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Desde el Cañadón de la Memoria

Renée Ferrer de Arréllaga



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A los que quedaron
a los que volvieron

y en especial a la memoria
del Tte. Primero Luis Estragó Trías




ArribaAbajoLa autora

Renée Ferrer de Arréllaga nació para la poesía paraguaya a la edad de 21 años, cuando publicó su primer libro, un manojo de poemas de amor bajo el título de «Hay surcos que no se llenan», en 1965, seguido dos años después de «Voces sin réplica».

Se volcó más tarde a la poesía infantil, tomando su voz un nuevo horizonte. Aparecieron así «Cascarita de nuez» en 1978 y «Galope» en 1983.

Su acento profundo y hondamente americano se expresó nuevamente en 1982 con el presente poemario, «Desde el cañadón de la memoria», una visión estremecida de la Guerra del Chaco, que desangró a Paraguay y Bolivia entre 1932 y 1935. Con esta obra obtuvo el primer premio en el concurso de poesía de Amigos del Arte «Homenaje al Cincuentenario de la Defensa del Chaco». Ha sido incluida en las antologías «Voces femeninas en la poesía paraguaya» de Josefina Plá, «La mujer en la poesía hispanoamericana», editada por el Fondo Editorial Bonaerense y, en «Letras femeninas en América», edición especial de la Asociación de Literatura Femenina Hispánica, 1981. Fundó en 1982 con otras escritoras la Asociación de Literatura Infanto-Juvenil del Paraguay. Es miembro del PEN-Club paraguayo.

Renée nació el 19 de mayo de 1944 en Asunción y tiene el doctorado en Historia de la Universidad Nacional de Asunción por su tesis «Núcleo poblacional establecido en torno a la Villa Real de la Concepción -Origen y desarrollo socio-económico».




ArribaAbajoPrólogo

El tema de la Guerra del Chaco ha sido escasa y débilmente tratado en la literatura paraguaya de creación. Los estudiosos atribuyen esta carencia al factor compensatorio de la victoria del ejército-pueblo paraguayo (y aquí me niego a entrar en la polémica de si ganamos la guerra o perdimos territorio). La otra característica propia a nuestra cultura -con razón también evocada- es la falta de tradición en lo que concierne a la dimensión imaginaria. Y por el contrario, la inflación textual en el dominio de la historiografía, crónicas y memorias, fenómeno que también se constata a propósito de la contienda chaqueña.

Es por ello que resulta tanto más interesante el libro de Renée Ferrer de Arréllaga, Desde el cañadón de la memoria. Se puede decir que el mismo equivale, en el dominio poético, al tratamiento que del tema hace Augusto Roa Bastos en Hijo de hombre, en lo que respecta a la producción narrativa. Es decir, proyectarlo a un nivel de transposición estética en el que la elaboración del significante trastrueca proteicamente los datos de la «realidad» histórica, sin que por ello sufra el contenido de la «verdad» emocional, de la verosimilitud textual. Que son niveles esenciales de la escritura en la producción imaginativa, cuando se trata de un tema como el abordado.

El distanciamiento, temporal y de experiencia, de la autora con respecto a la circunstancia histórica evocada le permite conseguir las variantes semánticas, los matices diversos, múltiples con que encara esa transposición. El sugestivo título está ya dando cuenta de esa proyección, de esa refracción en el verbo. Y la reelaboración literaria del significado nos llega en el eco multiplicado con que la poesía sabe restituir su fluidez a la realidad. De pronto su voz se consterna ante el hecho trascendental de la crueldad inútil de las guerras, que reduce a todos los hombres a la misma cifra del destino:

«El soldado que esparce sus pedazos / en la antesala del silencio / es siempre el mismo» («Guerras»). Es esa tónica reflexiva, grave, desolada o dolorida la que se mantiene en la primera parte del poemario («Circunstancia», «¿Por qué?»). A partir de «Despedida» («mirada interminable / abarcando las costas que se alejan»), son las situaciones circunstanciales, los lugares u objetos («Trinchera», «Agua», «Noticia», «Caramañola»), o los personajes cargados con los signos del destino trágico o heroico («Caídos», «Choferes», «Enemigos», «Arcángel», «Aguateros») los que ocupan el redondel de la luz poética. Para cerrarse sobre las consecuencias y los despojos de la cruenta representación («Desde aquí», «Ex combatiente»). El balance del absurdo naufragio está dolorosamente rematado en el último poema, «Paz»:


«Ya no tiene sentido
ni la angustia,
ni la espera ensombrecida de la aurora,
o el miedo,
o el coraje...
Sólo duelen las almas asomadas
al brocal insondable de la ausencia...»

Renée Ferrer de Arréllaga nos conduce en este deambular alucinado «entre las cruces del silencio», «por cañada y sendero, / por trinchera y ocaso...» con el paso seguro de una palabra constelada de imágenes de refractada emoción, cargada de símbolos evocadores, nostálgicos, devastados o tristes, que sigue de cerca el ritmo del «tiempo irremediable» en que quedaron «los huesos solitarios / lamidos por la noche...» Porque el distanciamiento señalado no implica, en absoluto, indiferencia ante la tragedia de compartida sombra que vivió su pueblo. La autora vibra al recomponer, «desde el cañadón de la memoria», el tejido doloroso de esa experiencia histórica. Su voz se encrespa de ira impotente, de orgullo solidario, se prosterna en dolida, en fraterna proximidad1, despliega su estandarte «con relente de angustia», con «un frescor de lapacho», con «un incendio de alondras sobre el curso del alba». Por encima de ese «trágico desvelo / en los acantilados del silencio», que es la guerra fratricida, hay una respuesta de esperanza compendiada en el díptico de su poema clave «¿Por qué?».


«... el faro del ayer encanecido
en la rada del tiempo nos aguarda.»

Hay aquí una evidente apuesta de futuro, en la que la poesía propone una continuidad entre un pasado herido y un proyecto que nos aguarda, como un desafío, «en la rada del tiempo». La voz acendrada de Renée Ferrer de Arréllega, que sabe trascender la anécdota, refringir plurívoca y apasionadamente la realidad histórica, es al mismo tiempo una respuesta a ese reto. Y esto porque la poesía, que por esencia manifiesta la palabra de la colectividad, es capaz, como el pueblo, de superar las más sombrías calamidades, llámense guerras, pestes o dictaduras. Es lo que hace este intenso, este fulgurante poemario, «Desde el cañadón de la memoria», que es en cierta manera, una memoria del futuro.

Rubén Bareiro Saguier

París, enero de 1984






ArribaAbajoGuerras



No importa que las guerras tengan nombre
siempre serán un llanto
y un silencio,
un trágico desvelo
en los acantilados de la muerte.  5

Las aves agoreras beberán en los huesos
traspasados de viento
un sabor de abandono,
y partirá aún doliente
su vuelo fugitivo  10
hacia el tajo insaciable de la ausencia.

Se volverán los páramos albergue
de un pulso coagulado,
un alboroto en sombras,
y tendrán los crepúsculos  15
la calcárea tristeza del astro taciturno.

No importa que las guerras tengan nombre
y un lugar en el tiempo.
El soldado que esparce sus pedazos
en la antesala del silencio  20
es siempre2 el mismo.




ArribaAbajoCircunstancia



El hombre es pasajero de la aurora,
sereno timonel entre los astros,
caminante de un minuto demorado.

Va talando las horas en la huella
donde los sueños cantan  5
o se asfixia la sangre.

En la grieta del pulso se derrama
un tropel de congojas que perturba
la mansedumbre del remanso.

Todo cambia de pronto,  10
todo cambia.

Es un hombre varado entre los hombres
formando una miríada de alientos simultáneos,
un follaje de arterias tras el llanto
en la encrucijada de la violencia.  15

Todo cambia de pronto,
irremediable.

