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Como el tema es de subido interés, y me tengo que quedar en su superficie, creo cumplir con mi obligación al indicar al lector la existencia de un gran artículo de Joseph E. Gillet, «The Autonomous Character in Spanish and European Literature», Hispanic Review, XXIV (1956), 179-90.

 

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Acerca del metamorfoseado tópico de enviar salud quien no la tenía, por estar enfermo de amor -don Quijote no tiene libertad por estar atrapado en las redes del amor de Dulcinea-, puede consultar el lector las notas a mi edición de La Galatea, I (Madrid, 1961), 170-71.

 

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Viene bien a cuento recordar algo del prólogo de las Novelas ejemplares (1613): «Heles dado el nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar un ejemplo provechoso y si no fuera por no alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podría sacar, así de todas juntas, como de cada una de por sí. Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entretenerse sin daños de barras: digo, sin daño del alma ni del cuerpo, por que los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan.» Tocado en clave mucho más solemne el tema llegó a adquirir las grandiosas proporciones de lo que don Américo Castro denominó la «muerte post errorem»: Anselmo, en el Curioso impertinente (Quijote, I, XXXI); Carrizales, en El celoso extremeño; ver Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, nueva edición ampliada (Barcelona, 1972), capítulo III, «El error y la armonía como temas literarios».

 

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Desde el lema de este libro ya hemos visto cómo Dostoievski definía al Quijote como «la ironía más amarga que puede expresar el hombre». Aunque yo prefiero subrayar, en vez de la amargura de la ironía cervantina, su simpatía cordial, que libera y enaltece. Por ello es que para Pío Baroja el descubrimiento del humorismo lo hizo Cervantes, y en consecuencia éste no fue un producto del genio anglosajón, como quiso Taine; ver la primera parte de La caverna del humorismo (1919).

 

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Ya he aludido a la ironía como característica de profundo arraigo en el estilo cervantino (supra); ahora creo conveniente anotar que también se ha visto a la ironía como factor diferencial de don Quijote en cuanto héroe, frente a los héroes épicos, trágicos y cómicos, según sostuvo el poeta inglés W. H. Auden en su gran ensayo «The Ironic Hero: Some Reflections on Don Quixote» (1949).

 

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El pretendido viaje es tan corto, dada la distancia actual de la Sierra Morena a la aldea de Dulcinea, que don Quijote tiene que recurrir a la intervención de encantadores para explicárselo: «¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y veniste por los aires, pues poco más de tres días has tardado en ir y venir desde aquí al Toboso, habiendo de aquí allá más de treinta leguas; por lo cual me doy a entender que aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas y es mi amigo (porque por fuerza le hay, y le ha de haber, so pena de que yo no sería buen caballero andante); digo que éste tal te debió de ayudar a caminar, sin que tú lo sintieses» (I, XXXI). El mundo creado por la lesionada imaginativa de don Quijote tiene, está visto, todos los elementos del mundo literario de la caballeresca, ejemplo muy importante que añadir a los otros que estudié en el capítulo anterior, con referencia a su locura y los encantadores.

 

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Son muchísimos los textos de San Juan de Ávila que se vienen a los puntos de la pluma para ilustrar lo antecedente. Escojo sólo el siguiente, con el que comienza el sermón Amarás al Señor Dios tuyo. Domingo XVII después de Pentecostés. En un velo de monja:

Dice el glorioso doctor San Agustín no muy fuera de este propósito: «Danos, Señor, lo que tú mandares, y manda lo que quisieres.» Mándanos, Señor, que te amemos, danos tú tu amor, y manda lo que tú quisieres, que, si mucho mandas, con tu amor mucho podremos. Y si es ansí que para las cosas muy fáciles hemos menester gracia e ayuda especial de Dios, cuánto más será menester para alcanzar cosa tan alta como es amar a Dios, y no como quiera, sino como las palabras del tema lo significan.



 

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Como no encuentro forma ni tiempo para meterme en estas tan interesantes materias, nuevamente doy por cumplida mi obligación si apunto al lector en la dirección más provechosa, en este caso el admirable libro, ya citado, de Marcel Bataillon Erasmo y España, segunda ed. (México, 1966), págs. 754-56, y la bibliografía allí contenida, que omite, sin embargo, el artículo de Leo Spitzer «No me mueve, mi Dios...», Nueva Revista de Filología Hispánica, VI (1953), 608-17.

 

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No puedo aguantarme, y citaré un texto más de tan sinuoso poeta, que resume el encuentro verbal entre don Quijote y su escudero que he analizado en las páginas precedentes: «Both read the Bible day and night, / But thou read’st black where I read white», The Everlantig Gospel (1794). No es del todo ocioso recordar que en su época William Blake fue considerado demente.

 

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La locura de Cardenio es, en consecuencia, de tradición literaria. En el propio centro de su epopeya Ariosto coloca estas declaraciones capitales acerca de la demencia de Orlando: «Chi mette il piè su l’amorosa pania, / cerchi ritrarlo, e non v’inveschi l’ale; / che non è in somma amor, se non insania, / a giudizio de’ Savi universale. / E se ben come Orlando ognun non smania, / suo furor mostra a qualch’altro segnale. / E quale è di pazzi segni più espresso / che, per altri voler, perder se stesso? // Varii gli effetti son; ma la pazzia è tutt’una però, che li fa uscire. / Gli è come una gran selva, ove la via / conviene a forza, a chi vi va, fallire. / Chi su, chi giù, chi qua, chi là, travia. / Per concludere in somma, io vi vo’ dire: / a chi in amor s’invecchia, oltr’ogni pena / si convengono i ceppi e la catena. // Ben mi si potria dir: -Frate, tu vai / l’altrui mostrando, e non vedi il tuo fallo. - / Io vi risponde che comprendo assai, / or che di mente ho lucido intervallo: / et ho gran cura (e spero farlo ormai) / di riposarmi, e d’uscir fuor di ballo; / ma tosto far, come vorrei, nol posso, / che ’l male è penetrato infin’ a l’osso»; Orlando Furioso, canto XXIV, estrofas 1-3. La locura de amor de Cardenio también le ha penetrado hasta los huesos, mientras que la de don Quijote, como es fingida -«imaginados celos»-, no le pasa de la epidermis.

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