Pocos andan en el mundo, señor Franco, que hallen en la posada abundante pasto, y buen
guisado para el cuerpo y para la honra y conciencia, como el que yo he hallado en la vuestra. |
FR. |
No os extrañéis, señor Altamirano, de haber hallado aquí todo eso que decís, porque
en Zaragoza abundan las buenas cosas. |
AL. |
Tengo por cierto que hay pocos infieles convertidos a nuestra fe que al principio no
sientan alguna duda o escrúpulo en la conciencia, ya sea porque les hayan formado
poco en las Escrituras, ya sea porque no tengan el entendimiento abierto y capaz para
recibirlas como deben. Digo esto porque, o por no haber entendido bien vuestros
consejos y razones, o porque vos me las habéis dicho oscuras y cortas, no he quedado
bien confirmado en vuestra opinión. Por ello, quiero preguntaros algunas dudas y
escrúpulos que me han quedado, para que, quedando satisfecho, con ánimo sano y
sincero vuelva a mi tierra a por remedio para mi fama, sin escándalo ni engaño, y pueda
hacer a otros provecho con vuestras razones. |
FR. |
Este buen deseo que tenéis, es ciertamente señal de la buena edificación que la
justificación hará en vos, y por ello, pienso satisfaceros en todo. |
AL. |
Poco trabajo tendréis. Según voy entendiendo, el desengaño y los tiempos modernos
son muy distintos de los pasados, y hoy, las gentes van tras el juicio común y vulgar. |
FR. |
¿Por qué lo decís? |
AL. |
Porque la mayor parte de los hombres de esta era andan tan ocupados sobre los
puntillos de la honra, tan desapegados de la religión, tan desvergonzados con la justicia
y tan sueltos de la caridad, que dudo de que haya alguno que se tenga por hombre de
honra, que perdone sus injurias con aquella sinceridad de ánimo con que decís que se
han de perdonar. ¡Oh siglo dorado!, tú fuiste un buen siglo porque los grandes hombres
refrenaban con la magnanimidad de sus corazones el ímpetu y el furor de sus
apasionados ánimos y tenían en más la victoria que recibían de la clemencia, de la que
podían alcanzar por la venganza, porque se preciaban más de ser buenos filósofos y
observadores de la religión, que temidos capitanes. Ahora, algunos príncipes, no
solamente tienen estragado el gusto de la filosofía y el modo de vivir bien, sino también
de su religión, que es lo peor, no parándose a considerar cuánto les va en ser buenos
cristianos, y cuánto más lustre tomarían sus cosas si miraran sus conciencias. Los más
de ellos no se precian de esto, ni tienen por cosa más principal que el ser altivos y
presuntuosos con sus inferiores, y vivir retirados, no para ocuparse en virtuosos
estudios y conversaciones, sino para jugar en sus haciendas y murmurar de las ajenas.
Dejando a un lado a éstos y hablando de aquellos caballeros cuya principal profesión es
vivir muy celosos de su honra, y velarla y guardarla, digo que, si uno de ellos fuera
injuriado por otro y, disimulase valerosamente su injuria, y perdonase la ofensa sin
recibir satisfacción, dudo que pudiera vivir en el mundo, avergonzado y corrido por
otros. Considerando esto, yo deseo saber de qué manera podría un injuriado remediar
su honra sin poner en peligro su conciencia, porque me parece que, tal como se juzgan
hoy las cosas, si uno injuria a otro con obras, el injuriado no puede satisfacerse sino con
obras y sangre, y llegando a esto, me parece que se ofende a la conciencia. |
FR. |
Fijaos qué fuerza tiene la razón que, después de conocerla, sois un Cicerón o un San
Pablo. Todas vuestras consideraciones me parecen buenas, y os informaré de lo que
deseáis saber, aunque parezca difícil. Decís que si un injuriado con obras puede
satisfacerse con palabras, os diré lo que me parece remitiéndome a un juicio más claro.
Es opinión de muchos que la de obras no puede satisfacerse con palabras. Pero
Justinopolitano dice que estas opiniones son falsas, y que esta materia tan delicada no
se puede juzgar sencillamente, porque si sólo se oyen las palabras obras y palabras, las
palabras no pueden llegar al punto y sujeto de las obras, ni tener su reputación y
autoridad. Pero la consideración verdadera debe ser ponderar los grados de la
vergüenza y fama de la siguiente manera: considerar la obra y el modo cómo se ha
hecho la ofensa, que de la obra viene la injuria y de la manera de injuriar, el cargo; y
considerar la sinceridad del ofendido y la malicia del ofensor; después de esto, quién
queda más infame, si el que recibe la injuria o el que la hace. Y para que lo entendáis
mejor, decidme: ¿a quién consideraréis más honrado o más desvergonzado, al caballero
que será ofendido con engaño y traición, o al traidor alevoso que le engañó y ofendió? |
AL. |
No hay duda, queda más avergonzado el caballero que engañosamente hizo alevosía
que el que la recibió. |
FR. |
Pues si este injuriante confiesa que la falta y villanía que entre los dos pasó la hizo él
contra la ley de buen caballero, y si por su confesión declarando que el ofendido no ha
faltado a su honra, sino que la falta ha sido suya al haberle hecho sinrazón, y cuenta
cómo pasó el feo y mal caso, el ofendido es justificado y se ha de tener por satisfecho. |
AL. |
Muchos dicen que, para que un injuriado de palabra no llegue a pelear en duelo, hace
falta que su contrario se ponga en sus manos para que tome de él la satisfacción que le
plazca. |
FR. |
Esta manera de satisfacción no da reputación al que la recibe si, descortésmente, pone
las manos encima de aquel que, con humildad y celo de satisfacerle, se ha puesto a su
disposición. Esto aconteció en Roma a un gentilhombre que, poniéndose en manos de
otro al que él había ofendido, recibió muchos palos o cañazos, no acordándose aquél
de cuán noble cosa es perdonar al humilde, además de que tal manera de satisfacción
es descortés, cruel y, villana, porque no es confirmación de paz, sitio nueva causa de
guerra y enemistad. Pero la injuria de obras se podría satisfacer con palabras porque
entendemos que, siendo uno ultrajado y retado por cosas feas, si este agraviado
escribiese al otro diciendo que puede probarle que lo que con él hizo lo hizo malamente
y, fuera de la ley, del caballero, y, el injuriante le responde que sabe y confiesa que ha
sido como él dice, y que le pesa de haberle injuriado malamente, ciertamente no
quedaría entre los dos querella ni obligación de honra. |
AL. |
Buscad a quién sea capaz de decir eso en la actualidad. |
FR. |
Llegan dos caballeros a la batalla y sus padrinos ordenan los capítulos. El padrino del
provocante, que es el injuriado, consiente en la querella, pero confirma y confiesa que
es verdad todo aquello que la parte del adversario dice, y cesa la querella. El combate
cesa, porque ya el provocante injuriado ha probado su intención. Con las mismas
palabras del cartel, por haberlas afirmado y consentido, el padrino del provocado ha
satisfecho la honra del provocante, por lo que ha cesado el combate, ni más ni menos, y
con más reputación quedaría satisfecho el provocador si el provocado, delante de
algunos caballeros u hombres de honra, las dijese de palabra pidiéndole perdón, como
en tales satisfacciones se acostumbra. Hay otra manera de satisfacerse con palabras:
«Señor Fulano, me han dicho que habéis enviado un cartel por el que os quejáis de mí y
decís que yo os di de palos, ruinmente y sin razón alguna, y que esto me daréis a
conocer con las armas que yo elija. He estado deliberando sobre salir con vos al
combate para dar a conocer al mundo cómo soy hombre que sabe hacer de lo malo,
bueno, y mantenerlo bueno, y más, conociendo que la honra del buen soldado y
caballero consiste en mantener la verdad y no tomar las armas contra ella, acepto
vuestra querella y reconozco que es verdad todo aquello que dice vuestro cartel, que
por la fuerza de las armas me haréis reconocer. Y así, confieso que os injurié
malamente, y como hombre que por enojo estaba fuera del conocimiento de la verdad,
que vos tenéis, os pido y ruego que me perdonéis y seáis mi amigo». Veis, entendemos
que el que recibe una injuria, no recibe vergüenza, sino que la recibe el injuriante,
porque en su mano estuvo el no hacerla, mientras que no estuvo en la del ofendido
guardarse de recibirla, ni está en la mano de hombre alguno el poderse librar de las
asechanzas del alevoso, ni preverlas, de manera que, para satisfacer a este engañado y
agraviado, no queda sino que reconozca y confiese el que le agravió, que le injurió
malamente, contra la razón y la verdad, y que está preparado para darle toda la
satisfacción. Dicho esto, no sé que buscan ni quieren los gentiles caballeros que viven
justificadamente, porque con éstos hablo y para éstos se dan los medios y
satisfacciones que he dicho, y no para los ignorantes y bestiales, que dicen que la honra
está fuera de la cristiandad, y ved qué honra puede haber sin cristiandad. Puede darse
otra forma de satisfacción en el caso de que le haya dado uno a otro de palos
malamente, con demasía o hallándole descuidado: «Señor Fulano, yo confieso que sin
haberos avisado, como debía por ley de caballero, os injurié sin que vos lo mereciérais,
que si me hubierais percibido y reconocido como enemigo, viéndoos como yo, me
hubierais podido ofender como yo os ofendí, y reconociendo qué gran enemigo de mi
honra fui al hacerlo, y el vil acto que realicé en vuestra persona, sabiendo que sois un
buen caballero, os ruego que me perdonéis». Tal satisfacción y confesión, le quita las
ganas de probar al ofendido y, cuanta más entera satisfacción del ofendido se pidiese,
que el ofensor se alargue más. Podríais añadir esto: «Yo os ruego que de esta
satisfacción quedéis contento, y si no lo estáis y os parece que, en vuestra opinión, no
es suficiente, me ofrezco a daros toda aquella que, por honrado caballero sería juzgada
como suficiente». Estas palabras que pueden satisfacer al ofendido, no ha de tener
dificultad en decirlas el ofensor, porque debe decirlas y dar al ofendido lo que le
corresponde, y si no las dijera, quedaría reputado de malvado y villano, pues
confirmaría el mal ánimo que tuvo para ofenderle. |
AL. |
¿De forma que si el injuriante llega al injuriado y, espontáneamente, delante de hombres
honrados, le dice lo que habría de decirle en el campo para satisfacción del injuriado,
pueden honradamente los dos hacer las paces? |
FR. |
Pueden cuando el injuriante da al injuriado todo lo que le toca y no más. |
AL. |
Bien decís que no debería darse más de lo que es razonable, porque tornar más
parecería venganza y no descargo, mas ¿qué decís de la costumbre que quiere que el
injuriante deba dar tal satisfacción que quede injuriado, de manera que el ofendido no
se contenta con la injusta satisfacción que le toca, sino que pide y quiere que se la den
tal que el injuriante quede cargado? De esta manera, nunca tendrán fin las pendencias si
siempre queda uno que pide. |
FR. |
Toda la culpa la tienen los intermediarios que no saben repartir los términos de la
satisfacción de manera que den a cada uno lo que por razón le toca. Y puesto que
queréis saber la manera de las satisfacciones que se dan a injurias de palabras, os diré
el parecer de algunos que han escrito sobre esto. Cuando uno ha puesto tacha en la
honra de otro, ha de confesar que aquello que ha dicho no es así, tal como con enojo
dijera. Después de esto, para su defensa también podrá decir que lo dijo porque creía
que así era, o porque otro se lo dijo, o que se lo dijo con enojo. Y si dice que lo dijo
porque creía que así era, que añada a esto que se engañó o que opinó
equivocadamente, y que reconoce que verdaderamente es de otra manera. Si dice que
se lo dijo otro, podría añadir que aquél que se lo dijo, no le dijo la verdad; si dice que
lo dijo con enojo, dirá que ahora que es dueño de sí, reconoce que es otro modo y que
está arrepentido y corrido por haberle injuriado sin razón. Así, tales palabras pueden
servir a muchas injurias declarándolas por sentencias contrarias: os dije que erais
traidor, confieso y reconozco que os tengo por leal y honrado caballero, digno de honra
y de fe. De esta manera, siempre que el ofendido vea que con las palabras que decís se
muestra la verdad en favor suyo, estará satisfecho. Y si alguno no quisiera repetir las
palabras injuriosas que ha dicho, revocándolas solamente por la manera en que las dice
con otras palabras de la misma fuerza, podría ser que el cargado se descargase. Y
cuando uno hubiese desmentido a otro sobre palabras verdaderas, también debe
revocar lo que ha dicho, diciendo así: «yo os he desmentido malamente y conozco que
esto es la verdad, y arrepentido de mi error os ruego que me perdonéis». Y si a alguno
le pareciere fuerte revocar lo dicho diciendo «yo os he desmentido malamente», puede
utilizar otros términos más honestos diciendo; «yo confieso que son verdaderas las
palabras que vos habéis dicho, sobre las cuales nació nuestra cuestión», y también
puede declarar la cosa que fue la causa de llegar a tales palabras y confesar que fue
verdadera. |
AL. |
Me habéis dado la vida al abrirme camino para no verme con Belmar y para que sepa
lo que tengo que hacer para mi satisfacción, pues el me convidó a ello. |
FR. |
En este caso hay otra manera de hacer las paces. Decir al que me desmintió: «Yo
tendría por bien saber por vos, señor Fulano, con qué intención y ánimo vinisteis a mí, o
que os movió a decirme aquellas palabras injuriosas por las cuales yo os desmentí. Os
ruego que me lo digáis». El otro responde: «por no encubrir la verdad, digo que yo las
dije con enojo, sin que me moviese ninguna otra causa para decirlas». Dirá el que le
desmintió: «ahora que comprendo que las palabras que me dijisteis las hizo decir el
enojo y no la razón, yo confieso que mi intención no fue desmentiros, sino en caso de
que me las hubierais dicho deliberadamente para injuriarme, y así, digo que os conozco
por hombre de verdad, que merece ser honrado, por lo que os ruego que olvidéis las
palabras de enojo que han pasado entre nosotros, y me tengáis por amigo».
Responderá el otro: «yo os tengo por persona honrada y amigo». Veis, con estas
maneras de satisfacción se pueden concertar mil casos semejantes que cada día
acontecen. |
AL. |
Tenéis la mayor razón del mundo, y pienso hacer, de esa manera, mucho beneficio a
muchos, y decís bien al decir que no ha de mirarse sino la intención. |
FR. |
Así es, que las palabras por sí mismas, no hacen bien ni mal, ni honran ni deshonran; ni
la intención ni el ánimo deliberado por sí mismo, sin las palabras, tampoco valen. Es
como si cargarais un arcabuz y echarais dos cargas de muy fina y excelente pólvora.
Sólo con ella, que sería la intención, por muy buena que sea, no mataréis a un hombre,
pero si a las dos cargas añadís una pelota, que es la mala palabra, ciertamente podréis
con ella matar a un hombre; y si cargáis el arcabuz con una pelota o dos, sin pólvora,
que son las palabras sin la mala intención, claro está que no podréis hacer con ellas mal
a nadie; y si con la pólvora ponéis un papel, que es la simple palabra con mala
intención, podréis matar a un hombre. Así son las injurias, que las palabras dichas con
dañada voluntad y ánimo deliberado, injurian y ofenden aunque sean blandas y
corteses. Así, si yo quisiera injuriaros, digo a otro: «Yo os digo que Altamirano es una
buena pieza, y que se le puede confiar el tesoro de Venecia, qué cuerpo de verdades,
es un santo, no sabe enturbiar el agua», y así, otras palabras simples y sin valor, mas
irónicas, dichas con dañada voluntad y cierto sonsonete, que injurian mucho. Hay otras
palabras feas, sucias y descorteses que, no solamente no injurian, sino loan. Hablamos
de un hombre conocido y, tenido por persona pacífica, modesta, honesta, devota y
virtuosa, yo que quiero loarle más que vos al decir esas palabras, digo: «a ése de quien
me habláis le encuentro cada noche capeando por esos cantones y salteando por esos
caminos. Todo cuanto tiene procede de la usura. No le oiréis sino difamar vidas de
buenos. No os fiéis de él que es un desuella caras y jamás le oiréis decir una verdad».
