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ArribaAbajo7. Mayo 1892

El contagio socialista.-Uniformidad militar en el requerimiento de la jornada de ocho horas.-Imposibilidad completa del socialismo en todos sus aspectos.-La manifestación del 1º de Mayo.-Su carácter cosmopolita incompatible con el principio de variedad.-El 1º de Mayo en París y Londres.-Indefinición de los republicanos en Francia y pesimismo de los realistas.-Agitación general en París.-Ravachol y el Jurado.-La catástrofe del bulevard Magenta.-Su coincidencia con el juicio de Ravachol.-Tranquilidad en Europa.-Cuestiones de Irlanda y crisis de Italia.-Conclusión.


I

El contagio socialista se pega hoy en Europa, no solamente a todos los espíritus, a todos los Gobiernos. A pesar de haberse mostrado por los teoremas de una sana lógica y por las revelaciones de una larga experiencia cómo contradicen todo el movimiento liberal y cómo detienen toda la emancipación humana esas designaciones legales del empleo de nuestro tiempo y del importe de nuestro jornal; el socialismo contemporáneo, venido de la estepa rusa con los nihilistas y agrandado en el mundo germánico al empuje de las últimas ideas brotadas en el pensamiento filosófico alemán, a quien inspiro la extrema izquierda hegeliana se impone y predomina merced a un ejército, cuyas huestes aterran, pero cuyas ideas agrandan a los Poderes públicos, por lo mucho acaso que prosperan y favorecen las facultades y atribuciones del Estado. Desde Cádiz a Kiel, desde Tánger a Stokolmo, do quier hay trabajadores europeos, cumplen la universal consigna con exactitud y obediencia verdaderamente militares, en demanda, ¡parece imposible!, de que los atemos nuevamente a la vieja esclavitud, imponiendo límites a su jornada y tasas a sus jornales del todo incompatibles con la progresiva cultura y con la humana libertad, constitutivas de las sociedades modernas. Mas cuanto mayores fuerzas ostenten los utopistas, menor probabilidad de realizarse tienen las utopías, digan y hagan cuanto les dicte su miedo los débiles ministerios hoy al uso en todas las naciones europeas. No se puede salir de la propiedad romana, tal como la entienden los pueblos latinos; de los derechos individuales y del Gobierno parlamentario, no se puede salir sin riesgo de retroceder; allende las facultades de reunirse y de asociarse, según las quiere nuestra democracia tradicional y las promulgó el espíritu de la Revolución francesa, no puede ningún horizonte nuevo vislumbrarse; y a lo sumo se llegará con el tiempo y con el esfuerzo continuo a la cooperación y a la coparticipación, mas por medio de libres y espontáneos contratos.

II

Inútil de toda inutilidad irle al socialismo con reflexiones de ningún género. Los creyentes de tal secta están empeñados en que la sociedad y la naturaleza deben acomodarse a sus particulares intereses y cumplir sus arbitrarios pensamientos, como si un deseo pudiera vencer a la fatalidad y un sofisma corregir las leyes universales de toda lógica y las imposiciones de una ineludible necesidad. El cosmopolitismo los enamora y se figuran todas las instituciones de conservación y de progreso rotas; la dinámica y la mecánica social suspensas; el poder y el derecho perturbados; el río de los tiempos vuelto hacia sus orígenes, con que únicamente muevan ellos los agitadísimos brazos y exhalen las utópicas ideas. Así el sueño de Alejandro, el sueño de César, el sueño de Carlo Magno, el sueño de Carlos V, el sueño de Napoleón se ha metido en la mollera de los jornaleros y les ha inspirado una idea tan utópica y extraordinaria como la de mezclar todos los pueblos en solidaridad consustancial de intereses, incompatible de todo punto con el principio de la humana variedad. Movidos un día por el ruso Bakounine, idearon la sociedad internacional de trabajadores, muy válida el año 70; y movidos más tarde por el germano Marx y su discípulo Bebel, han ideado las manifestaciones universales por la jornada de las ocho horas, hecha con la coparticipación de todos los jornaleros del mundo en todas las ciudades el día 1º de Mayo. Cuando en el Congreso de París último los muñidores de la idea socialista decretaron tal manifestación, jamás pudieron imaginarse, dado tal decreto al terminar la Exposición y en las postrimerías de sus propias sesiones, que alcanzara el debido logro y que se cumpliese y celebrase por pueblos de tan diversa índole y de tan contradictorios intereses. Y, en efecto, aquello no hubiera pasado jamás de un propósito más o menos firme y de un plan más o menos cumplidero, si el emperador de Alemania no cita al año siguiente la grande Asamblea internacional encargada de discutir las satisfacciones dables a los jornaleros de todas las zonas y las soluciones factibles del problema social. Empeñado en seguir una política del todo contradictoria con la tradicional de su predecesor, el férreo Canciller, suspendió Guillermo II los estados de sitio que había por tanto tiempo aplicado aquél, y derogó las leyes excepcionales que mantenían el socialismo fuera del aire de la libertad. Mas, no creyendo haber hecho bastante con todo esto, debido en justicia, intentó procurarles también aquello no debido de manera ninguna, y pidió a los cuatro vientos pensadores de todas las naciones, convocados para que procuraran lo imposible, la solución del problema social bajo el ala del águila cesárea. Y así creció mucho la idea socialista, porque todos los Gobiernos, incluso aquellos que más alardeaban de reacción, se imaginaron comprometidos por tan alto ejemplo a reunir alguna junta o promover alguna legislación encargadas de tratar y de resolver los problemas sociales. Con esto, el 1º de Mayo se ha convertido en una fecha litúrgica, de resplandores benditos abajo y arriba de relampagueos siniestros.

