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Dido

Juan Cruz Varela



PERSONAJES
 

 
DIDO,   reina de Cartago.
ANA,   su hermana.
BARCENIA,   dama de la reina.
ENEAS,   rey de los troyanos.
NESTEO,   teniente troyano.
SERGESTO,   comandante troyano.
 

La escena es en Cartago, en un salón del palacio de la reina.

 




ArribaAbajoActo I


Escena I

 

NESTEO y SERGESTO.

 
SERGESTO
    Fuera mengua, en verdad, si hubiera Eneas
formado tal designio, mas, Nesteo,
¿no miras tus sospechas disiparse
bien como el humo se disipa al viento?
El amor a la gloria y a la fama5
es superior a todo; y los inciensos
que los héroes ofrecen, nunca suben
en honor de otro Dios, ni en otro templo.
Dido es hermosa, es reina; nuestras naves
en paz amiga recibió en sus puertos; 10
y desde aquella noche en que, pendiente
de los labios de Eneas, el suceso
oyó de Troya, y nuestros crudos males
la flecha del amor hirió su pecho.
Todo es verdad; pero jamás podría15
nuestro rey humillarse hasta el extremo
de olvidarse a sí mismo, porque Dido
no se acuerda de sí. Nunca, Nesteo,
me quise persuadir que el mismo Eneas
manchase así la historia de sus hechos. 20
En fin, tú ya lo ves: nuestros bajeles
las velas hoy ofrecerán al viento;
y mañana la aurora, al levantarse,
nos verá en alta mar, lejos de un puerto
do se respira un aire ponzoñoso25
destructor de la gloria, y en que el tiempo
en ocio muelle y femenil halago
se pierde sin honor y sin provecho.
Eneas, juntamente con nosotros,
se lanzará a la mar; él el primero30
en paz serena afrontará el peligro,
y a insultar a la muerte aprenderemos.
NESTEO
Mi sospecha, Sergesto, si crecía,
era porque crecía mí deseo
de abandonar cuanto antes unas playas35
que a los troyanos ha negado el cielo.
Los restos de Ilión son destinados
para dar nueva forma al universo,
y hacer que las edades venideras
repitan con asombro nuestros hechos.40
¿Qué debía yo creer, cuando miraba
pasarse tantos soles, y con ellos
Eneas entregarse a los placeres
que, de la reina en el delirio ciego,
le ofrece este palacio? Es necesario45
de bronce duro amurallarse el pecho
contra el halago de mujer que adora,
contra la astucia del amor artero.
Eneas lo hizo ya: cuando la noche
cielos y tierra con oscuro velo50
cubra, y entregue los mortales todos
al letargo pacífico del sueño,
entonces nuestras naves silenciosas
al mar se confiarán; tal es al menos
la orden que Eneas a Cloanto diera55
cuando a su estancia lo llamó en secreto
al rayar este día, en que la gloria
a mostrársenos vuelve. Yo, Sergesto,
reviví con la nueva; y de mi engaño
yo sólo sé con qué placer he vuelto. 60
Otra vez en Eneas hallo al héroe
que, de mi patria en el fatal incendio,
me enseñó en una noche solamente
cómo puede un mortal hacerse eterno.
SERGESTO
Siempre debiste hacer esa justicia65
al mérito de Eneas. Tantos hechos,
tantas proezas, y un renombre claro
no se mancillan pronto, y mucho menos
por el débil amor, cuyos placeres
tan sólo afectan mujeriles pechos.70
NESTEO
Cuando inundaron los troyanos campos
las falanges inmensas de los griegos,
tres lustros no contabas, y de entonces
sonó en tu oído de la guerra el eco.
Diez años de un combate continuado75
a la ruina de Troya precedieron,
y, en tan largo período, el pecho tuyo
sólo en justa venganza estuvo hirviendo.
Gritos feroces, moribundos ayes,
ríos de sangre, asolación y muertos, 80
tal era el cuadro de la patria nuestra
en tantos días de furor inmenso;
y tal escuela a conocer no enseña
el corazón del hombre. Yo, Sergesto,
con pocos años más de los que cuentas,85
sé cuánto puede amor. Cuando los griegos
vinieron sobre Troya, las troyanas
solamente bastaran a vencerlos,
si los griegos tuvieran corazones
que no fueran de tigres o de acero. 90
Cuando yo a Aquiles conocí, y a Ulises
y a los dos hijos del soberbio Atreo,
ya había conocido la violencia
con que arde a veces del amor el fuego.
Y ¡cuán difícil es ahogar su llama95
a quien se goza con su mismo incendio!
Por esto, amigos, cuando ya seis lunas
ha que pisamos de Cartago el suelo,
sin que hasta hoy Eneas se acordase
de su honor y de Italia, en el silencio 100
mi sospecha oculté: pero he temido
que en el altar de amor quemara incienso,
y que la gratitud de ser amado
amante lo tornara, posponiendo
su antigua gloria, y la mayor que resta105
con llenar del destino los secretos.
SERGESTO
Pues de otro modo ha sido.

