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El Arbolado y la Patria

Joaquín Costa






ArribaAbajoCapítulo I

El arbolado y el hombre


Repoblación forestal y fiesta del árbol

Van ganando rápidamente el favor universal las doctrinas que proclaman el arbolado como órgano vitalísimo en la economía del planeta y en la economía social.

Los árboles, se dice, son los reguladores de la vida y como los socialistas y niveladores de la creación. Rigen la lluvia y ordenan la distribución del agua llovida, la acción de los vientos, el calor, la composición del aire. Reducen y fijan el carbono, con que los animales envenenan en daño propio la atmósfera y restituyen a ésta el oxígeno que aquéllos han quemado en el vivido hogar de sus pulmones; quitan agua a los torrentes y a las inundaciones, y la dan a los manantiales; distraen la fuerza de los huracanes, y la distribuyen en brisas refrescantes; arrebatan parte de su calor al ardiente estío, y templan con él la crudeza del invierno; mitigan el furor violento de las lluvias torrenciales y asoladoras, y multiplican los días de lluvia dulce y fecundante. Tienden a suprimir los extremos, aproximándolos a un medio común. Las plantas domésticas encuentran en ellos protección contra el frío, contra el calor, contra el granizo, contra los vientos y el progreso de las arenas voladoras. Almacenan el calor excesivo del verano y el agua sobrante de los aguaceros, y los van restituyendo lentamente durante el invierno y en tiempo de sequía.

Que fomentan las lluvias, no permite ponerlo en duda la experiencia. Los vientos que vienen del mar cargados de humedad, dejan su preciosa mercancía allí donde los convidan a descansar esas factorías del comercio universal que llamamos bosques. La capa de aire frío que los circunda por todas partes, efecto de la evaporación incesante del agua por la exhalación de las hojas, produce el efecto de un vaso refrigerante, a cuyo influjo el vapor se condensa en nubes, y las nubes se precipitan en lluvia, mientras que su madre, la mar, hizo oficio de generador del grandioso alambique. Y no sólo obran como refrigerante y condensador de los vapores acuosos procedentes del mar, de los ríos, de las tierras cultivadas; son, además, generadores directos del vapor, aumentando la superficie de evaporación del agua de lluvia retenida en su follaje y en el césped y matojos que crecen a su abrigo, y exhalando por las hojas el agua de vegetación absorbida por las raíces. Verdaderas bombas aspirantes, levantan el agua oculta en las entrañas de la tierra por las raíces, y la arrojan en forma de vapor a la atmósfera por conducto de las hojas. Aumentan la masa de vapor acuoso en la atmósfera, disminuyen su temperatura, dificultan el paso de las corrientes aéreas: no hay que decir más para comprender el influjo del arbolado en la producción de las lluvias. El agua que cae en los montes, en los montes queda por lo pronto: no se hinchan con ella en gran modo las corrientes superficiales; mas luego, poco a poco la van devolviendo en forma de manantiales por el pie, y de vapor acuoso, y a la postre de lluvias, por las hojas, y abasteciendo con ella al pródigo suelo cultivado, que no supo conservar más de algunos días el agua con que lo regalaron las nubes en un día de tempestuosa orgía. Las plantaciones de Mehemet Alí en el Delta del Nilo han traído consigo treinta y seis días más de lluvia al año, donde antes no llovía sino seis veces por término medio; por causa de los descuajes había descendido el nivel del lago de Tacarigua, desde Hernández de Oviedo hasta Humboldt, en tal extremo, que muchas de sus islas quedaron fuera del agua, hechas continente, y las poblaciones de las orillas habían tenido que trasladar su asiento varias veces, siguiendo la marcha descendente de la superficie líquida: ascendió ésta de nuevo, recobrando sus antiguos dominios y obligando a la población a retroceder, después del viaje de Humboldt, a causa de haber sido abandonados muchos cultivos en las faldas de los montes que cierran el valle de Aragua, los cuales se repoblaron de bosque espontáneamente. Así, pues, la ley de la distribución general del agua en el planeta se especifica, se hace local, gracias al arbolado, y las lluvias adquieren con él un carácter de uniformidad que les permite sujetarse a previsión y a cálculo.

Los bosques son el proveedor universal de los manantiales. Hacen más esponjoso y más absorbente el suelo: la mullida alfombra de césped que se tiende a su sombra, lo consolida: los brezales aprisionan como otras tantas redes las hojas secas; y las hojas, obrando como esponja, retienen el agua de lluvia y la obligan a filtrarse a través de la roca, hasta los depósitos formados en las entrañas de los montes, o a derramarse por los estratos inclinados que la llevan a largas distancias. Las torrenteras están en razón inversa de los bosques, como las tinieblas están en oposición con el sol; son incompatibles: se descuaja el monte, y al punto se abren torrentes por doquiera, y por su cauce se precipita la tierra vegetal, y los ríos se hinchan, inundan y devastan campiñas, matan hombres y animales; repuéblanse los montes, y las torrenteras desaparecen como por encanto, y las antiguas fuentes, nuevamente surtidas, vuelven a manar. A menos árboles, más torrentes; a más torrentes, menos manantiales: esta es la cadena. Como el potentado consume en un día de orgía lo que pudiera ser el patrimonio y el sustento de cien pobres en un año, así el pródigo torrente lleva en una hora al cauce desbordado de los ríos el turbio caudal que estaba destinado a destilar por las hendiduras de las rocas y las raíces de los arbustos y de los árboles, en la escondida urna que nutría en lo más ardiente del estío las fuentes y los ríos, y daba impulso a las fábricas, salud a las poblaciones, vida a los cultivos. El caudal de los manantiales y, por consiguiente, el número de ellos, es doble en los terrenos poblados que en los desarbolados: primero, porque del agua llovida se infiltra en aquéllos mucha mayor cantidad que en éstos; y segundo, porque el derretimiento de las nieves se verifica más lentamente en los montes que en los yermos y páramos, y por lo mismo, se infiltra en ellos una cantidad mayor del agua producto de la fusión. Bosch cita multitud de fuentes que se han secado en los valles de Montesa y Aguasvivas, a causa de haber sido desarbolados los montes de donde brotaban; Boussingault y Ruiz Amado refieren hechos de desaparición y reaparición sucesiva de unos mismos manantiales por consecuencia de descuajes y de repoblación de unos mismos montes, el primero en la isla de la Ascensión, el segundo en la cuenca del Francolí; y yo podría citar análogos y numerosos ejemplos en el vallecillo de Secastilla y Volturina, en el Alto-Aragón. Ahora, menguando o agotándose el caudal de los manantiales, no se alimentan los regatos, éstos no pueden pagar su acostumbrado tributo a los arroyos, con nada pueden contribuir los arroyos a mantener el curso de los ríos; y por este camino, los ríos degeneran en riachuelos, los riachuelos en torrentes, los torrentes en regatos y arroyos, ramblizos, éstos en sosares, y en torrenteras, y en cauces eternamente secos: toda esta escala ha ido recorriendo, en su rápido declinar, el Xanthus, en Grecia, desde río navegable que fue, a cauce seco que es hoy. La población va descendiendo poco a poco, desde el agua clara corriente, a la estadiza y atarquinada; y cuando el aljibe y la charca se agotan, los carros tienen que atravesar leguas y leguas de un suelo caldeado en busca de ese licor de la vida, más precioso para ellos que el pan; del Gallego tiene que proveerse algunas veces la rica villa de Almudébar, situada a 20 kilómetros de aquel río; y hay poblaciones en la provincia de Huesca que tienen que ir más lejos a adquirir el agua para todos los usos domésticos; en otros lugares, como Tardienta, se ha reunido el concejo para distribuir el agua del municipal, situado a hora y media, y no han logrado salir a cántaro por familia. Parecen plazas bloqueadas; y es que los montes devastados toman represalias nunca más legítimas. ¡Hablad aquí de progresos agrícolas y de población rural! La población rural supone a la fuente, como la fuente al árbol. ¡Hablad aquí también de industria! Menguando el número o el caudal de los manantiales, degeneran en áridos secanos muchos huertos que se fertilizaban con sus aguas; y muchas fábricas tienen que desmontar y trasladar su maquinaria, privadas del motor hidráulico que les daba el impulso: tal les ha sucedido a los bocartes de Marmato, a algunos molinos de Bocairente, a algunas fábricas de La Riba, desde que fueron despojados de sus pomposas selvas los montes de San Jorge, en Italia, de Mariola y Poblet en España.

Obran también los bosques a modo de mares interiores, moderando las temperaturas extremas. Refrigeran el aire en el verano y lo entibian durante el invierno; así como en un pozo, la temperatura del agua y del aire se mantiene casi uniforme en todo tiempo, pareciéndonos por esto fresca en el estío y templada en el invierno, así los bosques levantan termométricamente la superficie del suelo a la altura de las copas, y cierran un espacio menos expuesto a las variaciones atmosféricas que el espacio circundante. Mantienen el aire saturado de humedad, evaporando lentamente el agua que en los suelos desnudos desaparece en obra de días o de horas; multiplican la superficie de emisión calorífica a los espacios; refrescan el aire interarbóreo, interceptando el paso directo a los rayos solares y a las corrientes aéreas que los suelos descubiertos han caldeado; determinan brisas frescas de montaña durante las horas de más calor. En el curso del día disminuyen la acción calorífica del sol, y la frigorífica de la radiación nocturna; en el curso del verano, obran como refrigerantes por dos vías diferentes, evaporando grandes masas de agua, que hacen latente el calor sensible de los árboles y del aire, y descomponiendo el ácido carbónico por el acto de la vegetación, que transforma igualmente el calor solar haciéndolo pasar a estado latente; en invierno, por la combustión de sus ramas, lo convierten de latente en sensible; pudiendo decirse con propiedad que almacenan el sobrante de los calores estivales, para protegernos contra los fríos rigorosos del invierno; prenden al sol entre las mallas de sus tejidos, para que no nos abrase durante el verano, y lo dejan en libertad en vuestras chimeneas en la estación cruda, para restituir su flexibilidad a nuestros ateridos miembros. Libre en parte de la radiación celeste y de la acción perniciosa de los vientos septentrionales, el aire interarbóreo conserva una temperatura más elevada que el aire exterior, y no tardan en participar de ella las plantas que crecen al lado o en medio de los bosques, gracias al comercio que establecen entre ellos las brisas de montaña y la emisión directa. Las plantas que temen los ardores estivales, buscan espontáneamente la sombra protectora de los árboles; aquéllas que padecen del frío y de los vientos, se abrigan también detrás de los matorrales y espesuras. El labrador recibe esa lección de la Naturaleza; y cuando el andaluz trata de cultivar legumbres en invierno para la exportación, principia por resguardar de los vientos del Norte y de Poniente sus siembras o sus plantaciones con empalizadas de ramas o de cañas. Aprovechando la radiación calorífica de un bosque, consiguió Becquerel que madurase la viña en el Loiret, cuyo clima no es propicio a esta clase de cultivo. Con la desaparición de las selvas, se hace imposible en ciertas regiones el cultivo de aquellas plantas que hallaban en ellas inexpugnable baluarte contra las heladas tempranas y las variaciones bruscas de la temperatura.

También ejercen dominio sobre los vientos: quebrantan su fuerza, sirviéndoles de elástico muro y valladar, infinitamente diversificado en troncos y ramas; defienden contra sus perniciosos efectos las poblaciones y los cultivos establecidos bajo su protectora égida; dan fijeza a las movibles arenas del litoral, y garantías de vida a las humildes hierbecillas y arbustos que las traban con sus raíces y empiezan a darles aquella consistencia propia de los suelos arables; por su medio, Steffens y Bremontier protegieron los cultivos y utilizaron las dunas del país de Eifel y las landas de Gascuña; por su medio se han resguardado en Sanlúcar y otros puntos de nuestras costas meridionales, cultivos y poblaciones que las arenas voladoras invadían con ímpetu irresistible; los árboles del Frich-Nehrung fortalecían y sujetaban en otro tiempo las dunas que separaban del Báltico el golfo Frisch Haff, pero en cuanto los derribó el hacha codiciosa de un señor, el viento ha empezado a empujar las arenas sobre el golfo, hasta convertirlo en inmenso pantano cubierto de algas, ha imposibilitado la pesca, antes tan productiva, y amenaza concluir con la navegación entre Königsber y Elbing. -Por el extremo opuesto, determinan los bosques brisas intracontinentales, que imprimen al aire una agitación saludable y establecen un comercio ventajosísimo entre la temperatura y la humedad del aire de montaña por una parte, y el aire de las superficies cultivadas y desnudas de árboles por otra; con ellas, refrescan el ambiente exterior durante los calores estivales, y lo dulcifican y templan cuando empieza a obrar la radiación celeste.

El terreno suelto e incoherente, lo fijan con sus entrelazadas raíces; el consolidado, impiden que lo disgregue y remueva la fuerza erosiva de las aguas y lo arrastre al mar la violencia de los aguaceros. Los árboles son como clavos inmensos en la atmósfera y en el suelo: con sus troncos y ramas prestan cierta solidez a las capas inferiores de la atmósfera, hurtándolas a la caprichosa movilidad y a las variaciones de la masa general, imprimiéndoles una especie de individualidad, haciéndolas en cierto modo independientes de las demás: con sus raíces sujetan el suelo vegetal a la roca, y la roca a los estratos subyacentes, por encima de los cuales resbalaría aquélla más de una vez (como se ha visto en Bisalibons, orillas del Isábena) llevando consigo casas y cultivos, si no lo impidiesen esos benéficos auxiliares y conservadores del orden del mundo.

Son el filtro químico a través del cual pasa el aire, dejando todas sus impurezas y restableciendo la composición normal de la atmósfera que respiramos: de la despoblación de los montes es hija maldita la malaria y su fúnebre cortejo de enfermedades, que han embrutecido y diezmado la población en la que fue feracísima patria de los volscos. Agente no sólo terapéutico, sino preservativo además, de la Naturaleza, son quizá el único paragranizos que puede regular la electricidad atmosférica y librar los cultivos del terrible hidrometeoro, sea que obren físicamente sobre el fluido eléctrico de las nubes, sea mecánicamente sobre la dirección de las nubes tempestuosas.

Y no se limitan a extender su bienhechora tutela sobre aquellos vegetales domésticos que nos suministran el pan de la vida; que también ellos son a veces nodrizas directas de la humanidad y como incansables obreros que en el inmenso laboratorio de la tierra fabrican ricos y substanciosos frutos, para que el hombre descanse de las fatigas de su cuerpo en el provechoso cultivo del espíritu. A medida que el sol va pasando por su meridiano, el taitiano corta un eurus del arlocarpo que da sombra a su cabaña, y lo asa para comerlo; el indio derriba de un machetazo un platanero, y distribuye el racimo de bananas entre los miembros de la familia; el berberisco pide a la palmera un puñado de dátiles, y enteros o reducidos a harina le sirven de casi exclusivo alimento; el corso llena en el monte del común su alforja de castañas, y las macera con la leche de sus cabras, o las cuece en forma de pan o de polenta; y pocas horas después, el brasileño indígena arranca las raíces del manioc, y las tuesta debajo de la ceniza. En un minuto han obtenido, merced al arbolado, lo que a nosotros, sublimes inventores del arado, rendidos amantes de la dorada Coros, «sembradores de semillas pequeñas», nos cuesta muchas horas: el pan nuestro de cada día. En Méjico, el cultivo del plátano es al del trigo como 3 es a 400: en un área superficial, caben en número de 40, y producen 2.000 kilogramos de frutos suculentos; de trigo, podrían cosecharse a lo más 15 kilogramos. En razón inversa de estos rendimientos está el concurso que los árboles reclaman del cultivador durante el proceso de la producción; según Roscher, bastan al mejicano dos días de trabajo por semana, ínvertidos en sus plantaciones de bananeros, y tres días por año al indígena de la isla de Pascuas, para proveerse con lo necesario al mantenimiento de la vida; al decir de Cook, diez artocarpos o árboles del pan alimentan una familia en la Oceanía; y Tommaseo asegura que con seis castaños y seis cabras y el agua de una fuente tiene el corso reunida toda la riqueza que necesita. La lección no es para desaprovechada, por más que no hayamos de volver a una edad ovidiana, donde per se del omnia tellus, y el hombre se sustente como dicen autores griegos y latinos que se sustentaban los primeros progenitores de la gente española: con bellotas cocidas al rescoldo o amasadas a modo de pan.

