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«Costumbres de Madrid»: influencia de Mercier en un programa costumbrista de 1828

José Escobar Arronis





El proceso de formación del artículo de costumbres, iniciado en los periódicos a mediados del siglo XVIII, culmina a finales de la «ominosa década», a partir de 1828, en el Correo Literario y Mercantil y entre 1831 y 1832 en las revistas Cartas Españolas y El Pobrecito Hablador1. Para comprender la continuidad de este proceso hay que tener en cuenta que las dos primeras publicaciones estaban dirigidas por el mismo escritor, José María de Carnerero, hombre de importantes empresas periodísticas por aquellos años. En los primeros números del Correo, Carnerero cuenta con un colaborador que firma sus artículos con el pseudónimo El Observador y cuyo nombre real desconocemos2. En las Cartas Españolas los colaboradores de Carnerero son El Solitario, pseudónimo famoso de Estébanez Calderón, y El Curioso Parlante, firma de Mesonero Romanos, como todo el mundo sabe3.

Aunque los artículos de costumbres pertenecen a un género de literatura iniciada en Inglaterra por Addison y que venía cultivándose en España desde mediados del siglo anterior4, la novedad relativa de estos artículos («un género de escritos absolutamente nuevo en nuestro país», según Mesonero Romanos5, empeñado en adjudicarse la innovación) consiste en presentar las costumbres de Madrid amoldando a las circunstancias locales el esquema del artículo «puesto a la moda por el inmortal autor del Ermitaño de la calle de Antin», según El Curioso Parlante6.

Junto a Jouy, el modelo reconocido es Mercier. «Mercier [dice Larra, comentando el Panorama Matritense] hizo un cuadro picante de París. Jouy ... planteó un verdadero cuerpo de obra, y abarcando un plan mas vasto lo llevó a cabo, a poder de artículos semanales.»7 Aunque tanto Mesonero como Larra reclaman el origen del artículo de costumbres en la corriente literaria iniciada por Addison, con razón ha podido decir Margarita Ucelay Da Cal que «es evidente que la inspiración inmediata de los creadores del género procede de Francia, y que Jouy y Mercier son los modelos» (Los españoles, pág. 59). Los creadores reconocidos del género son Estébanez Calderón, Mesonero Romanos y Larra, pero no fueron los únicos ni los primeros. La realidad es que antes de que Mesonero Romanos, en sus artículos de las Cartas Españolas, adoptara el plan de presentar las costumbres madrileñas imitando a Jouy y a Mercier, este plan ya había sido programado en el periódico anterior de Carnerero, el Correo Literario y Mercantil. Entre los creadores del género -no entre los maestros, quede bien entendido- habrá que colocar a los redactores del Correo.

Como ya hemos indicado en otro lugar8, al desaparecer en diciembre de 1828 El Duende Satírico del Día -primera revista de Larra- su contrincante, el Correo Literario y Mercantil, queda como única publicación literaria hasta que el director de este periódico, Carnerero, como sabemos, lanza por su cuenta las Cartas Españolas en marzo de 1831. La importancia de esta revista en la formación del artículo de costumbres ha sido siempre reconocida, pero hasta ahora no se ha tenido suficientemente en cuenta la contribución del otro periódico de Carnerero, el Correo Literario y Mercantil. En sus páginas aparecen las nuevas tendencias de la literatura que iban a alcanzar pleno desarrollo en los periódicos que le sucedieron. Entre estas tendencias se halla el nuevo costumbrismo, el «género de escritos absolutamente nuevo», según Mesonero Romanos («Las costumbres de Madrid», I, 39n, col. 2). La importancia del periódico no se debe a la calidad de sus artículos de costumbres, sino precisamente a lo que en estos artículos hay de iniciación.

Desde el primer número del Correo se manifiesta la intención de su director de utilizar la literatura de carácter costumbrista para confeccionar el periódico. Carnerero, en funciones de redactor de teatros, se presenta a sí mismo con indudables rasgos costumbristas al estilo de Jouy, amparándose en el pseudónimo de El Viejo Verde9 para crear un personaje característico, cargado de años y rodeado de sobrinos.

