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D. Fernando el Católico y el descubrimiento de América

Libro escrito por el Sr. D. Eduardo Ibarra, Catedrático de Historia en la Universidad de Zaragoza. Un volumen en 8.º-Madrid, imprenta de Fortanet. 1892

Luis Vidart





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Encargado por el Sr. Director de esta Real Academia de escribir una noticia acerca de la obra histórica publicada en el año 1892 por el catedrático de la Universidad de Zaragoza D. Eduardo Ibarra, con el título de Don Fernando el Católico y el descubrimiento de América, procuraré cumplir tan honroso encargo con toda la brevedad que me sea posible.

Ha dicho Washington Irving que la generalmente llamada Historia del Almirante, escrita por D. Fernando Colón es la piedra angular de la historia de América; y nuestro compañero D. Marcelino Menéndez y Pelayo afirma, que la Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, formada por D. Martín Fernández de Navarrate «es sin duda la piedra angular de la historiografía americana». La afirmación de Washington Irving y la del Sr. Menéndez y Pelayo mutuamente se excluyen; ¿cuál de las dos es la que se halla más de acuerdo con la verdad de los hechos?

Hasta cierto punto parece que tiene razón el célebre escritor norte-americano; puesto que la biografía de Colón escrita por su hijo natural D. Fernando ha sido admitida como indiscutible base de conocimiento, en lo tocante á la historia del descubrimiento del Nuevo Mundo, por casi todos los historiadores extranjeros y por los que en nuestra patria han seguido sus huellas, que por desgracia no han sido pocos. Pero el Sr. Menéndez y Pelayo, en mi humilde opinión, acierta por completo, porque en realidad la Colección de los viajes y descubrimientos de D. Martín de Navarrete es sin duda la piedra angular de la historiografía americana, aun cuando la capital importancia de esta obra haya sido desconocida   —215→   por la mayor parte de los modernos historiadores del descubrimiento del Nuevo Mundo.

Podrían dividirse los libros modernos en que se trata de la vida de Cristobal Colón y del descubrimiento de América en dos clases: la primera, en que se aceptan como axiomas todos los juicios que aparecen en la Historia del Almirante, sería la más numerosa; la segunda, en que se ponen en tela de juicio las rotundas afirmaciones de D. Fernando Colón, fundándose principalmente en los datos que suministra la Colección de los viajes y descubrimientos, sería relativamente muy pequeña; pero en mi opinión, que no pretendo sea infalible ni mucho menos, pero en mi opinión se hallan más de acuerdo con la verdad histórica estos pocos libros que los muchos que se han escrito fiándose en el relato, necesariamente parcial y apasionado, de la biografía de Colón escrita por un hijo suyo, cuyas cualidades morales no parece rayaban tan alto, como las de su agudo ingenio y constante laboriosidad.

Los diversos y aun opuestos criterios con que suele juzgarse á los personajes que intervinieron en el descubrimiento del Nuevo Mundo, ó sea en el descubrimiento de las dos partes del mundo que hoy se llaman América y Oceanía, han sido acertadamente señalados por el Sr. Cánovas del Castillo en su discurso inaugural de las conferencias americanistas del Ateneo de Madrid; y en esta diversidad de juicios históricos es donde se nota, ya la influencia del escrito de D. Fernando Colón, ó ya la de la Colección de los viajes del Sr. Navarrete. Sin duda esta última es la que predomina en el libro del Sr. Ibarra titulado: Don Fernando el Católico y el descubrimiento de América, libro en que se trata de vindicar, con pruebas y razonamientos de innegable valor histórico, la memoria del monarca aragonés, de quien ha dicho el fanático Roselly de Lorgues: «No era un misterio la mala voluntad del rey Fernando contra Colón. El monarca aragonés envidiaba, (¡envidiaba!) la gloria del gran marino; tenia celos del afecto á Colón y del respeto á sus opiniones que la reina dejaba entrever. La inquebrantable confianza de Isabel en los proyectos colombinos irritaba la egoísta susceptibilidad del rey de Aragón».

