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ArribaAbajo5. Enero 1892

Estado general de los pueblos europeos.-Sus respectivos sistemas de política interior y de política exterior.-Los presupuestos del trabajo y los presupuestos del combate.-Incompatibilidad entre ambos.-Portugal.-Necesidad que han tenido los republicanos revolucionarios allí, de convertirse en republicanos evolucionistas.-España.-Cómo debe predominar en ella el interés económico sobre todos los intereses.-Francia.-El movimiento proteccionista y el movimiento anti-católico.-Alemania.-El Emperador Guillermo y el canciller Caprivi.-Austria.-Guerras patentes entre sus razas y nacionalidades diversas.-Oriente.-Caracteres de los soberanos danubianos.-Rusia e Inglaterra.-Sus contradicciones irremediables.-Conclusión.


I

Comencemos el año y dispongámonos a historiarlo. El registro, recuento, fijación, como quiera llamársele, de los hechos piden un punto de partida segurísimo; y ninguno, tan claro y concreto, como el señalamiento de la situación particular en cada pueblo tal como se halla hoy constituido. Así, al mirar la tarea correspondiente a este año que comienza, e inscribir por quincenas todos sus hechos, importa y conviene definir el estado político interior de cada nación en una verdadera síntesis y correlacionarlo con su política extranjera, mediante lo cual presentaremos las dos fases de su espíritu y los dos términos de su ideal. Hay pueblos en quienes el Estado se deriva, por un unánime sentimiento, de la sociedad, como el pueblo inglés entre los monárquicos y el pueblo helvecio entre los republicanos, cual hay pueblos en quienes el Estado pugna con una parte considerable de la opinión general, como el pueblo ruso entre los monárquicos, donde la gente superior e intelectual se da por completo al nihilismo en su desesperanza de conseguir por modo legal y pacífico la libertad, o como el pueblo francés entre los republicanos, donde una parte de la opinión, quizás, al revés de Rusia, la inferior intelectualmente, no quiere, vueltos los ojos a pasados tiempos, las nuevas instituciones democráticas, incontrastables a pesar de tal disentimiento, como se probará en el transcurso de una larga y reveladora experiencia. Pues cual hay pueblos en armonía y concordancia con su Estado, y pueblos en pugna; también hay pueblos devotos a una política extranjera muy lógica y natural en ellos, mientras hay pueblos devotos de una política extranjera completamente arbitraria. Cuadra con las necesidades múltiples de Alemania el apego al Austria, no obstante haber disminuido a ésta en su territorio tantas veces y haberla reemplazado a la cabeza de una confederación como la germánica, conforme con seguir a la vieja dinastía del gran Carlos V por el amor de aquellos príncipes, magüer luteranos en gran parte, a las tradiciones del mundo feudal y a las obras del tiempo histórico. Sin esta grande alianza entre Austria y Prusia no podrían una y otra guardar sus respectivas tutelas sobre las sometidas razas esclavonas; conjurar al Oriente la enemiga de Rusia y al Occidente la enemiga de Francia; prepararse y apercibirse a recoger una gran parte del cuantioso patrimonio que dejará en su próximo abintestato la Turquía. Lógica la inteligencia y alianza entre Austria y Alemania resultan ilógicas las alianzas de Francia con Rusia y de Italia con Austria. Naciones mediterráneas las dos naciones latinas, particularidad a que deben sus respectivas culturas, están ambas a dos en el caso de comprender que Austria y Rusia de consuno aspiran al predominio en el Mediterráneo, y que aspirando a este predominio las dos en sus luchas, cualquiera de ellas que triunfase, amenguaría de seguro a sus rivales, disputándoles aquella felicísima posición que les toca en el codiciado mar, cuyas riberas guardan en su seno y ofrecen a las generaciones con todos los prestigios del arte y con todos los arreboles del ideal todas las ventajas propias de su activo comercio como todos los productos de su feraz y bendecida tierra.

