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Crónicas desde Segobriga (4). La madre de Calígula por los suelos

Juan Manuel Abascal Palazón

[Publicado originalmente en El Día de Cuenca, 20 de agosto de 2004, p. 19.]

A Agripina la encontramos una mañana de agosto de 1999 de una forma poco digna para ser la madre de un emperador romano: boca abajo, entre cascotes y manchada. Fue hija del gran Agripa, nieta del emperador Augusto, madre del emperador Calígula y esposa de Germánico, el más popular de los generales romanos. Con semejante curriculum basta para imaginarnos que ni ella ni su hijo esperaban que su retrato acabara por los suelos.

Como casi todo en arqueología, la presencia en Segobriga de este retrato y el sitio en que la encontramos tenía una explicación lógica que ahora veremos.

Tras la muerte de Augusto el año 14 de nuestra era, el Imperio Romano estuvo gobernado por una serie de emperadores que conocemos como la dinastía Julio-Claudia (14 d. C.-68 d. C.); sus nombres son muy populares por diversos motivos. Calígula, Claudio o Nerón han llegado a la literatura, al cine y a la televisión en muchas ocasiones.

Los escritores antiguos no desaprovecharon ocasión para desacreditarles, para criticar sus costumbres, sus relaciones familiares y sociales y para poner en evidencia una supuesta incapacidad para gobernar. Dentro de este grupo familiar, integrado por diversas ramas de intereses contrapuestos, se libró una encarnizada batalla por la sucesión durante más de 50 años que, normalmente, acababa con el asesinato del emperador reinante para sustituirlo por otro.

El mayor virtuosismo en esta costumbre de la liquidación familiar lo tuvo Tiberio, el primer monarca de esta dinastía (14 d. C.-37 d. C.), que mediante asesinatos, condenas y exilios de sus parientes intentó despejar el camino para la promoción de uno de sus hijos. Una de las afectadas por esta «limpieza» doméstica fue Agripina la Mayor, que además de descendiente directa de Augusto había estado casada con el hijo adoptivo de Tiberio; a la muerte de su marido, las relaciones entre Tiberio y Agripina se deterioraron de tal manera que esta fue desterrada a la isla de Pandateria en el golfo de Nápoles, donde murió el año 33 de nuestra era cuando solo tenía 47 años.

El joven Gaio tenía ya 21 años cuando vio morir a su madre en el exilio. Su costumbre de ir calzado con la caliga, propia del atuendo militar, haría que fuera llamado Calígula. Con ese nombre llegó al trono de Roma el año 37 d. C., dispuesto a restaurar el honor de sus parientes muertos y, por supuesto, a realzar la memoria de su madre. Una de sus primeras actuaciones fue ordenar que se trajeran a Roma sus cenizas y que fueron paseadas por la ciudad en una suntuosa ceremonia de exaltación; con tal motivo, se acuñaron monedas con su efigie y las ciudades del mundo romano se poblaron de estatuas de Agripina. Segobriga no fue una excepción.

En el extremo norte del foro de la ciudad se situó su retrato como elemento ornamental de una zona noble y allí debió estar durante varios siglos. No hacía falta siquiera decir a quién pertenecía aquella escultura; la fácil comparación entre la imagen de las monedas y la representada en esta pieza permitían identificar a Agripina.

Lo primero que pensamos el día que apareció la pieza es que había sido utilizada como material de relleno en alguna de las tantas reformas que se habían hecho en esta zona del conjunto arqueológico. A medida que avanzó la excavación descubrimos que Agripina estaba allí porque había caído de un piso superior; el edificio, compuesto por un piso y una planta de sótano en la que estábamos excavando, se había hundido y el retrato se había quedado allí mezclado con los cascotes y las piedras de los muros.

Ahora sabemos que la imagen de la madre de Calígula estuvo en un sitio destacado durante muchos tiempo, quizá dos o tres siglos por lo que dicen las excavaciones.

En todo caso, Tiberio se habría reído desde su tumba de haber visto desplomarse esta zona de la construcción y con ella el retrato de Agripina. Pese a los desvelos de Calígula por restaurar el honor de su madre, puede decirse que a Tiberio le sonrió la fortuna después de muerto.

El 30 de septiembre de 1999, tras la oportuna limpieza, devolvimos a Agripina a lo alto de un pedestal. El retrato es hoy una de las piezas más interesantes del Centro de Interpretación del Parque Arqueológico de Segobriga.

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