III

La designación de un día fijo todos los años para manifestaciones de tal género, trae por necesidad esperanzas de un lado y temores de otro, los cuales, cual sucede con los colectivos afectos, que son intensos y vagos a un tiempo, debían agitar y conmover toda la sociedad. No obstante la ventaja evidentísima de las instituciones francesas sobre las instituciones británicas, aquella secular educación en la libertad individual del pueblo inglés no puede suplirse con veinte años de una República más o menos contestada, por lo que París no conlleva, como Londres, con la serenidad prestada por un ejercicio secular del derecho, las procesiones al aire libre y la práctica de facultad tan compleja y difícil como la facultad colectiva de manifestación popular. Así, las leyes francesas no permiten lo frecuentísimo, por arraigado, en las costumbres sajonas, y toda manifestación en Francia tiene que recluirse dentro de locales completamente cerrados y que trocarse del todo en un Congreso. Y a pesar de los muchos peligros que trae aparejada la manifestación pública y de los pocos que tiene la manifestación encerrada entre cuatro paredes, París estaba mucho más receloso que Londres al acercarse la fecha fatal de los desahogos comunistas. Instituciones en período crítico de formación las instituciones francesas, pues veintidós años de continua existencia no significan cosa en el geológico trabajo de las sociedades formadas con tantas dificultades y en tantos siglos casi como el planeta, no tienen la consistencia de aquéllas arraigadas en la historia de un pueblo y no pueden oponer contrafuertes a las cóleras y tormentas demagógicas como las que les oponen el tiempo, grande consolidador, y la razón colectiva, bien madura, grandioso y vivificante luminar. Y además, en tanto que un Gobierno británico suele preservarse del contagio de utopías hoy reinante sobre la epidemiada opinión europea, el Gobierno francés, y en su representación el más fuerte de todos sus gobernantes, M. Constans, ministro entonces, caen por su mal en la tentación y presentan descabelladísimos proyectos, a cual más irrealizables, so color de dilucidar y de resolver el problema social. En la vaguedad completa del Gobierno republicano francés; en las indeterminaciones consiguientes a la confusión allí entre todos los partidos gobernantes; en la serie de coaliciones más o menos orgánicas que suelen sucederse hace mucho tiempo en el Gobierno; los Ministerios están compuestos de ministros conservadores y ministros radicales, constreñidísimos a darse con los socialistas la mano y formar con ellos una cadena, cuyo principal eslabón está en la cumbre misma del Estado. Coincide con todo esto el pesimismo, no diré de las clases conservadoras, pero sí diré de las escuelas y de las sectas, que se ufanan siempre con la representación del elemento social de fuerzas y estabilidad. Así como prefieren ver a la Iglesia corriendo borrascas deshechas en el mar de todas las pasiones encrespadas, antes que verla tomar puerto y echar ancla en la República, prefieren atizar las malas pasiones en las muchedumbres demagógicas a reconocer que se puede convivir en paz con la democracia, con la libertad, con la República. Los intransigentes de la derecha imbuyen a los clérigos las pastorales rebeldes; votan en los comicios candidaturas demagógicas, como la candidatura del yerno de Marx; escriben acerca de los defensores del orden público, en incidencias tan terribles, como las producidas por el choque famoso de Fourmies entre la tropa y el pueblo, proclamas de aliento al incendio y al degüello; excitan todas las malas pasiones para que lleguen a desencadenarse como furias del Averno sobre la tierra libre de los viejos errores monárquicos; y forman una coalición, en la cual entran desde reaccionarios como Casagnac70 y arzobispos como Soulard hasta el elocuente radical Pelletan, cada día más fantaseador, y el aristofanesco liberalista Rochefort71, cada día más insultante, componiendo así una legión digna de compararse con los antiguos aquelarres, en cuyos desvaríos muchas familias católicas hacen milagros por el dominio y se tiran de cabeza en el infierno.

