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Cuentos en el «Semanario Pintoresco Español» (1836-1857)

Borja Rodríguez Gutiérrez


I. E. S. «Alberto Pico». Santander



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La narración breve en España experimentó un radical incremento de cultivadores y obras a partir de 1835. Las causas son varias y venían larvándose desde finales del XVIII y su vehículo fundamental fue la prensa periódica. Prensa que a partir de la muerte de Fernando VII se desarrolló con una vitalidad que multiplicó en pocos años el número de títulos publicados.

Fueron, de todas formas, años muy difíciles para la supervivencia de las revistas que con un mercado incipiente y sin una base económica firme encontraban grandes apuros para subsistir. Lo más habitual era que las revistas no superaran el año. De entre los centenares de títulos de prensas que aparecieron durante esos años, es indudable que una de las revistas de más éxito popular y literario fue el Semanario Pintoresco Español, revista fundada en 1836 por razón de Mesonero Romanos, y que, en manos de diversos directores prolongó su vida hasta 1857.

Durante esos 21 años, años cruciales para el desarrollo del Romanticismo hispano, el Semanario publicó cuentos con profusión y se convirtió en una fuente privilegiada para observar la evolución de la narración breve española1.

Se publicaron en la revista 228 relatos. Los autores más frecuentes fueron Fernán Caballero con 19 cuentos (sólo publicó a partir de 1849), Clemente Díaz con 16, Juan de Ariza (10), Vicente de la Fuente (8), José Giménez Serrano (7), Francisco Navarro Villoslada (6), Nicolás Magán (6), José María de Andueza (6) y Juan Eugenio Hartzenbusch (5). A partir de aquí una larga lista en la que se mezclan nombres de primera fila, autores secundarios y escritores totalmente   —70→   olvidados: Luis Alarcón (1 relato), Juan Manuel de Azara (2), Rafael María Baralt (2), Vicente Barrantes (2), Antonio Cánovas del Castillo (1), Primitivo Andrés Cardaño (1), Nicolás Castor de Caunedo (2), Manuel de la Corte y Ruano Calderón (3), Salvador Constanzo (1), Juan Ernesto Delmás (1), José María de Eguren (1), José Antonio Escalante (1), Bernabé España (1), Félix Espínola (1), Serafín Estébanez Calderón (1), Guillermo Fernández Santiago (1), Francisco Fernández Villabrille (1), Eugenio García de Gregorio (1), José Heriberto García de Quevedo (1), Carlos García Doncel (1), Enrique Gil y Carrasco (1), Isidoro Gil y Davi (1), Antonio Gil y Zárate (2), José Godoy y Alcántara (2), Gertrudis Gómez de Avellaneda (2), Teodoro Guerrero y Pallarés (3), J. Guillén Buzarán (1), M. Landeyra (1), Miguel López Martínez (1), N. R. de Losada (2), Manuel Lucifer (1), Aureliano Madrazo (1), Pedro de Madrazo (3), Antonio Marín y Gutiérrez (2), Julio Marnier (1), Fernando Martín Redondo (1), Baldomero Menéndez (1), Rafael Monje (1), Ramón de Navarrete (2), Antonio Neira de Mosquera (1), Eugenio de Ochoa (2), Francisco José de Orellana (3), Miguel Agustín Príncipe (1), Mariano Roca de Togores (2), Miguel Rodríguez Ferrer (1), Gregorio Romero Larrañaga (2), Ramón Rúa Figueroa (1), Julián Saiz Milanés (1), Jacinto de Salas y Quiroga (2), Eulogio Florentino Sanz (1), A. Sierra (1), José Somoza (1), Gabino Tejado (2), José Manuel Tenorio (2), Telesforo Trueba y Cossío (2), Luis Viardot (1), José de Vicente y Caravantes (1), Benito Vicetto y Pérez (2) y Luis Villanueva (1).

Como se puede ver, un amplísimo número de colaboradores entre los que no hay ninguna presencia dominadora (Fernán Caballero como ya hemos dicho publica sólo en los últimos ocho años de la revista y Clemente Díaz únicamente hasta 1841, es decir, en los primeros cinco años de la revista).

El Semanario fue una revista abierta a la mayoría de los autores y tendencias de la época. En sus páginas encontramos a nombres de la emigración (Trueba y Cossío), de los que aparecieron en Cartas Españolas (Serafín Estébanez Calderón), los creadores de revistas rivales como El Artista (Eugenio de Ochoa y Pedro de Madrazo) y No me olvides (Jacinto de Salas y Quiroga), nombres fundamentales del Romanticismo (Gil y Carrasco, Hartzenbusch), figuras más secundarias (Antonio Gil y Zárate, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Francisco Navarro Villoslada, Mariano Roca de Togores) y autores que publicarían la mayor parte de su obra en la segunda mitad del siglo (Fernán Caballero, Eulogio Florentino Sanz). Incluso están presentes figuras tan «atípicas» del relato breve como José Somoza.

A pesar de que El Artista ostenta el título de revista emblemática del Romanticismo hispano la narración breve que en esa revista se publica   —71→   no representa de forma correcta las características del cuento romántico. Se trata, sin duda, de una revista fundamental para el estudio del cuento, pero no de una revista representativa de ese cuento. El Semanario Pintoresco, por el contrario, constituye una adecuada representación de los cuentos españoles desde 1835 a 1850. Podemos afirmar que si nuestra única fuente para el estudio del relato breve fuera la revista que lanzó en 1836 Mesonero Romanos con un éxito inesperado para la época, las conclusiones generales no cambiarían mucho.

gráfico

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Como se puede ver en el gráfico2, las tendencias generales de las temáticas apenas varían. Se aprecia en el Semanario una mayor aparición de cuentos costumbristas (debido sobre todo al interés de Mesonero Romanos en su época de director) y de populares (gracias a la labor de Fernán Caballero, sobre todo, y de Juan de Ariza). Por el contrario aparece una menor presencia de cuentos amorosos, relatos que en las revisitas más tardías como El Siglo Pintoresco o El Laberinto van adquiriendo más importancia.

