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ArribaAbajo13. Abril 1895

Política interior. -La dimisión del ministerio Sagasta. -Dificultades que halla todo gobierno en las continuas renovaciones del Parlamento. -El poder ministerial en nuestras reacciones y el poder legislativo en nuestra revolución última. -Necesidad imprescindible de tener gobiernos y Parlamentos largos en España. -Temores a caer en la situación de Portugal. -El partido republicano progresista. -Incompatibilidad entre los sendos métodos que adopta para su proceder y su conducta. -Conflicto de Alemania. -Condiciones del César germánico. -Factores componentes del Reischtag. -Protestas contra la glorificación de Bismarck. -Homenajes.-Guillermo II ante su ex Canciller. -Banquete de los bohemios contra la religión en París. -Reflexiones. -Conclusión.


I

Omisión imperdonable, si tratamos de historiar lo sucedido a nuestra vista y en los días corrientes, callarse sobre caso tan grave, como la crisis que trueca la política nuestra de radical en conservadora. Pero si no puedo callar la crisis, puedo callar los comentarios. No diré ni la idea más mínima, por cuyos asomos se presuma el sentir y pensar míos acerca de todo cuanto pasa. Cada día más recluido en mi hogar, y más apartado de la política militante por ende, quédanme aún restos de empeños varios en la lucha y reverberaciones de varios recuerdos en el horizonte, para que desempeñe la crítica de los hechos con el sereno criterio de un juez imparcial. Historio y no juzgo. A mediados de Marzo creyeron varios subalternos de la guarnición que debían tomarse la justicia por su mano en el castigo de artículos publicados por la prensa respecto de sus procederes; y creyeron las gentes que la justicia no se toma por los ciudadanos a capricho, y menos por los ciudadanos en armas, sino que se da por los tribunales en derecho. Y como lo creyeron las gentes, pensaron procedería el gobierno como ellas imaginaban; y el gobierno pensó tan sólo, tentados algunos medios de defensa o sin siquiera tentarlos, en presentar una dimisión, acaso justificada y oportuna después de los esfuerzos naturales para defenderse, mas importuna e injustificable a la hora misma del no conjurado conflicto. Presentada esta dimisión, arbitráronse mil expedientes en busca de reemplazo a los dimisionarios. Unos propusieron la entrega del poder a los elementos militares y la huelga de los hombres civiles; otros interino ministerio de negocios gobernado por uno de los dos estadistas que presiden las Cámaras; éstos una situación liberal mandada por Martínez Campos; aquéllos una coalición de todos los partidos gobernantes por el mismo Martínez Campos presidida; los más un paso de espera con la vuelta de Sagasta y la continuación del ministerio, un tanto rehecho; los menos la entrega del poder a los conservadores. Tal copia de pareceres no revelaba otra cosa sino la inopia de soluciones aceptables. Y no se podían buscar soluciones, cuando faltaban del problema datos. ¿Qué había pasado aquí? ¿La guarnición estaba o no en armas moralmente? Nadie lo creía. El acto de presentar su renuncia un general y reemplazarlo en la cabeza de nuestra guarnición otro, para muchos no tenía ningún otro particular objeto sino conjurar una dificultad del momento. Si la guarnición estaba sublevada, cual dicen por ahí, nadie sabe cómo y cuándo se sometió; y si estuvo sometida siempre, nadie sabe por qué presentó su renuncia el ministerio a un asomo sencillo y a un amago más o menos verdadero de sublevación, engendrada en rumores populares y no en la realidad y en la vida. Pero presentó su dimisión total sin motivo y no había que aguardar un reemplazo en razón. Casualmente ni se podía formar un ministerio Martínez Campos; ni se podía formar un ministerio de negocios y de componendas. El primero es necesario en Cuba y lo segundo no debe intentarse por ahora. Lo único que cabe, dentro de la organización actual, nacida del establecimiento de un régimen democrático, es, o bien un ministerio conservador, o bien un ministerio progresivo. Y el ministerio progresivo pudo caer antes o pudo caer después de lo que ha caído sin daño. Mientras, al caer en la hora de votarse los presupuestos, sin estar legalizada la situación económica, ni haber conseguido del Parlamento el gobierno la indispensable autorización para cobrar las contribuciones, cae, no sólo en daño de su partido, en daño del país. Estudiando las causas del desconcierto, que descompuso una monarquía tan fuerte como la monarquía de doña Isabel II, salta, entre las principales, el sinnúmero de presidentes, que debilitaron el poder ministerial e hicieron fuesen los asuntos del gobierno manga por hombro. Estudiando las causas del desconcierto, que