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ArribaAbajoAntonio de Herrera y Tordesillas

Cronista Mayor de Indias


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ArribaAbajoBiografía de Antonio Herrera y Tordesillas, Cronista Mayor de Indias

En su celebrado estudio sobre Los historiadores de Colón, el eminente erudito y polígrafo don Marcelino Menéndez Pelayo anota, al hablar de don Antonio de Herrera y Tordesillas, que por el encargo que tenía de Cronista Mayor de Indias se le franquearon, sin restricción alguna, para su estudio todos los papeles originales y relatos de los conquistadores, hallándose en capacidad de redactar, a base de ellos, una verdadera historia del descubrimiento, conquista y colonización de América, de insuperable mérito. No lo hizo así el Cronista Mayor y se contentó, «por ser tarea más grata y más acomodada a su temperamento literario» con poner en orden y estilo las crónicas anteriores, tejiendo con ellas el hilo de sus Décadas. No realizó, pues, obra original: se limitó a utilizar trabajos anteriores al suyo, que no siempre respetó tampoco en su integridad. Cuando aún no se había establecido el grado de originalidad del cronista Herrera,   —308→   su nombre figuraba en primer término entre los de los historiadores de Indias y menudeaban los elogios y encarecimientos para su labor, que se calificaba de incomparable, definitiva y única. Conocidas suficientemente las fuentes que utilizó para sus Décadas, esa gloria y esas alabanzas y encarecimientos tienen que distribuirse, dice Menéndez Pelayo, entre muchos participantes. Ciertos autores fueron especialmente aprovechados por Herrera, tales como Cervantes de Salazar, Pedro de Cieza de León, Bartolomé de las Casas. A este último le utilizó no pocas veces a la letra y con escasa conciencia. El gran pecado de Herrera radica, sin embargo, en no haber indicado en cada caso en su obra las fuentes que había utilizado. Se contentó con dar una lista de autores que había consultado, más no indicó lo que de cada uno de ellos había copiado en sus escritos; de esta suerte, no es posible y de inmediato saber qué pertenece a Herrera y qué a otros cronistas. Hay que reconocer, desde luego, que el caso de Herrera no es el único en esta materia. También el inca Garcilaso de la Vega se apropió de escritos ajenos; el Palentino utilizó, sin citar, un relato que puso en sus manos «La Gasca» y lo propio parece que hizo con otros documentos Cristóbal Calvete de Estrella. El respeto por los trabajos ajenos y el citarlos en su oportunidad enunciando quien los había hecho, parece que no fue moneda corriente entre los escritores de historia del siglo XVI.

El reputado bibliógrafo e historiador don Joaquín García Icazbalceta, escribió sobre Antonio de Herrera y Tordesillas un estudio que figura en el tomo octavo de sus Obras editadas por Agüeros en México el año de 1898. Anota allí García Icazbalceta cómo Herrera, nombrado Cronista Mayor de Indias el año de 1596, ya a fines de 1598 presentaba concluida la mitad de su célebre obra, la Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y tierra firme del mar Océano. Las cuatro primeras Décadas se imprimieron así en Madrid en 1601. La rapidez con que se llenó   —309→   el encargo, no se explicaría sino fuera por haber utilizado el autor investigaciones y trabajos ya existentes. Las cuatro Décadas restantes se imprimieron en 1615. Entre todas abrazan un período de sesenta y dos años, pues, van desde 1492 hasta 1554. La reimpresión que hizo Barcia en Madrid en 1730, es muy estimada, por la extensa y utilísima tabla de materias que él preparó para la obra de Herrera, tanto más preciosa cuanto que, como anota, Icazbalceta, «el grave defecto del trabajo del Cronista consiste en el plan, arreglado tan servilmente al orden cronológico que, saltando sin cesar el lector de un punto a otro del inmenso continente y de sus islas, se pierde en un laberinto de relaciones diversas, en donde a duras penas puede reunir y coordinar todas las circunstancias de un suceso».

Con su autoridad de Cronista Mayor de Indias dispuso Herrera, como anotamos antes, de los papeles de la cámara real, de las relaciones de navegantes y conquistadores y de todas las obras editadas e inéditas sobre las Indias Occidentales. Le fue dable así incorporar en su libro muchos relatos cuyos originales se han perdido posteriormente o no se los halla hasta la fecha. La obra de Antonio de Herrera y Tordesillas ha venido a ser así el gran acervo de datos que sin ella habrían desaparecido totalmente; por esto es de obligada consulta y de valor permanente cuando de investigaciones sobre historia americana se trata.

Decíamos que no siempre respetó el texto original de los autores que hizo suyos. En efecto, García Icazbalceta expresa que tomó capítulos enteros de la Historia de fray Bartolomé de las Casas, sin más trabajo que mejorar el estilo y suprimir las violentas invectivas del padre. Se le acusa también de haber procurado atenuar las atrocidades de ciertos hechos de los españoles en América, sin llegar hasta ser panegirista del crimen.

Pese a todo ello, no hay cómo negar que Herrera prestó gran servicio a la historia de América, pues   —310→   que tampoco descuidó de anotar datos importantes sobre ritos y costumbres de los habitantes primitivos de ella, sacados de las mejores fuentes.

La vida, le fue siempre fácil y pocos pudieron disfrutar como él de comodidad para entregarse al cultivo de las letras. Nació en la villa de Cuéllar, en Segovia, el año de 1559 y falleció en Madrid el 27 de marzo de 1625. Fue hijo de Rodrigo de Tordesillas y de Inés de Herrera, habiendo tornado en primer lugar el apellido de su madre, como solía usarse en aquel tiempo.

Felipe Segundo le nombró en 1596 Cronista Mayor de Indias. Le valió para ello la calurosa recomendación que de sus méritos hiciera Vespasiano de Gonzaga, al que había servido Herrera como secretario y con el que se había vinculado en Italia, en la que se perfeccionó en estudios humanísticos. A más de cronista de Indias lo fue de Castilla, con buena renta. Sirvió en los reinados de Felipe Segundo, Tercero y Cuarto. Su muerte ocurrió cuando se le había nombrado Secretario de Felipe Cuarto. Ni aún sus restos se han perdido, pues, conducidos a Cuéllar se conservan hasta hoy día en el entierro en que fueron depositados en el siglo XVII.