II

Grande anomalía la política exterior de Francia e Italia; pero no menor anomalía el estado guerrero coincidiendo en Europa entera con el estado industrial. Notadlo; y permitidme lo vulgar de la frase, por lo exacta: Europa quiere cazar dos liebres de un tiro, quiere prosperar la condición de sus trabajadores y aumentar el número de sus soldados con un solo presupuesto. Aquí, en tal situación, lo mismo pecan los dos pueblos, el alemán y el francés, aunque tenga este último excusa o explicación a tales procederes en su carácter de ofendido por la victoria y de mermado por la conquista, pues uno y otro presentan leyes relativas al estado de los trabajadores muy caras todas ellas y leyes relativas al número de sus soldados más caras todavía. Si necesitamos un presupuesto de trabajo, no podemos pensar en un presupuesto de conquista; y si necesitamos un presupuesto de conquista, no podemos pensar en un presupuesto de trabajo. Anúlanse unas partidas a otras. El pueblo, que ha de conquistar, debe organizarse como el profeta Mahoma organizó al pueblo árabe; mientras que el pueblo que ha de trabajar, debe organizarse como el redentor Washington organizó al pueblo americano. El presupuesto de los combates debe ser uno; y contrario a él por completo, de todo en todo distinto de él por lo menos, todo presupuesto consagrado al progreso y al trabajo. Tiene gracia predicar a diario la solución del problema social buscándola con porfía en legislaciones económicas que forman ya intrincado laberinto, y luego no comprender cómo la mayor obra factible para semejante fin, deseado por todos los Gobiernos según dicen ellos, habría de ser el sacar a los pueblos del mundo inferior en que pelean como las especies carniceras, y abrirles por medio de una instrucción próvida los cielos del pensamiento arriba y por medio de una libertad completa del trabajo, naturalmente organizado, el suelo a sus pies, que metamorfosean los esfuerzos de los agricultores e industriales en el inmenso espacio abierto a los humanos progresos. Pero pensar en redimir al pueblo en esta organización de guerra y de conquista en que nos hallamos, paréceme tan inútil como querer la dignidad humana en el esclavo, y lejos de darle su característica primera, el derecho, recluírlo en los abismos de la ergástula y abrumarlo con el peso de la cadena. Un ejército numeroso pide un presupuesto crecido, y un presupuesto crecido pide una tributación onerosa, y una tributación onerosa pide una triste servidumbre del pueblo, sobre cuyas espaldas gravitan en último término todos los tributos. Y de aquí el peor de los males presentes, el peor, a saber, la guerra y la reacción económicas en el universo, sin excluir a los Estados Unidos, quienes burlan así, con sus leyes aduaneras, el ministerio de Trabajo para que fueron instituidos y forman otra de las grandes contradicciones existentes en el mundo culto y opuestas en esencia de suyo al concierto y al movimiento universal.

III

El Principio capital de la economía, jamás puede compaginarse y compadecerse con el principio capital de la conquista. Mientras que para la economía, el bien de todos está en la prosperidad interior de cada uno; en la conquista el bien de los vencedores, es el mal y opresión de los vencidos. Un pueblo conquistador necesita en torno suyo pueblos débiles incapaces de oponerle resistencia, mientras un pueblo trabajador necesita en torno suyo pueblos ricos, capaces de comprarle sus productos. El pueblo conquistador se parece a viejo salvaje que cortara los árboles; de donde sacan sus pulmones oxígeno para la respiración y las venas por el alimento proporcionado en sus frutos jugo para la sangre; mientras el pueblo trabajador sabe y comprende cómo se relacionan y se completan a una la respiración vegetal con la respiración animal, y cómo la fauna y la flora se corresponden dentro de las universales armonías terrestres. Así vemos, por ejemplo, que la primer materia producida en este punto, cual el fino algodón, se transforma lejos por medio de la industria en lienzos; así los cafés de la zona tórrida, los thés de la remota China, los zumos destilados por la templada tierra de Jerez y de Madera, se difunden en las venas de las razas boreales y endulzan sus noches eternas con imaginaciones y ensueños del próvido y fecundo Mediodía; estando el ministerio de los Estados en toque facilísimo, en procurar la libre circulación del cambio tan difusa y tan rápida por los continentes como la libre circulación del éter por los espacios. Mas a pesar de todo esto, llano y vulgar, caemos en plena guerra económica, guerra completa y absolutamente reaccionaria. Cada línea de aduanas parece una línea de fortificaciones, apercibidas a mantener la guerra feudal y no el cambio mercantil; cada tarifa de aranceles un sitio en regla y un combate a muerte; cada presupuesto nuevo, un asalto que se dan los pueblos unos a otros, sin acordarse de que silba el vapor a sus puertas; de que necesita la locomotora impaciente arrastrar productos sin medida y número; de que las máquinas piden alimento de primeras materias, las cuales no se producen por todas las zonas; de que los efluvios de ideas despedidos por la imprenta y por la cátedra libres, han de completarse con esos otros de cambios tan parecidos a la cohesión de las moléculas y tan superiores a las leyes convencionales y artificiosas que, cuando no penetran dentro de cada pueblo por aranceles bajos y por aduanas comunicativas, penetran por el contra bando y por el fraude.