Vivos, regulan con sus funciones la vida de la Naturaleza; muertos, regulan con sus despojos la vida social. Vivos o muertos, los árboles nos acompañan doquiera en el curso de nuestra vida, como si fuesen una dilatación de nuestro cuerpo o el ángel tutelar de nuestro espíritu. Al nacer, nos reciben cual madre cariñosa en las cuatro tablas de una cuna; al morir, nos recogen cual clemente divinidad en las cuatro tablas de un ataúd, y nos restituyen al seno de la tierra, de donde ellos y nosotros hemos salido; y desde la cuna hasta el sepulcro, no hay minuto en que podamos declararnos independientes de ellos, ni órgano de la casa que no se reconozca pariente suyo en línea recta, ni átomo de su cuerpo que no sirva a alguna de nuestras necesidades. Conforme progresan éstas, la virtualidad del árbol se desenvuelve en nuevas manifestaciones, y progresa también: llega un día en que no necesitamos de sus valientes troncos para sostener el techo de nuestras viviendas, porque los ha destronado el hierro, ni de sus próvidas ramas y jugos para cocer nuestros alimentos y ahuyentar el frío y las tinieblas de nuestras habitaciones, porque los ha suplantado en estos oficios el carbón mineral; pero entonces su potencia se metamorfosea, y el árbol se convierte en vehículo de nuestras ideas y medio de comunicación entre los hombres, en el poste del telégrafo y el papel de madera. Lo que ayer era negro carbón, es ahora blanca hoja de carta y de periódico. Ayer calentaba los cuerpos; ahora ilumina las inteligencias. Ayer congregaba en torno del hogar los miembros dispersos de la familia; hoy reúne en la santa comunidad del pensamiento a todos los pueblos y razas que componen la gran familia humana. Muriendo la muerte de la Naturaleza, el árbol se ha dignificado, ha adquirido una vida superior; de tosca materia, casi se ha convertido en espíritu.

Los árboles son la tradición, el elemento conservador; los cereales y viñas, la reforma, el elemento progresivo. Ahora bien; tradición y progreso son factores esenciales de todo presente, si no ha de estancarse en la muerte ni precipitarse en la ruina. Ni demasiado, ni demasiado poco: estos dos extremos en el arbolado engendraron las eternas fiebres de las Lagunas Pontinas y las de la isla de Java. Cohibir el progreso es fomentar la muerte o incubar los gérmenes de la revolución; destruir la tradición, es suprimir el áncora que modera los impulsos motores en la máquina universal, o dar alas a la reacción. Y en plena reacción estamos en materia de árboles, lo mismo que en materia de libertades; nuestro pueblo no ha sabido conservar éstas, y ha ayudado a destruir aquéllos; y no urge menos restaurar los unos que las otras. Sucedió en Prusia, a principios de siglo, que se dieron a exterminar los gorriones por bando de buen gobierno, fundándose en que comían mucho trigo; mas luego de exterminados advirtieron que, más que trigo, devoraban insectos cereófagos, y entonces hubieron de pedir con gran apremio gorriones a Francia y fomentar su cría, porque sin su auxilio no podían cultivar el trigo. En este punto nos hallamos nosotros: hemos talado el arbolado porque ocupaba el espacio que se juzgó necesario para el cultivo de viñas y de panes, y ahora sentimos la necesidad apremiante de restablecerlo, porque sin él no hay certidumbre ni regularidad en los vientos ni en las lluvias, ni corren los manantiales para beber, ni los ríos para regar, ni las acequias para poner en movimiento nuestras fábricas. El Ayuntamiento de la Espluga (Gerona) hubo de repoblar un monte para conseguir la reaparición de los antiguos manantiales que daban vida a la población, y que se habían secado casi por entero; el gobierno inglés ha debido repoblar apresuradamente algunos montes de la Australia para restablecer el nivel de las antiguas lluvias, que había descendido a una mitad en el pluviómetro. Ha sido preciso retroceder. Y no hay otro camino que éste: para los árboles no hay sucedáneos como para el café; en el ejercicio de las funciones que desempeñan en el mundo, sólo pueden sustituirse y heredarse ellos mismos. El trigo ha ido trepando por las laderas de los montes, invasor y absorbente como lo son todas las democracias; retroceded, retroceded aprisa, revolucionarios mal aconsejados, en busca del elemento moderador, y vaya desalojando de nuevo el arbolado al trigo, de esas regiones usurpadas, y restaurando el curso regular de los meteoros, que las talas y los descuajes han envuelto en la confusión y el desorden.

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Hasta aquí el anverso de la medalla, en que todo es crédito para el arbolado. El reverso lo ocupamos nosotros, el hombre del hacha y de la sierra, con un «debe» colosal y un «haber» insignificante. España consume mucha más madera de la que produce, figurando este material en las estadísticas de importación por muchísimos millones de pesetas al año. Y menos mal si a eso se redujesen los dañosos efectos de la despoblación forestal: lo grave es que por causa de ella, el valor del suelo de la Península disminuye cada año en proporciones verdaderamente aterradoras.

Millares de años ha tenido que trabajar la Naturaleza para vestir las rocas de una capa de tierra muelle, que ha constituido el capital fundamental de la humanidad y que todavía hoy representa la primera y más importante partida de su patrimonio. Pero ese capital, al mismo tiempo que produce, necesita ser conservado; y el instrumento de conservación, en países tan montuosos como el nuestro, lo constituye, por punto general, el instrumento mismo de producción: los árboles, los arbustos y las hierbas. Talada la selva, con el criterio de la gallina de los huevos de oro, asolado el monte bajo, acaso roturado el suelo, queda éste indefenso, sin el sostén de las raíces y la protectora techumbre del ramaje, y los aguaceros lo arrastran al mar, engendrando el azote de las torrenteras, desnudan la roca, y de camino levantan con los materiales de acarreo el lecho de los barrancos y de los ríos, remueven de su asiento y se llevan la principal despensa de los pueblos, los huertos, creados en sus orillas por la labor perseverante de muchas generaciones.

Este trabajo de desintegración se halla en España más adelantado de lo que pudiera creerse. Espanta leer las respuestas de los ingenieros de Montes en las Informaciones públicas sobre la Crisis agrícola y pecuaria y sobre Reformas sociales. Para que nadie me lo contase y adquirir una impresión directa del fenómeno, recorrí en dos veranos consecutivos una parte del Pirineo alto-aragonés (1877-78); y las observaciones por mí hechas y recogidas en Jaca, Boltaña, Ainsa, Puebla de Roda, Huesca, Graus, etc., y que se han publicado varias veces, certifican la verdad y el fundamento de cuantas alarmas había leído en los libros. Cuando el Ebro baja crecido, con ímpetu de torrente, formando olas de color de barro, pocos se dan cuenta de que ese barro es la corteza vegetal del Pirineo que se pulveriza y disuelve; el suelo de la patria, que desciende flotante por donde antes flotó su tutor y complemento el árbol, para ir a sumergirse en los abismos del Mediterráneo, dejando al descubierto la roca viva sobre la cual nutrieron un día sus raíces la encina sagrada de Sobrarbe y el pino venerable de San Juan, cuna de la nacionalidad aragonesa. No otra cosa significan las famosas cuanto frecuentes turbias de Madrid. Se vendieron y arrasaron los montes del valle del Lozoya, y ahora se impone el problema de restablecerlos a fuerza de millones, empedrando y encespedando las vertientes para que no acaben de perder su costra vegetal y Madrid no carezca la mitad del año de agua clara.

Pues todavía hay algo peor. España no dispone de recursos suficientes para remediar ese daño por vía de repoblación directa y destrucción de las torrenteras a estilo de Francia, y ni siquiera para prevenir su continuación, fuera de límites relativamente insignificantes. La cuestión, por esto, se le plantea a la Nación como una reconquista del suelo por el árbol a partir principalmente de las planicies y de los valles, a partir de las vías de comunicación y de los ejidos de las poblaciones a partir, sobre todo, de la escuela, en la cual hay que formar un espíritu nuevo de sana y amorosa compenetración con la Naturaleza, que dé por resultado, en lo físico y económico, la multiplicación del arbolado, el fomento de los alumbramientos y represas de agua, la restauración del suelo vegetal, el mejoramiento del clima, la universalización del huerto.

Un millón de árboles, o poco más, tiene plantados el Estado en las cunetas de sus carreteras; y serían hasta seis millones, si en las provincias de la Península estuviesen aquéllas tan arboladas como en Canarias (93 árboles por kilómetro, término medio). Ahora bien; en los caminos vecinales y provinciales y en sus recodos y ensanches, en los ejidos, plazas y paseos, en las gleras de ríos y barrancos, en las dehesas del común, en las antiguas vías abandonadas, etc., podrían los niños de las escuelas, bajo la dirección de sus maestros, plantar muy holgadamente un millón de árboles todos los años, alternando los frutales con los industriales, forrajeros y maderables (cerezo, manzano, castaño, nogal, morera, plátano, eucalipto, acacia, sauce, álamo, roble, olmo, etc.), según climas, suelos y costumbres. En muchísimos trozos, los caminos, por su escasa amplitud o por otras causas, no admitirían ni un solo árbol; pero en otros podrían plantarse dos, tres y más filas en alguno de sus lados, o en ambos, hasta formar en algunos parajes espesas franjas y aun macizos de consideración. Además, el legislador liaría extensiva a esta mejora de notoria utilidad pública la ley de expropiación forzosa, limitada a lo necesario para una hilera de árboles a cada lado del camino. Naturalmente, lo más próximo a la población se arbolaría lo primero; desde allí se iría avanzando hacia lo más remoto, hasta invadir las cumbres y breñales, dándose la mano con la obra de los Ingenieros de Montes allí donde como en el Júcar, haya podido el Estado emprender la obra de la repoblación de las cabeceras de las cuencas hidrográficas. En algunas localidades, el vecindario, especialmente los padres de los alumnos, ayudarían, voluntariamente o por prestación vecinal, y podría duplicarse el número de árboles plantados cada año. La obligación de plantar anualmente cada vecino un cierto número de cerezos y castaños en los montes del común, a beneficio de la municipalidad, se halla consagrada en las Ordenanzas de muchos lugares del Norte de la Península; por ejemplo, en las de Bello, Casamera, Cabañaquinta, Pelúgano y Llamas, del concejo de Aller (Asturias); y Boutelou, a fines de la centuria última, dio noticia de cierto lugar, junto a Castel Ruiz en las inmediaciones de Agreda (Soria), donde para ser admitido uno por vecino había de plantar y dar asegurado un nogal en la dehesa concejil, con lo cual se había formado un verdadero bosque de aquel frutal, cuyo producto cubría las contribuciones de todos los vecinos, sin que hubiese necesidad de repartir entre éstos cuota alguna.

En muchos países del Norte de Europa, los árboles de las carreteras son frutales y producen al Estado una renta de alguna consideración: por ejemplo, en Sajonia, cerca de medio millón de pesetas; en Wurtenberg, más de un millón. En Alsacia y Lorena se calcula que cada uno de los frutales plantados en las carreteras produce de tres a cinco duros, término medio al año. La Cámara Agrícola del Alto-Aragón, en su mensaje y programa de 1898, y la Asamblea Nacional de Productores de Zaragoza en el suyo de 1899, con sentido verdaderamente práctico, pusieron como remate y complemento al capítulo de reforma de los caminos carreteros y de herradura de la Península lo siguiente: «Plantación de moreras y de árboles forrajeros en sus orillas por los niños de las escuelas». La indicación del género de arbolado sugería indirectamente la necesidad de promover otra vez la cría del gusano de seda y de multiplicar por todos los medios los recursos forrajeros del agricultor. Precisamente por los mismos días, el Colegio del Arte mayor de la seda de Valencia se dirigió a los alcaldes de la provincia con una circular, excitándoles a plantar moreras en los caminos vecinales de su respectiva jurisdicción, con objeto de restaurar el antiguo esplendor de aquella industria y su crédito en los mercados de Europa, reforzando al propio tiempo los ingresos del labrador. Por cada mil árboles (decía), los criadores podrían obtener 300 arrobas de capullo, o sea un producto líquido de cerca de 5.000 duros, y el Ayuntamiento su parte por la venta de la hoja.

No estará de más advertir que el concepto ese de «plantación de árboles por los niños de las escuelas» no coincide con el de la «fiesta del árbol», instaurada modernamente en los Estados Unidos, y es independiente de ella. Esa fiesta, como todas aquellas en que maestros y alumnos se exhiben al público y son materia de espectáculo, y más aún cuando median premios y distinciones, no tienen las simpatías de la pedagogía moderna, porque atentan a la dignidad de la función educadora, son antihigiénicas, y despiertan o alimentan en uno u otro orden la pasión de la envidia, de la vanidad o del orgullo; y únicamente pueden recibirse a título provisional, para iniciar desde fuera un movimiento de opinión favorable al árbol y a la restauración del arbolado, y a condición de que la intervención del niño en ellas no sea más que un accidente secundario en el conjunto del programa, el cual debe ir encaminado principalmente a mover y enseñar a maestros, párrocos y alcaldes, y en general a granjear la simpatía y el concurso de la sociedad para la obra fecunda y callada de la escuela.

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He anticipado que la Fiesta del Árbol es importación extranjera; pero no se puede decir así sin alguna reserva. Más de una vez, hojeando Revistas viejas para mis pequeñas investigaciones sociales, he tropezado con verdaderas «fiestas del árbol» celebradas en España con anterioridad a la guerra de la Independencia y no imitadas de nadie. Los que simpatizan con este género de solemnidades, leerán con gusto la siguiente noticia de dos de ellas, que cuentan alrededor de un siglo de fecha.

Celebróse la una en Villanueva de la Sierra, y hace relación de ella el botánico D. F. A. Zea en el Semanario de Agricultura y Artes, número de 24 de Octubre de 1805. Cierto ilustrado y celoso eclesiástico de aquella villa, persuadido de la importancia extraordinaria que tiene el arbolado para la salubridad, la higiene, la alimentación y el ornato público, y del influjo considerable que ejerce en la potencia productiva del suelo, humedad del aire, templanza del clima y hasta en el carácter y costumbres del pueblo, ideó interesar en su fomento y conservación al clero y demás clases directoras de la localidad; pero comprendiendo «quanto importa dar a estas empresas el ayre de una fiesta, no sólo para excitar los ánimos, sino para fixar en ellos la idea de su mérito y utilidad, convocó a la juventud por medio de su respetable párroco y señores alcaldes Pedro Barquero y Andrés Hernández, animados todos de los mismos sentimientos patrióticos, disponiendo un banquete y bayle para después que solemnemente se hubiese hecho el plantío de álamos proyectado en el valle del Exido y arroyada de la Fuente de la Mora».