El Viejo Verde se presenta a los lectores dirigiéndose al editor: «Señor Editor del Correo literario y mercantil. ¡No es floja la tarea que vmd. quiere imponerme! ¿Conque ello es que vmd. intenta que yo sea su intérprete para con el público, y que por mi medio estén al corriente los lectores de su periódico de cuantas novedades teatrales ocurran en la capital...?» (No. 1 [14 de julio de 1828], pág. 2). El mismo procedimiento empleará algunos números después el redactor de costumbres con el pseudónimo de El Observador: «Señores Redactores: He leído con suma complacencia el artículo con el epígrafe Costumbres de Madrid, inserto en el número 12 de su apreciable periódico, y no parece sino que me habían leído vmds. el pensamiento, porque la misma idea que allí se indica me había ocurrido» (No. 22 [1 de setiembre de 1828], pág. 1). Y lo mismo hará Mesonero para presentarse como El Curioso Parlante en La Revista Española: «Quisiera saber de VV., señores Redactores de la Revista Española, si en las veinte y cuatro columnas de su nuevo periódico quedará algún lugar para que yo Juan Declarante pueda seguir comunicando a VV. mis observaciones sobre las costumbres de la Capital, según lo hacía en las cesantes Cartas Españolas» («Costumbres. El Curioso Parlante», p. 13). Los tres siguen el ejemplo de Jouy que se presenta como L'Hermite de la Chaussée d'Antin en su «Portrait de l'auteur» «Aux rédacteurs de la Gazette de France. Messieurs, quand vous me connaîtrez mieux vous ne serez pas étonnés que je sois instruit de l'objet qui vous occupe en ce moment. Vous avez formé le projet de mettre sous les yeux de vos lecteurs un Bulletin hebdomadaire de la situation de Paris; vous ne savez pas encore à qui vous en confierez la rédaction; sans autre préambule, je vous offre mes services.»10

Al hacer su presentación, todos estos personajes -L'Hermite en la Gazette de France, El Viejo Verde y El Observador en el Correo, El Solitario en las Cartas Españolas, El Curioso Parlante en La Revista Española- se refieren a su edad. El aparecer viejos era, según Mesonero, «achaque ... natural y propio de los escritores de costumbres que, anhelando siempre proceder por comparación con épocas anteriores, van a buscarlas, cuando muchachos, a las sociedades que no alcanzaron, y después, cuando ya maduros, a las que formaban sus delicias de los tiempos de la risueña juventud».11 El ejemplo lo había dado Jouy: «Avant de vous dire mon âge sur lequel vous pourriez d'abord élever quelques objections, je dois vous prévenir qu'il n'y a pas un jeune homme à Paris ... qui fasse en une semaine autant de courses que j'en fais chaque jour dans cette capital. Après cela, je ne dois plus craindre de vous avouer que je suis né le 25 juillet 1741. Il y a des gens qui en concluent que j'ai mes soixante-dix ans complets: c'est possible; les annés sont les bienfaits du temps, et je ne compte point avec mes amis» («Portrait de l'auteur», pág. 4). Y El Viejo Verde: «Vmd. sin duda al escogerme para este encargo ha oído hablar de lo apegado que fui allá en mis mocedades a este género de espectáculos, y da por sentado que a pesar de los sesenta y seis años que ya llevo cumplidos, por la misericordia de Dios, conservo aun una gran parte de mi afición antigua a tan culto entretenimiento» (el Correo, No. 1, pág. 2). El Observador y El Curioso Parlante no quieren comprometerse demasiado en esto de la edad, manteniendo todas las ventajas, igual que L'Hermite a pesar de sus setenta años.

Mi edad -dice El Observador- no es tanta que me impida asistir a los puntos más distantes de la capital, y husmear lo que sucede en todos; ni tan poca que deje de observar con meditación todo lo que está a la vista, y aun algo de lo que no se ve. Mi flexibilidad para mudar de aspecto es tal, que más de una vez me ha sucedido en S. Antonio de la Florida hartarme de callos entre gente de Avapiés y el Barquillo, con vara, chaqueta y sombrero de hule, y hacer gran papel a la noche, tieso y almidonado, en uno de los primeros bailes de la corte; y habiéndome tuteado por la tarde los manolos, no ha faltado a la noche lacayo que me haya dado señoría, y señora excelentísima que me honre bailando conmigo un rigodón.


