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Del Romanticismo al Realismo

Actas del I coloquio

(Barcelona, 24-26 de octubre de 1996)

Sociedad de Literatura Española del siglo XIX



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ArribaAbajoPrólogo

Durante alguna parte del presente siglo, su inmediato antecesor -el XIX- tuvo más bien mala prensa y en tales rechazos se mezclaban a veces, un tanto confusamente, motivos ideológicos y estéticos; de «stupide» fue calificado por el violento y panfletario León Daudet, académico de la Goncourt y caudillo de la Action Française, quien dedicó en 1922 un libro de más de trescientas páginas (Le stupide XIX siècle) a exponer las «insanités meurtrières qui se sont abattues sur la France depuis 130 ans, 1789-1919» (como reza el subtítulo del mismo), un siglo de mayor extensión cronológica que la acostumbrada, comenzado con el Romanticismo, una de las bestias negras del autor, «aberration» y, también, «une extravagance, à la fois mentale et verbale, qui confond la notion du beau et celle du laid, en soumettant l'esthétique à la loi de l'énorme, et à la surprise du contraste, ou de l'antithèse. Sa principale caractéristique est la démesure...», (p. 82); lo que le siguió en el tiempo ratifica y acaso intensifica dicha lamentable situación. Años más tarde (1924), en la conferencia que sirvió como solemne apertura del Museo Romántico de Madrid, Ortega y Gasset, refiriéndose a España, contraponía las dos mitades que forman nuestro siglo XIX -Romanticismo y Restauración- y mientras otorgaba a la primera muy favorable trato -aunque advirtiese que «de 1830 a 1860 no se han hecho grandes cosas gloriosas en ningún orden», proclamaba a seguido que fue entonces cuando «el pueblo español gozó de una vital sacudida» que se tradujo en la actividad de las masas populares tanto como en la de los escritores, los hombres de ciencia y los políticos-, denostaba a la segunda pues para el ensayista de El Espectador «de 1860 a 1900, en España no se ha vivido: se ha fingido que se vivía», período de «lo aparente, del compromiso y de un ficticio orden». Cuando los noventayochistas irrumpen en la escena literaria, siendo como fueron una generación rupturista, nada de extraño tiene que hayan arremetido contra sus colegas decimonónicos inmediatos, negándoles airadamente (en su conjunto y uno a uno) el pan y la sal; cabe recordar a este respecto la actitud de los jóvenes literatos en marzo de 1905 ante el proyectado homenaje nacional a Echegaray, reciente premio Nobel de Literatura, o, en un nivel meramente teórico, la admonición del maestro Yuste (capítulo X de la primera parte de La voluntad, novela de J. Martínez Ruiz), cuyas palabras reúnen literatura y política partiendo de una referencia a Campoamor: «Campoamor me da la idea de un señor asmático que lee una novela de Galdós y habla bien de la Revolución de Septiembre... Porque Campoamor encarna toda una época, todo el ciclo de la Gloriosa con su estupenda mentira de la Democracia, con sus políticos discurseadores y venales, con sus periodistas vacíos y palabreros, con sus dramaturgos tremebundos, con sus poetas detonantes, con sus pintores teatralescos... Y es, con su vulgarismo, con su total ausencia de arranques generosos y de espasmos de idealidad, un símbolo perdurable de toda una época de trivialidad, de chabacanería en la historia de España». Si avanzamos en el tiempo para situamos a la altura de los años 30 de nuestro siglo, encontraremos que una iniciativa aparentemente favorable para el XIX como la colección de «Vidas españolas e hispanoamericanas» (Espasa-Calpe, cincuenta y nueve volúmenes, publicados entre 1929 y 1942) fue aprovechada por varios de sus colaboradores para mofarse de gentes y hechos decimonónicos al insistir con regocijada complacencia en los aspectos más pintorescos, disparatados y ridículos. Claro está que todo lo apuntado no ayudaría al debido conocimiento de nuestra literatura decimonónica.