Ahora bien, cara al estudio de los relatos de esta revista conviene distinguir entre las diferentes épocas que se desarrollaron en él a lo largo de sus veintiún años de vida. Podemos distinguir las diferentes etapas según los directores. Fueron éstos Ramón de Mesonero Romanos (1836-1842), Gervasio Gironella (1843-1845), Francisco Navarro Villoslada (Enero-Junio 1846), Ángel Fernández de los Ríos (Julio 1846-1855) y entre 1856 y 1857, José Muñoz Maldonado, Eduardo Gasset y Manuel de Assas. Pero para nuestros fines dividiremos los cuentos del Semanario en tres épocas. Las correspondientes a las direcciones de Ramón de Mesonero Romanos, Gervasio Gironella y Ángel Fernández de los Ríos.


El Semanario Pintoresco Español de Ramón de Mesonero Romanos

La dirección de Mesonero Romanos durante los primeros años de vida de la revista imprimió el carácter de ésta. Lo demás directores, con mayor o menor fortuna prosiguieron su estela y poco innovaron en la exitosa concepción que había conseguido multitud de lectores bajo la dirección de El Curioso Parlante.

La diferencia más notable es la presencia en años posteriores de la temática popular. Temática que maneja principalmente Fernán Caballero, que en los años en que Ángel Fernández de los Ríos ejerce como director del Semanario publica una larga serie de relatos populares. También es notable la diferencia entre los relatos históricos en una época y otra, pero esto es más bien producto de las tendencias del gusto   —73→   que de las preferencias individuales de los directores. El tema histórico que alcanza un enorme éxito y domina en las páginas de las revistas de los años treinta con un 51,61% de los relatos en el Observatorio Pintoresco (1837), un 58,97% en La Alhambra (1839-1843) y hasta un 61,90% en El Panorama (1838-1841)3, va perdiendo fuelle en las revistas que se desarrollan en la década de los cuarenta como El Siglo Pintoresco (1845-1848) que tiene un 38,46%, El Laberinto (1843-1845), que disminuye hasta un 33,33% y la Revista Literaria del Español (1845-1846), en la que los cuentos de temática histórica caen hasta un 8,33%. La época de Mesonero corresponde casi exactamente con los años de las tres primeras revistas citadas y como en ellas la temática histórica es preponderante (aunque no en tanta cantidad). De la misma manera, en los años de vida del Semanario durante la segunda mitad de los cuarenta y los cincuenta, el tema histórico se va desvaneciendo y cede su lugar de preferencia al humorístico y al amoroso como ocurre en la Revista Literaria del Español (humorístico 33,33% y de amor 16,67%).

En los últimos años de la cincuentena, la temática histórica estaba, como vemos, dando señales de agotamiento. Es significativo, a este respecto, un artículo aparecido en la revista El Trovador, en 1846 (pág. 75). Se titula «Novelas de Costumbres» y está fechado en Cádiz y firmado por A. S. G. (La revista es de Barcelona). El autor hace una crítica al exceso de narraciones históricas que aparecen en las revistas españolas, usando el nombre de novela, tanto para la narración larga como para la breve. Por el contrario recomienda las narraciones ambientadas en la época contemporánea: una «novela de costumbres, fiel trasunto de nuestra sociedad». Esta novela necesita de un buen espíritu de observación y de una buena pintura de los caracteres, cualidades que no se encuentran en la mayoría de los relatos históricos. Novela que está acorde con la época y que es la más adecuada en la mitad del siglo XIX: «Cuando las diversas clases de la sociedad empiezan a romper las barreras que hasta ahora las separaban han de ofrecer naturalmente nuevos contrastes y prestar materia para las tareas de un hábil novelista».

Sirva como ejemplo de este agotamiento el hecho de que entre los trece relatos que el Semanario publicó en 1850 sólo tres tratan un tema histórico: un cuento nuevo, «El Cuadro de la Chanfaina» de José Jiménez Serrano y dos reediciones de obras ya conocidas: «El Rey Depuesto en Estatua» una de las veinticuatro narraciones que Trueba y Cossío recogió en 1830 en su Romance of Story: Spain que, con el título de España Romántica, se había publicado en 1840 en una versión compuesta   —74→   a partir de una traducción francesa de la obra; y «La Reina sin Nombre» de Juan Eugenio Hartzenbusch que ya se publicó en 1845, en la obra colectiva Mil y Una Noches Españolas.

Otras diferencias que podemos encontrar están en el cuento fantástico, que en la época de Mesonero está en un porcentaje del 4,62% frente al 8,51% de años posteriores, diferencia lógica dado el poco aprecio que Mesonero tenía a este tipo de literatura y, curiosamente, la menor presencia de cuentos morales (6,15% frente a 12,77%) en los años en que El Curioso Parlante dirigió la revista. A pesar de su tendencia a la moralidad, que se echa de ver claramente en algunos de sus escritos como «El Duelo se Despide en la Iglesia», «Grandeza y Miseria» y «De Tejas Arriba», Mesonero era un director ecléctico y tolerante que pretendía ante todo agradar al público, y, aunque siempre manteniendo la presencia de cuentos morales, procura no abrumar al público con ejemplos.

Setenta y cuatro relatos aparecieron en esta primera época del Semanario, con notables oscilaciones entre los años pues vemos que pasan de los cinco relatos que se publican en 1838 a los veintidós de 1840. Los autores que más colaboran con la dirección de Mesonero Romanos son Clemente Díaz con dieciséis relatos, Vicente de la Fuente con siete cuentos y José María de Andueza con seis. Autores que, con la sola excepción de un relato de Vicente de la Fuente en el primer número de 1843: «Las Colaciones», (lo que indica, probablemente, que el cuento era una herencia de la dirección de Mesonero) sólo publicaron en el Semanario como Mesonero como director.