descompuso una Revolución por sí tan fecunda como la Revolución de Setiembre, salta, entre las principales, el número de Cortes, que debilitaron el poder legislativo, e hicieron fueran los asuntos del Estado manga por hombro. Abriríanseme a mí las carnes, de llevar esta responsabilidad inmensa del poder, si a cada dos años hubiera de convocar unas Cortes, y abrir un período electoral en que toda fácil administración se suspende, y constituir un Congreso nuevo con las interminables discusiones de actas, y leer un mensaje y contestarlo, sin que ande la máquina con regularidad, cuando, apenas montada, empiezan ya los ingenieros, sus remontantes, con los maquinistas, sus manipuladores, a desmontarla. En Inglaterra y Francia, donde las elecciones no tienen tantas dificultades como entre nosotros, y los Parlamentos no malgastan en su constitución el tiempo que malgastamos en España, jamás hay elecciones, sino a la hora fija en que los códigos fundamentales suelen señalarlas, sin esta triste anticipación, que todo buen intento frustra y todo alto poder debilita en movilidad vertiginosa. Cuando mi amigo el Sr. Cánovas se partió de la pública gobernación, porque dice le habían llamado insoportable, roguéle yo por medio de amigos comunes que no se fuera, sino después de terminado el plazo legal de las Cortes; ahora hele rogado al Sr. Sagasta directamente y de palabra en las visitas de obligación a los gobernantes del país en sus trances de amargura que no se fuese, por lo menos hasta después de legalizada la situación económica; ni uno ni otro me oyeron; ambos se dejaron el poder antes de tiempo: que Dios no se los tome, no, en cuenta. Ya tenemos democracia y libertad más o menos maltrechas. ¿Cuándo tendremos gobierno? Pocas esperanzas abriga uno en vista de nuestras desgracias. En primer lugar, la guerra de Cuba quebranta mucho nuestra reconstitución económica. En segundo lugar, el disentimiento entre los dos grupos del partido conservador quebranta mucho a éste para la gobernación pública. En tercer lugar, cualquier desavenencia entre una mayoría liberal y un ministerio conservador, podría de suyo abrir el período por que han entrado en Portugal, el período de legislar sin Cámaras, que, por la complexión particular de nuestros hermanos, allí no tiene los peligros posibles para todo y para todos que aquí en España. Hagamos votos por que la situación en paz se resuelva, y acabado pronto lo de Cuba, nos consagremos a continuar mejorando nuestro estado económico.

II

Pero, con esto y con todo, permitid que lamente la rápida descomposición de congresos y gobiernos. Si únicamente se disolvieran los congresos y los gobiernos, vaya en gracia, mientras quedaran los moldes en que los gobiernos y los congresos se forjan, mientras quedaran los partidos. Pero también se acaban los partidos. Líbreme Dios de referir cómo ha entrado el partido conservador y cómo se va el partido liberal: no quiero echar al fuego ni un hacecito de leña. Mas, aun los partidos que representan la historia y los partidos que representan la renovación, esos en quienes predominan las ideas sobre los intereses, ¡oh! se descomponen a su vez y para siempre. Nos lo ha mostrado ayer el partido carlista en su acta de Azpeitia; nos lo muestra hoy el partido republicano en su asamblea de reorganización. Todo el debate ha versado sobre un problema, que yo presenté al jefe de los radicales, el día de mi partida desde París a Madrid, para tomar asiento en el primer Congreso de la Restauración, todo el debate ha versado sobre los procedimientos a seguir y no sobre las ideas a proclamar. Y en verdad se ha hecho perfectamente, prefiriendo el método al sistema, porque de un proceder sale conservador programa y del proceder opuesto programa radical. He dicho siempre que las especies trabajadoras tienen por el principio de las finalidades naturaleza y organismo de industriosas, mientras las especies combatientes naturaleza y organismo de combate. Mirad la hormiga y el tigre. Así como no cabe duda de que la educación, apropiada de suyo al ministerio que deben desempeñar y al fin que deben cumplir las especies, modifica mucho éstas, como el cultivo de las plantas, haciendo del pacífico buey un toro bravo, no cabe duda tampoco de que los partidos se modifican al cuidado puesto en dirigirlos por sus jefes y se apropian en su organización a la finalidad capital para que son criados. Si tenéis que hacer pronunciamiento y revolución, inútil todo lo que hagáis por estar en la legalidad. Necesitaréis para constituir un partido de revolución, revolucionarios cuando son demócratas; y para constituir un partido de guerra civil, guerrilleros cuando son carlistas; pero un partido de ciudadanos deberá someterse a las leyes y no