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ArribaAbajoCapitulo II

Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quixote


Hechas, pues, estas preuenciones, no quiso aguardar mas tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretandole a ello la falta que el pensaua que hazia en el mundo su tardança, segun eran los agrauios que pensaua deshazer, tuertos que endereçar, sinrazones que emendar151, y abusos que mejorar, y deudas que satisfazer. Y assi, sin dar parte a persona alguna   -fol. 4v-   de su intencion y sin que nadie le viesse, vna mañana, antes del dia, que era vno de los calurosos del mes de Iulio, se armó de todas sus armas, subio sobre Rozinante, puesta su mal compuesta zelada, embraçó su adarga, tomó su lança, y, por la puerta falsa de vn corral, salio al campo con grandissimo contento y alboroço de ver con quánta facilidad auia dado principio a su buen desseo.

Mas apenas se vio en el campo quando le assaltó vn pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiziera dexar la començada empresa; y fue, que le vino a la memoria que no era armado cauallero, y que, conforme a ley de caualleria, ni podia ni deuia tomar armas con ningun cauallero; y, puesto que lo fuera, auia de lleuar armas blancas, como nouel cauallero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerço   —58→   la ganasse. Estos pensamientos le hizieron titubear en su proposito; mas, pudiendo mas su locura que otra razon alguna, propuso de hazerse armar cauallero del primero que topasse, a imitacion de otros muchos que assi lo hizieron, segun el auia leydo en los libros que tal le tenian. En lo de las armas blancas, pensaua limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuessen mas que vn armiño152; y con esto se quietó y prosiguio su camino, sin lleuar otro que aquel que su cauallo queria, creyendo que en aquello consistia la fuerça de las auenturas.

Yendo, pues, caminando nuestro flamante auenturero, yua hablando consigo mesmo153, y diziendo: «¿Quién duda, sino que en los venideros tiempos, quando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escriuiere no ponga, quando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: “Apenas auia el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa   -fol. 5r-   tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados paxarillos con sus harpadas154 lenguas auian saludado con dulce y meliflua armonia la venida de la rosada Aurora, que, dexando la blanda cama del zeloso marido, por las puertas y balcones del manchego orizonte a los mortales se mostraua, quando el famoso cauallero don Quixote de la Mancha, dexando las ociosas plumas, subio sobre su famoso cauallo Rozinante, y començo a caminar por el antiguo y   —59→   conocido campo de Montiel155.”» Y era la verdad que por el caminaua; y añadio diziendo: «Dichosa edad, y siglo dichoso, aquel adonde saldran a luz las famosas hazañas mias, dignas de entallarse en bronzes, esculpirse en marmoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡O tu, sabio encantador, quien quiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia, ruegote que no te oluides de mi buen Rozinante, compañero eterno mio en todos mis caminos y carreras!» Luego boluia diziendo, como si verdaderamente fuera enamorado: «¡O princesa Dulcinea, señora deste cautiuo coraçon!, mucho agrauio me auedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso156 afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plegaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto coraçon, que tantas cuytas por vuestro amor padece.» Con estos yua ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le auian enseñado, imitando en quanto podia su lenguaje. Con157 esto caminaua tan despacio, y el sol entraua tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuuiera.

Casi todo aquel dia caminó sin acontecerle cosa que de contar fuesse, de lo qual se desesperaua, porque   -fol. 5v-   quisiera topar luego luego158, con quien hazer experiencia del valor de su fuerte braço. Autores ay que dizen que la primera auentura que le auino fue la del puerto Lapice159, otros dizen que la de los molinos   —60→   de viento; pero lo que yo he podido aueriguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que el anduuo todo aquel dia, y al anochecer, su rozin y el se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriria algun castillo o alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiesse remediar su mucha hambre y160 necessidad, vio, no lexos del camino por donde yua, vna venta, que fue como si viera una estrella que no161 a los portales, sino a los alcaçares de su redencion le encaminaua. Diose priessa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecia.

Estauan acaso a la puerta dos mugeres moças, destas que llaman del partido162, las quales yuan a Seuilla con vnos harrieros que en la venta aquella noche acertaron a hazer jornada; y como a nuestro auenturero todo quanto pensaua, veia o imaginaua, le parecia ser hecho y passar al modo de lo que auia leydo, luego que vio la venta se le representó que era vn castillo con sus quatro torres y chapiteles de luziente plata, sin faltarle su puente leuadiza y honda caua, con todos aquellos aderentes que163 semejantes castillos se pintan.

Fues(s)e llegando a la venta que a el le parecia castillo, y a poco trecho della detuuo las riendas a Rozinante, esperando que algun enano se pusiesse entre las almenas, a dar señal con alguna trompeta de que llegaua cauallero al castillo. Pero como vio que se tardauan y   —61→   que Rozinante se daua priessa por llegar a la caualleriza, se llegó a la puerta de la venta, y vio a las dos   -fol. 6r-   destraydas164 moças que alli estauan, que a el le parecieron dos hermosas donzellas o dos graciosas damas, que delante de la puerta del castillo se estauan solazando. En esto sucedio acaso que vn porquero, que andaua recogiendo de vnos rastrojos vna manada de puercos, que, sin perdon, assi se llaman, tocó vn cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al instante se le representó a don Quixote lo que desseaua, que era que algun enano hazia señal de su venida; y assi, con estraño contento, llegó a la venta y a las damas. Las quales, como vieron venir vn hombre de aquella suerte armado, y con lança y adarga, llenas de miedo se yuan a entrar en la venta; pero don Quixote, coligiendo por su huyda su miedo, alçandose la visera de papelon, y descubriendo su seco y poluoroso rostro, con gentil talante y voz reposada les dixo:

«No fuyan las vuestras mercedes ni165 teman desaguisado alguno, ca a la orden de caualleria que professo non toca ni atañe fazerle a ninguno, quanto mas a tan altas donzellas como vuestras presencias demuestran.»

Mirauan[le]166 las moças, y andauan con los ojos buscandole el rostro, que la mala visera le encubria; mas como se oyeron llamar donzellas, cosa tan fuera de su profession, no pudieron tener la risa, y fue de manera que don Quixote vino a correrse y a dezirles:

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«Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez, ademas, la risa que de leue causa procede; pero non vos lo digo porque os acuytedes ni mostredes mal talante, que el mio non es de al167 que de seruiros.»

El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro cauallero acrecentaua en ellas la risa, y en el el enojo, y passara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacifico; el qual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas   -fol. 6v-   tan desiguales como eran la brida, lança, adarga y coselete, no estuuo en nada en acompañar168 a las donzellas en las muestras de su contento. Mas, en efeto, temiendo la maquina de tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y assi le dixo:

«Si vuestra merced, señor cauallero, busca posada, amen del lecho, porque en esta venta no ay ninguno, todo lo demas se hallará en ella en mucha abu[n]dancia.»

Viendo don Quixote169 la humildad del alcayde de la fortaleza, que tal le parecio a el el ventero y la venta, respondió:

«Para mi, señor castellano, qualquiera cosa basta, porque


mis arreos son las armas,
mi descanso el pelear170, &c.»



Penso el huesped que el auerle llamado castellano auia sido por auerle parecido de los   —63→   sanos de Castilla171, aunque el era andaluz, y de los de la Playa de San Lucar, no menos ladron que Caco, ni menos maleante que estudiantado paje172; y, assi, le respondio:

«Segun esso, las camas de vuestra merced seran duras peñas, y su dormir, siempre velar; y, siendo assi, bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choça ocasion y ocasiones para no dormir en todo vn año, quanto mas en vna noche.»

Y, diziendo esto, fue a tener el173 estribo a don Quixote, el qual se apeó con mucha dificultad y trabaxo, como aquel que en todo aquel dia no se auia desayunado. Dixo luego al huesped que le tuuiesse mucho cuydado de su cauallo, porque era la mejor pieça que comia pan en el mundo. Mirole el ventero, y no le parecio tan bueno como don Quixote dezia, ni aun la mitad; y acomodandole en la caualleriza, boluio a ver lo que su huesped mandaua, al qual estauan desarmando las donzellas, que ya se auian reconciliado con el; las quales, aunque le auian quitado el peto y el espaldar, jamas   -fol. 7r-   supieron ni pudieron desencaxarle la gola, ni quitalle174 la contrahecha zelada que traia atada con vnas cintas verdes, y era menester cortarlas por no poderse quitar los ñudos; mas el no lo quiso consentir en ninguna manera, y, assi, se quedó toda aquella noche con la zelada puesta, que era la mas graciosa y estraña figura que se pudiera pensar. Y al desarmarle, como el se imaginaua que aquellas traydas y lleuadas175 que   —64→   le desarmauan eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dixo con mucho donayre:


«Nunca fuera cauallero
de damas tambien176 seruido,
como fuera don Quixote
quando de su aldea vino:
doncellas curauan del,
princesas del su rozino177.

»O Rozinante; que este es el nombre, señoras mias, de mi cauallo, y don Quixote de la Mancha el mio; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazañas fechas en vuestro seruicio y pro me descubrieran, la fuerça de acomodar al proposito presente este romance viejo de Lançarote ha sido causa que sepais mi nombre antes de toda sazon; pero tiempo vendra en que las vuestras señorias me manden, y yo obedezca, y el valor de mi braço descubra el desseo que tengo de seruiros.»

Las moças, que no estauan hechas a oyr semejantes retoricas, no respondian palabra; solo le preguntaron si queria comer alguna cosa.

«Qualquiera yantaria yo», respondio don Quixote, «porque a lo que entiendo me haria mucho al caso.»

A dicha acerto a ser viernes aquel dia, y no auia en toda la venta sino vnas raciones de vn pescado que en Castilla llaman abadexo, y en Andaluzia bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntaronle si,   —65→   por ventura, comeria su merced truchuela; que no hauia otro pescado que dalle178 a comer.

«Como aya muchas truchuelas179», respondio   -fol. 7v-   don Quixote, «podran seruir de vna trucha; porque esso se180 me da que me den ocho reales en senzillos, que en vna pieça de a ocho. Quanto mas que podria ser que fuessen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabron. Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede lleuar sin el gouierno de las tripas.»

Pusieronle la mesa a la puerta de la venta por el fresco, y truxole el huesped vna porcion del mal remojado y peor cozido bacallao, y vn pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenia puesta la zelada y alçada la visera181, no podia poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daua y ponia, y ansi182, vna de aquellas señoras seruia deste menester. Mas al darle de beuer, no fue possible, ni lo fuera, si el ventero no horadara vna caña, y, puesto el vn cabo en la boca, por el otro le yua echando el vino; y todo esto lo recebia en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la zelada.