Aparte de numerosos estudios históricos, opacados por la fama de su Historia General, vertió del italiano al español no pocas obras y del latín tradujo los cinco primeros libros de los Anales de Cayo Cornelio Tácito. Se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid el manuscrito de Herrera sobre la Vida y hechos de Cristóbal Vaca de Castro gobernador del Perú y de otros Conquistadores de América. Jamás estuvo en el Nuevo Continente. Figura su nombre en el Catálogo de Autoridades de la lengua, de la Academia Española.

En el Homenaje que en 1941 se editó en Buenos Aires en honor del doctor Emilio Ravignam, y en el que colaboraron eminentes investigadores de América,   —311→   consta el estudio del fecundo polígrafo don José Torre Revello, titulado: La expedición de don Pedro de Mendoza y las fuentes informativas del Cronista Mayor de las Indias Antonio de Herrera y Tordesillas.

Al estudiar así sea brevemente la obra del célebre cronista, forzoso es tomar en cuenta lo que escribió en aquella oportunidad el historiador argentino. Torre Revello anota que Juan Bautista Muñoz, Martín Fernández de Navarrete y Marcos Jiménez de la Espada, todos tres españoles, han emitido «los juicios más severos sobre los procedimientos utilizados por el llamado príncipe de los historiadores de América».

Muñoz fue el primero que puso en descubierto la forma como Antonio de Herrera redactó parte de su obra. Muñoz recibió de Carlos Tercero el encargo de redactar la Historia del Nuevo Mundo y en tal virtud se le franquearon todos los papeles y documentos necesarios para esta gran empresa. Le fue dable así verificar que en lo tocante a la vida y hechos del descubridor de América, Antonio de Herrera no había hecho otra cosa que atenerse a la Historia de las Indias de fray Bartolomé de las Casas y a la Vida del Almirante, atribuida a su hijo, Hernando Colón.

Martín Fernández de Navarrete, en su Colección de los Viajes y Descubrimientos que hicieron los españoles desde fines del siglo XV, luego de anotar que la Historia de Las Casas es digna del mayor crédito, y estima, declaró que ella era la fuente en que habían bebido muchos escritores y en especial Antonio de Herrera y Tordesillas.

Por fin, Marcos Jiménez de la Espada, «llamó la atención sobre la forma como Herrera había incorporado a su Historia, en la parte referente al Perú, los escritos de Pedro de Cieza de León, señalando las supresiones y variantes que el primero introdujo en las partes que transcribió del segundo». El mismo reputado americanista señaló en su Relaciones Geográficas   —312→   de Indias, tomo segundo, cómo un escrito de Juan Pérez de Zurita lo había copiado a la letra Herrera, cometiendo a la vez graves trastrueques. Indicó también Jiménez de la Espada que Herrera no hizo otra cosa que incorporar la Geografía y descripción universal de las Indias de Lope de Velasco, en su obra, con el título de Demarcación y división de las Indias.

El investigador don Manuel Magallón y Cabrera, que un tiempo fue Director del Archivo Nacional de Madrid, ha puntualizado también cómo la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes de Salazar, pasó a engrosar los libros de Antonio de Herrera, con modificaciones en el texto original que el cronista de Indias tuvo a bien hacer. Igual denuncia hizo don Francisco del Paso y Troncoso, aportando referencias importantes sobre el autor de la Crónica y su obra.

José Torre Revello ha desmenuzado a su vez las fuentes que utilizó Herrera en sus Décadas, al referirse a Pedro de Mendoza y las alteraciones que en ellas creyó del caso hacer. El investigador argentino llega a la conclusión de que es «muy relativo» el valor de la Historia General de Herrera, la que, en todo caso, no puede mirarse como producto de un ingenio superior. Hace suyo el juicio de don Eduardo Madero, autor de la Historia del puerto de Buenos Aires, que dijo:

Herrera dio una interpretación errada a ciertos documentos, y al extractar otros, incurrió en inexactitudes y hasta en contradicciones, agregando datos de los historiógrafos que le precedieron, sin cuidarse de averiguar si eran exactos.


Con posterioridad al estudio de Torre Revello sobre Herrera, vio la luz en México, el año de 1945, el volumen titulado Estudios de Historiografía de la Nueva España, publicado en la capital de la República azteca por El Colegio de México. Allí se encuentra la monografía de don Carlos Bosch García, sobre   —313→   La Conquista de la Nueva España en las Décadas de Antonio de Herrera y Tordesillas.

Luego de interesantes datos biográficos sobre el hijo de Cuéllar, se aparta. del parecer de Rómulo Carbia que en su Crónica Oficial de las Indias expresó que Herrera usó para sus Décadas los escritos de todos los cronistas, «sin atarse a ninguno en particular aunque luego de someter sus aseveraciones a un cuidadoso análisis y a una discriminación que hoy mismo sorprende». Carlos Bosch García se expresa así:

Carbia nos presenta a Herrera como un moderno investigador que no se aventura a escribir sin tener suficientes documentos del tema estudiado. Esto no es cierto, al menos en lo que se refiere al relato de la conquista de México. Herrera en sus Décadas siguió un cronista de preferencia y no da la impresión de haber verificado mucho lo que escribía. Si hubiera sido consciente en la verificación, no hubiese seguido probablemente a Salazar sino a Bernal Díaz o al mismo Cortés, que fueron testigos presenciales de la conquista.


(Obra citada, página 149)                


Bosch García ha acometido, luego, la tarea de establecer párrafo por párrafo la comparación del relato de Herrera en lo concerniente a la Conquista de México, con lo que al respecto escribieron Bernal Díaz del Castillo, Francisco Cervantes de Salazar, Lope de Gómara y Las Casas. Verificada esa comparación minuciosa, asoma como resultado de ella que Herrera utilizó literalmente en su obra la mayor parte del relato de Cervantes de Salazar: En las Décadas de Herrera entraron los tres tomos que constituyen la Crónica íntegra de Cervantes de Salazar. Por todo lo cual no puede Bosch García menos de citar las palabras de Jiménez de la Espada referentes al Cronista Mayor:

Ninguno de los historiadores de Indias ha llegado a donde Antonio de Herrera en eso de apropiarse   —314→   de los trabajos ajenos; se atrevió a sepultar en sus Décadas, una crónica entera y modelo de su clase. La Crónica de la Nueva España de Cervantes de Salazar se incorporó definitivamente a las Décadas y quedó sepultada en la obra de Herrera.