destruirlas; trabajar por el mejor derecho ideal dentro del viejo derecho constituido hasta trocar la barricada por la tribuna y el fusil por el periódico. Así lo hicimos nosotros durante aquellos días en que, perdida toda esperanza de llevar los partidos liberales al gobierno y la libertad al Estado, pusímonos a conspirar con ánimo resuelto de traer una revolución; así lo hicimos, y nos dejamos de comicios y de Cámaras, apercibiendo en las sombras los explosibles necesarios para hacer saltar el trono de doña Isabel II, con las ideas necesarias para poner en reemplazo de los principios retrógrados el dogma de la soberanía nacional y el gobierno de la democracia progresiva. Mas luego, cuando una república generada por la legalidad fue destruida por la revolución, extirpamos de nosotros cuanto pudiera oler a revolucionario, y quemamos los viejos libros de caballería, proponiéndonos organizar un partido de legalidad, consagrado a restaurar en las leyes y en el Parlamento lo sustancial de la democracia: empeño, para cuyo logro bastaba con desglosar del método las violencias y las utopías en el objeto de nuestros esfuerzos y en el programa de nuestros principios. Cuando debíamos hacer una revolución inmediata, nos organizamos en legión revolucionaria; y cuando teníamos que hacer una legalidad democrática, nos organizamos en partido legal. Pero los republicanos progresistas, después de mil dimes y diretes, hanse organizado en revolucionarios y legales al mismo tiempo, como si el propósito de la revolución inmediata no anulara el propósito de la inmanente legalidad, y el propósito de la inmanente legalidad no anulara el propósito de la inmediata revolución. Aunque no tuviera otro defecto lo acordado, tendría el insuperable de que los revolucionarios, metidos dentro de la legalidad, perturban esta sin objeto y sin esperanza por fingir que hacen algo; y los legales, metidos dentro de la revolución, acaban por detenerla, cuando no impedirla siempre y por declararse dolorosamente sorprendidos, si va de veras la cosa y estalla una explosión imponente, como las dos célebres habidas en los últimos lustros. Si todos los republicanos hubieran estado a favor de la revolución, seguramente no marraran con la facilidad que han marrado los esfuerzos revolucionarios hechos por la república tantas veces. Y si todos hubieran estado dentro de la legalidad, como nosotros los posibilistas, reformas, en cuya consecución se han tardado veinte años, hubiéranse cumplido los cinco, siendo la organización del partido liberal más robusta y más largos los períodos de su gobierno, porque la democracia, unida y pacificada, turnando con los conservadores en el poder, hubiese llevado a los liberales el agente mayor de vida pública, una sana y verdadera popularidad. Quien a dos liebres dispara un solo tiro, no caza ninguna. Y si esto le ha pasado a la revolución, que ha sido desdichadísima, por no reunir bastantes factores en la multiplicación de sus fuerzas; y a la evolución, quien, más feliz y más acertada, no ha sido, sin embargo, todo lo pronta y todo lo eficaz que debiera, ¿cuál será hoy la suerte del partido progresista, descabezado por dimisión de su jefe, y llevando dentro de sí, con ideas contradictorias, procedimientos inconciliables? En vano trata de vivir: la muerte le persigue y acosa en todas partes, y no la muerte violenta producida por golpes asestados desde afuera, la muerte por descomposición interior irremediable. Y le pasa esto, porque la Naturaleza, implacable de suyo en eliminar todo aquello que no sirve a sus fines, destroza los organismos, destruyendo el medio ambiente, dentro de cuyo seno debían vivir y nutrirse, tras la cual destrucción jamás vuelven a reaparecer en la sociedad, como no reaparecen nunca en la tierra los animales extintos, petrificados en las zonas predecesoras del período en que apareció nuestra especie racional y humana. Estarán todo lo amenazadas que quiera el pesimismo nuestras libertades; pero no hay medio de negar su existencia, y menos de creerlas tan poco eficaces, que no destruyan ellas con sus efluvios de racional y justo derecho las violencias y las guerras connaturales y consiguientes a toda revolución. Existen partidos revolucionarios; no existe pueblo revolucionario en ciudad ninguna de nuestra patria, donde pululaban en tanto número, cuando era moza la generación que trajo los principios democráticos a nuestra sociedad y los encarnó en nuestra vida. Si pudiéramos tener la duda menor a este respecto, bastaría para desvanecerla el espectáculo de los últimos días, en que, faltos de gobierno, y creyendo todos con engaño hallarse bajo una sublevación militar, no se ha lanzado por el pueblo un grito popular. Descanse en paz el partido progresista.

