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ArribaAbajoEl crítico literario Fermín Gonzalo Morón en el contexto de los años cuarenta

Frank BAASNER


Universität Mannheim

Hablar de la crítica literaria de los años cuarenta en España significa aventurarse en tierras poco exploradas. Es verdad que la época del primer romanticismo y de la batalla literaria entre clasicistas y románticos está muy bien estudiada, gracias a los trabajos de Peers, Caldera, Navas Ruiz, Llorens, Camero, Juretschke y, en fechas más recientes, de Martínez Torrón. Pero es también verdad que los años cuarenta, así como los años cincuenta, todavía se han estudiado poco, desde un punto de vista crítico-literario. Hasta el libro póstumo de Pedro Sáinz Rodríguez deja un vacío sintomático entre Gallardo y Amador de los Ríos.137 Derek Flitter, en su reciente libro sobre Spanish Romantic literary theory and criticism138 simplifica demasiado las cosas y no deja espacio suficiente, en su estilo muy denso y típicamente anglosajón, a los matices que caracterizan la discusión de aquellos años.

Faltan estudios sobre muchos autores, famosos en aquel entonces, aunque sí haya una serie de monografías sobre algunos de los críticos más destacados (como Ochoa, Larra, Durán y Lista) de la primera mitad del siglo XIX. El período de transición entre la época moderada y la primera república me parece particularmente interesante desde un punto de vista literario y filosófico, ya que se podría quizás demostrar una continuidad entre el pensamiento liberal de la generación de Larra y las ideas krausistas de los años sesenta. Fermín Gonzalo Morón es uno de aquellos personajes político-literarios intermedios. Ya que su obra (y su persona) merece un ensayo mucho más amplio de lo que cabe en una ponencia, me limitaré en las siguientes páginas a colocar sus trabajos de crítica literaria en el contexto del «segundo» romanticismo, teniendo en cuenta por supuesto el nivel político de los debates literarios. Sin embargo, no será posible analizar detenidamente sus numerosas obras sobre temas de historia política española.

Fermín Gonzalo Morón es uno de los grandes desconocidos de la época romántica, mejor dicho de los años cuarenta del siglo XIX. Entre los críticos hay muy pocos que tengan en cuenta su labor crítico-literaria y literaria. Prescindiendo de Blanco García, que por supuesto conoce al autor y cita brevemente algunas obras suyas, no hay más que Flitter que concede a Gonzalo Morón el espacio debido en el capítulo sobre «Reafirmaciones de los principios schlegelianos en la crítica literaria.» Efectivamente, es en el contexto del romanticismo donde se coloca la obra de Gonzalo Morón. Como se sabe tan poco del autor que a mi modo de ver es un personaje importante del mundo intelectual madrileño y nacional entre 1840 y 1855, trazaré en las páginas siguientes un cuadro introductivo fijándome sobre todo en la obra literaria y crítico-literaria del autor.

Pero antes de empezar el breve recorrido por su vida y su obra quisiera establecer los criterios según los que analizo sus múltiples actividades. En primer lugar, me interesaría demostrar que hubo en los años cuarenta una discusión sobre el pasado literario español basada directamente en el pensamiento romántico. Hay quien dice que después del 1840 ya no hubo cuestión debatida entre clásicos y románticos. Puede ser así, pero lo que sí hubo, fue una integración del pensamiento romántico, más específicamente del romanticismo alemán -pienso ante todo en los hermanos Schlegel- en las discusiones españolas. El romanticismo, en este caso, no actúa como doctrina literaria actual, sino como fundamento del así llamado romanticismo histórico. En este contexto la obra crítico-literaria de Fermín Gonzalo Morón adquiere una notable importancia.

En segundo lugar, en Gonzalo Morón me interesa el personaje como hombre de letras. Efectivamente, es un ejemplo (entre tantos otros) típico del romanticismo español en el sentido de que las actividades políticas y las empresas literarias están estrechamente vinculadas. En el caso de Gonzalo Morón hay además un factor económico ya que nuestro autor fue empresario editorial.139 En tercer lugar, pero eso lo digo más bien en plan de broma, Gonzalo Morón no carece de interés anecdótico.

