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Correspondencia

José Asunción Silva

Remedios Mataix (ed. lit.)






ArribaAbajoCarta a Jorge Holguín (1884)

Bogotá, 9 de marzo de 1884.

Señor D. Jorge Holguín

Cipaquirá.

Mi querido Jorge:

Deseo que al recibo de ésta tanto Ud. como Cecilia y los niños estén en completo estado de salud.

Como a amigo que se interesa por él, le diré que, después de dejar a mi papá en Honda, el 21, en muy buen estado, tuve el 24 telegramas de Puerto Nacional, sumamente tranquilizadores y que permiten esperar que el resto del viaje le sea benéfico.

De acuerdo con su caballeroso Convenio con él, haré uso de la firma de Ud. en el Banco de Bogotá, el 15 de este mes, para un pagaré por $4.000. Mucho le estimaré que, si para esa fecha no está aquí, dé a Julio sus instrucciones oportunamente.

En la completa seguridad de que, para operaciones semejantes, Ud. preferirá nuestra firma a la de cualquier otro amigo, lo que me hará agradecerle más su oportuno servicio, le anticipo mis más cumplidas gracias y, suplicándole mis respetos para Cecilia, tengo el placer de repetirme.

Su amigo y estimador affmo.,

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a M. Uribe Ángel (1887)

Bogotá, agosto 11 de 1887.

Señor Doctor M. Uribe Ángel, Medellín.

Patriarca muy querido:

En los días siguientes a la muerte de mi papá, al contar a mis amigos, los más cariñosos y los más antiguos, lo echaba de menos a usted y pensaba en el alivio que sería para mí haberlo tenido cerca en tan amarga prueba. Su carta del 14 de junio en algo me ha suplido esa falta al traerme sus expresiones de pena por la muerte de él, y de cariño por nosotros. Nada tiene que decirme de que eso es sincero; yo sé cómo le quiso Ud., lo conozco a usted lo suficiente para estimar en lo que vale cada frase suya. Gracias por ellas, en nombre de mi mamá y de las niñas, que los quieren a usted y a mi señora Magdalena como pocos los quieren.

Usted comprende que, después del abatimiento de los primeros días, yo he tenido una reacción, toda de actividad. Me quedan deberes graves que llenar y me he puesto a la obra con todas mis fuerzas. Si es amargo perder a un padre, y a un padre como él, ¿qué puedo en cambio hacer mejor que la idea de asumir su modo de ser, sus aspiraciones; que la idea de seguir su camino y de llenar su vacío en la familia, por lo menos hasta donde sea posible?

Escríbame tan frecuentemente como pueda. Sus cartas serán buenas compañeras en las horas tristes y me darán fuerza.

Mis mejores recuerdos a mi señora Magdalena; para usted, todo el cariño de su afectísimo amigo invariable.

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Rufino José Cuervo (1889)

Bogotá, l de abril de 1889.

Señor Don Rufino J. Cuervo.

París.

Mi muy respetado amigo:

Se me había quedado sobre el escritorio, sin contestar, su muy bondadosa cartica de 9 de octubre pasado, y hoy aprovecho la ocasión de haber publicado algunas líneas, como prólogo de un poemita de Rivas Frade, que le envío por este mismo correo, para volver a su presencia como dicen los yankees, al reanudar negocios.

A mí mismo me da risa cuando, cogido por alguien y obligado, paso de las liquidaciones de facturas, la venta diaria y los cálculos de intereses, a descansar un minuto en las cosas de arte como en lugar más alto, donde hay aire más puro y se respira mejor; de ver la pluma acostumbrada a hacer números meterse en honduras y borrajear «Críticas ligeras» o prólogos como el de hoy. Por fortuna, la benevolencia no es cosa rara y, cuando escasea, siempre le quedan a uno amigos como Ud. que saben, gracias a una óptica especial, convertir los vidrios en brillantes y estimularlo a uno a seguir por caminos que se alejan del camino real de las zarazas y los paños vendidos por piezas.

Siempre recuerdo con placer nuestras noches de su casa y la acogida cordial y encantadora que encontré en ella. Crea Ud. que cuando así lo recuerdo y pienso en la labor obstinada y enorme de su vida, consagrada a una obra digna de ella, le pido a Dios, muy de veras, que le dé a Ud. fuerzas para coronarla.

Saludo muy cariñosamente al Sr. don Ángel.

Consérvese Ud. bueno y créame siempre su amigo affmo.,

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Rufino José Cuervo (1889)

Bogotá, 19 de agosto de 1889.

Sr. Don Rufino J. Cuervo.

París.

Mi muy querido amigo:

A nuestro común amigo Nicolás J. Casas, que tuvo la fineza de pedirme que le hiciera algún encargo, le supliqué mis más cariñosos recuerdos para Ud. y el Sr. Don Ángel, dados en una visita que les hará en mi nombre, para decirles que ni la distancia ni el tiempo alteran en un punto mi cariño por Uds. ni las encantadoras impresiones de los ratos pasados en su casa en otro tiempo.

Él cumplirá el encargo, con el esmero que pone en todo lo que se refiere a sus amigos; pero no quiero dejar de darle a Ud. las gracias por su última cartica, ni darle gusto a la irregularidad de los correos que impidió que le llegara a Ud. el poema de Rivas, con el prólogo que motivó su última. Por correo de hoy le envío otro ejemplar que espero sea más afortunado que los anteriores. El tal prólogo no vale la pena, en realidad, pero su envío le probará a Ud. que lo recuerdo siempre, y con eso basta.

¿Don Jacinto Gutiérrez Coll está en París todavía? Le suplico a Ud. mis recuerdos para él. Tengo unos para Ud. muy cariñosos, del Dr. Pardo Vergara, con quien hace pocas noches tuve el placer de conversar de Ud. largamente. Ya se imaginará Ud. qué horrores dijimos uno y otro en aquella conversación.

Que esté Ud. bueno, así como el Sr. Don Ángel, al recibo de ésta son los más vivos deseos de su amigo affmo. y s. s.

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Jorge Holguín (1889)

Bogotá 6/9/89.

Querido Jorge:

El pagaré que estaba en blanco al firmarlo Ud. quedó hecho por $700, de modo que en el total es por $4.700 que la firma de Ud. tan solamente ofrecida quedó comprometida con Pardo.

Inclúyole $200 recibidos de Noguera y que desgraciadamente no hubo tiempo de llevar al Bogotá.

De nuevo las más cumplidas gracias por su servicio.

Siempre su amigo affmo. y s. s.

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Hernando Villa (1890)

Bogotá 3/1/90

Mi querido Hernando:

Ni esperanzas en estos días pasados, en que la llegada de carga y la salida de clientes nos han tenido ocupados más que nunca en este tu almacén, de aislar media hora para, en vez de escribirle a Stheinthal pidiéndole cheviottes o a Fould pidiéndole pañolones, coger un pliego de papel sin rayas coloradas y azules y recordarme a todos los encantadores habitantes de esa tu Esmeralda que, así, vista desde esta Bogotá casi desierta y toda gris y lluviosa, se me figura un rincón idílico, lleno de luz y de verde, donde el grupo de habitantes pasean sus perezas de tierra caliente y su buen humor de paseantes. Mi esperanza, ¿sabe? Y lo que has de ver es que, para colmo de colmos, uno de mis dependientes se fue para Tunja, dispépsico como un millonario, y el otro ha estado enfermo aquí, y los últimos días que soñaba yo pasarme por esos lados y tal vez en la deliciosa compañía de Uds. han sido de una ocupación incesante y fatigosa, sin un minuto de descanso, solo casi y con quehaceres para tres. Aquí, liquidando facturas y cortando cuentas y cobrando saldos, he gozado al pensar en que Uds. estaban saboreando sus días de campo.

Y habrán estado como nunca, ¿no? Con esa atmósfera que las representantes del Femenino Eterno en tu casa saben crear alrededor de ellas y que se respira en los perfumes del cuarto de Graciela y que se siente al entrar nada más; con la compañía de Minina y Paulinita y los comentarios Grant Allen o Schopenhauer que Brake le haya puesto a cada una de las trivialidades corrientes que él sabe transformar en sujet de emotion; con los platos que mi Sra. Paulina haya encontrado en La Moda y en que haya bajado el espíritu de Vattel a dar la última mano; con las delicadezas y las bondades de Don Eduardo y con el cariño de los dos únicos admiradores de las Gotas Amargas. ¿Te supones qué días me habría pasado y cómo los echaré de menos?

¿Y tu reumatismo?, ¿te mejoraste del todo?, ¿estás bien? Deseo que vengas hecho un durazno maduro de gordo y de fresco. Cuídate.

Cuídate y dímeles mil cosas amables a tu mamá y a Graciela, diles que tengo nostalgia de nuestros domingos por la tarde, ponme a los pies de Minina y Paulinita, a Sanín no lo dejes leer ni pensar (si puedes), salúdame a los chinos con el ¡bueenoos díaas! de siempre, abraza en mi nombre a Daniel y créeme como siempre tu affmo.

José




ArribaAbajoCarta a Eduardo Zuleta (1890)

Bogotá, 24 de julio de 1890.

Señor don Eduardo Zuleta.

Medellín.

Muy de veras le he agradecido, mi querido Eduardo, su carta fechada el 18 de mayo. Eche Ud., con la genial benevolencia que gasta con sus amigos, a parte buena, es decir, a un gran recargo de trabajos, de facturas que liquidar y de mercancías que vender, mi demora en responderle. De otro modo, un poco desocupado yo, me habría consagrado, en ratos que por cierto habrían sido encantadores, a ennegrecer para usted muchas hojas de papel, y de veras que es placer ése, ¿no? El cigarrillo en los labios, la imaginación suelta, dejarse uno ir y amontonar, en la hoja fina, con la pluma de oro que no se detiene, lo que va viniendo: paradojas disparatadas que trazan piruetas de Clown en que las ideas falsas brillen como brillan los oropeles de los titiriteros; ideas tímidas que medio sacan la cabeza entre las frases, como muchachas bonitas al entreabrir una celosía; sistemas filosóficos que uno mismo echa abajo después, como un castillo de naipes, con un soplo... Pero a que esas cartas las escriba yo, buscando para decirle a usted cosas de arte y adjetivos de todos colores, se oponen, como una oposición de asamblea, todos los centenares de detalles del diario, y las incesantes preocupaciones materiales que hacen de cada uno de nosotros un struggleforlífero1 gravemente preocupado del cambio de Libras Esterlinas por papel moneda y de uno o dos centavos en el precio del café en las últimas cuentas del Havre.

Me dice Ud. que recuerda con cariño a mi gente y los ratos pasados en casa. A voluntad suya queda probármelo, que bastante placer nuestro será volverlo a ver en ella. Para recibirlo a Ud., en la primera tarde que lo lográramos, en el comedorcito que conoce, estarían el borgoña tibio, el champaña helado y todas las convidadas alegres.