Estando en esto, llegó acaso a la venta vn castrador de puercos, y assi como llegó, sono su siluato de cañas quatro o cinco vezes, con lo qual acabó de confirmar don Quixote que estaua en algun famoso castillo, y que le seruian   —66→   con musica, y que el abadexo eran truchas, el pan candeal183, y las rameras damas, y el ventero castellano del castillo; y con esto daua por bien empleada su determinacion y salida. Mas lo que mas le fatigaua era el no verse armado cauallero, por parecerle que no se podria poner legitimamente en auentura alguna, sin recebir la orden de caualleria.



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ArribaAbajoCapitulo III

Donde se cuenta la graciosa manera que tuuo don Quixote en armarse cauallero


Y assi, fatigado deste pensamiento, abreuió su venteril y limitada cena. La qual acabada, llamó al ventero, y, encerrandose con el en la caualleriza, se hincó de rodillas ante el, diziendole:

«No me leuantaré jamas de donde estoy, valeroso cauallero, fasta que la vuestra cortesia me otorgue vn don que pedirle quiero, el qual redundará en alabança vuestra y en pro del genero humano.»

El ventero, que vio a su huesped a sus pies y oyo semeja[n]tes razones, estaua confuso mirandole sin saber qué hazerse ni dezirle, y porfiaua con el que se leuantase, y jamas quiso, hasta que le huuo de dezir que el le otorgaua el don que le pedia.

«No esperaua yo menos de la gran magnificencia184 vuestra, señor mio», respondió don Quixote, «y assi os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que mañana, en aquel dia, me aueys de armar cauallero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillo velaré las armas, y mañana, como tengo dicho, se cumplira lo que tanto desseo, para poder, como se deue, yr por todas las quatro partes185 del mundo   —68→   buscando las auenturas en pro de los menesterosos, como está a cargo de la caualleria y de los caualleros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazañas es inclinado.»

El ventero, que, como está dicho, era vn poco socarron, y ya tenia algunos barruntos de la falta de juyzio de su huesped, acabó de creerlo quando acabó de oyrle186 semejantes razones, y, por tener que reyr aquella noche, determinó de seguirle el humor; y, assi, le dixo que andaua muy acertado en lo que desseaua y pedia187, y que tal prosupuesto era propio y natural   -fol. 7v [8v]-   de los caualleros tan principales como el parecia y como su gallarda presencia mostraua; y que el, ansi mesmo188, en los años de su mocedad, se auia dado a aquel honroso exercicio, andando por diuersas partes del mundo buscando sus auenturas, sin que huuiesse dexado los percheles de Malaga, islas de [Riaran]189, Compas de Seuilla, Azoguejo de Segouia, la Oliuera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de San Lucar, Potro de Cordoua y las Ventillas de Toledo190, y otras diuersas partes, donde auia exercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haziendo muchos tuertos, requestando muchas viudas, deshaziendo algunas donzellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dandose a conocer por quantas audiencias y tribunales ay casi en toda España; y que, a lo vltimo, se auia venido a recoger a aquel su castillo, donde viuia con su hazienda y con las agenas, recogiendo en el   —69→   a todos los caualleros andantes, de qualquiera calidad y condicion que fuessen, solo por la mucha aficion que les tenia, y porque partiessen con el de sus aueres en pago de su buen desseo.

Dixole tambien que en aquel su castillo no auia capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaua derribada para hazerla de nueuo; pero que, en caso de necessidad, el sabia que se podian velar donde quiera, y que aquella noche las podria velar en vn patio del castillo; que a la mañana, siendo Dios seruido, se harian las deuidas ceremonias, de manera que el quedasse armado cauallero, y tan cauallero, que no pudiesse ser mas en el mundo.

Preguntole si traia dineros; respondio don Quixote que no traia blanca, porque el nunca auia leydo en las historias de los caualleros andantes que ninguno los huuiesse traydo. A esto dixo el ventero que se engañaua; que,   -fol. 9r-   puesto caso que en las historias no se escriuia, por auerles parecido a los autores dellas191 que no era menester escreuir192 vna cosa tan clara y tan necessaria de traerse, como eran dineros193 y camisas limpias, no por esso se auia de creer que no los truxeron; y assi, tuuiesse por cierto y aueriguado que todos los caualleros andantes, de que tantos libros estan llenos y atestados, lleuauan bien herradas las bolsas por lo que pudiesse sucederles, y que assi mismo194 lleuauan camisas y vna arqueta pequeña llena de vnguentos para curar las heridas que   —70→   recebian, porque no todas vezes en los campos y desiertos, donde se combatian y salian heridos, auia quien los curasse, si ya no era que tenian algun sabio encantador por amigo, que luego los socorria, trayendo por el ayre, en alguna nuue, alguna donzella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud que, en gustando alguna gota della, luego al punto quedauan sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno huui[e]ssen tenido; mas que, en tanto que esto no huuiesse, tuuieron los passados caualleros por cosa acertada que sus escuderos fuessen proueydos de dineros y de otras cosas necessarias, como eran hilas y vnguentos para curarse; y quando sucedia que los tales caualleros no tenian escuderos, que eran pocas y raras vezes, ellos mesmos195 lo lleuauan todo en vnas alforjas muy sutiles, que casi no se parecian, a las ancas del cauallo, como que era otra cosa de mas importancia; porque, no siendo por ocasion semejante, esto de lleuar alforjas no fue muy admitido entre los caualleros andantes, y por esto le daua por consejo, pues aun se lo podia mandar como a su ahijado, que tan presto lo auia de ser, que no caminasse de alli adelante sin dineros y sin las preuenciones referidas196, y que veria quan bien se hallaua con ellas,   -fol. 9v-   quando menos se pensase.

Prometiole don Quixote de hazer lo que se le aconsejaua con toda puntualidad. Y, assi, se dio luego orden como velasse las armas en vn corral grande que a vn lado de la venta estaua,   —71→   y, recogiendolas don Quixote todas, las puso sobre vna pila que junto a vn pozo estaua. Y, embraçando su adarga, asio de su lança, y con gentil continente se començo a passear delante de la pila, y quando començo el passeo començaua a cerrar la noche.

Conto el ventero a todos quantos estauan en la venta la locura de su huesped, la vela de las armas y la armazon de caualleria que esperaua. Admiraronse197 de tan estraño genero de locura, y198 fueronselo a mirar desde lexos, y vieron que, con sossegado ademan, vnas vezes se passeaua, otras, arrimado a su lança, ponia los ojos en las armas, sin quitarlos por vn buen espacio dellas. Acabó de cerrar la noche, pero199 con tanta claridad de la luna, que podia competir con el que se la prestaua; de manera, que quanto el nouel cauallero hazia era bien visto de todos.

Antojosele en esto a vno de los harrieros que estauan en la venta yr a dar agua a su requa, y fue menester quitar las armas de don Quixote, que estauan sobre la pila, el qual, viendole llegar, en voz alta le dixo:

«¡O tu, quien quiera que seas, atreuido cauallero, que llegas a tocar las armas del mas valeroso andante que jamas se ciño espada, mira lo que hazes y no las toques, si no quieres dexar la vida en pago de tu atreui[mi]ento!»

No se curó el harriero destas razones, y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud; antes, trauando de las correas, las arrojó   —72→   gran trecho de si. Lo qual visto200 por don Quixote, alçó los ojos al cielo, y puesto el pensamiento, a lo que parecio, en su señora Dulzinea, dixo:

  -fol. 10r-  

«Acorredme, señora mia, en esta primera afrenta que a este vuestro auassallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro fauor y amparo.»

Y, diziendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alçó la lança a dos manos, y dio con ella tan gran golpe al harriero en la cabeça, que le derribó en el suelo tan maltrecho, que, si segundara con otro, no tuuiera necessidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogio sus armas y tornó a passearse con el mismo reposo que primero.

Desde alli a poco, sin saberse lo que auia passado, porque aun es[ta]ua aturdido el harriero, llegó otro con la mesma intencion de dar agua a sus mulos, y, llegando a quitar las armas para desembaraçar la pila, sin hablar don Quixote palabra, y sin pedir fauor a nadie, solto otra vez la adarga, y alçó otra vez la lança, y sin hazerla pedaços, hizo mas de tres la cabeça del segundo harriero, porque se la abrio por quatro. Al ruydo acudio toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quixote, embraçó su adarga, y, puesta mano a su espada, dixo:

«¡O señora de la fermosura, esfuerço y vigor del debilitado coraçon mio, aora es tiempo que bueluas los ojos de tu grandeza a este tu cautiuo   —73→   cauallero, que tamaña auentura está atendiendo!»

Con esto cobró, a su parecer, tanto animo, que si le acometieran todos los harrieros del mundo no boluiera el pie atras. Los compañeros de los heridos, que tales los vieron, començaron desde lexos a llouer piedras sobre don Quixote, el qual, lo mejor que podia, se reparaua con su adarga, y no se osaua apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero daua vozes que le dexassen, porque ya les auia dicho como era loco, y que por loco se libraria aunque los matasse a todos. Tambien don Quixote   -fol. 10v-   las daua, mayores, llamandolos de aleuosos y traydores, y que el señor del castillo era vn follon y mal nacido cauallero, pues de tal manera consentia que se tratassen los andantes caualleros, y que si el huuiera recebido la orden de caualleria, que el le diera a entender su aleuosia: «Pero de vosotros, soez y baxa canalla, no hago caso alguno. ¡Tirad, llegad, venid y ofendedme en quanto pudieredes201; que vosotros vereys el pago que lleuays de vuestra sandez y demasia!»

Dezia esto con tanto brio y denuedo, que infundio vn terrible temor en los que le acometian, y, assi, por esto, como por las persuasiones del ventero, le dexaron de tirar, y el dexó retirar a los heridos, y tornó a la vela de sus armas con la misma quietud y sossiego que primero.

No le parecieron bien al ventero las burlas   —74→   de su huesped, y determinó abreuiar y darle la negra orden de caualleria luego, antes que otra desgracia sucediesse. Y assi, llegandose a el, se desculpó de la insolencia que aquella gente baxa con el auia vsado, sin que el supiesse cosa alguna, pero que bien castigados quedauan de su atreuimiento. Dixole, como ya le auia dicho, que en aquel castillo no auia capilla, y para lo que restaua de hazer tampoco era necessaria; que todo el toque de quedar armado cauallero consistia en la pescoçada y en el espaldarazo, segun el tenia noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de vn campo se podia hazer, y que ya auia cumplido con lo que tocaua al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplia, quanto mas que el auia estado mas de quatro.

