Fue historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas: y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio; de donde podrán tomar ejemplo los historiadores graves, que nos cuentan las acciones tan corta y sucintamente que apenas nos llegan a los labios, dejándose en el tintero, ya por descuido, por malicia o ignorancia, lo más sustancial de la obra130. |
Natural de la muy noble e insigne villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo y de María Díez Rejón, Bernal viene al Nuevo Mundo en 1514 con Pedro Arias de Ávila y se alista en la expedición que, concertada con Diego de Velázquez y bajo el mando de Francisco Hernández de Córdoba, descubriría costas de México en 1517. Al año siguiente, se embarca en la flotilla de Juan de Grijalva, para regresar, por tercera vez, a las Indias con Hernán Cortés y participar a su lado en prácticamente todas las jornadas de la Conquista.
Una vez tomada la
ciudad de México, Díaz del Castillo sale con Gonzalo
de Sandoval hacia Coatzacoalcos, participa en la campaña del
capitán Luis Marín en Chiapas, y toma parte en la
entrada contra los zapotecas bajo las órdenes de Rodrigo
Rangel. De nuevo con Cortés, se une a la catastrófica
expedición de Honduras, que le servirá para «engalanarse en lo sucesivo con el título
de capitán con el que aparecerá en la primera
edición de su obra»
131.
A su regreso, dedica largo tiempo a «pleitear» por
encomiendas que le son tanto otorgadas como retiradas. Pero Bernal
no es el único quejoso: en las listas de inconformes se
encuentran, entre otros, el gobernador Francisco Vázquez de
Coronado, Juan Jaramillo, Juan Xuarez (cuñado de
Hernán Cortés) y Luis Marín, quienes
habrían recibido encomiendas nada desdeñables. Lo
anterior hace pensar que estos conquistadores gozaban de una
posición relativamente desahogada y que no estaban
dispuestos a sacrificar su forma de vida despreocupada y
placentera.
Hacia 1535, Bernal
contrae nupcias con Teresa Becerra, hija de un conquistador y
prominente hombre de Guatemala, ciudad en la que residirá
desde 1539 hasta su muerte, en febrero de 1584. Si bien no cuenta
con estudios superiores, Díaz del Castillo se manifiesta
como un personaje inteligente y talentoso. Para 1551, es regidor
del cabildo guatemalteco, y, en 1563, da noticia de «un memorial de las guerras que tiene escrito
como persona que a todo ello estuvo
presente»
132.
Concluida la obra
hacia 1568, se acusa recibo de ella en España en 1575,
año en que el presidente de la Audiencia de Guatemala, Pedro
de Villalobos, la envía al rey. Sin embargo, la primera
edición, que vería la luz hasta 1632,
empezaría a prepararse para la imprenta después de
que fray Alonso Remón hallara el manuscrito en la biblioteca
de don Lorenzo Ramírez de Prado, consejero de Indias. El
fraile mercedario muere antes de concluir su trabajo y la obra pasa
«a manos de un nuevo cronista Adarzo y
Santander, quien se permite un cierto número de
añadiduras»
133.
Además del manuscrito Remón, se descubre, en 1840, un
borrador lleno de correcciones en poder de la familia Díaz
del Castillo en Guatemala, y, tiempo después, una copia
apógrafa de éste, completada, en 1605, por Francisco
Díaz, hijo del conquistador y conocida, hoy, como
códice de Murcia o manuscrito Alegría.
Bernal muere, viejo y casi ciego, sin ver publicada su historia. Pero a más de quinientos años, su nombre representa, además de la principal fuente de consulta sobre la conquista de la Nueva España, el punto de partida de la tradición literaria hispanoamericana.
Yo, Bernal Díaz del Castillo, regidor de esta ciudad de Santiago de Guatemala, autor de esta muy verdadera y clara historia, la acabé de sacar a la luz [...] en veinte y seis días del mes de febrero de mil quinientos sesenta y ocho años134. |
La Historia
verdadera de la conquista de la Nueva España, vista
como la «prédica de un
yo que ha estado presente "en todas las batallas", es
[...] una autobiografía con fondo
épico»
135
que plantea un escenario en el cual el yo -conquistador y
testigo-, al interpretar la historia, construye un teatro en el que
habrán de coincidir, en diálogo sutil, sus recuerdos
y las lecturas de que se ha nutrido. Si bien la tarea
autobiográfica ha sido identificada como el producto
mimético de un referente, en realidad «la vida que
escribe su vida» crea y determina el mundo que narra.