Nacido en la provincia de Valencia en el año 1816, Gonzalo Morón llega, a la edad de veinte años, a la primera celebridad como uno de los fundadores del Liceo de Valencia en el 1836. Tenía en aquellos años fama de talento extraordinario. Intervino en las sesiones del Liceo activamente como profesor de historia, vocación que no abandonó jamás. Su padre, sea dicho de paso, lo había destinado a una carrera de leyes. Incluso antes de aquella fecha había empezado su carrera como periodista político y literario en las páginas de El Turia, semanal valenciano interesantísimo pero igualmente difícil de encontrar.140 En las páginas de dicho periódico, que según Osorio fue totalmente escrito por Gonzalo Morón, hay una cantidad de artículos que coinciden con las posturas del romanticismo liberal de aquellos años. El autor, que supongo fue Gonzalo Morón, aunque ni uno de los artículos lleve una firma quizás por precaución, elogia el nuevo régimen monárquico-liberal y critica violentamente a los carlistas. En la parte literaria la revista no carece de interés para quien se ocupa del romanticismo español. El autor (y justamente en la doctrina estética se anuncia ya el joven Gonzalo Morón como crítico de los años sucesivos) trata temas típicamente románticos sin por eso menospreciar la escuela clasicista en su conjunto. El 30 de noviembre de 1833 aparece una reseña de los Cuatro palmetazos141 de Gallardo, en la que Gonzalo Morón defiende al clasicista Gómez Hermosilla. En diciembre del mismo año se publica un artículo en cuatro partes sobre «La epopeya caballeresca en la edad media»,142 donde cita, entre otros, a Diez y sus trabajos sobre la literatura provenzal. En el 1834 El Turia publica un artículo de Larra (24/11/1834).

Desde sus primeras actividades literarias Gonzalo Morón se coloca en las discusiones más actuales de su tiempo -el liberalismo y el pensamiento histórico-romántico, donde la poesía y la literatura desempeñan un papel fundamental. Demuestra además que ya de muy joven dispone de una cultura amplia, no limitada a las publicaciones españolas.

En el 1840 se traslada a Madrid y ocupa la cátedra de historia de la civilización española a la edad de 25 años. Un año más tarde publica en seis volúmenes sus lecciones;143 es la segunda obra sobre el tema de la civilización española después de la historia, en 4 tomos, de Eugenio de Tapia. Efectivamente, la búsqueda de una identidad cultural de la nación a través de su historia no carece de actualidad política en aquel momento. Las guerras carlistas, un gobierno inestable y el peligro de una desintegración de la unidad nacional estimulan una discusión pública sobre el significado de la herencia cultural. No es aquí el lugar oportuno para discutir las diferencias entre las dos historias de la civilización -ambas son obras de inspiración liberal, pero de un liberalismo moderado. En una reseña en la Revista de España (1842) Gonzalo Morón mismo examina lo que, claro está, considera los errores y las deficiencias más evidentes en la historia de Tapia. El reproche fundamental concierne la base filosófica de la obra:

«Sólo hubiéramos deseado, que no hubiese emprendido tan colosal trabajo, sin iniciarse con más profundidad en los adelantamientos hechos por la Europa sobre la filosofia de la historia y tener una idea clara del objeto que se proponía y de las dimensiones, que el respetable académico quería dar á su obra. Decírnoslo esto, ya porque sus ideas científicas sobre la civilización nos parecen vagas, é incompletas, cuanto porque en el curso de sus cuatro tomos se nota diferencia en la estensión, que da á su plan.»144


Además lamenta que Tapia no haya incluido en su historia la época romana y visigoda de España. Para entender mejor las peculiaridades de la obra de Gonzalo Morón, quisiera subrayar que Tapia trata la literatura como un fenómeno entre otros dentro del concepto de civilización. Un concepto de civilización, el de Tapia, que debe mucho a la historiografía progresista de la ilustración -piénsese en Voltaire, por ejemplo.145 Si mejora el estado cultural, político, social, económico del país, la literatura también se encuentra forzosamente en buen estado de salud. Un paralelismo tan inmediato, que hoy en día nos hace sonreír, provoca en el caso de la historia española muchas incompatibilidades: ¿Cómo localizar la decadencia política de los últimos Austrias y el esplendor del barroco en un mismo momento cultural? La poesía no desempeña en la obra de Tapia un papel importante. Aquí está la diferencia fundamental con la obra de Gonzalo Morón. El joven autor valenciano deja totalmente de lado el mundo de las Bellas Letras. Esta decisión está lejos de ser casual o arbitraria. La división entre estado cultural-político y estado literario-poético de España es consecuencia de las convicciones románticas del autor. La poesía no obedece a la misma lógica progresista que las instituciones sociales y políticas. Al contrario: el origen, la originalidad tienen valor artístico, el progreso es un concepto inadecuado cuando se trata de obras artísticas. Cito de un artículo publicado justamente en el 1841:

«Para las naciones célebres á quienes sus claros hechos ganaron una página honrosa en la historia, hay sólo una edad poética: aquella en que la fuerza y la energía de un principio moral animó la vida y la nacionalidad de un país y le arrastró á nobles y arrojadas empresas. Cuando han pasado los tiempos en que el sentimiento, el corazón y la imaginacion dirigen y prestan un impulso uniforme a las acciones de un pueblo, su edad poética ha desaparecido.»146


Con su historia de la civilización española Gonzalo Morón entra de golpe en el mundo intelectual madrileño. Es un liberal moderado, ferviente defensor de las libertades y al mismo tiempo de la monarquía centralista. Su carrera que empieza en el Ateneo madrileño es sorprendente. En los años siguientes publica un número increíble de obras, entre artículos, libros y revistas. A partir del 1842 es editor y redactor principal de la Revista de España y del estranjero, en la que colaboran los intelectuales más famosos de la época, historiadores, filósofos, literatos (cito a autores como Carlos Aribau, Facundo Goñi, Ramón Carbonell, Hartzenbusch, Sanz del Río147). Un poco más tarde la revista fue editada por Rivadeneyra. La revista no se limita bajo Gonzalo Morón a los temas tradicionalmente literarios. Lo que busca él es una mezcla entre artículos estrictamente políticos -cito como ejemplo la «reseña política de España», un panorama del desarrollo de la política española a partir de los Austrias hasta el presente- siempre bajo una perspectiva histórica, y crítica literaria tal como existía anteriormente. En el campo de la crítica literaria que aquí nos interesa ante todo, publica, entre tantas otras cosas, su importante Ensayo histórico-filosófico sobre el antiguo teatro español en 18 entregas.148 Tomaré el mencionado artículo, que publicado en volumen ocuparía aproximadamente 150 páginas, como primer ejemplo del romanticismo de Gonzalo Morón.

Mientras que un autor como Mesonero Romanos149 o Alberto Lista150 en sus diferentes observaciones sobre la historia del teatro español buscan implícitamente siempre un modelo ideal para que sirva de ejemplo a la juventud, Gonzalo Morón se limita a una perspectiva histórica, es decir no normativa. El título del ensayo lo dice bien: es un artículo histórico ya que trata del teatro a partir de la edad media, y es un artículo filosófico ya que ordena la materia según criterios histórico-filosóficos. Estos criterios son de origen romántico, y más precisamente de origen alemán: el honor, el amor y la religiosidad son los criterios que determinan el desarrollo de la literatura dramática española. Sería fácil cotejar el texto de Gonzalo Morón y las lecciones sobre la literatura dramática de August Wilhelm Schlegel -se notaría en seguida que GM conocía, sea el original alemán, sea la traducción italiana de Gherardini o la traducción francesa del 1815. Sea dicho de paso que GM sabía alemán, competencia poco frecuente en aquel momento histórico.151 Para Gonzalo Morón, el teatro nacional español termina con la muerte de Calderón -tal como lo había dicho Schlegel. Y el autor más destacado para él es justamente Calderón y no Lope de Vega, preferido por la mayoría de los críticos románticos españoles. En cierta medida GM sigue la línea trazada por Agustín Durán en el 1828, aunque Durán busque siempre en la literatura de los siglos pasados un modelo para la literatura venidera. Para Gonzalo Morón la literatura, y el teatro en particular, es la expresión del pueblo:

«El teatro ha reunido todos los géneros, ha hecho el más lujoso alarde de las bellezas poéticas y es la más cumplida personificacion de nuestra vida y nacionalidad. [...] Por lo mismo el exámen de la literatura española no es solo un objeto de placer y de recreo [...], es antes que esto un alto objeto de gloria y de nacionalidad. [...] Creemos por lo mismo, que hoy no puede ni debe juzgarse la literatura, como lo hicieron con notable provecho y aplauso en su tiempo Tiraboschi, Andres, y La Harpe: hoy los estudios filosòficos deben penetrar y hacer una revolucion en la manera de considerar las producciones literarias; no para desconocer su esencia, ni darlas una direccion é inteligencia forzadas, sino para devolverlas su verdadero precio, y colocarlas en su noble posicion.».