Mirad que palabras tan injuriosas, mas como las digo con ánimo noble y con sonsonete,
demuestro que han de entenderse al contrario y, no solamente no injurio con ellas, sino
que le loo mucho. Yendo un príncipe por un camino, le ven pasar unos escardadores o
vendimiadores, le preguntan dónde va y le dicen: «mirad cuántos lleva detrás suyo, a la
sombra de sus cuernos». «Él va a holgarse, pero su mujer se queda con el cura». Y así
le dicen mil pullas, y feísimas y sucias palabras, pero como las dicen con ánimo sincero,
por juego y burla, antes deleitan que enojan, así que no han de mirarse las palabras que
aquél me dijo, sino el ánimo con que me las dijo. También suele pasar que uno se queja
de otro porque ha hablado mal en su ausencia, y el otro lo niega y afirma que nunca lo
ha dicho. Algunos piensan que este desdecirse y negar es suficiente satisfacción; otros,
no contentos con esto, quieren que diga: «yo no lo he dicho, y si lo hubiera dicho,
habría dicho falsedad y hecho cosas que no debía». Yo tendría esta satisfacción por
buena y bastante. Después de esto digo que, si yo hubiese dicho mal de otro y
llegáramos a las pruebas, por nada dejaría de decir la verdad y de darle satisfacción,
porque el caballero, como os dije antes de comer, no debe encubrir la verdad y, así, no
haría mal en decir: «siempre tuve intención de no injuriar a nadie, si acaso yo he hablado
mal de vos, reconozco que os he ofendido y hecho lo que no debía, porque estuvo mal
dicho, y confieso haber hecho mal en decirlo y os pido perdón por ello». Dicen los
duelistas de Italia que, en todas las cosas donde ha habido ofensa, conviene pedir
perdón, y que todo caballero debe guardarse de decir, en ausencia de otro, palabras en
perjuicio suyo que no sean verdaderas, y tampoco ha de decir la verdad con intención
de ofender. |
AL. |
Gran tacha es la del caballero mentiroso, y es malo que muchos se precien de serio y
por acertar con un donaire, deshonren a un hombre, y a veces, a muchos. Y para decir
un buen dicho, no les da vergüenza mentir a veces en perjuicio suyo y ajeno, sin mirar
los daños que nacen de las mentiras y los desmentidos, pues muchos tienen por cierto
que por un desmentido se debe matar a un hombre y retarle al combate. |
FR. |
Los ignorantes, vanos, vanagloriosos, desalmados, sin conciencia, sin caridad,
inhumanos, desapegados del prójimo, confiados en sí mismos, desvergonzados para
con las leyes, atrevidos a Dios, temerarios al mundo, tales monstruos, por eso y por
menos que eso, hacen lo que decís. ¿Qué pena pensáis que mereció aquel que quemó
el templo de Diana, o qué pena merecería el que quemase la iglesia de San Pedro de
Roma, el Alcázar de Toledo, la Alhambra de Granada, la Aljafería o el templo de esta
ciudad? |
AL. |
Más de la que podría inventar el que inventó el toro de metal para atormentar a los
hombres. |
FR. |
¿Pues no os parece que el edificio más suntuoso y delicado, y de más primor y artificio
del mundo es el templo de Dios, y, así llaman al cuerpo del hombre? |
AL. |
Sí. |
FR. |
Pues entonces, mayor delito comete el que lo deshace que el que derribó el Coloso de
Rodas o quemó el templo de Diana. |
AL. |
Es verdad, pero se nos puede decir que consideremos cuánto se estima hoy la honra
que, por conservarla, se expone el hombre a merecer tanta pena. |
FR. |
Culpa tiene quien merece pena, y aunque no tuviesen las honras de los hombres otra
reparación sino este homicidio, deben huir de él, cuánto más porque es cosa fuera de
razón y mal entendida que por un desmentido corra a las armas un caballero. |
AL. |
Mucho haríais si me probárais que el caballero desmentido no está obligado luego a
correr a las armas, que es tino de los escrúpulos que yo tengo, porque veo a los
modernos avergonzarse de tomar satisfacción si no es por la espada. |
FR. |
Es una barbaridad no entender que en la prueba de las armas no hay certeza, porque es
dudosa, y que el duelo sólo prueba quién ha tenido mejor fortuna, y la prueba civil es
cierta, porque es juzgada con razón, ¿No se sabe quién es más honrado, si aquél que
prueba su honra con cierta probanza o el que cree haberla satisfecho de manera incierta
y dudosa? Aunque no hubiera en estas probanzas otra razón más que la batalla es
prueba de fuerza y la civil prueba de razón, bastaría para que un desmentido no corriera
a las armas, porque está clara la diferencia que va de lo cierto a lo incierto y de la razón
a la fuerza. Porque la razón, ya os lo he dicho, es virtud propia del hombre y la fuerza lo
es de los brutos animales, así que cuando el hombre deja la prueba que los hombres
deben hacer y toma la de los brutos, no puede salir de ello nada que no sea bestial. Y si
los caballeros quisieran considerar esto, verían que tanta deshonra es utilizar las armas
injustamente y sin razón, como honra es ejercitarlas noblemente. Deberían, pues,
aquellos que legítimamente fueron desmentidos, procurar buscar la verdad por la vía de
la razón y no de la fuerza, y encaminarse por aquélla y no tomar el camino de las armas
sino en caso de gran necesidad; y, los que, sin razón, fueran desmentidos, con más
facilidad hallarán sus descargos porque la justicia les ayudará. |
AL. |
Así tendría que ser. Lo que yo nunca pude entender, ni encontré quién me lo aclarase,
son las diferencias entre los desmentidos, y quién desmiente con razón y quién sin ella,
cuáles son las ligeras y cuáles las graves, y el valor de cada una. |
FR. |
No deseáis saber poco, ni hará poco el que os dé la verdadera relación de la barbarie y
confusión a la que aludís. Sabed que hay muchas diferencias entre los desmentidos:
unos son generales, otros especiales, otros condicionales, otros ciertos y no legítimos,
otros ciertos y legítimos, que son los que valen, y otros disparatados. Los generales son
de dos clases, uno respecto de la persona y gene- otro respecto de la injuria. Los rales
desmentidos respecto de la persona son aquellos en que no se nombra a aquél a quien
se desmiente, como por ejemplo: «Quien haya dicho de mí que yo desamparé la batería
de San Quintín, ha mentido». Esta clase de desmentido se podría disimular por ley de
caballería, pero sólo cuando se diese de uno en uno. Pero si se da en presencia de
quien oyó decir tales palabras, debe el que las dijo responder y mantener lo que dijo si
dijo verdad, y si no, confesar la verdad y devolver a aquél su buena fama. El
desmentido general respecto de la injuria es, al contrario que el anterior, de esta
manera: «Luis, vos habéis hablado mal de mí y en perjuicio de mi honra, por lo que yo
digo que habéis mentido». Ved aquí cómo se nombra a la persona y se la desmiente
por cosas no sabidas ni declaradas encubriendo la injuria de un modo general. Porque
de muchas maneras se puede hablar mal de otro, por tanto, es necesario declarar muy
bien la cosa por la cual uno cree haber sido ofendido, para que el otro pueda decidir
dar sus pruebas por vía civil, de las armas, o dar descargo y satisfacción bastantes sin
llegar a luchar, y por estas razones, tales desmentidos no son legítimos, sino confusos y
errados, y así, cumple al que desmintió escribir su cartel particularmente, declarando la
causa que le ha movido a escribir. Y además de que esta manera de desmentir no es
legítima, se corre el peligro de confundirla con otra de más valor, por la que vendría a
ser el primero que desmintió, cargado y actor. La conclusión es ésta: Silvestre ha
sabido que Rodrigo ha dicho que él es un ladrón, y sobre estas palabras determina
escribirle. Le dice: «Rodrigo, vos habéis hablado mal de mí en mi ausencia, por lo que
os digo que habéis mentido». Rodrigo sabe algunos delitos y males de Silvestre, que
podría decir delante de los testigos que él trajese: «Silvestre, yo confieso haber dicho
males de vos que, entre los que habéis hecho, son estos y estos», declarándolos delante
de aquellos testigos, sin hacer mención del latrocinio, que es del que Silvestre se quiere
sentir, y que no nombró. Tras estas palabras, Rodrigo responde: «Digo que mentís al
decir que yo, diciendo males de vos, he mentido». Ved lo que es hablar en general, que
aunque Silvestre volviera a escribir o dijera a Rodrigo que ha mentido al decir que es un
ladrón, no por eso tendría valor su desmentido para poder quedar como reo por
injuriarle, ni tampoco podría rechazar el desmentido que le dio Rodrigo. Y tras esto,
cuando se supiera que el desmentido primero que dio a Rodrigo no fue cierto, se
presumirá que el segundo tampoco lo fue, porque quien una vez peca maliciosamente
en una cosa, es de suponer que volverá a hacerlo, y estando la razón contra Silvestre,
vendrá a ser reo y actor, es decir, injuriado y obligado a probar lo que ha dicho, y
perdería grandes preeminencias y ventajas, todo por efecto del primer desmentido sin
valor que, en general, hizo de los males que Rodrigo dijo de él, sin declarar a cuál de
aquellos males se refería. Y así, abrirá también la puerta para que Rodrigo le pruebe
tales males y delitos, que le inhabilitarían para poder entrar en el campo del honor si
quisiera probárselo por las armas. Por todo ello, por el poco valor que tiene un
desmentido general, el que es reo se convierte en actor y se ve obligado a probar,
perdiendo la elección de las armas si con ellas quiere probarlo. Los caballeros |
AL. |
Puesto que los desmentidos generales tienen poco valor y creo que no obligan, sino que
más bien son peligrosos para quien los da, habládme de las otras, aunque para
entenderlas mejor querría que me informárais quién es el reo y quién el actor, y quienes
son estas dos personas de las que he oído hablar muchas veces y que no entiendo bien. |
FR. |
Me alegro de que me lo preguntéis, porque sin entender esa diferencia, mal podríais
entender las demás cosas que sobre el duelo os dijera. Pero antes de informaros de
nada, entended qué es la injuria y el cargo. Injuria es la ofensa de obras o injuria
palabras que se hace sin razón o con demasía; el cargo es la obligación que uno echa
sobre otro de probar su verdad, como hacer un desmentido, que obliga al que lo
recibe, so pena de quedar deshonrado, a probar que es verdad. La injuria ofende y
agravia; el cargo, obliga, por lo que cualquier caballero querrá ser ofendido antes que
cargado. Porque, al no ser la ofensa otra cosa sino sinrazón, un agravio que deshonra a
quien la hace y no obliga al que la recibe, es de ánimos magnánimos perdonarla y pasar
por ella doliéndose de aquél que se quiso deshonrar agraviando, y perdonar estas
insolencias es cosa muy loada y de nobles y fuertes ánimos, que saben y pueden
refrenar su ira y no devolver mal por mal. Sin embargo, el cargo obliga al buen
caballero que sigue la verdadera honra militar a sentirlo y a buscar con gran diligencia y
valor su descargo, y no con cuadrillas y asechanzas, y voluntad de vengarse con sangre,
o por soberbia, arrogancia o vanagloria, sino sólo por mostrar su verdad y que conozca
el mundo su valor y fortaleza de ánimo, que sería el conformar de la honra con la
conciencia y no tomar más de lo que le toca, porque en lugar de descargarse, perdería
su honra. |
AL. |
¿No decís que nadie puede quitar a otro su honra? |
FR. |
Sí. |
AL. |
¿Si yo cargo a uno y le doy más satisfacción de la que le corresponde, le deshonro? |
FR. |
Si él no la toma aunque se la ofrezcáis, no le deshonraréis, y no hay nadie que quiera
deshonrarse a sí mismo por deshonrar u honrar a otro, y si vos no tomáis más de lo que
os corresponde, tened por cierto que aquél no os dará de lo suyo. ¿Veis lo que yo
digo, que nadie puede quitar la honra a otro? Sólo puede quitarla uno a si mismo
apartando de sí la virtud y usando el vicio, y el que toma más satisfacción de la que
debe, se deshonra a sí mismo porque aparta de sí la virtud haciendo lo que no debe, y
se trata a sí mismo viciosamente por la villanía y maldad que usa en deshonrar a un
hombre espontáneamente. |
AL. |
Para descargo de un cargado, ¿qué satisfacción debe darle el que le cargó? |
FR. |
Hay muchas maneras de darla según las calidades de las personas: entre soldados
privados u otras personas privadas se dicen más palabras y más largas; y entre
caballeros se dicen palabras graves, llanas y comedidas, porque la mayor parte del
cargo lo descarga un caballero presentándose ante quien malamente trató para darle
legítima satisfacción y, por eso, las palabras no deben ser feas ni escandalosas para el
que las dice, sino llanas y corteses, que sólo muestren la sinrazón que el que las dice ha
hecho al que las recibe, y muestren humildad y arrepentimiento del que las dice. Esto es
lo que debe hacer cualquier caballero que haya cargado a otro, porque es un noble
acto devolver a aquél lo suyo y, por parte de éste, no tomar más que lo que le toca.
Existen, por otro lado, sólo dos clases de injurias, y de estas dos cepas salen ramos y
fruta con que el infierno se adorna y aumenta: son las palabras y las obras; el injuriante
de palabras es actor, y en la injuria de obras, es actor el injuriado. |
AL. |
Esto es confuso para mí. |
FR. |
Las palabras tienen esto. Dice el coronel que ha rendido a Triunvila que Juan Gaetán se
comportó flojamente durante su defensa, y que por su culpa se perdió la villa. Juan
Gaetán le responde que miente. Ved cómo queda desmentido el coronel que había
injuriado a Juan Gaetán, y obligado a probar lo que dijo de él, esto es, a ser actor. La
injuria de obras es ésta. Don Pedro de Herrera dio de palos a Espejo y a éste le
convino decir cómo don Pedro le había injuriado malamente y como traidor. Don
Pedro le respondió que mentía, de manera que Espejo, injuriado y cargado, quedó
actor, obligado a probar cómo don Pedro le dio malamente de palos, y como traidor.