«Para vergüenza de nuestra patria, ha escrito nuestro compañero el Sr. Sánchez Moguel en un artículo publicado en La Ilustración   —216→   Española y Americana, hay quienes presumiendo de historiadores y de españoles, admiten sin reparo, divulgan con amor y encomian con entusiasmo semejantes patrañas, mejor dicho miserables calumnias, tan opuestas á la verdad como al honor y á la gloria del Rey Católico, uno de los monarcas más insignes que hemos tenido, y uno también de los más grandes que registra la Historia».

«Don Fernando entró como debía en la empresa descubridora, convencido y gustoso. Quizá en algunos puntos de las negociaciones, sobre todo en lo tocante á los extraordinarios privilegios que el gran navegante exigía (tanto ó más celoso de su provecho que de su gloria) opusiera al principio algún reparo el previsor y sagaz monarca. Sea de ello lo que fuere, es lo cierto que D. Fernando autorizó por su parte la empresa, sin lo cual las capitulaciones no habrían llegado jamás á feliz término».

Estas atinadas consideraciones del Sr. Sánchez Moguel se hallan plenamente confirmadas en el libro del ilustrado catedrático de Zaragoza de que ahora estoy tratando. Cristobal Colón, que, como dice el Sr. Moguel, era tanto ó más celoso de su provecho que de su gloria, consiguió le firmasen los Reyes Católicos las capitulaciones de Santa Fé, en las cuales se le concedieron todos ó casi todos los extraordinarios privilegios que exigía como anticipado premio de sus futuros descubrimientos geográficos; y estas famosas capitulaciones dieron origen á interminables pleitos entre la corona de Castilla y los descendientes del primer almirante del mar Océano. De estos pleitos resultó demostrada, la imposibilidad de cumplir lo prometido por los Reyes Católicos, y de aquí la acusación de ingrato y desleal con que se pretende manchar la memoria del rey D. Fernando de Aragón, salvando de toda culpa á la reina Dona Isabel de Castilla, porque se dice que su muerte, anterior á la de su marido, fué la causa de las desventuras que afligieron en los últimos años de su vida al gran navegante descubridor del Nuevo Mundo. Todo lo que hay de falso en estas apreciaciones históricas acerca de la conducta seguida por D. Fernando el Católico en lo concerniente al descubrimiento del Nuevo Mundo, y á su insigne descubridor, pónelo en claro el Sr. Ibarra analizando jurídicamente el contrato de Santa Fé, y deduciendo de este análisis la imposibilidad legal de   —217→   que fuese cumplido en todas sus partes; y por lo tanto, los justos motivos que tuvieron los Reyes Católicos, no sólo D. Fernando sino también Doña Isabel, para vacilar durante largo tiempo antes de ceder á las exageradas pretensiones del inmortal genovés.

Otro asunto trata el Sr. Ibarra con buena crítica y detenido estudio: el origen de los dineros entregados á Colón para que pudiese realizar su primer viaje á las Indias; asunto en que el mismo Sr. Ibarra confiesa que aún aparecen algunas dudas, que requieren nuevas investigaciones para ser completamente desvanecidas.

Hay una errata en el libro del Sr. Ibarra, que no estando salvada en ninguna de sus páginas, creo necesario hacer notar por su excepcional importancia. Dice la primera de las condiciones del contrato de Santa Fé, según el texto del Sr. Ibarra, que los Reyes Católicos hacen á Cristobal Colón su Almirante en todas aquellas islas y tierra-firme que por su mano é industria se descubrieren é ganaren en las Mares Oceanas; pero es el caso que en el papel presentado por los sucesores de Colón en sus pleitos con la Corona, que se aceptó como copia fiel de las capitulaciones de Santa Fé, se dice que los Reyes Católicos nombran á Cristobal Colón su Almirante en todas las islas é tierra-firme que por su mano ó por su industria se descubrieran, y la sustitución de la partícula disyuntiva ó en vez de la conjuntiva é, que aparece en el libro del Sr. Ibarra, fué el fundamento en que apoyaban sus pretensiones los descendientes de Colón para creerse con derecho al Almirantazgo de Méjico y del Perú, tierras no descubiertas ciertamente por su glorioso antepasado, pero sí por su industria, ó mediante su iniciativa, como diríamos actualmente. Claro es que cuando en los pleitos se admitió como verdadera la existencia en el original de las capitulaciones de Santa Fé de esa ó, que valía un Perú, sin duda que como errata de imprenta debe considerarse la é que se halla en el texto del libro publicado por el Sr. Ibarra.