III

Mas demos de mano a los asuntos propios y convirtámonos a los asuntos extraños. El escándalo de los escándalos en la semana corriente ha sido la negativa del Reichstag a enviar un voto de gracias al canciller en el octogésimo año de su avanzada edad. Habíalo propuesto el emperador, y cuando el emperador propone algo, aun a poderes muy vecinos del suyo, no les queda otro remedio sino escuchar la proposición, cual si fuera un verdadero mensaje de lo alto, y aceptarla sin pestañear, haciendo de las tripas corazón en los valles profundos de la obediencia. Pero es el caso que, como no tenga la perseverancia entre los dones enviados por el Espíritu Santo a Guillermo II, precisa detenerse y pararse un poco al cumplir cualquier dictado de aquella voluntad superior para ver si esos alardes que los dictan, o son de luz propia, brillando en alguna continuidad, o son relampagueos de los que cruzan por una frente olímpica y caen luego en los abismos de una perpetua oscuridad, como si jamás hubieran culebreado por ninguna parte. Predicador teológico unas veces, disertante de materia histórica otras, músico de himnos análogos a los compuestos para las fiestas olímpicas en Grecia, caballero de la Orden Teutónica resucitando los tiempos católicos y feudales como cualquiera de los héroes evocados por Wagner en sus óperas, economista de la protección y del cambio libre alternados; ya en lo alto de las montañas como el mismísimo fray Martín de la Watzburgo cuando le tiraba el tintero a Satanás en la cabeza y traducía el Evangelio a lengua vulgar; navegante y colonizador como aquellos hijos lusitanos de la célebre Lancaster, que iban desde las bocas del Tajo a los mares de la Escandinavia y del Congo; jinete y piloto y orador y poeta, le caen tantos oficios en lote y le pasan tantos conceptos por el cacumen, que no sabe con él uno a qué palo quedarse, y entre tamaño número de pensamientos cuál queda y se fija en su perplejísimo cerebro. No hace mucho tronaba contra los rurales y por el cambio libre con ánimo de captarse la benevolencia rusa; y hace poco se acaba de volver a los rurales nuevamente y a sus protecciones y a sus monopolios, importándole un ardite Rusia, mientras se muestra en otro cambio brusco ahora desligado por última vez de semejantes veleidades y vuelto a un compás de tranquila espera en equilibrio, poco durable a la verdad, entre los centenos germánicos y los centenos moscovitas. Pues en materia de personas acaécele algo parecido a lo que le acaece a su vez en materia de ideas. Nadie adoró al canciller Bismarck como le adorara él en la triste travesía desde la muerte de Guillermo I, su abuelo, a la muerte de Federico III, su padre. Atormentaba el ministro al moribundo y adulaba el hijo al atormentador del mártir en las ansias de su muerte, llegando al extremo de asegurar que aquél tenía en sus manos la bandera del Imperio, cosa privativa de los Emperadores. Diríasele, al verlo en tal idolatría, pronto a cederle de verdad una diadema, casi honoraria tan sólo en sus ungidas sienes de César. Y a los pocos meses del entusiasta obsequio, arroja del gobierno, como un criado, a quien había puesto en el santuario, como un Dios. Y en cuanto nombró a Caprivi, segundo canciller del Imperio alemán, la despedida del primero no se redujo a mera desgracia, trajo aparejada una horrible persecución. El recuerdo de aquel viaje de Bismarck desde su destierro a Viena, con motivo del casamiento de su Herberto, viaje horroroso, en que dio el César la orden de tratar al fundador del Imperio como un enemigo del Imperio, no puede haberse borrado de su ánimo, grande, grandísimo en sus ideas y en sus empresas, pero también grandemente vengativo y rencoroso en sus odios. Mas la decoración ha cambiado. Guillermo, a guisa de Dios, ofrece nueva metamorfosis en sus cambios continuos. Como de librecambista se ha pasado a proteccionista, y demantenedor del muy liberal Caprivi a mantenedor del muy reaccionario Hohenloe también asaltado, como un acceso de fiebre cuartana, la pasión por Bismarck. Un día, de súbito, le sobrecogieron remordimientos por todo lo hecho con el grande hombre; y temeroso del juicio que pudiera formar la posteridad de su agradecimiento, le mandó un barril de vino viejo, para que lo apurara en su honor, y una copa de alianza donde escanciarlo y bebérselo. Hízole después una visita en su casa de campo, habiéndole ofrecido todos los sitios imperiales de su pertenencia, para que pudiese pasar con calma los últimos días de su vida; y como no aceptase la hospitalidad larga de años, obligóle a sufrir la hospitalidad pasajera de algunos días bajo los techos del cesáreo palacio. Y ahora se había empeñado en que la grande Asamblea de Alemania, llamada Reichstag, le diese un voto de gracias al ex Canciller parecido a los votos de gracias que le habían mandado sus augustos labios, después de inferirle tantas ofensas y condenarle a una irreparable desgracia. Mas el Reichstag, como producto de la unidad germánica, guarda mucha gente poco favorable al Canciller, y como producto del sufragio universal no entiende cosa en achaque de zalameos y adulaciones a quien tiene todas las desgracias, pero, entre todas, la menos aceptable a los cuerpos deliberantes, la grandeza de un conquistador y de un déspota. Los parlamentarios, acosados por las burlas un tanto pesadas del viejo Canciller; los progresistas, desdeñados siempre, aunque sus ideas constituían el alma de la unidad germánica; los poloneses, a quienes se les recordaba sin tregua ni descanso la desmembración de su patria y la eternidad de su esclavitud; los federales y separatistas, hechos a vivir en sus estrechas viviendas y estadillos e incapacitados de comprender el nuevo Imperio alemán, bien diverso del viejo y derribado en Sadowa; tanto católico de todas las regiones alemanas, malheridos en sus creencias por las bárbaras leyes de Mayo parecidas a los rescriptos de Diocleciano contra los discípulos del primitivo Cristianismo; los socialistas despedidos del derecho y acosados como facciosos, no podían pasar por la triste apoteosis del opresor, y convinieron en decir que si la obra del Canciller se distinguía mucho, resaltaban entre todas sus distinciones las capitales de opresiva y violenta. Con efecto, no se distinguía el pensamiento de Bismarck, cual no se distinguía el pensamiento de Cavour por una grande originalidad, habiéndolos alcanzado en inspiraciones divinas y formulándolos en palabras fulgurantes y ungídolos con fecunda sangre de mártires aquellos profetas del revolucionario año 48, cuyas almas se parecían a las angélicas y creadoras que iban sembrando soles en el éter increado los primeros días de la creación; pues templos de ideales fueron aquellas asambleas, aparecidas y desaparecidas en un minuto, para dejar tras sí estelas, de cuyas fosforescencias se han formado cien mundos. Pero Cavour tomó la idea del pensamiento revolucionario, y supo conservarla para la libertad, mientras la tomó Bismarck del mismo pensamiento, y sólo supo en homenaje y holocausto ofrecerla, inconsecuente y falaz, al despotismo.

