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Dos lados de la misma frontera: (Javier de Viana y J. Simões Lopes Neto)

Pablo Rocca1






Nacional & Regional. Cosmopolita/Mestizo

Las historias nacionales de la cultura nos han hecho creer que vivimos una experiencia insular de la temporalidad. Un poco de distancia nos permite apreciar que vivimos en temporalidades simultáneas. En 1880 Carlos von Koseritz concluyó una labor de recolección de coplas anónimas del folklore gaúcho, publicándolas en la Gazeta de Porto Alegre (Reverbel, 1981: 29). Alrededor de esa fecha, se cristaliza algo que Lauro Ayestarán llama «el movimiento del "memorialista"», un proyecto que indaga en el ser nacional uruguayo, y que se desarrolla en la simultánea labor del historiador Francisco Bauzá, en las crónicas de Isidoro de María y en la tarea filológica de Daniel Granada (Ayestarán, 1957: XIV et passim). Cabría agregar que después de la larga condena al medio rural en la narrativa de la ciudad letrada (Rama, 1984), empieza a vigorizarse la columna de escritores sobre la épica y las costumbres criollas, construyendo desde la ciudad una imagen del campo como espacio de referencia y de salvación. Es la pastoral que examina Raymond Williams sobre todo en la literatura inglesa de la modernización (Williams, 2000). Y esto se cumple tanto en Uruguay como en Argentina (Halperín Donghi, 1985; Prieto, 1988).

Desde sus orígenes, hacia 1815, la poesía gauchesca se presentó como una resistencia a una imposición dual: contra la ocupación imperial española y, sobre todo, contra la preeminencia de la lengua castellana peninsular. Poco a poco, derivó no sólo hacia una poesía faccional sino, cada vez más, hacia una poesía justificativa de las identidades nacional-estatales. Nadie desconoce la fuerza de este carácter en Los tres gauchos orientales, del uruguayo Antonio D. Lussich o en El gaucho Martín Fierro, del argentino José Hernández (los dos libros publicados en 1872) o en el más tardío Antônio Chimango, del gaúcho Ramiro Barcellos (1912). Estos poemas gauchescos se integran a una «cadena», a un «sistema literario», según observación de Ángel Rama (Rama, 1982)2. Ninguna de estas piezas, es verdad, pudo concebirse fuera de las precedentes, pero esa automatización de recursos (temáticos, estilísticos) no implica que la gauchesca haya sido un macrotexto homogéneo, ya que algunas obras aportaron -al amparo del sistema- elementos formales desautomatizadores, antes que nada por causa de su vinculación a la voluntad de expresar lo diferencial-nacional. En la gauchesca riograndense se opera un nuevo desdoblamiento, ya que en ella se desencadenan otras tensiones extremosas:

  1. la deuda con un modelo literario y lingüístico engendrado y crecido en el ámbito rioplatense.
  2. la incorporación de una sintaxis desestructurante de la norma lingüística estándar.
  3. la infiltración en la lengua portuguesa del castellano en su modalidad campero-rioplatense.
  4. la discusión de lo regional en el ámbito mayor de lo brasileño, situación inhallable en los Estados del Plata en los que, si acaso, esto podría parangonarse al enfrentamiento de la cultura americana con la española.

De ahí que, como se evidencia en las coplas recogidas tempranamente por J. Simões Lopes Neto en el Cancionero guasca, hay un movimiento doble, de apertura hacia una forma o un discurso nacido «del otro lado», y de cierre del debate a los problemas riograndenses con sus complejas fronteras culturales, lingüísticas y políticas.

Las elites ilustradas del siglo XIX vacilan entre la defensa de la lengua nacional, entendida como el vehículo del «ser nacional», y el complejo de inferioridad que los lleva a adoptar la lengua y la cultura francesas como meta a alcanzar o, incluso, a reproducir en el interior de las singularidades locales. Se instala, así, una paradoja: la aldea se rehúsa a ser apresada por todos y cada uno de los principios de la racionalidad occidental, aunque al fin se inscriba en su modelo de control; la periferia se estremece entre una cascada de problemas que son y no son los del centro. Pero existen otras fronteras lingüísticas, otras «amenazas» para ese proyecto, sobre todo en Uruguay (Asencio, 2004). Por entonces, el reformador de la educación uruguaya, José Pedro Varela, advertía sobre una de las más peligrosas «amenazas para el porvenir [...] de nuestra nacionalidad»:

[...] Brasil, después de continuados y pacientes esfuerzos, domina con sus súbditos, que son propietarios del suelo, casi todo el Norte de la República: en toda esa zona, hasta el idioma nacional casi se ha perdido ya, puesto que es el portugués el que se habla con más generalidad.