La fiesta obtuvo el más brillante éxito. «El exemplo del párroco, que se mira como el padre y maestro del lugar; el de un eclesiástico ilustrado y generoso, y de los depositarios de la justicia y del orden; el alborozo de la juventud, la novedad del espectáculo, las circunstancias del día (martes de Carnaval), las diversiones inocentes y la alegría campestre, todo contribuyó a la solemnidad de aquella memorable instalación de la Naturaleza.»

Ni paró en esto la cosa: al día siguiente, circulóse a los clérigos y personas acaudaladas del lugar, por medio de escribano, un oficio, que Zea cree ha de pasar a la historia, excitándoles a que imitaran el ejemplo que acababan de dar los niños: «Señores eclesiásticos y pudientes (decía la invitación circular: nuestra desidia y una culpable indulgencia con los que sacrifican la utilidad pública a sus intereses, han arruinado los antiguos árboles que tantas veces repararon nuestros cansancios, nos defendieron de la inclemencia del sol y de las lluvias y dieron a nuestra respiración un ambiente fresco y saludable. Nosotros debemos reparar esta pérdida, imitando el zelo de nuestros ascendientes. La juventud ha desempeñado esta obligación por su parte, plantando un crecido número de árboles; pero aún restan sitios amenos, susceptibles de estas plantas. Perfeccionemos esta obra, que alabará la posteridad, vistiendo de nuevos álamos nuestros valles, fuentes y paseos, para que nuestros nietos reposen a su sombra y nos bendigan; y miremos en adelante con ceño y con horror la pérfida mano que intentase aplicar la segur a sus troncos o a sus ramas». El resultado fue que una multitud de personas, tanto de la localidad como de fuera, cuya relación trae el Semanario, se suscribieran cuáles por un árbol, cuáles por dos, «habiéndose realizado (dice) sus generosos designios», es decir, que se llevó a cabo la plantación.

El otro caso debe ser de fecha anterior, pero no la precisa el Semanario industrial, que lo dio a conocer en 1840. El Ayuntamiento de una villa (viene a decir en substancia), hostil, como, tantas otras, al arbolado, interesó del vicario eclesiástico que interpusiera su influencia para persuadir al vecindario de que obraba mal destruyendo cuantos árboles se plantaban. Habiendo accedido a ello el requerido, convocó al pueblo un domingo para dirigirse en procesión al lugar destinado para el plantío, sin prevenirle del objeto. Llegados al sitio, el sacerdote dirigió, una plática encareciéndoles cuán gratos eran a Dios los trabajos útiles de los hombres y el respeto y obediencia a las autoridades; les enteró del objeto de su excursión cívico-religiosa, bendijo el terreno, e inició por propia mano la apertura de los hoyos, a cuyo ejemplo, entusiasmados todos, pusieron manos a la obra: días después, con otra igual solemnidad, hízose la plantación; las hileras de árboles fueron confiadas a la protección de los santos especialmente venerados en la localidad; y por último, «interesaron el amor propio y la vanidad de las familias, encomendando a los jóvenes y a los niños la custodia de cierto número de árboles». «Los hijos y los nietos de los que asistieron a aquella inolvidable ceremonia (añade), aún miran el plantío con aprecio y veneración.»

Algunas de las particularidades que acaban de leerse en los dos casos españoles, traen a la memoria importantes detalles de la fiesta norteamericana. En la sociedad Arborday (día del árbol), fundada por Sterlin-Morton en 1872, los socios habían de contribuir con 5 pesetas anuales cada uno y además plantar varios árboles. Instituida luego la Fiesta del Árbol oficialmente como fiesta nacional, cada ciudadano americano planta en ese día un árbol, dedicándolo a un político, a un sabio, a un poeta o a un guerrero de su devoción.




ArribaAbajoCapítulo II

Obreros y soldados vegetales


A los niños de Ricla en su fiesta del Árbol, 13 de Marzo de 1904.

Son los árboles obreros incansables y gratuitos, cuyo salario paga el cielo, que no se declaran en huelga, ni entonan el Himno de Riego, ni vociferan gritos subversivos, ni infunden espanto a las clases conservadoras, ni socavan los cimientos del orden social. Para ellos, la cuestión social no está en que los exploten, sino al revés, en que los hagan holgar.

¡Y cuán variadas sus aptitudes y cuán solícitos sus cuidados para con el hombre! Ellos hacen tablas y vigas, hacen leña, hacen carbón, hacen alcohol, hacen azúcar, hacen pan, hacen sidra, hacen aceite, hacen cacao, hacen café, hacen jarabes y refrescos, hacen seda, hacen quina, hacen papel, hacen caucho, hacen forraje, hacen uvas, higos, dátiles, naranjas, melocotones, cerezas, peras y manzanas, hacen tierra vegetal, hacen manantiales, hacen oxígeno, hacen salud, hacen pájaros y flores, hacen poesía, hacen hogar, hacen sombra, hacen país... Me explico la dendrolatría.

En otro orden, el Sr. Maestro os ha enseñado que hay, en lo que llamamos nuestra Península, una colonia, Gibraltar, y una República, Andorra, y un reino, Portugal, que no dependen de la soberanía nacional española; y yo quiero deciros que existen en el solar ibérico otros muchos reinos, donde tampoco dominamos nosotros, y que nos es fuerza conquistar; el reino sahárico de la langosta, que periódicamente rebasa sus fronteras e invade nuestro territorio propio, como en otro tiempo los almohades y los almorávides de África; el reino del fuego abrasador, el reino del granizo y de la helada, el reino de la inundación, el reino de la marisma, el reino de las arenas voladoras, el reino estepario de la sal de Glauber, el reino, cada vez más dilatado, de la roca, desnuda y de la torrentera. Para conquistar estos Estados Unidos de Tiphon, el soldado es el árbol; el general, el hombre. En eso, para nada más que en eso, os permito, queridos niños, jugar a los soldados...

No os distraigáis, como algunos hombres, a labrar flores de trapo o de papel; colaboradores en el plan divino de la creación haced flores de verdad, de las que nacen, viven, se agostan y granan; con el Alcalde, con el Médico, con el Maestro, con el Juez, con vuestros padres y hermanos mayores, seguid convirtiendo los llamados Juegos Florales en Juegos Frutales. ¡Proteged al árbol como él os protege y sirve a vosotros, y ayudadle a crecer y multiplicarse!

Los niños y el arbolado.- Uno de los medios más eficaces para conseguir que los pueblos arbolasen las lindes de los campos, sería inspirar a los labradores desde la infancia ya, cariño y pasión hacia los árboles, enseñando en las escuelas de una manera práctica y simultáneamente con la lectura y la escritura, cuánto cuesta y cuánto vale un árbol y cómo se cultiva y reproduce. En los últimos años del siglo XVIII, el Obispo Príncipe de Wurtzburgo mandó que en las inmediaciones de cada uno de sus 524 pueblos se destinase un bancal de tierra para vergel y almácigas, donde se enseñase a los niños el cultivo de los árboles frutales, bajo la dirección del maestro o de otra persona inteligente del mismo lugar. A los cuatro años habían trasplantado los muchachos, 34.772 arbolitos de su propia siembra; injertado para volver a trasplantar 26.522 y quedaban aún en semillero 628.338.

Estas cifras elocuentísimas abren ancho campo a la actividad y al celo de los maestros, de los párrocos y de los alcaldes; ¡ojalá les sirvan de estímulo y de despertador!




ArribaAbajoCapítulo III

Efectos de la despoblación forestal en el Alto-Aragón


Para comprender los efectos y la consiguiente importancia del arbolado, no hay como recorrer con algún detenimiento un país de montaña, observar el terreno, las reliquias de los antiguos montes y el actual lecho de los ríos, consultar la sabiduría popular, interrogar a los campesinos acerca de las mudanzas observadas por ellos en el curso de los hidrometeoros, coordinar noticias y fechas sobre roturaciones y manantiales... Entonces, lo que antes habíamos tomado por declamaciones huecas inspiradas en tirana y tornadiza moda, o a lo sumo, exageradas hipérboles de un hecho indiscutible, nos parecen pálidas pinturas de una realidad alarmante y amenazadora. Entonces, la duda desaparece, la creencia se hace convicción, y el ánimo se sorprende ante la magnitud del peligro, y se irrita ante la pequeñez del remedio con que entienden precaverlo los gobernantes. ¡Son muy elocuentes los hechos! Durante una excursión que acabo de practicar por la región montañosa del Alto-Aragón, estudiando los Dialectos, la Poesía Popular y el Derecho Consuetudinario de este país, original sobre toda ponderación, he tenido ocasión de escuchar los lamentos del pueblo campesino, y de registrar por incidencia algunos hechos más o menos relacionados con el gravísimo problema del arbolado. Y como toda predicación es poca, tratándose de cuestiones sociales de tanta trascendencia como la presente, y de pueblos tan inactivos y fatalistas como nuestro pueblo, regido a dicha por gobiernos que rivalizan con él en desidia e inactividad, paréceme que no estará de más un breve resumen de algunas de esas observaciones, que vayan a aumentar el catálogo de las ya conocidas, y labren lo que fuere posible, si lo es algo, en la opinión pública, y en el ánimo de los llamados a interpretarla en la legislación.

§ 1.º -Influencia del arbolado en la sabiduría popular.- Ya antes de ahora he analizado los caracteres lógicos del saber popular, declarado en su literatura, refranes, cantares, máximas, etc., a diferencia del saber teórico, consignado en obras especiales, hijas de la reflexión científica1. Entre esos caracteres, es acaso el fundamental la objetividad. El criterio por excelencia que resplandece en los juicios del pueblo, es la experiencia: su medio de conocimiento, la observación exterior: los principios que consigna, principios ante todo históricos, positivos, experimentales. Se constituye en pantógrafo del mundo exterior, en eco y resonancia de la realidad sensible. Nada de personal ni de subjetivo en sus afirmaciones: traduce en cánones científicos la verdad de las cosas, del mismo modo que reproduce su faz exterior una cámara obscura, y tal como se pinta en la placa sensible de la fantasía colectiva. El que formula un principio de ciencia popular, un adagio, verbigracia, interpreta el sentimiento público, vive en el espíritu de la universalidad, dice lo que todos saben o sienten, y precisamente por esto, aquella fórmula se hace de uso general como criterio positivo de conocimiento, y entra a formar parte del tesoro científico del sentido común. Y de tal suerte se pag a de ellos, que ya no piensa en penetrar los impulsos motores de aquellos hechos, de aquellos fenómenos, que admite en clase de leyes y principios, y que le bastan para las necesidades ordinarias de la vida. Me explicaré con un ejemplo. Como a 20 kilómetros al Norte de la ciudad de Huesca, corre, siguiendo la dirección de un paralelo, la sierra de Guara: el punto más elevado de toda ella es el pico Gratal; el que le sigue en orden de altitud, hacia la derecha, se denomina Guara: a la izquierda, se abre la garganta de la Gorgocha, por donde atraviesa el río Gallego. A unos 130 kilómetros de distancia, en dirección Oeste, levántase majestuoso e imponente el Moncayo, cuya cima se descubre desde Huesca en días muy despejados, y a las horas en que la atmósfera está más pura y diáfana. Hacia el SE., vecina del Cinca, se encuentra la ciudad de Monzón, y hacia el S., la villa de Pina, bañada por el Ebro. Pues bien: el pueblo ha tomado estos diferentes lugares como puntos de referencia para significar en forma tropológica el modo como obran los fenómenos meteorológicos que son objeto constante de su preocupación, y dice: Gratal con gorro (de nubes), agua hasta el morro. -Gratal con montera, agua en la ribera. -Cuando Moncayo se acerca, la lluvia se aleja. -Aire de Pina, llena las vadinas (o lluvia fina). -Obscuro en la Gorgocha y ventana hacia Monzón, agua en Aragón.- Cuando Guara lleva capa (alude a la nieve) y Moncayo capirón, buen año para Castilla, y mejor para Aragón. -Si no fuese por Guara y por Turbón (alude al cierzo), no habría reino más rico que sería el de Aragón. -El cierzo y la contribución, tienen perdido a Aragón, etc. El pueblo ignora que el viento procedente del Mediterráneo va cargado de vapores acuosos, asciende saturándose más y más por el río Ebro, y al chocar en la sierra de Guara con el soplo helador del cierzo, se condensan aquéllos y se precipitan en benéficas lluvias que riegan la hoya de Huesca y todo el somontano; ignora que los vientos del Norte son secos, porque han sido despojados de su preciosa carga al atravesar las comarcas septentrionales, y en último término, al salvar las primeras estribaciones pirenaicas; ignora la acción de las montañas como causas mecánicas y como obstáculos que se oponen al libre paso de los vientos y mudan su dirección y su temperatura; la relación de la altitud con la temperatura y el régimen de los vientos; el influjo de aquélla y de éstos en la formación de las nubes y en su condensación; el vínculo que enlaza los vientos húmedos con la nubes que coronan los picos elevados de las montañas; el poder atractivo de éstas respecto de aquéllas; las causas de la transparencia de la atmósfera y de las aparentes variaciones producidas en la distancia que separa los objetos, y acaso, hasta la razón de solidaridad entre la nieve de las montañas y la vegetación de las comarcas próximas le es desconocida. Observa sencillamente la relación de simultaneidad o de sucesión entre dos fenómenos meteorológicos, y sin elevarse a las causas de esa relación, toma el hecho por principio, y lo traduce en un apotegma de carácter local o general. Las generaciones que vienen detrás, no alcanzan mucho más que aquella que formuló el primitivo concepto; lo aceptan como una revelación infalible hecha por los antepados y descansan en él como en un axioma fuera de toda discusión.

Mas por lo mismo que los refranes (al igual de los demás géneros poético-populares) se fundan en la observación, y son una traducción en cierto modo mecánica del mundo exterior, dicen efectos y no causas, declaran lo que las cosas son en alguna de sus manifestaciones externas, mas no lo que son en su interior esencia. Resulta de aquí, que cuando la manifestación cambia, cuando la decoración de ese mundo reflejado en el espejo del Refranero sufre alguna repentina mudanza, cuando el nóumeno se revela en un género de fenómenos distinto del ordinario y secular, el sentido común queda como aturdido y ofuscado, pierde su orientación al ver en desacuerdo el mundo sensible con las nociones tradicionales referentes a él, y no acierta en mucho tiempo a desacostumbrarse de ellas, y camina a ciegas, hasta que con el transcurso del tiempo, la observación repetida de los nuevos fenómenos lo pone en aptitud de enlazarlos por algún modo de asociación, de formularlos en un dicho o sentencia que haga veces de ley, y mediante ella, explicarlos y predecirlos.

Ahora bien: si el arbolado ejerce tan poderosa y decidida influencia como he dicho, en los hidrometeoros, el efecto inmediato de la despoblación de los montes ha debido ser el alterar su curso; y entonces, el Refranero meteorológico del país debe encontrarse desmentido a cada paso por los hechos y ser mirado con recelosa desconfianza por los labradores, archiveros natos de esta rama de la literatura popular. ¿Confirman los hechos esta consecuencia, hija de la especulación racional? Este problema es por demás curioso e interesante: de contestarse afirmativamente, se habría aumentado con una más el catálogo de causas y modos que determinan la vida interior de los Refraneros populares, y se habría verificado (como se dice en Matemáticas) la teoría de la acción física del arbolado sobre los hidrometeoros.