Todo se lo creyo don Quixote [y dixo]202 que el estaua alli pronto203 para obedecerle, y que concluyesse con la mayor breuedad que pudiesse; porque si fuesse otra vez acometido, y se viesse armado cauallero, no pensaua dexar persona viua en el castillo, eceto aquellas que el le mandasse, a quien por   -fol. 11r-   su respeto dexaria.

Aduertido y medroso desto el castellano, truxo luego vn libro donde assentaua la paja y ceuada que daua a los harrieros, y con vn cabo de vela que le traia vn muchacho, y con las dos ya dichas donzellas, se vino adonde don Quixote estaua, al qual mandó hincar de rodillas, y, leyendo en su manual, como que dezia alguna deuota oracion, en mitad de la   —75→   leyenda alçó la mano y diole sobre el cuello vn buen204 golpe, y tras el, con su mesma espada, vn gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaua. Hecho esto, mandó a vna de aquellas damas que le ciñesse la espada, la qual lo hizo con mucha desemboltura y discrecion, porque no fue menester poca para no rebentar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya auian visto del nouel cauallero les tenia la risa a raya.

Al ceñirle la espada, dixo la buena señora:

«Dios haga a vuestra merced muy venturoso cauallero y le de ventura en lides.»

Don Quixote le preguntó como se llamaua, porque el supiesse de alli adelante a quien quedaua obligado por la merced recebida, porque pensaua darle alguna parte de la honra que alcançasse por el valor de su braço. Ella respondio con mucha humildad que se llamaua la Tolosa, y que era hija de vn remendon natural de Toledo, que viuia a las tendillas de Sancho Bienaya205, y que donde quiera que ella estuuiesse le seruiria y le tendria por señor. Don Quixote le replicó que, por su amor, le hiziesse merced que de alli adelante se pusiesse don, y se llamasse doña Tolosa. Ella se lo prometio, y la otra le calçó la espuela, con la qual le passó casi el mismo coloquio que con la de la espada. Preguntole su nombre, y dixo que se llamaua la Molinera, y que era hija de vn honrado molinero de Antequera; a   —76→   la qual tambien   -fol. 11v-   rogo don Quixote que se pusiesse don, y se llamasse doña Molinera, ofreciendole nueuos seruicios y mercedes.

Hechas, pues, de galope y aprissa206, las hasta alli nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quixote de verse a cauallo y salir buscando las auenturas, y, ensillando luego a Rozinante, subio en el, y abraçando207 a su huesped, le dixo cosas tan estrañas, agradeciendole la merced de auerle armado cauallero, que no es possible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retoricas, aunque con mas breues palabras, respondio a las suyas, y, sin pedirle208 la costa de la posada, le dexó yr a la buen209 hora.



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ArribaAbajoCapitulo IV

De lo que le sucedio a nuestro cauallero210 quando salio de la venta


La del alua seria quando don Quixote salio de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alboroçado por verse ya armado cauallero, que el gozo le rebentaua por las cinchas del cauallo. Mas viniendole a la memoria los consejos de su huesped cerca de las preuenciones tan necessarias que auia de lleuar consigo, especial la de los dineros y camisas, determinó boluer a su casa y acomodarse de todo, y de vn escudero, haziendo cuenta de recebir a vn labrador vezino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a proposito para el oficio escuderil de la caualleria. Con este pensamiento guió a Rozinante hazia su aldea, el qual, casi conociendo la querencia, con tanta gana començo a caminar, que parecia que no ponia los pies en el suelo.

No auia andado mucho, quando le parecio que a su diestra mano, de la espessura de vn bosque que alli estaua, salian vnas vozes   -fol. 12r-   delicadas, como de persona que se quexaua, y, a penas las huuo oydo, quando dixo:

«Gracias doy al cielo por la merced que me haze, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que deuo a mi profession y donde pueda coger el fruto de mis buenos desseos. Estas vozes, sin duda,   —78→   son de algun menesteroso, o menesterosa, que ha menester mi fauor y ayuda.»

Y, boluiendo las riendas, encaminó a Rozinante hazia donde le parecio que las vozes salian. Y, a pocos passos que entró por el bosque, vio atada vna yegua a vna enzina, y atado en otra a vn muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quinze años, que era el que las vozes daua, y no sin causa, porque le estaua dando con una pretina muchos açotes vn labrador de buen talle, y cada açote le acompañaua con vna reprehension y consejo. Porque dezia:

«La lengua queda, y los ojos listos.»

Y el muchacho respondia:

«No lo hare otra vez, señor mio; por la passion de Dios, que no lo hare otra vez, y yo prometo de tener de aqui adelante mas cuydado con el hato.»

Y viendo don Quixote lo que passaua, con voz ayrada dixo:

«Descortes cauallero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro cauallo y tomad vuestra lança -que tambien tenia vna lança arrimada a la enzina adonde estaua arrimada211 la yegua-, que yo os hare conocer ser de cobardes lo que estays haziendo.»

El labrador, que vio sobre si aquella figura llena de armas, blandiendo la lança sobre su rostro tuuose por muerto, y con buenas palabras respondio:

  —79→  

«Señor cauallero, este muchacho que estoy castigando, es vn mi criado que me sirue de guardar vna manada de ouejas que tengo en estos contornos, el qual es tan descuydado, que cada dia me falta vna; y porque castigo su descuydo, o vellaqueria, dize que lo hago de miserable,   -fol. 12v-   por no pagalle la soldada que le deuo, y en Dios y en mi anima que miente.»

«¿Miente delante de mi, ruyn villano?», dixo don Quixote. «Por el sol que nos alumbra, que estoy por passaros de parte a parte con esta lança; pagadle212 luego sin mas replica; si no, por el Dios que nos rige que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo213 luego.»

El labrador baxó la cabeça, y, sin responder palabra, desató a su criado, al qual preguntó don Quixote que quánto le deuia su amo; el dixo que nueue meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quixote y halló que montauan sesenta214 y tres reales, y dixole al labrador que al momento los desembolsasse, si no queria morir por ello. Respondio el medroso villano que para el passo en que estaua y juramento que auia hecho -y aun no hauia jurado nada215-, que no eran tantos, porque se le auian de descontar y recebir en cuenta tres pares de çapatos que le auia dado, y vn real de dos sangrias que le auian hecho estando enfermo.

«Bien está todo esso», replicó don Quixote; «pero quedense los çapatos y las sangrias por los açotes que sin culpa le aueys   —80→   dado; que si el rompio el cuero de los çapatos que vos pagastes, vos le aueys rompido el de su cuerpo; y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la aueys sacado; ansi216 que, por esta parte, no os deue nada.»

«El daño está, señor cauallero, en que no tengo aqui dineros; vengase Andres conmigo a mi casa, que yo se los pagaré vn real sobre otro.»

«¿Yrme yo con el», dixo el muchacho, «mas? ¡Mal año, no señor, ni por pienso; porque, en viendose solo, me dessuelle217 como a vn San Bartolome!»

«No hara tal», replicó don Quixote; «basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que el me lo jure por la ley de caualleria que ha recebido, le dexaré yr libre y asseguraré   -fol. 13r-   la paga.»

«Mire vuestra merced, señor, lo que dize», dixo el muchacho; «que este mi amo no es cauallero, ni ha recebido orden de caualleria alguna; que es Iuan Haldudo el rico, el vezino del Quintanar.»

«Importa poco esso», respondio don Quixote, «que Haldudos puede auer caualleros; quanto mas, que cada vno es hijo de sus obras218

«Assi es verdad», dixo Andres; «pero este mi amo, ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada, y mi sudor y trabajo?»

«No niego, hermano Andres», respondio el labrador, «y hazedme plazer de veniros conmigo;   —81→   que yo juro por todas las ordenes que de cauallerias ay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, vn real sobre otro, y aun sahumados.»

«Del sahumerio os hago gracia», dixo don Quixote; «dadselos en reales, que con esso me contento, y mirad que lo cumplays como lo aueys jurado; si no, por el mismo juramento os juro de boluer a buscaros y a219 castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondays mas que vna lagartija. Y, si quereys saber quien os manda esto, para quedar con mas veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quixote de la Mancha, el desfazedor de agrauios y sinrazones, y a Dios quedad; y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.»

Y, en diziendo esto, picó a su Rozinante, y en breue espacio se apartó dellos. Siguiole el labrador con los ojos, y quando vio que auia traspuesto del bosque y que ya no parecia, boluiose a su Criado Andres, y dixole:

«Venid aca, hijo mio, que os quiero pagar lo que os deuo, como aquel deshazedor de agrauios me dexó mandado.»

«Esso juro yo», dixo Andres; «y ¡cómo que andara vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen cauallero, que mil años viua; que, segun es de valeroso   -fol. 13v-   y de buen juez, viue Roque que si no me paga, que buelua y execute lo que dixo!»

«Tambien lo juro yo», dixo el labrador; «pero,   —82→   por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por220 acrecentar la paga.»

Y, asiendole del braço, le tornó a atar a la enzina, donde le dio tantos açotes que le dexó por muerto.

«Llamad, señor Andres, aora», dezia el labrador, «al desfazedor de agrauios; vereys como no desfaze aqueste, aunque creo que no está acabado de hazer, porque me viene gana de dessollaros viuo, como vos temiades.»

Pero, al fin, le desató y le dio licencia que fuesse a buscar su221 juez para que executasse la pronunciada sentencia. Andres se partio algo mohino, jurando de yr a buscar al valeroso don Quixote de la Mancha y contalle222 punto por punto lo que auia passado, y que se lo auia de pagar con las setenas223. Pero, con todo esto, el se partio llorando y su amo se quedó riendo.

Y desta manera deshizo el agrauio el valeroso don Quixote, el qual, contentissimo de lo sucedido, pareciendole que auia dado felicissimo y alto principio a sus cauallerias, con gran satisfacion de si mismo yua caminando hazia su aldea, diziendo a media voz:

«Bien te puedes llamar dichosa sobre quantas oy viuen en la tierra, ¡o sobre las bellas bella Dulzinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a vn tan valiente y tan nombrado cauallero como lo es y sera don Quixote de la Mancha. El qual, como todo el mundo sabe, ayer rescibio224 la orden de caualleria, y oy   —83→   ha desfecho el mayor tuerto y agrauio que formó la sinrazon y cometio la crueldad. Oy quitó el latigo de la mano a aquel despiadado225 enemigo, que tan sin ocasion vapulaua a aquel delicado infante.»