IV

Bajo estas tres grandes calamidades entramos en el mundo moderno: calamidad de la paz armada, calamidad del socialismo burocrático, calamidad del combate y guerra económicos. Apestados por ellas casi todos los pueblos, pues empapan en sus miasmas los poros mismos de todos, igualmente decimos de los espontáneos retadores y de los que admitieron el reto, cómo caminan a un irremediable retroceso, contrariando la confederación universal que forman los pueblos por sus cambios, y de los que resultan mensajeros y cumplidores los buques mercantes diseminados por el mar inmenso. Y dicho esto, vamos a particularizar el respectivo estado de cada pueblo, comenzando por los dos que más de cerca nos tocan: Portugal y España. En aquél un poco se ha calmado ahora la grande agitación revolucionaria, suscitada por las violencias de Inglaterra y por las complicaciones coloniales. Durante algún tiempo creyeron variarlo todo los que imaginan cosa tan fácil cambiar el estado político en un pueblo como cualquier decoración en un teatro, y alzarse a nuevas formas, las más progresivas, y a nuevos adelantos políticos por el medio fácil de captar cuatro soldados y un cabo, que, por súbita e improvisada manera, los llevasen a ellos del cuartel subvertido al Gobierno nacional. Parapetábanse para esto, con ejemplo tan deslumbrador como el ejemplo de su antigua colonia, el Brasil, olvidando que la República se fundó allí el día mismo de la proclamación de su independencia nacional y que la incomprehensible y mitológica y antinatural existencia de una Monarquía ficticia y aparentísima, tanto tiempo sólo puede comprenderse por la perduración de un instituto, como la esclavitud negra, cuya ruina irremisible impuesta por la conciencia universal, trajo consigo la destrucción del privilegio de los privilegios, por la destrucción del abominado y abominable privilegio que personificaba D. Pedro, el último de los Braganzas. Ni el estado moral, ni el estado mental, ni el estado fisiológico de la tierra y de la gente brasileña se prestaban de suyo a la Monarquía, como no se prestan hoy el estado moral, el estado mental, el estado fisiológico de la tierra y de la gente lusitana, por modo alguno a la República. Así los mismos que me acusaban a mí en Portugal de traicionar la República vilmente; a mí republicano de toda la vida, por anunciarles con exactitud la frustración de sus esperanzas, y persuadirles a una política de legalidad y evolución, hanse avenido a esta política hoy con grande conformidad y han visto cómo se puede más fácilmente acalorar por medio de discursos revolucionarios a un club que transformar a un pueblo.