Multitud de observaciones hechas durante la citada excursión por el Pirineo me han convencido de esa doble influencia ejercida por los montes en el curso y acción de los meteoros y en la constitución del Refranero meteorológico, eco ésta de aquélla en el orden del pensamiento. Al recibir de la tradición oral los adagios populares de índole local, he oído con mucha frecuencia frases al tenor de éstas: «El clima no es ya el mismo que antes: las señales del tiempo son muy otras: ya no sabemos preverlo: este refrán, que antes nunca salía fallido, nos engaña ahora muy a menudo: las nubes no agarran: el bochorno fresco ya no trae agua: el cierzo, que antes fijaba los nublados, ahora los disipa: la lluvia de tal refrán se ha convertido en granizo: los puertos se escaldan más frecuentemente que antes: en otro tiempo, cuando las nubes se arrastraban por tal montaña o coronaban tal eminencia, luego al punto llovía: cuando brillaban en seco los relámpagos hacia tal cuadrante, presagiaban agua en abundancia dentro del tercer día; mas ahora ya no sucede así: estamos desorientados y perdidos», etc., etc. Véase cómo el hacha desamortizadora no ha causado únicamente sus estragos en las seculares selvas que vestían y decoraban este laberinto de montañas del Alto-Aragón, sino también en los floridos pensiles del Parnaso popular.

He aquí ahora algunos de esos refranes, muertos al par del arbolado, o declarados cesantes en su mayor parte por obra de la desamortización, y que no han tenido sucesores hasta el presente en los dominios de la meteorología popular:

Aire de Pina, llena la vadina. (Huesca.)

Aire de Guara, agua a la cara. (Benavente.)

Aire de Monzón, agua en Aragón. (Ainsa.)

Aire de Basibé, plucha al derré. (Benasque.)

Cuan se sienten las campanas de Cerllé, plucha al derré. (Benasque.)

Aire de Pallás, aigua detrás. (Tolva.)

Aire Morellano, ni paja ni grano. (Ídem.)

Boira en San Nicolás, agua detrás. (Almudébar.)

Nubes en Turbón, agua en Aragón. (Ribagorza.)

Si la boira se arrastra entre diez y once por las faldas de Turbón, agua en Aragón.

Si la boira s'arrastra por Redón, l'aigua no'stá guaire lluén. (Santaliestra.)

Si se arrastra en seco la boira por la sierra de Panillo, véndete los bueyes y cómprate trigo. (Benavente.)

Gratal con gorro, agua hasta el morro. Gratal con montera, agua en la ribera. (Huesca.)

Boiras en la Espluga de Toledo, sígueles agua presto. (La Fueba.)

Relámpagos hacia San Pedro, lluvia lo primero. (Graus.)

Cuando veas las nubes en la montaña de Sasa, coge el capotón y vétene a casa. (Ribera alta del Cinca.)

Ventana hacia Monzón y barra en la Portiella, agua en la ribera. (Ainsa.)

Oscuro ta la Gorgocha y ventana enta Monzón, agua en Aragón. (Hoya de Huesca.)

Cerrado hacia Moncayo, abierto hacia Monzón, agua en Aragón. (Bolea.)

Tancat a Guara y ventana a Balagué, dona palla als bous y fícate al pallé. (Renabarre.)

Cuando Moncayo se acerca, el agua se aleja. (Huesca.)

¿Qué cosa es gloria? Ver Aguatuerta sin boira. ¿Qué cosa es dolor? Ver venir la boira por el Chorró. (Ansó.)

Aire de port, als tres días mort. (Benasque.)

Boira en Monlora, aire a la coda. (Almudébar.)

Aire de port antes de San Miquel, lo pagés torna a mira al cel. (Ribagorza alta.)

El cierzo y la contribución tienen perdido a Aragón.

Si no fuese por Guara y por Turbón, no habría reino más rico que sería el de Aragón.

Cuando mana Valldecan, véndete los bueyes y cómprate pan, para cuando no mane Valldecan. (Siétamo.)

Mentres que en Monséc se veu neu la que pot portá una golondrina, l'aragonés no pode la viña. (Benabarre.)

Nadal sin lluna, de cien güellas en torna una. (Ribagorza baja.)

La tronada que se funda allá en derecho de la Fueba, luego pasa pe la vall (de Lierp) y viene a Torre la Ribera: cuan baixa a San Valeri, ya mos chita por enterra.

Cuando Guara lleva capa y Moncayo capuchón, buen año para Castilla y mejor para Aragón.

§ 2.º -Influencia del arbolado en la temperatura.- Si los bosques obran a modo de mares interiores, elevando la temperatura media de un país, o cuando menos, regularizándola y aproximando las extremas máxima y mínima, la despoblación de los montes situados en la zona fronteriza de cada dos regiones agrícolas (región de la viña, del olivo, de la cañamiel, etcétera), debe ir seguida de la desaparición de ciertos cultivos que hasta allí habían sido posibles, merced al abrigo que los árboles les prestaban o al calor que irradiaba de ellos. ¿Confirma la experiencia este corolario de la teoría física sobre el arbolado? La región de la viña en la vertiente meridional del Pirineo es una región de transición, y se divide en zonas y subzonas, fáciles de observar siguiendo el curso de un río cualquiera entre dos cadenas de montañas coordenadas a la divisoria pirenaica. Así, por ejemplo, en la confluencia del Cinca con el Ésera, Estada y Costean cosechan vino de gran fuerza alcohólica: más arriba, la Puebla de Castro desmerece en muy notable proporevon; en la confluencia del Ésera o Isábena, las viñas de Graus producen un mosto asemejado al del Medoc en grados gleucométricos; tomando la dirección del Isábena, el vino de la Puebla de Roda y Serraduy es una vinada noble, análoga a la bebida que preparan en el Somontano, vertiendo agua en el orujo y mezclándole vino de prensa: de Serraduy arriba, en Raluy y Villacarli, se ven en las laderas algunas líneas de cepas mal cuidadas, que producen frutos para comer; más lejos, en Ballabriga, extiende sus brazos por la fachada meridional de una casa, una parra no muy corpulenta, cuyos racimos adquieren suficiente color para excitar el goloso apetito de los muchachos: en pasando de allí, ya no se encuentra rastro de vides en ningún lado: se ha penetrado de lleno en la región de los prados. Ahora bien: ¿existe en el Pirineo una zona extrema, donde en otro tiempo se haya cultivado la viña y no sea posible cultivarla ahora, por oponerse su actual clima, según es obligado por los términos de la conclusión teórica arriba enunciada?

A juzgar por los datos que he podido allegar, esa retrogradación de la vid es un hecho real, y no será difícil en su día determinar los límites de aquella zona deshabitada por ella, por haber quedado reliquias del antiguo cultivo en agracejos y lagares, y vivos testimonios en la toponimia. Ya en mi Agricultura expectante y popular cité un hecho práctico de que tenía noticia en la provincia de Lérida, finítima de la de Huesca: refiérome al fértil y risueño valle de Cardós, antiguo marquesado de Pallás. Hállase situado a pocas leguas de Francia, entre dos de esas estribaciones que, como gigantescas costillas de un jabalí gigante, arrancan de la cordillera pirenaica y dividen en cuencas el Alta Cataluña. Allí se cultivó la viña en otro tiempo: allí, en el pueblo más céntrico del valle, Lladrós, se llama todavía El Viñé una partida o pago; allí quedan, como mudos testigos de la antigua industria vinícola, algunas cepas silvestres en el campo y amplios lagares en las casas. En el punto donde se cierra y acaba el valle, aguas abajo, en Ribera de Cardós, maduran todavía los racimos en las parras de los huertos resguardadas del viento Norte y bañadas todo el día por el sol. Pues bien: de ese valle se ha retirado la viña nueve leguas al Mediodía, y su retroceso cuenta a alguna antigüedad, acaso de y un siglo, porque también es antigua allí la tala de los montes. En Llesp y Pont de Suert se encuentran igualmente partidas denominadas Las Viñas, y parras en las casas. En Senet, con término ya del Alto-Aragón, existe también una suerte de tierra denominada Las Viñazas: es una solana resguardada del cierzo por una eminencia: cuando la sombría de enfrente (paco u obaga, como se dice en Aragón) estaba arbolada, con la emisión de su calórico la protegía contra los perniciosos efectos de la radiación celeste, pero desde que la han desnudado los descuajes, obra a la manera de un espejo cóncavo en cuyo foco se colocase un pedazo de hielo: en vez de elevar la temperatura de la solana, por el principio del equilibrio móvil del calórico la aminora; en vez de moderar los cambios, los hace más bruscos y dañosos. La viña ha desaparecido: ha quedado un nombre sin ministra la triste práctica de la cosa. Hace pocos años fue arrancada la última parra que vegetaba abrazada a un olmo, en medio de una pradera, y cuyos racimos, de color entre rubí y esmeralda, con un poco de buena voluntad podían comerse. A un cuarto de hora de allí, en Aneto, existe un peral cuyos frutos no llegan a madurar, porque los hielan los fríos tardíos. En Montanuy, cerca de Vidaller, se conoce también una partida con el nombre de Las Viñas: este mismo nombre, La Viña, se da en Villacarli a un robledal, y dentro del término crecen algunas parras. En Cirés, distrito de Bonansa, hay diez o doce olivos que se cultivaron en otro tiempo, y que ahora se conservan silvestres sin otro objeto que el de utilizar sus simbólicas ramas en la solemnidad del Domingo de Ramos. Algo semejante ha acontecido en Jaca: los campos de trigo se dicen todos invariablemente viñas: en una división de rentas entre el Obispo y el Cabildo, obrante en el Libro de la Cadena, y fechada en 1202, se reserva aquél cuatro viñas para el surtido de su bodega; en las Ordinaciones de la ciudad, año 1695, se impone a los ciudadanos la obligación de cultivar un cierto número de cepas, bajo pena de no ser insaculados para ninguno de los oficios de república; por esa misma fecha se daba todavía gran importancia al diezmo de vino, y por último, quedan aún en términos de la ciudad dos o tres viñas, cuyo fruto halla salida en el mercado local para comer en fresco. En otros muchos pueblos de la montaña se cultivó en lo antiguo la viña, según demuestran multitud de documentos de compraventa, donaciones y otros. Atribuyen los naturales la desaparición de la viña en esta zona a causas puramente históricas: dicen que a raíz de la invasión de los sarracenos, los cristianos hubieron de dedicarse al cultivo de la viña eiv la Canal de Jaca y valles circunvecinos de la región montañosa, única que dominaban en aquella sazón, no obstante la escasísima riqueza alcohólica del caldo espirituoso que en tan ingrato clima producía; pero cuando más tarde fue reconquistada la tierra baja, entablóse la competencia entre las viñas antiguas y las nuevas, y no pudiendo sostenerla aquéllas, cedieron el campo y se retiraron poco a poco. A esta explicación hay un grave reparo que oponer: Huesca fue reconquistada en el siglo XI; Zaragoza en el XII: desde entonces hasta la desaparición de la viña en las montañas de Jaca, han pasado siete siglos; desde Jaca hasta la región propia de la viña, no se cuenta hoy sino una jornada, y a todo tirar, dos. Por otra parte, es innegable que el clima ha experimentado mudanzas, ignoro en qué sentido, porque desgraciadamente no existen registros de observaciones termométricas: únicamente sé que en tiempo del P. Ramón de Huesca, nevaba en Jaca muy frecuentemente; que hace treinta años los pozos de nieve se llenaban casi todos los años, y que ahora no pueden llenarse casi nunca porque apenas nieva: que en Canfranc cae mucha menos nieve y se siente mucho más el frío ahora que antes de haber sido desarbolada aquella parte del Pirineo.

Ahora queda otra cuestión: el retroceso del cultivo arbustivo ¿ha traído consigo un progreso equivalente en el cultivo cereal? Por desdicha, no. Adelantó éste gozoso, y persuadido de que ocuparía con ventaja el lugar de aquél; más pronto hubo de convencerse de que no había para él condiciones de viabilidad en el áspero y accidentado suelo de los montes. En la tala y descuaje de éstos, no hubo vencedores sino momentáneamente: viñas y panes padecieron por igual. Júzguese, si no, por el hecho siguiente.

§ 3.º -Influencia del arbolado en la población de hecho.- Si la roturación de los montes arguyese aumento de producción, se hubiese obtenido un aumento proporcionado en el número de habitantes, o miente la ley de Malthus, y cuando no, en la riqueza del país. Pues bien: a juzgar por los datos que va arrojando el censo formado en la actualidad, la cifra de población, en vez de aumentar, ha decrecido en este país desde 1860 en la proporción de un 4 por 100; y a juzgar por las noticias que suministra la triste práctica de la Administración pública, la cifra de riqueza ha descendido en una proporción mucho más alarmante.

Hace un mes fue presentada en uno de los registros de la propiedad de esta provincia, para la diligencia de la anotación preventiva, una lista de contribuyentes morosos por territorial, y de fincas rústicas y urbanas, cuya subasta estaba ya anunciada: los contribuyentes eran 852 en número, y todos vecinos de una misma población: las fincas embargadas, 953, y todas enclavadas en un mismo distrito municipal. El registrador, aturdido y consternado, hizo presente a la Administración cuán difícil le era aumentar el personal de su oficina para llenar doce o catorce libros del Registro y anticipar los gastos de ese trabajo extraordinario. ¡Y la población en cuestión no cuenta sino 6 ó 7.000 almas, su suelo es fértil y llano, y cuenta con mucho regadío!- Esto, que constituye uno de los más graves problemas para el país, va a serlo gravísimo para la Hacienda; porque si no pueden satisfacerse los impuestos, si apenas pueden ser sostenidos los criados de labor, menos habrá quien compre las fincas de particulares enajenadas por el Estado; y no habiendo quien las compre, ni aun por el importe del débito, que suele ser insignificante con relación a los precios ordinarios de la tierra, menos habrá, quien quiera tomarlas en arrendamiento: y entonces, ¿qué hace la Administración con las fincas que a millares le abandona el país, rendido y extenuado por la miseria?