En esto, llegó   -fol. 14r-   a vn camino que en quatro se diuidia, y luego se le vino a la imaginacion las encruzexadas226 donde los caualleros andantes se ponian a pensar quál camino de aquellos tomarian, y, por imitarlos estuuo vn rato quedo, y, al cabo de auerlo muy bien pensado, solto la rienda a Rozinante, dexando a la voluntad del rozin la suya, el qual siguio su primer intento, que fue el yrse camino de su caualleriza. Y auiendo andado como dos millas, descubrio don Quixote vn grande tropel de gente, que, como despues se supo, eran vnos mercaderes toledanos que yuan a comprar seda a Murcia. Eran seys, y venian con sus quitasoles, con otros227 quatro criados a cauallo y tres moços de mulas a pie.

Apenas los diuisó don Quixote, quando se imaginó ser cosa de nueua auentura; y, por imitar en todo quanto a el le parecia possible los passos que auia leydo en sus libros, le parecio venir alli de molde vno que pensaua hazer. Y assi, con gentil continente y denuedo, se afirmó bien en los estribos, apreto la lança, llegó la adarga al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuuo esperando que aquellos caualleros andantes llegassen, que ya el por tales los tenia y juzgaua, y, quando llegaron a trecho   —84→   que se pudieron ver y oyr, leuantó don Quixote la voz, y, con ademan arrogante, dixo:

«Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiessa que no ay en el mundo todo donzella mas hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la simpar228 Dulzinea del Toboso.»

Pararonse los mercaderes al son destas razones, y a ver la estraña figura del que las decia, y por la figura y por las razones229 luego echaron de ver la locura de su dueño; mas quisieron ver despacio en que paraua aquella confession que se les pedia,   -fol. 14v-   y vno dellos, que era vn poco burlon y muy mucho discreto, le dixo:

«Señor cauallero, nosotros no conocemos quién sea essa buena señora que dezis; mostradnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como significays230, de buena gana y sin apremio alguno confessaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.»

«Si os la mostrara», replicó don Quixote, «¿qué hizierades vosotros en confessar vna verdad tan notoria? La importancia está en que, sin verla, lo aueis de creer, confessar, afirmar, jurar y defender; donde no231, conmigo soys en batalla, gente descomunal y soberuia. Que, aora vengays vno a vno, como pide la orden de caualleria, ora todos juntos, como es costumbre y mala vsança de los de vuestra ralea, aqui os aguardo y espero, confiado en la razon que de mi parte tengo.»

«Señor cauallero», replicó el mercader, «suplico   —85→   a vuestra merced, en nombre de todos estos principes que aqui estamos que, por que no encarguemos nuestras conciencias, confessando vna cosa por nosotros jamas vista ni oyda, y mas siendo tan en perjuyzio de las emperatrizes y reynas del Alcarria y Estremadura, que vuestra merced sea seruido de mostrarnos algun retrato de essa señora, aunque sea tamaño como vn grano de trigo; que por el hilo se sacará el ouillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado. Y aun creo que estamos ya tan de su parte, que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellon y piedra açufre, con todo esso, por complazer a vuestra merced, diremos en su fauor todo lo que quisiere.»

«No le mana, canalla infame», respondio don Quixote encendido en colera; no le mana, digo, esso que dezis, sino ambar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcobada,   -fol. 15r-   sino mas derecha que vn huso de Guadarrama232. Pero ¡vosotros pagareys la grande blasfemia que aueys dicho contra tamaña beldad, como es la de mi señora!»

Y, en diziendo esto, arremetio con la lança baxa contra el que lo auia dicho, con tanta furia y enojo, que, si la buena suerte no hiziera que en la mitad del camino tropeçara y cayera Rozinante, lo passara mal el atreuido mercader. Cayo Rozinante, y fue rodando su   —86→   amo vna buena pieça por el campo, y, queriendose leuantar, jamas pudo: tal embaraço le causauan la lança, adarga, espuelas y zelada, con el peso de las antiguas armas. Y entre tanto que pugnaua por leuantarse y no podia, estaua diziendo:

«¡Non fuyais, gente cobarde, gente cautiua, atended; que no por culpa mia, sino de mi cauallo, estoy aqui tendido!»

Un moço de mulas de los que alli venian, que no deuia de ser muy bien intencionado, oyendo dezir al pobre caydo tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y, llegandose a el, tomó la lança, y despues de auerla hecho pedaços, con vno dellos començo a dar a nuestro don Quixote tantos palos, que, a despecho y pesar de sus armas, le molio como cibera. Dauanle vozes sus amos que no le diesse tanto, y que le dexasse; pero estaua ya el moço picado y no quiso dexar el juego hasta embidar todo el resto de su colera; y, acudiendo por los demas troços de la lança, los acabó de deshazer sobre el miserable caydo, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre el via, no cerraua la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecian.

Cansose el moço, y los mercaderes siguieron su camino, lleuando qué contaren todo el del pobre apaleado. El qual, despues que se vio solo, tornó a prouar si podia leuantarse; pero si no lo pudo   -fol. 15v-   hazer quando sano y bueno,   —87→   ¿cómo lo haria molido y casi deshecho? Y aun se tenia por dichoso, pareciendole que aquella era propia desgracia de caualleros andantes, y toda la atribuia a la falta de su cauallo; y no era possible leuantarse, segun tenia brumado todo el cuerpo.



  —88→  

ArribaAbajoCapitulo V

Donde se prosigue la narracion de la desgracia de nuestro cauallero


Viendo, pues, que, en efeto, no podia menearse, acordo de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algun passo de sus libros, y truxole su locura a la memoria aquel de Valdouinos y del Marques de Mantua, quando Carloto le dexó herido en la montiña233, historia sabida de los niños, no ignorada de los moços, celebrada y aun creyda de los viejos, y, con todo esto, no mas verdadera que los milagros de Mahoma234. Esta, pues, le parecio a el que le venia de molde para el passo en que se hallaua; y assi, con muestras de grande sentimiento, se començo a bolcar por la tierra, y a dezir con debilitado aliento lo mesmo235 que dizen dezia el herido cauallero del bosque:


    ¿Dónde estás, señora mia,
que no te duele mi mal?
O no lo sabes, señora,
o eres falsa y desleal.

Y desta manera fue prosiguiendo el romance, hasta aquellos versos que dizen:


    ¡O, noble Marques de Mantua,
mi tio y señor carnal!

Y quiso la suerte que, cuando llegó a este   —89→   verso, acerto a pasar por alli vn labrador de su mesmo236 lugar y vezino suyo, que venia de lleuar vna carga de trigo al molino, el qual, viendo aquel hombre alli tendido, se llegó a el y le preguntó   -fol. 16r-   que quién era y qué mal sentia, que tan tristemente se quexaua.

Don Quixote creyo, sin duda, que aquel era el Marques de Mantua, su tio, y, assi, no le respondio otra cosa sino fue proseguir en su romance, donde le daua cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa; todo de la mesma237 manera que el romance lo canta. El labrador estaua admirado oyendo aquellos disparates, y, quitandole la visera, que ya estaua hecha pedaços de los palos, le limpio el rostro, que le tenia cubierto238 de poluo, y apenas le huuo limpiado, quando te conocio, y le dixo:

«Señor Quixana»239-que assi se deuia de llamar quando el tenia juyzio y no auia passado de hidalgo sossegado a cauallero andante-, «¿quién a puesto a vuestra merced desta suerte?»

Pero el seguia con su romance a quanto le preguntaua.

Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitó el peto y espaldar, para ver si tenia alguna herida; pero no vio sangre ni señal alguna. Procuró leuantarle del suelo, y no con poco trabajo le subio sobre su jumento, por parecer240 caualleria mas sossegada. Recogio las armas, hasta las astillas de la lança, y liolas   —90→   sobre Rozinante, al qual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hazia su pueblo, bien pensatiuo de oyr los disparates que don Quixote dezia. Y no menos yua don Quixote, que, de puro molido y quebrantado, no se podia tener sobre el borrico, y de quando en quando daua vnos suspiros241 que los ponia en el cielo; de modo, que de nueuo obligó a que el labrador le preguntasse le dixesse qué mal sentia. Y no parece sino que el diablo le traia a la memoria los cuentos acomodados a sus sucessos, porque en aquel   -fol. 16v-   punto, oluidandose de Valdouinos, se acordo del moro Abindarraez, quando el alcayde de Antequera, Rodrigo de Naruaez, le prendio y lleuó cautivo242 a su alcaydia243. De suerte que, quando el labrador le boluio a preguntar que cómo estaua y qué sentia, le respondio las mesmas palabras y razones que el cautiuo Abenzerrage respondia a Rodrigo de Naruaez, del mesmo modo que el auia leydo la historia en la Diana, de Iorge de Montemayor, donde se escriue, aprouechandose della tan a244 proposito, que el labrador se yua dando al diablo de oyr tanta maquina de necedades; por donde conocio que su vezino estaua loco y dauale245 priessa a llegar al pueblo por escusar el enfado que don Quixote le causaua con su larga arenga. Al cabo de lo qual, dixo:

«Sepa vuestra merced, señor don Rodrigo de Naruaez, que esta hermosa Xarifa, que he dicho, es aora la linda Dulzinea del Toboso,   —91→   por quien yo he hecho, hago y hare los mas famosos hechos de cauallerias que se han visto, vean ni veran en el mundo.»

A esto respondio el labrador:

«Mire vuestra merced, señor, ¡pecador de mil, que yo no soy don Rodrigo de Naruaez, ni el Marques246 de Mantua, sino Pedro Alonso, su vezino; ni vuestra merced es Valdouinos, ni Abindarraez, sino el honrado hidalgo del señor Quixana247

«Yo se quién soy», respondio don Quixote, «y se que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los doze Pares de Francia, y aun todos los Nueue de la Fama248, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada vno por si hizieron, se auentajarán las mias.»

En estas platicas y en otras semejantes llegaron al lugar a la hora que anochecia; pero el labrador aguardó a que fuesse algo mas noche, porque no viessen al molido hidalgo tan mal cauallero. Llegada, pues, la hora que le parecio,   -fol. 17r-   entró en el pueblo y en la casa de don Quixote, la qual halló toda alborotada -y estauan en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de don Quixote-: que estaua diziendoles su ama a vozes:

«¿Qué le parece a vuestra merced, señor licenciado Pero Perez -que assi se llamaua el cura-, de la desgracia de mi señor? Tres249 dias ha que no parecen el, ni el rozin, ni la adarga, ni la lança, ni las armas. ¡Desuenturada de mil, que me doy a entender, y assi es ello la   —92→   verdad como naci para morir, que estos malditos libros de cauallerias que el tiene y suele leer tan de ordinario, le han buelto el juyzio; que aora me acuerdo auerle250 oydo dezir muchas vezes, hablando entre si, que queria hazerse cauallero andante e yrse a buscar las auenturas por essos mundos. Encomendados sean a Satanas y a Barrabas tales libros, que assi han echado a perder el mas delicado entendimiento que auia en toda la Mancha.»