Como en las revistas extranjeras suele hacerse muy poco caso de lo que en España se escribe, me sorprendió que el Sr. Sánchez Moguel me dijese que en la Revista histórica italiana había un artículo referente al libro del Sr. Ibarra. En efecto, el crítico   —218→   Carlos Merkel, en el año 1893, publicó en dicha Revista un artículo titulado: De algunos recientes estudios acerca de Cristobal Colón; artículo en que se trata del libro D. Fernando el Católico y el descubrimiento de América, diciendo que su autor se propone demostrar que el rey de Aragón tuvo tanta parte en el descubrimiento del Nuevo Mundo, como su esposa la reina de Castilla, y afirma el Sr. Merkel que esta demostración, no difícil por cierto, pudiera haberse hecho con más brevedad. Desconoce el Sr. Merkel el estado de la opinión pública en España, y por esto, sin duda, acusa de prolijo al Sr. Ibarra; pero si supiese el crítico italiano que las calumnias con que Roselly de Lorgues ha pretendido manchar la memoria del Rey Católico, son consideradas como verdades inconclusas por gran número de historiadores españoles, vería que el Sr. Ibarra había tenido que amontonar pruebas y razonamientos que no serían necesarios, si en España se conociese la verdadera historia del descubrimiento del Nuevo Mundo como, según parece, la conoce el Sr. Merkel.

Censura también el Sr. Merkel el juicio de los andaluces que incidentalmente hace en su libro el Sr. Ibarra; y á la verdad que este juicio es injusto, si bien su injusticia nace de un adjetivo que se emplea con poca exactitud cuando se dice, por ejemplo, el ingenio maleante del autor del Quijote, queriendo decir, ingenio agudamente zumbón, pero no malo ó maligno, que esto significa maleante según el Diccionario de la Academia Española; y creo yo que el Sr. Ibarra al usar el precitado adjetivo no quiso llamar á los andaluces malos ni malignos, sino astutos y zumbones.

Resume sus juicios el Sr. Merkel diciendo que el libro Don Fernando el Católico y el descubrimiento de América «podría ser mejor de lo que es, si el entusiasmo apologético y el fanatismo por Aragón, expresado con inmoderada verbosidad, no disminuyesen en cierto modo el valor de la sagacidad y diligencia estudiosa que se revelan en las observaciones del señor Ibarra».

Si el Sr. Merkel analizase con detenimiento el estado actual de nuestra literatura histórica, vería que el estilo del libro del Sr. Ibarra, comparado con el de otras muchas obras de su mismo   —219→   género, puede pasar por sobrio, y su regionalismo, que yo condeno, aparece casi insignificante, si se recuerdan los escritos de ciertos autores catalanes, vascongados y gallegos.

Sin embargo, he de confesar, respecto á este último punto, que el Sr. Ibarra traspasa los límites de lo justo cuando escribe: el descubrimiento de América se debe al Rey Católico. No, el descubrimiento del Nuevo Mundo se debe, en primer término, á los heroicos hijos de la Península Ibérica, que desde los comienzos del siglo XV prepararon é hicieron posible la empresa de Cristobal Colón doblando el cabo de Bojador, pasando la línea equinoccial en 1471 y llegando más allá del cabo de Buena Esperanza en 1486; y después de este período de necesaria preparación, los Reyes Católicos, Doña Isabel de Castilla y Don Fernando de Aragón, comparten por igual la gloria que les corresponde en el descubrimiento del Nuevo Mundo por los auxilios que prestaron á su inmortal descubridor.

