¡Ay, hermana!, perdona... No es mi llama, | |
es mi destino cruel al que yo temo. | |
Yo le vi, tú le viste; y era Eneas, | |
más que un mortal, un Dios; hijo de Venus, | |
amable, tierno, cual su tierna madre, | 195 |
grande su nombre como el universo, | |
me miró, me incendió; y el labio suyo, | |
trémulo hablando del infausto fuego | |
que devoró su patria, más volcanes | |
prendió con sus palabras aquí dentro, | 200 |
que en el silencio de traidora noche | |
allá en su Troya los rencores griegos. | |
Amor y elevación eran sus ojos, | |
elevación y amor era su acento; | |
y, al mirar, y al hablarme, yo bebía, | 205 |
sedienta de agradarle, este veneno | |
en que ya está mi sangre convertida | |
y hará mi gloria o mi infortunio eternos. | |
Al principio dudé si el pecho mío | |
sería digno de su heroico pecho. | 210 |
No he fijado, aunque reina, las miradas | |
de los moderadores de los cielos; | |
no soy más que mortal; y yo creía | |
ver brillar en Eneas un reflejo | |
de aquella lumbre celestial, que pasa | 215 |
del rostro de los Dioses al de aquéllos | |
que su amor soberano arrebataron, | |
o de tan alto origen descendieron. | |
Mi temor era justo; pero pronto | |
no pudo más el alma obedecerlo, | 220 |
y cedió a su pasión: los ojos míos | |
declararon por fin al extranjero | |
el ardor que en mis venas discurría, | |
penetrando sutil hasta los huesos. | |
Su corazón, hermana, sólo es duro | 225 |
enfrente de la muerte, cuando, lleno | |
de coraje sañudo en los combates, | |
la venganza y furor hinchan su pecho: | |
pero, al lado de Dido, si es que pudo | |
resistir al amor, no quiso al menos | 230 |
negar el paso a los ardores míos, | |
y los dejó llegar hasta su seno. | |
Mil de veces pedile en ruego blando | |
que me quisiera referir de nuevo | |
los hados de su patria, y mil de veces | 235 |
los escuché con redoblado anhelo. | |
¡Astucias de mi amor! Mientras su labio | |
pendiente me tenía, yo en los besos | |
me gozaba de Ascanio, y en el hijo | |
encontraba a su padre mi deseo. | 240 |
Todo fue Eneas para mí de entonces; | |
Eneas eran mis dichosos sueños, | |
Eneas era mi vigilia ansiosa, | |
y mi palacio, de su nombre lleno, | |
y Cartago también, de mis furores | 245 |
testigos todos con asombro fueron. | |
Esta ciudad reciente, cuyos muros | |
emprendí con afán, de su cimiento | |
no los ve ya subir; los torreones | |
que elevar a las nubes se debieron | 250 |
para defensa de Cartago un día, | |
apenas se alzan del nivel del suelo; | |
e, interrumpidas ya las obras todas, | |
mi sola ocupación es mi amor ciego. | |
Pero ayer... i ay, hermana!... los destinos, | 255 |
los destinos de Dido la perdieron. | |
No nací para tanto... ¡Nunca, nunca, | |
llegaran sus bajeles a mis puertos! | |
¡Y nunca, nunca tu infeliz hermana | |
sufriera tan atroz remordimiento! | 260 |
¡Ay, Ana! ¿Ya lo sabes? ¿Qué
querías | |
de una flaca mujer, contra el incendio | |
que, entre la sombra de callada selva, | |
la abrasaba en presencia de su objeto? | |
¡Día de perdición, ayer luciste! | 265 |
¡Silencio de los bosques! ¡Oh silencio | |
peligroso al pudor! Deja que oculte | |
mi vergüenza, Ana mía, y mi secreto. | |
(En ademán de irse.) |