Mesonero era un director sin prejuicios que lo mismo incluía en sus relatos cuentos románticos como «El Lago de Carucedo» (Enrique Gil y Carrasco, 1840) y «La Peña de los Enamorados» (Mariano Roca de Togores, 1836), que crudas sátiras antirrománticas como «Rasgo Romántico» y «El Matrimonio Masculino» (ambos cuentos de Clemente Díaz, 1836). No obstante su elección de temas indica una cierta preferencia por evitar las exageraciones y los atrevimientos románticos más exaltados. Aunque también es cierto que en el primer año de la vida de la revista publicó el peor cuento de Eugenio de Ochoa, «Una Buena Especulación» que también se puede considerar como una de las manifestaciones más ridículas de la exageración romántica. Con excepción de ese relato se puede decir que la calidad media de los cuentos es alta, sobresaliendo por encima de todos «El Lago de Carucedo»4 de Enrique Gil y Carrasco y «La Peña de los Enamorados» de Mariano Roca de Togores.

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El conflicto básico ya no es aquí el amoroso trágico que era el predominante en la otra revista emblemática del Romanticismo: El Artista. De los 74 relatos que publicó el Semanario desde 1836 a 1842 apenas hay unos veinte en que la idea central sea el enfrentamiento de una pareja de enamorados con las dificultades que se oponen a su amor. Y de esos veinte tan solo en la mitad encontramos un desenlace trágico.

Para más señas, la tragedia final no es obra de un destino injusto en la mayoría de los casos, sino de factores más imputables a un individuo aislado, no a la sociedad y que raramente cuestionan dogmas establecidos. (Siempre salvando la significativa excepción de «El Lago de Carucedo»). En «Fundación del Monasterio del Parral» (1838) el responsable de la tragedia es un hermano traidor y asesino. El conde de Benavente llega a la antigua ermita llevando cautiva a su hermana, junto con el conde de Torrelavega y un espadachín a sueldo. Su intención es obligar a su hermana a casarse con Torrelavega en ese mismo sitio, y anunciárselo al marqués de Villena, que pronto aparecerá, amado de Leonor pero odiado por su hermano. Advierte a Leonor que si no accede entre los tres asesinarán a Villena. Leonor cede pero cuando Villena aparece, no es capaz de mentirle. Villena mata a Torrelavega, y el espadachín escapa. Mientras tanto Leonor intenta impedir que su hermano entre en la lucha. Benavente asesina a su hermana y muere luchando con Villena. El Marqués funda entonces el monasterio en ese mismo sitio.

El Conde de Benavente es el primero de muchos villanos de los cuentos que luchan contra el amor de los protagonistas, no por representar a la sociedad ni por defender una postura que el autor considera negativa, sino por pura y simple maldad: es la trasposición del conflicto del amor contrariado a planteamientos más conservadores. Unos ladronzuelos traidores y cobardes asesinan a la amada de «Conrado» (Clemente Díaz, 1839) y le llevan al suicidio; una criada engaña a Guillermo de Bergedón, el protagonista de «Un Trovador» (1836) haciéndose pasar por su señora, la amada de Guillermo y ese engaño provoca la muerte de éste; unos hermanos rencorosos son los asesinos del protagonista de «El Tiesto de Albahaca» (1837), sin importarles el dolor que con ellos causan a su hermana. Muertes, tragedias, finales que no cuestionan ninguna de las estructuras ni elementos que el romanticismo conservador reverencia: religión, familia, monarquía.

En otros relatos el punto de vista sobre la historia amorosa cambia. Se renuevan conceptos como el honor, moralidad y respeto a la familia y al matrimonio a los que hay que subordinar y someter la relación amorosa. La pasión cambia de consideración y de valoración: pasa de ser una motivación vital que justifica todos y cada uno de los actos del   —76→   enamorado a convertirse en un sentimiento pecaminoso e impuro que es preciso frenar o castigar.

El honor es lo que importa en «La Capilla del Perdón» (S. H. B., 1837) y su defensa es la que justifica que los hermanos Van Eyck persigan y asesinen al seductor de su hermana. También el honor prima en «Manuel el Rayo» (1840)5, en el que Manuel, contrabandista, pero hombre de honor, está dispuesto a matar a su hija, seducida por un señorito de la aristocracia y sólo cesa en su intento cuando uno de sus compañeros se muestra dispuesto a casarse con ella y a limpiar de esa manera el nombre de la familia.

La moralidad pasa al primer plano en «El Reloj de las monjas de San Plácido» (Carlos García Doncel, 1839) en el que la protagonista entra en un convento y se finge muerta para evitar las lujuriosas intenciones del rey Felipe IV; en «El Marqués de Javalquinto» (Jacinto de Salas y Quiroga, 1840), Leonor de Guzmán que ha rechazado el amor del rey pretextando que ya estaba casado, cuando descubre que el hombre que ama y por el que, en realidad, ha rechazado al monarca, el Marqués de Javalquinto, también lo está, ingresa en un convento; o en «Mariano» (José María de Andueza, 1840), donde Mariano, hijo de un contrabandista, enamorado de Inés, hija de unos marqueses, busca la manera de llevar a cabo sus deseos. Paca, la doncella de Inés, se finge su dueña para conseguir el amor de Mariano. De resultas de ello Mariano acaba asesinando a Don Luis, el novio de Inés, después de la boda de ambos. Mariano acaba su vida en el cadalso e Inés y Paca en un convento. Los engaños de Paca y su inmoralidad, así como las intenciones pecaminosas de Mariano, causan la muerte o la desgracia de los cuatro personajes.

Respeto a la familia y defensa del matrimonio en «El Nacimiento de Lope de Vega» (1840), el padre de Lope durante una ausencia de la madre se enamora de otra mujer y se va a Madrid tras ella. Su esposa le   —77→   sigue y aprovechando los carnavales y que ambas rivales están disfrazadas de hombre, entablan un duelo a espada en el que vence la legítima esposa, hiriendo en una mano a la amante. Después de eso los esposos se reconcilian. También en «El Remedio del Amor» (Francisco Navarro Villoslada, 1841) en el que un matrimonio que sólo ha estado viviendo en común un mes, se reconcilia tras diez años de separación, aún renunciando el marido a su auténtico amor.