Quizá he traspasado los límites de la noticia bibliográfica que se me había encargado, pero si así fuese, sírvame de disculpa la importancia de la cuestión fundamental que se dilucida en las páginas de la obra escrita por el Sr. Ibarra; porque realmente importa mucho á la verdad histórica que se sepa y se divulgue que el Rey Católico, al proceder con parsimonia en las negociaciones con Cristobal Colón que antecedieron á su primer viaje trasatlántico, lo hizo, no por odio, ni por envidia, que no odian ni envidian á los pequeños los poderosos y los grandes, y pequeño era Colón antes de sus descubrimientos geográficos, y grande el monarca aragonés en el apogeo de su gloria; lo hizo, como dice nuestro compañero D. Víctor Balaguer, porque comprendió que el otorgamiento de las altas mercedes que Colón exigía, tal vez produjese graves complicaciones en los tiempos venideros, y en efecto, su previsión se vió por completo confirmada en los pleitos á que dieron motivo las capitulaciones de Santa Fé.

Los panegiristas, esto es, la mayor parte de los modernos biógrafos de Cristobal Colón, habían creído que para que su genio descollase era conveniente presentarle rodeado de miserables envidiosos y de infames enemigos de su poder y de su gloria; pero la Historia no consiente que el entusiasmo irreflexivo desfigure   —220→   á perpetuidad la verdad de los hechos; y así el ilustre escritor portugués Sr. Pinheiro Chagas, cuya muerte hoy lloramos, en su libro Os descobrimentos portuguezes e os de Colombo demostró que D. Juan II no trataba de robar á Colón ningún secreto cuando permitía, antes y después de los ofrecimientos del marino genovés, que los azorianos procurasen llegar á las Indias por el camino de Occidente; así el R. P. Fidel Fita ha demostrado que Fr. Bernardo Boil y el general Mosen Pedro Margarite ó Margarit no fueron rebeldes á la autoridad del primer Almirante de las Indias; así D. Cesáreo Fernández Duro ha defendido la buena, la gloriosa memoria de Martín Alonso Pinzón, á quien se acusaba de aleve rival y envidioso émulo del descubridor del Nuevo Mundo, mereciendo esta justísima defensa la valiosa aprobación de nuestro respetable Director el Sr. Cánovas del Castillo, según puede verse en su discurso inaugural de las conferencias americanistas del Ateneo de Madrid; y así por último, el autor de estas líneas ha procurado hacer ver que el Comendador Francisco de Bobadilla no debe ser calificado de infame, por haber obedecido las órdenes de los Reyes Católicos, que Colón se negaba á reconocer como valederas, según se prueba en un documento publicado por la Sra. Duquesa de Alba; y tengo la satisfacción de poder afirmar que mis ideas acerca de este asunto se hallan de acuerdo, en lo esencial, con lo que decía nuestro respetable Director en el discurso del Ateneo que acabo de citar, cuando presentaba el siguiente razonamiento: «Si faltó absolutamente toda razón á lo que Bobadilla hizo ¿cómo es que los Reyes se dieron de él por bien servidos, cual afirma un historiador inédito y quien quiera puede ya leer en la historia bien impresa de Bernaldez? Todavía aludiendo á la muerte de Bobadilla dijo este constante admirador de Colón, que era aquel juez muy grande caballero y amado de todos. Amado de todos, ¿lo entendéis? Es á saber, lo que nadie, que yo sepa, dijo entonces del gran Colón. Trabajo cuesta, lo confieso, perdonar palabras tales al buen Bernaldez, por tan íntimos lazos unidos á la víctima de los extremos rigores del implacable juez pesquisidor, ahora, sobre todo, que los resplandores de la gloria sin par que con justicia rodea el nombre del descubridor de América desvanece las pequeñas nubes de su historia   —221→   y que en su plenitud cabe medir el inaudito servicio que prestó á España y á la humanidad entera; más nada de esto quita, que saliesen Colón y sus hermanos de nuestra primera colonia trasatlántica mal queridos de todos; ¿y cuál pudo ser en suma la causa, sino la que yo pienso, es á saber, el poco tacto, la violencia y falta de dotes de mando que demostraron? ¿Sería sólo su cualidad de extranjeros? Para soberanos les venía esto mal, sin duda, y ya lo he dicho; pero después de todo ¿qué nación ha habido en el universo que con menos dificultad que la española se haya dejado regir por gente nacida en extrañas tierras? Los Marqueses de Pescara y del Vasto, hijos de Nápoles aunque de antiguo origen español; el Condestable de Borbón, francés; Filiberto de Saboya, Alejandro Farnesio, Casialdo, Chapín Vitelli, Ambrosio de Espinola, Torrecasa, ¿no eran tan extranjeros como los Colones? pues fueron todos amadísimos de la ruda, tal vez feroz, y asimismo rapaz y viciosa gente, aunque no peor que la de otros países, sino propia de los tiempos, que á sus órdenes ejecutó tantas hazañas inmortales. Ninguno de los nombrados llegaba al mérito de Colón en cien leguas; pero así y todo ¿no parece claro que hubieran de estar mejor organizados y preparados que él para el especial oficio del mando?». Y aún añade el Sr. Cánovas del Castillo que «si Bobadilla, según yo pienso, era un legista imbuido en los principios del derecho imperial romano, tan equitativo en lo civil como en el procedimiento criminal bárbaro ¿qué tiene tampoco de insólito lo que hizo?».

