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Crónicas desde Segobriga (8). Manlio, el jinete de la escalera

Juan Manuel Abascal Palazón

[Publicado originalmente en El Día de Cuenca, 8 de octubre de 2004, p. 16.]

A comienzos del siglo I de nuestra era, el paso desde la plaza del foro de Segobriga a la gran basílica civil de su costado oriental se realizaba a través de once escaleras separadas entre sí por brazos laterales, formando una gran escalinata de casi 40 metros de anchura; una obra extraordinaria.

Estuvimos trabajando en la excavación de esta escalera durante los años 2001 y 2002; la mayor parte de los peldaños habían desaparecido ya en época antigua y los brazos laterales, las antas, de muchas de ellas, habían sido arrancados para aprovechar la piedra en otras construcciones durante los siglos siguientes. A decir verdad, en algunas zonas de este lugar excavamos el hueco de la escalera, el espacio donde todas las evidencias apuntaban a que en su día hubo una serie de peldaños. Esta es una situación que se repite con frecuencia en Segobriga, ciudad en la que el expolio de sillería para construcciones posteriores ha sido constante.

A lo largo del verano de 2002 nos fuimos acercando a una zona mejor conservada de las escaleras, donde algunas de las antas o brazos laterales parecían estar en su sitio y, efectivamente, el 21 de agosto de ese año, tuvimos la fortuna de encontrar, precisamente en el último de los tramos de escalera, las dos piezas laterales en su sitio, donde aún permancen a la vista del público.

Aquel hubiera podido ser un hallazgo más, de los que solo quedan registrados en los estudios de la arquitectura de la ciudad, de no ser por un pequeño detalle: en la parte frontal de uno de los brazos de esta escalera había una inscripción. El texto de este epígrafe tenía algunas roturas pero se leía sin dificultad y contenía un breve elogio en honor de un tal Manlio, que había sido jefe de una unidad de caballería del ejército romano a comienzos del siglo I de nuestra era.

Con esos datos en la mano caímos en la cuenta de que lo que flanqueaba las escaleras no eran simples muros de piedra, sino pedestales para colocar estatuas ecuestres, es decir, imágenes a caballo de los personajes que aparecían citados en aquellos textos frontales.

Es decir, al subir los peldaños de aquella amplísima escalera quedaban a los lados de un viandante los grandes pedestales coronados por estatuas a caballo.

Manlio es por hoy el único de los personajes que podemos situar con seguridad en esta zona del foro gracias a que se conserva la inscripción con su carrera grabada en la piedra y en su emplazamiento original. El texto dice que se le honró con este monumento por su dedicación y sus méritos para con la ciudad, y que la decisión de erigirle esta estatua a caballo fue tomada por la asamblea local. Era, efectivamente, un personaje destacado en la comunidad y su familia debía tener una cierta influencia incluso fuera de estos medios locales; baste decir que un pariente suyo, casi contemporáneo, es recordado en otra inscripción de Mérida.

Pero lo interesante es que si la estatua de Manlio ocupó uno de los laterales de un tramo de escaleras, en los restantes, que tienen exactamente la misma forma, habría que imaginar que se colocaron estatuas similares. Más aún, antes de subir el primero de los peldaños, aún sobre la plaza del foro, se encontraban alineadas otras cinco estatuas a caballo sobre pedestales de piedra.

Circular por esta zona del foro poblada de estatuas de jinetes debía ser impresionante por la altura de estos monumentos que abigarraban el espacio formando una auténtica unidad de caballería inmóvil. Jinetes estáticos, imágenes todas ellas de viejos gobernantes y de personalidades de la vida de la ciudad, cada una de estas estatuas tenía una historia y respondía a una decisión de la asamblea local. De uno de ellos sabemos algo más; se llamaba Manlio y será siempre el jinete de la escalera del foro de Segobriga.

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