 (En actitud de mirar afuera por alguna ventana del salón.) 

El sol ya brilla
sobre la cima de los altos cerros
que a Cartago dominan: el instante
es ya llegado en que cumplir debemos110
la orden que, por medio de Cloanto,
Eneas nos ha dado. Con secreto
de nuestra pronta fuga, y de la hora
en que es preciso concurrir al puerto,
avisemos a todos los troyanos:115
y do el honor nos llama, allá volemos,
y nunca Eneas sienta haber nombrado
por uno de sus jefes a Sergesto.
NESTEO
Vamos, amigo. ¡Malhadada reina!
¡Cuánto tu suerte y tu dolor lamento! 120
 

(Se van los dos.)

 


Escena II

 

DIDO y ANA.

 
DIDO

 (Saliendo con su hermana.) 

¡Ay, Ana! Tú lo sabes: la primera
te abrí mi corazón; y mi secreto,
hasta que el fondo te mostré del alma,
tus ojos penetrantes no leyeron.
Mi ardor no es obra tuya: yo no imputo125
ni imputaré jamás a tus consejos
el repentino estrago de esta llama
que ya en pavesas convirtió mi pecho.
Frenética era ya, cuando tu lengua
aún no aprobara mi furor inmenso, 130
ni tu cariño a la infelice Dido
te hiciera tolerables sus excesos.
Esta insana pasión me llena toda,
y todo abrasa cuanto en torno veo.
¿Será que tal volcán, Ana querida,135
en mi daño los Dioses encendieron?
Perdona mi dolor: deja que llore,
y derrame mis ansias en tu seno...
Yo no sé, yo no sé qué abismos hondos
cavarse bajo de mi planta siento. 140

 (Se inclina unos instantes en el seno de su hermana.) 