V

Lo que necesitan Portugal y España es reconcentrar toda su atención en el problema de los problemas, en la obra de procurarse un presupuesto nivelado y bueno. Ahí está el quid verdadero de sus dificultades y ahí la meta única de su carrera en el corriente lustro. La posición geográfica occidental nos aisla del centro europeo, y la desventaja de nuestro forzoso aislamiento debe compensarse con la ventaja de nuestra forzosa neutralidad. Jamás podríamos con satisfacción explicar cómo, no habiendo estado nunca en los repartos europeos a las maduras, procediésemos con tal imprevisión y torpeza que ahora estuviésemos a las duras. Nadie nos pagó y satisfizo el año 14 y 15 cuanto hiciéramos desde la insurrección del 2 de Mayo hasta la batalla de San Marcial contra la irrupción napoleónica y por la independencia europea, ni siquiera devolviéndonos Gibraltar, detentado con violencia y que nos pertenecía de derecho. Nosotros no hemos debido a los varios Congresos convocados en Europa durante todo el siglo para composición y arreglo de los litigios europeos favor alguno. Por consecuencia nosotros, muy satisfechos del territorio extendido entre los Pirineos y los dos mares; muy seguros del suelo nuestro en Europa y Asia y África y Oceanía no podemos estar a la ofensiva porque con nadie contendemos ahora, ni a la defensiva porque de nadie debemos preservarnos. Y esta magnífica situación exterior se completa y se perfecciona con una magnífica situación interior. Nosotros no tenemos necesidad de sustraernos a tutelas extrañas como ha de sustraerse Portugal a la tutela británica; nosotros no sufrimos de las agitaciones religiosas que aquejan a Francia; nosotros no luchamos con cuestiones de Irlanda como Inglaterra; nosotros no tenemos una dificultad territorial interna como la que suscita en Italia el Pontífice, ni un partido irredentista como el que ahora en Italia sueña con la Iliria y la Dalmacia, con el Trentino y con Trieste; nuestras regiones a pesar de su variedad nunca entre sí combatirán, como las regiones del Austria enemigas irreconciliables bajo el mismo techo; y nuestra unidad no habrá para mantenerse necesidad ninguna de apelar a un ejército tan extraordinario y a un armamento tan costoso como el ejército y el armamento de Alemania: la reconciliación del clero con las instituciones democráticas ha soterrado la guerra civil en los campos y el restablecimiento de todos los principios democráticos ha soterrado la revolución armada en las ciudades, no hay nada pues que temer. Nuestra neutralidad exterior se halla garantida por el respeto que inspiramos a todos los pueblos europeos y nuestra paz interior garantida por el concurso de todos los ciudadanos españoles. Hay, pues, que fundar sobre tales ventajas el presupuesto futuro, el presupuesto de la paz y de la libertad, así como hay que iniciar en esta Europa terriblemente abrumada por el número de sus ejércitos una política de radicales economías y de sucesivos desarmes.

VI

Dicho esto sobre nuestra España, pongamos los ojos en Francia. Dos movimientos de igual importancia continúan determinando su política interior y su política exterior: el movimiento proteccionista y el movimiento anti-religioso. No pueden calcular los franceses reaccionarios en economías, los puestos al frente de la reacción proteccionista hoy en boga, todo el daño que infieren a Francia con esos aisladores llamados por ellos las nuevas tarifas, El movimiento de progreso notado en Alemania hoy hacia principios más liberales que los principios sustentados por el férreo canciller Bismarck y el proyecto de un zolverein entre las potencias centrales análogo al pactado entre los pueblos germanos, debe demostrar a Ferry, a Reinach, a Mèline cómo su incurable ceguera puede traerles daños tan graves en esta guerra económica como los que pudieran experimentar en una guerra intercontinental. Si yo fuera francés gritaría de continuo al oído del Parlamento republicano: nada de reacción económica y nada de supersticiones anticlericales. Uno y otro movimiento ceden por lógica necesidad en daño completo de las libertades necesarias, con tanto coste readquiridas. Cuando uno ve a radical, tan enrojecido como Goblet61, idear una ley de asociaciones encaminada en este tiempo al error de poner derecho tan primitivo como aquél de juntarse los hombres para fines lícitos, a merced y arbitrio del poder público, no puede menos de reconocer y confesar que todo radicalismo encierra y contiene virtualmente los gérmenes venenosos de una irremediable dictadura. No prosperará la democracia francesa mientras crea en el fantasma de una reacción clerical como no está sana la fantasía que imagina verdaderos los duendes y los aparecidos. Tan ridículo creo yo el recelo de los republicanos franceses temerosos de que la Roma pontificia les ate a un yugo teocrático, cual el recelo de los patriotas italianos, temerosos de que la Francia republicana les restaure un día el poder temporal de los Papas. A eso únicamente se atrevería hoy la imposible restauración monárquica. Y comprendiéndolo así el desatentado Conde62, que ha recibido en herencia el viejo derecho histórico, tantas veces vulnerado por su dinastía, declara en una epístola que las echa de intencionada, cuando sólo merece la denominación de inocente, eterna la discordia entre la Iglesia y la República mientras eterno el contacto entre la Iglesia y la Monarquía, ¿Quién le ha dicho eso? El vástago de un luterano como Enrique VI; el continuador de la doctrina galicana conducida por Luis XIV a sus últimos extremos; el heredero de una tradicional revolución muy anti eclesiástica; el hijo de un protestante y de un enciclopedista; el rey último de dinastía por todo extremo antijesuítica como la dinastía Luis Felipe mantenida por la Universidad y Por los universitarios contra la Iglesia y el clero tiene por fuerza en sus antecedentes y en sus propósitos y en sus ideas atavistas el secular compromiso de convertir la Iglesia en triste concubina del Estado. Pero la necia inocentada del Pretendiente debe mostrar a los republicanos franceses la imprescindible necesidad en que se hallan de no romper con la Iglesia.