La sobrina dezia lo mesmo, y aun dezia mas:

«Sepa señor maese Nicolas -que este era el nombre del barbero-, que muchas vezes le acontecio a mi señor tio estarse leyendo en estos desalmados libros de desuenturas dos dias con sus noches, al cabo de los quales arrojaua el libro de las manos y ponia mano a la espada y andaua a cuchilladas con las paredes, y, quando estaua muy cansado, dezia que auia muerto a quatro gigantes como quatro torres, y el sudor que sudaua del cansancio dezia que era sangre de las feridas que auia recebido en la batalla, y beuias(s)e luego vn gran jarro de agua fria, y quedaua sano y sossegado, diziendo que aquella agua era vna preciosissima beuida que le auia traydo   -fol. 17v-   el sabio Esquife, vn grande encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no auisé a vuestras mercedes de los disparates de mi señor tio, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libres; que tiene   —93→   muchos, que bien merecen ser abrasados como si fuessen de herejes.»

«Esto digo yo tambien», dixo el cura, «y a fee que no se passe el dia de mañana sin que dellos no se haga acto publico, y sean condenados al fuego, porque no den ocasion a quien los leyere de hazer lo que mi buen amigo deue de auer hecho.»

Todo esto estauan oyendo el labrador y don Quixote, con que acabó de entender el labrador la enfermedad de su vezino, y assi, començo a dezir a vozes:

«Abran vuestras mercedes al señor Valdouinos y al señor Marques de Mantua, que viene mal ferido; y al señor moro Abindarraez, que trae cautiuo el valeroso Rodrigo de Naruaez, alcayde de Antequera.»

A estas vozes salieron todos, y como conocieron los vnos a su amigo, las otras a su amo y tio, que aun no se auia apeado del jumento, porque no podia, corrieron a abraçarle. El dixo:

«Tenganse todos; que vengo mal ferido por la culpa de mi cauallo. Lleuenme a mi lecho, y llamese, si fuere possible, a la sabia Vrganda, que cure y cate de251 mis feridas.»

«¡Mirá en hora maça»252, dixo a este punto el ama, «si me dezia a mi bien mi coraçon del pie que coxeaua mi señor! Suba vuestra merced en buen hora; que, sin que venga essa Vrgada253, le sabremos aqui curar. ¡Malditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros   —94→   de cauallerias, que tal han parado a   -fol. 15r [18r]-   vuestra merced!»

Lleuaronle254 luego a la cama, y, catandole las feridas, no le hallaron ninguna; y el dixo que todo era molimiento, por auer dado vna gran cayda con Rozinante, su cauallo, combatiendose con diez iayanes, los mas desaforados y atreuidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra.

«Ta, ta», dixo el cura; «¿iayanes ay en la dança? Para mi santiguada, que yo los queme mañana antes que llegue la noche.»

Hizieronle a don Quixote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diessen de comer y le dexassen dormir, que era lo que mas le importaua. Hizose assi, y el cura se informó muy a la larga del labrador, del modo que auia hallado a don Quixote; el se lo conto todo, con los disparates que al hallarle y al traerle auia dicho, que fue poner mas desseo en el Licenciado de hazer lo que otro dia hizo, que fue llamar a su amigo el barbero maese Nicolas, con el qual se vino a casa de don Quixote.



  —95→  

ArribaAbajoCapitulo VI

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hizieron en la libreria de nuestro ingenioso hidalgo


El qual aun todavia dormia. Pidio las llaues, a la sobrina, del aposento donde estauan los libros, autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana; entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron mas de cien cuerpos de libros grandes muy   -fol. 15v [18v]-   bien enquadernados, y otros pequeños; y, assi como el ama los vio, boluiose a salir del aposento con gran priessa, y tornó luego con vna escudilla de agua bendita y vn hisopo, y dixo:

«Tome vuestra merced, señor Licenciado; rozie este aposento, no esté aqui algun encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las255 que les queremos dar echandolos del mundo.»

Causó risa al Licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuesse dando de aquellos libros, vno a vno, para ver de qué tratauan, pues podia ser hallar algunos que no mereciessen castigo de fuego.

«No», dixo la sobrina, «no ay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores; mejor sera arrojallos256 por las ventanas al patio, y hazer vn rimero dellos y pegarles fuego, y, si no, lleuarlos al corral,   —96→   y alli se hara la hoguera, y no ofendera el humo.»

Lo mismo dixo el ama: tal era la gana que las dos tenian de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los titulos. Y el primero que maese Nicolas le dio en las manos, fue Los quatro de Amadis de Gaula257, y dixo el cura:

«Parece cosa de misterio esta, porque, segun he oydo dezir, este libro fue el primero de cauallerias que se imprimio en España, y todos los demas han tomado principio y origen deste, y assi me parece que, como a dogmatizador de vna secta258 tan mala, le deuemos sin escusa alguna condenar al fuego.»

«No señor», dixo el barbero; «que tambien he oydo dezir que es el mejor de todos los libros que de este genero se han compuesto, y assi, como a vnico   -fol. 19r-   en su arte, se deue perdonar.»

«Assi es verdad», dixo el cura, «y por essa razon se le otorga la vida por aora. Veamos essotro que está junto a el.»

«Es», dixo el barbero, «Las Sergas de Esplandian259, hijo legitimo de Amadis de Gaula.»

«Pues en verdad», dixo el cura, «que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama, abrid essa ventana y echadle260 al corral, y de principio al monton de la hoguera que se ha de hazer.»

Hizolo assi el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandian fue bolando al corral, esperando   —97→   con toda paciencia el fuego que le amenazaua.

«Adelante», dixo el cura.

«Este que viene», dixo el barbero, «es Amadis de Grecia261, y aun todos los deste lado, a lo que creo, son del mesmo linage de Amadis.»

«Pues vayan todos al corral», dixo el cura; «que a trueco de quemar a la reyna Pintiquiniestra y al pastor Darinel, y a sus eglogas, y a las endiabladas y rebueltas razones de su autor, quemaré262 con ellos al padre que me engendró, si anduuiera en figura de cauallero andante.»

«De esse parecer soy yo», dixo el barbero.

«Y aun yo», añadio la sobrina.

«Pues assi es», dixo el ama, «vengan, y al corral con ellos.»

Dieronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera, y dio con ellos por la ventana abaxo.

«¿Quién es esse tonel?», dixo el cura.

«Este es», respondio el barbero, «don Oliuante de Laura263

«El autor de esse libro», dixo el cura, «fue el mesmo que compuso a Iardin de flores264 , y en verdad que no sepa determinar quál de los dos libros es mas verdadero, o, por dezir mejor, menos mentiroso. Solo se dezir que este yra al corral por disparatado y arrogante.»

«Este que se sigue es Florismarte265de Hircania»266, dixo el barbero.

«¿Ay está el señor Florismarte?»267 ,   -fol. 19v-   replicó   —98→   el cura. «Pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su estraño nacimiento y sonadas268 auenturas; que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con el y con esotro, señora ama.»

«Que me plaze, señor mio», respondia ella, y con mucha alegria executaua lo que le era mandado.

«Este es El cauallero Platir»269, dixo el barbero.

«Antiguo libro es esse», dixo el cura, «y no hallo en el cosa que merezca venia; acompañe a los demas sin replica.»

Y assi fue hecho.

Abriose otro libro, y vieron que tenia por titulo El Cauallero de la Cruz270.

«Por nombre tan santo como este libro tiene, se podia perdonar su ignorancia; mas tambien se suele dezir: tras la Cruz está el diablo; vaya al fuego.»

Tomando el barbero otro libro, dixo:

«Este es Espejo de cauallerias»271.

«Ya conozco a su merced», dixo el cura; «ay anda el señor Reynaldos de Montaluan con sus amigos y compañeros, mas ladrones que Caco, y los doze Pares con el verdadero historiador Turpin272, y, en verdad, que estoy por condenarlos no mas que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la inuencion del famoso Mateo Boyardo, de donde tambien texio su tela el christiano poeta273 Ludouico Ariosto, al qual, si aqui le hallo, y que habla en otra   —99→   lengua que la suya274, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondre sobre mi cabeça.»

«Pues yo le tengo en italiano», dixo el barbero; «mas no le entiendo.»

«Ni aun fuera bien que vos le entendierades», respondio el cura; «y aqui le perdonaramos al señor Capitan que no le huuiera traydo a España y hecho castellano, que le quitó mucho de su natural valor; y lo mesmo haran todos aquellos   -fol. 20r-   que los libros de verso quisieren boluer en otra lengua; que, por mucho cuydado que pongan y habilidad que muestren, jamas llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en eleto, que este libro y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y depositen en vn pozo seco, hasta que con mas acuerdo se vea lo que se ha de hazer dellos, ecetuando275 a vn Bernardo del Carpio276 que anda por ahi, y a otro llamado Roncesualles277; que estos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama y dellas en las del fuego, sin remission alguna.»

Todo lo confirmó el barbero, y lo tuuo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen christiano y tan amigo de la verdad, que no diria otra cosa por todas las del mundo. Y, abriendo otro libro, vio que era Palmerin de Oliua278, y junto a el estaua otro que se llamaua Palmerin de Ingalaterra279. Lo qual, visto por el licenciado, dixo:

  —100→  

«Essa Oliua se haga luego raxas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y essa Palma de Ingalaterra se guarde y se conserue, como a cosa vnica, y se haga para ello280 otra caxa como la que halló Alexandro en los despojos de Dario, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero281. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la vna, porque el por si es muy bueno; y la otra, porque es fama que le compuso vn discreto rey de Portugal. Todas las auenturas del castillo de Miraguarda son bonissimas y de grande artificio, las razones cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propriedad282 y entendimiento. Digo, pues, saluo vuestro buen parecer, señor maese Nicolas, que este y Amadis de Gaula   -fol. 20v-   queden libres del fuego, y todos los demas, sin hazer mas cala y cata, perezcan.»

«No, señor compadre», replicó el barbero; «que este que aqui tengo es el afamado Don Belianis»283.