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ArribaAbajoAntonio de Herrera. Historia General de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar Océano

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Descripción de las Indias occidentales de Antonio de Herrera Cronista Mayor de Su Majestad de las Indias y su cronista de Castilla


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ArribaAbajoCapítulo XVII

Del distrito de la Audiencia de San Francisco del Quito.


El distrito del Audiencia, que reside en el Quito, y confina por el Norte con la de Panamá, en el Puerto de la Buenaventura, y por el Nordeste con el nuevo Reino, y por el Sur con la de Lima, tendrá de largo por la Costa del Sur, que es por donde más se prolonga, como 200 leguas, desde el puerto de Buenaventura, que es en el golfo de Panamá, o de San Miguel; el Puerto de Payta en la Costa del Perú, y desde allí de travesía, hasta la última de Popayán, más de otros 250, quedándolo los limites abiertos por la parte de Oriente: inclúyense en ella tres gobernaciones, sin las de la Audiencia, que son Popayán, los Quijos y la Canela, y la de Juan de Salinas, de los Pacamoros, y Igualsongo, divididas en dos obispados.

La provincia, y gobernación del Quito, que es lo que gobierna la Audiencia, tendrá de largo 80 leguas, desde junto a la equinocial, a la otra parte, y en ella los siguientes pueblos de Castellanos. Su cielo, y suelo, aunque está debajo de la equinocial, es semejante al de Castilla, claro y sereno, antes frío, que caliente, y en partes adonde dura la nieve todo el año. Llueve desde octubre a marzo, que llaman invierno, y los otros meses se agosta la yerba, que aunque no es muy grande, es a propósito para ganados de Castilla, de que hay muchos, y mucho trigo, y cebada, y oro, en algunas partes, y en esta región se vive muy apaciblemente; porque no hay cosa de más gusto la vida humana que gozar de cielo sano y alegre, porque no tienen invierno, que apriete can fríos, ni verano, que aflija con calores y los pueblos son, la ciudad de San Francisco del Quito, adonde nació Atahualpa, emperador del Perú; está medio grado de altura de la equinocial, y 82 del meridiano de Toledo, por un círculo mayor, 1686 leguas de él, y 60 de la Mar del   —322→   Sur, es de quinientos vecinos, reside en ella la Audiencia, para las cosas de justicia; porque las del Gobierno son a cargo del Visorrey. Residen asimismo en esta ciudad los oficiales de la hacienda, y Caja Real, y la Catedral de este Obispado, sufraganea del Arzobispado de Los Reyes; tres monasterios de dominicos, franciscos y mercedarios, y en su jurisdicción 87 pueblos, o parcialidades de indios. En el sitio adonde se fundó esta ciudad, había unos grandes aposentos, que edificó el Rey Topaynga, y los ilustró su hijo Guaynacapac, y se llamaban Quito, de donde tomó el nombre la ciudad, poblola el adelantado Sebastián de Belalcázar, soldado de don Francisco Pizarro, hombre leal al Rey, por orden del adelantado don Diego de Almagro, que le dejó por Gobernador de aquella provincia, cuando fue a ella, acabado el concierto con el adelantado don Pedro de Alvarado.

Este Riobamba en la provincia de los Purunáes, es Tierra semejante a Castilla en el temple, de hierbas, flores, y otras cosas, es un pueblo de pastores, está 25 leguas al Sudeste de San Francisco del Quito, camino de Los Reyes, en que hay, casi cuarenta mil cabezas de ganado, la mayor parte ovejas. Aquí tenían los ingas unos reales aposentos, y aquí tuvo el adelantado Belalcázar una porfiada batalla con los indios, y los venció; y en este lugar fue el concierto referido de don Diego de Almagro, y don Pedro de Alvarado, y en él estuvo primero fundada la ciudad del Quito.

La ciudad de Cuenca, que mandó fundar el marqués de Cañete, siendo Visorrey del Perú, que por otro nombre se llama Bamba, 51 leguas del Quito, al Sur, es corregimiento a provisión del Visorrey, con un monasterio de dominicos, y otro de franciscos, en su jurisdicción hay ricas minas de oro, algunas de plata y ricas de azogue, cobre, hierro y piedra azufre. La ciudad de Loja, por otro nombre la Zarza, 80 leguas de la ciudad del Quito, como al Sur, y 30 de Cuenca, es corregimiento proveído por el Visorrey, tiene monasterios de Santo Domingo, y San Francisco, está en el camino que va del Cuzco al Quito, de donde está 80 leguas, en el hermoso   —323→   valle de Cuxibamba, entre dos ríos: fundola en el año de 1546, el capitán Antonio de Mercadillo, para pacificar los naturales que estaban alterados. La ciudad de Zamora, que dicen de los Alciades, 90 leguas del Quito, como el Sueste, pasada la cordillera de los Andes, es corregimiento proveído por el Visorrey, tiene un monasterio de franciscos, no se coge trigo, por ser la tierra muy lluviosa, tiene ricas minas de oro, en que se hallan granos de cuatro libras de peso, y mar, poblola año de 1549 el capitán Mercadillo, por convención con el capitán Benavente, está 20 leguas de Loja, pasada la cordillera, que divide las vertientes de la Mar del Sur a la del Norte; los indios la llamaban Zamora, su sitio se llama Poroauca, que significa indios de guerra, sacase mucho oro, y se han traído a Su Majestad granos de doce libras, y hay salinas de agua salada.