IV

En el conflicto alemán se ha comprobado mi vieja tesis acerca del Canciller: gran ministro de política exterior, pésimo ministro de política interior. En lo exterior ha contenido al imperio moscovita sin detener la descomposición del turco; ha destronado al Mediodía el Imperio de los Hapsburgos; ha demolido el Imperio de los Bonapartes al Occidente; ha coronado la obra de Italia impeliéndola en sus triunfos a ceñirse la diadema de su independencia en la Ciudad Eterna; ha dispuesto a su grado del viejo continente. Mas, en la política interior, unos Estados segundos, cada día más divididos del Estado central, sin coordinaciones verdaderas entre todos ellos y sin sumisión al emperador, obedecido con resistencias bien manifiestas como en los tiempos feudales; un insolente patriciado agrario, sin títulos al poder, y pidiéndolo siempre, desde petrificada e inverosímil Asamblea, que llega, en sus desvaríos reaccionarios, a proponer el estanco de los cereales; un partido conservador, compuesto, más bien de cortesanos apercibidos a votar cuanto quiera el César, que de políticos; unos presupuestos militares, crecidos y gravosos, bajo cuya pesadumbre la industria cae aplastada y el trabajo padece de perdurable anemia; unas fracciones religiosas de carácter ortodoxo católico, dispuestas a sumarse con todos cuantos abriguen afectos de rebeldía en su pecho, si quier sean revolucionarios, con tal de prosperar sus comunidades; otros grupos de carácter pesimista, en cuyo seno entran desde los poloneses hasta los alsacianos, quienes disculpan cuanto hacen de perturbador con la suprema y atractiva razón de su patriotismo; un movimiento antisemita, indigno de la raza que cree haber emancipado la conciencia humana con su revolución religiosa; el partido socialista más formidable de Europa entera demuestran a una cuán funesto ha sido que la gloria de tres conquistadores, como Guillermo, Bismarck y Moltke, se haya sobrepuesto al derecho y a la libertad de todos. Así, habremos de comprender y explicar la insistencia puesta por hombres del temple de Richter y del saber de Wirchou a reconocer los servicios prestados al oprimido por el opresor, cuya fuerza crece sin medida y cuya soberbia se insolenta con escándalo, siempre que ve algún reconocimiento en los opresos, más o menos voluntario, de su grandeza y de su gloria. No hay, habrán dicho los progresistas de la Cámara opuestos al voto de gracias, cosa ninguna que valga donde faltan el derecho y la libertad, como no hay habitable tierra sin aire y sin luz. Nosotros tenemos un ejemplo de esto en la Historia patria. No existieron jamás en todos los anales germánicos cuatro figuras comparables a las figuras de los Reyes Católicos, de Carlos V, de Felipe II. Y, sin embargo, a los primeros no les hemos perdonado que fundaran la Inquisición y expulsasen los judíos, como no les hemos perdonado a los últimos que mataran en Villalar los municipios de Castilla y en Zaragoza las Cortes de Aragón, sin dejar de reconocer por ello su gloria y su grandeza. Los que siempre anteponemos la libertad a la fuerza, estamos en espíritu con todos cuantos han votado contra que una Cámara, como el Parlamento alemán, se arrojase a los pies de un vencedor como Bismarck, contrario a las instituciones parlamentarias, de cuyos acuerdos prescindió al preparar Sadowa, y en cuyo seno entró con botas, látigo y espuelas después de Sedán. Imposible pedirle a una colectividad que se despoje de su espíritu colectivo. Imposible pedirle que aclame a quien la ofende y la niega. El Parlamento alemán podía dejar a los demás factores públicos, al emperador, al ejército, a los cuerpos colegisladores prusianos, que aclamaran y enaltecieran a Bismarck, pues les dio, ya una corona imperial, arrancada de la dinastía ilustre, a quien la entregó el poder y la gloria de Carlos V; ya un reguero de triunfos, que se dilata desde los campos bohemios a los turenos campos; ya el predominio absoluto de la Prusia protestante y boreal sobre los Estados meridionales y católicos; ya la hegemonía diplomática en Europa; mas no podía prestar él homenaje ninguno al Dictador, que, si le ha dado vida, se la dio para oprimirlo y humillarlo. Quien dice que Bismarck regaló a los alemanes el sufragio universal, desbarra, como quien dijera que les había dado la tierra de que se nutren sus fibras o la atmósfera en que respiran sus pulmones: el mundo europeo es una democracia contra Bismarck, sobre Bismarck, y la democracia tiene por carácter primero el sufragio universal.