El Semanario de Mesonero alberga en sus páginas también otros tipos de relato. La «Enciclopedia Popular de Recreo» (que era el subtítulo de la revista) presenta también a sus lectores una serie de relatos de tema histórico en los que la presentación de hechos históricos es básica. La intención básica es instruir al lector y por eso se prescinde de los hechos novelescos y únicamente se procede a una novelización del momento temporal elegido, del hecho glorioso, de la hazaña, del suceso o del héroe elegido. En esa línea van apareciendo desde 1836 a 1842 una serie de relatos: «Don Juan de Austria o la Batalla de Lepanto» (Francisco Fernández Villabrille, 1836), «Carlos de Austria, Príncipe de Asturias» (Manuel Landeyra, 1836), «Costumbres Caballerescas. El Paso Honroso» (Antonio Gil y Zárate, 1838); «La Batalla de las Navas» (Nicolás Magán, 1839); «La Campana de Huesca» (José Vicente y Caravantes, 1840); «La Batalla de los Llanos de Baena» (Manuel de la Corte y Ruano Calderón, 1840); «Don Alonso Coronel o la Venganza del Cielo» (Manuel de la Corte y Ruano Calderón, 1840); «Laras y Castros» (Nicolás Magán, 1840)...

Los cuentos morales están presentes también desde un principio en el Semanario. Al fin y al cabo el público familiar está al fondo de la supervivencia de la publicación. La imagen ideal que más de una vez aparece en las revistas que estamos analizando en la que, en una casa familiar, el padre lee en voz alta la revista rodeado de su esposa y de sus hijos e hijas demanda la presencia de cuentos subordinados a estrictas exigencias morales, y aún más, cuentos que fomenten esas mismas conductas morales. Desde el primer año de la revista nos encontramos con este tipo de relatos. «La Economía de un Real» (1836), publicado sin firma, es el primero de ellos. El autor, de viaje en Barcelona, en una casa de campo, oye como su huésped adoctrina a su hijo contándole la historia de cómo un obrero, ahorrando real tras real, ha conseguido hacer una fortuna. El hijo no le cree y el padre, orgulloso, le revela que esa historia es la suya propia. Después aparecerán otros cuentos en esa línea: «Ventajas de la Adversidad. Cuento Moral» (1837); «Ha sido una chanza» (1837); «¡Qué día! o las siete mujeres. Cuento Fantástico» (E. V. 1841), nueva versión de un   —78→   cuento aparecido en Cartas Españolas en 18326; «La Caja de Ahorros. Cuento Moral» (1842). También dentro de esta tendencia encontramos cuentos de «buenos ejemplos» como «La Venganza Generosa» (L. G., 1837). Uberto, jefe del partido popular en la república de Génova, es desterrado y llevado a la ruina cuando triunfan los aristócratas. Adorno, el jefe del partido aristocrático, en el momento del destierro le desprecia y le llama hijo de un vil artesano. Uberto va a Venecia y allí gracias a su capacidad consigue reunir una fortuna mayor que la de Génova. De viaje en Túnez encuentra a un joven cautivo y se entera que es hijo de Adorno. Paga una crecida suma, le pone en libertad y le envía junto a su padre con una carta en la que le dice que esa es su venganza por lo que el padre le hizo. Adorno, arrepentido, consigue que la orden de destierro sea revocada y que Uberto vuelva a Génova.




El Semanario Pintoresco Español de Gervasio Gironella

Enrique Rubio Cremades considera un fracaso la etapa en la dirección de Gervasio Gironella. Fracaso que deviene fundamentalmente por dos causas: la nula colaboración de los redactores de la revista en la época de Mesonero Romanos, que dejan de colaborar con Gironella y la aparición de nuevas revistas que presentaron una competencia hasta entonces desconocida al Semanario. En 1843 aparecen dos revistas con mucha fuerza: el Museo de las Familias y El Laberinto. Revista esta última a la que se trasladan en masa los hombres de la primera época del Semanario, con el mismo Mesonero Romanos al frente; (1995; 65-67).

El nuevo director tiene desde el principio intención de mantener al cuento en una situación de privilegio dentro de las páginas de la revista: 39 narraciones en los tres años en que dirigió la publicación: quince en 1843, doce en 1844 y de nuevo doce en 1845. La lista de autores cambia totalmente y consta casi absolutamente de nombres hoy perdidos en el olvido. J. Guillén Buzarán (1), Revilla (1), Juan Manuel Tenorio (1), José Giménez Serrano (1), Antonio Neira de Mosquera (1), Baldomero Menéndez (1), Miguel López Martínez (2), Luis Villanueva (1), José María de Eguren (1), Nicolás Castor de Caunedo (2), Benito Vicetto (2), Miguel Rodríguez Ferrer (1), N. R. De Losada   —79→   (1), Luis Alarcón (1) y Eugenio García de Gregorio (1). Además 14 relatos sin firma, con iniciales o seudónimos inidentificables.

De los autores que publicaron en la época anterior sobreviven sólo Vicente de la Fuente, con «Las Colaciones», el relato que antes hemos mencionado y que probablemente será una herencia de la dirección de El Curioso Parlante; Juan Manuel Tenorio que está en el mismo caso pues su único cuento de esta época («Emilia Girón») es de 1843 y Nicolás Magán, que sigue más tiempo en el Semanario tras la marcha de Mesonero, publicando en total cuatro relatos (todos en 1843).

Temática e ideológicamente no hay apenas diferencia. Gironella sigue los pasos de Mesonero: lecturas para la familia, tradicionalismo y romanticismo conservador, cuentos morales, cuentos humorísticos, relatos históricos más instructivos que novelescos, etc.