Durante los casi
cuarenta años que dura su escritura, la obra de Bernal se
transforma incesantemente. En principio un texto administrativo, el
memorial de guerras o probanza de méritos pasaría a
ser una relación antes de convertirse en
«historia», es decir, en el recuento de eventos dignos
de memoria136.
Sólo puede recordar quien ha visto y ha sido testigo de los
hechos. Bernal, quien se halló allí y vio y
entendió, promete, a cada página, escribir, con la
ayuda de Dios, la recta verdad; tarea imposible para Francisco
López de Gómara, para Gonzalo de Illescas e incluso
para Paulo Jovio, pues, según apunta Bernal, el «que no se halló en la guerra, ni lo vio
ni lo entendió, ¿cómo lo puede
decir?»
(Historia verdadera, p. 894).
Díaz del Castillo -y lo hará después don Quijote al encontrar un relato apócrifo de su propia vida-, se asombra y se molesta, y dedica una buena parte de su obra a corregir las imprecisiones en los textos de personas notables y de gran retórica. La obra de Francisco López de Gómara es el principal objeto de su crítica y está citada, al menos, en treinta capítulos de la Historia verdadera. Una crónica altamente arquetípica, la Historia de la conquista de México, se eleva hacia los elementos determinantes del mito al tiempo que incluye presagios y escenas iluminadas por la intervención divina137.
En uno de los momentos más memorables, el capellán de Hernán Cortés cuenta cómo un individuo, cabalgando en un caballo blanco, lucha valientemente al lado de los españoles. Gómara identifica al apóstol Santiago, santo patrón de la Reconquista, en tan misterioso jinete. Bernal, por su parte, se niega a aceptar su versión:
(Historia verdadera, p. 83). |
Al contrastar su
historia con la del cronista de Cortés, Díaz del
Castillo parece presionar al lector para que tome partido y decida
cuál de los textos dice la verdad. Ante tal disyuntiva,
«el lector no puede sino volverse
cómplice de Bernal; así como Bernal es testigo de la
conquista, el lector se vuelve testigo de la historia de
Bernal»
138.
Después de todo, el tono de confesión que se
reproduce en la Historia verdadera deja poco sitio a la
duda:
(Historia verdadera, p. 1). |
La verdad asociada
con el testimonio directo aparece ya en España durante el
siglo XV, con el surgimiento de los «libros de viajes»,
representados por las Andanças de Pero Tafur. El
caballero, de noble familia andaluza, aprovecha la tregua con los
moros granadinos para realizar un largo viaje a los «Santos
Lugares». De su travesía, Pero Tafur comenta: «Yo hube una buena información de la
cibdat de Damasco, pero, pues non la vi, déxolo para quien
la vido»
139.
Esto es justamente lo que le reclama Bernal a Gómara
mientras trata de adecuarse a la fórmula del
«testimonio jurado»: el derecho a escribir la historia,
a recordar lo que vio, a contar la verdad.
La historia de Díaz del Castillo entra en conflicto con la verdad cuando el autor intenta establecer su autoridad. El cronista trata de ser preciso, pero se da cuenta de lo difícil de su tarea. Después de la visita al mercado de Tlatelulco, y aun cuando recuerda que el adoratorio de Huichilobos y Tezcatepuca tenía ciento catorce gradas, Bernal intenta describir el entorno del templo y se disculpa por cualquier omisión, dejando en claro los intereses del ejército en los días de la conquista:
(Historia verdadera, p. 262). |
Maestro del retrato, Bernal decide copiar del natural y recuperar la realidad con la mayor exactitud. También intentará rescatar la memoria de sus compañeros y enaltecer su participación en la conquista. Muestra de esto son los casi novecientos nombres que aparecen en el índice onomástico de la Historia verdadera140.
En «Bernal
Díaz del Castillo y el popularismo en la historia
española», Ramón Iglesia establece que la
crónica del medinés rebaja la grandeza destacada del
caudillo y convierte a la masa en agente principal de la epopeya.