V

Sabíase ya que aguardaban Emperador y Canciller el día 23 para presentar la proposición del voto de gracias en el Reichstag. Teníanle, magüer su omnipotencia, un miedo a éste de todos los demonios. Así hubo ensayo previo, para que no saliese la terrible sesión, por poco apercibida, mal representada. La hora reglamentaria de abrir las sesiones en el Parlamento alemán es la una. Como a esa hora no podían estar presentes los diputados del Reichstag adscritos también a la Dieta prusiana, todos favorables al voto de las apoteosis, propuso el presidente alterar la hora y abrir en punto de las dos el 23. No un socialista, un redomado conservador, levantóse airadísimo a decir que por nada, ni por nadie, debían los diputados alterar la hora decretada de antiguo para reabrir sus sesiones. Y el Parlamento votó por la proposición del diputado y contra la proposición del presidente. Acuerdo tamaño decidía ya de la cuestión. Era cosa decretada la negativa del voto de gracias al mayor hombre que ha tenido Alemania y que tendrá, según frase de sus admiradores. El presidente Levetzow, presenta la proposición de manera modesta, pidiendo a la Cámara que le autorizase a ofrecer sus felicitaciones al alemán mayor de toda Alemania el día 1.º de Abril, en que cumple ochenta años. Un jefe de los católicos abre la marcha del bando contrario a lo propuesto, con la remembranza del código dioclecianesco de Mayo en el rostro; sigue al jefe del centro un jefe de la izquierda democrática, diciendo cómo los mantenedores del derecho de todos a la soberanía nacional no pueden felicitar a quien vincula esta soberanía en uno solo; sigue al demócrata un socialista, evocando, para justificación de su voto negativo, las persecuciones que han martirizado a los suyos, faltos de las más rudimentarias libertades, suprimidas por el férreo canciller; tras los socialistas vienen los poloneses, y muestran el cadáver de Polonia como los patricios romanos el cadáver de Lucrecia y los plebeyos el cadáver de Virginia; en medio todo esto, de vociferaciones y de clamores en los desairados, cuyo estruendo aumenta el escándalo de una votación, opuesta con sereno y reflexivo juicio de todos a las voluntariedades arbitrarias del joven Emperador y a la soberbia despótica del depuesto Canciller. Ciento sesenta y tres votos contra ciento cuarenta y seis rechazaron la proposición. Imposible pintar

cómo tomaron el voto quienes lo habían preparado con tan grande antelación y pedídolo con tan repetidas instancias. El Emperador dirigió al ex Canciller un telegrama fulminante de quejas contra el Reichstag, quien al cabo no había sido con el grande hombre tan ingrato como él, y habló de despedir una Cámara capaz de tan increíble desacato, como años hace despidiera él a su primer ministro sin acatamiento ninguno. El presidente y el vicepresidente del Reichstag presentaron sus respectivas dimisiones, aun a riesgo de que los reemplazasen y sucediesen dos comunistas. Las compensaciones al desaire se arreglaron luego del modo mejor posible. Casi todos los que votaron en pro de las felicitaciones; una parte considerable de los señores feudales que parecen embotellados en sus redomas desde los siglos anteriores a la guerra y levantamiento de los labriegos, según el ceño feudal que muestran poco disimulado so el ala de un sombrero inglés y parlamentario; el Parlamento prusiano todo entero, con excepción de los enfermos accidentales y de los enfermos crónicos, acudieron en son de protesta y aclamaron al glorioso anciano, a la puerta de aquel retiro, por pinos y malezas rodeado, que le dan sombríos aires de panteón apercibido a contener un gran muerto. Como cumple a un verdadero conquistador, vestido, no con el traje civil que llevarían Gladstone y Cavour y Crispi, de uniforme militar, el casco y el sable de rúbrica; muy fuerte su cuerpo y robusto, aunque no muy erguido, pues la edad le pesa un poco sobre las espaldas, encorvándolas, Bismarck pronuncia con voz temblorosa por la emoción que lo embarga, un discurso en recuerdo de los grandes muertos, en homenaje al victorioso ejército, en acción de gracias al emperador, sin dirigir más que velada, y débil alusión al Reichstag, pero mostrando el dolor incurable de la herida que le abrieron al bajarlo de un pedestal, si combatido y zozobrante, superior a los varios altares erigidos ahora en su honra y gloria por el mismo autor de su inmerecida desgracia, reo, más que ningún otro animal, de irreparable ingratitud al fundador de la Germania moderna. Los remordimientos más acerbos deben taladrarle las sienes a este respecto; pues, no bastando al César la expedición de trenes parlamentarios y especiales, hase ido en persona, montado sobre su mejor trotón de combate; ciñendo todas las armas propias de un general y llevando todas sus insignias como un Dios; a presentarle al Canciller en su cumpleaños una espada hecha toda de oro y resplandeciente como un rayo del cielo. Con este motivo ha pronunciado un discurso muy semejante al aria que el héroe canta en la tetralogía de Wagner, cuando forja por las sinuosidades del monte, y entre las selvas, sobre una mole de hierro y bajo una fragua de titanes, la espada maravillosa que había de servir luego para inmolar las víctimas a los dioses guerreros y darle paso a las cruentas victorias. El orador imperial no ha tenido que morderse la lengua para decir cómo la espada era el blasón de su Imperio. Pues yo antepongo un imperio teniendo por blasón el hierro destinado al cultivo a un imperio teniendo por blasón el hierro destinado a la matanza. Prefiero Prometeo con su vivificadora luz en la mano a Thor con sus demoledores martillos. El joven César ha disertado mucho sobre lo que Bismarck es como soldado; y Bismarck ha insistir en lo que se cree como gobernante y diplomático, sin duda para echarse del hombro lo ridículo de aquellos cesáreos alardes, cuyas sacudidas le arrojan de la Cancillería sin motivo, para luego adjudicarle palmas de general sin razón. La mayor apoteosis que podría consagrarse a su persona, en mi sentir, habría de ser volverlo al Cancillerato y dejarlo morir en las cumbres altísimas para que ha nacido, y de las cuales hale un día echado el mismo que lo corona y que lo diviniza. Unos pocos meses de poder halagarían más a Bismarck que tantos gárrulos ruidos de divinización y de apoteosis.