¿Y el censo de población? Ha crecido en los grandes centros, pero ha disminuido en los de corto y mediano vecindario. El de 1860 arrojó un total de 263.230 habitantes; el de 1878 ha sido muy otro: 252.023 almas, población de hecho: 256.225, población de derecho: ¡11.000 habitantes de pérdida! Muchos pueblos hay donde la diferencia en menos alcanza la proporción de 20 por 100, como Aren, Lascuarre, Laguarres, Monzón, una de las poblaciones más ricas de la provincia; en otros, la baja ha sido de una cuarta parte, como Fonz, Muro de Roda, Castiello de Jaca, etc.; en otros, la tercera parte, y aun la mitad; por ejemplo, Sopeira, Castigaleu, Fago y otros. Las Memorias de las Juntas municipales del Censo, las cuales he podido consultar como individuo de la Junta Provincial, apuntan, entre otra multitud de causas, algunas de las cuales hace pensar en los efectos del arbolado sobre la salud pública (el exceso de defunciones sobre los nacimientos; la viruela y el tifus, que en muchos lugares ha diezmado la población, y que en algún punto, como en Caraporrells, ha causado por sí solo el 14 por 100 de bajas; la frecuencia de las quintas y la guerra civil, el aumento de contribuciones, etc.) -apuntan, digo, como constante y principal, ésta: la emigración. Nuestros convecinos (dicen todos unánimes) están en la América del Sur, en Francia, en Barcelona, en Zaragoza: la miseria los arrojó de aquí; los propietarios no tienen con qué mantener y pagar a los criados, y los despiden; los jornaleros no encuentran trabajo, y emigran con sus familias a los grandes centros, atraídos por el movimiento animador de las fábricas y de los puertos, o al extranjero, donde, más afortunados que en nuestra patria, no faltan nunca obras públicas; los pequeños propietarios no pueden soportar los tributos, y sientan plaza de jornaleros, o de militares, o emigran también. -Un solo pueblo, Fago, cuyo censo acusa una población de 358 almas (707 en 1860), ha contribuido con 50 personas jóvenes a la emigración en América, con otras 50 de diferentes edades a Francia, y con 30 a poblaciones de la Península, donde viven en clase de sirvientes. Antes eran muy contados los braceros que emigraban a Francia en busca de trabajo: mas ahora, la emigración se ha hecho costumbre, bajo la ley tirana de la necesidad. Quieren trabajar, y no hay quien los ocupe; y emigran en masa, como las aves, acompañados de sus familias. Unos regresan a sus pueblos al cabo de meses o de años, tal vez para emigrar de nuevo; otros se avecindan allí donde encontraron trabajo y bienestar, y no vuelven; otros, ¡y son tantos! ni encuentran el ansiado reposo fuera de la patria, ni vuelven a pisar el recinto de la casa paterna.

Y ese estado de enflaquecimiento público y de universal miseria, que da pie a los embargos y alas a la emigración, ¿a qué causa es debido? También lo dicen las Memorias de las Juntas municipales del Censo. - «Muchos vecinos, dice textualmente a Junta de Baells, se han marchado a Francia, otros a Cataluña, y otros a diferentes puntos; de todo lo cual es causa la falta de lluvias que hace tiempo se viene experimentando en esta comarca.» -«La emigración al extranjero, dice la de Estada, es consecuencia de la penuria en que se encuentran sus vecinos por la pérdida de sus cosechas, efecto de las sequias, heladas y pedriscos que en estos últimos años han sufrido.» -«Sequías grandes, dice la de Laguarres, y transcribimos literalmente, pedriscos mayores, y la esterilidad constante en las cosechas, han obstruido los recursos de que antes disponían los padres de familia para sustentar a sus hijos, y se han visto precisados a buscar en países extraños y en el extranjero los alimentos que les negaba el suelo patrio.» -«Seguirá decreciendo la población, dice la de Santorens, si continúan los gravámenes que pesan sobre la Agricultura, y las pedregadas que arruinan a las familias y las hacen emigrar a Francia y otros puntos.» -«Por la falta de cosechas, y consiguientemente de trabajo, dicen en substancia Fonz y Albelda, se han visto en la necesidad de emigrar a Francia y Barcelona la mayoría de los jornaleros.» «Respecto de las causas que han influido en la disminución de la población, dice la Junta de Fraga, debe ponerse en primer término la continua pérdida de cosechas por la pertinaz sequía, inundaciones y calamidades que se han sucedido, y que obligan a la clase jornalera a buscar trabajo en los centros mercantiles. y de movimiento...» Y así los demás. Es un grito coreado. Parece que se han dado el santo y seña. Sin saberlo y sin nombrarlo, han escrito una elocuente apología del arbolado. Y al par de esto, han formado un proceso de infinitas piezas contra los Gobiernos que se vienen sucediendo en el poder desde hace algunos años: las pinceladas del cuadro son toscas, pero valientes; los colores, sombríos. Se denuncia lo elevado e insoportable de los tributos. Se deplora la falta de obras públicas, que atajarían la corriente de la emigración, con gran contento de los emigrantes. Se echa en cara a los Gobiernos el olvido en que tiene a los pueblos, esquilmados por los tributos, y sin embargo, abandonados al riego fortuito del inclemente cielo, y a las vías de comunicación que entre rocas y precipicios abrió el continuo pisar de los mulos o de las cabras. ¡Qué no hubieran dicho estos altivos Fivalleres del Pirineo, si hubiesen tenido noticia de aquel afamado hipódromo madrileño, y de tantos y tantos hipódromos, a donde van a abismarse, con menos fruto que los ríos en el mar, sus miserables haciendas!

Pero la conclusión más saneada que de todo el conjunto del censo se desprende, es, ya lo he apuntado antes, la función importantísima que en la vida social ejerce el arbolado como escudo protector de la Agricultura. Oíganlo ahora, y arrepiéntanse, labradores y propietarios: al descargar la segur en el fondo del bosque, no hirieron solamente al árbol; hirieron en primer término a sus hijos, en segundo, a la patria. Ricos y pobres arremetieron con los montes, cual impulsados de un odio común; aquéllos beneficiaron el vuelo, éstos el suelo, y se repitió la fábula de la gallina que ponía huevos de oro: los ricos han descendido a pobres, los pobres a proletarios; y para hurtarse a las inclemencias del cielo y a las del fisco, se ven forzados a pedir al extranjero una nueva patria. ¡Ah, las leyes de la naturaleza son inexorables! Luego, las tierras pendientes que con torpe codicia usurparan a la selva, abiertas y despedazadas por los torrentes, descarnadas por los aguaceros, encendidas por un sol abrasador que ninguna lluvia viene a templar en el estío, incapaces para toda producción que remunere el afanoso trabajo del labrador, van quedando abandonadas a la acción espontánea de la naturaleza, la cual tardará siglos en restablecer la primitiva selva, estorbada como es a toda hora por el diente dañino del ganado, por la violencia de los aguaceros y por la fiera enemiga de los leñadores, que en defecto de árboles, se acogen a los arbustos y a las matas. No se esconden al pueblo estos efectos de la despoblación forestal, porque lo ha aleccionado una dolorosa experiencia. Hace pocos días ha pasado por mis manos un expediente instruido a instancia de dos pueblos, Alins y Azanuy, solicitando la concesión de una dehesa boyal. En la petición que lo encabeza, dice textualmente lo que sigue: «Funestos serían los resultados de la desamortización de dicho monte, si se desatendiese su señalamiento como dehesa boyal, ya por la imprescindible necesidad de los pastos, ya porque situado en una pendiente muy escabrosa, sería arrastrado el terreno alto sobre el bajo, inutilizaría éste, cambiaría el curso de las aguas, y aumentando la corriente y rapidez de los barrancos, produciría perjuicios incalculables a ambos pueblos, que no cuentan otros medios de subsistencia que la Agricultura...»

¿No es verdad que el pueblo está bien preparado para auxiliar eficazmente la acción de un Gobierno reparador?

§ 4.º -Influencia del arbolado en la fijeza, y conservación del suelo vegetal -Es ya de antiguo conocida en las provincias de Gerona, Cádiz, Oviedo y otras, la acción perniciosa de las dunas, combinada con la de los vientos marítimos, y la tutela benéfica que contra ellos extiende el arbolado sobre cultivos y sobre poblaciones. Basta citar Gijón, Sanlúcar y Bagur. La pleamar deposita en las playas verdaderas montañas de arena, semejante por lo movible al elemento líquido de donde procede; los vientos la suspenden en la atmósfera y la empujan hacia el interior; arrójanla sobre los viñedos; devastan las huertas; obstruyen el cauce de los arroyos; empantanan las aguas; ciegan al transeúnte en las mismas calles de las poblaciones, y hacen inhabitables los barrios extremos. Contra semejante invasión, sólo se conoce un remedio: las plantaciones de arbolado. Obran los árboles sobre las dunas y landas de dos modos: primero, aprisionando y sujetando en la complicada malla de sus raíces las volantes arenas, y dando con sus despojos y con su abrigo condiciones de vida a la vegetación herbácea, que consolida más y más el suelo, formando césped; después, oponiendo el robusto valladar de sus troncos y de sus ramas al impulso incontrastable de los vientos, quebrantando no poco su fuerza, alterando su dirección, y obligándolos a soltar la carga de arena que llevan, antes de pasar adelante.

El Alto-Aragón, como región interior, carece de dunas, no conoce las landas; mas no por eso ha dejado de experimentar la acción benéfica del arbolado en la fijeza y solidez de las capas superficiales del terreno y en la conservación de la tierra vegetal, donde crecen las plantas. Multitud de fenómenos, observados en las margas azules, en las arcillas rojas, en los bancos de caliza terciaria, ponen fuera de toda duda el influjo nocivo de la despoblación forestal en este respecto, y dan bulto y relieve a las reflexiones hechas anteriormente. Por estos hechos se vendrá en conocimiento del modo cómo obran los árboles en su cualidad de elemento conservador, y se comprenderá sin esfuerzo que, en faltando ellos, la contextura orográfica de un país ha de tomar por necesidad muy diverso semblante, a poder de los agentes meteóricos, no contrastados por aquel providencial regulador.

Por la región montañosa del Alto-Aragón, en plena vertiente pirenaica, atraviesa de parte a parte toda la provincia, con algunas interrupciones, una faja de margas azuladas numulíticas de más de veinte kilómetros de anchura media, desde la canal de Verdún y el valle de Hecho hasta Aren y Pont de Montañana. En el camino de Graus a San Victorian, en el puerto de Sahún, en la cuesta de Badain, en Pueyo de Araguas, en el Barranco de Santa Lucía, he podido observar la acción devastadora de las aguas en los declives margosos no vestidos de vegetación arbórea, ni siquiera arbustiva. Caminando desde la casa de Oncins, en la Fueba, hasta Arro, lugar con pobres baños sulfarosos, se desciende por una pendiente rapidísima en escalones y zig-zags caprichosos, atestada de pequeñas losas arenisco-calizas. Hállanse éstas incrustadas en las margas, formando estratos delgadísimos; pero la erosión continua cansada por las aguas, las dejan al descubierto, y resbalan por los surcos y torrenteras que desgarran doquiera los inconsistentes margales de las laderas, revueltos con infinitas placas y agujas de yeso blanco fibroso, que brillan, heridas por el sol, como una lluvia de lentejuelas. El aspecto del terreno no puede ser más triste. Diríase su fisonomía esteparia, si no fuera por el color. La denudación del suelo es a trechos completa. Al color verde ha reemplazado el color azul, porque en lo que fue un día espesa selva, y es ahora yermo despoblado, apenas se descubren rastros de vegetación. No bien principia a cubrir el estéril margal una capa delgadísima de hierbecillas y matojos raquíticos, atácanla por el pie las aguas torrenciales, y siempre con éxito; la capa se desliza suavemente, llevando consigo al arroyo ramblizo o al álveo del río a donde mira la escarpa, los elementos nutritivos que constituían su escasa fuerza productiva. Nuevo intento de repoblación espontánea, y nuevo resbalamiento de los primeros seres orgánicos que se han empeñado en tan ardua empresa. Es el trabajo de Sísifo. Así se advierte que, aun en los puntos más favorecidos, los prados naturales de mesela o sierra (si de prados merecen el nombre), contra lo que sucede ordinariamente, ostentan una vegetación menos miserable que los prados de ladera. Sólo el árbol tenía virtud bastante para dar solidez a suelos tan inconsistentes y beneficiar tierras tan estériles. La fiera codicia que arrasó torpemente la frondosa selva, ha dejado el suelo sin mantillo, la costra vegetal sin sostén, al ganado sin pasto, los arbustos y brezales sin medios de sustento. Más de una vez, al hacha del maderero ha sucedido el arado del labrador en esa obra de destrucción. En el puerto de Sahún, por ejemplo, no se ha contentado el hombre con arrasar el monte; como si temiese que pudiera regenerarse éste y reverdecer la montaña, con los despojos vegetales y principios minerales activos que la naturaleza había acumulado al pie de los árboles, y que las lluvias aturbonadas respetaran, quiso apropiárselos también, e introdujo allí el cultivo cereal. Desgarrado y removido el suelo en todos sentidos una y otra vez, su arrastre por las aguas y la acción niveladora de éstas son más expeditos, el abarrancamiento de las laderas más rápido, y la formación de una costra vegetal y de una alfombra mullida de verdura más dificultosa, tal vez imposible. Como no hay arbolado, se va la tierra arable de la montaña: como no hay tierra vegetal, no vuelve el arbolado. Tan íntima solidaridad existe entre estas dos categorías, que parece se coengendran mutuamente. El árbol crea y localiza el suelo; la tierra da vida y sustento al árbol.

Este trabajo de erosión y acarreo sobre un suelo tan disgregable, ha de traer consigo aplanamientos sensibles en las sierras y colinas desarboladas, y consiguientemente un cambio en la configuración y relieve del país. Y con efecto, puedo citar en abono de esta tesis multitud de hechos curiosos. En el fondo de un reducido valle, sobre un montículo de marga azul, hállase fundado el pueblo de Arro, no lejos del Cinca; dos leguas al Norte, levántase majestuosa e imponente la Peña Montañesa, comprendida dentro de la misma formación terciaria, si bien del grupo calizo numulítico; al pie de la Peña, está situado el famosísimo monasterio de San Victorian. Pues bien, desde Arro se distingue perfectamente una gran parte del monasterio, y no hace mucho tiempo lo ocultaba un collado de margas y caliza que media entre los dos puntos, a un tiro de fusil del primero. En el punto mismo de confluencia de los ríos Ara y Cinca, se encuentra situada la villa de Ainsa, célebre en los fastos de Aragón; desde ella, a menos de una legua de distancia, se descubre claramente el pueblo de Pueyo de Araguas; hace unos ochenta años sólo se veía la techumbre del campanario, porque cortaba la visual una sierra de la misma formación terciaria que queda dicha; desarbolada, principió a rebajarse, y apareció la torre, después el cuerpo de la iglesia, más tarde las casas que se agrupan en torno de ella, y últimamente el olivar que se extiende al pie del pueblo. Hechos análogos a éste ofrece la cuenca del Ara; así, por ejemplo, desde Boltaña se descubre actualmente el pueblo de Sieste, que hace algún tiempo se ocultaba detrás de una loma, en la ladera derecha. Otro tanto puede apreciarse respecto a lo ocurrido con los montes devastados en Jaca.

No es en las margas únicamente donde se ha podido observar esta degradación de los relieves por causa de la despoblación forestal; todo terreno de naturaleza geológica parecida a aquélla ofrece fenómenos semejantes a los citados. Tal, como ejemplo, los terrenos de aluvión y las arcillas terciarias expuestas a la intemperie por el descarnamiento y arrastre del piso superior. Al NE. de la ciudad de Huesca existe una loma rojiza, denominada las Canteras de Fornillos: en tiempos no muy apartados de nosotros, esta loma aparecía, como casi todas las del Somontano, arbolada; devastóse la selva, y quedó vestida de matorral; en este estado se hallaba todavía hace veinte o treinta años, y su altura era bastante entonces para ocultar el pueblo de Fornillos a la vista de la capital. Pero en el transcurso de este tiempo las cosas han cambiado; el matorral ha desaparecido; la loma ha quedado en parte yerma y en parte cultivada; los turbiones y torrenteras han limado y desgastado rápidamente la cima y las laderas, y Fornillos se ha aparecido a la vista de la asombrada Huesca, donde existen aún en pie, y en estado de servicio, edificios enmaderados con gruesísimos troncos de pino que se cortaron de aquella loma.

-¿Hay minas en las Canteras de Fornillos, que veo fundado un pueblo nuevo por aquella parte? -preguntaba no ha mucho un jefe militar, tras una ausencia de veinte años.