La Ciudad de Jaén, 55 leguas de Loja, y 30 de los Chachapoyas, la fundó año de 1549, el capitán Diego Palomino, en las provincias de Chugimayo, en la de Chacaynga. La ciudad de San Miguel de, Piura, en la provincia de Chila, 120 leguas del Quito, como al Sueste, y 25 del puerto de Payta, adonde se acaba el distrito de esta Audiencia, es corregimiento a provisión del Visorrey, tiene un monasterio de la Merced; y aunque en esta tierra no llueve, sino por maravilla, hay buenos regadíos, adonde se da bien el trigo y el maíz, y las semillas, y frutas de castilla. Está en la jurisdicción de esta ciudad el puerto de Payta, en cinco grados australes, que es bueno, grande, y seguro, adonde hacen escala los navíos que van de Guatemala al Perú. Fundó esta ciudad el Marqués don Francisco Pizarro, año de 1531, la primera de estos reinos, y adonde se edificó el primer templo en honra de Dios, y de la Santa Madre Iglesia Romana. Toda la provincia, y comarca de los valles de Túmbez, es seca, y el camino real de los ingas pasa por estos valles de Piura, entre arboledas, y frescuras; y entre el valle principal se juntan dos, o tres ríos, al principio estuvo la ciudad fundada en Tangazala, de donde se mudó, por ser sitio enfermo, y ahora está entre dos valles,   —324→   y todavía es algo enferma, en especial de los ojos, por los grandes vientos, y polvaredas del verano, y grandes humedades del invierno.

La ciudad de Santiago de Guayaquil, por otro nombre la Culata, 60 leguas del Quito, y 15 de la mar, al Sudueste, es corregimiento proveído por el Visorrey, fundola el adelantado Belalcázar, y habiéndose rebelado los indios; y muerto a muchos castellanos, la volvió a poblar año de 1537, el capitán Francisco de Orellana, es tierra fertilísima, y apacible, y con mucha miel en las concabidades de los árboles; las aguas de este río, que corren casi debajo de la equinocial, son tenidas por saludables para el mal francés, y otros semejantes, y va mucha gente al río a cobrar salud, por la multitud de la raíz de zarzaparrilla, que hay en el río, no es muy grande, ni los que corren a la Mar del Sur son tan grandes, como los que desaguan en la Mar del Norte; porque corren poco espacio, pero son recios, y con súbitas avenidas, por caer de la sierra. Los indios usan de muchos artificios para pasarlos, tienen en algunas partes una maroma atravesada, y en ella un cesto; y metido en él el pasajero, le tiran desde la otra ribera. En otros ríos va el indio caballero en una balsa de paja, y ponen a las ancas al que pasa; en otras partes tienen una gran red de calabazas, sobre las cuales pone la ropa y las personas, y asidos con unas cuerdas los indios van nadando, y tirando como caballos de coche, y otros mil artificios usan para pasar los ríos. El puerto de esta ciudad está junto a ella, porque el río es muy ancho, por donde suben las mercaderías de la mar, y por tierra van al Quito. Año de 1568 pobló el capitán Contero la ciudad de Castro, en el valle de Vili, siendo gobernador de los reinos del Perú el licenciando Lope de García de Castro. Es Vili en las provincias de Bunigando, Imdinono y Gualapa, que llaman provincia de las Esmeraldas, y salió para ello de Guayaquil, y descubrió todas estas provincias, desde Passao, hasta el río San Juan, que entra en el Mar del Sur.

La ciudad de Puerto Viejo, como 80 leguas de San Francisco del Quito, al Poniente, aunque no de camino   —325→   abierto, y otras 50 de Santiago de Guayaquil, por donde se va desde el Quito, está en su distrito el Passao, que es el primer puerto de la tierra del Perú; y de él, y del río de Santiago, comenzó la gobernación del marqués don Francisco Pizarro, y por ser esta tierra tan vecina a la línea equinocial, que está en un grado, creen algunos, que es mal sana; pero en otras partes tan cercanas a la línea, se vive con mucha salud, fertilidad, y abundancia de todas las casas para el sustento de los hombres, contra la opinión de los antiguos; y es así, que los indios de esta tierra no viven mucho, y crían muchos de ellos unas berrugas bermejas en las frentes, y narices, y otras partes, que demás de ser mal grave, los afea mucho, y creese, que procede de comer algún pescado. En este distrito está el pueblo de Manta, adonde han acudido grandes riquezas de la tierra adentro; y se tiene por cierto, que aquí hay mina de las Esmeraldas, que son las mejores de las Indias, y nacen en piedras como cristal, y van haciendo como veta, y poco a poco cuajando, y afinádose, y de medio blancas, y medio verdes, van madurando, y cobrando su perfección. Pobló esta ciudad el capitán Francisco Pacheco, año de 1535, por orden de don Diego de Almagro, tiene muchos indios de guerra, hay en ella monasterio de la Merced, no se coge trigo, porque llueve los ocho meses del año, desde octubre para adelante, y hay muchas buenas muestras de oro.

Hay en la costa de esta gobernación los puertos, islas, y puntas siguientes: El Ancón de Sardinas, ante de la Bahía de Santiago, que será 15 leguas de la punta de Manglares al Sur; y luego la de San Mateo; y después el cabo de San Francisco, y pasado él los Quiximiés, cuatro ríos antes del Portete, adonde los negros que se salvaron de un navío, que dio al través, se juntaron con los indios, y han hecho un pueblo; y el Passao, una punta, o puerto de indios, por donde dicen, que pasa la equinocial, cerca de las sierras de Queaque, y la Bahía de Cará, que es antes de Puerto Viejo, un grado de la equinocial, al Sur, y cinco leguas de allí, el cabo de San Lorenzo; y cerca de allí, la Isla de la Plata; y adelante, los puertos   —326→   de Callao y Calango, antes de la punta de Santa Elena en dos grados de altura, el río Tumbes, en cuatro grados; y la isla de la Puná cerca de él; y la de Santa Clara algo más a la mar; y Cabo Blanco 15 leguas de Túmbez, al Sur; y luego punta de Parina; y al Sur isla de Lobos, cuatro leguas del puerto de Payta sobredicho; y la Silla, antes de la punta de la Aguja, y puerto de Tangora.