ANA
¿De cuándo acá, mi Dido, ese lenguaje
de desesperación, esos afectos
de una inquietud ansiosa y afligente,
contrarios hoy a los de ayer serenos?
Troya y Eneas en igual renombre145
sonaban en Cartago, y el incendio
de la ciudad más populosa de Asia
ya llenaba de asombro el universo.
Tú admirabas al héroe que, entre llamas,
penates, padre, esposa, el hijo a un tiempo 150
supo salvar con valerosa mano;
sin que de Atridas los soldados fieros,
ni los horrores de la noche infanda
pudieran contrastar su noble esfuerzo.
Tú lo admirabas; y en las nuevas salas155
sirven de adorno a tu palacio regio
los animados lienzos, do trazaron
tantas hazañas los pinceles diestros.
En ellos ¡cuántas veces hemos visto
entre escombros y ruina, y humo y fuego,160
vibrar de Eneas la tremenda espada,
y circundar mil muertes a los griegos!
Allí se mira entre falange espesa
las puntas despreciar de cien aceros,
solo animar desperanzada hueste,165
solo triunfar del bárbaro Androgeo
y vengar solo los airados manes
de los fuertes de llión, que perecieron
en el largo período de diez años
contra toda la Grecia combatiendo. 170
¡Dido!, tú lo mirabas; y el destino
todavía ocultaba entre sus velos
del grande Eneas la futura suerte,
y tu suerte también: ni al pensamiento
pudo venir jamás que nuestras playas175
vieran de Troya los preciosos restos.
Ellos se fiaron a merced del ponto;
y al ponto amotinaron tantos vientos
cuantos de Juno a la inmortal venganza
y al eterno rencor obedecieron. 180
Otro Dios los salvó: las rotas naves
arribaron por fin a nuestros puertos,
y Eneas a tus ojos se presenta
muy mayor que su fama. Cuando el cielo
se ocupa de un mortal, y lo reserva185
para obrar sus prodigios, ¿qué recelo
puede inspirarte la pasión más digna
que abrigara jamás humano pecho?
¿Temes amar lo que los Dioses aman?
¿O son que Dido las deidades menos?190
DIDO
¡Ay, hermana!, perdona... No es mi llama,
es mi destino cruel al que yo temo.
Yo le vi, tú le viste; y era Eneas,
más que un mortal, un Dios; hijo de Venus,
amable, tierno, cual su tierna madre,195
grande su nombre como el universo,
me miró, me incendió; y el labio suyo,
trémulo hablando del infausto fuego
que devoró su patria, más volcanes
prendió con sus palabras aquí dentro,200
que en el silencio de traidora noche
allá en su Troya los rencores griegos.
Amor y elevación eran sus ojos,
elevación y amor era su acento;
y, al mirar, y al hablarme, yo bebía,205
sedienta de agradarle, este veneno
en que ya está mi sangre convertida
y hará mi gloria o mi infortunio eternos.
Al principio dudé si el pecho mío
sería digno de su heroico pecho. 210
No he fijado, aunque reina, las miradas
de los moderadores de los cielos;
no soy más que mortal; y yo creía
ver brillar en Eneas un reflejo
de aquella lumbre celestial, que pasa215
del rostro de los Dioses al de aquéllos
que su amor soberano arrebataron,
o de tan alto origen descendieron.
Mi temor era justo; pero pronto
no pudo más el alma obedecerlo, 220
y cedió a su pasión: los ojos míos
declararon por fin al extranjero
el ardor que en mis venas discurría,
penetrando sutil hasta los huesos.
Su corazón, hermana, sólo es duro225
enfrente de la muerte, cuando, lleno
de coraje sañudo en los combates,
la venganza y furor hinchan su pecho:
pero, al lado de Dido, si es que pudo
resistir al amor, no quiso al menos 230
negar el paso a los ardores míos,
y los dejó llegar hasta su seno.
Mil de veces pedile en ruego blando
que me quisiera referir de nuevo
los hados de su patria, y mil de veces235
los escuché con redoblado anhelo.
¡Astucias de mi amor! Mientras su labio
pendiente me tenía, yo en los besos
me gozaba de Ascanio, y en el hijo
encontraba a su padre mi deseo. 240
Todo fue Eneas para mí de entonces;
Eneas eran mis dichosos sueños,
Eneas era mi vigilia ansiosa,
y mi palacio, de su nombre lleno,
y Cartago también, de mis furores245
testigos todos con asombro fueron.
Esta ciudad reciente, cuyos muros
emprendí con afán, de su cimiento
no los ve ya subir; los torreones
que elevar a las nubes se debieron 250
para defensa de Cartago un día,
apenas se alzan del nivel del suelo;
e, interrumpidas ya las obras todas,
mi sola ocupación es mi amor ciego.
Pero ayer... i ay, hermana!... los destinos,255
los destinos de Dido la perdieron.
No nací para tanto... ¡Nunca, nunca,
llegaran sus bajeles a mis puertos!
¡Y nunca, nunca tu infeliz hermana
sufriera tan atroz remordimiento! 260
¡Ay, Ana! ¿Ya lo sabes? ¿Qué querías
de una flaca mujer, contra el incendio
que, entre la sombra de callada selva,
la abrasaba en presencia de su objeto?
¡Día de perdición, ayer luciste!265
¡Silencio de los bosques! ¡Oh silencio
peligroso al pudor! Deja que oculte
mi vergüenza, Ana mía, y mi secreto.