¿Conque algunos de sus amigos le preguntan con interés por mí? Esos, a quienes quiero de lejos, a través de lo que hay de tierra de Bogotá a Medellín, me conocen probablemente a través de unas lentes de aumento que se puso Fidel Cano, el poetazo, para decir quién era yo, en unas líneas muy benévolas que escribió una vez como prólogo a cierto poemita mío. Quíteles Ud. todas esas ideas de un José Asunción Silva literato, precoz, y dígales que no tengo que valga la pena sino unos glóbulos de sangre antioqueña (¿semítica tal vez?), y un gran cariño por esa tierra. A veces siento los impulsos del atavismo y pienso que en caso de ir algún día por esa tierra no iría a buscarlos a Uds., los civilizados en Medellín con sus azules de cielo y sus muchachas que leen novelas de Jorge Ohnet, sino que preferiría unos meses de vida D'aprés nature en algún pueblito hundido en el fondo de un valle, donde me dejara arrullar por el acento cadencioso de los paisas mineros y oyera cantar de Vaporas paridas y bebiera por la tarde, después de caminar tres leguas y de sudar dos litros, un trago del bueno, mientras que de una garganta ronca, acompañada del tiple sonoro, subiera por entre lo gris del crepúsculo un bambuco popular y «rudo como las selvas antioqueñas».

A los quince días de esa vida, después de comer muchas arepas doradas como un paisaje de otoño y frisoles, y de encontrarme en los caminos perdidos con los antioqueños de veras que me saludaran diciéndome «Adiooshs Sheñooor», me habría penetrado del alma de la Tierra y la comprendería.

Ya ve usted, mi querido Eduardo, me he dejado arrastrar por la pluma y esta carta no acaba.

Reciba Ud. un cariñoso saludo de los míos y mis mejores deseos por Ud. y sus enfermos.

Una visita en mi nombre al muy querido Dr. Uribe Ángel, y un abrazo estrecho. Siento que no sea Ud. una muchacha de veinte años muy linda, muy rubia y muy rosada, para recomendarle con ese abrazo unos besos para el Patriarca. Ella se los daría con mucho gusto, en la boca fresca, joven todavía, bajo el bigote sedoso y plateado. ¿Los recibiría él?

Conque hasta que vuelva Ud. a escribirme; entretanto, un apretón de manos muy largo y muy estrecho.

Suyo,

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Rufino José Cuervo (1890)

Bogotá, 13 de diciembre de 1890.

Señor don R. J. Cuervo.

París.

Mi muy respetado amigo:

Cuatro palabras, escritas a las 12 de la noche después de un correo interminable, pero que van a llevarle a Ud. mi más cariñoso saludo de año nuevo y todos mis mejores deseos por su salud. Que al recibo de ésta Ud. y el señor don Ángel estén buenos; que su trabajo nobilísimo no se interrumpa y que ese 1891 en que tengo la esperanza de volver a verlo allá y a distraerlo de sus graves tareas, quitándole ratos para mostrarle los ensayos informes de estos últimos años, sea para Uds. un año de felicidad tan completa como la merecen.

Soy siempre su respetuoso amigo y affmo.,

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Eduardo Villa Ricaurte (1891)

Bogotá, 3 de febrero de 1891.

Señor don Eduardo Villa Ricaurte.

Mi muy respetado y querido amigo:

Esta mañana recibí su carta amabilísima y su poema dedicado a mi Muerta Adorada. Lo he leído de nuevo, aquí en mi cuarto que al volver a la vida del diario se ha convertido para mí como en un lugar de recogimiento donde puedo recordarla y pensar en ella. Sus hermosos versos, en que la forma impecable se olvida al dejarse uno -yo mismo- llevar por la oleada desbordante del sentimiento que los dictó, serán para los que no la conocieron lo único de lo escrito que les haga ver lo que fue la maravillosa forma que encerró el espíritu de la que fue mi alegría y la mitad de mi vida. En la estrofa quinta la ha hecho usted revivir con la magia misteriosa de las palabras y la he vuelto a ver, con los ojos radiosos bajo la seda blanca y las líneas animadas por la vida, y en la sexta estrofa he vuelto a respirar el ambiente del cuartico mortuorio; he vuelto a ver el perfil que apenas se destacaba de la almohada -apenas amarilloso y humano- sobre la blancura del lino, y he oído el chisporroteo de los cirios, como en la noche última en que mis besos se enfriaron con el hielo de las manos rígidas y de la frente yerta, ¡como en la noche de que, para mí, no ha amanecido todavía!...

Gracias no por su maravilloso trabajo, sino por haber venido a resucitar en mí las impresiones de esas primeras horas. Usted sabe que no le he huido al dolor y que cada frase, cada palabra que me recuerde el Tesoro perdido es como algo más de luz aglomerada cerca de la figura que queda para mí en el pasado y de la cual me separa la muerte. Me dice usted que sus versos son una flor añadida a las otras; para mí son como una lámpara, una lámpara de sagrario que iluminará la capilla llena de sombras donde la veremos, visión blanca que realice todos los sueños de la perfección femenina y nuestros anhelos de ideal.

Y, luego, ustedes, los que la han cantado, la han hecho alejarse de mí, le han quitado a mi Dolor su parte humana, su parte horrible que me hacía pensar «y si viviera eternamente no la volvería a ver nunca», y me han hecho verla en su verdadera luz, como un ser superior a nuestras diarias faenas, como una viajera que tocó de paso en nuestra tierra infeliz y que, venida de lejos y sintiendo la nostalgia de su patria, no pudo detenerse sino el tiempo preciso para que guardáramos para siempre su recuerdo, como una garantía de que la Belleza y la Bondad no son un sueño ni una creación humana.

Hoy, el irrevocable «Así fue», la aceptación de su muerte como la aceptación de lo irremediable, han triunfado en mí del horror que fue en los primeros días el pensar en la desaparición cruel de Ella.

Murió. Mi vida queda apenas alumbrada por otras luces y no volverá a tener nunca la claridad triunfal de mediodía con que ella la iluminaba. La alegría de los que no han sufrido, el bienestar sencillo de los que no comprenden que al edificar felicidades en la tierra edifican sobre arena, no volverán a sonreírme jamás. Yo sé para el resto de lo que viva que lo más querido, lo más encantador que exista, puede desaparecer en unos segundos, y para siempre temeré la llegada repentina de la Muerte, que viene a arrancar las flores y a romper los vasos preciosos en que bebemos los más dulces néctares. Y sin embargo, seguiré viviendo y volveré; no hoy, porque la herida sangra todavía, pero ¡volveré a soñar con que en la tierra son posibles las felicidades completas! No le he leído todavía sus estrofas a mi mamá, que ha pasado hoy el día mal, pero en su nombre y de antemano le doy a usted las gracias en nombre de ella, que las agradecerá con toda su alma.

Después de que ustedes se fueron, al día siguiente, estuve mal y apenas he vuelto a salir de antier para acá. Por fortuna mis fuerzas han salido ilesas de estos días horribles y de las veinte noches de insomnio que le siguieron a la última noche acompañándola muerta. En las últimas dos he dormido y hoy he vuelto a ocuparme de negocios, no sólo sin repugnancia sino con entusiasmo al pensar que la vida diaria es la única higiene posible después de un exceso de sufrimiento, tan agudo y tan superior a lo humanamente soportable, como ha sido el que he atravesado. Hoy comprendo que el tiempo no borrará de mí jamás su recuerdo aun cuando viviera cien años, pero que, al pasar, irá suavizando lo que en los primeros momentos fue un dolor tan agudo como esos dolores físicos que al prolongarse producen un vértigo en que se pierde el sentido.

¡Si usted supiera el bien que me ha hecho con su carta y con sus frases de cariño! Para remplazar lo que fue el de ella, para no sentir la debilidad de mis fuerzas, hoy necesito, como un convaleciente del espíritu -del corazón más bien-, manos en que apoyarme y brazos que me sostengan para emprender otra vez el camino marcado con su tumba, hacia la cual volveré siempre los ojos... Y al emprenderlo de nuevo, mi deseo, mi más vivo deseo, es que los que como usted se acercan para decirme frases que hacen sentir otra vez el calor de la vida, no sepan nunca jamás lo que es dolor como el que vino a doblarme.

Dele a Graciela, en nombre de Julia y en el mío, mil y mil gracias por la encantadora cartica que le escribió. ¡Yo no sé qué felicidades desearle cuando pienso en su sensibilidad exquisita y recuerdo que es tan difícil ser feliz y tan fácil ser desgraciado!

Póngame a los pies de Paulina, de Virginia y de Paulinita. Hágame el favor de pedirle a Paulina que, contraviniendo todas las fórmulas, apenas vengan las iré a ver y a buscar en su casa la atmósfera que sólo se respira allá y que será como un anestésico aplicado para mi tristeza de hoy.

Saludo muy cariñosamente a Daniel y Hernando. Ellos se reirán de lo frío de la frase; usted tradúzcasela en su lenguaje para que no les parezca tal. A Eduardito y Germán mil cosas de cariño, y para usted, que ha querido con sus versos adorables hacerme gozar al hacerme sentir todo lo perdido con la muerte de aquella de quien no nos olvidaremos nunca, mi más afectuoso y cordial abrazo de agradecimiento.

José A. Silva

PD. No he visto a Sanín para decirle que le entregue a Laverde Amaya, para la Revista Literaria, el manuscrito de la «Última flor». Apenas lo vea lo haré así. El mío lo guardo como algo precioso.

Siempre suyo,

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Guillermo Uribe (1891)

Estimado Sr. Guillermo Uribe:

En estos últimos meses de 90 y primeros de 1891 se coloca un episodio que no dejo pasar por alto porque usted insiste en él, con singular insistencia, en su grata de 25 de enero. Me recuerda usted, con lujo de detalles, que me suministró usted, en 31 de diciembre, $5.917 para atender a un compromiso grave; en 13 de enero, $150 para gastos de mi casa, y a principios de febrero $600 para pagar el entierro de mi hermana. Después de relatar estos hechos, me dice: «Recordará usted con cuánto retardo y dificultades conseguí la devolución de estas sumas, prestadas por pocos días». Yo recuerdo esto: el 31 de diciembre me prestó usted $5.917. El día 1 de enero fue fiesta. El día 6 de enero cayó mi hermana enferma gravemente, no volví a salir de mi casa hasta el día en que la llevé al cementerio. En seguida, moribundo de dolor y de sufrimiento, caí en cama, no pude moverme en muchos días. Vencido de dolor, no podía coordinar dos ideas, no podía pensar. Una mañana entró usted a mi cuarto a aconsejarme que tuviera fe, que le rezara a nuestra señora del Carmen, que leyera un libro místico que traía usted en la mano, y que saliera a ocuparme de mis negocios. No podía, en realidad: los músculos no me sostenían, tenía el alma destrozada; yo comprendía que usted estaba urgido por su dinero, pero no podía devolvérselo en ese momento. No podía pensar sino en que Elvira estaba muerta; ¿qué quiere usted? Por un supremo esfuerzo de la voluntad volví a mis negocios. Al abrir el almacén fueron a cobrarme el entierro de mi hermana, no tenía en caja $600 que me pasaban de cuenta. Le supliqué a usted que me los prestara. Era grave mi situación en esos momentos, se me habían vencido varios plazos, me cobraban con urgencia, estaba débil, postrado por el sufrimiento que me había causado mi desgracia. Hablamos varias veces, trataba yo de arreglar mis dificultades. ¿Qué me aconsejó usted? Que, aprovechando de las buenas disposiciones y del cariño que se me había manifestado con motivo de aquello, me presentara proponiendo arreglos. Deseché su consejo; me pareció muy hábil, pero me dio asco pensar en especular con mi situación dolorosísima...




