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Crónica mexicana

Concepción Gimeno de Flaquer

Cupido, que no ha de perder su omnipotencia jamás, sigue cautivando corazones. La sociedad mexicana cree con el poeta, que es

    El corazón sin amor

triste páramo cubierto

por la lava del dolor

oscuro, inmenso desierto,

donde no brota una flor.



y se apresura a doblar la cerviz ante Himeneo. Hace mucho tiempo que solo se había en México de matrimonios realizados y de futuros matrimonios.

Estamos en el prólogo de una boda: la casa del Sr. Vicente Alfaro se halla de fiesta, pues en ella se verifica el matrimonio civil de su bella hija, matrimonio que dentro de breves horas sancionará solemnemente la Iglesia.

Mi distinguido amigo Manuel Garrido, que tiene talento para todo, lo ha tenido también para elegir esposa. ¿Sabéis quién va a ser la compañera de su vida? Una encantadora mexicana que lleva el poético nombre de Maura. ¿Deseáis conocerla? Os la voy a presentar. Maura Alfaro es bella cual Noemí, esbelta como Circe, delicada cual una Níobe, romántica como una heroína de Shakespeare. Las líneas de su rostro son dignas de una estatua de Parrasio, su fino cutis posee el blanco aterciopelado del nardo, su escultórico pie no deja huella alguna sobre la alfombra que Flora le ha tejido con pétalos de rosa y de jazmín. Maura no anda, se mece: la Naturaleza la dotó de belleza espléndida, y sin embargo, hay en ella algo más valioso que la hermosura. La belleza física sin otros méritos no puede reinar eternamente, pues como dice Pesselier:

   Ainsi que la rose

fraîchement éclose

la beauté séduit;

mais, trop passagère,

d'une aile légère

la beauté s'enfuit.



Maura Alfaro posee los encantos del espíritu, que prevalecen sobre los del rostro; esmeradamente educada, lee cuanto bueno se publica; pinta, canta admirablemente, y avasalla el piano con su maestría.

La casa del Sr. Alfaro se ha convertido en alcázar de la dicha: en el ambiente saturado de perfumes, luz y armonía, palpitan genios invisibles, son los mensajeros de la felicidad que vienen gozosos a comunicar a Maura que la señora Refugio Noeggerath de Garrido será su madrina. Esto es nuncio de ventura. La Sra. Noeggerath, arrogante y majestuosa cual Urania, madre de Himeneo, acompañará a los desposados al altar. Nada falta a la felicidad de Maura: sus amantes padres aplauden la elección de esposo, y gran parte de la sociedad mexicana se asocia a su ventura.

En el matrimonio civil han tenido por testigos los desposados, al inteligente Gobernador del Distrito y al esforzado Gral. Carrillo: he aquí el poder y la fuerza, o lo que es lo mismo, el poder. A Carrillo se le ve en todas las bodas; es decir, en todas las bodas en que la novia es bonita. Hice notar esto mismo al Gral. Ceballos, y me contestó con frases ingeniosas, que su amigo, invencible en todo, lo es también en admirar a la mujer.

El matrimonio civil ha tenido pocos espectadores; en cambio habrá muchos en el religioso. Alfaro no ha querido abrir todos sus salones, porque el búcaro de kaolín que guarda los azahares y gardenias, es pequeño y podría evaporarse el perfume. No recuerdo haber visto en esta reunión íntima más que a la discreta Sra. Refugio Noeggerath de Garrido, figura de primer término en el cuadro, a la familia Juárez de Santacilia, que sabe llevar dignamente un apellido ilustre, lo cual no es muy fácil; a la Sra. Vilchis y su graciosa hija, y a la simpática Guadalupe F. de Ortiz. Entre los caballeros se hallaban el Gral. Ceballos, Gral. Camilo, Gral. Gayón, Barroso, Martel, Moreno, Nava, Pardo, Chávez, los muy amables hermanos Garrido y el caballeroso Juez de lo Civil, Lic. Enrique Valle.

La Srita. Alfaro, a la cual denominan en México segunda Scalchi, deleitó a los concurrentes, haciéndoles oír Lucrecia, Semíramis y Profeta, como rara vez las canta una aficionada. También la elegante Srita. Soledad Juárez contribuyó a dar brillo a la fiesta, cantando con gran maestría una preciosa romanza.