El cuento histórico de divulgación está representado por «Alzamiento de Don Pelayo», firmado por Revilla (1843), «Recuerdo Histórico. La batalla de Roncesvalles» (Nicolás Magán, 1843) o «Descubrimiento del nuevo mundo» (A., 1845). Cuentos morales son «Lo que encierra una gota de aceite» (1843) o «El Príncipe por un Día» (1844).

El cuento histórico más novelado, con características que entran ya de lleno dentro del romanticismo conservador, está representado por dos lamentables creaciones de Miguel López Martínez: «Albar Núñez, Conde de Lara» y «El Alcaide del Castillo de Cabezón» (ambos relatos de 1844). Además en esa línea podemos situar «Hernando de Córdoba, el Veinticuatro» (1844), «El Esclavo» (1844), «El Sentimiento Religioso y el Monumento de la Catedral de Sevilla» (Miguel Rodríguez Ferrer, 1845) o «El Asesinato del Marqués de Poza y las Consecuencias de un Torneo» (Eugenio García de Gregorio, 1845). Todos los relatos presentan historias de amor escrupulosamente morales, respetuosas con la autoridad paterna, la familia y el matrimonio. Además podemos encontrar castigo de los culpables («Albar Núñez»), defensa de la religión cristiana («El Esclavo»), venganza sangrienta y acelerada por el autor por una infidelidad conyugal («Hernando de Córdoba»), lealtad del súbdito y generosidad del rey («El Alcaide del Castillo de Cabezón»), etc.

No faltan tampoco los relatos de intenciones humorísticas en los que se pretende seguir la huella de las colaboraciones anteriores de Clemente Díaz o Vicente de la Fuente. «Un Mayorazgo. Costumbres Andaluzas» (L., 1844); «Un Bárbaro y un Barbero» (Un Aficionado Lugareño, 1844) y «Gracias de la Infancia» (Luis Alarcón, 1845) siguen esa tendencia.

El relato amoroso de tema contemporáneo ofrece frutos que a fuerza de exagerados acaban resultando cómicos. Es el caso de «Amalia» de Luis Villanueva (1844). Amalia, pobre huérfana, es vendida por su malvada   —80→   tía a un marqués libidinoso. El hermano y el novio de Amalia juran vengarla. El Marqués mata al hermano y huye. Al cabo del tiempo vuelve y Julio, el novio de Amalia, le mata en duelo. El Marqués, arrepentido de sus fechorías hace su heredera a Amalia y los enamorados se casan haciendo donación de la riqueza del marqués a los pobres.

Esta exageración de los rasgos más negativos de una tendencia temática que encontramos en «Amalia» es extensible a la mayoría de los relatos publicados en los tres años de dirección de Gironella. La baja calidad de los relatos se repite número tras número. Catorce relatos anónimos, casi un tercio del total, nos indican también la frecuencia con que Gironella acudía a traducciones no declaradas para llenar las páginas de la revista.




El Semanario Pintoresco Español de Ángel Fernández de los Ríos

Los seis meses apenas de dirección de la revista de Navarro Villoslada no son un espacio suficiente de tiempo para juzgarle como director (en el campo de la narración breve, que es aquí el que nos interesa). Pasamos pues directamente a analizar la época de Fernández de los Ríos que ocupa la dirección de la revista a mediados de 1846 y se mantiene hasta 1855, (una nueva etapa áurea, según Rubio Cremades [1995; 66]).

Tras de la etapa de Gironella, el salto de calidad que se produce en los relatos del Semanario resulta muy evidente. Fernández de los Ríos se ve obligado en un principio a dar salida al material que había adquirido el anterior director y así al principio de su dirección aparecen relatos de autores de Gironella como Miguel López Martínez y N. R. de Losada. Pero enseguida el nuevo director va a conseguir brillantes colaboraciones de autores consagrados. Aunque es cierto que en las páginas del Semanario siguen apareciendo firmas de autores que hoy desconocemos como Bernabé España, Julián Saiz Milanés, o Primitivo Andrés Cardaño, los nombres importantes del momento vuelven a aparecer.

La nómina de autores del Semanario de Fernández de los Ríos es la siguiente: Juan de Ariza (6 cuentos), Juan Manuel de Azara (2), Rafael María Baralt (2), Vicente Barrantes (1), Fernán Caballero (8), Antonio Cánovas del Castillo (1), Primitivo Andrés Cardaño (1), Salvador Costanzo (1), Juan Ernesto Delmás (1), Juan Antonio Escalante (1), Bernabé España (1), Félix Espínola (1), Serafín Estébanez Calderón (1), José Heriberto García de Quevedo (1), Isidoro Gil (1), José Giménez Serrano (7), José Godoy Alcántara (2), Gertrudis Gómez de   —81→   Avellaneda (1), Teodoro Guerrero (3), Juan Eugenio Hartzenbusch (3), Miguel López Martínez (1), N. R. de Losada (1), Manuel Lucifer (1), Aureliano Madrazo (1), Antonio Marín y Gutiérrez (1), Fernando Martín Redondo (1), Rafael Monje (1), Ramón de Navarrete (1), Francisco Navarro Villoslada (2), Francisco José de Orellana (1), Gregorio Romero Larrañaga (2), Ramón Rúa Figueroa (1), Julián Saiz Milanés (1), Jacinto de Salas y Quiroga (1), A. Sierra y L. (1), Gabino Tejado (2), y Telesforo de Trueba y Cossío (2).

Ochenta y seis relatos (Hay diecinueve sin firma o con diversas iniciales y seudónimos) durante estos cinco años. Es especialmente abundante la publicación de cuentos en 1848 (veintisiete relatos) y 1849 (veintidós).