-No hay minas, ni pueblo nuevo: es el mismo Fornillos que ha quedado al descubierto.

-Pues o Fornillos se ha aproximado a Huesca, o Huesca se ha aproximado a Fornillos, o uno de los dos, o los dos a una, se han levantado a mayor altura de la que antes tenían, contestó. -Ni lo uno ni lo otro: es sencillamente que las aguas han apartado de en medio la pantalla que interrumpía la visual.

No limita el arbolado su acción consolidante y moderadora a los terrenos sueltos o fácilmente disgregables, que la extienden también a los bancos de roca, según puede juzgarse por el siguiente curioso y elocuente hecho. Caminando contra la corriente del Isábena, desde Graus a Las Paules, en Ribagorza, se deja a la izquierda el pueblo de Bisalibons, fundado a media ladera sobre un banco de roca caliza, o caliza triásica estratificada, como en la Croqueta, que se halla a muy corta distancia sobre Ballabriga y el monasterio de Obarra, o caliza cretácea, alternando con capas de marga o de arcilla margosa, como entre Serraduy y las fuentes de San Cristóbal, poco antes de llegar frente a dicho pueblo. Unían los diferentes estratos entre sí robustas encinas, cuyas raíces, atravesando por las grieta de la roca, ejercían función análoga a la que desempeñan lo clavos que cosen y sujetan las diferentes planchas de que s compone el casco de un buque. Por el año de 1854 habían sido cortadas algunas de esas encinas; tenaces lluvias habían reblandecido la capa subyacente, y parece que se había formado un depósito de agua debajo de la roca. Un día notaron en algunas casas rendijas que se abrían, paredes que temblaban, piso que se inclinaban o se hendían: lanzáronse fuera con el ajuar sus moradores, y al punto el grueso banco de caliza empezó descender por el áspero y fragoso escarpe, llevando encima tres casas y algunos huertos. Cuando llegó al fondo, partióse como una granada; reventó el depósito interior, produciendo una pequeña inundación, y se desplomaron las casas que en tan extraño vehículo habían trasladado su asiento. Medía aquel banco un kilómetro de longitud por treinta metros de anchura, y se halló que coincidía con los puntos donde el encinar había sido talado. Las casas que continuaron rodeadas de árboles, no sufrieron nada, ni se movieron de su asiento. La fuente del lugar, que con las filtraciones había agravado el desastre, retrocedió gran trecho, cuando hubieron desaparecido los gruesos estratos que en dirección oblicua tenía antes que atravesar. Eran las raíces de aquellos árboles como viviente pilotaje sobre que estaban fundados los cimientos de las casas: el hacha llevó la muerte a los pilotes, y la fundación se vino abajo.

Ya se comprenderá que aquí, en este trabajo de nivelación, debido a la despoblación forestal de los relieves, en estas mudanzas que experimenta la constitución geognóstica del país, no está tanto el mal en la degradación y aplanamiento de las sierras, como en el terraplén de las vegas y hondonadas. No es lo peor que arriba se pierda, con el mantillo y la costra vegetal, el mejor recurso de la ganadería: lo peor es que abajo, aquella capa vegetal, arrastrada por los aguaceros, destruya en los valles el mejor recurso de la agricultura, señoreándose de las huertas y reduciéndolas a estéril glera. Que es éste un género de socialismo tan nocivo, tan impotente para el bien, que con la misma sustancia que ha arrebatado a los montañeses, esquilma, empobrece y arruina a los ribereños.

§ 5.º -Su influencia en las inundaciones. -La inmediata consecuencia de los descuajes ha sido la desaparición de la capa vegetal que vestía las laderas de los montes, abastecía de hierbas al ganado, retenía a modo de esponja una gran porción del agua llovida, alimentaba numerosos manantiales, que iban a regar los pequeños huertos establecidos a orillas de los barrancos, y evitaban en los ríos las inundaciones. Conocidas por los riberiegos las alturas de nivel que éstos alcanzaban en sus mayores crecidas, convertían en huerta las orillas, estrechaban y encauzaban la corriente con muros de piedra, y setos de cañas, chopos y mimbres, y con ellos defendían sus cultivos contra la acción violenta de las aguas. Pero desde que se desnudaron las montañas, se ha desequilibrado la relación existente entre el antiguo cauce de los ríos y la masa de agua que afluye a ellos, en un momento dado; y esto, en un doble respecto: primero, acrecentándose ese caudal afluente de las crecidas en una proporción que excede del duplo de lo que era hace medio siglo; segundo, disminuyendo la sección transversal del cauce, donde van a sumarse los infinitos tributarios de las orillas. Lo primero es tan natural, que no ha menester explicación: al descender el agua de lluvia sobre los montes desarbolados, no encuentra la esponja del suelo vegetal y de las hojas, que la absorberían, ni los troncos, raíces, arbustos y matas que entorpecerían su marcha, le mermarían y quebrantarían la fuerza adquirida en el descenso y retardarían su llegada, entreteniéndola con múltiples rodeos, obligándola a desarrollar perfiles extensísimos. Precipítase, pues, la masa de agua en línea recta y con movimiento acelerado, lima y descarna los declives, abre surcos y torrenteras, socava y derriba las defensas de piedra de los huertos que encuentra a su paso, transporta cantos y tierra en cantidades increíbles, desemboca con ímpetu en el hinchado río, y hallando lleno su álveo, dilátase por las orillas, invade las huertas extensas, arranca los árboles, salta por encima de los puentes y los arrastra, invade las casas y lleva por todas partes la desolación y el espanto. Ni para aquí todo. El trabajo de erosión de las montañas desnudas de arbolado, obrando un año y otro año, las aplana, pero es a costa del lecho de los ríos donde descargan sus escombros. Las piedras y tierra que ruedan desde lo alto con el agua de los barrancos, al retirarse la avenida, se depositan en el fondo y lo levantan; la avenida siguiente hallará ya estrecho para su volumen el cauce que se abrió la primera a fuerza de invasiones y despojos de fincas, y tendrá que ensancharse más; caerá la segunda línea de trincheras y muros, y nuevas huertas correrán a perderse en los abismos del Océano y nuevas familias tendrán que mendigar el sustento o apelarán al supremo recurso de la emigración. Los huertos del montañés descienden al llano, y revueltos con las huertas del riberiego, se disipan en una común ruina.

Un río civil, de cabecera y flancos arbolados, de corriente espaciada fuera del cauce, por un sistema arterial hidráulico que empapa y fecunda el suelo cultivado, se me representa como un camino que anda transportando convoyes y trenes sin fin cargados de pan, vino, leche, aceite, carne, pescado, frutas, huevos, legumbres, hortalizas, granos, azúcar, flores, lana, seda, lino, cáñamo, pieles, leña, madera, ganado, fuerza para sustento, abrigo y regalo del hombre.

Un río decadente y en ruinas, de cabecera calva y flancos desgarrados surcados de torrentes, de cauce rígido, extraño a las tierras que lo encajonan y oprimen, sin nada que reprima o modere el formidable trabajo de denudación y acarreo, después de haber descarnado la espina dorsal de la cordillera y de sus estribaciones, transporta los detritus, formados en millones de años, al valle somontano, y con ellos destruye la obra del hombre, como antes la obra de la Naturaleza, dejando tras de sí la desnudez y el hambre, con su horrible séquito de lágrimas y de maldiciones, crímenes y suplicios. Con la tierra muelle que lleva en suspensión, desde hace muchos días, el solo Ésera, hermano del Segre, más que río imponente, brazo de mar, y los hermosos huertos, sustancia y ornato de la villa, que le veo arrastrar en este mismo instante desde mi despacho, ¡qué isla tan grande, tan fértil, tan amena, se podría formar!2

Estos efectos desastrosos de la despoblación forestal, he podido comprobarlos en diversos lugares de la provincia, en Graus, en Capella, en Jaca, en Ainsa, en Saravillo, en la Puebla de Roda. No hace todavía una generación, extendíase una magnífica faja de feraces huertas por la orilla izquierda de Cinca, desde encima de Ainsa, en una longitud de más de una legua: hoy está convertido todo en estéril glera que de tanto en tanto invade el río con sus crecidas, buscando nueva presa. Los vecinos de la antigua corte de Sobrarbe refieren al viajero como caso estupendo el aparente hundimiento de la sierra de Pueyo de Araguás, y no es más sino que la sierra se traslada, muda de lugar, arrastrada insensiblemente por los torrentes, obstruye el cauce del río y remuevo las huertas de su asiento. En vano se empeñarían en restablecer a mayor altura lo que destruyeron los aguaceros: las margas seguirán bajando y el lecho del río subiendo. Hay que desandar todo el camino andado: es fuerza repoblar los montes.

Todavía son más visibles estos efectos en la Puebla de Roda, orillas del Isábena. Aguas arriba de este pueblo, a distancia de dos o tres kilómetros, se alzan dos sierras nombradas de Limpias y de Lastra: hace unos ochenta años vestíanlas seculares encinas y espeso matorral y césped que crecía a su amparo. Desdichadamente, excitóse el genio malo de la imprevisión y de la codicia, y el encinar fue arrasado tan de raíz, que no ha dejado más huella de su existencia que el nombre de Carrasquero con que es conocida una partida de tierra entre dichos montes. Seguidamente, roturáronse las vertientes ya desarboladas, disponiéndolas en bancales o terrazas por medio de muros de sostenimiento construidos de piedra en seco. Al punto, las aguas pluviales empezaron su trabajo de acarreo, y como consecuencia, a descarnarse las laderas. Lo que el arado removía durante el verano, era presa de las torrenteras durante el invierno. La capa vegetal desapareció del todo; y el labrador, que creía haber hecho una conquista, hubo de emprender vencido la retirada. De aquellos fugaces cultivos sólo queda memoria en los restos de muros de sostenimiento que yacen esparcidos aquí y allá por las laderas, sin cosa alguna ya que sostener, porque el antiguo encinar es hoy roca pelada, tan pelada, como si las dos sierras hubiesen surgido ayer a impulsos del vulcano interior que moldea en sus fraguas las cordilleras y renueva el aspecto exterior del planeta. La primera consecuencia del descuaje fue ésa; pero todavía causó otra más desastrosa. Las piedras y la tierra que iban desprendiéndose de la sierra a impulso de los aguaceros colmaron el lecho del Isábena y lo levantaron a la altura de las huertas que los industriosos pueblanos habían creado junto al agua, en ambas orillas del río, encauzándolo y sujetándolo con diques longitudinales de mampostería y seto vivo: por otra parte, las moles de agua que descargaban los turbiones en las dos sierras nombradas y en las inmediatas, juntábanse en obra de minutos en el cauce del río, y éste, que antes venía holgado para las avenidas más extraordinarias, no pudiendo dar cabida al inesperado y no acostumbrado caudal, rebasaba los diques y se abría paso por medio de las huertas y borraba la acequia y lo arrasaba todo con furia. Aún he llegado a ver, cargados de fruta, algunos árboles en medio de una isla, como tabla despedazada de un naufragio. Es imponderable el daño que ha sufrido la Puebla de Roda: se calcula que valían medio millón de reales los regadíos que ha devorado sin culpa el río Isábena: constituían la mejor sustancia del pueblo, como que el sustento de éste dependía principalmente de las huertas. Así es que han tenido que emigrar muchas familias a Francia; y otras que estaban bien acomodadas han caído en la miseria. ¡Lástima que no pudieran contemplar su obra los mal aconsejados que llevaron a cabo la imprudente tala! Al atacar con el hacha las encinas, abrieron honda brecha en el patrimonio de sus hijos y expulsaron a sus nietos del hogar paterno. Todavía no concluyeron con esto los frutos malditos de la vandálica denudación de aquellas sierras. Como al par que ha ido creciendo el caudal de las avenidas, ha ido levantándose el lecho del río, el puente no puede dar paso a toda el agua y tiene que romper ésta por los estribos, todos los años derribados y todos los años recompuestos. Esta pesada carga, que agobiaba al municipio, le obligó hace pocos años a intentar el establecimiento de un pontazgo en clase de arbitrio compensador, pero con tan mala fortuna, que hubo de apresurarse a suprimirlo, porque los arrieros, para no pagarlo, se desviaban del pueblo y vadeaban la corriente por más arriba, fuera de la época de las crecidas; con lo cual, el pueblo salía perdiendo, porque dejaba de ser de tránsito. Dio esto margen a una graciosa «matracada», dada a los vientos de la publicidad, y no olvidada, todavía en los dances del vecino lugar de Roda.

Por otro estilo, pero no menos dañosas, fueron las consecuencias que trajo consigo la destrucción de los encinares en Chapinería, caso que me es conocido también personalmente y que cité en mi estudio sobre Agricultura armónica (expectante, popular). El principal beneficio que el mencionado pueblo sacaba de la tierra, rendíanlo las encinas con la montanera: la cría de ganado de cerda sustentaba al vecindario con poco trabajo. La desamortización ha hecho un erial de lo que antes era una pequeña Arcadia: desaparecieron de pronto las carrascas que cubrían y fecundaban aquel peñascoso suelo, y apenas si logran ahora, con mil sudores y afanes, lo más necesario para su sustento, cultivando pobrísimos campos de centeno: el hombre se ha hecho esclavo del arado: el arado esponja y desmenuza la delgada costra vegetal; los aguaceros la arrastran al río por el cauce de los torrentes; el área de la roca calva se ensancha a ojos vistos y la zona de cultivo se va estrechando de día en día. Consecuencias, la de siempre: ¡embargos, usura, emigración, servidumbre, enfermedades, vicios...!

De un modo más visible, aunque no por eso más eficaz, obran los árboles cuando defienden directamente con sus troncos y ramas los cultivos contra la acción invasora de las corrientes. Existe en Oto un barranco, seco en verano, que con las lluvias de tronada y el deshielo de las nieves se hincha y arrastra gruesas peñas de la sierra de la Mosquera. El cauce de este torrente está más alto que el nivel de los campos limítrofes de aquel monte. Débese el que no los inunde a la apretada fila de pinos y bojes gruesísimos que forman dique a lo largo del barranco y que resisten valerosamente el empuje de las aguas torrenciales y las rechazan hacia el álveo cuando se espacían por el bosque. Sin esto, aquel barranco sería un azote permanente, los campos un fangar. De aquí el respeto casi religioso con que los otenses miran y consideran a tan benéficos auxiliares, y los dejan crecer y reproducirse a sus anchas, sin que se llegue nunca a perturbarlos con el hacha codiciosa del maderero o del leñador.

El descuaje de las sierras que vierten sus aguas en el pantano de Arguís ha ocasionado arrastres de piedras y de tierra tan considerables, que no puede almacenar al presente (1878) ni la mitad del volumen de agua que cabía en él hace siglo y medio, cuando se construyó el primitivo dique. Una muralla de légamo, más alta que una casa, se eleva a uno y otro lado de la compuerta, denunciando a un mismo tiempo la acción erosiva de las aguas pluviales sobre los terrenos desnudos de vegetación arbórea, y el abandono de la Junta de Aguas que no dispone la limpia de aquel depósito, de tan capital importancia para la ciudad de Huesca.