«Pues esse» replicó el cura, «con la segunda, tercera y quarta parte, tienen necessidad de vn poco de ruybarbo para purgar la demasiada colera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de mas importancia, para lo qual se les da termino vltramarino284, y como se enmendaren, assi se vsará con ellos de misericordia o de justicia; y, en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa; mas no los dexeys leer a ninguno.»

  —101→  

«Que me plaze», respondió el barbero.

Y sin querer cansarse mas en leer libros de cauallerias, [el cura] mandó al ama que tomasse todos los grandes y diesse con ellos en el corral. No se dixo a tonta ni a sorda, sino a quien tenia mas gana de quemallos que de echar vna tela, por grande y delgada que fuera, y, asiendo casi ocho de vna vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayo vno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vio que dezia: Historia del famoso Cauallero Tirante el Blanco285.

«¡Válame Dios!», dixo el cura, dando vna gran voz; «¡que aqui esté Tirante el Blanco! Dadmele aca, compadre, que hago cuenta que he hallado en el vn tesoro de contento y vna mina de passatiempos. Aqui está don Quirieleyson de Montaluan, valeroso cauallero, y su hermano Tomas de Montaluan, y el cauallero Fonseca, con la batalla que el valiente [de Tirante]286 hizo con el alano, y las agudezas de la donzella Plazerdemiuida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada   -fol. 21r-   de Ipolito, su escudero. Digoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo; aqui comen los caualleros, y duermen y mueren en sus camas, y hazen testamento antes de su muerte, con [otras]287 cosas, de que todos los demas libros deste genero carecen. Con todo esso, os digo que merecia el que le288 compuso, pues no hizo tantas necedades   —102→   de industria289, que le echaran a galeras por todos los dias de su vida. Lleuadle290 a casa y leedle291, y vereys que es verdad quanto del os he dicho.»

«Assi sera», respondio el barbero; «pero, ¿qué haremos destos pequeños libros que quedan?»

«Estos», dixo el cura, «no deuen de ser de cauallerias, sino de poesia».

Y abriendo vno, vio que era La Diana, de Iorge de Montemayor292, y dixo, creyendo que todos los demas eran del mesmo genero:

«Estos no merecen ser quemados, como los demas, porque no hazen ni haran el daño que los de cauallerias han hecho; que son libros de entendimiento293, sin perjuyzio de tercero.»

«¡Ay, señor!», dixo la sobrina, «bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demas, porque no seria mucho que, auiendo sanado mi señor tio de la enfermedad caualleresca, leyendo estos se le antojasse de hazerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que seria peor, hazerse poeta, que, segun dizen, es enfermedad incurable y pegadiza.»

«Verdad dize esta donzella», dixo el cura, «y sera bien quitarle a nuestro amigo este tropieço y ocasion delante. Y pues començamos por La Diana, de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada,   -fol. 21v-   y casi todos los versos mayores,   —103→   y quedesele en ora buena la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros.»

«Este que se sigue», dixo el barbero, «es La Diana, llamada segunda, del Salmantino, y este, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo294

«Pues la del Salmantino», respondio el cura, «acompañe y acreciente el numero de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo; y passe adelante, señor compadre, y demonos prissa295 que se va haziendo tarde.»

«Este libro es», dixo el barbero abriendo otro, « Los diez libros de Fortuna de Amor296, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo297

«Por las ordenes que recebi», dixo el cura, «que desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como esse no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el mas vnico de quantos deste genero han salido a la luz del mundo; y el que no le ha leydo puede hazer cuenta que no ha leydo jamas cosa de gusto. Dadmele aca, compadre; que precio mas auerle hallado que si me dieran vna sotana de raja de Florencia.»

Pusole aparte con grandissimo gusto, y el barbero prosiguio diziendo:

«Estos que se siguen son: El Pastor de Iberia, Ninfas de Enares y Desengaños de zelos298

  —104→  

«Pues no ay mas que hazer», dixo el cura, sino entregarlos al braço seglar del ama, y no se me pregunte el por qué, que seria nunca acabar.»

«Este que viene es El Pastor de Filida299

«No es esse pastor», dixo el cura, «sino muy discreto cortesano; guardese como joya preciosa.»

«Este grande que aqui viene se intitula», dixo el barbero, Tesoro de varias poesias300

«Como ellas no fueran tantas», dixo el cura, «fueran mas estimadas;   -fol. 22r-   menester es que este libro se escarde y limpie de algunas baxezas que entre sus grandezas tiene; guardese, porque su autor es amigo mio, y por respeto de otras mas heroycas y leuantadas obras que ha escrito.»

«Este es», siguio el barbero, «El Cancionero, de Lopez Maldonado301

«Tambien el autor de esse libro», replicó el cura, «es grande amigo mio, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suauidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las eglogas, pero nunca lo bueno fue mucho; guardese con los escogidos. Pero, ¿qué libro es esse que está junto a el?»

«La Galatea, de Miguel de Cerbantes», dixo el barbero.

«Muchos años ha que es grande amigo mio esse Cerbantes, y se que es mas versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo   —105→   de buena inuencion; propone algo y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte que promete; quiça con la emienda302 alcançará del todo la misericordia que aora se le niega, y entretanto que esto303 se ve, tenedle304 recluso en vuestra posada, señor compadre.»

«Que me plaze», respondio el barbero. «Y aqui vienen tres, todos juntos: La Araucana305 de don Alonso de Ercil[l]a; La Austriada, de Iuan Rufo, Iurado de Cordoua, y El Monserrate306, de Christoual de Virues, poeta valenciano307

«Todos essos308 tres libros», dixo el cura, «son los mejores que en verso heroyco, en lengua Castellana, estan escritos, y pueden competir con los mas famosos de Italia; guardense como las mas ricas prendas de poesia que tiene España.»

Cansose el cura de ver mas libros, y assi, a carga cerrada, quiso que todos los demas se quemassen; pero ya tenia abierto vno el barbero, que se llamaua Las Lagrimas de Angelica309.

«Lloraralas yo», dixo el cura en oyendo el nombre,   -fol. 22v-   «si tal libro huuiera mandado quemar; porque su autor fue vno de los famosos poetas del mundo, no solo de España, y fue felicissimo en la traducion de algunas fabulas de Ouidio.»



  —106→  

ArribaAbajoCapitulo VII

De la segunda salida de nuestro buen cauallero310 don Quixote de la Mancha


Estando en esto, començo a dar vozes don Quixote, diziendo:

«¡Aquí, aquí, valerosos caualleros, aqui es menester mostrar la fuerça de vuestros valerosos braços; que los cortesanos lleuan lo mejor del torneo!»

Por acudir a este ruydo y estruendo, no se passó adelante con el escrutinio de los demas libros que quedauan; y assi, se cree que fueron al fuego, sin ser vistos ni oydos: La Carolea y Leon de España, con Los Hechos del Emperador, compuestos por don Luys de Auila311, que, sin duda, deuian de estar entre los que quedauan, y quiça, si el cura los viera, no passaran por tan rigurosa sentencia.

Quando llegaron a don Quixote, ya el estaua leuantado de la cama, y proseguia en sus vozes y en sus desatinos, dando cuchilladas y reueses a todas partes, estando tan despierto como si nunca huuiera dormido; abraçaronse con el y por fuerça le boluieron al lecho, y despues que huuo sossegado vn poco, boluiendose a hablar con el cura, le dixo:

«Por cierto, señor arçobispo Turpin, que es gran mengua de los que nos llamamos Doze Pares, dexar tan sin mas ni mas lleuar la vitoria   —107→   deste torneo a los caualleros cortesanos, auiendo nosotros los auentureros ganado el prez en los tres dias antecedentes.»

  -fol. 23r-  

«Calle vuestra merced, señor compadre», dixo el cura; «que Dios sera seruido que la suerte se mude y que lo que oy se pierde se gane mañana; y atienda vuestra merced a su salud por agora312, que me parece que deue de estar demasiadamente cansado, si ya no es que está mal ferido.»

«Ferido, no», dixo don Quixote; «pero molido y quebrantado, no ay duda en ello, porque aquel bastardo de don Roldan me ha molido a palos con el tronco de vna enzina, y todo de embidia, porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentias. Mas no me llamaria yo Reynaldos de Montaluan si, en leuantandome deste lecho, no me lo pagare, a pesar de todos sus encantamentos; y, por agora313, traiganme314 de yantar, que se que es lo que mas me hara al caso, y quedese lo del vengarme a mi cargo.»

Hizieronlo ansi315, dieronle de comer, y quedose otra vez dormido, y ellos admirados de su locura.

Aquella noche quemó y abrasó el ama quantos libros auia en el corral y en toda la casa, y tales deuieron de arder que merecian guardarse en perpetuos archiuos; mas no lo permitio su suerte y la pereza del escrutiñador316, y assi se cumplio el refran en ellos, de que pagan a las vezes justos por pecadores.

  —108→  

Vno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces, para el mal de su amigo, fue que le murassen317 y tapiassen el aposento de los libros, porque quando se leuantasse no los hallasse -quiça quitando la causa, cessaria el efeto-, y que dixessen que vn encantador se los auia lleuado, y el aposento y todo; y assi fue hecho con mucha presteza.

De alli a dos dias se leuantó don Quixote, y lo primero que hizo fue [yr] a ver318 sus libros, y como no hallaua el aposento donde le   -fol. 23v-   auia dexado, andaua de vna en otra parte buscandole. Llegaua adonde solia tener la puerta y tentauala con las manos, y boluia y reboluia los ojos por todo, sin dezir palabra; pero al cabo de vna buena pieça, preguntó a su ama que hazia qué parte estaua el aposento de sus libros.

El ama, que ya estaua bien aduertida de lo que auia de responder, le dixo:

«¿Qué aposento o qué nada busca vuestra merced? Ya no ay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo lleuó el mesmo diablo.»

«No era diablo», replicó la sobrina, «sino vn encantador que vino sobre vna nuue vna noche, despues del dia que vuestra merced de aqui se partio, y, apeandose de vna sierpe en que venia cauallero, entró en el aposento, y no se lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieça salio bolando por el texado, y dexó la casa llena de humo, y quando acordamos a mirar lo que dexaua hecho, no vimos libro ni aposento   —109→   alguno; solo se nos acuerda muy bien a mi y al ama que, al tiempo del partirse aquel mal viejo, díxo en altas vozes que, por enemistad secreta que tenia al dueño de aquellos libros y aposento, dexaua hecho el daño en aquella casa que despues se veria; dixo, tambien, que se llamaua el sabio Muñaton.»

«Freston diria», dixo don Quixote.

«No se», respondio el ama, «si se llamaua Freston o Friton, solo se que acabó en ton su nombre.»

