21
«Clara Nevares» (El Nacional Bisemanal, México, 22 de diciembre 1915), Crítica literaria, Obras, p. 413; «Frente al cisne muerto (Impresiones y apuntes de crítica)», Ibid., p. 514; «De mis días de cachorro» (El Nacional Bisemanal, 22 de enero 1916), Ibid., p. 421.
22
«Mi prima
Águeda» es uno de los poemas más justamente
antologados y celebrados del libro. Le han dedicado
análisis, entre otros, Allen W. Phillips: «Han desaparecido del léxico las palabras
prestigiosas de antaño, para dejar lugar a un vocabulario en
general cotidiano y alejado de todo modernismo de
escuela»
(«Un poema de Ramón López
Velarde», Cinco estudios sobre literatura mexicana
moderna, México, Instituto Nacional de Bellas Artes,
1974, p. 132); Vicente Quirarte: «Si
bien es uno de los (poemas) que demuestra mayor maestría
técnica -paralelismos, correlaciones, sentidos y sinestesias
en contrapunto- y el verso fluye en libertad, por otra parte
proporciona gran cantidad de elementos para comprender la intimidad
de López Velarde»
(«El fantasma de la prima
Águeda», en AA.
VV., Minutos velardianos. Ensayos de homenaje en el
centenario de Ramón López Velarde México,
UNAM,
1988, pp. 209-210); y Martha L. Canfield: «Águeda es la prima: un fruto prohibido.
Y sus vestidos negros subrayan a la vez la prohibición y el
encanto de lo que mal esconden [...]; es Eva ofreciendo la manzana
de sí misma»
(ob. cit., pp. 18-19).
López Velarde se muestra en muchos textos, efectivamente,
fascinado por la mujer que viste el tradicional traje negro. Como
dice Guillermo Sucre, para él «el
color negro es afrodisiaco; suscita y aviva la pasión; pero
es el negro de luto, que a su vez evoca la muerte. Hay,
pues, como una secreta correspondencia y una irresistible
atracción entre los dos términos»
(La
máscara, la transparencia. Ensayos sobre poesía
hispanoamericana, Caracas, Monte Ávila, 1975, p.
68).
23
Ramón López Velarde, el poeta y el prosista, México, Gobierno del Estado de Zacatecas-Universidad Autónoma de Zacatecas-Universidad Autónoma Metropolitana, 1988, p. 142.
24
«El camino de la pasión», ob. cit., p. 194.
25
Ibid., p. 202.
26
«La corona y
el cetro de Lugones» (Vida Moderna, 19 de octubre
1916), Crítica literaria, Obras, p. 528.
Éste y otros dos textos del mismo año -«La
derrota de la palabra» (Vida Moderna, 12 de abril
1916) y «El predominio del silabario» (Vida
Moderna, 31 de agosto 1916)- constituyen las declaraciones
fundamentales de la poética lopezvelardeana: es
significativo que Guillermo Sucre escogiese su expresión
«Un sistema crítico»
para definir el proceso de disolución del modernismo, lo que
desde Federico de Onís se había conocido en la
historiografía literaria en español como «posmodernismo»
.
27
«Gran parte del elíptico barroquismo de la expresión velardeana se debe a este deseo de expresar, con delicadeza, situaciones eróticas e intimidades indecibles tan apremiantes para el claroscuro de su sinceridad arrebatada y manifiesta -en su poesía- entre lo impuro del amor conocido y la pureza del amor virginal que alienta su obra» (Ortiz de Montellano, Bernardo, «Sombra y luz de López Velarde», 1946, en Calendario de Ramón López Velarde, Coordinación de María del Carmen Millán, México, Secretaría de Educación Pública, enero-diciembre 1971, pp. 723-724).
28
Lugones, Leopoldo, «Himno a la Luna», Lunario sentimental, Obras poéticas completas, Madrid, Aguilar, 1952, p. 211.
29
Obra completa, ed. Raúl Antelo, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999, p. 15.
