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Y muchos escritores rusos más, algunos de cuyos nombres surgirán a lo largo de estas páginas. El éxito de Cervantes en Rusia ha sido inmenso, y se empieza a columbrar cuando se piensa que desde la época de Catalina la Grande hasta la Segunda Guerra Mundial (pienso en el período 1769-1940) aparecieron treinta y cuatro traducciones distintas del Quijote al ruso. Y desde mediados del siglo pasado hasta el mismo año de 1940 se imprimieron treinta y nueve versiones diferentes y abreviadas para niños.

 

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La solemnidad usual en los críticos suele hacernos olvidar que el Quijote es eminentemente un libro cómico, lo que no implica superficialidad alguna, porque los resortes de la risa tienen intríngulis muy profundos, como demostró cumplidamente a comienzos de siglo Henri Bergson en Le Rire. Yo no niego la comicidad del Quijote; sí niego su superficialidad; por eso lo estudio en serio. Mas, para curarme en salud, recomiendo la lectura del excelente artículo del hispanista inglés Peter Russell «Don Quixote as a Funny Book», Modern Language Review, LXIV (1969), 312-26.

 

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Como la caballería andante es urdimbre de la trama del Quijote, el lector que se interese por sus históricos protagonistas españoles debe acudir al hermoso libro de Martín de Riquer Caballeros andantes españoles (Madrid, 1967).

 

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«Dicen algunos que han leído la historia que se holgaran se les hubiera olvidado a los autores della algunos de los infinitos palos que en diferentes encuentros dieron al señor don Quijote», dirá el socarrón bachiller Sansón Carrasco (II, III). Estas palabras, y el capítulo todo, suelen y deben estudiarse dentro del marco de las polémicas de la poética neoaristotélica, pero ahora me sirven para ilustrar lo que digo en el texto acerca de lo narrable como categoría histórica.

 

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Con toda intención soslayo, de momento, el hecho indiscutible de una tercera salida y una segunda parte a la historia.

 

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Como en este libro no me pienso meter en el análisis de la técnica narrativa del Quijote -en realidad, las técnicas-, he dejado esta cita deliberadamente larga para que el lector aprecie, aunque sea muy de pasada, el virtuosismo del que aprenderán las generaciones venideras de novelistas europeos, y que en conjunto nutrirán la llamada novela moderna por antonomasia. Cervantes constituye el primer gran ejemplo en las literaturas europeas de que, como le gustaba decir a mi maestro Amado Alonso, «el movimiento se demuestra andando». He aquí, en rasguño, los términos de la cuestión: escribir un prólogo constituye un problema, real o supuesto; se inventa un amigo y se inventa un diálogo; se transcribe el diálogo que constituye la materia del prólogo, y éste queda escrito, y resuelto el problema.

 

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Véase Américo Castro, «Ser y valer. Dos aspectos del pasado historiable», Origen, ser y existir de los españoles (Madrid, 1959), páginas 146-70. La cita del texto se halla en la página 161. Claro está que hago caso omiso de la antropología, ciencia que estudia el ser y no el valer.

 

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En la tradición judeo-cristiana el nombre de la persona tiene un valor casi místico, pues se le ha atribuido cualidades definitorias. Por ejemplo, Saulo de Tarso es la misma persona que San Pablo, pero de un nombre al otro va nada menos que la conversión en el camino de Damasco. En algunas órdenes religiosas todavía se mantiene esta práctica: al renunciar al mundo la persona abandona su viejo nombre y adquiere uno nuevo, definitorio de su nueva vocación. Algo de todo esto late en lo que Leo Spitzer llamó la «polionomasia» del Quijote, o sea la multiplicidad de nombres del protagonista, que ayudan a definir cada nueva etapa de su vida, hasta que en su lecho de muerte él mismo escoge su nombre final y definitorio para la eternidad: Alonso Quijano el Bueno. Ésta es la importancia capital del autobautismo con que se inicia la novela. Amplío todo esto en mis Nuevos deslindes cervantinos (Barcelona, 1975).

 

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José Ortega y Gasset, Historia como sistema, en sus Obras completas, cuarta edición, VI (Madrid, 1958), 33-34.

 

20

Obras completas, I, 360.

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