Considera que Cortés, sin perder su calidad heroica, se
humaniza: ríe, se purga y les gasta bromas a los indios. El
historiador concluye que la grandeza del texto del capitán
Díaz está, precisamente, en que sus personajes son
hombres y no dioses. Enrique Anderson Imbert se manifiesta,
también, en este sentido al señalar que Bernal
reconoce el valor, la eficacia y la dignidad de Cortés, y
agrega a la noción de héroe la noción de masa,
democratizando, así, la historiografía141.
Díaz del Castillo, dice Anderson Imbert, «escribe con el aliento de todo un grupo.
Cronista de muchedumbres, el yo se le hace
nosotros»
142:
(Historia verdadera, pp. 872-873). |
Bernal Díaz se lanza a escribir una historia, a rescatar a los compañeros, a contar la verdad y a recuperar la realidad; para lograrlo sólo necesita recordar.
En El arte de la memoria, Frances Yates traza el desarrollo del arte de la retentiva en la tradición europea a partir de Simónides de Ceos, a quien se atribuye la invención de las técnicas para recordar, y menciona cuatro fuentes latinas para el arte de la memoria: De Oratore y De Inventione de Cicerón; el manual De ratione dicendi ad C. Herennium, de autor anónimo, pero conocido como la «segunda retórica de Cicerón»; y la Instituto Oratoria de Quintiliano.
El arte de la
memoria parte de la existencia de una memoria natural, que opera
espontáneamente, y de una memoria artificial, tanto de cosas
como de palabras, que puede trabajarse a voluntad. «Ambas variantes requieren el diseño
mental de un espacio subdividido en lugares siempre
evocables dada la asimetría que los diferencia entre
sí. Una vez asignados los lugares han de componerse
imágenes asociadas a las cosas o palabras que se
desea recordar»
143.
En el caso de la Historia verdadera, los lugares
parecen coincidir, en ocasiones, con los mapas o «cartas de
marear», y las imágenes parecen retratar
eventos reales, sueños, episodios de otras historias, e,
incluso, escenas sacadas de los libros del conquistador.
En su artículo «Fantasmas de la memoria en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España», Gustavo Illades señala que la memoria de Bernal parece haber reproducido el arte de la retentiva utilizado desde la Antigüedad, ya que, a través de las imágenes memorables, Díaz del Castillo construye un teatro de la memoria144. Afirma que la historia es verdadera porque el cronista recurre a sus invenciones mnemotécnicas, es decir, porque en la escritura bernaldiana se vuelven equivalentes el hecho histórico y la invención mnemónica que lo convierte en recuerdo evocable a voluntad.
Bernal, por su parte, reconoce la nitidez de su memoria y su capacidad como artista de la retentiva en el capítulo CCVI de su historia, el cual versa sobre las estaturas y proporciones y edades que tuvieron ciertos capitanes valerosos y fuertes soldados:
(Historia verdadera, p. 872). |
La captación del ambiente humano, dice Carmelo Sáenz de Santa María, es lo que hay que buscar en Bernal, más allá de la exactitud del dato, del nombre, del número o de la fecha145. El ánimo de los capitanes, que Bernal recuerda en la cita anterior, y el hambre y la desesperación que reproduce en el siguiente pasaje de la expedición a las Higueras, son ejemplos de la maestría con la que Díaz del Castillo evoca y retrata el ambiente:
(Historia verdadera, pp. 703-704). |
En esta escena,
Bernal «logra adueñarse del
relato íntegramente para enfocarse sobre la desesperada
búsqueda de alimento en la obscura
selva»
146
y, también, en la gradual pérdida de lucidez de los
hambrientos. En «El detalle de una historia
verdadera: Don Quijote y Bernal Díaz»,
María E. Mayer comenta que en el relato de las Higueras,
Díaz del Castillo alterna un tono de historiador serio con
episodios de humor de farsa, con detalles macabros y escenas
fantasmagóricas, con romances agoreros, y que incluso se
arriesga con chistes y refranes. Es, quizá por esto, que
Stephen Gilman considera la Historia verdadera como un
tesoro de la cultura popular del siglo XVI. El texto de Bernal es
un cofre de sabiduría heredada: citas, frases proverbiales y
refranes, coplas de ciego y otras manifestaciones de la literatura
fantástica completan el material con que está
escrito. En el capítulo CXLIII, por ejemplo, Díaz del
Castillo se refiere a las indias que se desaparecían si las
sacaban soldados que no les contentaban, y dice que «preguntar por ellas era como quien dice: buscar
a Mahoma en Granada, o a mi "hijo el bachiller" en
Salamanca»
(Historia verdadera, p. 464).
