Costumbristas españoles en Inglaterra: observaciones sobre la obra de Blanco White, Valentín de Llanos y Telesforo de Trueba y Cosío
Salvador García Castañeda
Ohio State University, Columbus
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En la primera mitad del siglo XIX España quedó prácticamente privada de sus minorías dirigentes, primero por la salida de unos diez mil afrancesados en 1813, después con la desbandada liberal de 1814 y luego con la de 1823.
La mayoría de los que salieron en 1823 pasó a Inglaterra, protegidos por el gobierno que les pasaba una modesta pensión; el núcleo principal vivía en Sommers Town y al margen de la sociedad inglesa aunque contó en breve con sus propios periódicos en castellano. En ellos, así como en las obras impresas por Ackerman para el mercado hispanoamericano, colaboraron los refugiados escritores; unos pocos conocían la lengua lo suficiente para introducirse en los medios literarios londinenses y en inglés escribieron Valentín de Llanos, Trueba y Cosío, Mora, el Dr. Seoane, Mendíbil y, al parecer, García de Villalta.
Blanco-White había abandonado España para siempre ya en 1812 y en su nueva patria desarrolló una fecunda actividad literaria. Sus Letters from Spain (1822), espléndido cuadro de costumbres en tiempos de Carlos IV, fueron leídas con gran interés en la Inglaterra de entonces, incluso por algunos refugiados españoles aunque éstos luego no lo mencionaran. De hecho, Blanco deja su huella en casi todos los libros ingleses sobre España escritos en los próximos veinte años1 y es, además, el iniciador de un costumbrismo español para ingleses, hecho por españoles que, sobre todo por sus fines, se diferencia notablemente del costumbrismo que harían Mesonero Romanos o Larra en los años 30.
Letters from Spain junto con Life of the Reverend Joseph Blanco White, además de ser autobiográficas, constituyen una atormentada —502→ confesión y una justificación de las causas morales y religiosas por las que su autor marchó al exilio.
El retrato que
hace Blanco de la España inquisitorial en que vivió,
ilustra para los anglicanos, con la claridad propia de los
ejemplos, lo insostenible de aquella situación: «Como nadie, dentro de su territorio, puede
aventurarse a mostrar el cáncer que, al amparo de la
religión, ataca la raíz de su progreso
político, permítase a un español exilado
voluntariamente, describir...»
[Letters, VI]2.
Para lograr las
simpatías y el apoyo moral de los lectores, para que
éstos dieran por buena la justificación,
tenían que llegar a entender cómo era la vida en
aquella España desconocida y remota. A describirla y a
explicarla se lanza Blanco con el apasionamiento propio de quien
recuerda, ya con amor, ya con odio, y a veces con nostalgia, un
pasado y una tierra perdidos para siempre. Parte de su
justificación consiste en atacar las instituciones
españolas contemporáneas con verdadero celo
propagandístico, y así escribe: «Dejadme creer, sin embargo, que al exponer los
funestos efectos del régimen presente, contribuyo -aunque
sea poco- a su destrucción final»
[Letters, 191].
Al describir tanto
error y tanto fanatismo confirma las sospechas que sus lectores
habían adquirido, probablemente en las novelas
góticas, y les hace sentirse satisfechos de pertenecer a un
país donde no ocurren estas cosas. Además, en este
caso, no hay dudas sobre la verosimilitud de los informes pues
vienen de un español que lo vio todo, de un sacerdote
papista que, milagrosamente, vio la luz. Claro que esta
exoneración del autor lleva como requisito obligado la
condenación y el desprecio por un país mostrado con
los colores más sombríos. Además aunque
Blanco, por boca de su alter ego Doblado, asegura que España «con todas sus faltas, todavía es y
será el objeto de su amor»
[Letters, VII], llevado del
entusiasmo por su nueva patria llega a escribir que «no habrá cabeza en su juicio ni
corazón sano que no advierta la gran superioridad de
Inglaterra sobre el resto del mundo civilizado»
[Life, I,
467].
Blanco muestra la
España de Carlos IV, ya lejana, pero imprescindible de
conocer al que quiera interpretar la contemporánea,
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por estar todavía vigentes muchas de las antiguas
costumbres y defectos. Las Letters dan en primorosas descripciones de
costumbres sevillanas, de ceremonias religiosas, en retratos y en
explicaciones detalladas de cosas tan ajenas a los ingleses como un
brasero de cisco o el torno de los conventos. Como un verdadero
costumbrista, Blanco salía de vez en cuando a buscar
materiales y cuando fue con un amigo a Olvera, en la
serranía de Ronda, escribía: «Le acompañé de muy buena gana en
la excursión, durante la cual recogí algunos
elementos de nuestras costumbres nacionales, con vistas a
añadir un nuevo esbozo a los otros que ya tengo»
[Letters,
142].