En un dominio específicamente profesional -el de la investigación y la crítica literarias- se careció durante algún tiempo, quizá por la falta de la llamada perspectiva histórica, de una dedicación continuada al estudio de la literatura decimonónica y, asimismo, de un magisterio reconocido como ocurriera con otras épocas literarias puesto que Menéndez Pelayo, v.g., se confesaba bastante ajeno a las letras coetáneas como objeto de estudio, pese a sus trabajos acerca de Pereda, Galdós o Núñez de Arce, ya que «al hablar de literatura contemporánea, yo vengo como caído de las nubes, si me permitís lo familiar de la expresión. Me he acostumbrado a vivir con los muertos en más estrecha comunicación que con los vivos, y por eso encuentro la pluma difícil y reacia para salir del círculo en que voluntaria o forzosamente la he confinado» (de la contestación al discurso de ingreso de Galdós en la Academia de la Lengua, 1897). Sería precisamente uno de sus discípulos, el catedrático de la Universidad de Oviedo José Ramón Lomba de la Pedraja, quien abriera esta parcela investigadora con sus libros, artículos y ediciones acerca de obras y autores románticos -Gil y Carrasco, Arolas, Larra, García Gutiérrez-, cuando unas y otros carecían casi por completo de bibliografía solvente; otro tanto podría decirse de la tarea llevada a cabo desde bien pronto por el también catedrático Narciso Alonso Cortés, paisano de Zorrilla, Núñez de Arce y Emilio Ferrari, escritores románticos y post-románticos que fueron objeto preferente (sobre todo Zorrilla) de su interés en forma de libros, artículos y ediciones. Estas últimas aparecieron en la prestigiosa colección «Clásicos Castellanos», caso más bien de excepción pues en aquellas calendas (años 10 y 20 de nuestro siglo) la atención de los preparadores de textos recaía mayoritariamente en los libros clásicos y medievales. Fuera injusticia olvidar en este recuento de adelantados los nombres de algunos hispanistas como el francés Jean Sarrailh, que trabajó sobre Martínez de la Rosa, y el británico E. Allison Peers, a quien tanto debe el conocimiento pormenorizado del Romanticismo español. Pero aún habría de transcurrir un largo tiempo para que se pasara de los casos aislados (como los aludidos) a la plétora actual, cuando el interés por la literatura decimonónica alcanza a muchos estudiosos.

Estimo que algo (y aun algos) tiene que ver con ello José Fernández Montesinos, investigador de nuestra novela romántica y realista que, excelentemente provisto de erudición y sensibilidad, abordó durante los años de su exilio en EE.UU. lo mismo cuestiones amplias y generales que la consideración individual de autores como Fernán Caballero, Alarcón, Pereda, Valera y, sobre todo, Galdós en libros magistrales, documentados y sugerentes, que estimularon a otros estudiosos a trabajar en tan rica hacienda, arrumbando prejuicios y malentendidos. Vendrían después, como eficacísima ayuda a semejante revalorización, los congresos, coloquios o encuentros -distintos nombres para el mismo acontecimiento- consagrados al estudio de obras, autores, corrientes y géneros que caen dentro de nuestro espacio cronológico, reuniones cada día más frecuentes y concurridas, homenaje al «siglo del vapor y del buen tono, el venturoso siglo diecinueve o, por mejor decir, decimonono».

No deseo continuar por este camino de recapitulación de fastos eruditos decimonónicos cuyo fin último era, de un lado, poner de manifiesto el proceso de revalorización operado y, de otro, adscribir al mismo el nacimiento de la SOCIEDAD DE LITERATURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XIX y la celebración de su primer Coloquio, cuyas son estas Actas.

Un cronista de sociedad a la antigua usanza acaso escribiera que con el Coloquio celebrado en Barcelona los días 24, 25 y 26 de octubre de 1996 nuestra SOCIEDAD se había puesto de largo; dicho menos enfáticamente, lo cierto es que ese Coloquio significó un memorable paso adelante en la marcha de tan joven agrupación. Nos congregamos en la Facultad de Filología de la Universidad Central de Barcelona, con el patrocinio del Departamento de Filología Española (sección de Literatura Española), la subvención del Ministerio de Educación y Cultura y de dicha Universidad, más la colaboración de la Editorial Castalia y de la «Caixa», para debatir acerca de un tema de muy amplio contenido, Del Romanticismo al Realismo, pues (como se indicaba en una de las cartas-circulares enviadas a los socios por los organizadores del Coloquio) «nos ha parecido título lo suficientemente amplio para abarcar todas las preferencias por movimientos, géneros, autores y obras de los socios de la S.L.E.S. XIX a la vez que se sugieren los años de transición como objeto preferente de atención»; de este modo se facilitaba al máximo la posible intervención de las personas interesadas.