ArribaAbajoCarta a Rufino José Cuervo (1892)

Casa de Ud., en Bogotá, 25 de septiembre de 1892.

Muy querido y respetado amigo:

Acabo de leer en El Criterio de hoy el editorial «El Diccionario de Cuervo», y aun cuando el parabién debería dársele no a usted sino a la pobre tierra y al iniciador de la idea, lo tomo de pretexto para reanudar la correspondencia con Ud., interrumpida por mi grave desgracia de enero de 1891, y, con la esperanza de saber de Ud., de su interesantísima salud y del señor don Ángel, borrajeo estos cuatro renglones.

Hace dos días, preguntándole a nuestro común y muy querido amigo don Nicolás J. Casas por Uds., me dijo que tenía carta suya, de Brunen, y que la salud iba bien. No se juntan en Bogotá Casas, Juan E. Manrique y el infrascrito sin que los nombres de Uds. y el recuerdo de los buenos ratos pasados en casa de Uds. en París dejen de sonar en la conversación, que se ameniza con sólo nombrarlos.

¿Cómo va Ud. en cuanto a salud? ¿Su tarea gigantesca de benedictino no lo ha agotado? ¿Esas salidas al campo, en los veranos, reparan el incesante desgaste de su economía?

Son puntos importantes esos para quien ha tenido la fortuna de ser favorecido por Ud. con su benévola amistad y contará entre los buenos días aquellos en que, robándole unos instantes a su tarea, envíe Ud. por correo cuatro letras diciendo que está bien.

¿Qué decirle a Ud. de mi vida? La misma siempre. Voy ahí saliendo de una lucha temible en mis negocios que me ha llenado la cabeza de canas y el alma de pesares. De cuando en cuando, un rato robado a las facturas para soltar el alma al potrero, como dice Fallón. Muchos trabajos, más trabajos, y lecturas en los instantes aprovechables.

Tenga Ud. la bondad de decir de mi parte mil cosas cariñosas al señor don Ángel, y créame Ud. como siempre s. s. s. y respetuoso affmo. q. b. s. m.,

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Rafael Uribe Uribe (1892)

Bogotá, 3/1/92

Triplemente grata su carta del 20, mi querido Rafael. Sé por ella que no me olvida Ud., que Luisita me conoce de nombre y que esas cinco sílabas del mío se confunden en esa cabecita con el color azul de los ojos y con el oro del pelo de la muñeca; sé además que un Uribito, futuro traductor de herejías y desmontador de montañas vírgenes, se asimila un litro diario de leche bien sana y respira el aire tibio de Medellín. Las tres noticias me representan un bienestar semejante al que le darían a Renan, en el seno de la Gran Madre, el conocimiento neto del resultado de aquellas tres cuestiones que lo intranquilizaban al escribir el prólogo que con maestría tradujo Ud. ¡Que Ud. me quiera más de día en día; que Luisita no tenga en la vida impresiones menos agradables que la de la muñeca que dice papá, y que Carlos Eduardo herede los nervios, los músculos, el carácter y el corazón del suyo! Ese trío, con este otro que fije en su casa el bienestar que yo le deseo, son mis deseos de año nuevo para Ud. y para los suyos!

Le nombré a Renan. Aquí entre los dos podemos conversar en confianza, ¿no es cierto? El día en que supe de la muerte del viejo fue para mí un día de melancolía suprema. De noche, solo, aquí en el cuarto donde tuve el placer de tenerlo a Ud. unas horas, pasé unas cuantas pensando en ese inmenso espíritu que había dejado nuestro pobre planeta tierra. ¡Con qué odio se han ocupado de su muerte todos los fanáticos de todos los fanatismos! ¡Cuántos años se necesitarán para que el cultivo intelectual de las masas permita que se le estime en su justo valor! ¡Cómo se habría sonreído el viejo si hubiera leído las frases con que han contado su muerte los sacristanes!

Muy de veras le he agradecido el envío de su discurso. Voy a leerlo seguro de encontrar más ideas en esas 34 páginas que en diez tomos de literatura corriente.

Se queja Ud. de que fue obra de sus momentos desocupados, de las horas nocturnas robadas a sus faenas del diario y me dice Ud. que lo hará mejor cuando el struggle sea menos fuerte. No lo dudo, pero como mis escasos escritos han sido obra también de esos ratos robados a las realidades apremiantes, me imagino el placer con que Ud. lo escribió y en todo caso lo felicito por él. Los ratos que los strugleforlíferos le robamos a los quehaceres del diario tienen un encanto especial si los invertimos en esas tareas. ¿Qué nos importa que el público nos aplauda o nos silbe si logramos hacer vivir así en nosotros mismos dos individualidades, la una que lucha con las realidades triviales y la otra que se complace en el arte? ¿Cree Ud. que un literato de profesión, un gendelettre, como dice Faguet, siente la fruición que sintió usted al volver de sus plantíos por la tarde, y arrinconar sus ideas de cosechas y de siembras, y ponerse a cincelar sus frases?

Le agradezco en el alma sus buenos deseos respecto de mis arreglos. Ya casi salgo. Me queda modo de trabajar y comenzaré con más fuerzas que antes. ¿Llegaré a buen puerto? Qui lo sa... Está esta plaza tan agotada; la incertidumbre respecto del valor del papel es tal, que nadie ve claro. Confío en que mis esfuerzos me permitan reorganizar los negocios y que vengan años de mayor tranquilidad que los anteriores. ¡Bien necesito que así sea!

Los amigos para quienes me recomendaba Ud. su saludo lo han recibido y se lo retornan con todo cariño. Es Ud. muy afortunado. Por donde pasa deja Ud. una huella honda de simpatías; el apretón de su mano no se olvida; el contacto con su naturaleza, varonil y noble, deja una impresión confortante en estos tiempos de vulgaridad y de canallería. Aquí, después de su ausencia, hemos hablado de Ud. frecuentemente con frases de entusiasmo sincero. ¡Y tenga presente que los del grupito que comió con Ud. aquella tarde son gentes que razonan sus entusiasmos y que los ponen en manos seguras!

Dígale a Fidel Cano todas las simpatías que tengo por él. Él me cree poeta, yo lo creo eso y muchísimo más, un muchísimo más que no creo que deje de justificar el futuro.

Le repito mis deseos de año nuevo. Sea éste bueno para Ud. en todo sentido. Reparta en su casa entre los chiquitines unos cuantos besos a nombre mío, póngame a los pies de mi Sra. Sixta Tulia y créame, como siempre, S. S. S. y amigo affmo.,

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a Rafael Uribe Uribe (1893)

Bogotá, 7 de junio, 1893

Sr. Don Rafael Uribe Uribe,

Medellín.

Rafael querido:

Como Crapper cuando extendía las piernas y dejaba que ondearan al aire las espirales de la pipa, yo parrandeo a veces, unas haciendo Gotas amargas y Cuentos negros de aquellos que crispan al amigo Robles, y en otras, traducciones que realizan el viejo adagio traduttore-traditores. De éstas empeñóse Jorge Roa en hacer un tomito para la Biblioteca Popular y me obsequió veinte ejemplares tirados en papel fino. No se extrañe de encontrar bajo cubierta dos de ellos que van con la súplica de que, guardándose uno para Su Señoría, le envíe el otro a Fidel Cano, diciéndole mil cosas cariñosas de parte del traductor.

¿Y qué es de su vida, mi coronel? ¿Sigue Gualanday produciendo caña, y la caña miel, y la miel entradas? ¿Cómo va el ferrocarril? ¿El estómago se decide a elaborar todo el ácido necesario para que las digestiones se hagan como las de un Regenerador? ¿Cómo van la señora y los niños y el [...]? A todas esas preguntas responderá Ud., detallada y minuciosamente, bajo pena de suspensión temporal de relaciones, y agregará a ellas dos o tres cuentos que tengan sabor del plano de Medeyín, y un estudio psicológico sobre Rafael Uribe Uribe.

Un apretón de manos muy cordial y mis respetos más cumplidos para la Sra. (c. p. b.) y mis mejores deseos por todo lo suyo, alma y cuerpo, negocios y estudios.

José A. Silva




ArribaAbajoCarta de José asunción Silva (bajo el seudónimo Amira), al director de El Telegrama de Bogotá (1894)2

Señor Director:

En La Neblina correspondiente al 26 de mayo, periódico literario que ve la luz en Lima, aparece un artículo titulado «Rubendariacas» en el cual se reproduce, apropiándosela, la donosa y ya popular poesía de uno de los ingenios de esta corte, que publicó no hace mucho tiempo uno de los periódicos de esta capital, y que principia:


Rítmica Reina Lírica. Con venusinos
cantos de sol y rosa, de mirra y laca
y polícromos cromos de tonos mil,
oye los constelados versos mirrinos,
escúchame esta historia Rubendariaca
de la Princesa verde y el paje Abril,
      Rubio y sutil.



Reclamamos, pues, esta intencionada poesía, protesta espiritual y enérgica contra el desborde de ciertas musas enfermizas, y sobre todo contra la imitación de este estado morboso que amenaza invadirnos con grotesco, novísimo gongorismo fin de siécle.

El artículo a que nos venimos refiriendo tiene la siguiente nota al pie, que no deja duda alguna de que encontró la poesía un padre adoptivo en las encantadas orillas del Rímac: «Este artículo lo debemos a la pluma de un eminente escritor nacional». Parece también ser éste un caso de Oxyderkesia, que decía el doctor Ricardo de la Parra. Todo puede suceder.

Suya afectísima,

Amira.




ArribaAbajoCarta a su madre Vicenta Gómez y su hermana Julia Silva Gómez (1894)

Cartagena, 21 de agosto de 1894.

Mis viejitas queridas:

Les telegrafié de Villeta, de Honda y de Yeguas al tomar el vapor; he hecho un excelente viaje, estoy aquí desde ayer al mediodía, sin el más mínimo tropiezo o inconveniente, bajo una impresión muy agradable de la ciudad y del modo como me han recibido, que no esperaba en absoluto, por cierto.

Al salir ayer del hotel tropecé con Hernando Villa. Media hora después me había presentado a tres sujetos: los tres me presentaron a seis cada uno, cada uno de ellos a otros cuatro, todos de lo mejor de la ciudad; total: esta mañana tuve quince visitas, dos invitaciones a los dos clubes, varias a paseos al campo, una para una visita mañana donde cantará la famosa Conchita Nicolao; esta tarde había a la puerta del hotel cuatro personas con sus coches peleándose por cuál me llevaría a pasear; esta noche al entrar he encontrado botellas de vino tinto, damajuanas de ron, ¡qué flores para mis versos, qué abrazos, qué acompañarme dos o tres a cualquiera diligencia! ¡Vaya una gente amable, alegre y familiar! «Tú» para acá y «tú» para allá y «mira tú» y «oye tú», y cada cinco minutos una invitación a tomar brandy o champaña, y yo tuteando «hasta al arzobispo», como dicen allá, y dejándome festejar como un bendito.