VII

Por fortuna para Francia la política imperial de Alemania no tiene so la mano del joven la consistencia que tenía so la mano del viejo Guillermo. Con decir que aún se cree posible la vuelta de Bismarck al poder, todo está dicho. Verdad que ha transmitido esta especie un periódico, afecto al sistema contemporáneo de levantar sensaciones muy exacerbadas en los ánimos con muy estupendas noticias de propia cosecha innumerables veces. No me ha extrañado en El Herald neoyorkino la nueva más o menos verosímil, hame sólo extrañado el comentario, con que la presenta y adoba. Eso de suponer diario escrito en pueblo libre a un hombre, siquier se llame Bismarck, rumiando allá en el santuario secreto de su inteligencia, misteriosa como una Isis, planes litúrgicos semejantes a cábalas y quiromancias y alquimias para de nuevo refundir a Europa como un mago y un hechicero de las edades antiguas, paréceme cosa impropia de la experiencia y de la ilustración que se ajustan en el sumo ejercicio de todos los derechos. Cuantos caminos puede Bismarck emprender se hallan señalados en el mapa de las teorías políticas al uso y cuantas sorpresas damos descontadas en el comercio de las ideas modernas. No tiene ningún secreto indescifrable como el de las esfinges asiáticas y no guarda fórmulas sacramentales parecidas a las conjuras de saludadores y milagreros, Volvería con su antigua política ya experimentada y con sus procederes ya sabidos. Lo que ha prestado algún cuerpo a tales fantaseos fue, ya el silencio de tan gárrulo estadista, ya su ausencia del Parlamento, cuando se ha callado por no tener gran cosa que decir y se ha ido por no conformarse la soberbia suya con aparecer en el Congreso como igual a todos ¡él! que durante lustros enteros había tronado sobre todos. El Canciller tiene una idea tal de la suficiencia propia, que a Julio Ferry le dijo esta frase, contada por el gran orador francés a mí en los paseos melancólicos de Versalles todavía manchado por el humo de la guerra: «Yo me paso la noche deshaciendo los disparates que mi viejo señor hace todo el día». Guillermo I podía tolerar estas ínfulas porque su gloria y su autoridad personales se hallaban demasiado establecidas en el seno de su propia conciencia y en el asentimiento de la opinión general. Pero Guillermo II no puede sufrir al privado erigido en dueño por su propia personal voluntariedad. Así, nombrando a Caprivi63 alta dignidad palatina, le dirige calurosos elogios, gusta de su política, le llama elocuente; y para separarse del canciller antiguo en todo, riñe con Rusia, marca una inclinación hacia el librecambio, declara la paz perdurable, y deja libérrimo espacio a las ideas socialistas abrumadas en otro tiempo bajo leyes restrictivas y medidas excepcionales. El Canciller debe reducirse a la espera de fastuoso entierro.