También son frecuentes otras clases de diferencias por las que el reo se convierte en
actor obligado a probar, perdedor de las preeminencias que tiene. |
AL. |
Ahora entiendo esto menos que al principio. |
FR. |
Llegó un gentilhombre ante el virrey de Nápoles y le dijo que el alcaide de Beste había
entregado el castillo a los turcos cuando hubiera podido defenderlo. Enterado de esto el
alcalde, respondió que mentía y así quedó obligado a probar cómo el alcaide, estando
en disposición de defender el castillo dos días por lo menos, durante los cuales podrían
llegar socorros, lo rindió a los turcos. Y si el alcalde, cuando le respondió que mentía,
hubiera pasado más adelante diciendo: «y yo os lo haré conocer», hubiera quedado
actor habiendo sido reo, por el desmentido, y hubiera tenido que probar cómo el otro
mentía. |
AL. |
Si me habláis de esa manera, os entenderé, que no es menester sino decir que, de
cualquier manera que uno quede obligado a provocar a otro a la batalla, es actor. Y sin
hacerme el bachiller, huélgome de saber ese puntillo, para que de aquí en adelante nadie
me tome en falso latín, y si desmiento a otro, no diré nada además del mentís para no
convertirme en actor y perder la elección de las armas. |
FR. |
Me gusta ver cómo voy haciendo fruto en vos. |
AL. |
Gracias a mi inteligencia y no a vuestro romance aragonés, retórico y grosero. |
FR. |
Pues os hago saber que no me habéis entendido bien, y aunque haga alguna digresión
en los desmentidos, quiero acabar de aclararos esta cuestión que es la materia más
delicada que tratamos. Y veréis cómo hay causas en las que el reo se convierte en actor
y el actor en reo, como empecé a explicaros, y oiréis sobre dos clases de injurias de las
que mucho se trata y que son muy mal entendidas, una es la injuria vuelta y la otra, la
injuria revuelta. |
AL. |
Me haréis dar tales vueltas y revueltas con el seso, que llegaré a perderlo. |
FR. |
La injuria vuelta es cuando yo le digo a otro una palabra injuriosa, y el otro me la repite
como respuesta, por ejemplo: «Vos sois un adúltero», y él me responde: «el adúltero lo
seréis vos». Veis, en este caso, me devolvéis la injuria. La revuelta es que yo os digo
una injuria y vos me la volvéis a decir con otra u otras, por ejemplo: «Yo digo que vos
sois un ladrón», y vos respondeis: «Vos sois el ladrón, y además, traidor». Ahora,
decidme, ¿cuál de los dos es el actor? |
AL. |
Yo diré cuál es el necio salvando mi honor. |
FR. |
Decid. |
AL. |
Yo, que revolví la injuria porque, viéndome injuriar, me contenté de quedar en igualdad
con vos, o un poco más aventajado. |
FR. |
¿Pues qué habíais de hacer? |
AL. |
Desmentiros al oírme llamar ladrón, y no contentarme con volver a deciros poco más
de lo que me dijisteis, y así haría dos cosas: os haría actor y os mostraría que no soy
amigo de muchas palabras. |
FR. |
Ya lo vais entendiendo mejor. |
AL. |
Cuando entre dos ocurren tales injurias revueltas, ¿cómo se han de entender? |
FR. |
Cuando uno me dijera «vos sois un falsario», y yo le respondiese «el falsario sois vos»,
y las palabras no pasasen más adelante, en tal caso no habría actor porque ninguno
estaría obligado a probar, y aunque el otro volviera a replicar «yo no soy un falsario,
pero vos lo sois», tal réplica no tiene fuerza, pues con ella no hay nueva injuria. Pero si
yo, en lugar de devolverle la injuria, le dijera que miente al decir que soy un falsario,
aquél quedaría actor, obligado a la prueba, y yo quedaría descargado con el
desmentido, tras de lo cual, le retaría de falsario y, de esta manera, se revolvería la
injuria que me hizo y él quedaría injuriado y actor. Y si replicase y dijese que yo miento
y que yo soy el falsario, no se descargaría más por esto, solamente habría respondido al
reto de falsario que yo le puse tras el desmentido. Y por haberle desmentido yo
legítimamente y antes que él a mí, su desmentido no le haría quedar reo, sino que
tendría la obligación de probar lo que dijo de mí. Pero si, habiéndome él llamado
falsario, yo no le respondiera más que «falsario sois vos», y él me dijera a esto
«mentís», yo quedaría actor, obligado a probar cómo aquel era falsario, ya que no se
detuvo en la primera injuria, sino que respondió a la que yo le dije y, así, no podré
hacerle actor habiéndolo podido hacer con desmentirle en lugar de llamarle falsario.
Porque devolver la injuria es más una manera de injuriar que de rechazar, porque el
rechazo está en la negación. Si la negación es simple y no tiene fuerza para desmentir,
no carga, pero si al «falsario sois vos» se le responde con un «mentís», es legítima
repulsa, lo que no es la injuria revuelta, que no tiene fuerza más que para injuriar a aquél
de la manera en que él me injurió a mí. Pero con la repulsa, no le devuelvo la injuria que
me ha hecho, sino que me libro de la injuria que me hizo, y le obligo a la prueba y, de
esta manera, le hago actor. |
AL. |
Yo os digo que el legítimo desmentido es una gran reparación de la honra. |
FR. |
Hay más. Uno me dice: «sois un bellaco» y yo le respondo: «mentís». Esta injuria no se
ha de llamar vuelta, sino rechazada. Si digo a otro: «vos sois un confeso», y me
responde: «mentís», y le replico: «vos sois el que miente, porque sois confeso», a esta
injuria se la llama revuelta y rechazada. Pero yo quedaré actor, puesto que le contesté
el último, y no legítimamente, porque aquél me desmintió legítimamente el primero, sin
darme después nueva causa para que, por ella, legítimamente le desmintiese. |
AL. |
De manera que, en injurias de palabras, no el injuriado, sino el injuriante, es actor y está
obligado a probar su dicho por la vía que le pareciere. |
FR. |
Así es. Existe la opinión de que, si uno me dice: «vos sois usurero», bastaría con
responderle: «el usurero sois vos, ladrón, cornudo y otras injurias semejantes». |
AL. |
¡Oh! Y si el otro os desmiente, ¿cómo quedáis? ¿No es mejor responderle con un
desmentido que no convertirse en actor pudiendo ser reo? |
FR. |
Desde luego entendéis ya la diferencia entre actor y reo, y no habiendo más que
aclararos, volvamos a los desmentidos. Los desmentidos especiales son los que se dan
a hombres especiales. Por ejemplo, Carvajal, quejándose de Aguilera, le dice:
«Aguilera, vos habéis dicho que el día de la batalla del río Albis, pasando el estandarte
de mi compañía con los siete que pasaron el río con el Duque de Alba, yo me quedé de
este lado en mi tienda, y yo digo que mentís». Este desmentido es cierto, pero Carvajal,
antes de decir o escribir esto, quiso tener pruebas de que Aguilera había dicho estas
palabras, porque si no tuviera bastantes pruebas, Aguilera hubiera podido responderle
que era él el que mentía porque nunca había dicho tales palabras, y en ese caso,
Carvajal se hubiera convertido en actor, obligado a probar, no que hubiera dejado su
estandarte el día de la batalla, sino cómo Aguilera le injurió. Y si Aguilera, no
pudiéndolo negar, confesara haber dicho las palabras por las que Carvajal le retó,
como cargado se convertiría en actor, obligado a probar cómo Carvajal dejo el
estandarte. Y si Aguilera negara tales palabras, habiendo probado Carvajal que las
había dicho, queriendo llevar adelante su porfía y tema, y probar por las armas cómo
Carvajal se quedó el día de la batalla holgando en las tiendas, no habrían de darle
campo. Porque negando las palabras que dijo, venía a desdecirse y a dar presunción de
que, así como mintió en la negación, también mentiría en la causa y en la querella, y
donde se conoce que hay falsedad, no ha de darse campo. Todas estas cosas deberían
mirarlas bien los caballeros que dan campo (aunque no darlo, sería mejor), y examinar
con gran prudencia la querella, y ver si es legítima y justa la petición y otras
circunstancias de justicia. Que si ellos quisieran considerarlas bien, no darían campo
sólo por el ruego de personas a quien, según ellos, no se lo pueden negar. Y ya que los
campos se dan hoy tan inconsideradamente, los caballeros debían mirar bien cuánto les
va en no entrar en tan inicuo juicio; y apartarse de dar motivos para que los lleven o
para llevar ellos a otros a un trance tan horrendo y a un combate tan bestial; y procurar,
como buenos caballeros, mantener la gentileza de la caballería y la verdadera honra del
caballero, que consiste solamente en seguir lo honesto y honrar a todos y no
menospreciar a ninguno, y en tomar empresas justas y combatir sin ambición ni
vanagloria querellas justificadas y católicas y rehusar las injustas, y con todos los modos
buenos que pudieren, arreglar sus pendencias sin llegar a las armas. Porque el caballero
que ofende a otro, y quiere con orgullo y soberbia mantener la fealdad que ha usado
con aquél, ya no es buen caballero, y ninguno debe combatir con él como con tal. Y el
que saca a otro al campo, por no saber satisfacerse por otra vía, muestra poco discurso
de razón y gran grosería de entendimiento. |
AL. |
Hace tanto tiempo que se ordenaron y establecieron los capítulos del orden de
caballería, que hoy casi nadie se acuerda de ellos ni sabe lo que hay que hacer para
guardarlos bien. |
FR. |
El desmentido condicional es éste: dice el capitán Juan Vázquez de Avilés al capitán
Francisco Hurtado: «si vos habéis dicho en Roma que yo vendí malamente el fuerte de
Ostia a los del Papa, habéis mentido. Y, habiendo dicho también que engañé a los
soldados para que abandonaran la plaza sin pelear, habéis mentido, mentís y mentiréis
cuantas veces lo dijerais». Este es el modo condicional de desmentir y trae confusión y
disputa, por lo que tiene poco valor mientras no se hallen pruebas, qué palabras dijo el
capitán Francisco Hurtado, y mientras tanto, pasa gran tiempo y se dicen muchas
palabras. Y, además, suelen ser peligrosas estos desmentidos condicionales porque, al
que desmiente, puede mudársele la querella y hacerse actor de esta manera: «Quien
diga que yo he dicho en Roma que vos rendisteis el fuerte de Ostia a la gente del Papa
y engañasteis a los soldados para que, sin pelear, desamparasen la plaza, miente, y si
vos decís que yo he dicho tales palabras, mentís». Aquí es donde Juan Vázquez se
convierte en actor, obligado a la prueba, y son términos tan largos que, trabándose el
desmentido de uno con el de otro, la pendencia dura mucho y hay que estar sobre aviso
en las respuestas, y más cuando la querella aún no está bien formada ni declarado quién
es el actor o el reo. Los caballeros deben huir de estas disputas, procurando averiguar
sus diferencias y no andar mil años averiguando palabras y buscando puntillos para no
llegar a la prueba de las armas. |
AL. |
Me dais la vida al ver que aún tenéis humillos de soldado, ya que aconsejáis a los
caballeros que dejen las palabras y averigüen rápidamente sus pendencias. |
FR. |
Estos humillos y presunción querría yo ver en todos los soldados, de modo que no
anduviesen en niñerías y feas razones, poniendo, a cada pique, la mano en la espada,
pasando la vida en escribir carteles llenos de palabras feas; y que se mueven por justas
querellas, que si justa la toman, muy presto la concluirán, porque les ayudará la razón y
la justicia. Los desmentidos ciertos y no legítimos son aquellos que se dan sobre
palabras que, se afirma, otros han dicho, como si Blas dijera a Serrano: «Serrano, vos
habéis hablado mucho contra mi honra, por lo que mentisteis». Ved cómo este
desmentido es cierto, pero no legítimo, porque Blas no dice «me han dicho» ni «si vos
lo habéis dicho» o «si vos lo decís», ni «he oído decir», sino que afirma «vos habéis
hablado mucho contra mi honra», de manera que, por afirmar Blas que Serrano ha
hablado mal de él, el desmentido es cierto, pero no legítimo sino general, por no haber
declarado Blas la cosa o el mal, o la causa por la que desmintió a Serrano, y por esto
no tiene valor, que sólo los legítimos lo tienen y son verdaderas repulsas. Para que sean
legítimos, conviene declarar la causa y sobre qué se entiende que desmienten. Estos que
declaran la causa y se dan sobre palabras sabidas, son las que hacen actor al
desmentido, y le obligan a requerir cuando no puede negar haber dicho aquellas
palabras por las que ha sido desmentido. Por ejemplo, dice don Alonso de Arellano:
«Saavedra, vos habéis dicho a don Jerónimo, nuestro capitán, que en el fuerte que él
hizo sobre Parma, no hice lo que debe hacer un buen soldado y caballero»; a esto
responde «mentís» y le mata. Éste es un desmentido cierto y legítimo, porque declara
don Alonso las palabras, la causa y el lugar para que Saavedra se desmienta. Ved
cuántas trampas tiende el demonio entre nosotros. Por eso, el prudente que caiga en
ellas, que las destruya con la razón, que si procura salir de ellas de otra manera, más se
liará. |
AL. |
Quedo satisfecho de estos desmentidos, y espantado de ver con cuanta ignorancia los
tratamos. |
FR. |
Aunque todos estos puntillos o puntales sobre los que los hombres de poco discurso
asientan sus honras sean disparates y juegos de nuestro enemigo, quiero hablaros de
otra suerte de desmentidos, los disparates, aunque también, en su género, son dañosos,
aunque no puedan dañar más que a aquellos que los dan, que son unos hombres que
tienen mucho de bestias. Entre algunos ignorantes que andan en Italia presumiendo de
útiles, cuando alguno se enoja con otro, antes de que hable, le dice: «si vos decís que
yo no soy tan hombre de bien como vos, mentís». El Mucio dice que esto es mudar el
orden natural porque, no siendo el desmentido otra cosa más que la respuesta a la
mentira, si se da antes de tiempo, viene a responder a lo que nunca se preguntó y,
además, carece de valor por ser condicional. Otros son tan avisados que, oyendo que
uno ha hablado mal de él, suele decir: «si vos decís que soy tal cosa, mentís». Fijaos
qué simplísima forma de hablar, como si dijera: «mirad si queréis afirmar lo que habéis
dicho porque, si lo afirmáis, me valdrá haberos desmentido» y, no respondiendo aquél
ni mostrado sentimiento, no le carga ni le obliga a probar. Qué me decís de uno que
sale a otro y le dice: «Si vos queréis decir que yo no soy tan bueno como vos, mentís».
Ved si entraña necedad porque, no solamente responde antes que el otro le hable, sino
que le desmiente la voluntad, como si por pensar en decir alguna cosa no verdadera,
por haberla pensado, mintiera sin haberla dicho, sabiendo que la voluntad
indeterminada está, ya en una deliberación, ya en otra. Pero aún os diré un desmentido
más desconcertante que el anterior: viene Silvero y dice: «Moreno, si vos habéis
hablado mal de mí, mentisteis, y si negáis haberlo dicho, mentís». Éste es un disparate
maravilloso, porque si yo he hablado mal de vos, o podéis probarlo o no podéis. Si lo
podéis probar, a vos os conviene decirme cómo he dicho yo que sois alevoso, y probar
cómo lo he dicho, y desmentirme sobre la expresa y particular injuria. Y si no podéis
probar que yo he dicho que sois alevoso, y queréis andar sobre ello en diferencias, os
conviene retarme a vos sobre que yo he hablado mal de vos, y me toca a mi
responderos, no a vos. Porque no es conveniente que, retándome vos, en lugar de mi
respuesta queráis meter palabras para que no pueda responderos, y queráis ser reo
haciendo oficio de actor. Este desmentido tan desordenado, tiene tan poco valor que se
responde diciendo Moreno a Silvestre: «mentís en decir que, si niego haber hablado mal
de vos, he mentido». |
AL. |
Buena es ésa. |
FR. |
Oíd otra mejor. Va uno por la calle y se encuentra a su enemigo, y en viéndole, le dice:
«Echad mano, que yo os mostraré que sois un hombre muy ruin y sin verdad»,
queriendo decir, si vos ponéis mano a la espada, yo os probaré esto, y si no, no pruebo
nada. El otro no mete mano, y así el desmentido viene a nada. |
AL. |
¡Oh, qué gentil floreo! |
FR. |
Existen otros desmentidos como preguntas. Dice León: «¿No habéis dicho vos que yo
sé ejercitar mejor la azada que la espada? Y decid ¿no fuisteis el domingo a la boda de
Elvira y el sábado por la noche no disteis una alborada a Teresa?». León, que presume
de práctico, responde «mentís». De esta clase de disparates se dicen cada día tantos,
que no pueden contarse, pero oíd otro: un soldado que yo conozco perdió una bolsa, y
como no la hallaba, se volvió muy enojado a sus amigos que allí estaban y les dijo «el
que haya tomado mi bolsa, miente». |
AL. |
En mi vida oí mejor cosa. |
FR. |
Ahora oiréis otra no menos graciosa. Estaba jugando uno a los dados y perdiendo, y
supo que algunos de los que estaban mirando el juego se alegraba de su pérdida.