En fin, para
hacerse entender mejor, suele comparar lugares o tipos
españoles con otros conocidos en Inglaterra; el ruido del
mercado sevillano es tal «que
asustará a cualquiera que no haya vivido unos años
cerca de Cornhill o de Temple Bar»
[Letters], y, en el atuendo de
los picadores, «la forma de la chaqueta
se parece a la de los postillones ingleses»
[Letters, 133].
Cuando Letters from Spain se publicó en 1822, su autor era ya conocido y estaba integrado de lleno en la sociedad inglesa, en la que contaba con excelentes relaciones. A poco empezaron a llegar los emigrados, entre ellos Valentín de Llanos y Telesforo de Trueba quienes, viendo que el cambio político en su patria se haría esperar, decidieron comenzar una carrera literaria fuera de ella. Estaban bien preparados pues conocían el inglés desde la infancia, y cultivaron una novela de asunto contemporáneo en la que la Historia y las costumbres españolas iban combinadas libremente. El momento no podía ser más oportuno: sabido es el gusto con que se leían las narraciones de viajes a países exóticos, el interés político que tenía Inglaterra en los asuntos de España entonces, y la curiosidad un tanto espeluznada que despertaban las novelas góticas por el país de la Inquisición. Además, Walter Scott estaba por aquellos días en el apogeo de su fama y la novela histórica era género, por ello, de moda.
Recordemos que aunque Gran Bretaña había recibido a los emigrados, éstos no eran bien vistos de todos y que el poderoso partido tory no tenía simpatías por una España constitucional. Del mismo modo que Blanco quiso poner en evidencia las iniquidades del papismo hispano para justificar su actitud, Llanos y luego Trueba, que eran liberales fervorosos, pretendieron hacer lo mismo con las del absolutismo fernandino. Sus novelas son propaganda política para desacreditar al enemigo y al mismo tiempo son literatura destinada —504→ a un público no comprometido. Esto explicaría por qué estas obras muestran a la vez a España, como país, pintoresca y la amable, frente a España, como sistema de gobierno, inquisitorial y despótica.
Parece que
Valentín de Llanos había comenzado a escribir
Don Esteban, or
Memoirs of a Spaniard, written by himself, tres años
antes de verla publicada en 1825. El protagonista don Esteban es un
jovencito de buena familia que lucha en las guerrillas contra los
franceses y tras vencer no pocas dificultades acaba con un alto
mando militar y uniéndose con su amada, ya en pleno Trienio.
La novela, escrita en primera persona, pretende ser
autobiográfica y, en el Prefacio, Llanos se retrata como un
triste exilado, anonadado por «misfortunes and
dissapointments»
que para entretener sus
negros pensamientos ha decidido «confiar
al papel los sucesos de su vida»
[ii]3.
Más adelante insiste: «todo lo que
el autor cuenta ha de considerarse como sucedido en realidad, con
excepción de aquellos nombres que ha dado a quienes aparecen
en la parte meramente biográfica de esta historia»
[v]. Además, ha decidido dar estas «memorias»
a la imprenta en Inglaterra
«donde tantos desead conocer
países y costumbres extranjeras»
. Llanos espera
sirvan también para «presentar una
pintura fiel de las costumbres y hábitos de sus
compatriotas»
[iii]4.
Al año
siguiente, 1826, salió una segunda edición de Don
Esteban y vio luz Sandoval, or The Freemason, a Spanish Tale (Londres: H.
Colburn). En el prólogo insiste Llanos en «la obligación que se impuso desde el
principio de contar hechos solamente»
[v], Tan
sólo alteró el plan de la narración «con el fin de presentar un cuadro más
fiel de las costumbres españolas»
[v]. Reconoce
que no es fácil escribir una novela en la que vayan
armónicamente entretejidas la historia de la
francmasonería española durante seis años,
incorporar a la trama varios personajes históricos que
actúan y hablan tal como lo hicieron en la realidad,
«dar esbozos de costumbres y
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escenas provinciales»
y, además, relatar
las aventuras del protagonista.