§ 6.º -Su importancia en la alimentación. -Algunos años llega la miseria en estas montañas a un grado que espanta. A poco de mis excursiones, leí en los periódicos que en algunos pueblos la población jornalera había tenido que alimentarse ¡de salvado y alfalfa! No es extraño, pues, que continúe la emigración en proporciones cada vez más alarmantes: de una sola villa, Tamarite, habían emigrado recientemente 600 personas: preguntado el alcalde de Monzón en el susodicho año, cómo se justificaba la baja que resultaba en el censo, de una cuarta parte nada menos con relación al de 1860, contestó que si se repitiese el recuento hecho pocos meses antes, resultaría una quinta parte más de baja. Los desmontes han traído la pérdida de las cosechas; y la pérdida de las cosechas ha dejado a los braceros sin trabajo, obligándoles a emigrar a Francia o a agolparse en los grandes centros, donde a lo mejor ofrecen lastimeros cuadros de miseria y de desamparo difíciles de comprender en pueblos cristianos y civilizados.

En las Provincias Vascongadas, allí donde todavía se conservan los montes comunes de castaños, antes que acudir los indigentes a la emigración, antes que implorar una limosna o aplacar el hambre disputando a las bestias su alimento, echan mano de un recurso natural: dirígense los muchachos al monte con un cesto o una alforja; llénanla de castañas en el primer árbol surtido todavía, pónelas a cocer la madre en una olla, y en poco rato han obtenido un plato sano y nutritivo y que nada tiene de embrutecedor y repugnante. Parmentier consideraba la castaña tan nutritiva como el trigo. Este alimento se halla muy generalizado en diversos países de Europa. Reputan algunos al castaño como el árbol del pan de los montañeses del centro de Francia, a los cuales mantiene durante seis o siete meses del año con su fruto, ora cocido en agua o amasado en forma de pan. El pan de castañas es usual en el Delfinado, Périgord, Auvernia, etc. Otro tanto sucede en algunas regiones de Italia, señaladamente en las raíces de los Apeninos. Proudhon recordaba cómo el insular de Córcega encuentra en sus castaños alimento y domicilio, sin trabajar, la mitad del año. «Seis castaños y seis cabras y el agua de una fuente (dice Tommaseo) constituyen para una familia de Córcega una riqueza suficiente al sustento de sus individuos.»

En nuestra Península se beneficia este árbol en Cataluña, Provincias Vascongadas, Asturias y Galicia. También en la provincia de Madrid (verbigracia,,en San Martín de Valdeiglesias), en Extremadura (por ejemplo, en San Vicente) y hasta en Andalucía (como en Lanjarón). Se propagan por siembra, y se injertan al segundo año de plantados, cuando no se quieren para madera, sino para fruto. En Lanjarón los tienen en la almáciga, vivero o plantel, tres años: luego los plantan a distancia de 15 a 30 pies, sobre todo en las orillas de las acequias y de los brazales. A los cuatro o cinco años ya está criado el árbol y no necesita cultivo. Se calcula que rinde 50 a 60 kilogramos de fruto, por pie, término medio. Plantándolos espesos a seis pies de distancia unos de otros, pueden ya cortarse a los seis años para duelas y dan una buena renta; injertándolos a esa edad a ocho, o nueve pies de altura, ya producen tres años después una regular cosecha de fruto: luego han de irse entresacando a medida que crecen, de manera que el terreno esté siempre cubierto de sombra sin que los árboles se estorben unos a otros.

Por lo que dejo dicho compréndese cuán útil sería propagar este árbol en el Pirineo alto-aragonés, aun no mirado más que desde el punto de vista de la alimentación. Pero ¿lo consiente el clima? A lo que parece, sin duda ninguna.

Durante mis excursiones por la montaña he encontrado alguna que otra reliquia de antiguos castañares y ensayo de otros nuevos seguidos al parecer del más completo éxito. En documentos antiguos de Graus se denomina partida del Castañar una ladera muy escarpada sobre la orilla izquierda del río Isábena, que hoy es un raso con alguna viña, muy pocos robles y, según supe de D. Ignacio Gil, dos pies de castaño, testigos vivientes del arrasado bosque que no han alcanzado los nacidos. Debajo de la llamada casa de Quintana, no lejos de Vilaller, existe un castaño muy corpulento, cuyos frutos son esquilmo de los viandantes. En Castejón, valle de Benasque, vegetaba otro lozanamente, cuando por caso impensado lo derribaron. En Benabarre no prosperó el ensayo, por haberse intentado en malas condiciones. En Gistain plantó D. Pedro Laguna varios injertos procedentes de Francia, y de ellos se salvaron cuatro, que rendían abundante cosecha: tengo entendido que después han sido cortados, a causa de que los muchachos de Plan y Gistain no dejaban llegar el fruto a sazón y pisoteaban la hierba del prado a que los castaños estaban asociados. De Francia procedían también dos injertos plantados en Bielsa, a orillas del Cinea, y producían copioso y excelente fruto: según referencias, cortóse uno de los dos porque dañaba con su sombra a las hortalizas, y desde entonces las castañas que producía el otro fueron ásperas y como silvestres.

No hay sino recorrer los valles que se abren en el nacimiento y cuenca superior del Ésera, del Isábena, del Noguera, el Aragón, del Cinca, para comprender cuán apropiadas condiciones reúnen para el cultivo de este árbol: por todas partes, a orilla de los caminos, asomándose a las cascadas, agarrado a los más abruptos escarpes y breñales, asociado con el roble y el pino, brota espontáneamente el avellano y crece frondoso, rindiendo cosechas ópimas que nadie se cuida de recoger. Y el castaño es el socio y hermano natural del avellano, según lo acredita, por ejemplo, el caso de Asturias.

Hoy por hoy, no existe, a mi juicio, planta ninguna cuya propagación en esta provincia merezca recomendarse con tanto empeño como el castaño. ¿No sería conveniente establecer viveros en diversos lugares de la provincia para suministrar injertos a los particulares? El ejemplo del obispo de Wutzburgo, que he apuntado en otro lugar, habla a un tiempo a los párrocos y a los maestros, pues ha dejado sucesión en los baningarteu de las escuelas alemanas. Permitáseme en este punto invocar con todo respeto el nombre del párroco de Elorriaga, D. Fernando Alvisu, el cura arboricultor, cuya semblanza publicó en La Ilustración Española y Americana D. Miguel Rodríguez Ferrer, y el del párraco de Torre de Obato (Graus), D. Ramón Baldellou, el cura ingeniero, alumbrador de acequias para riego, cuya semblanza publiqué hace muchos años en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza y que desgraciadamente ha fallecido en el verano último. Los dos habían nacido en 1807. Desde que en 1868 propuse en mi folleto Ideas apuntadas en la Exposición universal de París para España y para Huesca la creación de un curso de agricultura en los Seminarios, no he hallado motivo para rectificar mi punto de vista en tal respecto. El sabio biógrafo del «cura de Elorriaga» pondera también los beneficios que reportaría el enseñar nociones de horticultura y arboricultura a los jóvenes seminaristas. En el fondo, es la misma idea que inspiró hace ya cien años la fundación del famoso Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los párrocos que los prelados patrocinaron y que no cesó hasta 1808.




ArribaAbajoCapítulo IV

Cultivo de frutales en grande


En el transcurso de la expedición que hube de hacer por Inglaterra, fuí a parar al condado de Glocester, y lo recorrí en todos sentidos para visitar los rebaños de durhams, muy rosos en este condado, esencialmente pastoril, y cuyo clima siempre dulce, aun en los inviernos más rigurosos, se presta admirablemente a la cría de ganado vacuno y al cultivo de frutales. Al pasar por delante de Toddington, propiedad patrimonial de los lores de Sudeley, me sorprendió ver una grande extensión de tierra dispuesta en vergeles o huertas inmensas plantadas de árboles frutales de diversas especies, cuya edad, indicaba una plantación muy reciente. Es el cortijo frutero de lord Sudeley, me respondieron a la pregunta que inspiró mi excitada curiosidad. Efectivamente; ante mi vista se extendía una superficie de más de 200 hectáreas plantadas de árboles frutales, que, según me dijeron, habían sido transformadas vergeles por el noble propietario, con el objeto de sacar de su heredad un partido lucrativo, pues el colono anterior la había abandonado, y, faltando cultivadores que la tomaran en arrendamiento, quedó en manos de lord Sudeley. De suerte, que estaba viendo uno de los efectos más notables de la crisis que actualmente sufre la agricultura de Inglaterra, a saber, la transformación radical de un cortijo abandonado, como se ven muchos ahora en todos los condados.

El noble propietario, teniendo a su disposición fuertes capitales, no podía naturalmente resolverse a cultivar por sí mismo según el método ordinario esta granja, para la cual no había podido encontrar un colono aceptable. Entonces se le ocurrió convertirla en vergeles, o plantaciones de frutales, a fin de obtener beneficios que correspondiesen al considerable desembolso que esa transformación exigía. El comercio y la producción de frutas en los condados del Sur y Sud-Oeste de Inglaterra, donde la proximidad del mar, entibiado por el paso de la corriente de las Floridas, mantiene una temperatura muy suave aun en el invierno, ha sido siempre considerable. Los condados del Norte, en los cuales no madura la fruta sino en veranos excepcionalmente calurosos, que son raros, dependen para su provisión de frutas, conservas, confituras, etc., de estos condados privilegiados, cuyo clima es tan favorable, aun para las primicias, hasta el punto de que durante la recrudescencia del invierno que acabamos de sufrir en casi todo el mes de Marzo, he visto las estaciones del ferrocarril del West Cornwall, en los alrededores de Penzanze, inmensos cargamentos de magníficas coliflores, embaladas en ligeras cestas que expedían a Londres y a las grandes ciudades del Centro y del Norte de Inglaterra, las cuales habían sido cultivadas al aire libre, y sin abrigo de ninguna clase, en las numerosas huertas que llenan esta parte de la Cornuaille inglesa.

De regreso en Londres, hallé precisamente en el Journal of horticulture la descripción del cortijo frutero de lord Sudeley, que no tuve tiempo de visitar, con gran sentimiento mío. De esta descripción, publicada por un corresponsal muy competente, es de donde tomo los detalles siguientes, que interesarán, seguramente, a mis lectores.

La granja de lord Sudeley es, sin disputa, la más extensa de Inglaterra, e iba a decir de Europa, porque no creo que haya en ninguna parte vergeles tan extensos. Las plantaciones consisten en filas de árboles frutales, como perales, manzanos, ciruelos, cerezos, etc., bastante claras para que los intervalos se utilicen en la plantación y cultivo de arbustos frutales, como grosellas, frambuesas, avellanos, etc., que existen profusamente mientras los árboles no hayan alcanzado su desenvolvimiento normal.

Estos árboles no tenían apenas dos años de plantación, pero los arbustos frutales alcanzaban buenas proporciones, y prometían ya una buena cosecha para este año. Cuando considera uno, que hay 200 hectáreas plantadas, con dificultad se llega a formar una idea del número inmenso de árboles que ocupan este inmenso espacio. Un corresponsal del Journal of horticulture nos proporciona su estadística y la nomenclatura. Es verdaderamente maravilloso.

Los perales, manzanos, ciruelos y cerezos, están plantados a distancia de 5 metros, por lo menos, en todos sentidos y en líneas rectas, las cuales, en ciertos sitios, alcanzan una extensión de más de 2 kilómetros. Según queda dicho, los espacios de entre filas están plantados de arbustos frutales. Hay, además, una extensión de 16 hectáreas dedicadas a la producción de fresa, y cuando yo pasé por allí, se ocupaban en rozar un antiguo prado de más extensión todavía, destinado al mismo cultivo, lo que formará próximamente 40 hectáreas de fresales.

Van plantados ya 852 perales, pertenecientes a multitud de variedades, Jargonelle, Bishop's Numb, Jersey, etc. Manzanos se cuentan unos 3.000, a saber, 700 de la variedad Lord Suffield, 300 Cox's orange pippin, y 100 de cada una de las siguientes: King of the pippins, Keswick Codlin, Cellini, Warner's Ring, Granado, etc., que gozan de merecida reputación en Inglaterra.

Hay 20.000 ciruelos que comprenden 44 variedades, siendo las principales 2.919, Victoria; 1.654, Diamante; 1.650, Orleans temprana; 1.506, Seedling; 1.382, reina Claudia, etc.

Los cerezos comprenden nueve variedades y 532 pies.

Los arbustos frutales exceden de 167.000, que darán, dentro de poco, un producto enorme. La grosella de racimo tiene 100.000 plantas. Frambuesos se cuentan 5.000. De otra especie de grosella, muy apreciada por los ingleses para hacer tartas de frutas verdes, hay plantadas 93.000, divididas en 50 variedades.

La mayor parte de este vasto cortijo está destinada a la producción de frutas para hacer conservas y confituras. Las variedades cultivadas son las más estimadas para la mesa y para la confitería. Recientemente han llegado a Toddington 20.000 kilogramos de sarmientos de fresa de una especie conocida con el nombre de American scarlet (Escarlata de América). El fruto de esta especie es pequeño, pero de un volumen regular y de un color escarlata muy brillante que se conserva en los confites, y cuyo sabor es a la vez agradable y azucarado.

Cien avellanos, 190 abetos de Escocia y 10.000 álamos para formar setos, completan el total general de 338.400 árboles, plantados en dos años en esta propiedad.

El terreno, aunque comprende 200 hectáreas, se ha economizado como si se tratara de un jardín.

Dije ya que los árboles distan unos de otros, en todos sentidos, 5 metros, y que los espacios están ocupados por los arbustos frutales. Los ciruelos, cuyo número es considerable, como se ha visto, pueblan toda la parte Occidental de la quinta en una extensión de 77 hectáreas. Entre árbol y árbol se han plantado dos groselleros u otros arbustos frutales. Igual número de arbustos entre fila y fila. En ciertos sitios favorables, hasta se ha plantado frambuesos entre los groselleros; pero esta plantación es temporal, porque a medida que las plantas permanentes se desarrollen, se arrancarán las adicionales, destinadas únicamente a utilizar el mayor espacio que dejan los arbustos recientemente plantados y todavía poco desarrollados.

Es evidente que este cultivo intenso no puede mantenerse, y que será preciso aclarar las plantaciones a medida que los árboles y los arbustos frutales se desarrollen; pero en tanto este instante llega, podrá recolectarse de esta multitud apiñada una cantidad muy considerable de fruta.

La cuestión que nace naturalmente en presencia de esta creación de carácter tan nuevo, y de este modo inusitado de sacar partido de un cortijo abandonado, es la de saber si habrá salida bastante para absorber cantidades tan considerables de frutas procedentes de una plantación que se aproxima a 300.000 árboles.

Naturalmente, este problema ha debido preocupar al noble propietario que tuvo la idea de esta creación y el valor de ejecutarla. Efectivamente: dentro de pocos años la producción será prodigiosa, y habrá que buscar mercados para colocarla. Es un problema que lord Sudeley, como hombre práctico, ha resuelto, conviniéndose con un industrial, igualmente emprendedor, Mr. P. W. Beak, de Londres, que se ha comprometido a tomar cada año la cosecha entera de las 200 hectáreas, ya sea para la venta como frutas de mesa, ya sea para la fabricación de conservas, confituras, etc. Mr. Beak tiene gran experiencia como productor de fruta y como fabricante de conservas, y tiene la seguridad de que, cualquiera que sea la cantidad de fruta que lord Sudeley le suministre cada año, la colocará fácilmente, máxime teniendo en cuenta que ha de ser de la mejor calidad y libre de toda falsificación.

A propósito de esto, el corresponsal del Diario de Horticultura de Londres hace notar que hay fábricas, que producen con pedazos de nabos confituras de frutas, cuyo sabor y color son debidos a extractos de alquitrán y otros ingredientes igualmente nocivos a la salud de los consumidores. En presencia de una falsificación tan descarada, que encuentra, según parece, compradores, hay derecho a esperar que no faltarán para las conservas hechas con frutas frescas y sanas.