V

Pero, sea de todo esto lo que quieran ellos, resulta indudable una extraordinaria y excepcional agravación de la neurosis comunista predecesora del 1º de Mayo en Francia, y sobre todo, en su maravillosa capitalidad. Cierta horrible noche una colosal casa del bulevard San Germán salta en pedazos, esparciendo humo y polvo en los aires, terror pánico en los ánimos. Otra madrugada igual catástrofe cerca de la Trinidad, en calle tan concurrida como la calle Clichy, únicamente separada de la espina dorsal parisién por breve plazuela y conocidísima calzada. Los inquilinos de las casas destruidas pertenecen a la administración de justicia en su mayor parte. Así la opinión cree que se amenaza al hogar de los magistrados por maneras misteriosísimas, difíciles de contrastar; y que manos invisibles, las cuales asestan golpes certeros y se retiran como en los cuentos de niño, dictados y oídos por el miedo, se tienden allá en lo alto como telarañas apercibidas para coger al Gobierno y a la misma sociedad. El renombre de lista y diestra, por la policía francesa conseguido, se quebranta mucho; y los auxiliares, que suelen tener las investigaciones del poder público en Francia, desaparecen ahuyentados por el terror universal. Pero el autor de todos estos sacudimientos, generadores de una tan grande neurosis, no puede contenerse y se traiciona desatinado a sí mismo con sus gestos y con sus palabras. Asistiendo casi todos los días a un comedero popular dirigido por dos cuñados que se llaman Lherot y Very, explaya su ánimo en garrulidades anarquistas y se vende y entrega, Judas infame de sí mismo, diciendo el grosero labio aquello mismo que deseaba ocultar la desatentadísima voluntad. Husméalo con buen olfato la policía y lo atisba con certeros ojos y lo escucha con el oído abierto, hasta caer sobre su codiciada persona y apresarlo para la justicia. Desde tal día, el dinamitero parece condenado a morir; mas el delator o delatores por su parte condenado, a saltar. Sentencia legal de muerte fulminaban todos los labios sobre la cabeza de Ravachol; y sentencia ilegal de muerte-unos cuantos anarquistas sobre los dos voluntarios auxiliares de la justicia, Lherot y Very. Hasta existían muchos que hablaban del terrible linchamiento americano, y querían aplicárselo al incendiario y a sus cómplices con una implacable frialdad. Pero la sentencia del tribunal de la opinión pública no se ha cumplido y se ha cumplido la sentencia del terrible club anarquista. Muy pocas noches hace, la familia de Very cumplía sus faenas ordinarias y corrientes sin olvido de la sentencia fulminada por los anarquistas, sobre un pie por tanto; muy circuida de guardias. Eran sobre las nueve de la noche, hora de grande concurso, y por lo mismo de suma dificultad para deslizarse cualquier persona por los sitios concurridos, y depositar un petardo, poniendo fuego a su mecha y poniéndose a sí misma ella en cobro. Entró en el restaurant un hombre muy extraño, y con el hombre muy extraño dos mujeres desconocidas, los cuales, después de haberse asentado un ratillo a la mesa misma donde se asentaba Ravachol por hábito, apuraron sus

