Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Daniel Moyano: el despertar del lenguaje en el sonido de «Tres golpes de timbal»1

Olba Tiberi





«Lo que un régimen tiene de duro para el arte puede hacernos temer por dicho régimen, pero no por el arte. El arte es asimismo lo más duro que hay -indiferencia y olvido- para sus propias vicisitudes históricas».


(Maurice Blanchot, El libro por venir, 51)                


Entre confundidas madreselvas y enigmáticos espejos donde especulan fantasmas e imágenes fragmentadas, hay una memoria que guarda entre sus pliegues la historia de un pueblo; hay una memoria aún dormida que tres golpes de timbal solicitan en la puntualidad del sonido. En ese estremecimiento casi inadvertido por la letra, las palabras suenan «en el silencio virgen de la expansión y son música... sacan a las cosas del olvido y las ponen en el tiempo» (D. M., T. g. t., p. 10).

Tres golpes de timbal, publicada en 1990, es una obra exiliar de Daniel Moyano y como tal, se constituye en registro de un peregrinaje2 -ya experiencia implacable para el autor- que le hace afirmar al narrador: «Yo era alguien sin conexión con nadie, como si me hubiera inventado a mí mismo en el camino» (D. M., T. g. t., p. 13). Ese peregrinaje, es de continuo atravesado por la lengua materna que, aunque a veces esquiva, se dona en la Gramática de Antonio de Nebrija y en el plural de los nombres Calderón y Vega. Las variaciones alfabéticas de esos nombres se combinan en la designación de varios personajes de la narración, como si aquello que es objeto de creación solo puede serlo en la cadencia de un lenguaje que desfonda su novedad en la tradición de la lengua y en esa circunstancia nómada, signada por la transitoriedad del paso3.

En esa estancia sin lugar, el yo narrativo enraíza la precariedad de su tarea para rescatar la palabra marginal en la soberanía de su relato. «He venido aquí -confiesa el narrador- a poner en sonidos escritos y ordenados las historias recogidas por Fábulo Vega, astrónomo y titiritero, que son la memoria de Minas Altas, su pueblo y el mío. Él ha moldeado y fijado en sus muñecos a cuantos vivieron y murieron, para salvarlos del olvido. A lo largo del tiempo, ha ido copiando el mundo...» (D. M., T. g. t., p. 11). D. Moyano escribirá, entonces, una historia que comenzó mucho antes, en los albores mismos del mito y cuya memoria es la certeza de una fábula; por tanto, solo una verdad poética entretejida en esa voz múltiple desgranada por títeres y marionetas. Estos son quienes hablan y tienen el poder de la palabra; quien narra, oye, ocupando «ese lado desheredado, subordinado y secundario» (M. Blanchot, 2005, 55) del lenguaje ajeno, de lo otro del lenguaje y que la literatura, -aventura de lo impensado-, constituye en un verdadero dominio.

Música y logos entretejen el decir poético de Daniel Moyano; sin embargo, no es para albergar la palabra del narrador, sino, por el contrario, ésta es puesta a la intemperie en el irreductible juego de aquellos términos opuestos. La música4, acorde y armonía de contrarios, símbolo del orden cósmico, abisma, su distancia con respecto del universo del logos, aquel que en nombre de la razón, escinde la palabra en grafía y phoné y la clasifica según criterios de verificabilidad, en verdadera o falsa. Por tanto, en la distancia provocada por la retirada de la música y del logos, se instituye un espacio de ruptura, zona desolada, que vuelve necesaria la ficción y, entonces, tiene lugar el trazo de la palabra que crea, borrándose e inscribiéndose en el relato.

El sonido en inyunción con el presente de las palabras, sacude la memoria de su anamnesis, rasgando el velo que cubre la fuerza de lo no-dicho; a la vez, en tanto proveniente del timbal5, el sonido transgrede el mismo límite que señala puesto que, al hacer imperativo el oír de su sonido, llega hasta perforar el tímpano: «ese país profundo del oído, cuya descripción deriva de la geología más que de cualquier otra ciencia natural, en razón no sólo de la caverna cartilaginosa que constituye su órgano, sino de la relación que lo une a grutas, a las simas, a todas las bolsas que se abren en la corteza terrestre y cuya vacuidad hace cajas de resonancia para los menores rumores» (M. Leiris, en J. Derrida, 1994, p. 23).

Tres golpes de timbal, deshilvanan los hilos tensados de una red de poder y silencio y destituyendo el fetiche que enmascara aquello que no debe recordarse, hace que un afuera que nunca, en verdad, fue exterioridad se precipite en el interior mismo del relato.

