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«Dónde estás con tus ojos celestes»1: identidad y memoria en la escritura de Daniel Moyano

Olga Tiberi





«Cuidar las palabras, esos milagros, de las agresiones permanentes de las diversas formas del poder. El idioma es la reserva natural de la libertad que tienen las personas. Acaso, la verdadera patria...».


(Daniel Moyano)                


Hay un violín colgado bajo la parra2 y membrillos3 madurándose al sol. Hay un patio familiar donde se ejecuta una mítica danza. Hay lo autóctono y lo extranjero que se entregan al ultraje de un mutuo deslumbramiento. Hay unos ojos celestes y otros, oscuros, que conforman una mirada fragmentada y hecha añicos en esa unidad irreconstituible que desbordará siempre el inacabable mundo de la búsqueda y de la pregunta. Hay el exilio y la nostalgia, la posibilidad del lenguaje y la imposibilidad de la escritura.

La escritura de Daniel Moyano parece gestarse en esa instancia inmanifestada del «hay»4 que, como un vacío precede al acto mismo de creación, gravando la alteridad soportada por la subjetividad que la funda. Haciendo de cada acontecimiento un retazo de historia que se relata de manera esquiva, en las derivas del lenguaje, y a la vez, clausura todo intento de interrogación, deteniendo la pregunta en los umbrales «de lo real imposible, donde zozobra, intacta, toda la realidad» (M. Blanchot, 1990, 39). Una realidad que obliga a Moyano confesar su perplejidad: «Yo escribo para explicarme el mundo... Cada vez que me pongo a escribir es un poco para entender esto... A mí me ha tocado una vida bastante complicada, en un país complicado, lleno de violencia...» (R. Gnutzmann, 1987, 114).

Ese afuera histórico no permanece en los límites de la exterioridad; por el contrario, se apropia de la interioridad ficcional volviendo obsceno todo gesto de lectura, como si ese acto de re-escritura no pudiese soportar la estridencia de aquellos latidos, como si la obra de D. Moyano se constituyera como tal, en esa imposibilidad, para donarse, solamente así, en una herencia perturbadora, de la que, sin embargo, no es posible rehusar.

Entonces, la literatura de D. Moyano se torna literatura de visitación en la que el que llega no acaba nunca de arribar manteniéndose en lo indecible de la otredad, en una extranjería absoluta por cuanto ni siquiera otorga, a quien pretende recibirlo, la resignificación de esa sorpresa en la posibilidad de una respuesta. Literatura de visitación perpetua, en cuyo seno el pensamiento extiende la incertidumbre de la pregunta en la errancia continua de un itinerario que no cesa. La escritura de Moyano se inscribe, allí, sin presentarse nunca como monumento de la memoria, sino, más bien, como una necesidad imperiosa de olvido que obliga a marchar entre los escombros de una memoria estallada en las fronteras de la lengua.

Ciertamente, la escritura de este narrador riojano se constituye en ese «desastre»5 por el cual solo le es dado aferrarse a ese hueco que las pérdidas y las ausencias han entretejido en el corazón mismo de su lenguaje, situándola en la denegación de todo horizonte, en la indeterminación de todo futuro.

Moyano escribe desde la denegación de su propio nombre y de la matriz de ese nombre negado, en la intemperie de continuos viajes que anuncian sus exilios, como si aquello deseado solo pudiera tener lugar en ese salirse de sí, en esa renuncia a la economía del oîkos que impone, a su vida y a su literatura, travesías sin retorno que violentan, aun, lo más íntimo en el espectáculo de su apertura hacia lo público. Ese gesto irreconciliable del poeta con la dimensión de la ciudad, de la polis, de lo político, implica un desajuste fatal por el cual se adscribe aquel advenimiento de «uno-mismo-como-otro» (J. Derrida, 2000, 124) que hace, al escritor, capaz de oír «por adelantado aquello mismo que él hace brotar» (J. Derrida, 1998, 372) y lo vuelve, por eso mismo, intolerable para un sistema de poder que reniega de todo oír, excepto su propia voz.

En el camino de esa grieta, D. Moyano torna ilegible la palabra poética en el sonido de su música, en la borradura de una huella que dispersa para siempre una inquisición que no llega a pronunciarse más que en la contra-dicción gestada entre el sonido inaudito y la grafía negada. En ese intersticio se inscribe un origen impugnado por la autoridad paterna, desplazado por la ausencia materna, irrestituible en el ejercicio de una escritura que no puede aniquilar en su propio silencio el espectro fantasmal de aquellos matices autobiográficos que demoran la retirada del escritor en los relatos que inventa.

«Cada vez que tengo que nombrar una cosa, ya no sé cómo se debe nombrar»6, afirma D. Moyano, y esta afasia de la palabra que se niega, instrumentalmente, al pensamiento solo se verá desbaratada en los artificios de una escritura que plegada en los márgenes, pone de manifiesto la imposibilidad del escritor del interior y del propio Moyano con respecto del llamado boom latinoamericano7, de encontrar un lugar en el nuevo diseño geo-político de un país al cual se intentaba hacer entrar, forzadamente y de espaldas, al universo de la globalización.