Otro propósito era el de aprovechar la ocasión para conocemos personalmente, en unos casos, y, en otros, re-conocemos, colegas y amigos unidos por el interés -la pasión si se quiere- hacia las letras españolas del que ya está dejando de ser el siglo pasado. Por ello se desechó la posibilidad de constituir secciones temáticamente independientes y simultáneas, prefiriéndose una sola mesa y aula donde todos pudiéramos oír a todos. No hubo, por tanto, que andar haciendo equilibrios con el programa anunciado, yendo de acá para allá en busca de aquello que por asunto, prestigio del ponente o compromiso amistoso podía interesarnos más; pero asimismo es cierto que la asistencia a las diez sesiones celebradas (con seis comunicaciones cada una) exigió mucho esfuerzo y paciencia a los congresistas, que deseaban no perderse nada. Así la cosas, es cierto igualmente que se agradecían como benéfico alivio para los oyentes y los presidentes de mesa las ausencias producidas; estos últimos pudieron ajustar mejor el tiempo de la sesión respectiva, habida cuenta además de que algunos ponentes, entusiasmados como es natural con su tema, olvidaban el control del reloj e incumplían la advertencia formulada en la IV Circular: «Recomendamos muy encarecidamente que se ajusten las intervenciones orales a 20 minutos, advirtiendo que se reduplicará el aplauso a aquellos oradores que reduzcan incluso este tiempo». En tales condiciones no había lugar para preguntar y debatir.

Gentes jóvenes y menos jóvenes, especialistas prestigiosos y personas que comenzaron no ha mucho su dedicación decimonónica, estableciéndose de este modo un beneficioso relevo generacional; profesores españoles e hispanistas de diversos países tuvieron a su cargo las comunicaciones. En cuanto a los temas abordados en ellas es posible su clasificación en más amplios o generales y menos extensos o particulares; un total de diecinueve -relativas a rasgos caracterizadores del Romanticismo español, al costumbrismo romántico, al realismo-naturalismo, al fin de siglo, a la evolución producida de una a otra mitad de siglo, y, también, a la totalidad de éste, más las que tratan de influencias entre escritores (Alberto Lista en la Poética de Campoamor, v.g.) y de relaciones con literaturas extranjeras- pertenecen al primer grupo dicho. Una treintena larga forma el segundo, que tiene como protagonistas a escritores y obras muy diversos en importancia y fama, desde Galdós, Emilia Pardo Bazán y «Clarín -con, respectivamente, ocho, cuatro y tres comunicaciones- hasta los casi desconocidos Fermín Gonzalo Morón («crítico literario muy activo», valenciano y romántico), la poetisa y narradora Vicenta Maturana («un nombre prácticamente desconocido de nuestro panorama literario») o el bohemio estoniano Ernesto Bark («curioso personaje, naturalista radical en literatura y republicano progresista en política»); entre ambos extremos quedan nombres como (entre los románticos) Zorrilla, García Gutiérrez o Bretón de los Herreros y (entre los post-románticos) Palacio Valdés, Enrique Gaspar o Valera. Si el recuento numérico se efectúa atendiendo a los géneros, la novela se lleva la palma -con dieciséis comunicaciones-, seguida del teatro -con diez-; solamente tres para la poesía y otras tantas para la crítica, una para revistas y siete para prosa varia -semblanzas, viajes, estampas costumbristas, periodismo-; llama la atención la ausencia de trabajos referentes a epistolarios de escritores. El rigor en la información y la perspicacia en la exégesis son características distintivas de las piezas reunidas, conjunto variado además en lo que toca a la metodología empleada por sus autores.

Nuestro primer Coloquio, que ahora prolonga su vida del mejor modo posible con la publicación de este volumen, fue una experiencia gratísima y provechosa en alto grado: unas doctas jornadas de trabajo muy trabajadas y presididas por el compañerismo, realzadas por las atenciones y la generosidad del Departamento de Filología Española, la Facultad de Filología y el Ayuntamiento de Barcelona. Que la empresa tan felizmente iniciada prosiga y adelante...

José María MARTÍNEZ CACHERO

(Presidente de la S.L.E.S. XIX)





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