boks de cerveza y salieron a una sin hacer misterio de su salida, como no lo habían hecho de su entrada, y sin despertar ningún recelo por sus palabras y por sus ademanes, del todo indiferentes y ordinarios. Pero lo cierto es que todavía no estaban estos tres personajes a cien pasos de aquel sitio, cuando de la bodega o sótano se alza un estruendo como de reconcentrada erupción subseguido por un estremecimiento como de violentísimo terremoto. Con decir que se perforaron en guisa de grandes panales aquellos pesados paredones, y que a tierra se vinieron el techo de la bodega o sótano con el techo de la salita del entresuelo, está dicho todo cuanto se parecería el torbellino de humo al ciclón que desarraiga los árboles y derriba los edificios en sus asoladoras espirales, semejantes a marinas trombas. Un silencio, como el silencio de la muerte, siguió al estruendo de la explosión aterradora. Parecía en aquella oscuridad que los sepulcros se habían subido de lo profundo a lo alto y tragádose con su muda voracidad a los vivos. Pero tras este natural silencio, generado por lo enorme del espanto, sobrevino un clamoreo como el que levantan los náufragos entre las tempestades o los heridos tras las batallas. Un parroquiano presente decía en sus explicaciones haber experimentado una sensación extraña, como si el sitio aquel y su propio cuerpo se hubieran dividido y separado en dos mitades. A Very le cercenaron las piernas, en términos de que ha sido necesario amputárselas. Claváronse los cristales de puertas y ventanas, hechos abrasadas chispas al calor de la explosión, en el rostro de Lherot. La hermana de éste, mujer de Very, perdió la cabeza del susto. Joven trabajador, parroquiano del restaurant, muere. Y solamente una muchachuela pudo conservar su sangre fría en tan horroroso fragor.

VI

Coincidiendo con la venganza de Ravachol el juicio sobre Ravachol. Criminal tan cobarde, que destroza como el huracán y mata como la peste, sin riesgo propio ninguno, envolviendo en las espirales de sus explosiones a las mujeres y a los niños, a gentes inofensivas que nada le han hecho, a los mismos jornaleros por cuyo pro llega en su insania y en su delirio hasta el asesinato anónimo, bien merecería que todos cuantos rigores guardan las leyes para el crimen cayeran sobre su cabeza sin conciencia y sobre su corazón sin afectos. Así, aunque las leyes anteriores a la comisión de su delito no castigaran en su contexto con pena de muerte atentados tales como el suyo, para eso está el jurado, para corregir las deficiencias inseparables de toda legislación y poner sobre la letra muda la viva y resonante conciencia. Pero se han cometido en este asunto múltiples faltas de suma importancia. Primero se ha querido por el Gobierno un castigo pronto que precediese al 1º de Mayo y sirviera de alto escarmiento y ejemplar castigo a los anarquistas. En segundo lugar, se han descartado para logro de tamaño fin del conocimiento de los jurados los otros crímenes coexistentes con el crimen de las explosiones, o poco anteriores a él en los empalmes de unos con otros, mediante lo cual quedaba el reo acusado por un solo concepto y sometido a un artículo muy claro de las leyes penales. A mayor abundamiento, éstas habían parecido de una manifiesta deficiencia a los Cuerpos Colesgiladores que las corrigieron y agravaron tras el crimen de Ravachol, puesto por la razón pública y por la ciencia jurídica bajo apotegmas tan axiomáticos cual aquellos que prohiben aplicar al delito leyes promulgadas después de su comisión manifiesta. Precisa considerar todo esto con calma para no perderse con manifiesta vulgaridad en el estruendo de maldiciones promovido por la sentencia del jurado, que admitió las circunstancias atenuantes y condenó al terrible criminal a cadena perpetua. Dicho esto, precisa decir también lo más alarmante para la opinión así en el atentado a la taberna de Very como en el proceso a la persona de Ravachol. Alarma en el primero la torpeza de una policía, considerada en otro tiempo como la primera de todo el Viejo Mundo, y seguida en sus procedimientos de antiguo por ejemplar modelo. ¿Cómo? Llovían sobre Very los anónimos con amenazas; rondaban su mostrador las furias del desquite sin recato; a los parroquianos de la insana curiosidad que llenaran aquellos escenarios de una tragedia terrible, sucedió una soledad y un abandono sólo explicables por el husmeo de la catástrofe presentida en el espíritu general con sus adivinaciones inconscientes, así como señalada por los impulsos indeliberados del instinto colectivo; y todo un cuerpo de seguridad parisiense, obligado por lo grave de las circunstancias a concentrar allí su atención, deja huir entre los pies un petardo tan gordo con una mecha tan larga, como el que acaba de destruir la casa puesta en un entredicho terrible por las maldiciones anarquistas. Y si alarma la torpeza del cuerpo de seguridad en sus investigaciones y en sus apercibimientos y en su prevención propia, no alarman menos las complacencias usadas por la magistratura con su empecatado criminal. El interrogatorio de la presidencia en este caso a tal hombre ha parecido como una especie de interview yankee. No parecía tener el magistrado delante de sí un perverso tan cínico y contumaz como Ravachol; parecía tener una doctrina o un sistema. Lo trataba con la mayor deferencia; le decía las cosas y conceptos más suaves; le llamaba hombre de acción así con cierto dejo de loa; y cuando él mismo se metía en cualquier atolladero, lo sacaba con una misericordia, quizás humana en otros momentos, pero inoportuna bajo el terror universal.

