justicia el mérito de haber introducido nuevas ideas políticas y estéticas, de haber fundado la Asociación de Mayo, de ser portaestandarte de la democracia, organizador y renovador social:

¿De qué cabeza salieron casi todas las ideas nuevas de iniciativa, tanto en literatura como en política, que han fermentado en las jóvenes inteligencias argentinas desde el año treinta y uno en adelante? [...] ¿Quién a mediados del treinta y ocho promovió una asociación de las jóvenes capacidades argentinas y levantó primero en el Plata la bandera revolucionaria de la democracia, explicando y desentrañando su espíritu? ¿Quién antes que yo rehabilitó y proclamó las olvidadas tradiciones de la revolución de Mayo? ¿Quién trabajó el único programa de organización y renovación social que se haya concebido entre nosotros?


(105. Las cursivas son mías)10                


Aunque existía ya en la sociedad rioplatense un terreno propicio, abonado por diversos aportes de las generaciones anteriores y por inmigrantes de distintas nacionalidades -en especial bonapartistas franceses exiliados-, Echeverría fue la cabeza de la generación del 37, renovó profundamente nuestra literatura y sentó los principios sobre los cuales Alberdi escribiría sus Bases, se construiría el sólido edificio de la Constitución Nacional de 1853, se emprendería la educación popular, se generarían los emprendimientos transformadores de los hombres del 80 y sería posible una exultante celebración del Centenario.

La falta de cohesión entre los argentinos, el desprecio de la memoria colectiva, llevaron luego a una centuria signada por fracasos y enfrentamientos, por el individualismo, por el desprecio a la Constitución, por la destrucción del sistema educativo, por el debilitamiento de las instituciones, por la masificación globalizadora.

El gran aporte de Echeverría consiste en proclamar la necesidad de organizar la sociedad en oposición al caos impuesto por los caudillos que manejaban a sus acólitos sin atenerse a los requerimientos de un país en formación. Desde este punto de vista debe subrayarse que un aspecto esencial del pensamiento de Echeverría lo convierte en uno de los propulsores de que el país fuera gobernado por estadistas. Como resulta obvio, era tarea urgente crear un estado constitucional. Es decir, era preciso elaborar las bases que consciente o inconscientemente desembocarían en una Constitución.

Por algo Alberdi y Juan María Gutiérrez lo consideraron su maestro. El primero fue autor de las Bases y el segundo ordenó las obras completas de Echeverría. En sus años juveniles, ambos se encontraron entre sus notables discípulos y realizaron una obra social y escrita que los destaca con perfil propio. Por lo dicho, tanto el autor del Dogma como los amigos que continuaron su propuesta son precursores de la Constitución de 1853.

En suma, los hombres de la generación del 37 -bien lo señala Carlos Alberto Erro- «adoptaron un común programa ideológico. La situación especial del país en que ese programa debía aplicarse lo convirtió en algo mucho más trascendente y profundo» (9). De modo que si bien las ideas madre fueron las de Echeverría, cabe decir que las compartieron y desarrollaron los más destacados miembros de la Asociación de Mayo. Dada la actualidad de sus propuestas, no resulta aventurado sostener la necesidad de que es hora de convertir en realidad lo que todavía continúa siendo una aspiración.




Grandes destinos

La búsqueda de una imagen identitaria argentina ha signado líneas diversas de pensamiento a lo largo del siglo XX y puede rastrearse con buenos resultados desde las primeras décadas del XIX. Esa búsqueda adquiere hoy una nueva impronta derivada de las transformaciones que se producen en el mundo. La masificación de las sociedades globalizadas, el multiculturalismo, el interculturalismo, la velocidad de las comunicaciones, el uso generalizado de la Web, sitúan al argentino en una interrelación global que a veces desdibuja más profundamente el perfil nacional.

Hace más de un siglo y medio había ya pensadores que, como Esteban Echeverría en el Río de la Plata, quisieron «aplicar al discernimiento de nuestras necesidades morales y políticas la luz de la propia reflexión; al progreso de nuestra cultura intelectual su labor propia; a la consolidación de un orden político permanente, los elementos de nuestra existencia como pueblo o nación distinta de las demás» (ya citado, Primera Lectura...). Lo hicieron con mayor o menor acierto según la presión contextual a que estuvieron sometidos o, para decirlo en términos de Lucien Goldman, según la conciencia posible de cada uno de ellos.