Esta interdicción de la palabra ante lo que jamás tendrá un nombre, ni podrá ser dicho más que a medias, en esa verdad siempre afásica e insuficiente para contener la violencia de esa época, resulta negada en el sin-saber de la escritura puesto que la negación del nombre, siendo éste quien debe garantizar una cierta conexión entre lenguaje y mundo, irrumpe en el telos mismo del lenguaje, es decir, en la especificidad de su carácter designativo. Hace legible la ilegibilidad8 de un tiempo histórico abierto en la tensión de fuerzas de la escritura que, al inscribir, difiere ese nombre propio -clave del sistema logocéntrico-, y deconstruyéndolo, abisma lo propio en una identidad que se «altera» sin «autor-izaciones» a priori de sentido alguno.

En este aspecto, la escritura de D. Moyano, se constituye en nostalgia por la autoridad paterna, rememoración de aquel pólemos que produce y engendra y, a la vez, reina sobre la presencia9: «...Mi padre se había perdido en el tiempo, mucho antes de la celda y del castigo, pero yo lo andaba buscando ahora...» (D. Moyano, Esqueletos de caracoles blancos, 1999, 264). Pero, también, su escritura poética es, como toda escritura, celebración de un origen imposible, en la medida en que aquella se rebela al querer-decir del logos: «A lo mejor ser padre es la crueldad misma, dar o imponer algo no deseado... Todo pertenecía a él» (D. Moyano, O. C., 265). O la asunción de una total ausencia, para sí, de la capacidad redentora de la palabra: «...no se me ocurría nada, no tenía palabras... Tenía que haber palabras importantes... Dios, por ejemplo. Pero nada, también estaba en el pasado... yo me hundí en el fondo de mi mente buscando la palabra salvadora» (D. Moyano, O. C., 269).

La escritura, a la manera de esos «parques interminables de una ciudad que nunca llegaré a conocer» (D. Moyano, O. C., 273), se constituye en experiencia de la finitud, a la intemperie, y desguarnecida de toda protección, espera, entre las líneas muertas de una página, el prodigio de una mirada que la vuelva a la usura de la vida, al mundo y a la historicidad del mundo.

Dónde estás con tus ojos celestes, es la última novela de Moyano, publicada recientemente. Luego de permanecer inédita trece años10, aquella imagen de lo real fantasmagórico que D. Moyano supo entretejer en la borradura de un sonido y en la resistencia de la palabra, irrumpe en la centralidad del archivo para hacer de cada envío del lenguaje, una remisión constante de la promesa. Aquello que se ha intentado reprimir y desplazar hacia un afuera controlable por la verdad material, resulta emplazado en el acontecimiento poético, en su verdad histórica. Allí, el espectro de lo adeudado establece, intempestivo, la ley de la heteronomía en la legislación del pensamiento único.

El título de esta novela, se constituye en la primera y póstuma interrogación por la que se interpela, aunque de manera indirecta y ambigua, al lector. Dónde estás con tus ojos celestes, se dirige simultáneamente: 1- a un «tú» que vive una historia similar a la del narrador-personaje; 2- a un «tú», ya puro pasado, a quien se pretende, infructuosamente aunque con esperanzas, encontrar; 3- a un «tú» con una historia-otra, inventada de manera particular; 4- a todos los «tú» posibles, con la condición de que posean ojos celestes. Por su parte, el atributo celeste, respondería 1- a una visión social eurocéntrica avalada por el componente inmigratorio de la población argentina; 2- a la transparencia de la mirada; o, tal vez, 3- alude a la capacidad de sueño e ilusión. Lo que parece confirmarse en la lectura es que esos ojos celestes logran fusionar la imagen de su madre, la canción de la pulpera de Santa Lucía que ella gustaba cantar, y la ilusión de encontrar a Eugenia, a quien, desde aquella tarde de la infancia, lleva «repartida en la yema de los dedos» (D. Moyano, Dectoc, 2005, 22). «Lo que pasa -explica Juan- es que a veces se me confunden la una con la otra. Y a veces con Eugenia, que se mueve entre las dos» (D. Moyano, Dectoc, 2005, 64). Por tanto, esa mirada, compromete el anhelo de anudar el porvenir al siendo-sido de la tradición, en la configuración de un acorde de tiempo completo por el que se ejecutan el pasado, el presente y el futuro.

Eugenia, motivo de su viaje transoceánico, implica uno de los nombres posibles del origen, quizá, el más apropiado para describir esa instancia originaria indecidible de la creación poética, según la etimología de la palabra que une vocablos de procedencia griega y latina: Eu, del griego Eû, «bien» y genia, del latín genus, «hacer nacer, engendrar, origen, nacimiento». Pero también y a la vez, significa la necesidad del escritor-narrador de asumir una filiación irrenunciable con el pater, con el logos y este acto no podrá ser realizado más que en el cuerpo mismo de la lengua. Juan decide escribir una carta a su padre11 muerto, «en un intento por librarme de él y despejar de ese modo, el camino hacia Eugenia» (D. Moyano, O. C., 147), para conseguir «conocer tu misterio alucinante, cuya revelación necesito para saber qué estoy haciendo en este mundo...» (D. Moyano, O. C., 148). «Pero estás muerto, y desde esa noche sin fondo donde te aíslas me condenas con tu silencio a esta soledad de palabras donde vivo» (D. Moyano, Dectoc., O. C., 162).