 (En ademán de irse.) 

ANA

 (Deteniéndola.) 

¿Y así rehúsas nuevamente abrirte
a la que sola te dará consuelos?270
Ignoro tu pesar: pero ¿en qué parte
vas a encontrar alivio a tu tormento,
si en mi seno amoroso y compasivo
no quieres descargar su enorme peso?
Cuanto más delicada, es más expuesta275
una intensa pasión a contratiempos,
y cuanto más incendio más temores
tal vez circundan los amantes pechos.
Háblame, Dido; que quizá tu llanto
discurre en vano por tu rostro bello; 280
y quizá en vano se atormenta un alma
que debiera nadar entre contentos.
Las veces de razón, querida hermana,
la amistad hace en los amantes ciegos,
y la mía merece lo que anhela,285
porque no anhela más que tu sosiego.
DIDO
Ver no quiero, Ana mía, convertidos
tu amistad y cariño en menosprecio.
Si desato mi lengua, y en su claro
te pongo el corazón, todo tu afecto 290
se cambia en odio a la infelice Dido,
y todo, todo, hasta mi hermana pierdo.
Ya se vengaron los airados Dioses,
y ya el castigo de mi culpa siento:
no aumentes mi dolor con la vergüenza295
de confesar yo misma mis excesos.
No me creí culpable; pero anoche
crimen y pena me ha mostrado un sueño,
y estoy abandonada a la venganza,
a la justa venganza de los cielos. 300
No me aborrezcas, Ana, en mi desdicha,
que bastante yo misma me aborrezco.
ANA
¡Ingrata! ¡Ingrata! ¿Alguna vez por suerte
te faltó mi amistad, o en largo tiempo
el dolor te amargó, sin que mi mano305
derramara dulzuras en tu seno?
¡Aborrecerte yo! ¿Pudiste, Dido,
así ofenderme, cuando no te ofendo?
¿Este retorno a las finezas mías
debiste prepararme, o yo temerlo? 310
Si Eneas y su amor te ocupan toda,
y si él solo te basta, por lo menos,
la amistad de tu hermana merecía
un galardón mejor que tu desprecio.
DIDO
No insultes mi dolor, ni más agravies315
un tierno corazón, en que reservo
la sola parte que a mi hermana toca
sin entregarla al que prendió este fuego.
ANA
¿Y en qué te obstinas, o por qué no admites
la sola mano que te da el remedio? 320
DIDO
No hay remedio, querida; si mi labio
el misterio revela, no por eso
esperes aliviar las ansias mías.
ANA
Te ayudaré a sentir, si más no puedo,
y ¡qué dulce es llorar, cuando se mezclan325
lágrimas de amistad al llanto nuestro!
DIDO
¿Lo quieres? Está bien. ¡Así quisiera
mis ansiedades aquietar el cielo!
Oye la causa de mi mal, y mira
si te sabré querer, cuando me atrevo330
a descubrirte la vergüenza mía.
¡Oh!, ¡si como es oculta al universo,
así lo fuese a las deidades todas
cuya venganza desde anoche temo,
y que en sueño espantoso me mostraron335
que fui culpable, sin pensar en serlo!
Sal; ve si alguno el importuno paso
hacia esta estancia mueve, y al momento
hazlo retroceder, no siendo Eneas.
Él solo escuchar puede los tormentos 340
que desde anoche el corazón desgarran;
él solo puede, pues por él padezco.
 

(ANA se va.)

 


Escena III

 

DIDO.