Enojado por esto, queriendo injuriar a alguno de ellos, levantó la cabeza muy furioso y
dijo: «Quienquiera que desee que yo pierda, miente». Ved lo que pasa en el mundo,
que algunos no se contentan con desmentir las palabras y quieren, también, injuriar la
voluntad y el deseo. Esta clase de desmentidos son para reírse y burlarse de quien los
da, más que para hacer caso de ellos, porque ningún valor tienen. |
AL. |
Ya que me habéis dado a entender todas las maneras que hay para desmentir, decidme
el mejor modo para responder a las injurias. |
FR. |
Las injurias presencialmente hechas, deben responderse presencialmente; las que se
hacen de lejos, se pueden responder; y las que se hacen por escrito, por escrito deben
responderse, que me parece que no es legítimo desmentido el que se da con más o
menos ventaja con que se dio la injuria. Porque si me injuriaron en presencia, sin
respeto alguno, en presencia me conviene responder, a menos que el que me injurió no
estuviera en lugar en que me llevara ventaja y si yo le respondiese, él pudiese hacer de
mía a su voluntad. Cosa justa y honrada para el caballero es hacer sus cosas
honradamente y según la ley. Y así, si uno me injuria por escrito, aunque sea lícito
responderle por escrito, mejor sería responderle en presencia, porque hago un acto
más noble. |
AL. |
Así me parece, y puesto que habéis dicho que a la injuria dada con ventaja, es lícito
responder con ventaja, deseo entender de qué manera se ha de comportar uno cuando
otro le injuria en lugares preeminentes o en presencia de príncipes, y si es lícito
responder delante de ellos. |
FR. |
A mi parecer, donde quiera que un caballero fuera injuriado. Si, como he dicho, el
injuriante no tiene gran ventaja, ha de responder delante de ellos y del príncipe delante
de quienes se hace, pues si él consiente que se haga en su presencia, también debe
consentir que yo me defienda delante de aquel que me ha ultrajado. Verdades que al
príncipe se le debe acatamiento, y por respeto a él debe responderse lo más honesto y
comedido que se pueda, y en términos de buena crianza. Y el príncipe no debe
enojarse conmigo, que satisfago mi injuria, sino con el que me injurió porque el príncipe
también queda injuriado. Y cuando pasasen tales insolencias en su presencia, ha de
sufrir con mas paciencia el descargo que el cargo. Pero, como muchas veces os he
dicho, todo buen caballero ha de procurar con todas sus fuerzas no injuriar a otro, ya
que es muy fácil de hacer y difícil de deshacer, y de esta manera, ni menospreciarán a
los príncipes, ni ganarán fama de maliciosos y mal acondicionados, y se olvidará la
infernal costumbre del duelo. |
AL. |
De manera que querríais que los caballeros fueran teatinos. De esta manera dejarían las
espadas, pues no sería lícito que las utilizaran. |
FR. |
¿Pensáis que los caballeros no tienen obligación de ejercitar las armas y mostrar en el
campo el valor de sus personas? Sabed que no me parece bien el caballero ocioso y
descuidado en las cosas que al buen caballero convienen, sino el que se precia de su
oficio, que es ser honrado y justo en sus cosas, y el que tiene el pundonor y moderación
que debe y se ejercita en las armas y el caballo para que, cuando le fuere menester
combatir, sepa pelear. Y no sea como aquellos que en su vida llevaron armas a cuestas,
ni corrieron lanza, ni hicieron mal a caballo, ni saben otra cosa que sentarse a murmurar
de unos y otros, a jugar y a glotonear. |
AL. |
Así que está bien que el caballero se precie de la destreza de las armas, pero ¿cómo
decís que le conviene procurar no pelear? |
FR. |
Entended que las peleas que el caballero debe excusar son las vanas, apasionadas y
crueles, y aquellas que se hacen, no por mantener la verdad y la Justicia, sino por odio
y deseo de venganza, o por alguna otra particular pasión. Muchas veces acontece que,
aunque el caballero que con dañada voluntad entra en campo, tenga de su parte todas
las razones del mundo, pierde en él la honra y la vida, porque Dios, que sabe y ve los
rincones de nuestras entrañas y los secretos de nuestros corazones, castiga por los
malos pensamientos reservando el castigo para cuando su juicio sabe que es el tiempo
oportuno, que un hombre no debe tener la presunción de castigar a otro por la
confianza en sí mismo, que el poderoso no será librado en la grandeza de sus fuerzas.
Así que, el buen caballero, en el juicio de las armas ha de presentarse como un
instrumento de Dios, con el que la Divina Majestad ejecutará su sentencia y mostrará su
Juicio justo; y no salir al campo ni sacar a otro por vengarse de una injuria o por
vanagloria, sino por mostrar la justicia y castigar con ella al malhechor, y por amor y
celo de la virtud y la gentileza de caballería, y por el bien y la utilidad de la Iglesia, del
rey y de la patria. Éstas son las batallas legítimas que el caballero debe hacer, y también
por defender a las doncellas, viudas, personas indefensas y casas de religión, y esto con
orden de su rey o magistrado, y no por su propia autoridad, que de otra manera no
podría combatir lícitamente, antes bien, sería gran presunción castigar a alguno no
teniendo jurisdicción sobre él. Y el caballero que fuere muy inclinado a las armas y
guerras, hallará justas en las que podrá mostrar su esfuerzo sin andar injuriando ni
desafiando al pariente o al que le fue amigo o no enemigo, sin poner su alma y vida en
poder del inicuo juicio del duelo. Y si, en campo cerrado, quisiera mostrar al mundo
habilidad en las armas y destreza en la persona, puede hacerlo largamente en ejercicios
honestos y nobles, como justas, torneos, juegos de cañas y otros pasos y hechos de
armas, mucho mejor que en el duelo, sacando armas a su ventaja para matar al que
villanamente y como mal caballero injurió; y no reñir a cada paso por una niñería,
jugándose su hacienda o malgastándola en glotonear, murmurando de las vidas de
otros, no teniendo en cuenta las honras ajenas ni la religión. Y, ya que los caballeros
son, más que otra gente, el dechado del mundo, deberían ser religiosos, honestos,
modestos y corteses, que de la cortesía nacen otras cien gentilezas, y es virtud propia y
natural del caballero. |
AL. |
Me alegro de oír que podré usar la espada sin cargo de conciencia, y ya que me habéis
puesto casos de honra, deseo entenderlo. Si yo doy mi fe a un gentilhombre de ser en
todo tiempo leal amigo suyo, y llega el tiempo en que este amigo hace a su rey un mal
servicio o un desabrimiento, por el que el rey le quiere castigar físicamente, y me manda
que se lo traiga o le mate, ¿qué debo hacer? Porque si le traigo o le mato, falto a la
palabra que le di de serle leal y de no ir contra él, y si no hago lo que el rey me manda,
caigo en pena de desobediente y mal vasallo. ¿Debo desobedecer al rey por salvar la
vida de mi amigo?. |
AL. |
Si hubierais nacido en Venecia, Génova o en otra república y hubieseis dado a un
gentilhombre fe de ser su amigo verdadero, y después dejarais aquella tierra y os
fueseis a vivir a tierra de un príncipe del que fuerais vasallo, parece que si vuestro señor
os mandara prenderle o matarle, no deberíais obedecerle, por cuanto fue antes la fe y el
juramento que hicisteis a vuestro amigo que el que hicisteis a vuestro señor, y la primera
obligación se ha de cumplir primero. Y si nacisteis vasallo de un rey, y el rey os manda
prender o matar a vuestro amigo, debéis obedecer al rey y prenderle o matarle, ya que
nacisteis obligado al rey, y la obligación primera es la que primero debe cumplirse. |
AL. |
Ya que me habéis dado satisfacción a muchas cosas, deseo que me la deis a algunos
casos sobre los que se me había olvidado preguntar. El otro día ocurrió esto: entraron
dos gentileshombres en una casa en la que había conversación de mujeres. Aunque se
trataban más como amigos que como enemigos, tuvo celos uno de otro y, sin poner
mala cara ni avisar de su intención, un día le aguardó con una gran cuadrilla y
sorprendiéndole sólo, desapercibido y sin sospecha, le acuchilló. ¿Qué satisfacción
habría de darle? |
FR. |
Si son caballeros, el ofendedor satisface al ofendido confesando delante de caballeros y
del ofendido, puntual y verdaderamente, la causa que le movió a actuar así. Y debe
contarlo, ni más ni menos que como pasó, diciendo que fue la pasión y no la razón lo
que le movió a afrentar a aquel caballero, que le pesa, y que le ruega le perdone y sea
su amigo. Con esto, sin decir que lo ha hecho villanamente ni como mal caballero,
satisface legítimamente al ofendido, quien puede responder: «puesto que habéis
confesado la causa que os movió a afrentarme y la manera en que lo hicisteis, puesto
que estos caballeros os conocen y conocerá el mundo la sinrazón que me hicisteis, y os
veo arrepentido de ella, como buen caballero a quien le pesa hacer cosas feas, y que
queréis que os perdone y sea vuestro amigo, yo os perdono y soy vuestro amigo». |
AL. |
Ya que me habéis dicho muchas veces que una injuria de palos se puede satisfacer con
palabras, decid: César desmiente a Franco, éste aguarda a que César esté sólo en una
plaza, le envía un mozo acompañado de otros, que le da de palos, César se vuelve a él
con la espada en la mano, el mozo huye y, por esto y porque otros se ponen en medio,
Franco no pasa adelante. Decidme qué palabras pueden tener tanta fuerza que, sin
rebatir al que las dice, se satisfaga el que fue injuriado. |
FR. |
Si los hombres se contentan con lo justo y, desapasionadamente, no buscan sitio lo que
les toca, si alguno es injuriado de la manera que decís, parece que le bastaría esta
satisfacción: Franco, injuriado, viene a César y le dice: «señor César, ría de sintiéndome
yo injuriado por vos por palos el desmentido que el otro día me hicisteis, y no habiendo
yo mostrado por la espada allí el sentimiento que a mi honra convenía, ordené a un
criado mío que, cuidando más de salvar su vida que mi fama, ofendiese vuestra persona
y la acometiese cuando estuviereis sólo y desarmado. Y el fiel servidor, en su vil acto,
hubiera sido muerto por vuestras manos si no fuera porque los que allí se hallaran,
teniendo compasión de él, no os lo quitaran. Vengo a reconocer la fealdad, sinrazón y
mal caso que hice, y el peligro en que está puesta mi persona si tiene a la vuestra por
enemiga. Vengo a vos con toda aquella humildad y arrepentimiento que debo traer para
merecer ser perdonado por vos, por la culpa que tengo en no haber tratado vuestra
persona y mi honra como a ambos convenía. Humilde y arrepentidamente os pido
perdón, y ruego me tengáis por amigo». Si César no es desalmado o ignorante, no debe
pedirle más, sino sentirse muy satisfecho, respondiéndole de esta manera: «señor
Franco, ya que voluntariamente venís a mí por haber reconocido vuestro error, y
confesáis por vuestra boca la vil obra y acto que, contra mi persona, ordenasteis y,
arrepentido de ello, humildemente me pedís perdón y paz para asegurar vuestra vida,
yo os perdono y ofrezco lo que pedís, y quiero ser vuestro amigo». |
AL. |
Me desafía un gentilhombre cuando yo estoy ocupado en un gran servicio de mi
príncipe, quien me manda que, so pena de mi vida y de ser traidor, no deje su servicio
¿estoy obligado a obedecer a mi príncipe o a verme con aquél en el campo? |
FR. |
Ninguna obligación tenéis de mataros con otro, especialmente habiéndole ofendido. La
obligación que tenéis es darle su justa satisfacción y no hacerle tomar las armas para
cobrar lo suyo. Y si sois injuriado, debéis contentaros con la satisfacción que os toca,
pero si aquél no quisiera dárosla, no estaríais obligado más que a hacer las diligencias
necesarias. Si queréis ser tan profano y soberbio que no os basta con haber cumplido,
sino que queréis desafiar al que os injurió, no os debéis poner en sitio del que luego no
podáis salir a tiempo; y si sois desafiado estando en servicio de vuestro rey o patria, no
habéis de dejar el servicio para cumplir con vuestro actor, pero acabándole, debéis
salir, según la costumbre de hoy, a ver qué os pide, y averiguar con él la pendencia y
darle justa satisfacción. Antiguamente, y todavía hoy, se guarda en los ejércitos la
costumbre que os diré, aunque sea distinta del combate en duelo. Es costumbre en la
guerra que, si un soldado desafía a otro del lado enemigo, ya sea por una vieja
pendencia que haya habido entre los dos, ya sea por un accidente nuevo o por mostrar
a los ejércitos el valor y valentía de su persona, no está obligado a responder ni puede,
so pena de su vida, tomar las armas para combatir con el desafiador sin licencia de su
tribuno o capitán general. Tampoco debe el soldado salir sin orden a una escaramuza,
hecho de armas o correría. Y si acaso un buen soldado, deseoso de ganar honra y
subir, por su valor, a cargos principales de guerra pensando hacer servicio a su rey o
capitán, saliese a reconocer el campo enemigo o la fortaleza que tuviesen cercada sin
orden de su capitán, o, reconociéndola como un buen soldado, fuese herido de forma
que ya no pudiese servir más para la guerra, no sólo su capitán o rey no estarían
obligados a recompensarle y favorecerle porque, a su parecer, le hirieron sirviendo
mejor que otros, sino que merecería castigo por haber pasado los guardias y centinelas
sin licencia y porque el soldado tiene obligación de no dejar sin orden su bandera. Y si
está cercada una ciudad o un castillo y, dentro de ellos, un soldado tuviera la intención
que os he dicho y saliera de noche o de día sin licencia del castillo, aunque reconociera
muy bien el asiento del campo enemigo, las trincheras, las entradas y las salidas,
merecería mucho mayor castigo que el primero, porque es gravísimo delito que el
soldado salga sin licencia del presidio, por el gran peligro que habría si los enemigos le
capturaran, porque por él sabrían todo lo bueno y lo malo que dentro hubiera y sería
causa de que se perdiera la fortaleza. Y si estos soldados son culpados por dejar su
bandera o el presidio sin licencia, aunque la intención fuera buena, son culpables, no por
lo que hacen, sino por lo que dejan de hacer, ya que su obligación es no disponer de
sus personas sin licencia y orden de sus oficiales, y estar allí esperando lo que se les
ordene. Así que, ni el soldado ha de salir sin licencia a pelear con el enemigo de su rey,
o con el suyo, ni el que espera combatir en duelo debe dejar el servicio de su rey
cuando esté en el campo de batalla o en una fortificación. |
AL. |
Me parece que, como decís, el soldado no debe disponer de sí ni siquiera para pasarse
de una compañía otra sin licencia de su superior, porque en fin, es mayor servicio a su
rey servir bajo las leyes militares según su voluntad. Pero el gentilhombre, el soldado
que es desafiado o ha espejo del mundo, en el que todos los hombres se miran. Y la
honra que ellos tanto aprecian, no deberían perderla ni ganarla en partes oscuras,
huyendo de los ojos de las gentes y de la justicia, como rufianes y malhechores.
