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281

Ibid., p. 2.

 

282

Bien se había enterado de ello Espronceda en su reseña: «En todo el drama no hay personaje alguno que no se halle en término muy distante respecto al héroe, ninguno que no sirva o para empujarle al crimen o para hacer que aparezca más grande su desventura. Y en este drama no hay que buscar caracteres, porque no hay ni debe haber más que Alfredo» («Teatros. Alfredo», El Artista, I, entrega 6 (1835), p. 263).

 

283

Nótese que al ser el protagonista «negativo», se realiza en el drama una inversión de los papeles actanciales: los opositores son en realidad ayudantes (Rugero y Roberto), mientras los ayudantes aparentes son opositores (el Griego).

 

284

Bien se dio cuenta de ello Donoso Cortés que, en la reseña que publicó en La Abeja (núm. 391, 25.5.1835), escribía: «Alfredo es el cristiano que sucumbe, no ante la fatalidad de los antiguos, fatalidad exterior, fría, irresistible, sino ante la fatalidad de sus pasiones, fatalidad moderna, borrascosa».

 

285

Es interesante recordar que el mismo Pacheco treinta años más tarde, al analizar las razones del fracaso y los defectos de su primer ensayo dramático, declaró lo siguiente: «Si Alfredo estuviera escrito en verso parécele [al Autor] que sería una de las tragedias que quedasen en nuestra época pero está escrito en prosa, y eso la rebaja a sus ojos, y le rebajará siempre a los del mundo literario. Una tragedia que lleva esa imperfección, que no está adornada con la forma poética, es una escultura de yeso o de barro. [...] la poesía, el verso, son la condición externa de lo verdaderamente trágico». (J. F. Pacheco, Literatura, historia y política, Madrid, Martín-Jubera, 1864, t. 1, pp. 91-93). Es también lo que le reprochaba Espronceda en la citada reseña de El Artista: «Sentimos sin embargo que el Sr. Pacheco no haya escrito en verso su drama [...], hubiera gustado más y habría evitado cierta hinchazón de que adolece la poesía escrita en prosa» (ob. cit., p. 264). Pero lo que más nos importa destacar aquí es que, en su autocrítica tardía, Pacheco define su obra tres veces tragedia y no drama.

 

286

Nótese que la palabra sino, que deriva de signo (astrológico) y significa pues «predestinación astral», no aparece nunca en Alfredo. En cambio, como se sabe, se convierte en el emblema de la dramaturgia romántica a partir del subtítulo de Don Álvaro.

 

287

J. Cejador y Frauca, Historia de la lengua y literatura castellana, Madrid, Tip. de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1917, t. 7, p. 204. Quizá el único que hizo hincapié en el fondo cristiano del drama fue Donoso Cortés en la ya citada reseña publicada en La Abeja dos días después del estreno.

 

288

Acabado ya este trabajo, mi amigo y conocido especialista D. Th. Gies me brindó un ejemplar de su recién editado estudio El teatro en la España del siglo XIX, Cambridge, Cambridge University Press, 1996 (edición española de The Theatre in Nineteenth-Century Spain, Cambridge, Cambridge University Press, 1994). En este esmerado panorama del teatro español decimonónico el autor dedica, por vez primera, un párrafo entero a Alfredo (pp. 158-162).

 

289

Introducción a la edición de Don Álvaro o la fuerza del sino, Barcelona, Planeta, 1988 (Clásicos Universales 158), pp. XXI-XXXI.

 

290

Ibid., p. XV.