Se reclina a lo lejos el sol acongojado
y en la distancia tirita cabizbajo
un hálito de sombras.  20




ArribaAbajo¿Por qué?



Hay preguntas que sólo se develan
bajo un claro de estrellas entornadas,
preguntas que trastornan

Somos los caminantes de un lucero
signado por un surco visionario.  5
Habitantes de un redil
donde clarea un relente de angustia.
Coordenada indeleble
de vastas lejanías orográficas
en constante garúa de hora y ansia.  10

Un frescor de lapacho nos cobija
la espesura del alma;
el faro del ayer encanecido
en la rada del tiempo nos aguarda.

Las aves de la aurora se desbandan  15
cuando esparce la tierra sus andrajos
en desorden de sombras,
y un tórrido aguacero
anega la hendidura
en la quebrada insomne del misterio.  20

No quisimos el charco de amapolas ultrajadas,
un incendio de alondras sobre el curso del alba,
simplemente,
horadado nuestro suelo
le devolvimos su leche de guarania.  25




ArribaAbajoDespedida



Mirada interminable
abarcando las costas que se alejan.

Espuma taciturna
rompiendo quedamente
el minuto suspenso.  5

Adormida en los aires
se estanca la euforia primigenia,
el adiós largamente demorado.

Un tumulto de alientos se acurruca
en el corredor de la conciencia,  10
en tanto que la imagen chorrea débilmente
su tristeza a lo lejos.

Mil palomas se agitan
sobre una multitud esclava
del silencio.  15

Se aferra la congoja al horizonte
con la dulce nostalgia
de todo cuanto ha sido.

Grietas desconocidas tiritan en el aire
inundado de nombres,  20
y ante los arrebatos del destino
un desvalido asombro
se aglutina en la garganta.




ArribaAbajoTrinchera



Yacija donde rompe un oleaje de espera,
y se anega el recuerdo maniatado.
Deambula la nostalgia
con la triste faena
de adormecer cenizas  5
en la opaca longitud de sus entrañas.

Fue un albergue sonámbulo
en las esquinas del verano,
mantel para un banquete taciturno
en los pozos del alba,  10
alcoba de un insomnio trastornado.

Del coraje rondando en un desierto
de lunas fugitivas
cobijó el sollozo mutilado,
el sudor acampado  15
en los harapos de la aurora.

En su cauce sin nombre
quedó el adiós definitivo
de los peregrinos de la muerte;
candiles permanentes  20
de un tembladeral abandonado.

En los estanques del péndulo
sus senos de telúrico silencio
amamantaron una estirpe
cautiva del destino.  25




ArribaAbajoCaídos



Permanecen
en el vestíbulo de la muerte
con la ceniza del sueño
en las órbitas vacías.
Centinelas insomnes  5
de una sedienta latitud
de raíces oscuras.

Refugio de aves mansas
sus huesos solitarios
lamidos por la noche.  10

En un golfo de angustia
se hamacan los despojos
de una vigilia largamente presentida.

Las cruces del silencio
cautivas de un desierto taciturno  15
se alargan mansamente
en esa soledad desamparada.

De repente la nada
amordaza el pulso de la lumbre,
y un naufragio de rezos  20
modela
el rostro del coraje.




ArribaAbajoAgua



Reverbera el poniente
un caldo de verano
empapando muy hondo la celda del silencio.

Las veredas del llanto
inventan espejismos que parten fugitivos  5
al galope del tiempo.

La vigilia entre tanto va arrastrando su lastre
de nombres presentidos,
presentidos y yertos.

Se desdobla3 en la tarde de sol y polvareda  10
un mudo abatimiento
sin que nada mitigue la ausencia cenicienta.

No estás en las faenas,
furtiva, entre las sombras
con esa mansedumbre de calma primigenia.  15

Ni te esconde avariento un rescoldo de siesta
cuando inertes los ojos llorando se revientan.

Te has ido hacia una noche de lunas apagadas
donde nadie te encuentra.