Ciertamente es digno de gran castigo el caballero que huye de la justicia, siendo
protector de ella, porque es quien, con obras justas y virtuosas costumbres, ha de dar
ejemplo para que, siguiendo los hombres su claro y verdadero camino, felicísimamente
fenezcan el honrado curso de su vida sin andar desvaídos de la razón y apegados a su
común opinión. |
FR. |
Lo malo es que los caballeros de Aragón piensan que aciertan en acabar con sus
antiguas y modernas pasiones de tal manera. |
AL. |
Decidme, por vuestra vida, lo que sentís y no lo que sienten ellos, porque, estando
obstinados en esa costumbre que tienen por ser tan de caballeros, no podrán ver bien
las faltas que en ella hay. |
FR. |
Estas faltas están asidas unas con otras y encadenadas por el uso y, la ceguera, de
manera que es imposible despegarlas. ¿Qué más queréis saber sino que es tan bestial la
costumbre de estos desafíos secretos, que su insolencia y temeridad hacen que parezca
justísimo y lícito el juicio del duelo? Si un temerario caballero, decidido a perder cuanto
pueda perder por satisfacer su deseo y apetito de ganar fama de bravo y valiente, saca
a otro al campo por medio del duelo, aunque pierda el alma y la ponga en gran peligro
yendo contra los mandamientos de la Iglesia; aunque entre los hombres buenos y justos
tenga fama de rebelarse contra Dios y las leyes; aunque muestre poca caridad con los
virtuosos, por lo menos gana reputación y fama de esforzado caballero entre el vulgo, y
el pueblo le anda mirando y señalando con el dedo como a hombre animoso, que ha
hecho una gran hazaña y alcanzado glorioso triunfo, y ha salido del campo con gran
pompa y ceremonia, y en él ha sido visto por infinitas gentes, y mirado por príncipes,
damas y caballeros, y por todos ha sido loado, y por muchos envidiado, y, en fin,
celebra un espectáculo maravilloso de ver. También muestra venir con orden y licencia
de alguna ley, y que viene a justificar su causa y a ponerla en manos de juez allí donde
el mundo vea su razón. Sin embargo, en el desafío secreto no existen estas apariencias
de orden: allí no hay juez que pueda juzgar nuevos casos que puedan suceder, allí van
sin orden alguno, ellos son parte, ministros, jueces y, a la postre, no son nada sitio pasto
de perros. Los toros, los osos, los lobos y otras fieras no ofenden jamás a ninguno de
su género sino por alguna causa, pero, en esta tierra, sin sabéis por qué, podéis ver a un
caballero salir al campo llamado por otro para matarse con él, no por nada, sino
porque tiene fama de valiente y por cierta fantasía que le viene. Mira qué bien emplean
el buen entendimiento y esfuerzo de que están dotados. Cuántas pasiones y querellas
que les hacen salir a la muerte se arreglarían y tendrían buen fin si fueran discutidas y
examinadas prudentemente y, con tiempo, vistas y ponderadas sin ir a los bosques a
dejar entre la tierra las entrañas y las vidas. ¡Qué más bestial y horrendo, qué cosa más
fuera de juicio humano podría hallarse que esta inhumana costumbre! Salen dos
desafiados, llevando cada uno un padrino, y ocurre que éstos son hermanos o primos
hermanos y, no pudiendo ponerles de acuerdo ni estorbarles el combate, cada uno de
ellos acuerda tomar la cuadrilla de su ahijado y combatir como mortales enemigos,
como fieros y bestiales salvajes. Y sucede que los principales, combatiendo, se ponen
de acuerdo mientras que los padrinos quedan muertos. |
AL. |
Líbreme Dios de tal barbarie y mala cristiandad. ¿No hay en esta tierra caballeros
ancianos, de aquellos valerosos que tan honradamente mantuvieron la gentileza de la
caballería, que aconsejen a los modernos lo que han de hacer para conservar su honra
y fama sin ignorancia y crueldad tan grandes? |
FR. |
Muchos hay de ésos, pero, sea porque en sus tiempos ya se usase tan mala costumbre,
sea porque se les haya olvidado con el tiempo, sea porque piensen que es costumbre
más honrada que la antigua, no solamente no les detienen sino que muchos padres, y
aun madres, han incitado a sus hijos a que se vean con otros en el campo. |
AL. |
¿Cómo no lo remedia el rey aunque sólo sea por caridad? |
FR. |
El rey lo disimula porque le dan a entender que, en estas tierras, es menos malo que
haya estos desafíos secretos que no que existan bandos públicos, que nunca se acaban
y destruyen muchas vidas y haciendas. |
AL. |
Recia cosa es que no se halle remedio para tan horrendo abuso. |
FR. |
¿Cómo queréis que lo haya si entre ellos está admitido como la cosa del mundo que
más honra y reputación da a los caballeros? ¿Queréis saber cómo lo entienden? Don
Alfonso de Gurrea, caballero de esta tierra, tuvo un tiempo grandes diferencias con don
Martín de Gurrea, señor de Argavieso, y señalaron día y campo para combatir. Don
Alfonso tomó como padrino a un caballero amigo suyo y don Martín, a Francisco
Cerdán, su primo. Don Alfonso y su padrino fueron en el día señalado a esperar en el
campo a don Martín y su padrino. Pareciéndoles que tardaban y el día se pasaba,
decidieron llamarle, porque la villa de Argavieso, donde don Martín vivía, estaba cerca.
Y así, su padrino fue a llamarle. La madre de don Martín, que era una señora varonil y
tan animosa como oiréis, sabiendo estas cosas, había enviado a su hijo la noche anterior
a Zaragoza y había puesto en la villa guardia de gente a caballo y a pie. Cuando supo la
venida de aquel caballero y la causa de ella, mandó que le abrieran las puertas y que,
sin hacerle daño alguno, le permitieran buscar a don Martín por donde quisiera. Cuando
él entraba por el castillo, se topó con la señora, que salía a recibirle muy brava y
enojada, quejándose mucho de él porque favorecía a don Alfonso cuando el vizconde
de Viota, padre del caballero, había favorecido a su marido en otras grandes
diferencias. Por fin, satisfaciéndole el caballero a todo esto, le dio a entender que si su
hijo don Martín no salía a verse en el campo con don Alfonso, faltaría mucho a su honra
y a la gentileza de caballería. Oyendo Una esto, dijo: «¿Cómo es así? Nunca madre
mande Dios que mi hijo falte un punto a la obligación de caballero, y os digo más, que
si cien hijos tuviese, por la menor cosa que tocase a su honra, a cada uno de ellos le
haría combatir cien veces». Y mandó llamar a don Martín para que se viera con don
Alfonso en el campo, y escribió y envió un correo para que su hijo viniera a combatir,
quien, como ya os he dicho, mandado por ella había partido de allí con su primo y
padrino. Este padrino fue después tan desventurado que, combatiendo en el campo,
teniendo a su contrario muy malherido, de una sola cuchillada que recibió de él, cayó
degollado a sus pies. Don Martín no fue más afortunado que él, pues murió en otro
desafío. Ahora, desterrad la costumbre en que las madres desean ver puestos a sus
hijos y les provocan a seguirla. |
AL. |
¿Decís que esto es lo que pasa aquí? Pues yo os digo que el duelo, comparado con
esto, es justo y santo. |
FR. |
Son, ciertamente, dignos de castigo aquellos que no siguen ni se sirven de la razón, por
la que habrían de guiarse, y tan a rienda suelta van tras su apetito y manifiesto error y
engaño. Básicos esto por ahora, sírvaos de aviso de ahora en adelante y vamos a
pasear por la ciudad. Veréis muchas y muy hermosas damas, y gentiles y elegantes
caballeros, y otras cosas agradables cosas, insignes y magníficas. |
AL. |
Para que me parezca mejor lo que veo, quiero salir de vuestra casa habiendo aprendido
algunas cosas que deseo entender del arte militar y la costumbre de hoy. Que aunque
por tantas y tan buenas razones la habéis condenado por vanidad, como bien sabéis,
mientras dure el mundo durará la vanidad de los hombres y seguirán muchas cosas
erradas como acertadas, no por nada, sino porque se usa. Durará también la ambición,
la vanagloria de los linajes, la altivez de los títulos, la soberbia de los dones naturales, el
deseo de fama, la estima de la persona, el amor de sí mismo y el desear ser más que
otro. Y ya que esto será así, bien está que tanto desorden tenga algunas reglas y leyes
que parezcan justificadas, para que no llegue a más. Y ya que estas vanaglorias y
honras mundanas tienen su curso y camino, deseo entenderlo y ver cómo se
fundamentan los afectados sus pasiones y qué orden siguen en el proceso de ellas.
Pregunto por ahora sólo dos cosas: Cuál ha de ser la condición de los hombres que,
según la costumbre de hoy, pueden combatir unos con otros y quiénes no pueden
hacerlo, esta es una; la otra es por qué causas puede uno rechazar a otro. |
FR. |
Me daría pena razonar sobre tal costumbre a menos que fuera para reprobarla, pero
para que entendáis mejor su vanidad y gentilidad, os diré lo que deseáis saber. La
principal cosa que pedís se encierra en dos puntos, en rechazar y en rehusar. El
rechazar es por razón de caballería; el rehusar es, respecto a unos por ley y respecto a
otros, por voluntad. Rechazar, que es desechar por menosprecio, debe usarse con
infames, rendidos, cargados que no se han descargado ni hecho las diligencias para
tener la satisfacción que les convenía; y con los que vienen de clara y noble sangre
pero, por sus defectos, son echados de las honestas conversaciones; a esta clase de
hombres se les debe rechazar y despreciar por razón de caballería. Porque los
caballeros que siguen la verdadera honra militar, no han de entrar sino en batallas lícitas
y permitidas por su rey o patria, y no por venganza, vanagloria y ambición, sino por
administrar justicia con orden y decreto de su magistrado. Veis, esta manera de
combate es el acto más noble y generoso de cuantos debe hacer en esta vida un
caballero. Pero siendo este acto noble y de tanta reputación, la perdería el caballero
que se igualase con los infames y se viera con ellos como igual en el campo. Y si acaso
hubiera un caballero tan soberbio y sanguinolento que, sin mirar su reputación y honra
de caballero, saliera a combatir con uno de la condición que he dicho, no debe
concedérsele campo. Porque además de la injuria que haría a los caballeros, el señor
del campo recibiría agravio y ofensa. El rehusar por ley con algunos y por voluntad con
otros, ha de usarse con clérigos y religiosos, personas sagradas que, como personas
que han dejado el mundo y sus presunciones, no deben ser requeridas ni ellos tienen
por qué desafiar. También entran aquí los letrados, porque el hombre que hace
profesión de letras renuncia a las armas y no está obligado a responder ni a llamar a
ellas, sino es con las armas que él ejercita, que son más justificadas que las de los
caballeros. Por esto, cuando por ventura desafiare un caballero a un letrado, puede éste
como reo elegir las armas, pues como a tal le toca su elección, y decir que señala por
armas con que defenderse la razón de las leyes, y ha de defenderse con ellas diciendo
que la razón de las leyes ha de ser igual. Y así, el que no puede ser desafiado, no tiene
por qué salir a combatir con quien le desafía. Igualmente, si un letrado desafiara a un
caballero, éste podrá rehusar justamente por la misma ley que el letrado halló para no
combatir, y puede responderle avisada y gentilmente diciendo: «vos, señor letrado, me
provocáis a la batalla haciéndoos actor. Yo, como reo, elijo las armas para
defenderme, pero a pesar de esto, quiero usar con vos de gentileza y no sacar armas
desiguales, ni ventajosas para mí, sino que quiero que probéis vuestra intención con
aquellas en que estáis más ejercitado, que son vuestras escrituras y leyes». De esta
manera podrá un caballero rehusar gentilmente la batalla con un letrado, y un letrado la
batalla con un caballero. Es tan inviolable el privilegio que tienen los letrados para no
salir a trance de armas que, aunque ellos quisiesen renunciar a él, no se les consentiría,
salvo que el letrado no fuese noble de naturaleza e hiciese profesión de armas y letras. |
|
Los que pueden rehusar por voluntad, son los mayores a los menores. Si un
escudero desafiase a un señor, o un caballero privado a un Grande, está en su mano
salir con el caballero o no. Puede no salir lícitamente, y si sale, no habrá perdido
reputación, sino que habrá ilustrado más el ejercicio de las armas. |
AL. |
Conténtame esta razón. |
FR. |
Ya que habéis entendido el rechazo por razón de caballería y el rehusar por ley a
algunos, y por voluntad a otros, escuchad ahora la igualdad y desigualdad de las
personas, y quien puede provocar a la batalla a quien, y quien debe o no debe salir al
campo. |
AL. |
No hay nada que tanto desee saber como esto porque en la tierra del Duque del
Infantado y del Condestable de Castilla hay pobrísimos hidalgos y vanísimos escuderos
que en tanto se tienen que piensan que pueden desafiar a cualquier caballero, por
principal que sea. Decidme, por vuestra vida, el comienzo de la hidalguía y el grado de
hidalgo y escudero. |
FR. |
Para explicaros esto tengo que romper el hilo de la materia que tratamos. Algunos
hidalgos dicen que el hidalgo, en cuanto tal, no debe nada al rey, porque el rey es
caballero y los caballeros descienden de los hidalgos. Parece que en cuanto a no poder
ser caballero si no se es hijodalgo, se engañan los que tal dicen porque la ceremonia en
la que el rey arma caballero al hijodalgo y el privilegio que le da, puede hacerlos igual
con un villano. Si no fuera a sí, el rey perjudicaría la virtud, porque si un hombre ha
nacido en parte oscura y baja, pero es virtuoso y se halla en él la gentileza de la
caballería, no ha de negarle el rey ese orden y la confirmación de nobleza ganada por su
propio valor. Y cuando los reyes rehúsan dar esta nobleza, no es porque no puedan ni
deban darla, sino porque, si son pecheros de un barón, haciéndoles el rey caballeros,
perdería el tributo el barón, de él y de sus descendientes; y si son vasallos del rey, igual
pierde el patrimonio real. Pero, si a pesar de estos perjuicios, el rey nombra caballero a
un villano, tal sería y sus hijos, hidalgos. De estos descienden las hidalguías, porque
ninguno nació hidalgo, sino que alcanzó la nobleza por propia virtud, y los primeros
nobles la dejaron a sus descendientes. Sin embargo, no penséis que es hidalgo aquel
que por virtud de su patria es libre. Vemos provincias y ciudades cuyos ciudadanos,
por servicios particulares que han hecho a sus príncipes supremos, son francos y libres
de pechos y derechos, pero no son hidalgos. Bueno sería que el tabernero, el herrador
y otros que viven de oficios y artes mecánicas, porque fueran de Vizcaya y de Jaca,
provincia y ciudad francas, se hagan llamar y se tengan por hidalgos. A estos plebeyos
se les llama hombres francos, por estar libres, por su patria, de pechos. Hidalgo es
aquel que tiene solar conocido o tiene escudo de armas, cuyo blasón señala su
antigüedad. |
AL. |
Ahora, decidme que es esta secta que entre la nobleza anda, que llaman escuderos. |
FR. |
Escudero es acompañante de otro mayor que él. |
AL. |
¿Y de dónde vienen esos que vemos en España solos? |
FR. |
Dicen que descienden de pajes de lanza de los caballeros porque, antiguamente,
cuando los caballeros seguían las guerras y las buscaban, sus criados mancebos más
privados, les llevaban los escudos, como ahora llevan los pajes las lanzas, y del hecho
de llevar el escudo, procede el nombre de escudero. A éste llamaron después escudero
de lanza en puño, porque el señor le llevaba consigo en el camino y en la guerra, a
caballo armado. Y por esta manera de servir a hombre noble, alcanzaron título de
hidalgo y ahora viven en casas de caballeros, sirviendo honestamente y acompañando a
su señor, teniendo el cuidado de sus hijos y autorizando con su presencia la casa. |
AL. |
Ciertamente están bien estos escuderos en casa de señores cuando son ancianos si no
fuera porque hablan tanto, porque, como decís, la mayor parte de ellos tienen buena
presencia porque son limpios y tienen gran cuidado de peinarse y cuidarse la barba, de
llevar limpios los pantuflos y los borceguíes, no se desciñen la espada corta y ancha que
llevan, no hay un pelo en su capa. Pero todo lo bien que resultan acompañando a
caballeros y niños, parecen mal acompañando a mujeres porque no se contentan con
llevarlas del brazo, sino de la mano y de lo alto del brazo, tocando a su placer,
caminando muy despacio dándoles a entender que así tienen mejor aire, y, encendidos
y risueños, van tan vanos, mirando desdeñosamente a unos y a otros. |
FR. |
Bien demostráis que no os gustan. Volviendo a nuestro propósito principal, que es si
puede o no puede rehusar un caballero a otro, y la igualdad y la desigualdad de las
personas, tened por cierto que es cuestión inútil y muy disputada, y no sé si habrá
alguien que la haya averiguado. Pero os diré parte de lo que de ella sé, y para que no