(Varela, 1964, I: 149)                


Está claro: el peligro no se reducía a la sola protección de una política lingüística autonómica, la burguesía nacional temía perder su hegemonía en ese pequeño Estado que iba articulándose lenta y trabajosamente. De hecho, hacia 1880 en el fronterizo departamento de Cerro Largo, 453 estancieros brasileños detentaban más de 574 leguas de tierras, y aun en el centro y el sur del pequeño país los latifundistas brasileños tenían cierta gravitación (Reverbel, 1981: 31). Al otro lado de la frontera uruguaya, por esa época se produce la invención del tradicionalismo gaúcho: en 1883 el folklorista Cezimbra Jacques publica su Ensaio sobre os costumes do Rio Grande do Sul, y un lustro más tarde el mismo ensayista funda en Porto Alegre el «Gremio Gaúcho». Ya en 1899 surge la «União Gaúcha» de Pelotas, entre cuyos fundadores y miembros activos está Lopes Neto (Reverbel, 1981: 191). A través de estos dispositivos habla la ideología del mestizaje en la región, modalidades del conflicto moderno que adquirió un contorno más preciso por la asunción de una atenuada o una desodorizada estilización del gaucho. De hecho, esto se enmarca en una tendencia general americana iniciada después de los procesos independentistas, cuando

[...] se precipitaron los procesos de mestizaje y aculturación, sin reservas, sin sentimiento de culpa. [Cuando] una clase rural criolla, mestiza o mulata [elaboró] una concepción de la vida, híbrida también, [...] que se organizó alrededor de un sentimiento casi feroz: el de la libertad individual en medio de la naturaleza, sin ataduras ni responsabilidades, aunque hubiera que pagar por ella un alto precio: la soledad (Romero, 1982: 102).

Esa exaltación de la libertad individual funciona en el sur de América más que en ninguna otra parte. Porque del gaucho, o, mejor, del sujeto que la clase dirigente imaginó como tal, se tomó en préstamo el carácter solitario para convertirlo en una virtud que venía como anillo al dedo para enraizar la areté de la burguesía -el individualismo capitalista- con los hábitos nativos típicos. En relación al caso peruano, Antonio Cornejo Polar apuntó que no es posible establecer una sinonimia entre «ideología del mestizaje» y mestización efectiva. Esta última implica una mezcla de sangres y de culturas, pero bajo el control de la burguesía se fomenta una ideología conciliadora, típica de un grupo dominante que trata «de representar a otras clases, a las que a su vez subordina, para legitimar su poder frente a la vieja oligarquía hispanizante. Es una representación en último término más simbólica que real» (Cornejo Polar, 1980: 14).

Tanto el uruguayo Javier de Viana (1868-1926), quien pasó una parte de su vida en Argentina (Barros-Lémez, 1985)3, como Lopes Neto (1865-1916), quien pasó casi toda su vida en la pequeña ciudad de Pelotas o en sus alrededores, eligen representar en el gaucho al sujeto-eje de la variante nacional-regional. Y aunque algo mayor Lopes Neto que Viana, y si bien murió diez años antes que este último, conviene remarcar que cuando el uruguayo era un escritor reconocido en el Río de la Plata y -habría que verificarlo-, tal vez también en el sur de Brasil, el escritor gaúcho sólo comenzaba a escribir sus historias. Como sea, los dos incorporan otros sujetos a sus relatos: el negro, el indio acriollado y aun el inmigrante europeo, pero siempre en tanto sujetos nacionales, es decir, en cuanto gauchos o criollos, y siempre en contraste con el gringo o los agringados4 puebleros. Todos son convocados para mejor elogio de la figura del mestizo americano. Esta fórmula invariable preside toda la obra de uno y de otro, pero en Viana se patentiza con mayor crudeza una contradicción. Su nacionalismo lo obliga a decir que el criollo es, a la vez, y por encima de todo, uruguayo, mientras que difunde gran parte de su producción en revistas argentinas, lo cual a veces lo fuerza a ciertas concesiones más genéricas o menos territorializadas de este tipo social. De idéntico modo, los Contos gauchescos de Lopes Neto, publicados en 1912, se cifran en un espacio casi mítico en que lo nacional se alterna con lo regional. «O anjo da vitória», por ejemplo, puede ser leído como un texto que se resiste a la aceptación llana de lo brasileño, que proyecta lo gaúcho por encima de la categoría estatal, pero que no declara con energía esta decisión.