La ciudad es curiosísima. Las casas del centro, los templos, el castillo de Bocachica y el de San Felipe son viejas y monumentales construcciones españolas; todas de piedra, con cada piedra como una cantera y un lujo de solidez formidable. Los barrios nuevos, fuera de las murallas, El Pie de la Popa y El Cabrero, se componen de bellísimas quintas de madera pintadas de blanco y rodeadas de jardines exuberantes, llenos de acacias florecidas, de habanos rojos y blancos, de árboles de reseda (la reseda aquí es árbol), de una enredadera maravillosa que llaman resucitado, de grandes flores sedosas y purpúreas. Todo eso, sombreado de palmas de coco que con sus hojas dentelladas cortándose sobre el cielo azul profundo y con lo verdoso del mar que se ve a la distancia y la blancura de las quintas, le da al paisaje un aspecto de Oriente.

El mar envuelve la ciudad, la circunda, la abraza con su oleaje suave, suavísimo; se aparece aquí al volver una esquina, allí al cruzar una calle, más allá al entrar a una plaza. Con toda su fealdad, el bajo pueblo negro es más atrayente que el nuestro; la gente se mueve, grita, chapurrea inglés, francés, no tiene el dejo terrible de nuestros pobres sabaneros.

El secretario privado del doctor Núñez ha sido uno de mis cortesanos de hoy. Me ha dicho que hace noches hablaron de mí y que el doctor se expresó en términos muy amables. A pesar de eso no he querido ir a verlo, esperando a José Manuel Goenaga.

De Calamar, un pueblecito sobre el río, donde se abre el brazo del Magdalena llamado el Dique, por el cual se navega antes para venir a Cartagena, arranca el ferrocarril construido por Mac-Comico y que está en servicio desde hace quince días. Es una impresión curiosísima la que produce la vía férrea con sus rieles rígidos, sus carros de viajeros mucho más elegantes que los de la Sabana, sus empleados americanos, en fin, todo un tren de ferrocarril yankee cruzando por entre el paisaje virgen de altísimas yerbas, de bosques llenos de árboles seculares, donde enormes enredaderas dejan colgar sus festones, donde las palmas de coco se doblegan bajo el peso de la fruta. El ferrocarril con sus locomotoras, sus carros y sus empleados parece hecho en otra parte, traído y colocado en este lugar como por encanto. A pesar de eso, el viaje resulta fatigante y monótono, es un mismo paisaje ante los ojos durante horas y horas, siete horas de incesante movimiento que cansan como un día de de mula.

Aquí en Cartagena asombra la grandeza de la obra llevada a cabo por los españoles. Sucede como en Bogotá: toda obra importante es del tiempo de la Colonia, pero ¡qué obras! Las murallas que le hacen a la ciudad como un inmenso cinturón de piedra, y que costaron sesenta millones de pesos oro, son dignas de cualquier plaza fuerte española: hay un palacio viejo, el de la Inquisición (donde habita hoy Martínez Bossio), con una puerta de entrada tan alta como la de la Capilla del Sagrario, y en las abras un golpeador de hierro, trabajado a martillo, hecho para que golpee con él un gigante, y sobre la portada un escudo de España, tallado en piedra, de 2 metros de alto; el antiguo convento de San Juan de Dios es dos veces más grande que el de Santo Domingo en Bogotá. En fin, una maravilla sobre la cual han pasado tres siglos, ¡sin sacudirlo de sus bases enormes!

Enrique Román, el hermano de doña Sola, gobernador del departamento, me ha resultado amigo íntimo, habla de ustedes como si hubiera vivido en casa. Es uno de los entusiastas de mi literatura. No se rían ni lo tomen a vanidad si les cuento que él y diez o doce más me han dicho de memoria «Las dos mesas», «Suspiros», «La serenata», «Azahares», en fin, todo lo que he publicado. Los versos a Rubén Darío los dicen veinte o treinta. «Rítmica reina lírica» forma parte del saludo que me hace cada persona a quien me presentan. Yo me río de la fama literaria, pero, francamente, no deja de ser cómodo que lo conozcan a uno de nombre y que le traten con las consideraciones con que me tratan.

Calculo detenerme unos diez días más para poder hablar con el doctor Núñez.

Mis viejas queridas y encantadoras: hace apenas diez días que nos separamos y me parecen diez meses. A cada paso, a cada minuto, las echo de menos, y no hay paisaje simpático, ni flor fresca, ni edificio grandioso, ni frase amable en que no las eche de menos y en que mi placer no se enturbie al pensar que ustedes no ven, no oyen, no respiran «eso» que a mí me halaga. ¡Las necesito junto a mí, y no descansaré hasta el momento en que las sienta a mi lado!

Les escribiré por próximo correo contándoles mi visita al doctor Núñez y a su señora. Ella es una entusiasta loca de la belleza de Elvira: tiene un retrato, y me ha mandado decir que al ir a verla le lleve lo que yo tenga. Al doctor Núñez le voy a llevar varios libros de esos que dice Vicenta que sólo yo conozco y que él no tiene y está muy deseoso de conocer. La quinta en que vive en El Cabrero es una lindura, pero una lindura, con grandes jardines de palmas y de flores y estatuas. Anoche, al pasar por ella en coche, ya estaba encendida la luz eléctrica en el jardín, y las lamparitas, radiosas entre las negruras del follaje, producían un efecto feérico. Ustedes no tienen idea de la simpatía y sencillez de costumbres de la gente de aquí. Nada de tiesura, nada de «pose». Doña Sola tiene en la calle de Lozano una cigarrería y otra en otro lugar y un cochecito de alquiler por horas. Enrique Román, el gobernador, se pasa todos los ratos en que no está en la Gobernación en su botica despachando él mismo. Es muy simpático eso y lo hace a uno descansar de los tipos artificiales y llenos de pretensiones que tanto abundan en esa ciudad, de todos los tontos que están creyendo que la elegancia consiste en ser de palo y se sienten todavía estropeados del porrazo que se dieron al caer de las estrellas.

A Sanín le escribo por este mismo correo haciéndole un encargo. Al viejo Vargas Vega, mil cosas amables. Escriban largo, piénsenme como yo las pienso y reciban muchos abrazos y muchos besos de su

José




ArribaAbajoCarta a su madre y hermana (1894)

Cartagena, 2 de septiembre de 1894.

Mis viejas queridas:

Les entregará esta carta el doctor Goenaga, quien de palabra les dará informes míos diciéndoles que estoy bien, que incesantemente pienso en ustedes y que me hizo feliz su telegrama del día último. Antes del de esa fecha les había puesto tres, preguntándoles cómo estaban porque no quería irme sin saber de ustedes. Creo que seguiré hoy mismo o mañana por un vapor italiano, incómodo pero muy rápido, que me pondrá en la Guayra y no en Puerto Cabello, como había pensado, porque en caso de preferir esta segunda vía sería con el objeto de detenerme en este lugar y en Valencia, programa que no me halaga nada por estar ya cansado de abrir y cerrar baúles y maletas y tener gran deseo de sentirme en mi puesto y tomar posesión del destino. Al llegar a Caracas les telegrafiaré para tenerlas tranquilas.

Después de mi carta han seguido las atenciones y amabilidades de que les hablaba en ella: paseos por la mañana a caballo a los puntos de vista de las cercanías, un almuerzo en casa del gobernador que ha sido muy amable conmigo. Diferentes amigos han venido a buscarme para hacer visitas por la noche, entre ellas un señor Escobar, secretario de gobierno del departamento; y casi no ha habido momento en que no tenga visitas de gente conocida y bien reputada. En tres noches en que he sido invitado a su casa, he tenido ocasión de oír a la tan ponderada Conchita Nicolao, respecto de quien toda ponderación es poca. Jamás hemos oído nada parecido como voz en Bogotá. Es una cantatriz de primer orden.

Tres visitas he tenido ocasión de hacerle al doctor Núñez, que me han permitido llevar a cabo la idea que tenía de hacerme conocer y asegurar así probabilidades de seguridad en la conservación del destino. Sin vanidad, creo haberle producido buena impresión. No le habría dado importancia alguna a la acogida que él y mi señora Soledad me hicieron sin la circunstancia de que anoche me llamó a su escritorio, me entregó una carta de su puño y letra, muy expresiva de recomendación para el general Villa, y me invitó a colaborar en su periódico El Porvenir, lo que prometí hacer desde Caracas. El doctor Núñez está ahora profundamente preocupado con el viaje a Bogotá, del cual ya ustedes tendrán noticia, y no admite más tema de conversación que la política actual. Ríanse, mis viejas queridas: en las tres ocasiones en que he estado a verlo, yo, que jamás me ocupo de eso en Bogotá, he conversado de política continuamente con él. Es un hombre sorprendente y al oírlo se comprende el prestigio profundo que ha ejercido sobre el país. Su viaje a Bogotá (o mejor dicho a Cundinamarca, porque irá a Junca o a Tena) es cosa decisiva en la marcha de los sucesos venideros. Tengo buenas esperanzas de que la situación mejorará con él y si, como lo creo, el viaje representa una reorganización del gobierno con mezcla del partido independiente, no dudo que la presencia de algunas personas en los ministerios hará que se pueda pensar en posibilidades que hoy por hoy serían imposibles.

Me ha tocado una época excepcionalmente caliente; las lluvias de fines de agosto se han retardado y hasta los mismos cartageneros se quejan de la temperatura. Deseo mucho la llegada a Caracas para cambiar un poco de clima. Contra mi voluntad, porque quería escribirles largo, muchísimo más largo, tengo que cortar ésta. Escríbanme muy largo, contándome mil y mil cosas de ustedes, solamente de ustedes; cuídense mucho, piénsenme como yo las pienso y reciban muchos abrazos y besos de su

José




ArribaAbajoCarta a su madre y hermana (1894)

Caracas, 17 de septiembre de 1894.

Viejas mías encantadoras:

Se va Calvo, el yerno del general Villa, y con él ésta. Del 13 a hoy todo ha ido bien y ninguna impresión mala ha desvirtuado las de mi anterior carta. Hice con el general Villa las visitas del cuerpo diplomático, donde no pude lucir mis habilidades porque el general no habla inglés, ni francés, y habría estado yo inconveniente si hubiera sacado el juego. Estos caballeros del gremio, ministros de Alemania (Barón Bodman), Caballero de Almeida e Vasconcellos (del Brasil), Wattin, Ledegank, Massone, Haselton, me las han devuelto ya y creo haberles caído bien, porque aquí en mi cuarto han pasado cada uno de ellos su bonita hora, hablando conmigo en su lengua y muy entretenidos.