Los naturales de esta tierra dicen, que antiguamente llegaron allí, por la mar en balsas, que son muchos maderos juntos, y atados unos con otros, hombres tan grandes, que tenían tanto uno de ellos de la rodilla abajo, como un hombre ordinario en todo el cuerpo, y que hicieron unos pozos hondísimos en peña viva, que hoy día se ven, con agua muy fresca y dulce, en la punta de Santa Elena, que es obra de grande admiración; y que porque usaban nefandísimos pecados, cayó fuego del cielo, que los consumió a todos; y ahora se hallan en aquel sitio grandísimos huesos de hombre, y pedazos de muelas, de catorce onzas de peso; y en Nueva España, en el distrito de Tlascala, se hallan huesos de la misma grandeza. Hay en esta punta de Santa Elena ojos, y minieros de Alquitrán, tan perfectos que se podría calafatear con ellos, y sale muy caliente.

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Historia General de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del mar Océano

Escrita por Antonio de Herrera coronista mayor de Su Majestad, de las Indias y su coronista de Castilla



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ArribaAbajoLibro Cuarto


ArribaAbajoCapítulo XI

Que Sebastián de Belalcázar determina de salir de la ciudad de San Miguel a entrar en las provincias del Quito; y de lo que le sucedió, hasta una gran batalla que tuvo con los indios, adonde nadie quedó vencido.


Llegado Sebastián de Belalcázar a la ciudad de San Miguel, adonde el adelantado don Francisco Pizarro le había enviado por gobernador con las nuevas de las riquezas del Perú, halló soldados, que habían llegado a Panamá; y como después llegaron otros, y se vio Belalcázar con buen número de gente, y era hombre belicoso, y de ánimo levantado, propuso de ir la vuelta del Quito, descubriendo, porque también quería gloria de haber conquistado nuevas tierras; y tuvo forma, como sin pedirlo, le requirió el regimiento, que hiciese aquella jornada, por la nueva que había, que en aquellas provincias se tomaban las armas contra los castellanos, y por las grandes riquezas, que en ellas había. Llegó en esto el capitán Gabriel de Roxas, y por la vieja amistad, y por aviso que llevaba, del movimiento del adelantado Pedro de Alvarado, le dio a Pedro Palomino, y a otros que le acompañasen, hasta donde estaba el Gobernador, al cual dio   —330→   cuenta de su jornada, y de los motivos que había tenido, y que tanto más se había conformado en hacerla sin su licencia, cuanto los que llegaban de Nicaragua y Guatemala afirmaban, que el adelantado don Pedro de Alvarado tenía fin de ir la vuelta del Quito, pareciendo que aquello no entraba en su gobernación, y que no convenía dejar de ocupar primero aquella tierra, para quitarle la ocasión de meterse en ella; cosa, que sería de grandísimo daño, para todos los que entonces se hallaban en el Perú, habiendo padecido los peligros, y trabajos, que se sabían. Y gastando del oro, y plata, que tenía, comenzó a ponerse en orden para la jornada, creyendo, que los tesoros de Caxamalca eran pocos, para los que habían de hallar en el Quito; y esta opinión fundaban en haber estado tanto tiempo en aquellas partes el inga Guaynacaba con su corte, y ejército, cuyos tesoros quedaron allí; y en la fama, que se había levantado, de que Atahualpa quería fundar allí otro imperio, como el del Cuzco; el cual, cuando salió a la guerra de su hermano, también dejó su recámara en el Quito. Habiendo, pues, apercibido ciento y cuarenta soldados de a pie, y de a caballo, bien armados, llevando alférez real a Miguel Muñoz, su pariente; por Maese de Campo, a Halcón de la Cerda; y capitanes, Francisco Pacheco, y Juan Gutiérrez, salió de San Miguel, y fue a Carrochabamba, provincia de la Sierra, adonde hallaron buen acogimiento; y siguiendo su camino, en los despoblados pasaron increíbles trabajos, de hambre, y frío, hasta llegar a Zoropalta.

Ya sabían en el Quito, que estos castellanos andaban cerca de aquellas provincias; y demás de la grande alteración, que recibieron por la muerte de Atahualpa, maravillándose, como tan poca gente hubiese vencido a tan poderoso príncipe, los aborrecían, porque tenían aviso, que eran muy codiciosos de oro, y que vivían con imperio, y demasiada licencia; y al opiniones, que los capitanes Yrruminavi, y Zopezopagua, y otros, y los sacerdotes, desaparecieron más de seiscientas cargas de oro, porque no cayese en poder de los castellanos, y mucho más los   —331→   Mitimaes; porque como ya no tenían Rey, y los castellanos que dominaban la tierra, no entendían sus Quipos, o cuentas, para pedirles razón de lo que tenían a cargo, usurpaban cuanto podían, el aborrecimiento que en estas provincias tenían ya a los castellanos, les movió a la defensa de sus tierras, por las cuales se fueron convocando, aderezando armas, y proveyendo lo demás, que para la guerra convenía; y nombraron por su capitán general a Yrruminavi, el cual los daba mucho ánimo, persuadiéndolos a la conservación de su propia quietud, representándoles los daños de la patria, de las mujeres, hijos, y haciendas, de todo lo cual decía, que eran los castellanos grandes disipadores; y sobre todo les encarecía la libertad. Llegado, pues, Belalcázar a Zoropalta, se tuvo aviso; que estaba cerca la provincia de los Cañaris, fresca, y abundante; y hallándose a cuatro leguas de Tomebamba, que es lo principal de aquella tierra, el capitán Belalcázar se adelantó con treinta caballos, dejando toda la gente a cargo del capitán Pacheco.