VII

Dejemos tales tristezas y reconozcamos cómo la jornada del 1º de Mayo ha transcurrido con una tranquilidad relativa, dadas las amenazas de los socialistas y las complacencias de los Gobiernos con los principios utópicos de aquéllos. Únicamente Lieja se nos aparece como en competencia con París por sus explosiones desoladoras y por su agitación exaltada. Ya por falta de número en las huestes innovadoras, ya por exceso de precaución en las autoridades y en la policía, el amenazador instante ha pasado como si tal cosa. Otros asuntos públicos han obtenido con preferencia el general interés y la general atención, como las próximas elecciones de Inglaterra y la crisis ministerial de Italia. Si pudiese haber duda respecto del crecimiento alcanzado por las huestes electorales del partido liberal en Inglaterra, bastaría de seguro a desvanecerla el discurso último, pronunciado por Salisbury en una reunión solemne de los conservadores británicos. Jamás un Gobierno ha tañido con tanto miedo la campana de rebato y socorro, hasta resucitar el veto de los Lores, que puede costarle a la noble Cámara su existencia, como le costaron a Carlos I y a Luis XVI las cabezas respectivas el ejercicio de sus maltrechos privilegios, incapacitados para resistir y contrastar el progreso. Como no tenga Salisbury otro dique mayor que oponer al crecimiento de las grandes aspiraciones liberales respecto de Irlanda, lúcido está él y medrados los protestantes irlandeses. ¡Baldíos medios estos contra las inevitables Cámaras autóctonas próximas a establecerse por incontrastable necesidad en Irlanda! Algo más de temer que la Cámara de los Lores, antójanseme a mí las disidencias y discordias entre los patriotas irlandeses, tan faltos, desde que murió Parnell, de jefatura y de disciplina. Grave la crisis de Irlanda; más grave la crisis de Italia. ¡Cómo se repite la Historia en esta singular nación! Por el camino que van las cosas pronto habrán de resucitar los imperiales gibelinos, apoyados por la Monarquía y por Alemania, frente a los republicanos güelfos, asistidos del Pontífice y de Francia. Si el clero católico de Francia fuese más republicano, y el partido republicano de Italia fuese a su vez y por su parte más católico, ya estarían los términos del problema presentados así por la invencible dialéctica de los hechos. La última crisis no quiere decir, en suma, sino que precisa optar entre una política de guerra en acuerdo con Alemania y una política de libertad en acuerdo con Francia. El régimen militar establecido para su provecho propio y su política personal por el rey Humberto, de connivencia con los Brandeburgos prusianos, flaquea por la misma base por donde flaqueó el régimen monárquico y feudal en la última centuria, por el lado económico. Italia tiene que optar pronto sin vacilaciones entre la economía o la guerra. Se lo impone así la incontrastable lógica.