(el Correo, No. 22, pág. 1)                


Por su parte El Curioso Parlante declara en La Revista Española:

Yo, señores míos, nací en Madrid, según lo afirma entre otros autores el señor Cura de la Parroquia de San Martín, en el libro de Bautizos del año de ... pero tate, que el año de mi nacimiento no lo quiero decir, sino dejarlo en duda para mayor pena de los curiosos mis sucesores; quizás ellos adivinen a justo cálculo la edad que ahora me luce, pues por lo que a mí toca no dejo de tener en ello mis dudas; porque las circunstancias que me rodean me hacen a veces creer que he vivido más años que los que reza mi credencial, si bien otras veces me juzgo tan niño que creo que he menester andadores. Así que no hay por qué insistir sobre el punto de la edad, pues no sacarán de mí nada en claro, sino que ora me verán presentarme con casacón y coleta, ora con espolines y lente, ya discurriendo con gravedad sobre los vicios y los errores de los hombres, ya riendo a mansalva de sus ridiculeces y manías.


(«Costumbres. El Curioso Parlante», pág. 13)                


Volviendo al Viejo Verde, la afición al teatro es otro rasgo de su carácter que le asemeja a L'Hermite. El recurso de los muchos años les permite comparar los usos de ahora con los tiempos que fueron. «J'ai assisté -dice L'Hermite- à tous les débuts d'acteurs et d'actrices, à tous les succès et à toutes les chutes, despuis l'année 1769: vous voyez que je suis en mesure de vous donner des anecdotes et des nouvelles de coulisses» («Portrait de l'auteur», p. 9). El Viejo Verde evoca las costumbres teatrales de su juventud, cuando los chorizos se enfrentaban con los polacos.

Pero a pesar de esta presentación caracterizadora, en lo sucesivo el redactor de teatros -Carnerero, como sabemos- prescinde de su caracterización de Viejo Verde y de los aspectos costumbristas de su primer artículo. El carácter costumbrista del Correo se hace más específico en la tercera salida del periódico, cuando aparece el primer artículo de la sección Misceláneas Críticas. En una nota aclaratoria, la redacción del periódico explica: «En el artículo que lleve este nombre [Misceláneas Críticas] se insertarán los de crítica en general, y de costumbres y vicios que merezcan ser atacados con las armas del ridículo» (No. 3 [18 de julio de 1828], pág. 3n). Ya tenemos aquí expresada la intención de publicar artículos de costumbres con cierta continuidad. Luego, Mesonero Romanos, en las Cartas Españolas («Las costumbres de Madrid»), también ha de decir que tiene la intención de publicar artículos «donde [según sus palabras] vayan encontrando su respectivo lugar todas las virtudes, todos los vicios y todos los ridículos que formen en el día nuestra sociedad» (pág. 39, col. 2) y «se propone atacar [en ellos] los ridículos de la sociedad en que vive» (pág. 37, col. 1).

Pero es en el número 12 donde la empresa costumbrista del Correo queda definida según las normas que van a adoptar luego los costumbristas de las Cartas Españolas, y en especial El Curioso Parlante. En la sección referida de Misceláneas Críticas se inaugura una serie de artículos titulada inequívocamente «Costumbres de Madrid». Exactamente el mismo título que ha de utilizar El Curioso Parlante en el otro periódico de Carnerero.

Este primer artículo de la serie «Costumbres de Madrid» (No. 12 [8 de agosto de 1828], págs. 2-3) constituye todo un programa de la literatura costumbrista que se propone cultivar el Correo. Aunque no cita su fuente textual, hemos podido comprobar que el plan costumbrista del redactor del Correo se basa directamente en el «Préface» de Mercier al Tableau de Paris.