(I, pp. 133-134)                


Lo que busca el autor en su historia filosófica del teatro español es una historia cultural de la nación española, a través de las obras dramáticas. Esa historia cultural no coincide con la historia de la civilización - aquí está la diferencia fundamental con la historia de la civilización publicada por Tapia.

Las mismas convicciones se encuentran en las numerosas reseñas de obras dramáticas contemporáneas. En dos artículos largos se ocupa de la obra de Juan Eugenio Hartzenbusch y de la de Antonio Gil y Zárate, siempre en el año 1842.152 Los criterios estéticos (y políticos) que están a la raíz de sus reseñas tienen algo en común con el manifiesto literario de Larra que se esconde bajo el título «Literatura», artículo publicado en 1836.153 Efectivamente, Gonzalo Morón elogia la grandeza del antiguo teatro español y rechaza al mismo tiempo la escuela romántica francesa, no únicamente por inmoral y anárquica, sino también por inadecuada para la mentalidad y el estado cultural de España. Así como Larra, busca una salida «nueva», basándose a lo mejor en el gran pasado artístico nacional, pero sin pedir imitación de lo que es y debe ser pasado, históricamente acabado.

El clasicismo de origen francés carece de poder emotivo:

«El valor por lo mismo de las producciones de este género se referia solo á ser un trabajo artístico, capaz de interesar á un público erudito é ilustrado, pero sin el menor de revelar la nacionalidad de los pueblos, ni de interesar, ni conmover las masas, en lo cual consiste realmente el mérito de las literaturas, y lo que no puede conseguirse, sin que sean la espresion mas ó menos cumplida del carácter y costumbres de un pais.»154


En el mismo artículo donde rechaza la doctrina clasicista se encuentran frases críticas sobre las «estravagancias» del antiguo teatro español:

«El señor Gil ha sabido seguir las huellas de nuestros mas esclarecidos ingenios descartándole de sus estravagancias, y de la ligereza dramática.»155


El ideal estético tal como aparece en la crítica tanto histórica como actual de Gonzalo Morón, está en estrecha relación con sus convicciones políticas, de las que hablaré más adelante.

En los años cuarenta se puede observar una gran continuidad de sus investigaciones histéricas, de historia política. En el 1840 ó 1841 tenía preparado un libro sobre el reinado de Fernando VII cuando un colega suyo, el novelista Estanislao de Kostka (o Cosca) Vayo, le pidió que renunciara a dicho plan, ya que él mismo quería sacar un estudio sobre el mismo tema en la editorial de Mariano de Cabrerizo. Gonzalo Morón accedió a su solicitud y así Cosca Vayo publicó sus tres volúmenes en 1842.156 A partir del 1842, después de la publicación de su historia de la civilización española, escribe a un ritmo sorprendente no solamente en el campo literario sino también en el campo de la historia. Su Reseña política de España, publicada por entregas en su Revista de España a partir del 1842 y luego en forma de libro en Madrid -el libro no lleva fecha, pero es del 1848 aproximadamente- es un cuadro amplio desde los Austrias hasta la época contemporánea; y no es la única obra de orden histórico-político que publica.157

Veamos ahora el segundo punto mencionado al principio de mi intervención: su función como hombre de letras. Contemporáneamente a sus empresas editoriales y literarias comienza su carrera política. Diputado por Valencia a partir de 1843, es uno de los grandes oradores del partido moderado. Hasta el 1848158 apoya al gobierno moderado de Narváez e interviene (en 25 ocasiones) con discursos sobre los temas más variados. Después de los sucesos del 1848 su actitud hacia el partido moderado será más crítica y escéptica. En sus 16 discursos de los años 1848-49 y 1849-50 se nota cada vez más su espíritu polémico.159 Un documento precioso en este contexto es el artículo suyo del mes de junio de 1849 publicado en Valencia.160

Para Fermín Gonzalo Morón, ser diputado, escritor, catedrático de historia y editores todo parte del mismo compromiso del intelectual con la sociedad. La sociedad, para él, es en primer lugar el trono como símbolo y centro del estado y de la nación. En segundo lugar, la sociedad está representada por los ciudadanos -en su lógica ante todo los burgueses- y la tarea más noble del intelectual es defender tanto la corona como las libertades individuales y colectivas. El hombre de letras, en esta visión suya, es un personaje público responsable de cualquier actividad, sea ella literaria, política o económica. Su cultura es muy amplia, sus conocimientos no se limitan a su especialidad de literato e histórico, sino que abarcan los más diversificados campos del saber humano. En sus discursos en las Cortes, que aquí no puedo analizar, se nota siempre una buena preparación y un profundo saber técnico.