Fernández de los Ríos no dudó en recurrir a la reedición de relatos ya publicados con anterioridad, en su intención de otorgar calidad y dignidad literaria a la revista. De esta manera aparecieron en el Semanario dos relatos del libro España Romántica de Telesforo de Trueba y Cossío «¡Justicia de Dios!» (1848. Publicado con el título de «Los Hermanos Carvajales» en la edición española de 1840) y «El Rey Depuesto en Estatua» (1850). Otros relatos vueltos a publicar fueron «La Locura Contagiosa» (1849) de Juan Eugenio Hartzenbusch que había aparecido en 1844 en la Revista Pintoresca del Globo; «La Reina sin nombre» (1850) del mismo autor (Mil y una Noches Españolas, 1845) y tres cuentos que habían formado parte de la breve vida de El Iris en 1841: «La Visita Nocturna» (1848) de Félix Espínola y «Los Bandoleros de Andalucía» (1846) y «El Resentimiento de un Contrabandista» (1848), ambos de Juan Manuel de Azara.

Fernández de los Ríos introduce otros elementos nuevos en el Semanario. Uno de ellos es el cuento rosa, que ya había aparecido en otras publicaciones como El Siglo Pintoresco. Además de incluir en sus páginas a uno de los padres del género, Ramón de Navarrete («Fenómenos Psicológicos», 1848), presenta relatos de Teodoro Guerrero y Pallarés («Amor a la Dérniere», 1846; «Memorias de una Fea», 1847; «Memorias de una Bella», 1848) o de Juan de Ariza («Dos Flores y Dos Historias», 1848).

La otra gran novedad que introduce Fernández de los Ríos es la presencia de relatos de origen folclórico y popular. Esta tendencia no comenzó, como se pudiera pensar, con la aparición en las páginas de la revista de Fernán Caballero. El primer relato de la escritora gaditana que apareció en el Semanario Pintoresco Español fue «Peso de un poco de paja» en 1849. Un año antes, habían aparecido con la firma de Juan de Ariza dos relatos de este tipo: «El Caballo de Siete Colores» y «Perico sin Miedo», versión del clásico «Juan sin Miedo».

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No obstante lo cual, no cabe duda de que uno de los mayores aciertos de Fernández de los Ríos, si no el mayor, como director del Semanario, fue la decidida apuesta que hizo por los relatos de Cecilia Böhl de Faber. Comenzando con el cuento que hemos mencionado antes, en solo dos años, 1849 y 1850 aparecieron ocho relatos. «Los dos amigos» (1849), «Sola» (1849), «La Suegra del Diablo» (1849), «El Vendedor de Tagarninas» (1850), «Un Quid Pro Quo» (1850), «Juan Holgado y la Muerte» (1850) y «Los caballeros del pez» (1850). Si se piensa que el único relato publicado hasta entonces de la autora había sido «La Madre o el Combate de Trafalgar» en El Artista en 1835, con la firma de C. B., se aprecia mejor esa súbita irrupción de la firma de Fernán Caballero en las letras españolas.

Sólo tres cuentos de origen folclórico en esos dos años: «La Suegra del Diablo», «Juan Holgado y la Muerte» y «Los Caballeros del Pez», aunque los tres con mucha elaboración de la autora que aportaba mucho de sus opiniones y gustos a los cuentos, como cuando el diablo, encerrado en una redoma por su astuta suegra, le «hacía presente, cuanto faltaba con aquella tiranía a la humanidad, con aquella arbitrariedad al derecho de gentes, con aquel despotismo a la constitución»7. En el resto de los relatos encontramos historias moralizadoras cristianas como «Peso de un poco de paja» y «Los Dos Amigos». Curiosamente las creencias cristianas de Doña Cecilia iban a permitir presentar en las páginas del Semanario una versión insólita para la época, por lo realista y lógica del tema del hijo abandonado. Se trata de «Sola» en que se presenta la manida historia, en principio, de la hija de la marquesa abandonada. Pero Fernán Caballero no presenta a una protagonista que preserva su virtud y su honradez a pesar del abandono y finalmente encuentra a su familia, la fortuna y la felicidad. La hija de los condes de Luna queda embarazada y tiene una hija pero la abandona y se niega a casarse con su amante. Este muere de desesperación y la hija es criada sin amor, se entrega a la prostitución y muere asesinada. En la calle queda desangrada mientras pasa la carroza de su madre. Hay una denuncia de la hipocresía de la sociedad y un cambio en el tema del hijo abandonado que ya avanza el realismo. La brutalidad y el abandono   —83→   engendran una vida desdichada. La cita de Eugenio Sué que figura al principio del relato explica claramente las intenciones de la autora:

Siempre he estado convencido de que hay que seguir otra lógica que la de los dramas y novelas, en los cuales, por lo regular, el autor se anticipa a la justicia divina y paga emplazamiento en esta vida a cada uno según su merecido, inutilizando de esta suerte la esperanza y el temor de los goces y castigos eternos prometidos después de la muerte, saldándole su cuenta al bueno y al malo en la tierra, parodiando en este mundo un cielo y un infierno que dispone a su albedrío. He visto en esto una profanación de ese alto pensamiento y convicción del cristianismo que considera esta vida como una prueba, como un problema al que sólo Dios debe dar solución.



La estructura típica del cuento moralizador en la que se cuida al máximo que todos los personajes reciban el premio o castigo adecuado a sus merecimientos para conseguir el debido ejemplo para los lectores es rechazada por Fernán Caballero porque el autor usurpa el puesto de Dios, único que dispone de las recompensas y los castigos. La estricta creencia en la religión de la que hace gala Fernán Caballero le sirve, paradójicamente para poder presentar historias más crudas y duras que muchos de sus contemporáneos. De esta manera va siguiendo la vida de la niña despreciada, de Sola, abandonada, criada en la falta de cariño, en los malos tratos, en la brutalidad y en el abandono.

Así aborrecida y envidiada por sus compañeras que ella a su vez aborrecía y envidiaba, despreciada de los hombres que ella también despreciaba, Sola vivía en una atmósfera de odio y de desprecio. Ignoraba que poseía una alma, pues no conocía la esperanza ni el amor. No sabía lo que era la gratitud, no comprendía lo que era la felicidad, pues nunca había hecho bien a nadie.



Hay mucha diferencia entre este retrato que nos presenta Fernán Caballero y el de otros hijos e hijas abandonados que pululan por los cuentos románticos.