La escritura de Daniel Moyano, no copia el mundo; lo crea, como un niño que juega, en el asombro mismo de un lenguaje siempre por despertar: aquél que hace del arte y de la literatura, un lugar de invención, donde se singulariza la pluralidad de mundos posibles y -sin dejar reconciliar a la realidad consigo misma- la desmesura en la alteridad de la ficción narrativa, inaugurando un universo que espera en la indecible promesa de la inscripción. Es que, la palabra de Moyano, una «palabra cancelada por el poder» adviene de aquel sonido primigenio, eco del silencio, que, profanando el plano del dictum, se torna necesario en la constitución de todo vocablo, como si toda su prosa no fuera sino un tembloroso puente entre música y logos, no fuera más que el dar cuenta de ese «canto oscuro»6, por el cual, ahora, las palabras lamentan la música perdida.

La persistencia del sonido, intranquiliza la superficie escrita con su ilegibilidad y arrastra todo intento de lectura hacia ese momento anterior a la palabra, más primitivo y ancestral en la infancia de un pensamiento que aún no había aprendido a hablar. Instante paradójico en tanto sin tiempo, y sin embargo, estratégico, por el cual el sonido musical complementa el universo lingüístico y, señalándole a la palabra su incompletud y su falta, la «hace de-lirar»7. Y es ese delirio indetenible de la palabra quien le otorga el derecho a la literatura de «decirlo todo» y de este modo, unir, su destino al de la libertad y la democracia8.

D. Moyano evoca el sonido para conjurar el silenciamiento que amenaza su decir poético, para poner en tela de juicio la condición del lenguaje, de una palabra -ya ni siquiera inhumana- que avanza en el mandato expropiador avalado por persecuciones, destrucción y muerte. Tal vez, también para significar un corrimiento de la primacía de la mirada y de lo visible hacia lo impensado más radical, eso, in-audito que solo se vuelve audible en la magia de los golpes del timbal.

La palabra de D. Moyano, se constituye en aquella palabra para siempre endeudada con su sonido y su silencio, en fin, con el idioma, en su intraducibilidad constante. Por ello, su poética es anuncio de una palabra en tanto ausencia de poder, incapaz de exorcizar el caos; más bien, lo profundiza en la superficie de cada página y extendiéndolo consigue liberarlo de la fatalidad de la presencia y de un discurso que ordena, de manera unívoca, el presente. A la vez, este envío hacia lo porvenir pone a salvo la tradición del pasado, por lo que la literatura se constituye en acontecimiento de una incesante dispersión que rechaza todo intento de indiferencia.

La palabra de D. Moyano, se mantiene ilegible en el sonido que la conmemora y por ese mismo gesto, la literatura des-sujeta su decir de la historia y de la ley económica del más fuerte. En este hiato tramado entre sonido y palabra, el arte de la literatura cumple el proceso de creación: «una potencia (dynamis) deviene causa (aitía) de eso que no siendo "antes" existe "después"» (M. Cacciari, 2000, 21). De esta manera, esta tekné que debe ser desterrada de la polis para garantizar el bien común, otorga realidad a meras apariencias y «haciendo vacilar la distinción entre lo que existe verdaderamente y el no-ser» (M. Cacciari, O. C., 22), desfundamenta las aspiraciones de homogeneidad del logos.

Es decir, la literatura pone en juego la forma general de la producción pero mostrando la posibilidad «espectral» de un hacer que se despliega hacia el no-ser. Sin embargo, como el canto, ella es «creación-producción». Por tanto, como producto vale como memoria y fiel custodia de lo sagrado y en tanto creación, vale porque «un sonido, una nota... una phoné... rasga la tranquilidad del no-ser y en su expansión se convierte poco a poco en materia» (M. Cacciari, O.C., 47). Este sonido es la arché de toda cosa, aun de las palabras. El poeta al volver su palabra y su lenguaje al sonido, «los vivifica... en esta potencia, los hace aparecer in-auditos: los recrea» en un juego donde coinciden azar y necesidad en una unidad siempre dual, «donde ninguna identidad, ninguna conciliación puede tener lugar puesto que el poeta produce y produce otra cosa que él. Su esencia... consiste en borrar esta alteridad en lo que produce, a la vez que la reproduce sin cesar» (M. Cacciari, O.C., p. 47).

Entonces, la literatura se constituye en lugar de la invención y en esa perpetua movilidad se deja reinventar cada vez, por lo que crea mundos posibles fundamentados en el sin-fondo de su palabra. Este continuo devenir es quien la construye en un lugar abierto de formación de la identidad, en la que ésta se anuncia, fragmentaria, como sujeto/objeto de una interrogación que no halla respuesta ni fundamento más que ese sentido de pertinencia que se inscribe en una historia por-venir, más acá de las violencias metafísicas gestadas en nombre de los «ismos», en ese centro inhallable que indecide las simetrías, allí, donde tiene cabida la fundación de aquello que falta.