VI

Un banquete singularísimo va pronto a celebrarse por grande número de sabios con motivo del pleito, muy embrollado y recrudecido ahora por circunstancias varias, entre la religión y la ciencia. Este otoño se presentó en el Vaticano a rendir sus homenajes al Papa el insigne director de la Revista de Ambos Mundos, puesto por el asentimiento universal de todos los literatos entre los primeros escritores y críticos del siglo. Al salir de su entrevista, guardó la reserva cumplidera en todos cuantos tienen la honra de conversar con el augusto anciano que rige al mundo católico; y escribió tan sólo un artículo muy trascendental, en cuyo contexto no decía nada del Papa; mas decía de su propia cosecha que las almas se habían ido poco a poco separando de la ciencia por haber hecho la ciencia completa bancarrota. Y con este motivo, los impíos al uso hanse vuelto hacia el vulgar y pesado libro de Drappe, sobre los conflictos entre la fe y la razón, para reabrir una guerra que parecía cerrada y que no tiene motivos ni justificaciones ahora. Conozco perfectamente la existencia perenne de luchas entre la teología y la metafísica, como suele haberlas entre la metafísica y las ciencias exactas; pero así como se corresponden las notas del pentagrama con los colores del prisma, se corresponden la religión y la ciencia, las cuales, si no se armonizan y encuentran en el espacio limitadísimo alcanzado por nuestros ojos, se armonizan y encuentran en lo infinito. Es innegable que, al pasar las ideas en la inteligencia por su carácter inferior de nociones, se contradicen, y que, al subir por los cielos de la razón pura y tomar la incondicionalidad de lo universal, se armonizan componiendo mónadas celestes y unidades divinas. Pero así como los católicos exagerados maldicen la ciencia moderna de nuestros pensadores; los positivistas intransigentes maldicen la vieja y santa religión de nuestros padres. Desde las revistas diversas y desde las publicaciones diarias, lánzanse los piadosos y los sabios franceses bombas, que arman un fragor espantoso y están llenas de proyectiles asesinos. Ya lo he dicho, hasta banquetes van a celebrarse pronto en honor de los que quieren trocar la ciencia en religión y la religión en ciencia, siquier se trastornen todas las leyes del mundo moral y se queden reducidas a pura física la teología y la metafísica. El sabio Berthelot, que promete sustentarnos con pomos de químicas esencias, encargadas de desterrar los solomillos y los pavos, presidirá el banquete a cinco pesetas cubierto. Zola promete asistir, porque le ha tomado al darwinismo su ley de la herencia, y no quiere abandonarla en este grave paso, con tanto mayor motivo cuanto que, habiendo dispensado el Pontífice a Brunetière la honra de una audiencia particular, y no habiéndosela dispensado a él, como Brunetière habla de la bancarrota del saber, tócale hablar a su lengua tan escuchada y a su pluma tan leída de la bancarrota del creer. No ha faltado diario que se ría del banquete; ni positivista que se vengue del diario. ¡Ciencia y Religión! Me llamaréis ecléctico y sincretista; pero creo indispensables las dos a nuestra vida. Existe una Religión como existe un Arte, como existe una Ciencia, como existe un Estado. Y para despojar a la humanidad entera del arte y sus ensueños, tendríais que arrancarle las entrañas, el corazón, y todos sus sentimientos; y para despojarla de la ciencia, tendríais que apagarla, allá, en las facultades múltiples del alma, su razón, sus ideas; y para despojarla del templo, del altar, del claustro, del ex voto, tendríais que hacerla un ser pegado a la tierra como el pólipo a la roca, sin recuerdos santos de su origen divino y sin esperanza ninguna en los misterios de la inmortalidad. Durará la religión sobre el planeta lo que el hombre dure, existiendo así una inextinguible aspiración, que sube desde lo profundo a las alturas, y una grande inspiración, que baja desde las alturas sobre los espíritus. Indudablemente lo sobrenatural existe; pero no como una contradicción de lo natural, como una idealidad y una norma. Prescindir de la naturaleza por la religión equivale a prescindir de la religión por la naturaleza. Como no podemos separar cuerpo y alma sin traer la muerte, no podemos separar Dios y humanidad sin traer el absurdo. Ningún adelanto fisiológico ha podido encontrar en sus estudios y experiencias la secreción del cerebro que se llama pensamiento. Todas las ciencias cosmológicas no han hecho en sus progresos más que aumentar, digámoslo así, lo infinito, demostrando cómo nos rodea por