La memoria de
Bernal «lo dice todo en una catarata de
recuerdos menudos»
147
porque no se limita a observar. El capitán retrata con gran
belleza y precisión afectiva ese mundo asombroso debido a
que experimenta la conquista con todos sus sentidos. En cuanto al
oído, Díaz del Castillo se acuerda del tañer
de las campanas de cada iglesia y de los
cantores de capilla de voces bien concertadas, así tenores como tiples y contraltos [...] flautas y chirimías y sacabuches y [...] trompetas altas y sordas. |
(Historia verdadera, p. 877). |
A veces, la
inesperada riqueza de su memoria superpone una evocación a
otra, y Bernal parece perderse en detalles triviales. En ocasiones,
el autor se asombra de los desvíos de su relato, debido a
que parece «más interesado en las
imágenes evocadoras que en la relación directa con
los hechos»
148.
El memorial expansivo de Bernal Díaz se siente cercano a la tradición oral. Así, en los catálogos de nombres de soldados, de naves y caballos se puede percibir el ritmo estable y la forma repetitiva que ejercita la memoria con miras a una reproducción oral:
(Historia verdadera, p. 58). |
Si bien es cierto que un tono melancólico permea el relato de Bernal, también es verdad que el humor y la ironía se distinguen en algunos episodios. La historia de Bernal pierde toda seriedad en el extraño diálogo con la Fama, y algunos elementos grotescos y sobrenaturales (una lluvia de renacuajos y ciertas señales celestes) hacen su aparición hacia el final del texto. El carnaval, en todo su esplendor, está retratado en la última festividad que describe el viejo soldado: se trata, aparentemente, de celebrar la paz entre Francisco I y Carlos V. En este episodio, la memoria del capitán Díaz del Castillo describe un mundo al revés en el que los mexicas visten como negros y los indios como frailes dominicos; hay procesiones, ritos de paso, coronaciones, puestas en escena flotando por los canales, una cacería en el centro de la ciudad, y un banquete que parece, por un lado, reproducir la cena de Trimalción, de El Satiricón, y, por el otro, inspirar el banquete de las bodas del rico Camacho del Quijote:
(Historia verdadera, pp. 825-826). |
Además de
un gran narrador, Díaz del Castillo es también un
traductor. Emplea y explica unos setenta términos de origen
indio, y sus descripciones del Nuevo Mundo retratan a un hombre
consciente del papel que desempeña al interpretar una
cultura para beneficio de otra149.
En ocasiones traduce de manera literal, como cuando
Bartolomé Pardo fue a «una casa
de ídolos, que ya he dicho que se decía cues, que es
como quien dice casa de sus dioses»
(Historia
verdadera, p. 39). Otras
veces explica las mismas palabras varias veces para familiarizar al
lector con ellas. Algunas más, utiliza los vocablos
americanos para intensificar el misterio, y también como
recurso para impresionar al lector. En el capítulo IV leemos
que «cuando estábamos en esta
batalla, y los indios se apellidaban, decían en su lengua
"al Calachoni, al Calachoni", que quiere decir que matasen al
capitán»
(Historia verdadera,
p. 13).
La obra de Bernal,
dice Ramón Iglesia, no se lee, se escucha. Carmelo
Sáenz de Santa María concuerda con Iglesia: «se diría que en larga
conversación (Díaz del Castillo) se está
confesando ante nosotros»
150.
El autor viene a contarnos lo que vio en un estilo que
fluctúa entre la narración histórica y el
relato cotidiano, además, en la sensibilidad con que el
cronista refiere los hechos se manifiesta «el amor que profesa por la copia exacta del
momento»
151.
Sin embargo, cuando Bernal dice «yo
vi»
está reportando la percepción de su ego
modificado, no lo que ocupó su vista, ya que, en la
autobiografía, el artista se mira a sí mismo en el
espejo de la cultura, como el pintor al crear un autorretrato.
«La vida que escribe su vida» crea y determina el mundo
que narra al tiempo que se construye a sí misma.
«Inventa, sí», dice Illades, «el capitán inventa América y se
inventa él mismo en contexto heroico a través de una
memoria artificial donde concurren sucesos americanos, objetos
oníricos e imaginería medieval, devota y
caballeresca»
152.