Y llega tu caricia retrasada  20
cuando ávidos cuervos se deleitan
sobre una desolada tumba abierta.




ArribaAbajoNoticia



Enramada empapada de sombras.
Una mudez de labios apretados
transita su calma perfumada.

Los pasos se desvelan
en la arena.  5
Palpitan los malvones
en el aire.

El silencio agobia
el aleteo de los pájaros,
mientras inunda el sol de goterones  10
las grietas del verano.

En el pozo se hamacan los helechos
y muy hondo se aduerme
la frescura del agua.

El cántaro se llena dejando olor  15
a tierra después de lluvia mansa.
Un gallo rompe el aire
con el filo cruel de su garganta,
y más lejos un perro
despertándose ladra.  20

Todo parece entonces suspendido
en un sorbo de tiempo
y de distancia.

En la chacra se ara como entonces.
En el fogón prendido  25
humea un caldo de tristeza.

Con ramas secas se barren las tinieblas
y la mudez persiste
en el trajín de pasos aquietados.

Hasta el loro ese día  30
en su aro ha callado.
Un tumulto de rosas
se agolpa en los rosales
y las plantas modelan
su lenta caminata,  35
de la cocina al patio
sobre una huella santa.

Dos palomas morenas
encienden una vela
y una lágrima.  40

El tiempo irremediable,
irremediable, pasa.




ArribaAbajoCaramañola



Puñado de latón donde palpita
un recuerdo de siesta
en alucinada vastedad.

Manantial prisionero
alivianando el tajo del insomnio  5
en el solazo
con la fría moldura de sus labios.

Su roce se recuesta
con esa mansedumbre de pausa acostumbrada
sobre la celda del cansancio.  10

Compañera febril
cuando la piel acampa
bajo un astro de arenas azuladas.

Mujer para un orgasmo interminable
cediendo brevemente sus honduras  15
en los claros del alba.

Se inclinan sus sorbos torrenciales
a regar un desierto de amapolas abiertas.

Y estéril ya, su lecho de vendimia,
el secreto remanso de su cauce  20
se queda, compasiva,
recogiendo caricias en la noche
bajo un cielo de estrellas ateridas.




ArribaAbajoChóferes



Hay un triste temblor de follaje ultrajado,
en picadas salobres un filo de agonía,
el temor con que empañan los pájaros gigantes
la quietud de la siesta.

Bajo un sol desquiciado  5
el retraso del péndulo
expulsa de su alcándara
a los desheredados de la vida.

Se tropiezan las ruedas en los huecos insomnes
de una rendija abierta  10
y se llenan los montes de monótonos ecos.

Estoicos peregrinos,
van sorteando las hebras del silencio
entre sacos de viento y polvareda
hasta llegar,  15
desde un ascua desértica,
a empaparles el tajo de la espera.




ArribaAbajoEnemigos



La furia se diluye
en un hilo que corta la sobria lejanía.

Desenredan sus cuernos
ramazón de contienda
empapando de euforia las callejas del viento.  5

La hiedra del silencio va trepando los cuerpos
mientras la luz se acuesta
sumida en los lamentos.

En desérticas sombras
duerme la tierra en calma,  10
mojada de abandono.

En la herida caliente de una distancia insomne
los ojos se dilatan,
y represa la arteria la savia alborotada
de un instante que fluye  15
desgajado del tiempo.

Un disparo desgarra la espesura
en el denso letargo del pulso desbocado,
y una mano fraterna, mutilada y vacía
se aferra al enemigo  20
en la antesala del olvido.




ArribaAbajoArcángel



A las enfermeras
Arcángel en la hora apocalíptica
sosegando el hartazgo de la sangre.

Desde el túnel helado que transgrede
los límites del sueño  5
devolviste al pulso demorado
su ritmo de galopa
ante el precipicio de la ausencia.

Amapolas heridas compusieron tus besos
y esa ternura inédita  10
que ronda tu ladera
hizo surgir palomas de la nada
sobre los andrajos del silencio.