«Assi es», dixo don Quixote; «que esse es vn sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con vn cauallero a quien el fauorece, y le tengo de vencer sin que el lo pueda estoruar, y por esto procura hazerme todos   -fol. 24r-   los sinsabores que puede; y mandole yo que mal podra el contradezir, ni euitar, lo que por el cielo está ordenado.»

«¿Quién duda de esso?», dixo la sobrina. «¿Pero quién le mete a vuestra merced, señor tio, en essas pendencias? ¿No sera mejor estarse pacifico en su casa y no yrse por el mundo a buscar pan de trastrigo319, sin considerar que muchos van por lana y bueluen tresquilados?»

«¡O sobrina mia», respondio don Quixote, «y quán mal que estás en la cuenta! Primero que a mí me tresquilen, tendre peladas y quitadas las baruas a quantos imaginaren tocarme en la punta de vn solo cabello.»

  —110→  

No quisieron las dos replicarle mas, porque vieron que se le encendia la colera.

Es, pues, el caso que el estuuo qui[n]ze dias en casa muy sossegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros deuaneos, en los quales dias passó graciosissimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que el dezia que la cosa de que mas necessidad tenia el mundo era de caualleros andantes, y de que en el se resucitasse la caualleria andantesca. El cura algunas vezes le contradezia, y otras concedia, porque si no guardaua este artificio, no auia poder aueriguarse con el.

En este tiempo solicitó don Quixote a vn labrador vezino suyo, hombre de bien, si es que este titulo se puede dar al que es pobre, pero de muy poca sal en la mollera320. En resolucion, tanto le dixo, tanto le persuadio y prometio, que el pobre villano se determinó de salirse con el y seruirle de escudero.

Deziale, entre otras cosas, don Quixote, que se dispusiesse a yr con el de buena gana, porque tal vez le podia suceder auentura, que ganasse, en quitame alla essas pajas, alguna insula,   -fol. 24v-   y le dexasse a el por gouernador de ella. Con estas promessas y otras tales, Sancho Pança321, que assi se llamaua el labrador, dexó su muger y hijos y asento por escudero de su vezino. Dio luego don Quixote orden en buscar dineros, y, vendiendo vna cosa y empeñando otra y malbaratandolas todas, llegó vna razonable cantidad. Acomodose, assi mesmo,   —111→   de vna rodela que pidio prestada a vn su amigo, y, pertrechando su rota zelada lo mejor que pudo, auisó a su escudero Sancho del dia y la hora que pensaua ponerse en camino, para que el se acomodasse de lo que viesse que mas le era menester. Sobre todo le encargó que lleuasse alforjas, e dixo322 que si lleuaria, y que ansi mesmo pensaua lleuar vn asno que tenia muy bueno, porque el no estaua duecho323 a andar mucho a pie.

En lo del asno reparó vn poco don Quixote, ymaginando si se le acordaua si algun cauallero andante auia traydo escudero cauallero asnalmente, pero nunca le vino alguno a la memoria; mas con todo esto determinó que le lleuasse, con presupuesto de acomodarle de mas honrada caualleria en auiendo ocasion para ello, quitandole el cauallo al primer descortes cauallero que topasse.

Proueyose de camisas y de las demas cosas que el pudo, conforme al consejo que el ventero le auia dado. Todo lo qual hecho y cumplido, sin despedirse Pança de sus hijos y muger, ni don Quixote de su ama y sobrina, vna noche se salieron del lugar sin que persona los viesse; en la qual caminaron tanto, que, al amanecer, se tuuieron por seguros de que no los hallarian aunque los buscassen.

Yua Sancho Pança sobre su jumento como vn patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho desseo   -fol. 25r-   de verse ya gouernador de la insula que su amo le auia prometido. Acerto   —112→   don Quixote a tomar la misma derrota y camino que el que el auia tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el qual caminaua con menos pesadumbre que la vez passada, porque, por ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol, no les fatigauan.

Dixo en esto Sancho Pança a su amo:

«Mire vuestra merced, señor cauallero andante, que no se le oluide lo que de la insula me tiene prometido, que yo la sabre gouernar por grande que sea.»

A lo qual le respondio don Quixote:

«Has de saber, amigo Sancho Pança, que fue costumbre muy vsada de los caualleros andantes antiguos, hazer gouernadores a sus escuderos de las insulas o reynos que ganauan, y yo tengo determinado de que por mi no falte tan agradecida vsança, antes pienso auentajarme en ella; porque ellos algunas vezes, y quiça las mas, esperauan a que sus escuderos fuessen viejos, y ya despues de hartos de seguir y de lleuar malos dias y peores noches, les dauan algun titulo de conde, o, por lo mucho324, de marques, de algun valle o prouincia de poco mas a325 menos; pero si tu viues y yo viuo, bien podria326 ser que antes de seys dias ganasse yo tal reyno, que tuuiesse otros a el aderentes, que viniessen de molde para coronarte por rey de vno dellos. Y no lo tengas a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales caualleros, por modos tan nunca vistos ni   —113→   pensados, que con facilidad te podria dar avn mas de lo que te prometo.»

«De essa manera», respondio Sancho Pança, «si yo fuesse rey por algun milagro   -fol. 25v-   de los que vuestra merced dize, por lo menos, Iuana Gutierrez, mi oislo327, vendria a ser reyna, y mis hijos infantes.»

«Pues ¿quién lo duda?», respondio don Quixote.

«Yo lo dudo», replicó Sancho Pança; «porque tengo para mi que, aunque llouiesse Dios reynos sobre la tierra, ninguno assentaria bien sobre la cabeça de Mari Gutierrez. Sepa, señor, que no vale dos marauedis para reyna; condesa le caera mejor, y aun Dios y ayuda328

«Encomiendalo tu a Dios, Sancho», respondio don Quixote, «que El dara329 lo que mas le conuenga; pero no apoques tu animo tanto que te vengas a contentar con menos que con ser adelantado.»

«No hare, señor mio», respondio Sancho, «y mas teniendo tan principal amo en vuestra merced, que me sabra dar todo aquello que me esté bien y yo pueda lleuar.»



  —114→  

ArribaAbajoCapitulo VIII

Del buen sucesso que el valeroso don Quixote tuuo en la espantable y jamas imaginada auentura de los molinos de viento, con otros sucessos dignos de felice recordacion


En esto descubrieron treinta o quarenta molinos de viento que ay en aquel campo; y, assi como don Quixote los vio, dixo a su escudero:

«La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertaramos a dessear; porque ¿ves alli, amigo Sancho Pança, donde se descubren treynta, o pocos mas, desaforados gigantes con quien pienso hazer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos començaremos   -fol. 26r-   a enriquecer?; que esta es buena guerra, y es gran seruicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.»

«¿Qué gigantes?», dixo Sancho Pança.

«Aquellos que alli ves», respondio su amo, «de los braços largos; que los suelen tener algunos de casi dos leguas.»

«Mire vuestra merced», respondio Sancho, «que aquellos que alli se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen braços, son las aspas, que, bolteadas del viento, hazen andar la piedra del molino.»

«Bien parece», respondio don Quixote, «que no estás cursado en esto de las auenturas: ellos son gigantes, y si tienes miedo, quitate   —115→   de ahi, y ponte en oracion en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desygual batalla.»

Y, diziendo esto, dio de espuelas a su cauallo Rozinante, sin atender a las vozes que su escudero Sancho le daua, aduirtiendole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que yua a acometer. Pero el yua tan puesto en que eran gigantes, que ni330 ohia las vozes de su escudero Sancho, ni echaua de ver, aunque estaua ya bien cerca, lo que eran; antes yua diziendo en vozes altas:

«¡Non fuyades, cobardes y viles criaturas; que vn solo cauallero es el que os acomete!»

Leuantose en esto vn poco de viento, y las grandes aspas començaron a mouerse, lo qual visto por don Quixote, dixo:

«Pues aunque mouais mas braços que los del gigante Briareo, me lo aueis de pagar.»

Y, en diziendo esto, y encomendandose de todo coraçon a su señora Dulzinea, pidiendole que en tal trance le socorriesse, bien cubierto de su rodela, con la lança en el ristre, arremetio   -fol. 26v-   a todo el galope de Rozinante, y enuistio con el primero molino que estaua delante, y dandole vna lançada en el aspa, la boluio el viento con tanta furia que hizo la lança pedaços, lleuandose tras si al cauallo y al cauallero, que fue rodando muy mal trecho por el campo.

Acudio Sancho Pança a socorrerle a todo el correr de su asno, y, quando llego, hallo que   —116→   no se podia menear: tal fue el golpe que dió con el Rozinante.

«¡Valame Dios!», dixo Sancho; «¿no le dixe yo a vuestra merced que mirasse bien lo que hazia, que no eran sino molinos de viento, y no lo podia ignorar sino quien lleuasse otros tales en la cabeça?»

«Calla, amigo Sancho», respondio don Quixote; «que las cosas de la guerra, mas que otras, estan sujetas a continua mudança; quanto mas que yo pienso, y es assi verdad, que aquel sabio Freston que me robó el aposento y los libros ha buelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.»

«Dios lo haga como puede», respondio Sancho Pança.

Y, ayudandole a leuantar, tornó a subir sobre Rozinante, que medio despaldado estaua; y, hablando en la passada auentura, siguieron el camino del puerto Lapice331, porque alli dezia don Quixote que no era possible dexar de hallarse muchas y diuersas auenturas, por ser lugar muy passagero, sino que yua muy pesaroso por auerle faltado la lança, y, diziendoselo a su escudero, le dixo:

«Yo me acuerdo auer leydo que vn cauallero español, llamado Diego Perez de Vargas, auiendosele   -fol. 27r-   en vna batalla roto332 la espada, desgajó de vna enzina vn pesado ramo o tronco,   —117→   y con el hizo tales cosas aquel dia, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y, assi, el como sus decendientes se llamaron desde aquel dia en adelante Vargas y Machuca333. Hete dicho esto, porque de la primera enzina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel, que me imagino y pienso hazer con el tales hazañas, que tu te tengas por bien afortunado de auer merecido venir a vellas334 y a ser testigo de cosas que apenas podran ser creydas.»

«A la mano de Dios», dixo Sancho; «yo lo creo todo assi como vuestra merced lo dize; pero enderecese vn poco, que parece que va de medio lado, y deue de ser del molimiento de la cayda.»

«Assi es la verdad», respondio don Quixote; «y si no me quexo del dolor, es porque no es dado a los caualleros andantes quexarse de herida alguna, aunque se le335 salgan las tripas por ella.»