os parezca confusa mi respuesta, primero os diré qué es la nobleza, aunque ya os haya
informado de ella, y después discurriré por sus grados. |
|
Platón, Aristóteles, Séneca y otros grandes filósofos han escrito mucho sobre tal
materia y han resuelto que la verdadera nobleza que a los hombres ilustra y engrandece
es la virtud. Y el fruto de la virtud es la honra, y el verdadero noble, ya sea de alto o de
bajo linaje, es el virtuoso; y el que no lo es, no es noble; y el que lo es de linaje, si le
falta la gentileza del caballero, es vil, pues injuria a sus antepasados, lo que no hace un
hombre bajo. Porque si el hijo de un remendón, remienda, no injuria a los suyos; si el
hijo de un porquerizo guarda cerdos, no ofende a su linaje ni es más vil que su padre,
ya que sigue y se gana la vida en el mismo arte y oficio que sus antepasados. Así que
estos hombres bajos no son viles. Es, sin embargo, muy vil aquel noble por naturaleza
que no sigue las costumbres de sus antepasados, que con su virtud y valor hicieron que
naciera noble. Porque ¿qué le vale la generación ilustre a aquel que se ensucia con
vicios sucios y en qué le daña el bajo nacimiento a otro que está adornado por nobles
virtudes? Ciertamente, aquél se muestra desnudo de todo bien, y, sólo se glorifica y se
ufana con las obras de sus antepasados. Dice Séneca que para probar a un hombre y
entender quién es y lo que vale, hay que considerarle desnudo, dejar aparte su
patrimonio, desechar las honras y cosas mentirosas y vanas de la fortuna, y que se
despoje también del propio cuerpo y, viéndole de esta manera, juzgar el ánimo que
tiene, si es grande por sí mismo, y, así se conocerá la verdadera nobleza, porque el
ánimo es su propia morada, y desde allí se muestra y lanza su fruto. |
AL. |
¡El buen cordobés!, y qué fina razón dio. De ella quedó en España el proverbio que
dice: «el corazón manda a las carnes para ejecutar lo que el ánimo pide». |
FR. |
Tan buena es la glosa como el texto. |
AL. |
Gran don de la naturaleza es la nobleza, y el que nació noble, no debía ser ingrato con
ella, sitio tratarla virtuosamente. Infinito deseo tengo de entender la causa por la que los
nobles llevan escudos de armas y el primor de ellos, que no hay en mi tierra hombre
que los entienda aunque los lleve. |
FR. |
Existen diversas opiniones entre los historiadores antiguos y modernos sobre el
principio de la armería y los blasones. Unos dicen que fue por casualidad, otros que por
señal de nobleza y otros, que por otros fines. Los que dicen que el principio de los
blasones y señales de armas fue casual, o con otro fin distinto al de ahora, dicen que
Filipo Macedonio y su hijo Alejandro, deseando premiar y honrar a los caballeros que
mejor se comportaran en las batallas, ordenaron que cada uno pusiera en su tarja, o
sobre alguna parte, tina señal o fantasía que se le pareciere, para conocerle en los
hechos de armas. Y con este fin ordenó Alejandro a sus nobles que llevaran señales en
la guerra, aunque no pasó más adelante ni graduó tales señales. Y quiso que sólo los
nobles las llevaran, entendiendo por nobles a aquellos a los que su padre y él habían
escogido entre todos como merecedores de ir a caballo y llevar oro y joyas sobre sus
personas. Y también las doce tribus de los hebreos tuvieron sus señales según el valor
de cada una: los menos nobles llevaban figuras no vivas y los más nobles, vivas. La tribu
de Neptalí llevaba un ciervo, la de Benjamín, un lobo, Isaac, un asno, y, los otros,
figuras conforme a su nobleza, Los que dicen que estas señales se daban por nobleza,
dicen que griegos y romanos tenían ciertas coronas de oro y guirnaldas de distintas
clases y metales para darlas a aquellos que hacían una cosa muy señalada por medio de
las armas, como entrar el primero en un fuerte o galera, vencer en lucha cuerpo a
cuerpo a un enemigo por orden de su magistrado, y otras hazañas. Esto está más cerca
del blasón de ahora, porque los lujos y los descendientes de los que habían recibido
premios y coronas por sus hazañas, las usaban en vasos, tarjas, señales y cubiertas de
caballos para mostrar al mundo que descendían de aquellos valerosos que, con tanta
gloria, alcanzaron tan grandes victorias. Ved cómo parece que fueron éstos los que
iniciaron y dieron luz al blasón de la armería, pero no alcanzó la perfección que hoy
tiene porque no diferenciaban el color del metal ni el metal, ni graduaron las señales y
las figuras según la nobleza de sus condiciones, ni dieron a los metales y colores los
grados de sus calidades según los elementos, sino que las usaban confusamente para el
fin que ya os he dicho. |
AL. |
Por vuestra vida que me declaréis sus verdaderas reglas, porque veo a muchos
hombres llevar grandes escudos de armas llenos de cien mil pinturas, adornados de
orlas y timbres, como ellos los llaman, y habiéndoles preguntado qué significa cada una
de aquellas cosas, no responden otra cosa sino que denota la nobleza de sus generosos
antepasados. Mejor sería no llevarlos que llevar cosa que les hace ignorantes y sin
nobleza, ya que no saben dar razón de ella. Podéis informarme largamente sobre esto,
que no nos salimos de la materia de la honra y la nobleza. |
FR. |
Larga digresión será, pero oíd. Dicen que los primeros heraldos o reyes de armas, que
es como nosotros les llamamos, que son jueces de la armería y llevan los carteles, los
desafíos y, las embajadas de un príncipe a otro con total seguridad, fueron creados por
julio César. Él les dio las reglas por las que hoy se rigen los blasones de la armería,
sacándola de la barbarie y la confusión, dando poder y, autoridad a los reyes de armas
para castigar y penar a los que, no siendo nobles, o sin magistratura, las llevaran. |
AL. |
Si los reyes de armas tienen este poder, mejor querría yo ser uno de ellos que rey de
Frisia. ¡Oh, cuantos vecinos míos, a los que yo conocí como pobres labradores, que en
su vida pusieron la vista en un escudo de armas ni casi ciñeron espada, llevan ahora un
escudo con ellas! Lo trae Langrave sólo porque fue secretario del conde don Fernando
de Andrade cuando fueron los gallegos a Italia, o porque el coronel Zamudio, su amo,
le sacó de paje e hizo capitán de italianos, o porque fue contador del tercio de
Barahona en el fuerte de los Gelves, o veedor de la fábrica de Civitela. ¿Cómo los
reyes de armas, perdóneme su corona si la tienen, no examinan estas cosas que hoy
tanto hinchan a los hombres y, en tanto precio están puestas? Que el verdadero noble
goce de la gloria que la virtud de sus padres le concedió y sea conocido por tal, y salga
de la baraja y tropel de tanta multitud. Pero me parece que es imposible refrenar estos
abusos y corruptelas porque a los reyes no se les da nada. Entre toda la confusión,
parece que los reyes de armas, que solían ser nobilísimos y facultosos, conocerían a los
señores, pero hoy son los más pobres, tanto que, por dos reales, no solamente
disimulan y se ciegan, sino que, si pudieran armar caballero a don Rabí, lo armarían.
Pero dejémoslos hasta que venga algún rey ocioso que reforme este abuso. Entre
nosotros, otros tampoco tienen remedio, que yo no oso decir a mi calcetero vos, so
pena de que me tire las calzas por la ventana o no me las haga. Decidme las reglas de la
armería para que sepa distinguir los blasones de armas de mis vecinos. |
FR. |
Sabed que hay doce clases distintas de escudos. Lo principal de un perfecto escudo de
armas es que está compuesto de dos metales, cinco colores principales y cuatro figuras:
los metales, que son oro y plata, son de más nobleza que los colores porque participan
más de los elementos y nobles planetas. Del oro podéis hacer el color amarillo, y de la
plata, el blanco, pero los colores no pueden servir como metales. El oro es el principal
metal y el más noble por participar más que ningún otro del sol, y así, en blasón de
armas, se atribuye a la nobleza; la plata es el segundo metal, participa de la luna y se
atribuye a la gentileza y la religión. El primero de los cinco colores después del amarillo
y el blanco, es el colorado, atribuido en armas al elemento fuego y al planeta Marte, al
derramamiento de sangre y a la bravura del corazón; el segundo es el azul, atribuido al
elemento aire y al planeta Júpiter, y en armas, al bien obrar; el tercero es el púrpura,
que es el morado oscuro, y no tiene significación por estar compuesto de muchos
colores, se pone en pocos escudos, y éstos en armas reales, atribuido en armas a
grandeza; el cuarto, que es el verde, en su calidad significa el agua, su planeta es Venus
y se atribuye en armas a victoria. El negro no entra en esta cuenta, pero es en armas
firmeza, su elemento es la tierra y su planeta Saturno. Estos colores mudan sus
propiedades en las divisas, porque el amarillo, que en armas es nobleza, en divisa es
desesperación; el blanco, que en armas significa gentileza, en divisa es lealtad; el
colorado, que en armas es bravura, en divisa es alegría; el azul, que en armas significa el
celo de bien obrar, en divisa son los celos, terrible pasión en los enamorados; el
púrpura, que en armas se atribuye a grandeza, en divisa, al amor; el verde, que en
armas significa victoria, en divisa, esperanza; el negro, que en armas significa firmeza,
corno el león de Flandes, en divisa, tristeza y luto. Leonado y pardillo en armas, no se
tienen por colores por estar hechos de mezcla. Las cuatro figuras se entienden de esta
manera: la primera, de animal sentible, no racional; la segunda, cosa viva, no sentible; la
tercera, cosa viva no estable; la cuarta, cosa no viva mudable. La primera figura
sensitiva, no racional, son las aves, los animales terrestres y los peces; la segunda, viva
no sentible, son los planetas, los árboles y las plantas; la tercera, que es cosa no viva
estable, son villas, castillos, torres, montes y peñascos; la cuarta figura no viva mudable
por sí, son los bastones, que son listas que se ponen de alto a bajo del escudo, como
las armas de Aragón, bandas, que son listas puestas a través del escudo, como las
armas de Borgoña, y fajas, que son las mismas bandas que ciñen el escudo, como las
armas de Austria. Todas estas figuras se han de disponer de la siguiente manera: las
aves de rapiña, con pico y uñas, que son sus armas de color o metal; las de ribera y
otras que no son de rapiña, las piernas y pies de color o metal; las figuras sensibles no
racionales tienen, sobre las otras, la ventaja de que sus miembros puestos en el escudo
significan todo el animal; las cosas vivas que no sienten son más nobles que las no vivas,
por estar más cerca de los elementos; y las no vivas estables, superiores a las no vivas
mudables, porque son de más defensa. |
AL. |
De manera que un hidalgo que llevase por armas un ratón o una zorra, por ser figura
viva ¿sería blasón más noble que la faja de Austria? |
FR. |
En cuanto al ser de la cosa, más noble es la que tiene espíritu que la no viva, pero ha de
considerarse lo que quiere mostrar. Claro está que, por su naturaleza, más noble es un
águila una planta, pero considerando lo que la planta o cosa quiere significar, más noble
que un águila o un león sería una cruz, y así, en el blasón de armas existen tres noblezas:
una, según la especie; otra, según el metal y otra, según el color. |
AL. |
¿Cómo se reconocen las más nobles? |
FR. |
En los colores y posturas de las figuras. De esta manera, la primera figura, las cosas
vivas sensitivas, se han de poner en la postura que más calidad las dé, de manera que
estén en una postura que demuestren estar vivas. Las aves de rapiña se han de poner
volando, y las otras, paseando. Los leones, de cuatro maneras: rampantes,
combatiendo, paseando, saltando y sentados, representando majestad. El oso,
forceando o paseando. El ciervo, corriendo o saltando. El perro, ladrando, saltando,
corriendo y puesto de rodillas, humillado. Los pescados, hiriéndose el lomo. Y así,
otros animales puestos en sus posturas naturales denotan nobleza. La segunda figura,
las cosas vivas no sensibles, tales como planetas, árboles y plantas, son más nobles
unas que otras, y también tienen sus posturas en su natural condición: los planetas son
más nobles según su claridad y perfección, que nunca envejecen; los árboles son más
nobles que las plantas por ser más fértiles y, de mejor forma. Esta segunda figura se
pone de esta manera: los planetas, de metal sobre color; las lunas, en dos posturas,
creciente y menguante, en creciente se ponen las puntas altas, y en menguante, bajas,
que miren al pie del escudo. Los árboles y plantas, verdes, porque secos no denotarían
ser cosas vivas ni serían armas, sino divisas. La tercera figura, que es cosa no viva
estable, villas, castillos, torres, montes y peñas, se ponen en firme y sana postura,
levantadas en defensa, La cuarta figura, no viva mudable, que son bastones, bandas,
fajas, veros, losanges, cuadrillos, tormentos, compases, rastrillos, ondas, riberas,
campanas, cruces, ríos, flores, roeles, paneles, calderas y otras de esta clase, también
se ponen en la mayor fuerza de su ser. Las sensitivas significan dos cosas, viejas y
nuevas, las viejas serán más nobles que las nuevas, un león viejo más noble que uno
nuevo, un árbol nuevo más noble que el viejo, y la luna creciente más que la menguante,
y así otras cosas. |
AL. |
¿Cómo se distinguen en armas las figuras nuevas de las viejas? |
FR. |
De esta manera: el león madrigado viejo, ha de ser de púrpura, como el león de
Castilla, y el nuevo, amarillo o de oro, como el de Brabante; la onza nueva, se pone de
púrpura, y la vieja, negra; el ciervo nuevo se pone de púrpura, y el viejo, azul, y así se
conocen otros animales. Los árboles nuevos y perfectos, se ponen verdes con hojas y
fruto, y los viejos, negros, denotando no tener sustancia. Las villas, castillos y torres,
blancas las nuevas y amarillas las viejas. Los montes nuevos son verdes, y los viejos,
negros. Las campanas coloradas son nuevas, y las viejas, azules, y de esta manera se
conocen las otras cosas. |
AL. |
¿Divisa, señal, empresa y timbre, son también armas? |
FR. |
Los timbres son cimeras que adornan el yelmo, y son de dos clases: el timbre de la
nobleza, que se compuso con las armas, ha de ser cosa viva o parte de ella, no se
puede quitar o poner, se lleva en la guerra o en cuestiones de honra; los otros son
fantásticos, y casi son divisas, que se ponen por invención aplicados a su fin, y, pueden
ser a propósito y de la forma y metales que se quiera. |
AL. |
¿Los yelmos pueden ser todos iguales? |
FR. |
No. El rey ha de llevar el yelmo sobre el escudo derecho, que se vea, y, un poco bajo;
los titulados, no tan derecho como el rey, ni bajos; y los caballeros, inclinado a un lado,
mirando a la parte derecha. |
AL. |
Me habéis hecho recordar a algunos que llevan el yelmo sobre el escudo, con la vista
derecha como titulados, y aun baja, como el rey. |
FR. |
Esos llevan la infamia, porque se les juzga como temerarios, presuntuosos y necios. |
AL. |
Gran luz me habéis dado sobre la armería. Decidme ahora qué cosa es la empresa, la
señal y la divisa, que me parece que es todo uno con las figuras de las armas. |
FR. |
Son muy diferentes, porque la señal sirve para fiestas, más caras, justas y, torneos, y se
hace de colores pero sin metales. La divisa sirve para mostrar su intención
encubiertamente, ha de ser de los colores y metales que queramos, distintos de los del
escudo, y cada uno puede hacerla según su fantasía. Sin embargo, cuando es de cosa
viva es más perfecta. Se mira la significación de la figura y los colores. Algunos le ponen
letra, y ésta ha de ser breve, ni muy clara ni muy oscura, y ha de estar fuera del escudo
de armas. La empresa difiere de la divisa en que sus colores no tienen significado. Las
más de las veces se lleva sin armas, por honra, acompañando al escudo, tal como
vemos el libro abierto del rey don Alfonso, que ganó Nápoles, el yugo del Rey
Católico, las columnas del Emperador, la luna de Enrique, rey de Francia, la jarretera
del rey de Inglaterra, y los pozales y tizones del duque de Milán. Antiguamente, los
caballeros llevaban estas empresas colgadas al cuello, como se lleva el Toisón y San
Miguel, y en las fiestas, en los pechos o en las mangas. |
AL. |
¿Quién inventó el orden de caballería? |
FR. |
Muchos, en diversos tiempos, pero lo más importante que se guarda o se debería
guardar es lo que ordenaron los nueve de la fama. |
AL. |
¿Quiénes fueron esos tan famosos? |
FR. |
Tres hebreos, tres gentiles y tres cristianos. Los hebreos fueron Josué, David y judas
Macabeo, quienes ordenaron que los príncipes no hicieran la guerra sino para defender
sus cosas, sin tiranizar las ajenas. Los gentiles fueron Héctor, Alejandro y Julio César.