Esa escritura, ya sin destinatario, abre la errancia de sus gramas: opera a la manera de un puente inutilizado por el transcurso del tiempo que no puede garantizar ningún paso, más que un azaroso tránsito entre Madrid y Córdoba, entre la vida y la muerte, entre la Extranjera que se enamoró de la música y el nativo, fascinado por el acento extraño del habla, entre alegres mazurcas y la cadencia triste del tango, entre un «aquí» y un «allá» que se confunden en un ineludible quiasmo, en el momento de inscribirse. La carta, aquello que Juan graba en trazos endebles, funda su pertenencia, en lo que es su «adentro»12, su «cuna más secreta» (D. Moyano, Dectoc., O. C., 159), en la morada de una lengua que lo ha tomado de rehén, mucho antes de su decisión, custodiándolo cada vez que lo pierde en la desmesura del lenguaje.

La superficie de la página, corruptible y precaria, acoge el desgarro de su memoria reteniéndolo en su matriz siempre en gestación. Allí, Daniel Moyano habita en el milagro de la letra, en la libertad del sentido; tal vez, en el prodigio de una patria verdadera, donde la palabra no deba enmudecer, la escritura, violentar sus secretos, ni la verdad sea obligada a ocultarse en las criptas del secreto.

La identidad de Daniel Moyano, la identidad propuesta en la narrativa de este escritor, se indecide en esa simbiosis en cuyos intersticios se difiere una diferencia singular y múltiple. En ese juego siempre doble, la identidad no puede jamás incurrir en esa tentación logocéntrica de identificarse consigo misma, ni en aquella, promovida por la presencia metafísica, de expresarse en la plenitud de la palabra. Por el contrario, la identidad indefine sus contornos: es fractura, apertura y dispersión como la memoria que entretejen, en el fracaso, los personajes creados por Moyano, haciéndola fracasar en su imperio monolítico. Una y otra desbordan en una escritura, cartografía del deseo y de la búsqueda de unos imposibles ojos celestes por los que se inventa, aún, «un pueblo por-venir, todavía enterrado bajo sus traiciones y negaciones» (G. Deleuze, 1994, 17) y se reclama, entonces, una democracia, también por-venir. Tal vez, para ello ha ocurrido esta visitación de la literatura acontecida en la narrativa de Daniel Moyano, a contra-luz de su muerte, en el contra-tiempo de su propia historia, para cumplir aquel propósito de «tratar de modificar lo real, volver más humanas las cosas para poder verlas de más cerca» (D. Moyano, en J. Boccanera, 1999, 228).

La palabra de este narrador del interior ha unido cielo y tierra, aire y mar, pero su fuego no ha convertido en cenizas ninguna respuesta que pueda responder por la pregunta que aún nos queda: ¿Dónde estás con tus ojos celestes?






Bibliografía

  • Amar Sánchez, A. M.ª, «Prólogo», en La espera y otros cuentos, Buenos Aires, CEAL, 1992.
  • Blanchot, M., La escritura del desastre, Caracas, Monte Ávila Editores, 1990.
  • ——, La comunidad inconfesable, México, Editorial Vuelta, 1992.
  • ——, El espacio literario, Madrid, Editorial Paidós, 1992.
  • Boccanera, J., Tierra que anda. Los escritores en el exilio, Rosario, Editorial Ameghino, 1999.
  • De Diego, J. L., «Relatos atravesados por los exilios», en Historia crítica de la Literatura Argentina, vol. II, Buenos Aires, Emecé Ediciones, 2000, pp. 431-458.
  • Del Barco, O., Exceso y donación, Buenos Aires, Biblioteca Internacional Martín Heidegger, 2003.
  • Deleuze, G., La literatura y la vida, Córdoba, Alción Editora, 1994.
  • Derrida, J., La escritura y la diferencia, Barcelona, Editorial Anthropos, 989.
  • ——, El otro cabo. La democracia, para otro día, Barcelona, Editorial del Serbal, 1992.
  • ——, Mal de archivo, Madrid, Editorial Trotta, 1997.
  • ——, Políticas de la amistad, seguido de El oído de Heidegger, Madrid, Editorial Trotta, 1998.
  • ——, La hospitalidad, Buenos Aires, Ediciones De la Flor, 2000.
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  • Gnutzmann, R., «Entrevista», Hispamérica 46/47, 1987, pp. 113-122.
  • González, H., «El boom. Rastros de una palabra en la narrativa y en la Crítica argentina», en Historia crítica de la Literatura Argentina, vol. II, Buenos Aires, Emecé Ediciones, 2000, pp. 405-430.
  • Moyano, D., Dónde estás con tus ojos celestes, Buenos Aires, Ediciones Gárgola/Editorial De los Cuatro Vientos, 2005.
  • Schweizer, R., Daniel Moyano (Las vías literarias de la intrahistoria), Córdoba, Alción Editora, 1996.


 
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