El problema en Lopes Neto es más complejo que en Viana. Ya Ligia Chiappini ha mostrado que en la conferencia dictada por primera vez en 1904, con el título «Terra Gaúcha», Lopes Neto defiende lo local en un simultáneo adentro y afuera de la brasilidad (Chiappini, 1988: 99), de ahí que reutilice ese texto como plataforma para el prólogo a los Contos gauchescos, ahora mezclando la voz del narrador de tercera persona con la primera persona del relator personificado en Blau Nunes, paradigma criollo y responsable de un discurso de una «encantadora loquacidade servida e floreada pelo vivo e pitoresco dialeto gauchesco» (Lopes Neto, 1998: 35). Tanto la conferencia como el prólogo (y aun las narraciones) bendicen la paz que hace grande a «nossa Pátria», pero en el ensayo la voz se hace más asertiva y, por lo tanto, la identificación de la patria con el Estado brasileño se asume sin el grado de problematicidad que se disemina en el sujeto gaúcho una vez que, con él, impera la dramatización oral. En Viana la noción de patria no es menor ni débil. En rigor, en todos y cada uno de sus textos doctrinales y políticos, especialmente en Con divisa blanca (1904), donde relata episodios y retrata personajes de una guerra civil cuyo escenario transcurre en las fronteras con Argentina y Brasil, el autor busca preservar a todo precio un capital no enajenable: la patria. Si esta práctica ideológica, como en Lopes Neto, se transparenta en páginas de doctrina y de pelea, también coloniza sus ficciones que, en altísimo número, son la prolongación eficaz y exitosa de esta propuesta.




Regional & Nacional. Oralidad/Escritura

Cabría, sin embargo, moderar el aserto anterior. En sus correspondientes círculos, Viana y Lopes Neto podrían compartir cierto intento de superación de la servil reproducción de la ideología en términos culturales. En tal sentido podría pensarse en la utilidad de la noción de «structure of feeling» de Raymond Williams, en la medida en que la cultura no significa una producción especular del «modelo social» articulado, sino la emergencia de «reacciones y respuestas, presiones y bloqueos con que "lo vivido" se produce en términos de un excedente que siempre deja "constancia de las omisiones" y altera tarde o temprano los límites de una hegemonía» (Dalmaroni, 2004: 44). Un espacio crucial asume la posición del autor y su representación en una voz narrativa ante los materiales narrados y, aun más, ante los sujetos puestos en la escena literaria. Viana se comporta en su dilatadísima obra como un narrador clásico del siglo XIX -el «diosecillo escritor» (Rama, 1982)-, que maneja todos los hilos de la historia y que controla, también, la conciencia de sus personajes, manteniendo una narración en dos niveles claramente diferenciados: la voz que conduce la historia habla en una tercera persona en lengua estándar; el personaje popular, el criollo, se expresa en esa lengua híbrida que abastece todo tipo de alteraciones a la norma con la pretensión última de acercarse a la oralidad, por más que nunca escape a los presupuestos de la escritura y, sobre todo, a los de una tradición técnica añejada en los odres de la poesía gauchesca. Lopes Neto, en cambio, evita hablar desde la omnisapiencia clásica del realismo decimonónico5. Recurriendo a la primera persona logra romper el cerco de la mitificación del criollo visto «desde arriba», porque -como indicó Antonio Candido- al situarse «dentro da matéria narrada [...] atenua ao máximo o hiato entre criador e criatura, dissolvendo de certo modo o homem culto no homem rústico». La invención de Blau Nunes, en primera instancia, le permite esquivar esa dualidad adelgazando las diferencias «de cultura entre quem narra e quem é objeto da narrativa. No entanto, aí está um ritmo diferente, estão certos vocábulos reveladores e ligeiras deformações prosódicas, construíndo uma fala gaúcha estilizada e convincente» (Candido, 1999: 89). Los procedimientos narrativos en Lopes Neto que se derivan de esta opción por la oralidad ya han sido sistematizados, lo que nos dispensa de esta tarea (Chiappini, 1988; 1999). Sólo quisiera destacar, entre ellos, la constante afluencia de castellanismos a fin de cotejar este proceso con el trabajo lingüístico en su predecesor.

