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El texto que acabo de copiar es el que incluyó Ferdinand Josef Wolf en su Primavera y flor de romances (1856), donde hay varios más; otros, que ya no me importan mayormente, se pueden hallar en el famoso Romancero de Agustín Durán (1828-1832), incluido en la Biblioteca de Autores Españoles, VIII y XVI, de Manuel Rivadeneyra, unos decenios más tarde, con lo que se ha garantizado su popularidad hasta nuestros días.

 

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El problema del tiempo exterior no interesa en absoluto al hombre medieval, quien ajusta su vida diaria a las campanas de la iglesia al tañer a oraciones -con lo que se interioriza el tiempo nuevamente-, o bien, cerca del amanecer, por el canto de los gallos -«A prièssa cantan los gallos e quieren quebrar albores», Poema de Mío Cid, verso 235-; el tema del tiempo queda efectivamente relegado por la mente medieval. Así, por ejemplo, Santo Tomás escribió que Numerus motus secundum prius et posterius, con lo que la noción de tiempo se arraiga en la de numeración, de movimiento numerado y las cosas movidas; abundan los ejemplos: consultar, verbigracia, Summa Theologica, I, quaest. LXXXVI, art. III, obj. 2. En la fílosofía árabe, pienso en Avicena, el tiempo queda totalmente interiorizado, ya que el antes y el después sólo existen en la inteligencia. Es Cervantes, en el arte, quien nos da la maravilla de un tiempo exteriorizado e interiorizado simultáneamente, aunque en dos personajes distintos.

 

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Rosaflorida habita en Castilla, en el castillo de Rocafrida, según explica uno de estos dos romances que comienza «En Castilla está un castillo que se llama Rocafrida». El castillo de Rocafrida (llamado de Rochafrida hoy en día) está muy cerca de la cueva de Montesinos, lo que refuerza los disparos imaginativos de don Quijote.

 

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Por lo demás, ya hemos visto (supra) cómo la mente creadora de Cervantes había anticipado este mismo tipo de oropeles seudoeruditos en las increíbles pruebas del Caballero del Bosque.

 

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Desde otros puntos de vista he tratado con anterioridad la aventura del barco encantado, vide supra.

 

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Con todo respeto a la memoria del gran bilbaíno, debo expresar mi desacuerdo. La más honda pesadumbre me la causa a mí el pasaje final de la aventura de Clavileño, cuando don Quijote susurra al oído de su escudero: «Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más (II, XLI). El caballero quiere ajustar la verdad a un innoble cambalache. Y él había hecho profesión de imponerla con la punta de su lanza, de ser necesario. Don Quijote en una época conoció la verdad más alta de todas, fuera de las de la religión, y así lo proclamó al mundo: «Yo sé quién soy» (I, V). Pero en la cuesta abajo vital que presenciamos en la segunda parte, don Quijote cree aceptable reducir la verdad al vergonzoso nivel de objeto de trueque. ¡Tristísima situación!

 

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La fisiología de la época explicaba que un exceso de melancolía era mortal, como traté de exponer en el capítulo IV.

 

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Las palabras citadas del bardo inglés van mucho más allá que la definición calderoniana de que la vida es sueño, puesto que para Shakespeare el ser mismo del hombre es un sueño. Claro está que Unamuno eleva esto a potencias insospechadas por Shakespeare. En Del sentimiento trágico de la vida (1912) el tema absorbente es que el hombre es sólo un sueño de Dios, y Dios, quizás, es sólo un sueño del hombre. Y angustiosos desarrollos del tema que abundan en la obra del gran vasco.

 

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Rafael Lapesa, «Aldonza-Dulce-Dulcinea», en su libro De la Edad Media a nuestros días. Estudios de historia literaria (Madrid, 1967), págs. 212-18.

 

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La axiología de don Quijote responde punto por punto a los estatutos de la Orden de la Banda. Cuando la princesa Micomicona le pide un don, la respuesta es: «Yo vos le otorgo y concedo -respondió don Quijote-, como no se haya de cumplir en daño o mengua de mi rey, de mi patria y de aquella que de mi corazón y libertad tiene la llave» (I, XXIX). La paridad de valores se debe a que tanto el rey Alfonso XI como don Quijote de la Mancha tienen puestos los ojos en el código del amor cortés, según se verá.

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