11
Agradezco a mis colegas María Dolores Gordón Peral y Stefan Ruhstaller que me hayan permitido la consulta de su trabajo «Nombres personales femeninos de difusión local basados en nombres de lugar», en Kremar, Dieter (ed.), Actas del XIX Congreso Internacional de onomástica, Trier-Tréveris (1993), en prensa.
12
«El calor. Vástago real. Espectáculos. Mes de María. Fiestas» (El Observador, Aguascalientes, 25 de mayo 1907), Don de Febrero y otras crónicas, Obras, p. 325.
13
Sobre el tema de
la «imagen de la mujer» en el fin de siglo, fundamental
como trasfondo para entender la literatura de López Velarde,
existe una amplísima bibliografía, de la que
sólo citaré a título orientativo los estudios
ya clásicos y de enfoque fundamentalmente arquetípico
de Mario Praz: La carne, la muerte y el diablo en la literatura
romántica, Caracas, Monte Ávila, 1970 y de Hans
Hinterhäuser: Fin de siglo. Figuras y mitos, Madrid,
Taurus, 1980; y los más recientes, ideológicos y
feministas de Bram Dijkstra: Idols of Perversity. Fantasies of Femenine Evil in
Fin-de-Siècle Culture, New York, Oxford University Press, 1986 y
de José Ricardo Chaves: Los hijos de Cibeles. Cultura y
sexualidad en la literatura de fin del siglo XIX,
México, UNAM,
1997. Es, pues, por su adecuación a la extendida imagen de
«mujer frágil» por lo que se multiplican las
coincidencias de Fuensanta con otras figuras literarias del
periodo. Añado, para terminar con las referencias al origen
del nombre, la relación que hace Guillermo Sheridan con
Concha, el protagonista femenino de Sonata de otoño
(1902), a la que Valle Inclán, leído con provecho por
López Velarde, llama «fuente
santa»
(en López Velarde, Ramón,
Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos
juveniles 1905-1913, México, FCE, 1991, p. 96). Y
anoto, por mi parte, otra conexión anterior y creo que
decisiva: la protagonista muerta -«Ella», «la
Esposa» y «la Santa»- de Bruges-la-Morte (1892) del
belga Georges Rodenbach.
14
«Elogio a Fuensanta» (Kalendas, Lagos, 1908), Primeras poesías, Obras, p. 114.
15
«El camino de la pasión», ob. cit., pp. 187 y 194-195.
16
Para un profundo estudio de la utilización de estas metáforas bíblicas por los escritores románticos alemanes e ingleses cfr. el clásico estudio de Abrams, M. H., Natural Supernaturalism. Tradition and Revolution in Romantic Literature, New York-London, W. W. Norton, 1973.
17
Cfr. Dijkstra, Bram, ob. cit., para quien estas imágenes responden en realidad a la misoginia e intento de sometimiento del hombre que se siente amenazado por la mujer.
18
Sheridan, Guillermo, «"Del suelo nativo": un poema olvidado de Ramón López Velarde», Vuelta, México, 150, mayo 1989, p. 17.
19
«Examen de Ramón López Velarde», en López Velarde, Ramón, Obras, ed. cit., p. 44.
20
Este poema no
aparece en el manuscrito de 1910 de La sangre devota y en
realidad no se conoce su fecha exacta de composición. Con
todo, la crítica ha solido tomarlo como referente de la
transformación personal y literaria de López Velarde,
tan visible a partir de 1915, testimonio de ese proceso interior
que al fin y al cabo es el tema último de todo lo que
escribió a partir de entonces. Xavier Villaurrutia
señaló que con la fórmula sin Baudelaire, sin rima y
sin olfato López Velarde «borra, de una vez por todas, la aparente
sencillez de su espíritu y señala dos épocas
de su vida interior»
(«Ramón López
Velarde», Obras, México, FCE, 1978,
p. 646). Además,
Villaurrutia tomó pie en ella para desarrollar una
arriesgada comparación entre López Velarde y
Baudelaire, el escritor de la
modernidad, de las complejidades del alma por antonomasia, mediante
la que quiso situar al mexicano en un plano universal, desterrando
su reductora lectura nacionalista como simple escritor
«provinciano» o, todo lo más, mexicano: «No es la forma lo que Ramón López
Velarde toma de Baudelaire, es el
espíritu del poeta de Las flores del mal lo que
sirve para descubrir la complejidad del suyo propio»
.
Admite que «entre la forma de uno y otro
no media más que... un abismo»
, pero aun
así los ve como «dos miembros de
la misma familia, dos protagonistas de un mismo drama»
.
Son dos espíritus torturados por las contradicciones, que
comparten los temas de «la
agonía, el vacío, el espanto y la
esterilidad»
y en cuyos poemas se sobreponen «las imágenes de la vida plena y de la
muerte inevitable»
. Sólo señala como
directamente baudelairianos «La lágrima»,
«Hormigas» y «Te honro en el espanto», de
Zozobra (Ibid.,
pp. 650-652). Octavio Paz
dudó de esta semejanza en su ensayo «El lenguaje de
López Velarde» (1950): López Velarde
sólo estaba unido a Baudelaire
a través de «un lejano,
inesperado e indirecto»
descendiente de éste,
Laforgue, tan influyente en Lugones. En «El camino de la
pasión», sin embargo, la aceptó y
profundizó en ella: tanto Baudelaire como López
Velarde «son "poetas católicos",
no en el sentido militante o dogmático sino en el de su
angustiosa relación, alternativamente de rebeldía y
dependencia, con la fe tradicional»
, que comparten
«el erotismo teñido de
crueldad»
, el amor por «los
espectáculos del lujo fúnebre»
, la «continua oscilación entre la realidad
sórdida y la realidad ideal»
, «la idolatría por el cuerpo y el horror
del cuerpo»
, la confusión «entre el lenguaje religioso y el
erótico»
, y en suma «el
mismo amor por lo sacrílego»
(ob. cit., p. 180). En cuanto al
termino olfato, Bernardo Ortiz de Montellano lo
interpretó de manera general, tal como se utiliza en otros
textos del escritor, como «malicia».
Interpretación correcta, pero tal vez incompleta. El poeta
está evocando el color y sobre todo el olor del
«rebozo» de Fuensanta, esa prenda tan mexicana,
provinciana, como los mantones o «tápalos» que
aparecen en muchos de sus textos. También evoca los ingenuos
sentimientos que le inspiraban en el pasado. Ahora todo ha
cambiado, como declara el aparte del paréntesis e
insinúa la pregunta final, entre otras cosas porque ha
despertado su sensualidad. De ahí que esté
justificado que Villaurrutia haya visto en olfato algo
más que malicia: «el más
refinado, el más precioso y sensual de los sentidos que
poeta alguno como Baudelaire
haya puesto en juego jamás»
(ob. cit., p.
650). Incluso dedicó al tema un ensayito: «Un sentido
de Ramón López Velarde» (México en
el Arte, n.º 7,
primavera 1949, pp. 60-62).