Yrruminavi, y Zopezopagua, que era el capitán, y gobernador del Quito, determinaron de enviar a Chiaquitinta, capitán estimado, y del linaje de los ingas, para que con buen número de indios se pusiese cerca de Zoropalta, para que defendiese a los castellanos la entrada en las provincias; y él había prometido de hacer maravillas; pero en descubriendo a Sebastián de Belalcázar, el capitán Chiaquitinta fue el primero, que espantado de los caballos, se puso en huida; los castellanos los siguieron, y prendieron algunos, y entre ellos una señora, que fue de las mujeres de Guaynacaba, detúvose este pequeño ejército, descansando ocho días en Tomebamba; y en este tiempo los Cañaris, renovando la antigua enemistad con los señores del Cuzco, y acordándose de la destruición nuevamente recibida de Atahualpa, y crueldad con ellos usada con tantas muertes, por haber acudido a Guascar, pareciéndoles, que se les representaba buena ocasión de venganza, enviaron mensajeros a los castellanos, ofreciendo su amistad; y habiendo sido recibidos humanamente, enviaron su embajadores, con trecientos   —332→   hombres armados, para que asentasen su liga, y confederación, la cual fielmente siempre guardaron, y Belalcázar les prometió su ayuda, y amistad, y de defenderlos de sus enemigos. Quedaron admirados los castellanos, de ver la grandeza, traza, y labor sutilísima, y polida de aquellos palacios de Tomebamba, hechos por los ingas, y conocieron bien los muchos tesoros, que hubo en ellos; luego, por las postas, se supo en el Quito el desbarate de su gente, y la Confederación de los castellanos con los Cañaris; y no se perdiendo de ánimo, después de haber con grandes sacrificios consultado a los oráculos, y pedido, que los librasen de la perpetua servidumbre, y destruición, que esperaban, habido su consejo entre los capitanes, y sacerdotes, acordaron de juntar ejército de cincuenta mil hombres, e ir a ponerse en cajas, sitio aparejado para su deseo, y enviaron sus espías a saber de los enemigos.

Sebastián de Belalcázar, hombre diestro, y cuidadoso, se fue a poner en los Tambos de Teocaxas, y también procuraba de entender el número de los enemigos, su orden, su asiento, y su intención, envió a Ruiz Díaz a reconocer con diez caballos; y sabiéndolo Yrruminavi, que tampoco estaba descuidado, puesto en orden el ejército, repartido en dos partes, se puso cubierto de las sierras, y bajando a lo llano los diez caballos, un indio, con un gran grito, dijo: Veislos aquí, ¿qué aguardáis? Comenzó luego la temerosa vocería de los indios, como de ordinario lo es, cuando pelean; y apretando animosamente, con los caballos atropellaban, y con las lanzas hacían gran derramamiento de sangre, estando por todas partes rodeados, se hallaban en gran aprieto, por lo cual, rompiendo un caballo por los indios, se abrió camino, para dar aviso de la necesidad en que los nueve quedaban. Fue bien necesaria la diligencia con que fueron los castellanos al socorro, dejando bastante guarda en el cuartel; y allí se vio terrible coraje, y rabia en los unos, y en los otros; los indios se animaban, diciendo, que aquel era el punto para mantener, o perder su libertad. Los castellanos decían, que no les iba menos de las vidas. La constancia de los indios era grandísima;   —333→   porque no obstante que veían el campo regado de sangre, y cubierto de cuerpos muertos, y heridos, y que conocían su perdición, porfiaban en pelear con maravilloso esfuerzo, no les faltando fuerzas, ni ánimo; pero llegada la noche, los unos, y los otros, cansados de pelear, se apartaron, sin quedar la victoria por ninguno. Los indios mataron un caballo de Girón, y otro de Albarrán, y quedaron algunos castellanos heridos, los indios murieron muchos, los cuales, habiendo cobrado mayor brío, decían a los castellanos: Que no pensasen que había de ser lo de Caxamalea, porque todos habían de morir a sus manos entendieron en curar los heridos, y hacer fuertes para la defensa; y como no se pudieron llevar los caballos, cortaron a uno los pies, manos, y cabeza, y lo enviaron a mostrar por toda la comarca, como por trofeo, animando la gente, para que acudiese en su ayuda. Belalcázar, que había honradamente en esta batalla, que se llamó de Teocaxas, hecho oficio de prudente capitán, y valiente soldado, también entendió en dar recado a los heridos, y en pensar, qué orden podría tener para divertir del camino, que los indios tenían tan fortificado, y atajado, y sobre todo dar ánimo a su gente, y conocer los ánimos de los que tenía por más flacos.




ArribaAbajoCapítulo XII

Que Sebastián de Belalcázar procuraba pasar adelante; y el impedimento, que los indios le ponían.


Era tanta la fuerza, y constancia, que el día antes los indios habían mostrado, que Belalcázar conocía que convenía vencerlos, más con el arte, que con las armas; y aunque le ponía gran impedimento no saber bien la tierra,   —334→   determinó, de hacer el camino de Chimo, y de los Puruas; y saliendo de noche, caminando con gran trabajo por colinas, y con mayor cuidado, por no saber el camino, se ofreció un indio, que había estado en Caxamalca de guiar a los castellanos por camino seguro, sin topar con el ejército enemigo; cosa, que mucho contento dio a Belalcázar, y mucho le agradeció el indio lo hizo tan bien, que los llevó por buen camino, hasta un río, que aunque grande, como ya aquellos soldados estaban diestros en todo género de servicio militar, y de emprender con ánimo valeroso cualquier trabajo, presto se dieron maña en pasarse con balsas, que hicieron. Los indios, quedando muy sentidos de aquel suceso tan contrario de su esperanza, creían que los castellanos tenían el favor de alguna deidad, o que enteramente Dios peleaba con ellos; y hallándose en mucha angustia, determinaron de hacer en Riobamba el último esfuerzo, adonde asentaron su campo, y se fortificaron, y en particular con muchos hoyos, bien cubiertos de hierba, para que provocando a batalla, a los enemigos por aquella parte, cayesen los caballos. Sebastián de Belalcázar proseguía su camino, y siguiéndole otra multitud de indios, porque ya habían acudido infinitos de las comarcas, le ponían en confusión, mandó que quedasen treinta caballos de retaguarda, para entretenerlos, hasta que los de la vanguarda ganasen un collado, que le parecía buen sitio; la multitud, cargando sobre los treinta, enviaron a decir a Belalcázar, que los enviase más gente, respondió en voz alta, y con ánimo verdaderamente generoso; que si treinta caballos no bastaban, que se enterrasen vivos; y aunque los treinta peleaban con valor, Belalcázar, con cuidado proveía cuanto convenía para su salud, porque habiendo ganado el sitio de la loma, y juzgando, que convenía bajar a un llano, para tomar una laguna a un lado, los indios, habiendo llegado el ejército en diversas bandas, los iban rodeando; y con diligencia Yrruminavi, y Zopazopagua los ordenaban, y animaban, y echaban escuadras, que los provocasen a pelear por la parte a donde tenían hechos lo hoyos, con tan temerosa vocería, que ponía espanto a   —335→   los castellanos Visoños, que en las Indias llaman Chapetones, y a los platicos, vaquianos. Viéndose, pues, los castellanos en terrible aprieto, Dios Todopoderoso, y misericordioso, los envió un indio, que dijo, que se iba a ellos de su voluntad, el cual les descubrió todos los designios de los indios, y en particular el peligro de los hoyos cubiertos, en los cuales dijo, que estaban hincadas muchas estacas, y púas, con agudas puntas de durísima madera, a donde sin duda fuera imposible dejar de perecer; y esta obra tuvieron por cierto, que procedió por la intercesión de la Bienaventurada Virgen, Madre de Dios, a la cual continuamente invocaban para su ayuda; porque esta Madre de Misericordia, Reina del Cielo, es cierto, y así lo tienen castellanos, e indios por indubitado, que en semejantes conflictos apareció muchas veces su bendita Imagen, y que de ella han recibido incomparables beneficios; y si estas obras del cielo se hubiesen de referir por extenso, no bastara muy larga relación; pero esto poco se dice, para que se entienda, que tuvo Nuestro Señor cuidado de favorecer la fe, y la religión cristiana y católica, defendiendo a los que las tenían, aunque ellos, por ventura, no mereciesen por sus obras semejantes regalos, y favores del cielo.

