Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice



  —97→  

ArribaAbajoEl tío Cerote

  —[98]→     —99→  

Lámina 18

El tío Cerote era un zapatero remendón, que siempre andaba a la greña con su mujer, vieja, fea, negra y más seca que las llares del hogar. El marido observó que los sábados desaparecía   —100→   de la cama antes de media noche, y al amanecer, sin saber cómo, la encontraba a su lado. Para averiguar la causa, se tendió en el banco de la cocina, y se hizo el dormido.

A la hora indicada, la mujer se acercó al marido de puntillas, lo creyó en profundo sueño, y se dió por todo el cuerpo con un ungüento, herencia de sus dignas antepasadas, muy duchas en la magia y demás artes diabólicas.

Enseguida bajaron por la chimenea multitud de viejas horribles, se untaron, y a la primera campanada de las doce salieron todas en tropel, caballeras en escobas, las que no cabían por donde entraron, por las grietas de la casa, gritando desaforadamente:

-«Por encima de rama y hoja, a los campos de Tolosa.»

Picado el remendón de la curiosidad, se untó como ellas, y no habiendo entendido bien lo que voceaban tales vestiglos, dijo:

  —101→  

«Por entre rama y hoja, a los campos de Tolosa.»

Con la velocidad de bala de cañón subió por el de la chimenea, atravesó montes y valles, pasó por zarzas y espinos, y llegó al aquelarre o reunión de brujas, casi desollado.

Comenzaba la danza. Alrededor del demonio en figura de macho cabrío, y a compás de música infernal, bailaban brujas y brujos, cantando:

-«Lunes y martes y miércoles, tres. Jueves y viernes y sábado, seis.»

El sacristán, que en el campanario se preparaba a tocar a misa de alba, oyó la maldita copla, hizo bocina con las manos, y añadió:

-«Y domingo, siete.»

-«Coge la giba, y vete», le replicó furioso a coro el aquelarre, al escuchar el nombre del día consagrado a Dios.

En el acto le nació al monaguillo una joroba que envidiaría un dromedario.

  —102→  

Después de tan brillante fiesta, los brujos y brujas fueron uno a uno besando al cabrón debajo de la cola. Cuando le tocó al zapatero, se la levantó, reconoció tan limpio sitio, y en el mismo, con la lezna, le dio un fuerte pinchazo. El diablo se volvió gravemente, y advirtió al remendón:

«Tío Cerote, otra vez, aféitese el bigote.»

El cabrón, después de tan bello espectáculo, comenzó a leer la constitución que otorgaba a sus fieles súbditos, escrita en un inmenso cartapacio; al ver éste, el zapatero exclamó:

-¡Jesús, María y José, qué libro tan grande!

Las brujas, asustadas de los sagrados nombres, desaparecieron, arrancando el papel. Del tomo en folio sólo quedaron las cubiertas. Desde entonces las constituciones son libros sin hojas.

Lámina 19



  —103→  

ArribaBlanca Rosa

  —[104]→     —105→  

Lámina 20

Un Rey muy vicioso se jugó la corona con el diablo, la perdió, y lo destronaron. Recurrió el Príncipe a una maga que lo protegía, la cual le dijo que ignoraba el medio de recuperar el símbolo   —106→   de la monarquía, y que consultaría caso tan arduo con un adivino que le debía muchos y grandes favores. Éste aconsejó a la maga que reuniese a todas las aves, que, como vuelan tan alto y tienen tan buena vista, lo saben todo, y alguna la diría dónde se hallaba el castillo de Irás y no volverás, donde el diablo guardaba la corona.

La maga, con una varita, hizo un círculo en el aire. En el acto, por encanto, se pobló de aves grandes y chicas. Las preguntó por el castillo, y se callaron. Sólo la avutarda manifestó que, interesada, por hallarse su imagen en el escudo de armas del reino, haría un reconocimiento y volvería.