«La verdad es, continúa diciendo el Sr. Cánovas, que todo el siglo XVI, de que vino á ser como aurora el descubrimiento de América, y aun todo el XVII están llenos de atroces severidades de los legistas, poco sensibles al mérito personal ni á la gloria, ni á respeto alguno, que no fuese el de la ley regia»1.

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Perdonen los señores académicos numerarios y correspondientes que escuchen la lectura de esta noticia, la digresión que aquí he hecho con el fin un poco, y aun si se quiere un mucho, personalmente interesado, de poner mis opiniones acerca de la conducta seguida por el comendador Francisco de Bobadilla al tomar posesión de su gobierno en la Isla Española, bajo el amparo y protección de la autoridad científica, en todas partes respetable y mucho más en el seno de esta Real Academia de su dignísimo Director, el Sr. Cánovas del Castillo.

Para concluir, anudando el hilo de mis razonamientos, he de manifestar que á las defensas de los personajes injustamente maltratados por los panegiristas de Colón, que antes mencioné, hay que añadir ahora la que aparece en las páginas del libro del Sr. Ibarra, Don Fernando el Católico y el descubrimiento de América. En mi humilde opinión, esta justísima defensa de la conducta seguida por el monarca aragonés en sus desavenencias con el primer almirante de las Indias, está hecha con buen criterio y reflexivo estudio de lo que aparece consignado en las obras de los primeros historiadores de las Indias, en documentos oficiales de reconocida autenticidad y hasta en los escritos del mismo Cristobal Colón, que no podrán ser tachados de parciales en favor del Rey Católico, si como verdad se aceptase lo que dicen Roselly de Lorgues y sus apasionados secuaces.

No todo lo que yo pienso está de acuerdo con lo que dice el Sr. Ibarra acerca de la vida de Cristobal Colón y de la historia del descubrimiento del Nuevo Mundo, pero no cabe en esta breve noticia señalar diferencia de opiniones que requeriría largas pruebas para poder apoyarla en sólidos fundamentos. Lo dicho es lo bastante para indicar el indudable valor histórico que alcanza el libro del catedrático D. Eduardo Ibarra de que aquí he dado noticia.





Madrid, 14 de Junio de 1895.



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