Dicen que Héctor ordenó el primer tribunal de justicia entre la gente de guerra.
Alejandro ordenó las cosas de armas, con sus figuras o señales, para sus caballeros
fuesen conocidos en la guerra. Julio César ordenó los heraldos, sargentos y reyes de
armas, para que cuidaran de que el arte de la armería estuviese en su debido estado.
Los tres cristianos fueron Carlomagno, Arturo y Godofredo de Bouillón. Carlomagno
graduó los siete honores del mundo. El rey Arturo ordenó su Tabla Redonda, en la que
sólo se sentaban los que habían vencido los siete peligros del mundo, o hubiese
alcanzado la victoria en alguno de ellos. Godofredo de Bouillón ordenó que la caballería
se fundara sobre cuatro actos virtuosos, a saber, combatir por la fe, defender su patria,
servir a su rey en la guerra a la que le llamara, y defender con todo su poder a viudas y
personas miserables. |
AL. |
¿Por qué fundamentó Godofredo la caballería sólo sobre cuatro actos virtuosos? |
FR. |
Porque esos cuatro comprenden a todos los demás: defender la fe es acto espiritual,
defender su patria es mirar por la conservación humana, el linaje y la amistad. Servir a
su rey es cumplir la natural obligación que a su mayor debe, y mirar por los miserables
es acto noble, virtuoso y caritativo. |
AL. |
¿Tuvieron los nueve famosos blasón de armas y figuras? |
FR. |
Los hebreos y gentiles tuvieron figuras en sus escudos, para señalarse más que para
mostrar nobleza, que en aquellos tiempos no se había alcanzado el arte de la armería. |
AL. |
Por vuestra fe, que me digáis las armas o señales que cada uno usaba y el fin por el que
las llevaban. |
FR. |
Josué, sucesor de Moisés en el pueblo judío, llevaba en su escudo tres garzas negras en
campo de oro, puestas en triángulo, mirando a la parte derecha del escudo. El campo
de oro significaba nobleza, por ser el primer capitán que tuvieron los hebreos, y las
garzas, la prudencia que debía tener para gobernar a gente tan suelta. Le atribuyeron
esta letra: ERIPE ME DOMINE DE INIMECIS MEIS. David llevaba en su escudo un
harpa de oro en campo azul, significando lo uno y lo otro, divina contemplación. Con la
siguiente letra: DEUS IN NOMINE TUO SALVUM ME FAC. Judas Macabeo
llevaba una cabeza de víbora de oro en campo colorado, que significaban ardimiento y
bravura de corazón, que para pueblo tan flaco, tal capitán era menester, con la siguiente
letra: QUIS FORTIS SICUT DEUS NOSTER. Héctor, el primero de los gentiles,
llevaba una silla de oro en campo colorado y, en ella, sentado en majestad, un león de
púrpura con un hacha de armas en las manos. El campo y el león significaban su gran
esfuerzo y el ser el primer capitán que se sentó en un tribunal para impartir justicia a la
gente de guerra. Le atribuyeron esta letra: POTENTIA IN SAPIENTIA CONSISTIT.
El gran Alejandro llevaba por armas dos leones negros combatiendo en campo de oro,
denotando su nobleza y la oscuridad y terror en que puso su nombre el mundo, con la
letra: NECESSE EST EXPERIMENTUM AD VIRTUTEM CONOSCENDAM. Julio
César llevaba por armas un águila negra de dos cabezas en medio del escudo en campo
de oro. El campo significaba su nobleza, y el águila, ser el más alto de los hombres, con
la letra: STRIENYO ATQUE MAGNANIMO NIHIL MAGNUM VIDETUR.
Carlomagno, el primer cristiano de los famosos, llevaba por armas media águila en la
parte derecha del escudo y, en la izquierda, las flores de lis de Francia, significando su
nobleza y estado. El rey Arturo llevaba por armas tres coronas de oro en campo
colorado en la parte derecha, y tres leones pardos, tal como ahora los llevan los reyes
de Inglaterra. Godofredo de Bouillón llevaba por armas una banda colorada
atravesando el escudo en campo de oro, con tres águilas pequeñas negras en ella, cada
una en pos de la otra volando hacia arriba, y en la parte de la derecha, la cruz de
Jerusalén. |
AL. |
¿Por qué las mujeres llevan sus armas en un escudo? Me parece impropio. |
FR. |
No deben llevarlas, pero las llevan por costumbre. Las armas de la mujer se deben
poner en un cuadrángulo como un losange, y la doncella, si no es señora de estado, ha
de partir con una línea el escudo o cuadrángulo por el medio, desde la punta alta hasta
la baja, y, debe poner sus armas en la parte izquierda mientras que la derecha debe
quedar libre esperando las del marido, que deben ponerse allí. |
AL. |
Me habéis dicho que la orden de caballería está fundada sobre cuatro actos virtuosos,
pero no me habéis dicho cuáles son los siete peligros del mundo de los que salen los
siete grados de virtud que el rey Arturo tanto celebró. |
FR. |
Los siete peligros que Arturo ilustró son estos: combate con otro en estacada a todo
trance, correr puntas amoladas, ser el primero en subir una muralla al descubierto,
entrar y salir el primero a una mina, ser el primero en saltar en la galera, conseguir un
estandarte en batalla campal, y matar o prender en batalla campal con moros a un moro
señalado. |
AL. |
Confío en que si me veo con Belmar gane grado para poderme sentar en la Tabla
Redonda. No quiero saber más de la armería, que a un hidalgo le basta con saber que
sus armas han de ser de color sobre metal o de metal sobre color, y el timbre de las
armas de cosa viva, y el yelmo, vuelto al lado derecho. Sobre el escudo del marqués,
un cerco sin flores con piedras preciosas llamado coronel, y el coronel del duque, de
flores más grandes, con piedras preciosas, aunque ahora lo hayan hecho corona igual a
la de los reyes y por eso, los reyes ungidos han fortificado las suyas cerrándolas de
manera que los duques no puedan entrar por ellas. Me basta entender esto que he oído
de vos y de otros, lo demás es cosa de reyes de armas. Volvamos a hablar de las
personas que deben rehusarse en el campo, que es cosa comprendida por muy pocos. |
FR. |
Podrá tener mi caballero oficios reales, corno son el gobierno de provincias y, ciudades
y otros que no tienen otros, por lo que, lícitamente, pueden rehusar a los caballeros
privados que les requieran, y, así, cumple al privado esperar la salida del cargo de su
adversario si lo tiene temporalmente. Aunque hay en esto una cuestión, que es si la
querella y causa por la que el caballero privado requiere al oficial, es justa o no. Si no
es justa, el oficial no tiene obligación de responderle por las armas; si es justa y le
conviene combatir, y el combate es lícito, sin dilación, a menos que estuviere cercado
de enemigos de su príncipe, ha de dejar el oficio y el beneficio, y todo cuanto tuviere en
este mundo, y salir al campo sin intención de venganza ni ambición, sólo por descubrir
por las armas, en caso de no hallarse prueba por otra vía, la verdad y la justicia. De
manera que todo caballero privado, reputado por virtuoso, puede salir en combate
justo con ilustres y grandes, y, aunque el titulado, por su preeminencia, puede rehusarle,
si la querella y la causa es de gran importancia, debe combatir con él y no rehusarle.
Porque el ejercicio y acto de las armas es tan noble que, muchas veces, como ya he
dicho, se ha visto que un hombre de baja condición, por el ejercicio de las armas ha
llegado a ser un noble ilustrísimo y coronado de imperial majestad. Y el hombre
honrado que sin hacer vileza ejercita las armas y su profesión es ser soldado y hacer
cosas notables en la guerra, al servicio de su rey y su patria, en conservación de su
honra, se puede igualar con el caballero y tenerse por verdadero noble. Pero no piense
cualquiera que por haber sido soldado muchos años y seguido siempre su bandera, y
haberse hallado en muchas expediciones y guerras en servicio de su rey y patria,
siempre en estado de arcabucero de tres escudos, sin hacer en las armas cosas más
señaladas que otros, que puede tener la presunción de igualarse con el soldado
generoso, que ha probado muy bien su intención. El caballero soldado, aunque pueda
rehusar, no pierde su reputación por salir con él al campo, que su magnanimidad
ilustrará más la nobleza de las armas. Y si por ventura, este caballero injuriase a aquel
soldado, ya que se rebajó para injuriarle, bien está que no desdeñe ser su igual en
prueba de armas. Así que, no todos los soldados, por el hecho de ser soldados, pueden
requerir a batalla a cualquier soldado. Y aunque un soldado sea caballero más noble
que su capitán, no le es lícito igualarse con él, ni desafiarle por castigo o injuria que le
haya hecho por cuestiones de la guerra, y, si lo hiciera, tendría pena de muerte.