¿Buscaron esa imagen identitaria desde un pensamiento colonizado, con las características estructuras eurocéntricas, modernas y dominantes rechazadas por el discurso crítico que impera en nuestros días? Es posible. A condición, claro está, de no olvidar que el actual pensamiento identitario descolonizador también se mueve con las estructuras propias de la lengua heredada, los paradigmas en ella implícitos y la tradición cultural de Occidente -que impregna tanto a la academia como a quienes infructuosamente tratan de sacudírsela de encima.

La identidad personal no existe sin memoria. Este aserto puede conducirnos por caminos escarpados si nos remitimos a la consideración filosófica de la noción de identidad y las diversas concepciones surgidas a lo largo de los siglos, desde Aristóteles hasta nuestros contemporáneos, pasando por hitos tales como Hume, Kant o los idealistas alemanes. Parece preferible ceñirse a la más elemental experiencia cotidiana. Cuando decimos «yo» no nos referimos solamente a un organismo anatómica y fisiológicamente específico; sabemos que estamos constituidos, además, por todos y cada uno de nuestros actos, pensamientos, sentimientos y sensaciones, por todo lo experimentado a lo largo de nuestra vida. Esto sea dicho sin la mínima pretensión de determinar cuál sea el factor aglutinante de todos ellos. Sin pasado, sin una experiencia reconocible, no somos nosotros mismos sino pura potencialidad. Baste pensar en lo que sucede a quien padece de una amnesia total. Algo semejante ocurre con la identidad de una nación. Sólo la memoria, el reconocimiento de un pasado en común, de tradiciones y experiencias compartidas, que se proyectan sobre el presente y lo tornan inteligible, permite forjar el futuro, es decir otro presente distinto del que es y de los que han sido.

La identidad cultural argentina ya existe, ya está formada -en la medida, claro está, en que la cultura puede estarlo. La cultura es procesual y, si aceptamos que abarca la totalidad de las actividades creadoras del hombre (Isaacson), la permanente creatividad a ella inherente y el decurso temporal van produciendo transformaciones más o menos graduales, que pueden convertirse en mutaciones cuando alguna fuerza extrínseca actúa con violencia. Es el caso de la irrupción de la cultura española sobre la cultura indígena americana.

Sucesivas oleadas inmigratorias con el correr del tiempo fueron imprimiendo su sello a la identidad argentina, juntamente con los múltiples factores convergentes en el proceso histórico. Distintas etnias, distintas tradiciones, lenguas y costumbres se amalgamaron para configurar lo que hoy somos.

Nuestra identidad es compleja. La enorme extensión territorial, el conflictivo emplazamiento natural de los puertos -particularmente el de Buenos Aires-, la heterogénea ubicación de las etnias, su permeabilidad relativa a los influjos externos y al mestizaje, la desigual distribución de la riqueza, los feudos de caudillos de toda laya, la marginalidad, han dado origen a un mosaico variado que es difícil aprehender como unidad. Pero no por ello la identidad argentina no existe. Existe así, con la variedad que le es inherente. No pretendamos pensar su ser como homogéneo ni intentemos avasallar la diversidad en aras de una entelequia. El ser no se construye por decreto.

Tampoco caigamos en el facilismo de detener el hacer mientras pensamos el ser. No podemos negar que tenemos una identidad. No somos ya un país joven, como suele decirse para excusar algunas inmadureces colectivas. La identidad se construye mientras se vive.

Ojalá podamos enderezar el rumbo y llegar al bicentenario de la Revolución de Mayo integrados al mundo y sin perder la conciencia de la propia identidad. Para ello será preciso, sin lugar a dudas, no dejar de lado la memoria.

Dicho con palabras de Echeverría:

[...] es indispensable, para que [las nuevas generaciones] puedan marchar con paso firme y resuelto á la conquista de los grandes destinos de la revolucion [de Mayo], enseñarles -de dónde vienen, dónde están, y hácia que punto deben encaminarse.


(4: 336)11                







Referencias

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