Con el saludable aviso del indio, determinó Belalcázar de dejar el camino de Riobamba, con que excusaba el peligro, y caminar por las cumbres de unos collados, no fáciles; y cuando los indios lo echaron de ver, fue grande su grita, y lastimoso sentimiento, juzgando la gran ocasión que se les salía de las manos, para acabar a sus enemigos. Decían, quejándose de su fortuna: que de donde les había ido a los extranjeros aquel aviso, para salvarse, y que era imposible que no tuviesen alguna particular gracia de Dios, y proponían, que se les ofreciese Paz; pero los capitanes lo contradecían, persuadiendo la muerte, antes que verse en terrible sujeción con sus hijos, y mujeres; y caminando los castellanos, llegaron a los hermosos palacios, y aposentos de Riobamba, y alojada la gente, salió Belalcázar con treinta caballos a los indios; pero por el temor que habían cobrado, y por la   —336→   estimación en que ya tenían a sus enemigos, viéndolos salvar de peligros, que ellos tenían por imposibles, huyeron a los altos; y dejando Belalcázar a Vasco de Guevara, Ruy Díaz, Hernán Sánchez Morillo, Barela, y Domingo de la Presa, para que hiciesen la guarda, se volvió al cuartel con los demás. Los indios, temiendo que estos cinco solos quedasen en el campo, por gran afrenta; echaron algunos, que los llevaron adonde estaba su cuerpo de doce mil hombres, y picando en él con las lanzas, dejando algunos muertos, volvieron al cuartel; salió Belalcázar con todos los castellanos de a pie, y de a caballo; y habiendo peleado como media hora, los hizo volver las espaldas, y siguió hasta el río de Ambato, adonde acordaron de fortificarse, para volver a tentar la Fortuna. Los castellanos estuvieron doce días descansando en Riobamba, ayudados de los Cañaris, sus confederados, muy alegres, y contentos, por haber escapado de tantos peligros, y haber conseguido tales victorias; y habiendo rogado con la paz a los indios, pretendieron defenderles el paso del río, aunque pelearon como media hora, los castellanos le pasaron, y los enemigos se retiraron, siguiéndolos los castellanos, y haciendo gran matanza, hasta la Tacunga, a donde había grandes aposentos, y tenían hechos otros muchos hoyos con estacas, y púas agudas; pero la piadosa, y clementísima Virgen, que los libró de los otros, los defendió de estos, sin que ninguno peligrase.




 
 
FIN DEL LIBRO CUARTO
 
 


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ArribaAbajoLibro Quinto


ArribaAbajoCapítulo I

Que Sebastián de Belalcázar procura pacificar los indios, y sus capitanes los persuaden que continúen la guerra.


En ciertos sacrificios había algunos días, que los indios consultaron un oráculo; y respondió, que cuando reventase un volcán, que estaba en la Tacunga, entraría en aquella tierra gente extrangera, de región muy apartada, que mediante la guerra, sojuzgaría aquellas provincias y aunque el demonio no puede saber lo por venir, porque a sola la sabiduría de Dios está reservado, como es tan sutil, por la distancia grande a donde acaecen algunas cosas, las refiere tan anticipadamente a los hombres, que las tienen por pronósticos, y otras, que son naturales, las especula, y considera con tanta atención, que los hombres piensan, que proceden de adivinación; y fue así, que conociendo, que naturalmente había de reventar este volcán, sabiendo, que los castellanos estaban en la tierra muchos meses antes que los indios, aprovechándose de su antigua sutileza, se lo vendió por profecía, y acordándose los indios de ella, como estando los castellanos en el Riobamba, reventó este Volcán, con grandísimo ruido, y muertes de muchas gentes, por   —338→   el mucho fuego, y piedras que echaba, con mucha espesura de humo, y de ceniza, que duró muchos días, determinaron de pedir la paz a Belalcazar, pero sus capitanes se lo estorbaron. Caminaba, pues, con sus castellanos, y también el ejército de los indios, haciendo los caballos gran estrago en ellos, y pesando mucho a Belalcázar del derramamiento de tanta sangre, y deseando que también le dejasen en paz, puso a un indio una cruz en la mano, y le envió, para que dijese a los indios, que pues deseaba de serles buen amigo, y compañero, hiciesen la paz, que les prometía de guardársela fielmente, como ellos hiciesen lo mismo, y decirles tales cosas, para el bien de sus almas, que Dios sería servido, y ellos contentos.