Veamos algunos aspectos de este programa costumbrista del Correo. Comienza exponiendo sus propósitos literarios: «Intentamos presentar al público algunos cuadros de las costumbres de la capital de las Españas, cuidando atentamente de no entrometernos en particularidades que, convirtiendo en sátira nuestra festiva y decorosa crítica, exasperasen en vez de corregir» (pág. 2). Del mismo modo, en su artículo «Las costumbres de Madrid», Mesonero declara que se propone «presentar al público español cuadros que ofrezcan escenas de costumbres propias de nuestra nación, y más particularmente de Madrid, que como corte y centro de ella, es el foco en que se reflejan las lejanas provincias» (pág. 39, col. 1). Y en el mismo artículo, también se preocupa Mesonero de dejar bien clara la distinción entre sátira y «crítica festiva», añadiendo que intenta dar interés a sus cuadros «si no por el punzante aguijón de la sátira, por el festivo lenguaje de la crítica» (pág. 39, col. 2). Y en otro lugar advierte que la fábula en que envuelve sus advertencias útiles no debe degenerar «de crítica festiva en mordaz y despiadada sátira que irrita en vez de convencer».12 No creo que quepa duda de lo significante que resulta la aproximación de estos textos. Que yo sepa, es en estos dos artículos del Correo Literario y de las Cartas Españolas, que llevan el mismo título de «Costumbres de Madrid», donde empieza a utilizarse el término «cuadro de costumbres», traducción del francés «tableau de moeurs»13.

El objeto de la literatura costumbrista es presentar una pintura moral de la sociedad más que una descripción física y topográfica. Esta distinción había sido trazada por Mercier y siguiendo al escritor francés la adopta el redactor del Correo que lee atentamente las primeras líneas del «Préface» del Tableau de Paris: «Je vais parler de Paris, non de ses édifices, de ses temples, de ses monuments, de ses curiosités, etc.: assez d'autres ont écrit làdessus» (pág. V). Y más adelante: «Si quelqu'un s'attendoit à trouver dans cet Ouvrage une description topographique des places et des rues, ou une histoire des faits antérieurs, il seroit trompé dans son attente. Je me suis attaché au moral et à ses nuances fugitives; mais il existe chez Moutard, Imprimeur de la Reine, un Dictionnaire en quatre énormes volumes, avec approbation du Censeur, et privilege du Roi, où l'on n'a pas oublié l'historique des Châteaux, des Colleges et du moindre cul-de-sac» (pág. VI).

Teniendo en cuenta lo que ha leído, el periodista español escribe: «No se imagine alguno que (lo que es en estos artículos) hemos de hablar de las calles, plazas, afueras y demás objetos topográficos, porque éstos se hallan completamente en los planos del Sr. López; ni menos es nuestra intención citar ni describir edificios, fuentes, estatuas u otros monumentos artísticos, que podrán ver los curiosos en los tomos del Viaje del Sr. Ponz, y en otras muchas obras no menos copiosas aunque quizá no tan apreciables» (p. 2). También Mesonero Romanos distingue la pintura del «Madrid físico» realizada en el Manual de Madrid de la pintura del «Madrid moral» intentada en el Panorama Matritense14.

Prescindiendo de lo topográfico -del París físico- para poner la atención en lo moral -en el París moral- Mercier piensa hablar «des moeurs publiques et particulières, des idées régnantes, de la situation actuelle des esprits, de tout ce qui m'a frappé dans cet amas bizarre de coutumes folles ou raisonnables; mais toujours changeantes» (pág. V). Del mismo modo, el redactor del Correo se propone ofrecer la pintura moral de Madrid: «Nuestros cuadros han de tener vida, porque han de ser el retrato de los habitantes, de sus costumbres públicas y de las particulares, de su clase, de sus vicios y de sus virtudes; en una palabra, de todo lo que nos ha llamado la atención a nosotros» (págs. 2-3).