La colaboración entre Fernán Caballero y Fernández de los Ríos perduró mientras éste fue director de la revista: «Con mal o con bien, a los tuyos te den» (1851), «Doña Fortuna y Don Dinero» (1851), «El Eddistone» (1851), «Los Escoberos» (1851), «Matrimonio bien avenido: la mujer junto al marido» (1851), «Juan Soldado» (1852), «La Buena y la Mala Fortuna» (1852), «Las Ánimas» (1853), «Justa y Rufina» (1855), y «Tribulaciones de un Remendero» (1855).

Los relatos históricos experimentan una importante mejora de calidad con respecto a la etapa anterior. Además de las reediciones de   —84→   Trueba y Cossío, Estébanez Calderón y Hartzenbusch que antes mencionamos, Fernández de los Ríos publica en la revista relatos muy bien conseguidos dentro de esta tendencia como «La Querida del Soldado» de Vicente Barrantes (1849), «Nuestra Señora del Amparo» (1849) y «La Cabellera de la Reina» (1847), ambos relatos de Gabino Tejado, «El Barbero de un Valido» de Isidoro Gil (1848), y «La Cruz de la Esmeralda» de Juan de Ariza (1849).

Se trata de relatos que entran de lleno dentro de la tendencia más conservadora del romanticismo histórico: patriotismo, religiosidad, moralidad, respeto a la familia, etc. En el relato de Barrantes la consideración del amor es claramente negativa, frente al concepto del honor y el respeto a la autoridad paterna, presentados como sentimientos básicos que todo ser humano debe respetar. Con un triple juego de narradores se cuenta una historia de amor, honra y venganza. El narrador primero oye el principio de una historia a un soldado, Nicanor, que a su vez les entrega el manuscrito de un amigo suyo difunto que cuenta el resto de la historia. Nicanor, un soldado del ejército gubernamental durante la guerra carlista huye con Lucía el mismo día de la muerte de la madre de la muchacha. Jaime y Mateo, padre y prometido de la joven siguen a la pareja y llegan al pueblo donde tiene su cuartel el ejército pero el coronel se niega a escuchar a Jaime y se burla de él. Jaime y Mateo toman partido por los carlistas y en poco tiempo Jaime se hace célebre como jefe de guerrilleros con el apodo de el Terrible. Cuando se encuentra con el coronel lo mata y queda gravemente herido. Es capturado y va a ser ejecutado por el propio Nicanor que asesina a Mateo, creyendo que Lucía le ama. Al final Lucía ingresa en un convento para expiar un amor maldito. La opción del Terrible por los carlistas viene dada por la defensa de su honor, que en una consideración auténticamente calderoniana, es para él muy superior a la de cualquier consideración política. El autor no sólo comprende esta decisión, sino que la alaba y la contrasta con la negativa pasión de Lucía y Nicanor, culpables los dos de toda la tragedia por su sentimiento insano.

Porque el amor apasionado y los enamorados que se dejan vencer por esa pasión son presentados de forma negativa con más frecuencia según pasan los años. Un ejemplo claro lo tenemos en «Los Últimos Amores» de Gregorio Romero Larrañaga (el relato aparece en el Semanario en 1849, pero ya había sido publicado en El Reflejo en 1843). Don Diego, al que una bruja ha convencido de que la única vez que ame no será correspondido y morirá, planea apoderarse de su amada Serafina, a pesar del rechazo de ésta, y de esa manera consigue la muerte de su amada y su propia locura. La narración es confusa, se inician   —85→   acciones que no se terminan y da la impresión de que el autor no sabe que acción ni que personaje deben llevar el peso de la narración, oscilando entre los amores truhanescos del paje Juan y Mariquilla y un enamorado obsesivo y malvado, como es Don Diego. A pesar de la confusión narrativa (como ocurre en casi todos los cuentos de este autor) sobresale la presentación que se hace de Don Diego como enamorado apasionado y al mismo tiempo malvado y miserable, en una constante igualación de pasión y de maldad.

También en «Nuestra Señora del Amparo» encontramos un caso parecido en el Conde de Castañeda, traidor, asesino y enamorado apasionadamente de su mujer a la que cree infiel. Hernando está enamorado de Leonor, esposa del Conde de Castañeda. El Conde, celoso, intenta asesinar a su esposa y a Hernando pero falla en ambos casos por la intercesión del fantasma de un ahorcado que es enviado por la Virgen del Amparo, protectora de Hernando. Al final Hernando salva la vida del Conde en una batalla, muere y aparece como fantasma para defender la virtud de Leonor. Llama la atención que estos amantes en ningún momento ceden al amor. La honra y la religión están muy por encima de sus sentimientos amorosos. La pasión pecaminosa, el deseo, la infidelidad, no son concebibles para los protagonistas de los cuentos históricos del final de la cincuentena.

Los consejos morales presentados mediante relatos que premian la virtud y castigan el vicio son una constante en el Semanario desde que inició su andadura Mesonero. Fernández de los Ríos, a pesar de la opinión contraria que antes hemos visto de Fernán Caballero, sigue manteniendo este tipo de cuentos en la revista. «Historia de un Suicidio» de Rafael María Baralt (1847) alerta contra uno de los vicios sociales de la época, de la misma manera que «Un Duelo» (1846) alerta contra otros. «Contienda entre el Trabajo y la Ociosidad» (1850) de Julián Saiz Milanés en un típico relato de alegoría moral y «El Huésped» (1848) un ejemplo de buena conducta. «Entierro de un Niño» de Primitivo Andrés Cardaño (1849) es un ataque a la hipocresía social que lleva más allá la crítica que Mesonero hizo de la frivolización de los ritos funerarios en «El Duelo se Despide en la Iglesia».