Llegado el indio, puntualmente hizo su embajada: y viendo Yrruminavi, que muchos se inclinaban a la paz, mandó llamar a todos los que le pudieron oír, y mostrando mucha indignación, en voz alta, y clara, dijo: «Estas cautelas de nuestros enemigos, no van encaminadas, sino a sacarnos el tesoro, que ellos piensan, que está en el Quito, para en apoderándose de ello, hacer lo mismo de nuestras mujeres, e hijos, e privarnos absolutamente de la libertad, como la experiencia de Caxamalca lo ha demostrado, a donde no contentos con esto, en haciendo sacado de Atahualpa lo que tenía, hasta sacrílegamente despojar los templos, le privaron de la vida. Estas cosas nos muestran, que por nosotros ha de pasar lo mismo, con tantas afrentas, y deshonras, que antes que verlas, no quisiéramos ser nacidos; y pues que nuestras muertes han de ser a sus manos, padeciendo tan cruel, y terrible servidumbre, viendo con nuestros ojos nuestra infamia, cumpliendo sus deseos, obedeciendo a sus desatinos, y ejecutando, como en esclavos, sus tiranías, mejor es que muramos luego por sus manos, con sus armas, y debajo de sus caballos, quedándonos a lo menos este contento, de haber (por la defensa de nuestros dioses, de la patria, y de la libertad) hecho nuestro deber, como honrados y valientes». Todos loaron su consejo, llamándole Atundapo, que es nombre de gran Señor;   —339→   y con grande ira mataron al mensajero, y le rompieron la cruz, habiendo sido costumbre en el Perú de los castellanos, cuando enviaban a los indios mensajeros, darles una cruz, porque con esta santísima señal, se han visto en las Indias grandísimos efectos.

El número de volcanes, que al en las Indias, es grandísimo, y cosa monstruosa, y contra todo curso natural, que echen de sí tanta materia, algunos tienen opinión, que estos volcanes van gastando la materia interior, y que tendrán fin, en habiéndola gastado; y en verificación de esto, se ven algunos cerros, de donde se saca piedra quemada, y liviana, aunque recia, y buena para edificios. Contra esta opinión, se dice, que no se puede creer, que sea lo mismo en todos los volcanes, pues la materia que echan, es casi infinita, y que junta no la pueden tener en sus entrañas; allende de que hay volcanes, que en infinitos años se están en un ser, y que con la misma igual echan fuego, humo, y ceniza; y los que mejor lo sienten, dicen, que como hay en la tierra lugares, que tienen virtud de atraer a si materia vaporosa, y convertirla en agua, que son las fuentes, que siempre manan, porque atraen así la materia del agua; también hay lugares, que tienen propiedad de atraer a sí exhalaciones secas, y cálidas, que convirtiéndose en fuego, y humo, con la fuerza, echan también otra materia gruesa, que se resuelve en ceniza, o en piedra pómez, o semejante; y esta lo aprueba el ver, que a tiempos echan fuego, y a tiempos humo, y no siempre, porque es según lo que ha podido atraer, y digerir, como las fuentes, que en verano menguan, y en invierno crecen, y así los volcanes echan más, y menos fuego, en diversos tiempos.

Están los aposentos de en la provincia de los Puruaes, que es de buena gente, que andan vestidos hombres, y mujeres, y tienen las costumbres de sus comarcanos, llevando las señales dichas en las cabezas, para ser conocidos, y traen por la mayor parte los cabellos muy largos, y se los entrenzan bien menudamente. En la religión, sacrificios, y sepulturas, guardan lo que los otros del Perú, salvo, que algunos las hacen en sus casas,   —340→   y heredan los señoríos el hijo de la hermana, y no del hermano; algunos de estos confinan con el río de Marañón, y con la sierra de Tinguragua, y aunque tienen lengua propia, hablan la general del Cuzco.

Los famosos aposentos de Tomebamba están situados en la provincia de los Cañaris, y eran de los más ricos del Perú, con los mayores, y más primos edificios, a su Poniente está la provincia de Guanca Vilcas, términos de la ciudad de Guayaquil, y Puerto Viejo, y a su Levante, el gran río de Marañón; están los aposentos de Tomebamba asentados, a donde se juntan dos pequeños Ríos en un llano, de doce leguas de contorno, en tierra fría, y bastecida de mucha Caza. El Templo del Sol era labrado de grandes piedras, algunas negras, y otras jaspeadas, en las portadas había finísimas piedras de esmeraldas, y las paredes, por de dentro, estaban chapadas de oro, y entalladas muchas figuras. La cobertura era de paja, tan compuesta, y asentada, que no la gastando el fuego, duraba muchos años. Las mamaconas, vírgenes para el servicio del templo, eran más de docientas, y todo lo gobernaba un mayordomo del Inga, y proveía de lo que era menester; y junto a los templos, y palacios del Inga había aposentos, con las municiones, y bastimento, que eran los depósitos, y a donde se aposentaba la gente de guerra. Los naturales de esta provincia, que son los Cañaris, es gente de buen cuerpo, y rostro; traen los cabellos muy largos, revueltos a la cabeza, y con una corona redonda de palo, delgada, como aro de cedazo, se conoce ser Cañaris; y las mujeres, también en la compostura de los cabellos son conocidas. Visten como los maridos, y traen en los pies hojotas ellos, y ellas, y son hermosas, y para mucho, porque labran la tierra, y la cultivan, y los maridos suelen estar en casa hilando, y aderezando sus armas, y haciendo otros oficios afeminadas. Y después que Atahualpa usó con ellos aquella gran crueldad, que se ha referido, quedaron en aquella provincia quince veces más mujeres, que hombres. Es fértil de todo, el hijo de la mujer principal, es el heredero. Su religión es, como la de los otros, y usan lo mismo con los muertos. Eran grandes agoreros, y hechiceros, y ya son   —341→   todos cristianos. Hay en esta provincia ricas minas de oro, en ella se siembra trigo, y cebada, y se dan las frutas de castilla, y de la tierra las hay buenas, y desde San Francisco del Quito, a esa provincia, o a los palacios de Tomebamba, al cincuenta y cinco leguas; y dejando aquí la jornada de Sebastián de Benalcázar, se volverá a don Francisco Pizarro.