Anoche estaba yo en el teatro, viendo La vida es sueño de Calderón, al lado de la mujer más linda de Caracas que me había convidado a su palco (la señora de Enrique de Álamo), 20 años y dos ojos como los de Vicentica, cuando comencé a ver que el Barón de Bodman, ministro de Alemania, me hacía señas llamándome. Ahí pasé el último acto entre todos esos señores diplomáticos, todos muy gentiles. Los periódicos me han mandado sus números y el redactor de El Cojo Ilustrado vino antenoche a pedirme un artículo para acompañar un retrato de Núñez que publica en el próximo número. El Cojo es un periodicazo mensual, con grabados en colores a la europea, muy elegante y ahí saldrá el mes próximo mi artículo sobre el Viejo del Cabrero. Haré una cosa sobre el doctor [Rafael] Núñez y para el doctor Núñez, y con eso está dicho todo. Sigue otro sobre don Miguel Antonio [Caro].

Antes de anoche, invitación de De Sanz (mi amigo de París) y de su novia para el teatro; anoche, De Álamo y su mujer; ayer, almuerzo de Ricardo Pereira; esta noche, invitación a casa de las Ponce de León de aquí, que valen las de allá. Toda esta gente amable, mimosa y obsequiosa como no hay idea. ¿Qué me falta, que siento vacío, angustia y malestar? Ustedes, mis viejas queridas, Marquesa peliblanca y Julia querida, porque por todas partes y en todo tiempo y lugar, como dice el Astete, me siento en el aire cuando no las veo.

Esta carta es muy corta porque el 24 les escribo también y por conducto de Calvo tengo que escribir una partida de cartas para Bogotá, buscando negocios.

Gran repartición de saludos poniendo en primera línea tres especiales: Vargas Vega, Sanín y Gutiérrez, a quienes escribo el 24. Adiós mis encantos queridos, las beso con toda el alma.

José.




ArribaAbajoCarta a su madre Vicenta Gómez (1894)

Caracas, 26 de septiembre de 1894.

Mi vieja encantadora:

Hace tres días recibí sus cartas de fecha 1, la carta seriota de la vieja que comienza: «Mi muy querido hijo», y la carta fin de siglo de Chulita. Desde el día que les escribí con Calvo hasta hoy, no he vuelto a salir sino de aquí a la Legación y de la Legación aquí, y digo eso porque la Biblioteca Nacional y el archivo quedan ambos en estas calles y esos han sido mis únicos lugares, a pesar de que he recibido invitaciones de los dos grandes clubs, y varias de los diplomáticos, con los cuales (el Barón Von Rodman, el Ministro de Alemania y Haselton, el Plenipotenciario de los Estados Unidos) estoy en los mejores términos.

«¿Y qué ha hecho tan encerrado?», preguntará la Marquesa de pelo blanco... «La literatura de este niño», dirá frunciendo el entrecejo. Pues bueno, mi vieja, he escrito, para que salga en el número del día 1 de El Cojo Ilustrado, una magnífica revista que publican aquí y donde escriben los mejores, una biografía del doctor Núñez con juicio crítico de sus obras en prosa y verso y estudio psicológico en que pinto a Cartagena y hablo de doña Soledad y de su señora madre; en fin, un trabajo como hasta ahora no se había hecho sobre él, que me ha venido a resultar una tarea monumental, porque tuve que leerme el tomo de versos, el tomo de artículos políticos, buscar datos, etc., etc., lo cual, si me lo junta con los quehaceres de la Legación, que son bastantes, y las visitas, que me llueven, me ha tenido toda la semana pasada más ocupado de lo que he estado nunca. Esta mañana se fue por fin el borrador a la imprenta (40 páginas). Del número en que salga sólo mandaré a Bogotá un ejemplar para que ustedes lo lean y se lo muestren a Gutiérrez para que diga: «Es que Josesito Silva es muy bestia».

Da la casualidad de que Herrera Irigoyen, el director de El Cojo, tiene listo el retrato de don Miguel Antonio y me ha pedido la biografía. En la semana entrante la comienzo y con motivo de ella, pidiéndole datos, le escribiré, cumpliendo así la recomendación de mamá Blá.

Aquí corté esta mañana para ir a la Legación y al pasar por el correo entré por curiosidad a ver si había algo en el apartado, donde encontré su cartica que mandaron con Unda. Me hizo feliz por un rato, pero me tiene aterrado lo malo de las comunicaciones. De Cartagena les escribí el 22, más o menos, y resulta que el cinco no habían recibido... Tengo la esperanza de que las cartas llegarían el día en que esperaban el cablegrama que no les puse y que eso las tranquilizaría mientras recibían mi primera carta de Caracas. Aún a una distancia tan corta como la que nos separa, la ausencia es una atrocidad, mis viejas encantadoras. Si no me embruteciera a punta de trabajo como hasta ahora, me desesperaría sin ustedes. Afortunadamente, este mismo malestar producido por la separación va a hacer que no pierda ocasión ni minuto para desarrollar el plan de traérmelas; ni pienso en otra cosa, ni quiero, ni puedo pensar sino en la hora de vernos.

Aquí iba cuando llegan el general Villa y su hijo con la noticia de la muerte del doctor Núñez, y se han estado aquí una hora comentándola; ya yo la tenía desde anoche por Pereira. Ustedes pueden comprender la impresión que ella me ha causado.

Corto aquí por temor de la hora de correo. Cariñosísimas saludes para todos los amigos y para ustedes una lluvia de abrazos y besos.

José




ArribaAbajoCarta a Rufino José Cuervo (1894)

Caracas, 7 de octubre de 1894.

Señor don Rufino J. Cuervo,

París.

Mi muy querido amigo:

Desde hace un mes en ésta, después de haber liquidado mis negocios en Bogotá, sirviendo la Secretaría de nuestra Legación en Venezuela. Al llegar, visité nuestro común amigo don Jacinto Gutiérrez Coll, confiado en que habría tenido él buen gusto de informarme de usted con frecuencia, y en que me podría dar razón de Ud. y de sus trabajos. Resulta que no es así, de lo que en último resultado me alegro porque tengo ocasión de pedirle a Ud. los informes que necesito acerca de don Rufino J. Cuervo y del señor su hermano.

¿Cómo está usted? Hace años que carezco de noticias directas suyas, y me habla lo relativamente corto de la distancia que nos separa para obtenerlas frescas. Quiera Dios que sean buenas, como lo espero, y que su salud no se haya resentido de su incesante trabajo.

Tengo la esperanza de aprovechar los ratos desocupados que me deja la Legación para continuar mis pobres trabajos literarios, interrumpidos por el struggle for life de los años anteriores. Cuando recuerdo la benevolencia con que oía Ud. mis versos de muchacho en París, siento un calorcito íntimo que me estimula a concluir varios poemitas empezados que forman parte de un libro con que vengo soñando desde hace cinco años y del cual hay una parte considerable hecha y casi lista. No pude traerme a mi familia, reducida hoy, como Ud. Sabe, a mi madre y una hermana, y voy a tener necesidad de pedirle al opio literario que amortigüe un poco lo amargo de la separación.

Confío en saber pronto de Ud. en respuesta de ésta. Cuénteme de su salud, cuénteme de su labor enorme, de su vida, porque todo eso me inspira inmenso interés. El cariño de hace años y la impresión ennoblecedora que me dejaban los momentos pasados con Ud. están vivos. Róbele unos minutos a su trabajo y dedíqueselos, que bien sabrá agradecerlo, a su amigo affmo. y respetuoso que lo recuerda siempre.

José A. Silva

P. D.: Mis mejores recuerdos al Sr. D. Ángel.




ArribaAbajoCarta a Baldomero Sanín Cano (1894)

Caracas, 7 de octubre de l894.

En todo este mes (y no le costará a usted trabajo creerlo, mi querido Baldomero, si considera la prise de possession de los asuntos de la Legación, los obligatorios paseos para conocer los sitios más o menos interesantes, los detalles de la instalación material) sólo he dispuesto de tal cual momento para escribir a casa. Tengo ahora más horas libres y las aprovecho para conversar coeur ouvert con usted, lo que, gracias a nuestra larga intimidad intelectual, es para mí una necesidad premiosa, después de estos dos meses de encierro en la Torre de Marfil.

¡Y si supiera usted qué horrible prisión es la Torre de Marfil, cuando el encierro voluntario se convierte en prisión! El yo se afirma mostrándose no sólo en los bárbaros que aúllan para sentirse vivir, sino en los aprendices del «Hombre libre» o Uebermensch. Encaramado uno en su torre con el puente levadizo levantado, y oyendo a todos los commisvoyageurs, generalotes chiverudos, elegantes, más o menos charolados y perfumados gens de lettres, contarse, hacer su biografía, exhibir sus yoes de cargazón, con suprema impudicia e ingenuidad infantil, ilustrar el relato con toda especie de datos fisiológicos, llega un momento en que comienza a pensarse si la humanidad no es más que eso, y necesita acordarse de que existen los maestros, de que hay un universo intelectual y artístico, en fin, algo que no sea lo que está por delante. Quite usted tal cual rato de conversación con Ricardo S. Pereira, que habría sido delicioso cuarto para una comida en casa de Castillo, y que se vino de Bogotá con el desagrado de no haberlo conocido a usted; quite usted tal cual rato de conversación femenina en que el brillo de los ojos y de los dientes y el color sonrosado y las muequecitas acariciadoras de cualquier ella le hacen a usted olvidar si el ruidito de la voz que sale de la boca fresca y rosada debe o no debe de significar algo, y en el resto de los diálogos emprendidos o mejor dicho sufridos por su atento y seguro servidor, éste se ha limitado a excitar a los adversarios con «¡No me diga usted eso!... Cuénteme detalles porque eso es muy interesante... ¡Cómo, cansado! No, señor; léame usted otros... ¿Y eso le sucede a usted frecuentemente?... Con que cuatro en una noche, ¡ah!... ¿Quién lo viste a usted?», obteniendo en respuesta narraciones de treinta minutos encabezadas respectivamente así: «Sí, señor, es que yo soy un hombre de carácter violento (o dulce, o alegre)... Le contaré a usted; por allá a principios de 1856, estaba yo, etc... Comenzaré con un romance titulado "Desesperación" y después le mostraré veintiocho sonetos del estilo de los de Numa P. Llona... Yo escribo and so forth...». Bueno, ese papel de cultivador de la chifladura ajena a cambio del reposo interior y de que el adversario no le interrumpa a uno con el Pardon! Mais sur ce point je vois que nous avons des idées absolument opposées de Carlos M., viene siendo desesperante a la larga. El adversario lo juzga a uno un joven muy estimable y uno un idiota, pero quien sale ganancioso es él.

Su previsión respecto de lectura literaria y científica resultó en parte exacta. Priva el gusto bizantino (de los que creen que Bizancio era una cosa de comer) y Arturo A. Ambrogi, Pedro Pablo Figueroa, Ernesto O. Palacios, Abraham Z. López Penha van en la primera página de los diarios, ¡tan campantes!