En la novela cuenta cómo al concluir la guerra de la Independencia, el capitán Sandoval y su familia se ven perseguidos por los absolutistas, entre los que destaca el siniestro Padre Lobo, confesor de Gabriela, novia del capitán. Sandoval entra en la masonería y toma parte en las intentonas liberales entre 1814 y 1820: está con Mina en Pamplona, lucha junto a Porlier en Galicia, ayuda a escapar a Van Halen en Madrid, conspira en Valencia al lado de Vidal y es uno de los principales a gentes en la sublevación del ejército de la Isla. Entre tanto ha sido preso y torturado en las mazmorras inquisitoriales, de las que escapa, y continúa, al tiempo, sus amores. Con la vuelta de la Constitución, los traidores reciben su merecido y Sandoval se casa al fin con Gabriela.
Curándose en salud y comenzando a la vez su labor de propaganda, Llanos advertía en el prólogo al lector que encontraría en la novela incidentes que le parecerían de lo más extraordinario:
[vi] |
Don Telesforo de
Trueba vivió en Londres entre el otoño de 1825 y los
primeros meses de 1834, en que regresó a España. En
aquellos años escribió incansablemente novelas,
narraciones breves y para el teatro5.
En el prólogo de The Incognito (Londres, Whittaker, 1831) explica
cómo abandonó el género histórico en
favor de una novela más veraz, y que The Incognito es un experimento en
este nuevo género -el de la novela de costumbres modernas-
cultivado ya por no pocos. Sin embargo, el autor ofrece aquí
una obra original con bocetos de escenas, tipos y
características nacionales con las que los lectores ingleses
no están todavía familiarizados. Es más,
ésta ha de ser la primera novela de esta clase que haya
aparecido en Inglaterra. Advierte luego que algunos amigos le
aconsejaron continuar escribiendo novelas históricas pero
que desistió —506→
de ello por tener más natural a dibujar escenas
«de la vida real que conozco a hacer
cuadros de Historia, que es pintura sacada de la
memoria»
. Añade que en su decisión
influyó también la imposibilidad de competir con la
gloria inmensa de Walter Scott y, finalmente (y ésta parece
ser la razón principal) que el gusto del día prefiere
hechos, incluso en las novelas, y que éstos vayan
relacionados lo más posible con la vida y la sociedad
contemporáneas.
Parece imposible que Trueba desconociera Letters from Spain ni las novelas de Llanos, con todo nunca mencionó estas obras ni a sus autores aunque parecería obligado haberlo hecho en este prólogo de The Incognito.
La acción
de la novela transcurre en Madrid, pocos meses antes de la
sublevación de Riego, en torno a la joven Teresa,
víctima de intrigas que la fuerzan a profesar monja contra
su voluntad. Pero no llega a hacerlo porque ese
«incógnito» que ronda a lo largo de la novela
resulta ser su padre, un aristócrata liberal y militar que
ha venido del exilio para acabar con el absolutismo y salvar a su
hija. The
Incognito fue bien recibida por la crítica y
The New Monthly
Magazine6
comentaba que tanto España como la Inquisición
habían aparecido con frecuencia en las novelas inglesas del
primer cuarto de siglo sin que el público supiera nada
cierto acerca del país. Trueba, en cambio, cumplía
con la máxima del «deleitar
aprovechando»
, pues su estudio estaba hecho con gran arte
descriptivo e indicaba bien cual era el estado de la moralidad en
España.
En Salvador the Guerrilla (Londres: R. Bentley, 1834) también hay una combinación de costumbres españolas contemporáneas con elementos históricos. La novela presenta a don Salvador de Montalbán, caballeroso jefe de partidas en tierras de Castilla, y relata escaramuzas y batallas así como la vida y milagros de los guerrilleros. Según su costumbre, el autor entretejió el tema de historia con otro amoroso que tiende a lo melodramático.
Competir en el campo de las letras es duro, sobre todo en país ajeno; ya hemos visto que nuestros escritores se dan buena cuenta de ello y, no sin cierto oportunismo, tratan de cambiar esta desventaja en algo positivo. Por eso pintan de modo un tanto patético su condición de exilados, y aunque el inglés de ambos era excelente, sobre todo el de Trueba, se excusan por atreverse a escribir en una lengua —507→ extranjera. Para interesar más a su público le prometen el insólito relato de una tiranía inconcebible en Europa y en estos tiempos, ejercida por un hombre tan malvado como débil, a quien rodean la Inquisición, los favoritos y los frailes. Al pintar así este Estado teocrático, Llanos y Trueba atacan un sistema odiado y, a la vez, halagan a sus lectores al confirmar sus sospechas sobre la maldad de los papistas. Hay además en estos autores un sentimiento de ambivalencia pues por un lado les avergüenza esta España retrógrada del presente, y por otro, están orgullosos de su pasado glorioso y de pertenecer a la minoría de españoles que confía en devolver el antiguo esplendor a su patria.