En Viana dominan la racionalidad burguesa y el principio de jerarquía que lleva al discurso letrado a reorientar lo oral-popular. En cambio, Lopes Neto trabaja con la «oralidad primaria», esto es, con el estado anterior a la existencia de la escritura o a su marca en la cultura dominante de una sociedad. Dado que, según Walter Ong, «en una cultura oral, el pensamiento sostenido está vinculado con la comunicación», la única forma de sostenerse como cultura es «pensar cosas memorables» (Ong, 1982). Acudiendo a la representación de un narrador de «oitenta e oito anos», al que asigna un papel semejante al del anciano sabio de la tribu, Lopes Neto cumple el metonímico simulacro de la comunidad gaúcha visibilizándola en la modernización nacional. Con todo, conviene recordar lo propuesto por Spivak, como lo hizo Élida Lois pensando el Martín Fierro, en cuanto a que «una ambigüedad esencial marca al vocablo latino "representar", en el que se borronea la diferencia entre "hablar por otro" ("representarlo", "ser su apoderado") y "hacer hablar a otro" ("representarlo", "ficcionalizarlo")» (Lois, 2002: 29). Viana se acopla a la primera línea («hablar por otro»), Lopes Neto se acerca a la segunda («hacer hablar a otro»).

En efecto, el uruguayo es más convencional que su aparcero gaúcho, pero eso no quiere decir que se haya sometido total y alegremente a las directivas de la ideología del mestizaje y de la occidentalización. En 1904 pasa por una prueba difícil cuando escribe un texto híbrido (biografía, crónica, panfleto, ensayo) en el que ansía cumplir con la apología del caudillo rural Aparicio Saravia. Pero esa misma defensa le genera un serio dilema: tiene que convencer a los letrados de las ciudades rioplatenses de que el caudillo no es un bárbaro, y para eso no puede salir del marco conceptual de Sarmiento, cuyas argumentaciones preserva y desactiva a la vez. Así, como el autor de Facundo, Viana estima la «alta cultura» y el refinamiento como signos civilizados y, en consecuencia, ve formas de la barbarie en el analfabetismo y aun en la elocución incorrecta; en otra dirección, es uno de los primeros letrados hispanoamericanos en defender la legitimidad del caudillo rural con mejores atributos que el doctor de la ciudad para liderar el destino nacional. El resultado de tan compleja encrucijada es ilustrativo de las idas y vueltas de la ideología del mestizaje y, también, posee enorme relevancia para la propia obra narrativa de Viana:

Aparicio tiene la cultura general de cualquier hombre que no ha cursado estudios especiales. [...] Su lenguaje no tiene nada de gaucho; ni la ampulosidad, ni el continuo brillar de símbolos y metáforas, ni las incorrecciones clásicas, ni el derroche de interjecciones, frecuente en nuestro país hasta en los hombres de mayor ilustración. Si pronuncia mal muchas palabras, si dice rompido, resolvido y otras por el estilo, se ve bien, comparándolas en el conjunto de su conversación, que no nacen del habla campera, sino de la influencia brasileña, cuyo idioma le es tan familiar como el suyo propio.

Pero es necio y pueril juzgar a un hombre por sus defectos de lenguaje [...] Entre los impecables párrafos hueros de un gramático y los deshilvanados períodos de Sarmiento, la elección no es dudosa.


(Viana, circa 1910: 149-150)                


En la misma línea trazada por Varela, postula que si hay «defectos» en el ejercicio del «bien decir» del caudillo fronterizo, estos no provienen del habla campera sino de la malsana influencia del portugués de Rio Grande do Sul. No hay que olvidar, además, que Aparicio tuvo un alto cargo militar en la Revolução federalista de 1893, acompañando a su hermano Gumersindo, y era frecuente que desde Montevideo se lo viera como brasileño aún varios años después (Chasteen, 2001), por lo que en este pasaje Viana ensaya implícitamente la férrea nacionalización uruguaya del antiguo jefe federalista6. Por otra parte, coherente con la prosa y las ideas sarmientinas a ese respecto, Viana sugiere que sólo habrá lengua literaria americana liberando la sintaxis para alterar los mandatos de una retórica hispánica esclerótica7. Esto no significa que demonice el portugués o la cultura brasileña. Al revés, fue uno de los pocos escritores de su época que mantuvo fluidos contactos con Brasil o, mejor, con el Brasil meridional: se correspondió con algunos escritores, en especial con el carioca Candido Campos8; el cuento «Hay que ser justo» (Leña seca, 1911), está dedicado a su notorio interlocutor Coelho Netto; en 1910 se convirtió en el primer escritor uruguayo distinguido como miembro correspondiente de la Academia Brasileira de Letras9; abundan las fuentes literarias brasileñas citadas al interior de sus ficciones, como en «La tapera del cuervo», en el que resalta un personaje brasileño con amplio y emocionado conocimiento de los versos de Gonçalves Dias y de las novelas de José de Alencar.