todas partes, tanto en el espacio material como en las inmateriales ideas. Ninguno de los adelantos científicos ha podido destruir la religión, por lo mismo que la religión no es ciencia; y ninguna de las religiones se ha propuesto demostrar su base de misterios, pues dejarían de serlo, en cuanto los disecase un crítico y los comprobara por manera matemática un matemático. Yo pregunto en qué la idea de Dios se ha menguado porque haya el telescopio extendido los cielos; porque haya el espectro solar traído en sus maravillosas descomposiciones el oxígeno, ardiendo allá en los confines de las vías lácteas, al radio de la humana experiencia; porque la geología en sus investigaciones haya podido aumentar la nobleza del planeta nuestro, acrecentando la genealogía y el número de sus edades; porque las ciencias naturales hayan coordinado en sistema racional y en serie lógica todas las especies; porque la química en sus retortas y substratos haya mostrado la unidad de la materia, y haya mostrado la mecánica por su parte la unidad de las fuerzas; porque las máquinas eléctricas, los barómetros, los termómetros, los pararrayos, hayan sometido la naturaleza más y más a nuestro dominio, pesado el aire, medido el calor, señaládole al rayo un camino en el suelo, puesto a las plantas del hombre los relámpagos, como a las plantas de Dios; porque nuevas revelaciones científicas hayan aumentado el concepto de nuestro Criador en el alma y traído a nuestra especie, con una grandeza moral inconmensurable, nuevas gradas para subir al cielo y nuevos títulos para merecer la eternidad. No se puede, no, emplear en las religiones el criterio empleado en las ciencias. Allégase la verdad científica por nuestra razón pura, y allégase la verdad religiosa por el sentimiento, por la fe, por luminosísimas intuiciones. Ni los Vedas, ni las Biblias, ni los Evangelios han querido revelar ciencias o artes. Necesitados todos esos libros de poner las verdades morales y dogmáticas a los tardos alcances de las muchedumbres, no se han curado, ni podido curarse, del rigor científico. Las religiones no tienen para qué decir cómo se mueven los astros, cómo se generan las especies, cómo se coordinan los seres, cómo se forman los fluidos: les basta con decir que un Dios existe, que se relaciona ese Dios con las ideas y con las cosas, que tiene una providencia para la historia y una ley para la naturaleza y una religión para la inteligencia y una moral para la voluntad, moral cuyo cumplimiento nos hará buenos en esta vida y bienaventurados en la otra. No hay esos supuestos conflictos entre la religión y la ciencia, sino cuando se quiere hacer de la parte litúrgica, de la parte histórica, de la parte circunstancial en toda religión, algo consustancialísimo con ella como su parte dogmática y moral. Por consiguiente, hay que dejar la ciencia libre, sean cualesquiera sus sistemas, en la seguridad completa de que no podrá nunca poner en sus retortas la espiritualidad del alma, ni las secreciones del pensamiento, como no podrá enterrar a Dios en sus más o menos atrevidos conceptos. Cual no pueden las artes confundirse unas con otras, sin perderse todas, no pueden la ciencia, la religión, la política, el derecho, el Estado, confundirse sin desnaturalizarse. ¡Cuántas veces no están las transmisiones de los sentidos al cerebro en contradicción abierta con las ideas! ¿Os los arrancáis por eso? Pues no podéis arrancar la religión de vuestro pecho porque alguna vez contradiga la ciencia de vuestra mente. Creedla siempre, y practicadla siempre, creed y practicar la religión, para que seáis salvos. Dejad, dejad a cada manifestación del espíritu el espacio inmenso de su libertad, y veréis cómo resultan todas concéntricas, gravitando en torno de Dios, a la manera que en torno del sol gravitan los planetas. ¿Pues no se ha formado en las ideas platónicas el dogma católico? Los cánones de nuestra fe proclamados en el símbolo de Nicea, ¿no han tomado una parte de su espíritu en las escuelas alejandrinas? ¿No ha servido el Aristóteles traducido en Córdoba por los árabes de base a la Summa teológica de Santo Tomás? Los adelantos filológicos han cooperado mucho a la reconciliación entre la fe y la ciencia. Por consiguiente, no hay bancarrota de la religión y no hay bancarrota de la ciencia. Lo que hay es el predominio en la una del criterio racional y en la otra del criterio intuitivo, pero armonizándose ambas, como se armonizan el corazón y el cerebro en nuestro cuerpo, armonizándose ambas en las relaciones de los seres creados con su divino Creador.