Partiendo de esta idea el redactor del Correo afirma explícitamente que el objeto de la literatura costumbrista consiste en la presentación de la realidad inmediata, el presente y no el pasado. No se trata, como hemos leído en Mercier, de «une histoire des faits antérieurs». El periodista español declara: «Nuestros escritos no han de hablar de lo que fue corte de Felipe II, pero sí de lo que en ella pasa hoy, en el día en que escribimos y de las personas que nos rodean ... nosotros queremos decir lo que pasa en nuestra edad» (pág. 3). Y añade: «nuestro siglo, nuestra patria y nuestros conciudadanos merecen con preferencia nuestra atención, y más útil y fácil creemos que es hablar de nosotros mismos que de nuestros antepasados. Si desde el descubrimiento del arte de escribir hubiera habido quien se dedicase a esta clase de composiciones, tendríamos hoy más exacta idea de las costumbres pasadas, y en mejor estado las presentes» (p. 3).

Margarita Ucelay considera que en el artículo de costumbres, «la contemporaneidad es una nota imprescindible» (Los españoles, pág. 16). Y refiriéndose a Mesonero indica: «Este sentido de observación directa del presente, con el interés de transmitir una estampa veraz al futuro, será también una nota determinante del costumbrismo, que Mesonero le impone» (Los españoles, pág. 43). También Montesinos señala que «las Escenas, en cuanto cuadros de costumbres, pretenden atenerse a circunstancias contemporáneas».15

En «Las costumbres de Madrid», El Curioso Parlante se queja de los extranjeros que «han intentado describir moralmente la España; pero ... desentendiéndose del transcurso del tiempo, la han descrito no como es, sino como pudo ser en tiempo de los Felipes» (pág. 38, col. 1). Por el contrario, su propósito es «bosquejar ligeramente o a la aguada, las costumbres y usos actuales de nuestra Capital», presentar «nuestras costumbres en su actual estado», «consultar en mis discursos la impresión que en mí produjeron los objetos que me rodean» («Costumbres. El Curioso Parlante», pág. 13), es decir lo que él llama «el espectáculo de nuestras costumbres actuales».16 Y en otro lugar: «el bosquejo fiel, aunque incorrecto de [las costumbres patrias], y no su historia es lo que me propongo delinear.»17

Tanto Mercier como el costumbrista del Correo se proponen abarcar en sus observaciones todos los niveles representativos de la sociedad. «J'ait fait [dice el primero] des recherches dans toutes les classes de Citoyens, et n'ai pas dédaigné les objets les plus éloignés de l'orgueilleuse opulence, afin de mieux établir par ces oppositions la physionomie morale de cette gigantesque Capitale» (pág. V). Del mismo modo dice su seguidor: «Para nuestras investigaciones no hemos apreciado menos la guardilla del miserable que el artesón y la púrpura del poderoso, para que opuestos así los rasgos quede más señalada la fisonomía de la capital» (pág. 3). También El Curioso Parlante expresa propósitos semejantes: «Tal es el plan que me propuse abrazando en la extensión de mis cuadros todas las clases; la más elevada, la mediana y la común del pueblo.» Pero mientras que su predecesor del Correo piensa que en sus artículos se hallarán «más los efectos de la dolorosa indigencia que los de la honrada comodidad» debido a «nuestra actual situación y [a] nuestras pasadas desgracias» (pág. 3), Mesonero cree que para ofrecer la «fisonomía particular» del país ha de resaltar el papel de la clase media: «Por eso en mis discursos, si bien no dejan de ocupar su debido lugar las costumbres de las clases elevada y humilde, obtienen naturalmente mayor preferencia las de los propietarios, empleados, comerciantes, artistas, literatos, y tantas otras clases como forman la medianía de la sociedad» («Costumbres. El Curioso Parlante», págs. 13-14).

Por su naturaleza, el costumbrismo ha sido considerado como literatura sustancialmente perspectivista18. Lo cotidiano se presenta desde un punto de vista revelador para que el lector descubra la realidad habitualmente conocida, pero desapercibida a fuerza de verla. Es esto, precisamente, lo que pretenden llevar a cabo Mercier y el redactor del Correo. Dice el primero: «Beaueoup [des] habitants [de cette Capitale] sont comme étrangers dans leur propre ville: ce Livre leur apprendra peut-être quelque chose, ou du moins, les remettra sur un point de vue plus net et plus précis, des scènes, qu'à force de les voir, ils n'appercevoient pour ainsi dire plus; car les objets que nous voyons tous les jours, ne sont pas ceux que nous connoissons le mieux» (págs. V-VI). Por lo visto lo mismo ocurría en Madrid: «Además de los extranjeros y forasteros hay muchos que viven como tales en el lugar de su nacimiento, porque no se han parado a reflexionar, o porque a fuerza de recibir las impresiones constantemente y desde sus primeros años pierden la facultad de distinguirlas. Estos podrán aprender algo en nuestra obra, o cuando menos aprenderán a mirar desde el verdadero punto de vista» (p. 3).