VIII

Quien está en lucha, parecido a un jabalí que persiguen los perros en vencedora jauría, es el primer ministro de las diversas nacionalidades austriacas, destinado a conciliar elementos y factores tan inconciliables como los esclavones y los germanos. Cuando se hallan las nubes cargadas de una corriente positiva en los efluvios de nuestra electricidad y la tierra u otras nubes cargadas de una corriente negativa estalla el rayo, culebrea el relámpago, retumba el trueno, generándose y produciéndose la tormenta. Pues igual o parecido fenómeno entre las razas diversas del Imperio austriaco, donde chispea cada cual con su electricidad correspondiente y truena y fulmina. Cuando el huracán surge y el oleaje hierve y la tormenta estalla en las procelas oceánicas, no se arma un estruendo como el armado por las pasiones de raza en el Parlamento austriaco, donde Taafe64 alza inútilmente la voz de mando e inútilmente agita como batuta de orquesta desacordadísima el menguado cetro de su malherido soberano. Teutones y cheques pueden a una brotar bajo el mismo cielo y sobre la tierra misma de Bohemia: la sangre difusa por las generaciones antiguas en sus venas les habla sobre todo y se les impone a todos, como en las tribus primitivas, sin que les importe un bledo estas palabras de nación y patria que nos hacen a nosotros enloquecer y nos llevan a milagrosos portentos como la producción del estro nacional de Quintana y a sacrificios como la inmolación heroica de Zaragoza y de Gerona. Los dos fenómenos nuevos aparecidos en las discusiones últimas son la renuncia del conde Taafe a los procedimientos federalistas usados no ha mucho y las tendencias anti-dinásticas patentizadas en el discurso último del elocuente jefe de la joven Bohemia, Eduardo Greg, tan respetuoso un día con el Emperador y con el Imperio. No hay más que aplicar el oído al debate para recoger el eco de la terrible tempestad. Todo su verbo huele a pólvora; todo su acento se parece al impetuosísimo de los profetas hebreos delante de los tiranos asirios. Su juvenalesca crónica sobre las botas cortesanas de talón rosa con que Taafe ha sustituido las férreas abarcas germánicas pasará por un modelo acabadísimo de alta elocuencia sardónica muy a la inglesa. Pero se cuenta de lo mucho que pagará Bohemia en tributos al Austria y de lo poco que recibiera en cambio; su recuerdo del pacto sinalagmático entre la corte tradicional de los Hapsburgos y la nacionalidad independiente de los cheques; sus ataques a los que desde arriba rompen un contrato, en cuya virtud únicamente pueden reinar sobre los de abajo; todos sus apóstrofes y todas sus indignaciones recordaban la elocuencia de Mirabeau, cuando conjuraba los pueblos a erguirse; pues los grandes nos parecen grandes, porque los miramos de rodillas. La verdad es que las relaciones entre Bohemia y Austria entran en bien difícil período.