«Si esso es assi, no tengo yo que replicar», respondio Sancho; «pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quexara quando alguna cosa le doliera. De mi se dezir que me he de quexar del mas pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende tambien con los escuderos de los caualleros andantes esso del no quexarse.»

No se dexó de reyr don Quixote de la simplicidad de su escudero, y, assi, le declaró que   —118→   podia muy bien quexarse como y quando quisiesse, sin gana o con ella; que hasta entonces no auia leydo cosa en contrario en la orden de caualleria. Dixole Sancho que mirasse que era hora de comer. Respondiole su amo que por entonces no le hazia menester; que comiesse el quando se le   -fol. 27v-   antojasse.

Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento, y sacando de las alforjas lo que en ellas auia puesto, yua caminando y comiendo detras de su amo muy de su espacio336, y de quando en quando empinaua la bota, con tanto gusto, que le pudiera embidiar el mas regalado bodegonero de Malaga. Y en tanto que el yua de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaua de ninguna promessa que su amo le huuiesse hecho, ni tenia por ningun trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las auenturas, por peligrosas que fuessen.

En resolucion, aquella noche la passaron entre vnos arboles, y del vno dellos desgajó don Quixote vn ramo seco que casi le podia seruir de lança, y puso en el el hierro que quitó de la que se le auia quebrado. Toda aquella noche no durmio don Quixote, pensando en su señora Dulzinea, por acomodarse a lo que auia leydo en sus libros quando los caualleros passauan sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus señoras.

No la passó ansi337 Sancho Pança; que,   —119→   como tenia el estomago lleno, y no de agua de chicoria, de vn sueño se la lleuó toda, y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo338 llamara, los rayos del sol, que le dauan en el rostro, ni el canto de las aues, que muchas y muy regozijadamente la venida del nueuo dia saludauan. Al leuantarse, dio vn tiento a la bota, y hallola algo mas flaca que la noche antes, y afligiosele339 el coraçon, por parecerle que no lleuauan camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quixote, porque, como está dicho,   -fol. 28r-   dio en sustentarse de sabrosas memorias.

Tornaron a su començado camino del puerto Lapice, y a obra de las tres del dia le descubrieron.

«Aqui», dixo en viendole don Quixote, «podemos, hermano Sancho Pança, meter las manos hasta los codos en esto que llaman auenturas. Mas aduierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baxa, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caualleros, en ninguna manera te es licito ni concedido por las leyes de caualleria que me ayudes, hasta que seas armado cauallero.»

«Por cierto, señor», respondio Sancho, «que vuestra merced sea muy bien obedicido en esto, y mas, que yo de mio me soy pacifico y enemigo de meterme en ruydos ni pendencias;   —120→   bien es verdad que en lo que tocare a defender mi persona no tendre mucha cuenta con essas leyes, pues las diuinas y humanas permiten que cada vno se defienda de quien quisiere agr[a]uiarle.»

«No digo yo menos», respondio don Quixote; «pero en esto de ayudarme contra caualleros, has de tener a raya tus naturales impetus.»

«Digo que assi lo hare», respondio Sancho, «y que guardaré esse preceto tambien340 como el día del domingo.»

Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frayles de la orden de San Benito, caualleros sobre dos dromedarios, que no eran mas pequeñas dos mulas en que venian. Traian sus antojos de camino y sus quitasoles. Detras dellos venia vn coche341 con quatro o cinco de a cauallo que le acompañauan, y dos moços de mulas a pie. Venia en el coche, como despues se supo, vna señora vizcayna   -fol. 28v-   que yua a Seuilla, donde estaua su marido, que passaua a las Indias con vn muy honroso cargo. No venian los frayles con ella, aunque yuan el mesmo camino; mas apenas los diuisó don Quixote, quando dixo a su escudero:

«O yo me engaño, o esta ha de ser la mas famosa auentura que se aya visto, porque aquellos bultos negros que alli parecen deuen de ser, y son, sin duda, algunos encantadores que lleuan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshazer este tuerto a todo mi poderio.»

  —121→  

«Peor sera esto que los molinos de viento», dixo Sancho. «Mire, señor, que aquellos son frayles de San Benito, y el coche deue de ser de alguna gente passagera. Mire que digo que mire bien lo que haze, no sea el diablo que le engañe.»

«Ya te he dicho, Sancho», respondio don Quixote, «que sabes poco de achaque de auenturas; lo que yo digo es verdad, y aora lo veras.»

Y, diziendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del camino por donde los frayles venian, y, en llegando tan cerca que a el le parecio que le podrian oyr lo que dixesse, en alta voz dixo:

«¡Gente endiablada y descomunal, dexad luego al punto las altas princesas que en esse coche lleuays forçadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte por justo castigo de vuestras malas obras!»

Detuuieron los frayles las riendas, y quedaron admirados, assi de la figura de don Quixote como de sus razones, a las quales respondieron:

«Señor cauallero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen o no ningunas forçadas princesas.»

«Para conmigo no ay palabras blandas; que ya yo os conozco,   -fol. 29r-   fementida canalla», dixo don Quixote.

Y, sin esperar mas respuesta, picó a Rozinante   —122→   y, la lança baxa, arremetio contra el primero frayle, con tanta furia y denuedo, que si el frayle no se dexara caer de la mula, el le hiziera venir al suelo mal de su grado, y aun mal ferido, si no cayera muerto.

El segundo religioso, que vio del modo que tratauan a su compañero, puso piernas al castillo de su buena mula, y començo a correr por aquella campaña, mas ligero que el mesmo342 viento.

Sancho Pança, que vio en el suelo al frayle, apeandose ligeramente de su asno, arremetio a el y le començo a quitar los habitos. Llegaron en esto dos moços de los frayles, y preguntaronle que por qué le desnudaua; respondioles Sancho que aquello le tocaua a el ligitimamente343, como despojos de la batalla que su señor don Quixote auia ganado. Los moços, que no sabian de burlas, ni entendian aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quixote estaua desuiado de alli, hablando con las que en el coche venian, arremetieron con Sancho, y dieron con el en el suelo, y sin dexarle pelo en las barbas, le molieron a cozes, y le dexaron tendido en el suelo, sin aliento ni sentido; y, sin detenerse vn punto, tornó a subir el frayle todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro, y quando se vio a cauallo, picó tras su compañero, que vn buen espacio de alli le estaua aguardando y esperando en que paraua aquel sobresalto; y, sin querer aguardar el fin de todo aquel començado sucesso,   —123→   siguieron su camino, haziendose mas cruzes que si lleuaran al344 diablo a las espaldas.

Don Quixote estaua, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diziendole:

«La vuestra   -fol. 29v-   fermosura, señora mia, puede fazer de su persona lo que mas le viniere en talante, porque ya la soberuia de vuestros robadores yaze por el suelo, derribada por este mi fuerte braço; y, porque no peneys por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quixote de la Mancha, cauallero andante y auenturero345, y cautiuo de la sin par y hermosa doña Dulzinea del Toboso; y en pago del beneficio que de mi aueis recebido, no quiero otra cosa sino que boluays al Toboso346, y que de mi parte os presenteys ante esta señora y le digays lo que por vuestra libertad he fecho.»

Todo esto que don Quixote dezia, escuchaua vn escudero de los que el coche acompañauan, que era vizcayno; el qual, viendo que no queria dexar passar el coche adelante, sino que dezia que luego auia de dar la buelta al Toboso, se fue para don Quixote, y, asiendole de la lança, le dixo en mala lengua castellana y peor vizcayna, desta manera:

«Anda, cauallero, que mal andes; por el Dios que criome, que, si no dexas coche, assi te matas como estás ahi vizcayno.»

Entendiole muy bien don Quixote, y con mucho sossiego le respondio:

  —124→  

«Si fueras cauallero, como no lo eres, ya yo huuiera castigado tu sandez y atreuimiento, cautiua criatura.»

A lo cual replicó el vizcayno:

«¿Yo no cauallero? Iuro a Dios tan mientes como christiano. ¡Si lança ar[r]ojas y espada sacas, el agua quán presto veras que al gato lleuas!347. Vizcayno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dizes cosa.»

«¡Aora lo veredes, dixo Agrages!348», respondio don Quixote. Y ar[r]ojando la lança en el suelo, sacó su espada y embraçó   -fol. 30r-   su rodela, y arremetió al vizcayno con determinacion de quitarle la vida.

El vizcayno, que assi le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no auia que fiar en ella, no pudo hazer otra cosa sino sacar su espada; pero auinole bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar vna almohada que le siruio de escudo, y luego se fueron el vno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demas gente quisiera ponerlos en paz; mas no pudo, porque dezia el vizcayno en sus mal trauadas razones, que si no le dexauan acabar su batalla, que el mismo auia de matar a su ama y a toda la gente que se lo estoruasse. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veia, hizo al cochero que se desuiasse de alli algun poco, y desde lexos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el   —125→   discurso de la qual dio el vizcayno vna gran cuchillada a don Quixote encima de vn ombro, por encima de la rodela, que, a darsela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quixote, que sintio la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio vna gran voz, diziendo:

«¡O señora de mi alma, Dulzinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro cauallero, que, por satisfazer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!»

El dezir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcayno, todo fue en vn tiempo, lleuando determinacion de auenturarlo todo a la de vn gol[pe] solo349. El vizcayno, que assi le vio venir contra el, bien entendio por su denuedo su coraje, y determinó de hazer lo mesmo350 que don Quixote; y, assi, le aguardó bien cubierto   -fol. 30v-   de su almohada, sin poder rodear la mula a vna ni a otra parte, que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerias, no podia dar vn passo.

Venia, pues, como se ha dicho, don Quixote contra el cauto vizcayno, con la espada en alto, con determinacion de abrirle por medio, y el vizcayno le aguardaua ansi mesmo351, leuantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estauan temerosos y colgados de lo que auia de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazauan; y la señora del coche y las demas criadas suyas estauan haziendo mil votos y ofrecimientos   —126→   a todas las imagenes y casas de deuocion de España, porque Dios librasse a su escudero, y a ellas, de aquel tan grande peligro en que se hallauan.

Pero está el daño de todo esto que352 en este punto y termino dexa pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpandose que no halló mas escrito destas hazañas de don Quixote, de las que dexa referidas. Bien es verdad que el segundo autor353 desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuuiesse entregada a las leyes del oluido, ni que huuiessen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuuiessen en sus archiuos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso cauallero tratassen, y, assi, con esta imaginacion, no se desesperó de hallar el fin desta apazible historia, el qual, siendole el cielo fauorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.