 
DIDO
¿Qué la voy a decir? ¿Por dó mi lengua
primero empezará? Si no refiero
el crimen que me abruma, ni la causa345
de mis terrores referirla puedo...
¡Crimen! Eneas es esposo mío:
si decirlo a la faz del orbe entero
de mi estrella el rigor no me permite,
testigo ha sido de mi unión el cielo. 350
En el fuego del rayo que cruzaba
prendió su antorcha el plácido himeneo,
fue nuestro altar un álamo del bosque,
y la selva frondosa nuestro templo.
¡Crimen! Mi corazón exento y libre355
quedó desde la muerte de Siqueo;
y si no quise darlo al duro Yarbas,
al blando Eneas entregarlo puedo...
Mas, Dido, tú deliras... Te fascinan
tu pasión miserable y tu deseo. 360
Si la culpa no es tuya, ¿cómo anoche
«¡criminal!, ¡criminal!», te dijo el cielo?
¿Y cómo tu razón, cuando volviste
del horrífico espanto de aquel sueño,
te empezó a condenar y te condena365
siempre que a la razón das un momento?
¡Dioses que el fondo de mi pecho visteis,
y las ansias miráis en que peleo!,
¿sois Dioses sin piedad?... ¿Y abandonada
podré verme de Eneas?... ¿Será cierto, 370
lo que entre sombras vi?

 (Llamando.) 

Vuelve, querida;
¡ay, Ana!, vuelve, y me darás consuelo.
 

(Queda la escena en silencio por un breve rato.)

 


Escena IV

 

DIDO y ANA.

 
 

(Sale ANA.)

 
ANA
Nadie se acerca, hermana: del palacio
dicen que Eneas se ausentó, al momento
que el primer rayo, precursor del día,375
con oro el horizonte fue vistiendo.
Cloanto iba con él, y a poco rato
Nesteo, añaden que salió, y Sergesto.

 (DIDO muestra su sorpresa y su inquietud.)  

Es rara esta conducta; yo a Barcenia
encargué que indagara con secreto 380
el motivo que pueda ocasionarla,
y que a informarnos regresara luego.
Mas no vendrá tan pronto que no puedas...
Pero, Dido, ¡qué extraño abatimiento!
Heme a tu lado nuevamente, amiga;385
deposita tus penas en mi pecho;
que, si acaso aliviarte no me es dado,
sabré contigo perecer al menos.
DIDO
¡Cruel!, ¡cruel! ¿Qué nueva me has traído?
¡Qué puñal, sin saberlo, hasta mi seno...! 390
¿Lo ves?, ¿lo ves?... ya se cumplió...No había
la luz del sol esclarecido el cielo,
cuando Eneas... ¡oh, Dios! ¿Y dónde ha ido?
¿A qué fin a la aurora, y en silencio,
del palacio salir? ¡Qué nuevos pasos!395
¿Qué no debo temer de este misterio?
¿Ves cómo era verdad, verdad terrible,
la que anunciaba mi horroroso sueño?
ANA
Depón, querida, turbación tan grande.
¿Qué sueño es ése, que a tan duro extremo400
de dolor te arrebata? Ya no es justo
atormentarme más con tu silencio.
DIDO
Pues oye, y tiembla, como yo he temblado,
y ve si encuentras a mi mal remedio.
Desde que Eneas arribó a mis playas405
no tuve más afán que complacerlo,
estudiar sus miradas, sus acciones,
anticiparme a todos sus deseos,
idolatrarlo, en fin. Diestro en la flecha,
era la caza su mayor recreo; 410
y tú me has visto las mañanas todas
acompañarle por el bosque espeso,
por la llanura de los verdes valles,
y por la cumbre de los altos cerros.
Ayer sereno, como nunca, el día415
en oriente lució: los compañeros
de Eneas, los magnates de mi corte,
y Ascanio mismo, con nosotros fueron.
Mas, no bien se esparciera por los campos
el venatorio bando, cuando el trueno 420
empezó a retumbar y en negra nube
cubrirse el sol y encapotarse el cielo.
Ardiendo el rayo sin cesar cruzaba,
y el aire todo convertido en fuego,
el miedo santo a las eternas causas,425
el pavor inspiraba, y el respeto.
Toda la comitiva disipose;
y en las cabañas, o en los hondos senos
de las cavernas do las fieras moran
buscaron un asilo los dispersos. 430
A Eneas y a tu hermana un bosque amigo
amparo les prestó, y en su silencio
sólo la voz de amor fue triunfadora,
y empezó a resonar dentro del pecho.
Ana, si Dido fue culpable, ha sido435
cómplice de su culpa el mismo cielo.
Él suspendió sus rayos y sus iras
en el momento que en el bosque espeso
penetró nuestra planta; cual si fuera
la tormenta terrible, de himeneo 440
la precursora pompa. Aquel instante
estalló mi volcán, y...