IX

Y estas cuestiones interiores se complican mucho con la cuestión exterior en Austria, obligada, para cumplir su finalidad histórica en el tiempo y en el espacio, a proteger con su tutela todos los esclavones meridionales contra la opinión, contra el sentimiento, contra la fuerza de todos los esclavones boreales. Así los Gobiernos danubianos se dividen hoy en Gobiernos austriacos y Gobiernos antiaustriacos, a los cuales debíamos llamar también por antífrasis y por oposición Gobiernos anti-rusos los primeros y rusos los segundos. En Rumanía, por ejemplo, como el Rey pertenece a la familia imperial de Prusia, y como la familia imperial de Prusia profesa el principio de que a los Hapsburgos atañe la tutela de los esclavones danubianos, que deben ser a cualquier precio germanizados, proclama a este pensamiento hereditario difundido en sus venas y propende al Austria. Todo lo contrario del Rey de Rumanía, el Rey de Servia. Como el primero pertenece a la raza germánica, pertenece a la raza esclavona el segundo. Y por su complexión, por su sangre, por su cultura, por sus ideas y por sus afectos, pertenece a Rusia. En plena minoridad se halla bajo la regencia de los radicales y la regencia de los radicales prefiere a las alianzas con el Emperador Francisco José las alianzas con el Emperador Alejandro. Pero donde Austria más predomina es en el pueblo, recortado para sus fines propios y especialísimos por la espada de los rusos en el suelo de los Balkanes, en el pueblo búlgaro. El príncipe de Bulgaria es un pupilo del Austria; la política del primer ministro Stambuloff65 está sujerida por Austria; el curso de los hechos y de las ideas recibe las impulsiones austriacas. Por eso el nuevo principado combate allí en los Balkanes y en sus territorios anejos con todo cuanto se opone a la política del Austria. La Rusia en el Norte, la Grecia en el Mediodía resultan las dos enemigas de los proyectos del Austria sobre Constantinopla y sobre Salónica, pues a Rusia, su bienhechora tradicional, y a Grecia, su afín por tantos lados, combate Bulgaria sin pensar en la contingencia probable de que Austria mañana la contraste así en Macedonia como en Anatolia, cual puede hoy contrastarla Turquía o Rusia, Por esta razón, la subida y la bajada de las temperaturas austriacas en todo el Danubio significan mucho, y dos Gobiernos, como los Gobiernos de Hungría y de Rumanía, conservador éste y liberal el otro, se han visto precisados por las procelosas discusiones de sus Cámaras, divididas en austriacos y anti-austriacos, a cerrarlas, trayendo algo más grave que una grande agitación electoral.

X

La revista del comienzo de año, a los pueblos danubianos pasada, me lleva a recordar los demás pueblos naturalmente comprometidos en la suerte suya como Rusia y como Inglaterra. No hay que forjarse ilusiones: así como Rusia en Europa jamás podrá entenderse con Alemania, Rusia en Asia jamás podrá entenderse con Inglaterra. Ocupando ésta las desembocaduras de los ríos y aquélla las altiplanicies de los continentes hállanse abocadas a una guerra perpetua. Rusia tiene la meseta de Armenia e Inglaterra el Canal de Suez; Rusia las puertas de Persia por el Norte que se llaman Sarrchs e Inglaterra las bocas del Eufrates, no poseídas directamente, pero indirectamente apropiadas a sus intereses por una influencia continua sobre la persona del Shah; Rusia el Turquestán, de donde amenaza descolgarse a un tiempo, sobre China y sobre India, Inglaterra la desembocadura del Ganges que tanto poder le presta sobre los golfos pérsicos y sobre los mares índicos; y estas posiciones diversas traen aparejados conflictos como los que hubieran asirios y caldeos con la vieja Bactriana desde los tiempos fabulosos.

Por fortuna para los dos Imperios, las sendas imposiciones de su política interior los divierten y los apartan de la política exterior, ocupado el uno en sus nihilistas y en sus hambres mientras ocupado el otro en sus irlandeses y en su Irlanda. El nihilismo ruso no tiene otra salida que las catástrofes, ni otro procedimiento que la revolución, por hallarse Rusia en el período geológico de las violencias; pero el celtuismo irlandés tiene una salida fácil en las próximas elecciones generales por hallarse Inglaterra dentro del período de la evolución. Sin embargo, si no quiere Irlanda perder una partida que se le ofrece bajo tan buenos auspicios, ha menester suma prudencia en el proceso político de su vida y suma confianza en la virtud y eficacia de su propio derecho. Hace pocos días unos dementes, inspirados en la intransigencia irreconciliable que caracterizó la política de Parnell en su período último, soltaron unas bombas en sitios públicos de alguna importancia, y aunque no hubo desperfectos de ningún género, han valido para que los ingleses disputen a la vieja Erin66 el poder de gobernarse a sí misma en paz y libertad. Esperemos sea este un acto pasajero y dispongámonos a oír el fallo de las próximas elecciones británicas. Un accidente, a primera vista secundario, determina un impulso político muy grande: la traslación de Hartingthon, el jefe de los liberales unionistas, desde la Cámara de los Comunes tan influyentes a la Cámara de los Lores tan arqueológica67. La elección del jefe, que debe sucederle ahora en la dirección de los diputados unionistas, puede ceder en provecho de Gladstone; como deseamos y queremos todos los demócratas europeos. Así sea.