Si en 1832 el Curioso Parlante se ha de confesar «imitador del género puesto a la moda por el inmortal Ermitaño de la calle de Antin» («Costumbres. El Curioso Parlante», pág. 13), en 1828 el costumbrista del Correo ya se había declarado imitador de Jouy y de Mercier: «No faltará quien diga que es corta e inútil tarea repetir lo que todos estamos viendo, y que es reducirse a muy pequeño círculo el no pasar más allá de las murallas de la villa y corte. A estos contestaremos que aun así desconfiamos de llenar cumplidamente nuestra oferta; que no tenemos por despreciable un trabajo, que han creído digno de su pluma los Mercier y los Jouy; y que nos contentaríamos con saber imitar a cualquiera de los dos, como lo intentaremos» (pág. 3). Mesonero cifraba la novedad de su empresa literaria en haber sido el primero en hacer conocer en España un género cultivado en el extranjero y «puesto a la moda» por Jouy. Insistamos en que tanto el redactor del Correo como el de Cartas Españolas y La Revista Española se declaran imitadores de Jouy en sucesivos periódicos de José María de Carnerero. También Larra, en 1833, se reconoce imitador de Jouy. El mismo epígrafe que pone al frente de su primer artículo del Pobrecito Hablador («Artículo mutilado, o sea refundido. Hermite de la Chaussée d'Antin»)19 se podría poner delante de ciertos artículos tanto de la serie «Costumbres de Madrid» del Correo, como de la serie «Panorama Matritense» de las Cartas y La Revista.

El redactor del Correo no piensa llevar sus observaciones «más allá de las murallas de la villa y corte» (pág. 3), según el ejemplo que le dan Mercier y Jouy con respecto a París. Justifica esta actitud con los argumentos que da Mercier en el primer artículo de su colección titulado «Coup-d'oeil général»: «Un homme qui sait réfléchir à Paris, n'a pas besoin de sortir de l'enceinte de ses murs, pour connoître les hommes des autres climats» (pág. 1). «Tampoco es tan estrecho el círculo como se cree -leemos en el Correo- pues sin salir de esta población habrá sobrada materia para contemplar las costumbres de los países más distantes» (pág. 3). Es proverbial el madrileñismo del Curioso Parlante. También declara que no piensa sobrepasar las murallas de la villa y corte: «No se me verá alejarme en [estas páginas] de Madrid y su rastro, si bien dentro de este círculo no temo ejercer mi jurisdicción crítico-moral. Pero ¿qué campo más vasto para el anteojo de un observador que el de una Capital? ¿dónde hallar más movimiento, más vida, importancia mayor?» («Costumbres. El Curioso Parlante», pág. 13).

El redactor del Correo termina su artículo poniendo «mano a la obra». Para ello presenta una breve muestra titulada «Fisonomía de esta villa», de lo que quiere que sea esta serie de «Costumbres de Madrid». El modelo es «Physionomie de la grande Ville» de Mercier (I, 9-11). Pero lo malo es que al costumbrista español se le pega en la pluma la letra del modelo y coloca sobre los edificios de Madrid una extraña nube de humo que suscita la sátira del Duende Satírico del Día20.