Con la lágrima huérfana
de los desamparados de la vida  15
modelaste un remanso,
y sorbió tu desvelo la palabra caída
bajo un astro esquelético.

Arcángel
de lunas azarosas,  20
de corrientes sin cauce,
de un desaliento oscuro;
y lámpara encendida
en ese devastado
tembladeral de sombras.  25




ArribaAbajoDesde aquí



Las horas se devanan
con una sombría lentitud.
Las noticias golpean la hendidura
con su negro plumaje de paloma sedienta.

Adentro, en los rincones,  5
deambulan los fantasmas de las velas,
mientras se quiebra el eco
en los suburbios de la tristeza.

Se devanan los horas,
en la distancia,  10
lejos,
y en el lindero del presentimiento
se revienta una alondra,
se coagula una lágrima
o parte hacia el arcano una amapola abierta.  15

Se transita en las calles
con la parca presteza del estibador insomne,
con el músculo tenso del soldado sin frente
varado en las aceras de la espera.

Y en nuestra pajarera desolada  20
múltiples picos acarrean
las briznas que cobijan
a los redentores4 de la aurora.




ArribaAbajoAguateros



Agreste soledad.

Distancia lineal en el umbral de la mirada,
el pulso resignado bajo una demente claridad,
gemidos de metal
en el regazo desvalido de la huella.  5

Agreste soledad.

Hay manos retorcidas
estrujando a lo lejos los senos de la tierra,
un buril decidido corta la tarde rectilínea.
Fantasmas trepando las tinieblas del deseo,  10
palabras rescatadas del recuerdo
y esa tibieza alada de caricias ausentes.

Agreste soledad.

Palmeral ceniciento bajo un sol empañado,
descampada quietud de un páramo sediento.  15
Acordes de guitarras desterradas
y una marca candente
en la garganta torrencial
de lunas anteriores.

Agreste soledad.  20

El cielo se ensombrece bajo un himno funesto
de metálicas aves
derramando su sombra
sobre las dunas de la impotencia.
Un grito quiebra el aire.  25

Humareda y silencio.




ArribaAbajoExcombatiente



Soy un mástil de latido torrencial,
un ayer,
y un volver hacia el recodo
donde esperan los bártulos yacentes.
Un galope tronando  5
sobre la ilímite vastedad de la mirada,
una atroz hemorragia de rendijas abiertas.

Soy un páramo viejo
apostado en un tiempo de distancia,
un ansia de brújula errabunda  10
en las cañadas del silencio,
la mano suplicante al minuto furtivo
que penetra en la nada.
Fiero yunque de tanta lejanía
y un laurel en el alma.  15

Soy un avaricioso centinela
de un palmeral desierto,
vigía solitario bajo ausentes estrellas.
El miedo del instante irrepetible
de morir y vivir eternamente,  20
el salto de una vena encabritada
en la valla del imposible.

Y ahora, tantas veces,
un terrón olvidado
bajo el aguacero de la vida.  25




ArribaPaz



Sobre la huella reseca de la sed
donde ronda la locura agazapada,
tiembla el salitre adherido a las entrañas
con imágenes de sangre entremezcladas.

Ha llegado el instante.  5
El silencio absoluto de la paz.
La quietud innombrable de las horas
y esa lluvia de flores en el viento.

Ya no tienen sentido
ni la angustia,  10
ni la espera ensombrecida de la aurora,
o el miedo,
o el coraje.

Sólo duelen las almas asomadas
al brocal insondable de la ausencia,  15
la pérdida de aquellos
para quienes la muerte
ha sido el último recuerdo de infancia.

Ha terminado ese andar
perdiéndose en pedazos  20
por cañada y sendero,
por trinchera y ocaso.

Después5 de tantos días de tu ausencia,
de tanto llanto apretujado
en los rincones que esconden la flaqueza,  25
después de tanta entrega derramando
fogata irremediable,
has llegado, por fin,
la deseada,
cubriendo los campos de batalla  30
con tu lluvia de flores en el viento.





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