Una cosa es la admiración o el diálogo literario y otra la ideología. En sus cuentos de casi todas las épocas, al menos en media docena, circulan personajes originarios de Brasil o aun de Portugal que, sin excepciones, habitan en la frontera con Uruguay: «Charla gaucha» -de Macachines, 1910-, ¡É un chancho! y «La tapera del cuervo» -los dos de Leña seca (Costumbres del campo), 1911-, «Por la petiza lobuna» -de Yuyos, 1912-, «Pa ser hay que ser» -de Abrojos, 1918-, «El baile de Ña Casiana» (Paisanas, 1920). La mayoría de los brasileños de Viana son hombres y estancieros, con características bastante estables: ricos y tacaños, tacaños y no del todo ricos, haraganes hasta el paroxismo y, casi todos, mañeros y poco confiables. Todos y cada uno de ellos son derrotados o superados intelectualmente por los rurales uruguayos. Como se ve, no es una imagen precisamente amable sino antiheroica y hasta degradada moralmente, una imagen funcional a los propósitos de un intelectual naturalista y, mucho más importante, nacionalista. Por otra parte, en todos estos cuentos menudean los lusitanismos, y aun diálogos enteros se construyen, siempre, entre un interlocutor hablante del portugués y otro del castellano. Se trata de dos lenguas permeadas, una por la otra. Algo que no llega a ser, precisamente, una lengua de frontera, pero que se le arrima. Si las desviaciones de la norma son parte constitutiva del habla en el sistema de la gauchesca, el mismo procedimiento se traslada en Viana al habla de sus personajes brasileños. Entre tantos ejemplos posibles, esto puede verse en dos fragmentos del diálogo entre el grotesco personaje Elviro Santanna Riveiro Silveira da Sousa y su uruguaya mujer, ña Casiana. Destaco en itálica las que considero deliberadas incorporaciones de castellanismos y las alteraciones fonéticas en el portugués del personaje masculino:


-Pueda que venga hasta el comesario...
-¡Não tein dubida!...
-Y las muchachas del mayordomo Peralta.
Pois eh!... [...]
-¿Qué e o que pasa, mulher?...
-¿Qué pasa?... ¿No ves lo que pasa?... ¡Que no ha caído ningún invitao!...
-¡Melhor!... ¡Mais leite para o ternero!... ¡Mais caña para !...».


Una mirada ingenua podría atribuir esta práctica a un escaso conocimiento del portugués, certeza que el propio autor propició al confesar su conocimiento del «latín y griego, francés, inglés, italiano, portugués», lenguas que dominó, dijo, «menos que mediocremente» (Viana, «Auto-biografía», 1936: 14). Puede ser, pero su praxis literaria muestra una habitual fonetización castellana de vocablos en portugués, con lo que se abren mejores posibilidades para la hipótesis de las lenguas en contacto. Viana inicia la búsqueda de una lengua fronteriza poniendo en juego un tímido canje de palabras y giros verbales de una lengua a otra10. Con esto se ubica a un paso de Lopes Neto desestabilizando el imperio de la ideología nacionalista.

Pero retrocede, de nuevo, al adaptar el poder centrífugo del paradigma de la frontera como espacio de lo siniestro, de acuerdo al modelo del Martín Fierro. Javier de Viana iniciará en la literatura uruguaya el estigma de la frontera uruguayo-brasileña como lugar del delito, tierra sin ley, borde en que la patria corre riesgo de precipitarse. Un sólo y rápido ejemplo: el protagonista de El tiempo perdido, Cipriano, repasa su vida en la que un episodio central es un crimen. Luego del cual, «huyó, se fue al Brasil. El contrabando le permitió reunir un capitalito con el cual se dedicó a tropero». Una vez que amasó una fortuna «pensó en el regreso a la patria y el pago»: es decir esa tierra prometida en la que vio la primera luz, donde impera la ley en libertad, donde la civilización se opone a la barbarie triunfante del «otro lado» (Viana, 1920: 17). Algo no del todo distinto -aunque no se plantee tan programáticamente- pasa en algunos relatos de Lopes Neto con respecto al cercano mundo «castelhano», zona enemiga en el citado «O anjo da vitória» o en «Duelo de farrapos», y hay todavía algo más peligroso a lo que se resiste en «Contrabandista»: el gringo, agente de la descaracterización local11. Sin embargo, para el gaúcho el contrabando no es una herida que se le inflige a la patria tal como lo ve Javier de Viana, es el modus vivendi propio e insoslayable de la región: «Nesta terra do Rio Grande sempre se contrabandeou, desde em antes da tomada das Missões [...] Os paisanos das duas terras brigavam, mas os mercadores sempre se entendiam». Hasta que ingresan los gringos y envilecen la ética del coraje del contrabandista con el puro afán de la acumulación y del lucro:

A cousa então mudou de figura. A estrangeirada era mitrada, na regra, e foi quem ensinou a gente de cá a mergulhar e ficar de cabeça enxuta...; entrou nos homens a sedução de ganhar barato: bastava ser campeiro e destorcido.


(Lopes Neto, 1998: 145)                





Final

«Si Kafka no hubiera escrito» -propone Borges- no percibiríamos la idiosincrasia kafkiana en textos anteriores a los suyos y, por lo tanto, no seríamos capaces de calificar como kafkiana cualquier situación absurda, asfixiante y vertiginosamente infinita (Borges, 1980). Análogamente, sin Guimarães Rosa no habríamos advertido el novedoso aporte literario y lingüístico de Lopes Neto. Pero eso no significa que no haya una historicidad específica más allá de las imágenes y de las formas. Dicho de otro modo: sin la firme cadena de la gauchesca no tendríamos Martín Fierro, sin la suma de toda la serie no se podría haber cimentado el proyecto de Lopes Neto. Que hoy no podamos leerlos sin dejar de pensarlos como un conjunto o, por lo menos, sin establecer vínculos e interconexiones, en todo caso afirma la materialidad de una experiencia estética que agrega, a cada paso, un elemento nuevo a esa polifonía. A ello hay que sumar el vigor de una ideología que privilegió el funcionamiento del circuito a partir de cierto momento (hacia 1880, se dijo) y las convenciones de un público entrenado y dispuesto para recibir esa literatura de conciliaciones y de rupturas.

Este podría ser el argumento de nuestra historia: Viana y Lopes Neto no tuvieron un contacto documentable, al menos en el estado actual de las investigaciones que conozco y que yo mismo pude llevar a cabo. Viana y Lopes Neto, sin embargo, se nutrieron de una misma ideología a la que contribuyeron si bien, hasta cierto punto, consiguieron abrir en ella una fisura; los dos se formaron en la literatura afín o funcional a esa ideología de la mestización. Lopes Neto debió conocer a su predecesor Viana, y es harto probable que después de 1912 este conociera al sucesor, ya que en varios acervos públicos montevideanos se conservan, hoy, primeras ediciones del autor12. Por lo pronto, sabemos por la investigación realizada por Ligia Chiappini que un cuento de Viana, con el título de «O domador», apareció en Diário de Notícias, de Porto Alegre, el 16 de setiembre de 1928, aunque se cometió un error en la transcripción de su apellido -consignado con doble «n»-. Para entonces, claro, Lopes Neto había muerto. Pero hay algo más interesante: la revista Madrugada, de la misma ciudad gaúcha, notifica en su número 5, de 1926, sobre «a morte do regionalista uruguaio». Esto hace sospechar de una fama precedente (Chiappini de Moraes Leite, 1972)13.

Otra ida y vuelta. La ida: verifíquese la reiteración de situaciones y hasta de nombres y retratos (como el de un personaje femenino, que se llama Rosa) en «Os cabelos da china» (de 1912) y en el anterior «Facundo Imperial» (de 1901); la vuelta: véase la casi literal repetición de algunos consejos incluidos en «Artigos de fé do gaúcho», especialmente del noveno, en algunos breves textos posteriores de Viana, recogidos en La Biblia Gaucha (1925)14. Viana se adelanta en el tiempo y Lopes Neto le toma en préstamo algunos pasajes de historias y nombres de personajes que elaboraría a su manera; el brasileño llevaría más lejos el trabajo con la oralidad, que Viana intentará, sin éxito, incorporar a su práctica narrativa. Preferiría verlos como dos cómplices, dos exploradores complementarios de una común aventura cultural y política, dos lados de la misma frontera15.






Bibliografía

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