Voló, y regresó al momento. Explicó, cantando, que para conseguir el Príncipe lo que deseaba, debía ocultarse en un bosque junto al lago que había inmediato al castillo; que cuando se bañase la hija del gobernador de la fortaleza, la robase los vestidos, y no se los devolviese hasta que la   —107→   viese muy apurada. La avutarda, que por lo ligera y servicial debía llamarse avelista, se ofreció de guía. El Príncipe se agarró a la cola, y en un dos por tres llegaron al bosque, y se escondieron, mientras la hija del señor del castillo, niña preciosa de quince años, se metía en el agua, despojándose de su túnica de tisú de oro. Cuando se la quiso poner, no la encontró; la avutarda, revoloteando, se la había quitado y llevado al Príncipe. La hermosa doncella exclamó llorando:

-El que el vestido me dé, del mayor apuro le sacaré.

El destronado Monarca mandó la túnica con el ave, para no alarmar el pudor de la niña, y después se presentó.

-¿Qué quieres? -le preguntó la linda muchacha, nombrada Blanca Rosa por su color y hermosura. (Era la virtud del arrepentimiento.)

-Recuperar mi corona, que se encuentra en el castillo de Irás y no volverás.

  —108→  

La niña cogió al Príncipe de la mano, llamó en la fortaleza, abrieron, acarició a un perro gigantesco de tres cabezas que guardaba la puerta, condujo a su protegido al salón negro, donde se hallaba el diablo sentado en un trono de llamas de fuego, que recibió al ex monarca sonriéndose y burlándose en su interior, porque con malas artes, como sucede entre tahures, le había ganado la corona.

-Te daré lo que deseas, si con el trigo que te entregará mi mayordomo consigues sembrarlo, segarlo, trillarlo, aventarlo, molerlo, cernerlo, amasarlo, cocerlo y echar el pan al perro de tres cabezas que hay a la puerta del castillo; todo en veinticuatro horas.

Recurrió el Príncipe a su bella protectora, que le mandó arrojar el grano desde el balcón al jardín. Se asomó, y, con espanto, vio al trigo nacer, salir las espigas y dorarlas el sol; una nube de enanitos practicó todas las operaciones, desde segar hasta llevar el pan todavía caliente a las fauces del monstruoso perro.

  —109→  

Volvió a reclamar su corona el Príncipe; pero el diablo, que, como todos los que no son buenos, cumple tarde y mal lo que promete, le replicó:

-No la obtendrás, si no me entregas en cambio una sortija que hace quinientos años a un ascendiente tuyo se le cayó en el mar al irse a pique el barco que mandaba en un combate. Sólo se salvó de la tripulación tan valiente guerrero.

Dificultad tan insuperable hizo desmayar al Príncipe. Acudió a Blanca Rosa; ésta frunció las cejas, y le dijo severa:

-Ofrecí sacarte de todos tus apuros, y no faltaré a mi palabra. Verás.

Apareció una enorme tortuga, que, en un abrir y cerrar de ojos, fue al mar y volvió con la sortija del vigésimo abuelo del que perdió su reino al juego. El diablo se la regaló, y le advirtió:

-No me vuelvas a tentar; abandona el vicio, toma tu corona, cásate con Blanca   —110→   Rosa; te gusta y a ella no le eres indiferente; montad en un caballo que hay en la cuadra que corre más que el viento, y cuando lleguéis a la capital de tus Estados, os esperará la tropa formada, y el pueblo entusiasmado os conducirá al palacio.

Ni visto ni oído. Así sucedió según refería una abuela que a la sombra de un árbol del jardín tenía embelesados a varios nietos durante las horas de la siesta. Y añadía la anciana:

-El peor de los vicios es el del juego. Siempre va acompañado de otros. El que lo tiene, pierde el honor, y muchas veces la vida.

Lámina 2




 
 
FIN
 
 


Anterior Indice