30
Elena Molina
Ortega escribió gracias a «una
inapreciable confidencia que debo a una persona allegada al
poeta»
, una anécdota que, si bien está
fechada algo después de «Mi corazón se
amerita...», publicado por primera vez en 1917, es indicativa
del tipo de experiencia que pudo originarlo: «El 15 de junio de 1918 cumplía
López Velarde treinta años; llegaba a la cumbre de su
destino, y quiso pasar esa tarde en el campo, enteramente solo,
hasta ver morir el sol. Su sed de infinito necesitaba soledad,
silencio, anchura de horizonte. Mucho tiempo permaneció de
pie en una de las lomas cercanas a Mixcoac, ensimismado en honda
contemplación de su propia alma y del paisaje; y en el
momento de hundirse el sol, sintiendo que nada más
podía ya darle la vida, ofreció la suya con absoluta
conciencia, con efusiva gratitud por sentirse, en esa hora suma,
transido de un amor maravilloso y de una paz tan grave y tan dulce
como la de aquella tarde»
(Ramón López
Velarde. Estudio biográfico, México, Imprenta
Universitaria, 1952, pp.
54-55). La «sed de infinito» está efectivamente
en la base de este poema, en su léxico y adjetivación
expresiva, en su mezcla de imágenes corporales y
cósmicas, científicas y religiosas, en sus fuertes
contrastes (sombra/luz, bajo/alto), repeticiones y graduaciones,
que terminan con el deseo de arrancar, de arrojar al exterior el
corazón: «Desde una cumbre
enhiesta yo lo he de lanzar / como sangriento disco a la hoguera
solar»
. Su violencia sorprendió a Octavio Paz y le
llevó a relacionarlo con el mundo prehispánico:
«Esta evocación del sacrificio
azteca resulta insólita, pues (López Velarde) ni
amaba nuestro pasado indígena ni lo conocía mucho. Se
trata de una verdadera irrupción de un mundo que
yacía enterrado en lo más profundo de su ser. La
memoria inconsciente del antiguo rito se hace más precisa en
la última estrofa del poema. Desde la cumbre
-¿montaña o pirámide?- lanzará su
corazón a "la hoguera solar"»
(«El camino de
la pasión», ob.
cit., p. 214).
Canfield también señaló en los versos «Mi corazón, leal, se amerita en la
sombra. / Es la mitra y la válvula... Yo me lo
arrancaría / para llevarlo en triunfo a conocer el
día, / la estola de violetas en los hombros del alba, / el
cíngulo morado de los atardeceres»
, la
oscilación «entre el poder
represivo (ligado a la Iglesia) y la tendencia al desahogo, a la
liberación de los impulsos»
; «en esta lucha interior entre las exigencias de
la moral y la fuerza del deseo, el momento de rebeldía es
excepcional»
(ob. cit., pp. 57 y 60). A
raíz de esta estrofa Luis Noyola Vázquez
comparó a López Velarde con González Blanco:
«el uso de metáforas en que
existe una referencia original de la naturaleza con los ornamentos
sacerdotales es feliz hallazgo de ambos poetas»
(Fuentes de Fuensanta. Tensión y oscilación de
López Velarde, México, FCE, 1988, p. 29); y
citó los versos de Poemas de provincia: «un domingo en que el cielo es una casulla /
deslumbrante...»
, «Bajo un
cielo más fúlgido que una casulla pascual»
.
Antonio Castro Leal pensó que López Velarde se
inspiró para escribir el cíngulo morado de los
atardeceres en el poema «Este barrio», de su amigo
y poeta «consanguíneo» Francisco González
León: «Veo en el cielo azul un
escapulario»
(«Prólogo» a Ramón
López Velarde: Poesías completas y El
Minutero, México, Porrúa, 1953). Phillips
descartó esta fuente: «Este barrio»
apareció en 1920 y se incluyó en Campanas de la
tarde (1922); y puso en duda la influencia de un poeta sobre
otro, ya que ambos escribieron de forma paralela, a partir de la
amplia corriente de poesía de provincia de la época,
de origen francés y Francisco González
León, México, INBA, 1964, pp.
58-71. De hecho también se podrían apuntar en
«Mi corazón se amerita» otros ecos de la
poesía de su tiempo, como el soneto de Juan Ramón
Jiménez «Octubre» de Sonetos
espirituales (1917), cuyo planteamiento es muy similar, aunque
varían las circunstancias y el lenguaje: «Estaba echado yo en la tierra, enfrente / del
infinito campo de Castilla / [...] / Pensé arrancarme el
corazón, y echarlo, / pleno de su sentir alto y profundo, /
al ancho surco del terruño tierno, / a ver si con partirlo y
con sembrarlo, / la primavera le mostraba al mundo / el
árbol puro del amor eterno»
(Libros de
poesía, Madrid, Aguilar, 1957, p. 31). Pero todo lo
dicho sirve para demostrar que, en último extremo, el poema
es inconfundible, sólo comparable a otros poemas y prosas de
madurez del autor.