De Rubendaríacos, imitadores de Catule Mendés como cuentista, etc., de críticos al modo G. pero que no han estado en Europa, y de pensadores que escriben frases que se pueden volver como calcetines y quedan lo mismo de profundas están llenos el diarismo y las revistas. En cuanto a la poesía lo haría a usted feliz si tuviera tiempo de copiarle algunas muestras. Y lo más curioso de todo es que en conjunto la producción literaria tiene como sello la imitación de alguien (inevitablemente) y que si usted tiene la paciencia de leer no encuentra una sola línea, una sola página, vividas, sentidas o pensadas. Hojarasca y más hojarasca, palabras y palabras, como decía el melancólico príncipe.

Si curioso usted de darse cuenta del porqué se da el trabajo de estudiar un poco la psicología de los productores, la razón salta a la vista: cultivo científico y lectura de los grandes maestros, 000; vida interior y, por consiguiente, necesidad de formas personales, 000; atención siquiera al espectáculo de la vida, ¡cero partido por cero! Unas imaginaciones de mariposas, una vida epidérmica.

La vie épidermique avec tous ses frissons, que no puede dar otro resultado. Curiosísimo todo eso para verlo por un rato, pero inspirador de unas melancolías negras cuando recuerda uno las frases del cabezón, de José Ignacio, de Brake o del Indio.

Anoche, después de haber recorrido todas las librerías y la biblioteca nacional, perdida la esperanza de encontrar un libro legible (las librerías tienen como fondo a Pérez Escrich, de Padua, Pilar S. del Marco y traducciones de Gaboriau), tuve una sorpresa deliciosa. Hay una biblioteca pública, perfectamente desierta a toda hora, fundada por un señor Revengo, donde se encuentra usted completos a Renan, Taine, Melchior de Vogüe, Bourget, Rod; toda la serie de la Internacional de Emilio Aglavé, ¿recuerda?, Spencer, Wundt, De Roberty, Secchi, etc., todo Ribot, todo Paulham, todo Guyau, en fin, una mina de oro inverosímil, por donde fui caminando de sorpresa en sorpresa, pellizcándome para ver si no era un sueño, hasta dar con Barres, Chiampoli, d'Annunzio, Trezza, la Serao, Graff... ¡Juzgue usted mi felicidad! Entre eso y un mundo de revistas y libros que he pedido a Inglaterra y Francia y de los cuales va usted a ser partícipe, voy a pasar los ratos que me deje el trabajo de la Legación, bastante pesado por cierto.

Necesito estudiar mucho y regar con toda especie de abonos violentos el jardín interior para no sentir tan intensamente el vacío de esta vida, en que la separación de V [icenta, su madre] y Ch [ulita, su hermana Julia], de ustedes, los excelentes amigos de allá, son causa de malestar espantoso. No sospechaba yo ciertas provincias de mis dominios interiores, esterilizadas por los sufrimientos anteriores y por tanto malestar de los dos últimos años. ¿Creerá usted que en este lugar, donde nadie vive en la casa, lleno de placeres fáciles y donde el oro, según dicen todos los que llegan, se va solo de los bolsillos, se me han pasado cuatro, cinco días, sin abrir el portamonedas, y muchas noches en mi cuarto, al modo bogotano, un libro en la mano, los cigarrillos turcos y la taza de té sobre la mesa de trabajo, y sin sentir no digo la impulsión, la posibilidad de la impulsión que me hubiera llevado a una alcoba o a cualquier distracción de esas con que se divierten todos?... Hay momentos en que da miedo casi sentirse uno tan dueño de sí mismo y tan insensible a los móviles corrientes de la acción, tan incapaz de una calaverada bestia y sabrosa, que diría Gutiérrez.

El femenino aristocrático indeciblemente delicioso, ¿oye, Brake? Un modo, una familiaridad de buen tono, una mezcla de dejo tropical y de la elegancia parisiense (porque han vivido en París), unas caritas pálidas, con los ojos que brillan como diamantes negros y las bocas frescas como fresas; unas vocecitas arrulladoras y todo eso en decoraciones de Julio Duval, el tapicero del Boulevar Montmartre; y bronces legítimos y toilettes venidas por el último correo que no le dejarían nada que desear al feminista más exigente. Por ese lado lo que hay compensa ampliamente lo que falta por los otros. Ya tengo tres salas de las más difíciles de abrirse a los extranjeros, donde me siento en ambiente y donde gracias a la bondad de los dueños me han recibido como a amigo viejo.

Muy diferente ésta de nuestra pobre tierra, en el sentido material. Llega hasta aquí un reflejo de la organización europea, y nadie mira a nadie, y cada cual vive su vida y ésta en lo material (aun juzgada desde lo exiguo del sueldo de un secretario de la Legación) es cómoda relativamente. Tiene usted movimiento incesante en la ciudad, una corriente de extranjeros que pasa llevándose aquellos malos elementos que tanto atormentan todavía allá, y si la situación financiera es mala, porque lo es a no dudarlo, quedan, como causa para explicarla la reciente revolución que dejó ruinas por donde quiera y, como esperanza de mejora, las vías de comunicación fáciles, la moneda de oro conservada como tipo, y el cambio a la par y el gobierno muy preocupado del progreso material y con hombres muy cultos en los primeros puestos. La paz parece afianzada por largo tiempo y no pesan sobre este país todos los problemas políticos que agobian al nuestro. La exportación va en aumento y la gente que entiende la cosa, entre los comerciantes más importantes, confía en la buena marcha de los negocios para el futuro.

¡Ha pasado un mes desde que llegué y me siento como avergonzado de no haber ideado todavía uno que me permita sacar unos cuantos millones de bolívares en limpio para traerme a V y a la Ch! Usted que, a Dios gracias y para bien de su alma, no es ambicioso, no sabe cómo es la fiebrecita de ganar dinero que le entra a un struggleforlífero cuando le pasan por las manos onzas peluconas y luises nuevos y se acuerda de que lo que corre en su tierra son los papelitos grasientos y el níquel de a media. Convide al maestro Vargas Vega a hacerle una novena a San Marcos el Romano, por mi intención, a ver si en el curso de un año encuentro yo el primer negocio fructuoso.

Deseo que me escriba usted diciéndome qué impresión ha causado y qué comentarios ha ocasionado la autorización dada por el Congreso de Venezuela al ejecutivo para la ejecución y cumplimiento material del laudo. No me contento con lo que digan los periódicos y le pido informes.

Para corresponder a esta interminable carta, róbele usted unas horas a sus quehaceres diarios e infórmeme de usted, de sus lecturas, del viejo Vargas Vega, a quien le dará un abrazo en mi nombre, de José Ignacio, Laureano García y Roa, a quienes saludará por mí. Cuénteme hartas cosas, dígame las malas ideas que se le hayan venido a la mocha en estos noventa días; envíeme las señas de Mauricio Uribe, en París y Nueva York; oriénteme respecto de lo que haya encontrado que valga la pena en libros alemanes y mándeme una noticia de los que usted cree que me atraerán y de las revistas que usted recibe para solicitarlas, pues la que usted me dio en el camino la perdí. En la semana próxima comienzo a tomar mis lecciones con un doctor Ernst, hombre muy inteligente y a quien me ha recomendado el encargado de negocios de Alemania, y si usted me la manda, los libros vendrán a tiempo para el estudio práctico.

Le suplico que me escriba largo. Recuerde la soledad interior en que vivo y la necesidad que tengo de usted para no embrutecerme.

Día 8: Aquí iba, cuando, camino de la Legación, entró el correo y encuentro en mi apartado su gratísima del 17 de septiembre venida con retraso fabuloso. Prefiera para escribirme los correos del l3 y 25, únicos directos como lo son los de aquí de las mismas fechas.

Millones de gracias por sus dos pliegos.

El coma intelectual que usted teme es mi preocupación constante. Puesto que tan acordes estamos tratemos de combatirla escribiéndonos y contándonos uno a otro.

Me dice usted que leer las mías será una manera de ver Caracas, y caigo en la cuenta de que ésta se va sin realizar sus ilusiones. Voy a tratar de enmendar la plana:

Una plaza-parque, las calles laterales más altas que el centro de ésta, con el piso pavimentado de mosaicos de piedra artificial. En el centro la estatua ecuestre del Libertador sobre un pedestal de mármol negro, y en las eras árboles coposos cuya verdura oscura refresca el ojo cansado del gris plomo, del gris azuloso, del café claro de las construcciones vecinas, mediocres arquitecturas de adobe ornamentadas de cartón pasta y pintadas al óleo. Un capitolio que ocupa otra manzana: adobe y cartón pasta, pero concluido, no como el nuestro en estado embrionario, con los respectivos jardincitos, verjas de hierro, surtidores, etc. Ahí me tiene usted el centro. Pueble los bajos de las casas altas de botillerías radiosas, de cafés a la parisiense, de joyerías con el brillo de las piedras sobre el rojo o lo negro del terciopelo; anime eso con mucho coche, así, así, ellos; suelte dos tranvías o tres por esas calles, y estamos. Las calles del comercio, construcciones bajas, oficinas, almacenes, con un injerto de la calle de la Ropa (la de cerca al mercado de Bogotá), y de las calles de Honda. Ahora, si usted se separa de ese centro, el resto de la ciudad es uniforme; el Camellón de los Carneros, con las ventanas de las casas rasgadas hasta abajo, el piso empedrado y, por excepción, tal cual edificio alto. Si la casa es elegante, pavimento de mosaico (zaguán de los baños de Guananí), palmeras de California en el patio, decoración parisiense y adentro las caraqueñas antes descritas. Si la casa no es elegante, barriles de flores sin flores y mesunas pálidas, anemiadas, con ojos muy negros y color muy Odilon Redon, sentadas en mecedoras de bambú, dándose aire con abanicos japoneses de a real. ¿Estamos?... En la población indígena, enervada por la suavidad de la temperatura, fundido y mezclado ya mucho elemento exótico; en las esquinas mucho tipo alicaído, manienbolsillado, esperando a ver qué sucede, como en las esquinas de Medina Hermanos. Por cielo unas veces, como hoy, gris monótono como el de Bogotá y la llovizna aquella de Paul Verlaine:


Il pleut dans mon coeur
comme il pleut sur la ville,



y otras un azul radioso y cálido, pero azul de veras. Al horizonte los Andes (cantados por tanto hombre de buena fe), pero no aquellos pelados ya grises que dominan a Santa Fe, sino más verdes y menos imponentes y con menos frío en el color. Por temperatura la de Guaduas, una temperatura bromuro, capaz de calmarle los nervios a Galindo. Sintiéndola he llegado a pensar que Galindo se fue de aquí porque no tenía fuerzas para gritar y comenzaba a dudar de su yo.