Tampoco puede desafiar a su alférez o sargento, por ser oficiales y superiores suyos; y
el capitán de caballería y de infantería que fuere desafiado por un soldado de otra
compañía y nación, aunque militando todos bajo un mismo general, no está obligado a
salir con él al campo durante la guerra, aunque si el soldado le retase por crímenes tan
graves que fuera lícito y justo combatir por tal querella, deberá salir con licencia y
descubrir la verdad, y, sin licencia no sería lícito hasta haber acabado aquel servicio y
guerra. Como conclusión de esto diré que, si un ilustrísimo es retado por un señor
menor y, caballero particular de buena fama por un caso de traición y alevosía, tan
criminal que de poderse probar merecería la pena de muerte, debe el grande salir al
campo y probar su verdad y limpieza, y aunque bien pudiera rehusar a tal señor o
caballero que le reta, no debe hacerlo, ni poner en manos de un campeón peso tan
grande, sino como magnánimo príncipe y esforzado caballero, salir al campo y mostrar
con las armas y sus propias manos su verdad. |
AL. |
Así ha de actuar el buen caballero y señor que fuera retado por grave infamia, y en tal
caso, no rehusar a ninguno, sea de la condición que sea, a menos que la desigualdad
con el provocador o el provocado fuera, como se dice, de león a ratón, que en tal caso
es justo, aunque peligroso, darlo al campeón citando por las leyes civiles no pudiera
descubrirse la verdad. |
FR. |
Cuando un gran señor quisiera combatir por causa ajena, por desagraviar algún gran
agravio, no ha de mirar en la persona del adversario si es privado, ha de bastarle saber
que aquel adversario es un caballero o hijodalgo, o digno de ejercitar las armas, y
tenerle, en caso de armas, por igual. Ejemplo de esta magnanimidad y gentileza, la dio
el conde de Barcelona cuando un caballero alemán, maestresala del emperador de
Alemania, Enrique V, se enamoró de la emperatriz Matilde, su señora, hija del rey de
Inglaterra, y fue tan atrevido que le descubrió su voluntad. La emperatriz le maltrató de
palabra y le amenazó para que se apartara de aquellas locas palabras y demandas. El
caballero la dejó tan desabrido y desesperado que convirtió su amor en mala voluntad y
su malvado corazón quiso vengarse. Un día en que estaba el emperador con muchos
caballeros, se presentó ante él este alevoso y llamó a la emperatriz adúltera, y se obligó
a mantenerlo por las armas ante el caballero que quisiera probar lo contrario. Este
extraño caso se conoció en el mundo entero y también que nadie se atrevía a defender
a la emperatriz porque el caballero que la había acusado era muy valiente con las
armas. Llegando esto a oídos del conde de Barcelona, doliéndose de la emperatriz,
resolvió ir encubierto a la corte del emperador. Dos días antes de la jornada preparó lo
que le convenía y el día del combate por la mañana se vistió con hábito de fraile y, con
un caballero que llevó consigo, vestido como él, fue a la torre donde la emperatriz
estaba presa y desconsolada. Consiguió de la guardia que le dejaran hablar con ella y la
oyó en penitencia para saber si era culpable de la acusación del caballero, y la halló
castísima y, muy honrada. Se despidió de ella sin darse a conocer, fue a su posada y,
armado y a caballo, salió a la plaza donde esperaba el caballero, y combatió con él, y
por la fuerza de las armas le hizo confesar la verdad, por lo que la emperatriz fue
liberada y devuelta su primera honra y fama, con gran gozo del anciano emperador. Y
el conde, sin darse a conocer por más que le buscaron el emperador y la emperatriz, se
volvió a Barcelona. Así que los grandes que se precian de mantener la gentileza de la
caballería y la honra del caballero, no han de mirar en el acto de armas con menores
que ellos la desigualdad de la dignidad y el grado, sino la calidad de la causa y la
querella. |
AL. |
De esta manera no son necesarios los campeones porque, si un mayor es retado por un
menor de traición u otra alevosía semejante, o él reta a otro, debe probar por su propia
persona su justicia en el campo. |
FR. |
En caso de traición, si un grande fuera retado por un caballero particular, no hay que
dudar, le conviene combatir con él. Pero si acaso el grande fuera viejo o estuviere
enfermo o inhábil para las armas, en tal caso debe el grande poner un campeón igual al
caballero. |
AL. |
Cuando se pone un campeón, por las razones dichas, ¿qué seguridad tendrá el
caballero que reta o es retado por el grande, de quedar satisfecho si vence
legítimamente? |
FR. |
Si el caballero vence al campeón del grande y le hace desdecirse de lo que ha sido la
causa del reto, o confesar lo que él ha dicho del grande, el rendido, el desmentido y el
deshonrado es el grande, y para cumplirlo, el señor del campo, si fuera posible, ha de
tener allí presente y a buen recaudo al grande y, vencido su campeón, sacarle a él del
campo con vituperio, como propio rendido del caballero que sacan con gran pompa. |
AL. |
Es justo que sea así, pero decid, si ese campeón vencido y ese grande que le puso se
presentan en otra causa, ¿les pueden rehusar? |
FR. |
Al grande, cualquier persona le puede, no sólo rehusar, sino rechazar para vergüenza
suya. El campeón que fuera vencido, no puede volver a combatir por otro, pero sí por
si mismo, y si al campeón que combate en lugar de otro hombre, se le probara que se
dejó vencer por soborno u otra intención, han de cortarle la mano derecha, y el
combate no acaba por ello, sino que ha de repetirse con otro campeón. |
AL. |
De manera que Ilustrísimos, Muy Ilustres e Ilustres, y, los caballeros particulares,
cuando entre ellos, mayores y menores, haya querellas justas y lícitos desafíos, y no
precisen campeones siendo aptos y hábiles para las armas, pueden defender por sus
manos su derecho. |
FR. |
Así es. |
AL. |
¿Pero por otros intereses menores que las injurias y los desmentidos, bien pueden
rehusar los grandes a los menores y ponerles un campeón? |
FR. |
Mala memoria tenéis de las razones que os he dicho acerca de que por ninguna de esas
cosas se debe combatir, y de que el duelo es prohibido por todas las leyes. ¿Cómo
queréis que el caballero tome las armas por venganza o por ambición, o por causa que
pueda remediarse sin ellas? ¿No sabéis que el caballero que sale a combatir por tales
causas está falto de fe y merece ser degradado de la dignidad de caballero, ya que
ejercita injustamente las armas? Sabéis cuán pocas causas son legítimas y, hacen lícito
el combate de uno con otro. Dice Gayetano que cuando uno es falsamente acusado y,
por falta de pruebas, si no acepta el campo sería condenado a muerte o a que se le
corte un miembro de su persona, puede combatir. Y dice más: que el que le consienta o
le aconseje entrar en campo, peca mortalmente y si, por alguna causa, el rey, pudiera
tolerar el duelo, no debe hacerlo, sino que debe suprimirlo. Ved, pues, qué pocos
campeones hacen falta, y qué fuera de la verdad andan los que pretenden averiguar sus
diferencias y pasiones con la espada. Y ya que, contra la corrupta opinión, no puede la
razón tanto como para hacer conocer a los caballeros de hoy aquello que les conviene,
los supremos príncipes, en cuya mano ha puesto Dios el cetro de la Justicia, están
obligados a devolver al orden de caballería su primera razón con la autoridad de las
leyes, y a no consentir que los señores tengan tan abiertos los campos, sin
consideración, caridad ni cristiandad, y a castigar severamente a los injuriantes, pues no
puede haber en esta vida causa para poder injuriar a otro ni para matarse, pues sólo
Dios es señor de las vidas. Y los que rompen las leyes de amistad, deberían ser tenidos
por infames, y ser castigados como por graves delitos, pues los amigos de venganzas
deben considerar que, ofender a otros sin razón, es obrar contra la propiedad del
hombre, pues a él, principalmente, conviene aprovechar al hombre y no dañarle ni
injuriarle. Y si quiere ser honrado, no salga de lo honesto, pero vemos que es él el que
le daña y ofende, sin guardar la ley, de amistad ni la obligación del parentesco. Cicerón,
en su Tratado de la Amistad, dice, y lo hemos de guardar, que no se convierta la
amistad en graves enemistades de las que salen cuestiones, rencillas, injurias y otras
malas palabras, y, aun éstas, si son tolerables, se han de sufrir, atribuyendo toda esta
honra a la antigua amistad, de suerte que se tenga por culpado, y lo sea, aquel que hace
la injuria, y no el que la padece. |
AL. |
Esa es buena sentencia, que justa cosa es que el ofendido no sea digno de infamia, y el
malo que le ofende, lo sea de castigo. Me parece que así ha de juzgarse a un amigo mío
que fue malamente injuriado, os contaré la historia y me diréis vuestro parecer. Sabed
que Pasquier, gentilhombre de esta ciudad, al que vos debéis conocer bien, dio en Italia
de palos a Parra y, una vez dados, le esperó allí cuatro años para ver si se quejaba de
él. Viendo durante todo este tiempo que no respondía, y que a tal caso se le había
puesto silencio, volvió a España y se casó aquí, en Zaragoza, donde ha vivido diez
años, sin pensar que por tal pendencia pudiera venir desasosiego a su vida. Pero al
cabo de catorce años, apareció aquí un día, como vos debéis saber, un cartel de Parra
desafiándole por el caso que ocurrió hace tanto tiempo. ¿Qué pensáis del sufrimiento
de Parra y del nuevo caso de Pasquier? |
FR. |
Que habiendo Parra injuriado y provocado a Pasquier para que le diera de palos, y
habiéndoselos dado Pasquier, y mantenido y esperado en aquel lugar por espacio de
cuatro años, habiéndole requerido con cartas muchas veces para que si le debía algo,
viniera a pedírselo, y al no haber aparecido en todo este tiempo ni Parra ni otro por él,
razón por la que Pasquier se volvió a España y aquí se casó, y habiendo pasado diez
años sin que nadie le trajera a la memoria el caso de Parra, y, al cabo de ellos le dieran
un cartel de Parra desafiándole por aquello, parece que tal respuesta llega fuera de
tiempo, y carece de fuerza o valor alguno. Ciertamente parece un caso extraño y fuera
de la ley del caballero. ¡Haber estado un hombre sin honra tanto tiempo, sano de su
persona y en toda su libertad, siendo esperado y convidado muchas veces por su
enemigo con la satisfacción! Pasquier no debería salir en igualdad de campo con
hombre que tanto tiempo estuvo combatiendo con el miedo y la vergüenza, dejando
impresa en la memoria de las gentes tan larga infamia y gran descuido. Pero, ya que el
caballero debe tratar su honra muy cumplidamente y mostrar al mundo valor y razón,
digo, salvando otro juicio mejor, que haga Pasquier con Parra este cumplimiento: que le
envíe a decir que, por las causas dichas, no debe entrar en campo en igualdad con él,
pero que tampoco quiere tener nada suyo si pretende que él lo tiene, sino que quiere
satisfacerle y darle lo que le toca, y que para ello promete darle toda la satisfacción que
determinen dos o cuatro caballeros puestos por las dos partes. Y si Parra rehusare,
Pasquier puede rehusar su desafío más justa y honradamente, como procedente de un
hombre que durante tanto tiempo vivió viciosamente, descuidado de su honra y
enemigo de lo justo. Y si, después de todo esto, Parra quisiera, obstinadamente,
combatir y Pasquier quisiera salir al combate, mostrará éste al mundo gran
cumplimiento y justicia, aunque yo le juzgaría más bien como caballero soberbio que
justificado. |
AL. |
Bien habéis ayudado a vuestro aragonés, y con razón. Veamos cómo pondríais paz
entre dos italianos que, en mi presencia, tuvieron estas diferencias: Próspero Mónaco,
gentilhombre de la ciudad de Lucera, ruega a Leonardo de Palma, gentilhombre de la
misma ciudad, que le preste doscientos ducados. Leonardo responde que no tiene
dinero, pero que si quiere trigo, se lo dará. Próspero acepta el trigo, conciertan la
cantidad, el precio y el tiempo. Próspero se obliga, por acto público, a pagarle dentro
de cierto tiempo doscientos ducados por cierta cantidad de trigo que de él ha recibido.
Pasa el tiempo y Próspero no toma el trigo ni paga el dinero. Leonardo le acusa la
obligación y, por decreto de corte, le cobra el dinero. Se presenta Próspero a
Leonardo y le dice: «Leonardo ¿debías tener de mí los doscientos ducados?».
Leonardo responde que sí, Próspero le dice «mientes» y los dos sacan sus espadas,
pero, separados por los que allí estaban, cada uno se marcha a su casa. Próspero
pretende probar que no le fue entregado el trigo y, que, no habiéndolo tenido, no debe
pagarlo y que, por esta razón, la obligación no es válida, y que, aunque en ella dice
haberlo recibido, en realidad no lo tuvo. Leonardo pretende que la obligación es válida,
y que ha cobrado los doscientos ducados jurídicamente. |
FR. |
Para arreglar estas diferencias, se debe, en primer lugar, saber si el desmentido de
Próspero tiene fuerza. Si éste recibió el trigo, el desmentido carece de valor porque
Leonardo habría cobrado el dinero justamente. Y si Próspero no lo recibió, el
desmentido no vale por razón del instrumento por el que confiesa haber recibido el trigo
que niega haber tenido y que si no ha tomado, no ha sido por falta de Leonardo. Y por
esta razón, Leonardo no debe sentir el desmentido porque, si lo hace, le daría validez y,
siéndolo, declararía falso el instrumento, y quedaría obligado a pedir satisfacción del
desmentido y a restituir el dinero recibido. Para llegar a un acuerdo, yo creo que, por
no haber entregado Leonardo el trigo a Próspero, ni haberlo éste recibido de aquél,
debería confesar Leonardo que no lo entregó a Próspero, que es lo que éste pretende
probar, y Próspero, a su vez, debe reconocer que es válida la obligación, que es lo que
Leonardo pide, y de esta manera cada uno conseguiría lo que pretende, y pueden hacer
las paces honradamente. |
AL. |
¡Oh, cuántas pasiones y diferencias se podrían apaciguar si quisieran dar a la razón su
parte! Pero qué me diréis de dos soldados que tienen pendencias, sus amigos vienen a
satisfacerlos y apaciguarlos honradamente con toda la razón del mundo, y no quieren
ser amigos diciendo que más se ha de mirar a la costumbre del presente que a la razón.
Ved cómo andan los cristianos y hombres de bien. Andan ahora los tiempos tan mal
reformados y la amistad y caridad entre las gentes tan floja, que claramente conozco
que el mundo se acaba. |
FR. |
Con la fe se acaba la virtud y la verdad, que es peor, y crecen las malas costumbres. |
AL. |
¿A qué viene eso de los hombres de ahora y los pasados, no son todos de una cepa? |
FR. |
Los hombres de ahora y los pasados son todos unos, pero la mayor parte de los
príncipes de ahora son muy distintos de los pasados, porque estos miraban mucho por
el bien público y los de ahora miran mucho por el bien propio. Y si para hacer esto y
conseguir sus propósitos necesitan disimular algo ante sus súbditos, disimulan tanto que,
de ahí viene que los hombres, con libertad, se atrevan y corran por donde quieran, y de
la mucha soltura nacen los vicios y escándalos, y que la verdad huya de ellos, la caridad
les esconda la cara y la justicia, la espada. Y por esto se toman ellos la suya para
ofenderse unos a otros sin términos de razón tu respeto de amistad, como cada día
vemos en los campos de Italia. |
AL. |
Veamos ahora de qué manera se les podría reformar y cómo serían justificados. |
FR. |
Teniéndoles los señores siempre encerrados, que no encuentro otra solución, aunque,
como ya os he dicho, mucho podrían hacer los príncipes supremos. Esta maldita
costumbre está tan apoderada de las opiniones de las gentes, que es imposible quitarla
de una vez y por eso deberían reformar los abusos de la manera que el Mutio
aconsejaba al emperador Carlos V. Sobre esta materia escribió algunos buenos
artículos y en ellos decía: «Y porque muchos caballeros, soldados y gente noble no
sean capaces de entender bien los casos de honra, y por cosas ligeras y de poco
momento, pensando hacer cosa honrada y famosa, saca al combate uno al otro
pareciéndoles que con ello hacen lo que conviene a sus honras, y que si siguiesen sus
causas por vía civil no harían lo que debían, es cosa necesaria y de gran importancia
que vuestra majestad haga, no solamente nueva constitución por la que haya de
probarse civilmente sin combatir, sino que de la siguiente ordenación a los señores que
dan campo. Que los príncipes y los señores que sean, súbditos de vuestra majestad y
del Sacro Imperio Romano no concedan campo franco sin tomar antes juramento a
quien se lo pida de que ha intentado hallar justificación por otra vía distinta, mostrando
las escrituras de su diligencia y los indicios del delito, porque uno que reta a otro de
manera que le convenga la prueba de armas, se entiende que es actor y está obligado a
probar el reto, aunque el otro le haya desmentido. Porque es justo que la primera y la
mayor injuria se satisfaga primero, y que no se abandone la querella mayor por la
menor». Con esto se evitarían grandes daños, porque podría acontecer semejante
pendencia: yo digo a Diego que es traidor, él me responde que miento. Hasta aquí el
pleito y la querella es contestada. Yo, que he dado nombre de traidor a Diego, tengo
que probar que es traidor, y él ha de defender lo contrario, de manera que nuestro
combate ha de ser para saber si Diego es traidor o no. En este punto, no contento con
haberle dado el nombre de traidor, le doy de palos. Se ha introducido tal costumbre, yo
pretendo decargarme del desmentido que me hizo y él, cargado con los palos que le di,
queda obligado a retarme y yo a defenderme, y la querella ha de ser sobre si yo hice
mal o no en darle de palos. Esta costumbre, muy usada, es deshonesta y bárbara por
encima de los abusos del duelo, porque por este medio se asegura y toma ánimo el que
tiene intención de injuriar a otro, al que injuria con este desvío. Si, por ventura pensara
perder la elección de las armas, no se atrevería a injuriar al otro, ni por vías torcidas
huirían de probar lo que han dicho. Así que, habiendo yo infamado de traidor a Diego,
cosa que debería probar por la razón, para huir de la prueba le doy de palos y con esto
me desvío de la querella principal y primera, y hago que Diego tome la menor, de forma
que aparto de mí aquella que merece inquisición por otra que no la merece y dejo de
probar cómo aquél ha cometido traición. Yo le reto a probar lo que no hace al caso,
que es si yo hice bien o mal en darle de palos. Así pues, la primera querella es de
inquisición de verdad y la otra, de venganza. pero se deja aquella de la que se ha de
buscar la sentencia con el juicio de Dios, y se toma la otra, que quita a Dios su oficio.
Por todas estas razones habría de proveerse, y la provisión sería que cuando retase uno
a otro por un crimen que mereciera prueba de armas, tal debería ser actor, sin que
quepa excusa alguna, y que en la cuestión del actor y del reo, se procediera del modo
en que se haría si la causa fuera tratada civilmente porque, como se ha dicho, muchos
caballeros, soldados y hombres nobles no entienden bien los casos de honra ni conocen
el valor de los desmentidos. Estaría bien proveer que no se diera campo a aquellos |