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Nota de los Editores del Almacén: «Este discurso es sin contradicción uno de los mejores que se han pronunciado en España, con igual o semejante motivo. Las verdades más importantes de la ciencia de la legislación, casi desconocidas entonces por la mayor parte de nuestros letrados, están en él enunciadas con habilidad y maestría, bien que con la rapidez que exigía la naturaleza de un discurso de esta especie, que debía ser necesariamente breve, y en que por consiguiente no se podían hacer más que indicaciones. Miras sabias, lealtad acendrada, filantropía ardiente, método justo, lenguaje castizo, estilo conveniente al objeto; tales son las dotes que brillan en este escrito, digno del ilustre magistrado que le pronunció, y de que le tengan a la vista todos los sujetos de igual clase, cuando hayan de escribir discursos para sus tribunales.» (N. del E.)

 

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«En el empeñado y ruidoso expediente de la Mesta [o trashumancia del ganado lanar], los señores Fiscales que entonces eran Campomanes y Moñino, con aquella sabiduría y elocuencia que siempre les fueron propias, y tan útiles mejoras han causado en nuestro sistema de administración pública, representaron a S. M. como el medio más eficaz y seguro de ocurrir a las muchas necesidades y atrasos de la provincia de Extremadura, a su despoblación, a su falta de agricultura y de industria, la erección de una Audiencia territorial, que cuidase a un tiempo de la recta administración de la justicia, evitando a los pueblos las incomodidades y gastos que padecían en sus recursos a las Chancillerías de Valladolid y Granada, y de dichos importantísimos objetos.» (N. del A.)

 

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«El Excmo. Sr. Conde de Campomanes, cuyo solo nombre es un elogio, siendo primer Fiscal del Supremo Consejo, promovió en él con un celo y constancia increíbles mil expedientes importantísimos de administración pública y economía civil. El de la ley Agraria, el de la Mesta [y trashumancia], el de la libertad del comercio de granos, el de la honradez de todos los oficios, el de Sociedades económicas, el de Universidades y enseñanzas públicas, el de reducción de asilos, etc. etc.» (N. del A.)

 

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Nota de los Editores del Almacén: «Estaba reservado a nuestro augusto Soberano el abolir entre nosotros esta bárbara institución.» (N. del E.)

 

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Se omite completamente la Nota del autor de la edición de 1821, que dice: «Como las naciones no están constantemente en el mismo punto de abatimiento o prosperidad, sino que se elevan o degradan por sus vicios interiores o por otras causas accidentales, las leyes que deben estar siempre en relación exacta con su estado dejan de hacerles el bien que les causaron al principio de su establecimiento cuando se hallaban en esta relación, siendo entonces dañosa la misma ley que fue al principio utilísima. Por esto, de tiempo en tiempo, sería no sólo conveniente, sino aún necesario, hacer una reseña escrupulosa de las leyes establecidas, para anular, modificar o promulgar aquellas nuevas que pareciesen indispensables. Idea que vio ya el sabio Locke cuando quiso que sólo tuviesen fuerza por cien años las leyes que dio a los pensilvanos, y que entonces se reviesen, aumentasen o modificasen según las necesidades actuales. A veces, un vicio que corrompe el cuerpo social nace de una ley que debería haberse abrogado; a veces, otras destruye una industria que al principio fomentó; a veces, en fin, un privilegio que vivificó un ramo de comercio, lo estanca después o destruye enteramente.» (N. del E.)

 

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Nota de los Editores del Almacén: «Se ha dicho antes que el perjuicio inferido a un individuo suele tener una transcendencia funesta a la felicidad de los conciudadanos. En la sociedad todo se une y enlaza, de manera que el delito más pequeño afecta más o menos al orden público, así como le afecta la más pequeña injusticia.» (N. del E.)

 

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Se omite toda la Nota del autor de la edición de 1821, que dice: «Los más de los contratos, por no decir todos ellos, las tutelas, testamentos, donaciones, etc., deberían tener sus formularios impresos, sabiamente arreglados, en que sólo hubiese que llenar poquísimos blancos con los nombres de los otorgantes, día, mes, año, lugar de la transacción etc.; y que dando al ciudadano toda la libertad que le compete para disponer de sus cosas según su voluntad, cortasen sin embargo los más de los litigios. Ahora sucede que por lo regular o un director inexperto, o un escribano tan ignorante como hablador o caviloso, son dueños de vestir a su arbitrio, como ellos dicen los contratos y escrituras que otorgan; es decir, de acumular palabras y razones inútiles, viciosas, oscuras, contradictorias, en que después hallan las partes y sus abogados un arsenal copioso de armas y fundamentos acomodados a las pretensiones más opuestas. Todo así, se hace problemático en los templos de la santa justicia; se contiende, se litiga, se escribe y amontonan los alegatos, fundados siempre en las distintas frases de un mismo documento; y la parte que gana y la que pierde gastan sus caudales, y se arruinan sin escarmentar siquiera para lo sucesivo, porque queda en pie este documento fatal para causar en adelante nuevas dudas y pleitos.» (N. del E.)

 

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«En el solemne besamanos del nuevo Tribunal, SS. MM., delante de la Corte llenos de ternura y bondad, recomendaron al Regente la provincia, encargándole con una solicitud verdaderamente paternal cuidase mucho de la felicidad de sus naturales.» (N. del A.)

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