No solo los dueños de la casa hicieron los honores con exquisita finura, sino hasta los novios, que suelen ser egoístas en su felicidad, olvidáronse de sí mismos consagrándose a los concurrentes con mil atenciones y delicadezas. La buena sociedad mexicana, que siempre ha tenido en su seno a Manuel Garrido, sabe que es un cumplido caballero.

Hablando con mujeres, como lo hago en este momento, es de rigor mencionar las galas de la desposada. En el acto del matrimonio civil ha ostentado un traje de gasa color salmón, bordado con guirnaldas de flores, un collar con tres sartas de perlas y magníficos brillantes. El vestido era lo más elegante que podéis imaginaros: Clara Pagés es la autora del maravilloso equipo o trousseau de Maura; mas no creáis que Clara ha empleado el insensible maniquí para entallar los trajes. Clara, que posee diferentes hechicerías porque es maga, hizo un llamamiento a las hadas, sílfides y ninfas: aparecieron como por ensalmo ante su conjuro, y le hablaron así:

-Sobre mi talle modelarás los trajes de Maura (dijo la sílfide).

-Yo tejeré los encajes con espumas lacustres y marítimas (añadió la ninfa).

-Y yo con mis ebúrneos dedos colocaré las grecas, los bordados y los lazos (repuso el hada).

Clara Pagés cerró el pacto, y brotó el trousseau como Venus de las espumas del mar. Colocado en elegantes canastillos con esa elegancia francesa indiscutible, apareció ante mi vista el siguiente equipo:

Un soberbio vestido blanco de brocado con encajes de aguja, el velo tradicional y la simbólica guirnalda de azahares; un vestido brocard morderé con delantal bordado en oro; una falda francesa negra con delantal terciopelo bordado en oro y encajes superiores; un traje verde bronce de gró de Lyon con bordado multicolor, encajes crema y rico terciopelo; vestido de raso gris con bordados y encaje; otro para soirée de granadina coral adornado con encajes Chantilly y flores de alta novedad; otro de gasa color de rosa y verde musgo a la Pompadour. Balas riquísimas, estilo Richelieu, Wateau, Valois y Sarah Bernhardt, y lujosa lencería con encajes de Alençón, de Bruselas, de Inglaterra, de España, de Portugal y de Valenciennes. Los sombreros son de lo más bello que se ha visto.

No puedo continuar, la prensa espera a El Álbum y la prensa es muy impaciente. Os ofrezco pedirle al amable director de La Crónica, caballero al que trato con alguna confianza, me ceda media columna de su periódico para concluir esta revista. ¿Creéis que me desairará?

No lo espero, queridas lectoras, os indignaríais por tal negativa. Pues como decía yo anoche, hablando con el Sr. Ceballos, las mujeres y los generales no podemos soportar una derrota; y de la derrota sufrida por una mujer le llega algo al sexo hermoso.

Sí, sí, lectoras mías, no toleremos nunca derrotas. Yo no sé por qué las mujeres no nos hemos de querer más, ya que tenemos los mismos defectos: digo defectos (perdonadme el plural), porque los pícaros hombres (ahora no nos oyen), en su afán de impugnarnos, han hecho del amor al lujo y de la vanidad, dos defectos, cuando en realidad no es más que uno. Es cierto que nuestro fuerte es la vanidad; pero también es el flaco de ellos. Si resulta que los dos sexos tienen la misma debilidad, culpa por culpa, es más perdonable en el sexo femenino. Por eso el Gral. Carrillo, que tiene un corazón más tierno que fuerte, se pasa con armas y bagaje al sexo hermoso. Yo también me quedo en el mismo, y propongo a todas las mujeres en este solemne día, jueves 28, hagamos una solemne alianza ofensiva y defensiva contra nuestros detractores.

Desde hoy no vamos a criticarnos, ni a rebajar el mérito de las mujeres inteligentes, ni a decir que son feas las bonitas. Desde hoy nos vamos a querer mucho, ¿verdad que sí?

Hagámoslo y esto será ofrecer un nuevo espectáculo al mundo, que nos contemplará atónito, estupefacto. Os lo afirma

Concepción Gimeno de Flaquer.