En ese porvenir, la memoria, en el confín mismo de las palabras, se erige, desafiante, en un discurso del borde, o al borde de un vacío presentido como fundacional de una situación de pérdida: «Mientras escribo apresurado estas últimas líneas... observo la furia en el polvo que levantan las explosiones y siento la proximidad de los asesinos en el pánico de la fauna... Hoy mismo comenzará el éxodo de mujeres y de niños... es muy difícil luchar contra los asesinos (contra aquellos que vienen abriendo caminos con sus dinamitas), con técnicas de astrónomos y música... Es posible que cuando estas memorias hayan cruzado el mar, Minas Altas ya no exista...» (D. M., T. g. t, 288/9). En ese instante extremo, se borra el límite entre el suceder del hombre y el abismo, y se inaugura la nada en tanto «recaída inerte del aparecer, (esa) no-naturaleza cuyo apogeo... es la anulación de todo aparecer natural en el reino violento y abstracto de la técnica moderna» (A. Badiou, 1999, 195). La literatura, entonces, se hace albacea de ese borramiento y testimonio de aquella memoria «amenazada de nuestro pueblo, que es simplemente la historia de una voz» (D. M., T. g. t., 19) creando el relato de una historia que jamás podrá ser idéntico más que para sí mismo, siempre diferente cada vez que una lectura lo rescriba.

Arte, creación e identidad, se muestran íntimamente unidos en la huella de un lenguaje que nos pierde, sin cesar, en las arenas de lo aún-no-dicho-todavía, para enfrentarnos con la novedad de aquellas ruinas señaladas por W. Benjamin que, ya incapaces de toda forma de composición y de recomposición, solo se muestran, «como un recuerdo que relampaguea en un instante de peligro»9 (W. Benjamin, 1989, 180). También para enfrentarnos con estas ruinas anunciadas en Tres golpes de timbal y desde allí, poder pensar un pensamiento de la identidad en la errancia misma del escritor, de quien narra y de una escritura que, sin-querer, nos hace señas interrogándonos, desde el porvenir.

La obra de D. Moyano, profética, como un irrecomenzable, repite, en sí misma, los riesgos de este tiempo presente en que otras cargas de dinamita se abren paso entre las riquezas de nuestro suelo, pero los sonidos del timbal, intempestivos, nos convocan a ese lenguaje que destituyendo olvidos, inscribe, en la heredad de la palabra el relato de una identidad fragmentada que, sin embargo, intenta «rescatar la memoria (y ello significa) enfrentarse directamente contra el principal gesto de dominación, aquel que va borrando las huellas que los fatigados caminantes fueron dejando en los senderos de una trágica historia» (R. Forster, 1991, 36).






Conclusiones

Tres golpes de timbal expresa ese paso por el cual, desde el sonido y la voz se constituyen las palabras escritas. En ese intersticio transita la «historia amenazada de un pueblo» que se convierte en memoria en la escritura del poeta. Sin embargo, esa residencia es, de continuo, solicitada por los sonidos de una música que, en tanto «aventura de un ritornelo»10 se apodera de él y arrastrándolo en una vorágine creadora, indecide el origen y el fin, también el propósito de lo narrado. Tal repetición sonora abruma el silencio de las palabras, dispersando el secreto que ellas guardan, en una realidad textual que excede los límites del relato. La literatura, entonces, inscribe la ilegibilidad de cada fragmento, de cada gesto sin verdad aparente y relevando máscaras, trampas y fetiches, pone en entredicho el proceso de constitución de una identidad nacional que no puede sino mostrar sus escorias y cicatrices; una identidad sin síntesis, habitada por lo plural, en la que «los sistemas se entrecruzan y se dominan los unos a los otros»... (y) «uno se siente feliz, de abrigar en sí no un alma inmortal, sino muchas almas mortales»11.




Bibliografía

  • Agamben, G., Profanaciones, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2000.
  • Badiou, A., El ser y el acontecimiento, Buenos Aires, Editorial Manantial, 1999.
  • Barenboim, D., «La música es preludio de paz en Oriente Medio», en Diario Clarín, Buenos Aires, 20 de agosto de 2006, p. 35.
  • Benjamin, W., Discursos interrumpidos I, Buenos Aires, Editorial Taurus, 1989.
  • Blanchot, M., El libro por venir, Madrid, Editorial Trotta, 2005.
  • Cacciari, M., El dios que baila, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2000.
  • Deleuze, G y Guattari, F., Mil mesetas, Valencia, Editorial Pre-Textos, 1988.
  • Derrida, J., Márgenes de la Filosofía, Madrid, Editorial Cátedra, 1994, 2.ª ed.
  • Forster, R., W., Benjamin-TH. W. Adorno: El ensayo como filosofía, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1991.
  • Foucault, M., Microfísica del poder, Madrid, Ediciones de La Piqueta, 1992, 3.ª ed.
  • Grüner, E., El sitio de la mirada, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2006, 5.ª reimp.
  • Moyano, D., Tres golpes de timbal, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1990.
  • Roudinesco, E., Y mañana qué..., Buenos Aires, FCE, 2003.
  • Schweizer, R., Daniel Moyano. Las vías literarias de la intrahistoria, Córdoba, Alción Editora, 1996.
  • Steiner, G., Lenguaje y silencio, Barcelona, Editorial Gedisa, 1994.


 
Indice