La continuación de la serie «Costumbres de Madrid» aparece en el número 22 (1 de setiembre de 1828, pág. 1). Anuncia la Redacción: «Después de publicado nuestro artículo del 8 de agosto con el título que precede [«Costumbres de Madrid»] se nos ha remitido la siguiente carta; y si cumple su autor lo que promete en ella, como creemos, hemos dado con la horma de nuestros zapatos. Convencidos del mérito del artículo que cita, tenemos el gusto de publicarlo a continuación.» Se trata de la supuesta carta en que El Observador se presenta a sí mismo y que ya hemos citado en relación con El Viejo Verde. Utiliza el mismo procedimiento que había empleado Jouy en su «Portrait de l'auteur» para presentarse en La Gazette de France. Es decir, después de atribuir a la redacción el programa costumbrista que se propone llevar a cabo el periódico, el escritor escribe una carta a los redactores ofreciéndoles sus servicios para la empresa literaria a ellos atribuida. Como L'Hermite y luego El Curioso Parlante, El Observador cree oportuno decir unas cuantas palabras sobre su persona antes de ponerse a la tarea, de modo que puedan ver que posee las cualidades necesarias para llevar a cabo el proyecto. Después de hablar de su edad -como ya hemos visto- nos describe su carácter de entrometido, curioso y escudriñador común a todos estos observadores descendientes del Spectator de Addison. La base del carácter de L'Hermite la constituye el «instinct de curiosité» («Portrait de l'auteur», pág. 5). Se pasa el día ociosamente satisfaciendo este instinto: «il me reste à vous apprendre ce que je fais; rien, absolument rien: je vais, je viens, je regarde, j'écoute, et je tiens note le soir, en rentrant, de tout ce que j'ai vu et entendu dans ma journée» («Portrait de l'auteur», págs. 6-7). Ya hemos visto que al Observador la edad no le impide «asistir a los puntos más distantes de la capital, y husmear lo que sucede en todos ... observar todo lo que está a la vista, y aun algo de lo que no se ve». Y después añade:

Soy naturalmente escudriñador, aunque a nadie molesto con preguntas, porque estoy seguro de que lo que se responde francamente a un simple interrogador jamás es lo que se siente, y porque me agrada más adivinar con trabajo, y sin tener que agradecerlo, que creer cómoda y neciamente lo que quieren decirme.


El Observador termina su carta a los redactores del Correo comprometiéndose «a comunicarles un artículo para cada semana», lo que equivaldría, si hubiera cumplido su promesa, al Bulletin hebdomadaire de la Gazette de France.

A continuación de la carta presenta el artículo «Cafees» (sic) (pág. 2), inspirado en «Les cafés» de Mercier (I, 89-91) y vuelve a aparecer bajo epígrafe de «Costumbres de Madrid» la semana siguiente en el número 26 (10 de setiembre) con el artículo «Bailes de prima noche». Luego pasan casi dos meses hasta que en el número 48 (31 de octubre) se reanuda la serie con el artículo «Una casa en el barrio de las Platerías», inspirado en dos artículos de Jouy: «Les six étages d'une maison de la rue de Saint-Honoré» y «Une maison de la rue des Acis». Después de este artículo la serie queda interrumpida definitivamente, aunque la firma del Observador vuelve a aparecer, sin el epígrafe «Costumbres de Madrid», en un artículo del número 76 (5 de enero de 1829). Pero aparte de estos artículos del Observador, otros de carácter más o menos costumbrista aparecen en la misma sección «Misceláneas Críticas» en que se publican los de «Costumbres de Madrid».

En otra ocasión esperamos poder indicar la significación de algunos de estos textos en el proceso de formación del artículo de costumbres. Por ahora, lo que nos ha interesado en este trabajo ha sido dar a conocer un programa costumbrista de 1828, programa que, como hemos visto, no fue llevado a cabo plenamente. Sin embargo, a pesar de esta limitación, no podemos ignorar que El Observador en su incompleta serie de «Costumbres de Madrid» expone por primera vez en España, basándose en Mercier y en Jouy, el objeto y método del artículo de costumbres como género literario. Es en realidad toda una definición anticipada del costumbrismo que va a florecer con plenitud en la década siguiente.

Tampoco podía ignorar Mesonero Romanos estos artículos del Observador cuando en 1835 decía refiriéndose a sus propios artículos de las Cartas Españolas: «Va para tres años que un curioso de esta corte, en quien un sentimiento de amor patrio pudo más que un profundo conocimiento de su insuficiencia para tamaña empresa, se decidió a acometerla ... con el objeto de dar a conocer en nuestro país un género que otras plumas más dignas habrán de perfeccionar.»21





 
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