Le mandaré en alguna de mis próximas cartas croquis a pluma de tipos (lado masculino) que a buen seguro lo divertirán. Como en todas partes sucede, hay un grupo cosmopolis que toma té, se lava con Pear's soap, se viste en Londres, lee a Bourget, etc. Eso, bien visto, no es interesante y lo encuentra usted en toda capital. Eso se llama aquí Boulton, Eraso, White, Olavarría, y es eso lo que estoy frecuentando con el cuerpo diplomático. El encargado de negocios de Alemania: un baroncito rubio, el pelo al rape, los ojos azul pálido, las manos finísimas, que lee a Wundt y viaja por la cordillera; un ministro francés, gran cráneo pulido y liso, enorme barba castaña, sedosa, ojos verdosos, con la nostalgia de San Petersburgo y de su nieve, que dice a media voz versos de Poushkin y lee a Tolstoi en ruso y ha recorrido las estepas en troika y con seis años de vida petersburguesa viene siendo un eslavófilo furioso. Bueno, eso no es lo que hay que ver. Son otras cosas, las locales, ¿sabe? Chiveras, charreteras, ajos que fluyen como una hemorragia por la boca gruesa; odios furiosos de resto de las luchas pasadas, pretensiones que se exteriorizan en cruces y condecoraciones... ¡Curiosísimo, curiosísimo!

Gracias a una dieta de femenino con que tonifiqué los nervios hasta el clonismo, a tres tazas diarias de Pekao Tipan legítimo, a mucho estudio de derecho internacional, de interview permanente en busca de negocios y de esperanza de llegar a hacerlos, confío en que podré pasar mi tiempo, en que cada día vale por seis meses por la ausencia de V. y Ch. Si una combinación que vengo preparando sale, en seis meses podré traérmelas. Supóngase usted la vida de hotel, la entrada a las once de la noche por los corredores desiertos al cuarto frío y trivial, las comidas frente a un libro, ¡la idea permanente de una enfermedad de ellas!... Atroz. Pero cuando recuerdo los dos últimos años, las decepciones, las luchas, mis cincuenta y dos ejecuciones, el papel moneda, los chismes bogotanos, aquella vida de convento, aquella distancia del mundo, lo acepto todo con la esperanza de arrancar a mis viejas encantadoras de esa culta capital.

Día 11: En dos gramos de tinta que quedan entre el tintero se me quedan unas líneas sobre la muerte del doctor Núñez, una llana sobre un libro monumental de Charcot, que usted no conoce, Les malades et l'art, admirable, ¿oye?, otras sobre Baudelaire (Les petits poémes en prose y Les Paradis artificiels), algo sobre páginas desconocidas para mí de Taine, Todo eso irá au furt et a mesure. Solo me dejan tiempo las numerosas ocupaciones de la Legación para suplicarle que al escribirme me diga usted cómo ve el horizonte después de la muerte del doctor Núñez y para encarecerle que les diga a las Cristanchos que el nombre de su hermano, que ellas creen que está en Caracas, no figura en el libro de registro de la Legación, que lo estoy averiguando para encontrarlo y ver cómo y en qué les puedo servir, lo que me será muy grato.

Un abrazo muy estrecho y mis mejores deseos para toda su psicofísíca.

José A. Silva




ArribaAbajoCarta a su madre y hermana (1894)

Caracas, 22 de octubre de 1894.

Mis viejas encantadoras y lindas:

He descansado, como si me hubieran quitado un peso de encima, al recibir sus deliciosas carticas del 1 en respuesta de la primera mía escrita. Me parecía que ya nunca había de llegar esa carta que me dijera que estaban tranquilas. Por arte de calabazas, Colombia y Venezuela les deben a ustedes un servicio muy importante, a saber: desde el mes de marzo en adelante estarán unidas por telégrafo, de modo que se pueda telegrafiar de Bogotá a Caracas y de Caracas a Bogotá pagando a razón de un real las diez palabras. Ustedes preguntarán ¿por qué se lo deben a ustedes? Pues por una razón muy sencilla: porque el Secretario ha escrito a Santander pidiendo al gobernador del Estado que prolongue la línea telegráfica del lado de allá hasta encontrar la de San Antonio que va del lado de acá. El jefe de Telégrafos le ha dicho que en enero se comienzan los trabajos y, como allá le aseguran que comenzarán inmediatamente, está seguro de que dentro de tres o cuatro meses podrá saber diariamente de sus viejas queridas. La cosa es famosa para el comercio de la frontera, pues hay una multitud de dificultades que quedan zanjadas con ese hilo telegráfico, y en todo caso es un bello adelanto. Mi patrón [General Villa, Ministro de Colombia en Venezuela] se había pasado aquí dos años sin que se le ocurriera la idea, y al hablar yo por primera vez con uno de los empleados del Ministerio de Relaciones Exteriores, para ver si adelantábamos la cosa, y nombrarle al patrón, me soltó una carcajada: «¡Pero si a él no se le ocurre nada!», me dijo. Ayer fui a ver al Encargado de ejercer el Poder Ejecutivo, mientras está el general Crespo en Maracay, y a un señor Feliciano Acevedo, muy simpático y muy moderado. No conoce a mi patrón y me preguntó dónde vivía porque no lo sabía.

En todas las casas donde tengo amistad tampoco lo conocen en absoluto; los colombianos liberales que están aquí no lo pueden ver por cuestión política, y nunca lo visitan; los colombianos que no tienen grandes entusiasmos políticos, es decir, los más inteligentes, no están contentos porque no luce él, ni sabe darle brillo al nombre de la tierra. Lo cierto es que cualquiera que tiene qué hacer con la Legación no se va a su casa, sino que viene aquí a mi cuarto y sale muy contento. Ha habido días en que el trabajo comienza a las ocho de la mañana y termina a las cinco y media de la tarde, hora en que llego a buscar al patrón; y lo saludo de abrazo y me saluda idem, idem; resulta que él se ha pasado el día durmiendo y sacando solitarios. ¿Exquisito, no, mis viejitas?

Las mujeres de Caracas son encantadoras; todas las que me han presentado me han atendido espléndidamente, especialmente Elena Bunch y las Erazos, quienes ayer me invitaron a la gran quinta de la familia donde pasamos la tarde. Verdaderamente yo estoy muy agradecido de toda esta gente. Es una continua serie de amabilidades, de atenciones, de elogios, que comienzan en el portero y los sirvientes del hotel y acaban en los grandes salones, donde han sabido que me gusta el té, y sirven té, contra la moda de aquí. Indudablemente esta acogida tiene que ser buen augurio para mis planes; yo tengo la esperanza de lograr con el tiempo el nombramiento de Ministro, pero mientras tanto estoy pensando en la manera de lograr instalarnos y vivir. No pienso, ni puedo pensar, sino en estar pronto con ustedes.

No he recibido ni un solo periódico por el último correo; siempre en las cartas de ustedes díganme qué periódicos me mandan: estoy, salvo un párrafo de la carta de Vicentica, perfectamente a oscuras de política.

Mi vieja encantadora: perdóneme si tengo que cortar ésta al comenzarla apenas y cuando tenía intención de escribirles pliego sobre pliego. El Ministro me manda llamar y estoy seguro de que me detendrá hasta la hora del correo. Les encargo muchas cosas de cariño para los que me recuerden y las beso y las abrazo con toda el alma.

José




ArribaAbajoCarta a Rufino José Cuervo (1894)

Caracas, 7 de noviembre de1894.

Al señor don R. J. Cuervo.

Mi muy querido amigo:

Han venido tres personas, a quienes me interesa mucho complacer, a preguntarme dónde pueden comprar sus Apuntaciones críticas y los tomos del Diccionario de Ud. Yo sé que José Vicente Concha tiene en Bogotá el Diccionario para la venta; pero ignoro dónde se encuentren las Apuntaciones. Como las comunicaciones entre Venezuela y Colombia son muy irregulares y es difícil remesar fondos a Bogotá, he preferido dirigirme a usted para preguntarle con qué librero pueden esos señores entenderse en París para solicitar una y otra obra. ¿Será usted tan bondadoso que al mismo tiempo que me suministra ese dato me indique el costo de una y otra obra?

En vista de lo conocido que es el nombre de Ud. aquí y de lo que estiman sus trabajos y de lo difícil que es conseguirlos aquí, me tomo la libertad de hacerle una indicación y una súplica. Aquí hay una casa española de librería (Puig Ros Hermanos) sumamente respetable y bien rica. ¿Por qué no le hace Ud. un envío, siquiera en calidad de ensayo, de algunos pocos ejemplares del Diccionario y las Apuntaciones? Como Ud. sabe, el cambio sobre Europa está a la par aquí, este es un buen elemento de venta, puesto que no se recargan los libros con el deprecio del papel, como en Bogotá, o con el de la plata, como en México o Centro América; sus libros no pagarán derechos porque aprovecharemos para ellos la franquicia diplomática, haciendo que vengan por conducto de la Legación. ¿Habrá público que los compre?, me preguntará Ud. Yo me atrevo a decirle que sí, puesto que al saber que soy colombiano y que tengo el honor de ser su amigo han venido a preguntarme cómo pueden conseguirlos. En todo caso, habrá más público que en Bogotá, donde todo artículo al computar el precio por papel, con el cambio del oro al 300, viene resultando con un valor babilónico.

Para evitar el envío de volúmenes por el correo, camino incierto y problemático, lo he arreglado todo, previniendo el caso de que Ud. quiera hacer un ensayito enviando muy pocos ejemplares. La casa M. Vengoechea & Co. (3 Rue d'Hauteville), que Ud. conoce, despacha para un señor Hernández de aquí, que me ha ofrecido sus servicios para lo que yo quiera hacer venir de París, de modo que si Ud. quisiera enviarles a Puig Ros Hermanos unos ejemplares, Ud. no tendría más que hacer sino enviarlos a casa de Vengoechea & Co. rotulados a mí (advirtiendo que le hablen del asunto a Hernández, que sigue para París por el vapor del 24 de este mes), para que Hernández los haga empacar con sus mercancías. Al llegar aquí los libros yo se los consignaría a Puig Ros dándole los precios que Ud. me indique, para que los ponga a la venta. El producto de ésta, menos su comisión, se lo enviaría a Ud. el librero en giros del Banco Venezuela o de Boulton Bliss & Dalet, (que son ambas firmas de 1.ª clase sobre París).

No lo inquiete a usted el pequeñísimo gasto que haría yo en la venida de los libros, pues éstos sólo pagan aquí $0.05 de derechos de importación por kilo. Ud. ve que no es ruinoso.

Hasta ahí la indicación. Ahora viene la súplica. Yo le suplico que envíe unos cuatro o seis ejemplares de una y otra obra, en la forma que le dejo anotada. Quiero que conozcan qué hombres da mi tierra; y al efecto, al venirme, logré que Rafael Pombo, Diego Fallón, Jorge Isaacs, Ismael Enrique Arciniegas, el señor Caro, en fin, cuanto tenemos de más ilustre como poetas, me dieran composiciones inéditas para hacerlas publicar aquí. Ya han salido algunas en una hermosa revista ilustrada quincenal que tienen aquí y han regado la fama de nuestras letras. Ahora le he escrito a nuestro muy querido Juan E. Manrique y a todos los médicos bogotanos pidiéndoles sus tesis, monografías y demás trabajos, para hacerlos conocer en esta ciudad. Quiero hacer sonar los nombres colombianos que honran a Colombia por estas regiones. Dejando Ud. por un instante su modestia aparte, ¿cree Ud. que hay algo que yo pueda hacer con más entusiasmo que sus libros?