Además, aunque los ingleses estén ya acostumbrados a leer cosas sobre España escritas por sus compatriotas, son ahora los españoles mismos quienes traen por primera vez una visión exacta de los usos de su tierra. Y a fin de incrementar esta sensación de realidad, quieren dar a entender que fueron protagonistas, o a lo menos comparsas, de lo narrado; unas veces cuentan en primera persona y otras, el héroe resulta un alter ego. En Don Esteban Llanos escribe que presenta nuestras costumbres:
[iii-iv] |
He aquí un costumbrismo con la misión didáctica (¡aunque este didacticismo deje a veces mucho que desear!) de mostrar a los ingleses la verdadera España. El costumbrista no ve el mundo desde la tranquila perspectiva del observador (como hará luego Mesonero) sino que vive y explica lo que vio. No lo hace por temor a que desaparezcan estas costumbres con la evolución de los tiempos sino para insistir sobre lo exótico, para presumir del ambiente de una España, ¡ay! tan diferente a esta Inglaterra, tan seria. Hay nostalgia aquí y cariño por paisajes y costumbres que fueron la España particular de cada uno, la entrañable patria chica evocada ahora. Por desgracia, Llanos y Trueba llevaban tantos años fuera que eran los menos indicados para asumir este papel de mentores y, al describir las costumbres patrias con la mejor voluntad del mundo, resulta —508→ que las han olvidado o las recuerdan mal. Por eso pidieron ayuda a otros refugiados, inventaron detalles que no sabían y, también, entusiasmados o con el fin de pasmar aun más al respetable, exageraron cuanto les vino en gana.
Aparte de lo político, no hay en estos escritores afán moralizador pues hacen un costumbrismo descriptivo sin emitir juicios. Lo que subrayan es el color local y tanto insisten que lo falsean, cayendo a veces en la «españolada», que tanto pretendieron evitar. Llanos y luego Trueba muestran costumbres como la procesión del Corpus, paseos, corridas de toros, ejercicios espirituales, romerías, tertulias, tempestuosos bailes de candil y escenas de los barrios bajos, a más de varias tomas de velo, tan inevitables como dramáticas. Ni esto era nuevo ni estaba descrito de otro modo que el ya acostumbrado. Sin embargo, hay en Llanos un gran sentido de la naturaleza y del paisaje pues los ve con un colorido y una frescura muy poco corrientes en su tiempo. Las escenas mejor vistas -la vendimia en Castilla, el lagar, las danzas de su pueblo, entre otras- nacen de la sensibilidad y del recuerdo y no de fuentes librescas. En cambio, Trueba no tenía ojos para el paisaje, que describe poco y mal, pero ha contado muchas cosas muy bien observadas de la vida madrileña y de fiestas como la Navidad con sus nacimientos, la misa del Gallo o el alegre trajín de los mercados.
También
coinciden ambos escritores en la elección de tipos, hecha
con un criterio fundamentalmente pintoresco pues se interesan por
el uniforme, los hábitos o el traje regional que gastan esos
tipos y no por lo morigerado o nefando de sus costumbres. En esta
galería hay majos, manolas, frailes y beatas de todos los
tipos imaginables, guerrilleros, militares liberales, arrieros y
mucho más. En el transcurso de la acción se mencionan
cosas corno la olla, las sopas de ajo o el brasero y los personajes
se sirven de expresiones o refranes que van en castellano para
incrementar el color local. Hay notas en las que el autor, muy
erudito, explica lo nombrado (¡a veces da hasta recetas de
cocina!) o se encarga de traducir, lo que en el caso de los
refranes, tiene efectos sorprendentes. Así, «To live to dress up the
Virgin Mary»
(«Quedarse para vestir
santos»), «The tail
of the beast is not yet flayed»
(«Aun
falta el rabo por desollar») o «There is more noise than
nuts»
(«Es más el ruido que
las nueces»).
Habría que decir mucho más pero el tiempo apremia. Concluiré observando que tanto en Don Esteban y Sandoval de Llanos —509→ como en The Incognito, Salvador the Guerrilla de Trueba y Cosío, se dan por primera vez en la novela española -como observaba Llorens- la feliz coordinación de lo costumbrista y lo histórico. Estas novelas andan ya muy cercanas al «episodio nacional» y, sin hacer comparaciones, su lectura nos trae el recuerdo inmediato del Galdós de Un voluntario realista o el Baroja de Aviraneta.