La crítica acerba y agresiva de lo popular que podíamos ver en los cuentos de Clemente Díaz y Vicente de la Fuente desaparecen en esta época del semanario. Los cuentos que presentan una visión crítica de la realidad lo hacen de forma muy suave, evitando la sátira agresiva y el ataque. El humorismo que aparece es amable, bien intencionado y tranquilo, en la línea de los cuentos de Bretón de los Herreros y de muchos artículos de Mesonero. Las costumbres sociales aparecen en «Una Visita de Encargo» de Fernando Martín Redondo (1847) en la   —86→   que en tono humorístico se nos cuenta las desventuras del narrador que obligado por un pariente, va a rendir una vista a gente que no conoce. Se equivoca de calle y de casa y el juego de equívocos subsiguiente provoca los problemas del personaje. Dentro del mismo género de las «desventuras» cómicas, pero sin estridencias, son «Al Primer Tapón, Zurrapas», F. R., 1848) que trata sobre los problemas de encontrar una criada; «La Mañana de un Literato» (1849) en la que un poeta no es capaz de escribir una línea por las constantes interrupciones que provocan las visitas y las molestias de su mujer y sus hijos; «Un día bien empleado o la vida de un ministro» (El Licenciado Redondo, 1849) una suave, muy suave visón satírica de la política del momento; «¡Vaya un Viaje!» (Bernabé España, 1850) sobre las dificultades y desventuras de un viaje en diligencia de Burgos a Logroño...

Los relatos de tema amoroso oscilan entre dos direcciones: la rosa y el folletín trágico. Aunque la tendencia rosa, como ya hemos dicho, cada vez aparece con más fuerza, ello no impide que las historias de amor trágicas sigan apareciendo, si bien son tragedias amorosas en las que la preservación de la moral es fundamental y en las que los amores inmorales son duramente castigados. Una de las más tremebundas es sin duda «Un Amor de Estudiante» de José Heriberto García de Quevedo (1848). El narrador cuenta en un grupo de amigos la historia de sus amores. En París se enamora de una griseta con la que convive y tiene un hijo. Pero su amante se enamora de un portugués y entre los dos se ponen de acuerdo, asesinan al niño con un veneno y huyen. Al cabo del tiempo el narrador encuentra a ambos, desfigura la cara de la mujer con un puñal y mata al portugués en duelo.

La fantasía también tiene cabida en las páginas del Semanario de Fernández de los Ríos. Juan de Ariza contribuye con dos narraciones infantiles de carácter fantástico: «El Caballo de Siete Colores» (1848) y «El Caballito Discreto» (1850). José Jiménez Serrano es autor de «La Casa del Duende y de las Rosas Encantadas» (1849) y de «Las tres Feas. Cuento Muzárabe». Francisco de Orellana de «El Clavel de la Virgen» (1850). Fantasías todas ellas con presencia de lo maravilloso cristiano como auxiliar mágico del protagonista o el demonio como malvado. «El Caballito Discreto» impide, con sus consejos y su astucia, el desastre al que se encamina su ama. Una princesa caprichosa declara que solo se casará con un príncipe que tenga los ojos verdes. Cuando se presenta un príncipe de estas características el caballito de la princesa le pide que la lleve con ella en su viaje. El caballito descubre que el príncipe de los ojos verdes es el diablo. En «El Clavel de la Virgen» una flor bendecida por María, protege a la protagonista. Solita, una joven fea, jorobada y huérfana, se aleja del pueblo, donde todos la desprecian,   —87→   la noche de San Juan. En una caverna se le aparece un espíritu: el Niño de Oro que es en realidad un moro encantado junto con sus riquezas y que necesita que una doncella le sea fiel durante tres meses para desencantarse. Solita accede y entra en el palacio encantado del Niño de Oro, pero al poco tiempo va aburriéndose del encierro. Inspirada por los malvados consejos de Bay, un criado negro que pretende la ruina del Niño de Oro, primero le pide a éste la belleza y luego la libertad de salir del palacio. Cuando consigue esto último vuelve a su pueblo y allí se enamora del conde que le compra en una subasta un clavel santificado por la virgen. Solita llega tarde a su cita y no cumple la palabra dada al Niño de Oro pero el clavel de la Virgen que lleva desencanta a éste y le convierte al cristianismo. Al final el conde encuentra a Solita desmayada en el campo con una arquita llena de joyas y una carta del Niño de Oro que la informa de que es hija de una marquesa. En «Las Tres Feas» se cuenta el origen de un pueblo granadino, Peligros, que está dividido en tres barrios muy separados. Un Emir de Granada pretende destruir al pueblo, pero las tropas que allí van quedan encantadas por la belleza del pueblo y los atractivos de sus mujeres. Al final hace un pacto con el diablo para destruir el pueblo, pero los ruegos de las tres feas, tres hermanas de Peligros que son las únicas que siguen la religión cristiana, hacen que sobrevivan unas pocas casas en tres extremos del pueblo.

En suma: las tres épocas del Semanario no se diferencian gran cosa en sus tendencias temáticas y en el tipo de relatos que publican, probablemente porque el público al que se dirigen es el mismo. Sí que hay que decir que Mesonero es más abierto y permisivo como director y que en su época aparecen todavía cuentos que no comulgan con el romanticismo conservador, cosa que ya no va a pasar en las otras dos épocas. Ahora bien, esa situación puede darse por la elección que hacen los directores del material para publicar, o por el hecho de que desde la muerte de El Pensamiento, la revista promovida por Espronceda y su grupo de amigos (García Tassara, Miguel de los Santos Álvarez, Ros de Olano), han desparecido de la escena las tendencias más innovadoras y revolucionarias del cuento romántico.

En cuanto a la calidad literaria es incuestionable que la época de Gironella es un auténtico páramo literario, y que la de Fernández de los Ríos, posee una elevada calidad media, con un buen número de relatos de consideración pero que las joyas de la revista, que ya hemos mencionada varias veces, «La Peña de los Enamorados», «El Marqués de Lombay» y «El Lago de Carucedo» aparecen en los primeros años de vida de la Enciclopedia Popular de Recreo, subtítulo que llevaba desde sus comienzos el Semanario Pintoresco Español.







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