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111

Cfr. t. 3, cap. 29, «Una venganza», p. 284.

 

112

Muchos son los personajes de que se sirve Villergas para ilustrar esta idea. Véanse: t. 1, cap. 4, «La Puerta de Hierro», p. 50; t. 2, cap. 28, «La Providencia», p. 290; t. 3, cap. 24, «La dote», pp. 242-431. La cursiva pertenece al autor.

 

113

Cfr. t. 1, cap. 11, «Un diputado», p. 120.

 

114

Cfr. t. 1, cap. 4, «La puerta de Hierro», p. 49.

 

115

Cfr. t. 2, cap. 12, «La despedida», p. 128. La cursiva es nuestra.

 

116

Cfr. t. 1, cap. VI, «La despedida», p. 68.

 

117

T. 1, cap. 16, «Una visita nocturna», pp. 176-78: «¿Cuánto ganaría la sociedad con la simplificación de los procedimientos judiciales que hemos indicado? Para esto se necesitaría obrar una gran revolución en el sistema correccional». El mismo tema se repite en t. 2, cap. 15, «Todo está perdido», pp. 164-64.

 

118

En el t. 1, cap. 16, «Una visita nocturna», pp. 169-178, hay un largo parlamento sobre el tema. Villergas toma como referencia a Eugenio Sue: «Quien cree que los criminales, lejos de corregirse en la cárcel, adquieren mayores vicios con el contacto inmundo de los demás».

 

119

En el t. 2, cap. 2, «Los dos amigos», p. 26: «El castigar a un reo sin oírle es tiránico y feroz, nadie tiene derecho para tanto, porque serían muchos los inocentes que perderían la existencia por meros indicios de criminalidad».

 

120

En el t. 3, cap. 28, «Quien era el hombre misterioso», p. 275: «¡Ah! cuan poco, pueblo, comprendes mi dolor cada vez que he de desempeñar este vil oficio a que me condenó la Providencia [...], pero nadie me comprende, los hombres que detestan al verdugo mantienen la pena de muerte y yo habré de sacrificar otra víctima mañana».