 (Cubriéndose el rostro, como avergonzada.)  

¿Qué te puedo
decir yo con mi voz, que no te diga
mejor que con mi voz, con mi silencio?
ANA
Prosigue, Dido: de tu blanda hermana445
no esperes otra cosa que consuelos.
DIDO
Tal es mi culpa, si llamarse culpa
puede el amor, y la pasión que debo
a un héroe que ya miro como esposo,
y que sin duda lo es...pero yo tiemblo 450
al recordar la noche que ha seguido
a un día que empezó tan placentero.
Llegó la hora en que recibe a todos
en paz amiga el regalado sueño,
y en que los miembros fatigados hallan455
el plácido descanso en blando lecho.
No bien entré en el mío, y mis sentidos
ocupaba el sopor, cuando del templo
donde reposan en la yerta tumba
las frígidas cenizas de Siqueo, 460
de repente las bóvedas temblaron;
y, arrojando con furia el pavimento
las losas sepulcrales, fue mi esposo
entre los descarnados esqueletos
el que primero conmoverse miro,465
y acercarse hacia mí con paso lento.
Su mirar era horrible, y en mi oído,
sonó ronca su voz, cual suena el trueno
cuando, de monte en monte retumbando,
lejos se escucha resonar el eco. 470
«¡Perjura!», dijo, y al decirlo airado,
me arrancó con violencia de mi lecho,
y, llevándome al borde de su tumba,
«éste es», añade, «tu debido premio.
Has roto el juramento sacrosanto475
que pronunciaste al expirar Siqueo,
y que oyeron los Dioses infernales,
que presiden la muerte y el silencio:
ven a sufrir tormentos espantosos
en la mansión callada de los muertos». 480
Sus palabras horrísonas entonces
los cadáveres todos repitieron,
y ya lanzaban en la horrenda huesa
a tu hermana infeliz, cuando su acento
«¡Eneas!», exclamó; «ven a librarme485
de los horrores que por ti padezco».
A mi voz los espectros, silenciosos,
el mar se señalaron, y cubierto
de bajeles el mar, el mismo Eneas
iba huyendo de Dido en uno de ellos. 490
Entonces desperté, y, abandonada
al furor de las sombras, aquel sueño
hubiera puesto término a mi vida,
si en fuerza del pavor no me despierto.
Un sudor frío, anunciador de muerte,495
bañaba todos mis cansados miembros,
y la imaginación me presentaba
en cada nuevo instante horrores nuevos.
Al fin brilló la luz, que nunca, nunca
ha tardado como hoy a mi deseo.500
Ana, ya tú lo viste: el alba apenas
apagaba su lumbre a los luceros,
cuando volé a tu estancia, de la mía,
y de mi lecho, y de mí misma huyendo.
Ya sabes mi delito y mis temores:505
si el primero no es tal, ipluguiera al cielo
que éstos no fuesen más que sombra vana,
y que volasen cual voló mi sueño!
ANA
¿Y así, Dido, te entregas al prestigio
de una ilusión soñada? ¡Qué!, ¿los celos 510
es tan fuerte pasión que sus furores
lleve hasta las mansiones de los muertos?
A los que yacen en la tumba ¿piensas
que ni tú ni tu amor...?
DIDO
Sí, ya lo veo:
mas, si nada hay de común entre el que goza515
la luz del día, y el que fue, a lo menos
es muy posible que un amante ingrato
a quien vive por él deje muriendo.
ANA
Mas ¿qué razón a tus temores hallas?
¿Qué mudanza ves tú que yo no veo?520
DIDO
Ésta es la hora, y éste mismo el sitio
a que todos los días el primero
concurre Eneas, y de aquí a la caza
conmigo sale. ¿Dónde está? Yo temo
que la primera vez que falta Eneas525
no sé qué me prepara de funesto.
ANA
Tal vez no tardará: pero siquiera,
en tanto que el motivo no sabemos,
no anticipes tu mal. ¿A quién, hermana,
para ser infeliz le falta tiempo? 530
Tú verás cómo Eneas... Mas Barcenia
hacia aquí viene ya: todo el misterio
de su labio sabrás; verás cuál vuelves
a tu tranquilidad y a tu sosiego.