Confío en que Ud. atenderá la súplica que me permito hacerle, y me ayudará en mi empresa. En todo caso, Ud. verá en estas líneas el sentimiento que me las dicta: mi entusiasmo por Ud. y por su obra colosal.

Todavía un favor que tengo que pedirle: deseo que conozcan aquí a Gómez Restrepo, a quien no conocen. Como no sé dónde está y es seguro que Ud. tiene noticias de él, me permito suplicarle que Ud. le encarezca que me envíe su librito de versos, si para él es posible. Puede enviarlo por correo, recomendado. El tamaño del tomito lo permite. Quiero que me mande también, en recortes, las poesías que haya publicado después del tomo. Todo eso lo haré reproducir en la revista de que le hablo. Especial empeño tengo en eso porque considero a Gómez digno de gran fama por la elevación de sus concepciones poéticas y la delicadeza purísima de sus formas. Yo le agradecería a Ud. mucho que al hablarle o al escribirle lo saludara Ud. afectuosamente en mi nombre.

Ricardo S. Pereira, que está aquí y vive conmigo, llega en este momento a mi cuarto, y al saber que le estoy escribiendo a Ud. me recomienda que lo salude muy expresivamente en su nombre.

Perdóneme Ud., mi querido amigo, todo el tiempo que le he quitado con esta inacabable carta. Que Ud. esté bien de salud, que se cuide mucho y que me crea siempre su sincero y afectísimo amigo.

José A. Silva

P. D. Saludo muy cariñosamente al Sr. D. Ángel.

Otra: ¿Tiene Ud. la bondad de darme las señas de nuestro común amigo Nicolás J. Casas, en Roma?




ArribaAbajoCarta a Rufino José Cuervo (1895)

Caracas, 17 de enero de 1895.

Señor don Rufino J. Cuervo,

París.

Mi muy querido y respetado amigo:

Le he agradecido profundamente su cartica del 25 de noviembre, por la cual he tenido el placer de saber de su salud y de ver que, a pesar de no ser ésta tan buena como se la deseamos los amigos que lo queremos a Ud. bien, sus achaques le han permitido continuar adelantando la obra inmensa a que Ud. ha consagrado su vida, y preparar esa nueva edición de las Apuntaciones de que Ud. me habla.

Después de las cartas que le escribí hablándole de lo conveniente que sería mandar aquí algunos ejemplares de las Apuntaciones y del Diccionario, los señores Puig Ros & Hermanos, me han escrito la carta que tengo el gusto de acompañarle, preguntándome cómo y dónde pueden obtener uno y otro libro. Como se lo dije en mis anteriores, creo que en esta plaza puede realmente hacerse un ensayo y que tendrá buen resultado. Para que Ud. no tenga que ocuparse de detalles, en caso de que se resuelva a hacerlo, le envío incluso una carta para el señor José Rafael Hernández, quien en caso de que Ud. dé a la Casa Vengoechea & Co. algunos ejemplares, los hará seguir a ésta, donde yo se los entregaré a Puig Ros & Hermanos junto con los datos que Ud. me mande del precio, para que los pongan a la venta.

Voy a confiarle a Ud. los trabajos en que he estado estos días y a hacerle una súplica, encareciéndole de antemano que me perdone por distraerlo para tomarme con Ud. una libertad inaudita. El correo que llegó de Bogotá hace veinte días debió traerme una remesa de fondos para mis gastos aquí. La persona que dejé encargada de hacérmela no solamente no lo hizo, sino que no me escribió ni me ha escrito hasta hoy. Me he encontrado, pues, sin dinero en un lugar donde no hay relaciones con Bogotá y donde no tengo sino amigos de etiqueta. Recibí una carta del señor José Bonnet, que está en París, donde tiene una Casa de Comisión, y para salir de la dificultad angustiosa en que estaba le escribo por el mismo correo que lleva ésta suplicándole que acepte y pague un giro a su cargo que vendí aquí para procurarme el dinero que necesitaba. El giro es por una suma insignificante (1700 francos) y en la carta que le escribo le digo que le remesaré esta suma inmediatamente. El señor Bonnet me conoce y es amigo de mi familia desde hace muchísimos años; pero a pesar de eso estoy en la angustia de que pueda no aceptar y pagar la letra. Previendo eso y acordándome de Ud. y de su bondad, y deseoso a todo trance evitarme el enorme perjuicio que me ocasionaría el que Bonnet protestara ese giro, me atrevo a suplicarle a Ud. que al recibir ésta tenga la bondad de escribirle diciéndole que si no quiere aceptarlo y pagarlo, Ud. le enviará esa suma. Puede ser que él acepte, pero en caso contrario le suplico a Ud. que tenga la bondad de mandarle esa suma para que recoja la letra. Me hará Ud. un servicio sin nombre y yo no vacilo en pedírselo, confiando en Ud. Juzgue Ud. cómo será el afán en que me he encontrado y en que me encuentro, cuando me he atrevido a abusar así de la amistad de Ud. y a hacerle esa súplica. Como la letra va girada a treinta días, porque aquí no compran giros a mayor término, no alcanzaré a mandar de Bogotá los fondos antes de que se cumpla el plazo de la letra; por consiguiente, es necesario saber no solamente si Bonnet la acepta, sino si la pagará al vencimiento. Si él acepta y la paga, guardará la letra que yo le mandaré al llegar a Bogotá; si no lo hace, se lo mandará Ud. endosado, a su casa de la cual le doy las señas. Le he escrito que si acaso él tiene dificultad para prestarme el servicio que le pido, Ud. le mandará los fondos. Me confío a Ud., pues, lleno de pena, pero esperanzado en su bondad conmigo.

Afortunadamente recibí por el correo pasado una licencia del Ministerio para ir a pasar un mes a Bogotá, adonde sigo dentro de cuatro días a arreglar las cosas de modo que en lo futuro no se me vuelva a presentar un retardo como el que ha tenido lugar, y que me ha hecho pasar horas amargas. ¡Si Ud. supiera la pena que siento con Ud. aun suponiendo que no tenga Ud. que ocuparse de mandarle esos fondos a Bonnet, nada más que con haberle quitado tiempo para hacerle leer ésta! Confío en que Ud. me perdonará, en todo caso, viendo que he tenido la convicción de su amistad para recurrir a Ud. en un momento de angustia en que no tenía otro camino que tomar. He vacilado por momentos en escribirle, he comenzado cartas, las he roto; he necesitado acordarme de la bondad de Ud. para resolverme a escribirle ésta.

Acepte mi agradecimiento por el favor que Ud. me va a hacer en caso de que el señor Bonnet no pague el giro, perdóneme que me haya atrevido a hacer uso de la amistad con que Ud. me ha favorecido para suplicarle ese servicio, obligado por las circunstancias.

Dios quiera que su salud no tenga novedad. Le suplico encarecidamente que me escriba a Bogotá diciéndome el resultado del asunto. Al llegar allá, probablemente por el correo del 13 de febrero y si no por el del 24, mandaré a Bonnet los 1700 francos que me han hecho pasar tan malos ratos, para que se pague o se los envíe a Ud.

Créame su amigo affmo. y seguro servidor que le desea toda felicidad.

José A. Silva.

P. D. Le suplico mis recuerdos para el señor don Ángel.




ArribaCarta a Pedro Emilio Coll (1895)

Bogotá, 1 de septiembre de 1895.

Mi muy querido Pedro Emilio:

Mil gracias por su cartica del 15 de julio y, más que por ella, por el cariño que representa. Bien empleado lo tiene. Pienso en usted con una profunda y sincera simpatía, de esas que ni el tiempo ni la separación borran. Frometin dice, en alguna parte, que la separación obra en las amistades de dos modos diferentes, unas veces alejando a los amigos, otras acercándolos más de lo que harían el trato y la incesante comunicación. Esa es una profunda verdad que se me viene a la mente al recordarlo a usted, a algunos otros amigos, a algunas deliciosas figuritas femeninas de esa tierra. Los siento cerca, muy míos, muy semejantes a mis necesidades sentimentales; pienso en ustedes como en familia mía, los quiero de veras y los echo de menos. Ya ve usted que si le entra profunda tristeza al recordarme, según me dice, esa tristeza tiene razón de ser. Las simpatías nobles, los cariños hondos son raros en la vida y tal vez lo mejor que ella ofrece. Por fortuna para mí su previsión de que no volveremos a vernos nunca me parece de un pesimismo digno ya no de Schopenhauer, sino del autor del Eclesiastés. Confío volver pronto a esa tierra y sentir, con la caricia voluptuosa del clima, las simpatías que me hicieron como una segunda patria de su querida tierra. Si no estoy en ella desde hace un mes no es por falta de deseos: ocupaciones y negocios para mí importantes me han detenido. Confío en gozar pronto de Caracas y de mis buenas y cordiales amistades venezolanas.

Gracias por Cosmópolis. He leído todo, todo, con gran interés. Ese periódico que habla con la voz de la generación nueva y que tiene acentos tan fervorosos para celebrar la belleza y la vida, lo veo como mío por el cariño que le tengo a usted, a Urbaneja y al ausente Pedro César Dominici. Dígale a Urbaneja de mi parte que su artículo del número 11 me ha encantado: que abra bien los ojos y escriba, sin más preparación, y que esté seguro de llegar muy alto. ¡Tiene un talentazo ese cacique ingerto de alemán como conozco pocos!

Muy bien sus «Notas». Puesto que usted ha vuelto a consagrarse al feo vicio literario, conságrese de lleno. Escriba, estudie mucho, viva con todo su espíritu la más amplia y profunda vida intelectual que pueda vivir, recuerde que hay un deber superior a todos los otros, que es desarrollar todas las facultades que uno siente en sí, en el dominio del arte. No se extrañe de que en mi fanatismo determinista, insista en mis consejos de siempre: higiene y estudio. Para hacer obra literaria perfecta es necesario que el organismo tenga la sensación normal y fisiológica de la vida; las neurosis no engendrarán sino hijos enclenques y sin un estudio profundo, estudio de las leyes mismas de la vida, estudio de los secretos del arte, gimnasia incesante de la inteligencia, esfuerzo por comprender más, por deshacer preconcebidos, por analizar lo más hondo, la obra literaria no tendrá los cimientos necesarios para resistir al tiempo.

No sueñe en que le envíe pronto producciones bogotanas para Cosmópolis: Sanín Cano está entregado a la gerencia de sus tranvías; Rivas Frade acaba de casarse y se ha ido para el campo; Flórez es un mito, a quien es casi imposible ver; el mismo Grillo escribe muy poco para su propia Revista Gris. En cuanto a mí, ya que usted es tan bondadoso que me pide algo, debo confesarle que mis momentos los he consagrado todos a estudios que nada tienen que ver con la literatura. Eso no impide que lo primero que se me venga a la punta de la pluma sea para Cosmópolis, y que le ofrezca hacer esfuerzos para obtener algo de los mencionados amigos.

Adiós, mi querido Pedro Emilio. Que todo sea felicidad para usted y para los suyos como se lo desea muy de veras su sincero amigo afectísimo.

José A. Silva.





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