Los años 1848 y 1849 marcan, en su desarrollo personal y político, una ruptura bastante profunda. El entusiasmo con el que colaboró en la cultura moderada de los años anteriores, se transforma en agresividad y decepción. Sin embargo, en algunos puntos esenciales permanece fiel a sí mismo a pesar de los acontecimientos violentos de la próxima fase de su vida y obra. Es aquí donde interviene el tercer nivel mencionado de mi investigación que llamé «anecdótico».

En el verano de 1851, Gonzalo Morón quiere publicar en Valencia un periódico titulado El trono y la Constitución.161 Entrega los originales de sus artículos para el primer número a la imprenta de José Mateu Garín. Al día siguiente se da cuenta de que se han confiscado sus artículos. Escribe una carta al comisario de seguridad pública Jacinto Ronda, inculpándole de haber robado intencionadamente su «propiedad intelectual». El comisario, que no estuvo personalmente en la imprenta para confiscar dichos artículos sino que mandó a un empleado suyo, provoca un proceso por «falsa imputación por escrito de un hecho criminal». El 26 de agosto de 1851 la primera sentencia lo condena a 17 meses de cárcel, sentencia confirmada en segunda instancia el 21 de septiembre de 1851. Y ahora empieza una verdadera peregrinación por cárceles y manicomios por media Europa. Gonzalo Morón, avergonzado por lo ocurrido, intentó, una vez de vuelta sobre la escena política, borrar de la memoria la condena. Ya desde la cárcel de Serranes (Valencia) pide que se cree una comisión parlamentaria para investigar lo ocurrido y restablecer su honor. La comisión, constituida el 22 de noviembre de 1853 anula tres días más tarde la sentencia del 1851.»162

Como Gonzalo Morón da informaciones contradictorias sobre el período entre septiembre de 1851 y febrero de 1853, no se sabe concretamente donde estaba.163 Parece seguro que haya pasado un par de meses en Londres (Kenssingthon house of madness). En diciembre, por lo menos según sus propias indicaciones, escribe un ciclo de dramas históricos sobre los monarcas españoles de los Reyes católicos hasta Felipe III. Poco tiempo más tarde, probablemente en el manicomio madrileño de Chamberí, escribe su novela El cura de aldea, obra bastante polémica con la realidad del clero español, pero expresión al mismo tiempo de las profundas convicciones católicas.

Como consecuencia de aquella experiencia, su labor política y filosófico-literaria de los años cincuenta está condicionada por la idea de venganza. Quiere vengarse del partido moderado que no le concedió la protección necesaria, vengarse de los políticos menos inteligentes y más oportunistas que él mismo. Sigue siendo un ferviente defensor de la monarquía y de la Reina, pero es muy tajante frente al partido moderado que, en su opinión, no estaba al nivel del progreso. Por eso hace parte del partido progresista en la campaña del 1854.164 No es una casualidad que justamente en aquellos años Gonzalo Morón tenga, por primera vez, graves problemas con las autoridades eclesiásticas. Fue editor en el 1853, de un periódico en la provincia de Soria nuevamente titulado El trono y la constitución. En el folletín de dicho periódico publicó algunas entregas de su ya mencionada novelita El cura de la aldea, en la que, según el obispado de Osma, «se escarnecía y ridiculizaba a los Ministros de la Religión».165 Sigue publicando, una vez que ya no fue elegido en el 1854, obras históricas y políticas. Gonzalo Morón muere, a la edad de 55 años, en el manicomio de Valencia.166

Aparte las cuestiones de salud mental y dejando de lado las intrigas políticas, se puede afirmar que Gonzalo Morón pertenece a un grupo de intelectuales moderados que contribuyeron a una implantación del romanticismo europeo después de la primera polémica sobre los conceptos románticos. Es, en cierta medida, alumno de un Alberto Lista de los años treinta cuando transformaba su postura estrictamente clasicista en el así llamado romanticismo histórico. Al mismo tiempo personajes como Gonzalo Morón preparan, junto a otros como Fernández González o Francisco de Paula Canalejas el movimiento del krausismo. Su amplia cultura de nivel internacional y su ingente trabajo como historiador y literato merecerían que ocupase un puesto más destacado que el que tiene actualmente en las páginas de una historia del pensamiento del siglo XIX.