Escena V

 

DIDO, ANAy BARCENIA.

 
 

(Sale BARCENIA.)

 
DIDO
¿Qué me dices, Barcenia? ¿Son fundados,535
o no debo dar crédito a mis sueños?
BARCENIA
No os comprendo, señora; ni tampoco
de comprender acabo lo que vengo
de escuchar y de ver: de nuestras playas
hoy los troyanos se despiden creo. 540
Unos a otros en secreto se hablan,
en confuso tropel bajan al puerto,
y Eneas, y Cloanto, y otros jefes,
parecen ordenar un movimiento
que debe hacer la armada. En tal conducta545
hay algo ciertamente de misterio:
los tirios y troyanos ya no forman
como hasta el día de hoy, un solo pueblo;
desconfían, se evitan, y parecen
mostrarse mutuamente algún recelo.550
Se habla de un modo vario de la causa
que ha producido tan extraño efecto:
todos se encuentran, se preguntan todos,
y nadie sabe responder lo cierto;
pero yo temo que tal vez mañana...555
DIDO

 (Prorrumpe con ímpetu y su agitación irá creciendo por grados hasta finalizar el acto.) 

Basta, Barcenia. ¿Y es posible, cielos,
que así se burle, sin hallar castigo,
de una reina infeliz un extranjero?
¿Qué más he de saber? ¡Hermana! ¡Amiga!
Ve, di a ese monstruo que deseo verlo,560
verlo la última vez. Tú sola puedes
librarme en tantas ansias: el perverso
a ti sola se abría, y te confiaba
su doble corazón y sus secretos
Ana, él te amaba, y a tu hermana triste565
mostraba sólo su mentido fuego.
ANA
No más insultes mi amistad, querida;
que ya bastante en tu dolor padezco.
Buscaré a tu enemigo; mal he dicho:
no lo será tal vez... En fin, yo vuelo 570
a encontrarme con él. Es imposible
que quepa tal perfidia en tales pechos.
DIDO
Ve, vuela, llama al cruel: dile que Dido
arde más en su amor cada momento;
dile que se consumen mis entrañas575
en destructor inapagable incendio,
y que todo mi ser... No digas nada...
deja que me abandone. Yo ¿qué pierdo
si he perdido mi paz, mi dulce calma,
y quizá mi virtud, por un perverso? 580
La muerte nada más... Tal vez la hora
es ésta ya en que, tranquilo y quieto,
se lanzará a la mar, y de mi pena
se burlará con otros, convirtiendo
hacia Cartago la insultante vista585
y gozando en mi mal... ¿Ves cómo el tiempo,
Ana mía, se va? Vuela, querida,
pide, ruega, importuna. Yo no creo
que tanto mienta el exterior de un hombre...
¡Tórnelo yo a mirar, y parta luego! 590
Pero no huya de mí sin que mi lengua
«¡ingrato!, ¡ingrato!», le repita al menos.



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