Viendo esta rara transformación de una heredad que amenazaba no producir nada a su dueño en lo sucesivo, yo me he preguntado si la idea original de lord Sudeley no podría ser adoptada por los propietarios de nuestras viñas filoxeradas; y esto con más probabilidades de éxito, por ser nuestro clima mucho más a propósito para el cultivo de frutales que el mismo Gloucestershire.

Adaptar los edificios de explotación a las exigencias del nuevo cultivo, es fácil y de pocos gastos. Lord Sudeley se ocupa en la actualidad en transformar los edificios de su cortijo en fábrica de conservas. Hay, como se comprende fácilmente, una gran ventaja en elaborar la fruta en el mismo lugar en que se produce, puesto que se evita el peligro de que se deteriore y se ahorran gastos de transporte.

*

Las frutas constituyen un valioso recurso para nuestros agricultores. -El 23 de Noviembre de 1900 publicaba La Unión Nacional, de Pontevedra, una crónica, enviada desde París por un Gallego, con una serie de datos y observaciones tomadas y hechas en la Exposición de la capital francesa, que dice:

La producción en gran escala y la exportación de frutas parecían limitadas hasta hace pocos años a los países meridionales entre los cuales figuraba España en primer lugar. Hoy esta industria y esta exportación se practican por cantidades considerables en países o regiones relativamente fríos, regiones mucho menos favorecidas desde el punto de vista del calor solar que el término medio de la región gallega: de ello podemos encontrar mil ejemplos en Hungría, Servía, Francia y los Estados Unidos. Este progreso se debe ante todo a la perfección del cultivo de los árboles frutales y a los sistemas de desecación de las frutas por medios artificiales.

Los Estados Unidos son el primer país exportador; el Cabo, el Canadá y Australia envían también a Europa frutas secas o frescas conservadas en cámaras heladas en cantidad considerable, que aumenta constantemente.

La Exposición de París ha sido una ocasión propicia, que no han dejado perder esos pueblos para mostrarnos los progresos realizados en la industria y el comercio de estos artículos. Los Estados Unidos han puesto en ello el mayor empeño y han sostenido, además de las exposiciones permanentes del recinto de la Exposición, otra lujosamente presentada en un entresuelo del Boulevard de los Italianos en donde se encontraba lo más exquisito de las frutas de mesa presentadas del modo más esmerado. A las personas que visitaban esta exposición se les regalaba diversos folletos lujosa y artísticamente ilustrados, conteniendo noticias y datos interesantes sobre la industria y el comercio de frutas en el Sur de California.

Es de todos conocido la gran cantidad de productos alimenticios que llegan a los puertos ingleses del Cabo, América, Australia y hasta del Continente europeo en cámaras heladas; huevos, aves de corral, manteca y frutas.

En la sección de horticultura, los Estados Unidos han sostenido durante todo el tiempo de la Exposición una instalación de frutas frescas que habían sido conservadas y transportadas, a bajas temperaturas; en los últimos días el Canadá ha expuesto también una colección de manzanas y alguna otra parte que habían sido conservadas por el mismo procedimiento. En el mes de Septiembre estas frutas, que procedían de la cosecha del año anterior algunas tenían diez o doce meses de recogidas, conservaban el aspecto y el gusto de los productos recién cosechados. Los americanos presentaron también una serie de frutos, conservados en un líquido transparente, que hace oficio de alcohol, compuesto de agua con una pequeña cantidad de ácido sulfúrico y glicerina: no podemos precisar la proporción de las materias que forman dicho líquido ni si los productos conservados pueden o no tener luego aplicación.

En la sección de productos agrícolas, los Estados Unidos tenían una colección de frutas secas muy completa y presentada admirablemente; la calidad de los frutos lo mismo que la preparación y los envases nada dejaban que desear. En esta colección figuraban, no sólo las pasas de diferentes variedades, sino también los albaricoques, cerezas, peras, manzanas, etc., pues en aquel país se somete a desecación la mayor parte de las frutas después de sacarles la piel y los huesos, operaciones que se hacen a máquina, resultando así más rápida y económica.

Es tal la importancia que ha adquirido la producción de las frutas en los Estados Unidos, que se le considera como el producto agrícola de más consideración después de los cereales, y su valor no debe bajar de 1.500.000.000 de francos anuales; es decir, próximamente la mitad del valor de la riqueza agrícola española. Hace veinticinco años no se conocía la pasa en California, y el año pasado ha producido más de 12.000.000 de kilos, de los cuales 5.000.000 se destinaron a la exportación.

Las frutas secas exportadas en cajas metálicas se cifran anualmente por miles de toneladas, y los productos de segunda calidad que se exportan preparados convenientemente en barriles y cajas grandes de madera ascienden a cantidades colosales, pues en 1896 los puertos de Nueva York, Boston, Filadelfia y Portland han exportado más de 751.200 barriles y 15.470 cajas.

La producción de las frutas en el Estado de Nueva York debe tener hoy un valor que se aproxima a 100.000.000 de francos anuales. Se cuenta que una sola villa gasta más de 10.000 toneladas de carbón para secar su cosecha de manzanas.

La mayor parte de estos productos se secan hoy por medio de aparatos especiales empleando el aire caliente y seco, y no por el calor solar. Todos los cuidados de cultivo, recolección y conservación se practican de un modo racional que nada tiene de común con lo que vemos en Galicia.

El cultivo de los árboles frutales no es una industria accesoria, sino que se hace en gran escala; pues en el Estado de Nueva York, por ejemplo, existen extensiones de 175.000 hectáreas dedicadas a árboles frutales. En Georgia existe una huerta de 320 hectáreas que contiene 84.000 árboles frutales. En California una sola viña, explotada para la producción de la pasa, tiene una extensión de 1.650 hectáreas.

En la mayor parte de Galicia el cultivo del trigo y del centeno no paga seguramente los gastos, y por lo tanto, es un error lamentable no dedicar nuestras tierras a otras clases de cultivos más remuneradores y más adecuados al modo de ser del clima, de la tierra y de los habitantes de nuestras provincias.

La Normandía y la Bretaña francesas, que tienen con la región gallega un parecido asombroso, debieran servirnos de modelo en materia de sistemas de cultivo. En esas regiones la base principal es la explotación del ganado, sobre todo las vacas lecheras, para la producción de la manteca. Las grandes cantidades de leche desnatada que queda dedícase a engordar cerdos y aves de corral. En los terrenos dedicados a la producción de la hierba se cultivan además enormes cantidades de árboles frutales, sobre todo manzanas.

Por lo tanto, a la explotación del ganado que debe ser nuestra primer industria podemos y debemos asociar las frutas y las aves de corral.




ArribaAbajoCapítulo V

Conservación y desecación de las frutas en los Estados Unidos


En todos tiempos y en todos los países ha estudiado el hombre el arte de conservar los alimentos necesarios a su subsistencia; pero en Francia, particularmente, ha tomado este arte un desarrollo considerable, en especialidad en París, Nantes y Burdeos. En estos últimos tiempos, tres grandes centros de producción, los Estados Unidos, el Brasil y la Australia, han realizado progresos considerables en la conservación de las carnes cuya importación entra por una parte importante en la alimentación europea. Entre nosotros, para no ocuparnos sino de los productos agrícolas, y sin contar el consumo interior, la exportación de nuestras frutas en confituras o conservadas por el método Appert se ha elevado en 1881 a 3.713.443 kilogramos, evaluados en 10.095.375 pesetas.

Con la facilidad de los transportes, tanto el comercio normal como el de la época de venta de las frutas en los mercados del Norte se encuentran enteramente cambiados. Desde la apertura del San Gotardo, y por el Sr. F. Cirio, de Turín, recibe Alemania diariamente de treinta a cuarenta vagones de frutas y productos agrícolas de Italia. En Londres se vende por las calles piñas o ananas procedentes de la isla de Madera y de las Floridas, al mismo precio que las manzanas. En Francia, mientras que en la región parisiense nuestras uvas no están todavía en sazón, las recibimos del Mediodía en Julio a precios módicos; la Kabilia puede suministrarnos esa fruta tres meses antes que maduren las nuestras. Cuando nuestros transportes se hayan perfeccionado, y simplificádose nuestras aduanas y nuestros portazos, nuestra alimentación de invierno se modificará en gran parte.

De todos los mercados, el más curioso es el de Nueva Orleans, porque en él se hallan los más encontrados productos, así los de las Antillas, que llegan en vapores, como los del Norte, que descienden en línea recta por un río de 800 leguas, expendido todo por vendedoras negras, blancas, cobrizas, de todos los países del alrededor; sus lenguas, como sus productos, dan una idea de la torre de Babel.

Pero volvamos a nuestro asunto. Aparte de los diferentes modos de ensilaje, tan antiguos como el mundo, -la sal, el hielo, el ahumado, el vinagre, la cocción, la desecación, la confitura, el aguardiente, las atmósferas artificiales, el ácido salicílico, todo ha sido preconizado y utilizado, según las circunstancias, para asegurar nuestra existencia durante las estaciones rigurosas o los largos viajes marítimos. En estos últimos años, el procedimiento del frío, sobre todo, ha llamado la atención de los industriales, viéndose recientemente que, si se podían destruir las trichinas dando una cocción conveniente a las carnes que se importaban, tendremos en adelante un arma infalible sometiendo estas carnes a un frío de 20 a 40º; con esto habremos conseguido, además, un medio de destruir los huevos de los parásitos que existen en las carnes crudas, de las cuales es sabido se hace uso en medicina para los anémicos que, según parece, las digieren con más facilidad.

Pero nosotros no tenemos aquí que ocuparnos sino de horticultura, y apenas si debemos recordar los diversos procedimientos para calentar los vinos con objeto de asegurar su conservación, o de los sistemas de desecación de las uvas, de los higos y de los dátiles, que se emplean de tiempo inmemorial en Oriente y en España. Hoy que nuestras cosechas nos faltan, tenemos la fortuna de encontrar pasas de Turquía, de cuyo producto hemos importado en 1881 más de 37 millones de kilogramos. De ellos hemos empleado una parte en fabricar 4 millones de hectolitros de vino para hacer mezclas con los nuestros. Lo mismo ocurrirá con otras frutas secas, cuyo uso se extenderá en el porvenir en todos aquellos países poco favorecidos por el clima, como vamos a verlo inmediatamente por las exportaciones de los Estados Unidos.

No hablaré aquí de las frutas conservadas en estado natural, frescas, ni de las condiciones que debe llenar un buen frutero o granero de frutas. Cada cual cree haber inventado un medio maravilloso e inédito (que no tiene de nuevo sino haber sido ya olvidado), mientras que este medio no es realmente eficaz sino en el caso de cumplir las leyes de la naturaleza, que pueden resumirse en pocas palabras y que nunca se repetirán bastante.

Desde el momento en que la fruta se forma en el árbol, pasa por una serie de transformaciones que consiste, primeramente, cuando se halla verde, en descomponer el ácido carbónico y exhalar oxígeno lo mismo que las hojas; cuando pasa al período de madurez, su color se transforma según las especies, principalmente en la cara expuesta al sol. Se produce en sus células una combustión lenta, que hace desaparecer los ácidos para ser sustituidos por el principio azucarado; en este momento y tomando ciertas precauciones harto conocidas hoy, es preciso coger la fruta destinada a ser conservada. Después de haberla limpiado, hay que colocarla en un medio donde se encuentre al abrigo de los tres agentes de la vegetación: el calor la luz y la humedad. El exceso de humedad hace enmohecer las frutas; demasiada sequedad, las arruga; demasiado calor, las madura; demasiado frío, les rompe las células líquidas, quitando a las frutas su aspecto y su sabor, pero todo esto ha sido repetido cien veces. Nos limitaremos, por hoy, a describir los procedimientos de conservación usados actualmente en grande escala en los Estados Unidos.

Allí, como en otras partes, recurrieron primeramente a la desecación en hornos ordinarios; después, a los fruteros de todos géneros; más tarde, a los sistemas de evaporación rápida, que consisten en colocar la fruta en una corriente de aire caliente para eliminar sus elementos acuosos sin quitarle su gusto y perfume especial.

La producción de la fruta ha llegado a ser hoy tan considerable en varios de aquellos Estados, que en algunos años las cosechas no cubren los gastos de recolección y embalaje, sobre todo en las comarcas distantes de los grandes centros de consumo y exportación. En determinado momento, Septiembre y Octubre, todos los productos del suelo se encuentran en gran abundancia, pero luego se hacen muy raros, en Marzo y Abril. Por mucho que se repita, cuando se planta, no se ocupa la gente lo bastante en lo concerniente a la época de la madurez de la fruta, sobre todo de las peras y de las manzanas, cuyo uso en estado natural o fresco puede extenderse a ocho o nueve meses.

En ciertos distritos de la California, como en los de San Francisco y de los Ángeles, que son los más productores, se recurre desde hace unos cuantos años al procedimiento Appert y al embalaje en cajas metálicas, que conservan las frutas con todo el sabor y apariencia de su estado fresco. El producto se aproxima más al gusto del consumidor europeo; pero es un medio demasiado caro para la gran masa de frutas de los Estados del interior. No se puede emplear este procedimiento sino con las de primer orden: los productos así preparados ocupan mucho espacio y pesan mucho. Es forzoso, además, vigilar cuidadosamente la estañadura de las cajas metálicas y los procedimientos de soldadura, cuyas malas aleaciones llevan consigo graves trastornos para la salud. Cuando se trata de elaborar rápidamente grandes masas destinadas al gran consumo, es preferible recurrir a la desecación, o a lo que se llama en los Estados Unidos la evaporación.

Este procedimiento conserva a las frutas su color natural, su gusto, y casi su sabor primitivo; desarrolla en el fruto una especie de envoltura o corteza artificial que aprisiona los principios azucarados, como lo hace la Naturaleza en los dátiles y en las pasas secados al sol, con su primitiva piel. Para utilizar las frutas desecadas o evaporadas, no hay más que sumergirlas en agua durante algunas horas antes de llevar a cabo la operación de la cocción, como se hace con las frutas frescas. El mismo medio se emplea en gran escala con las legumbres. Tiene la ventaja de utilizar las frutas de segunda y tercera clase, de poderse aplicar en todos los lugares, en todas las estaciones, hasta en los climas del Norte, y de verificarse con gran rapidez, mientras que la desecación al sol no puede llevarse a cabo sino lentamente y sólo en los climas meridionales.

Hay más; en los países donde la producción de las frutas y su exportación desempeñan un gran papel, es inútil insistir en la importancia que encierra el reducir los productos a muy pequeño volumen quitándoles el 80 por 100 de agua con objeto de hacer más económico su transporte. Tal es el pensamiento que ha guiado a muchas casas fundadas en Francia para la fabricación de conservas de legumbres cortadas y prensadas con destino a la marina o a los ejércitos en campaña. En la California del Sur se emplea en grande escala para las remolachas un procedimiento que consiste en cortarlas mecánicamente en rebanadas de tres o cuatro centímetros y enjugarlas al sol durante algunas horas; así se disminuye mucho su peso para el transporte y parece que aumenta su rendimiento de azúcar.

Para dar una idea de la inmensidad de la producción de conservas alimenticias, baste decir que a la Exposición del Campo de Marte, el año de 1878, concurrieron más de 1.600 expositores franceses y extranjeros. En cuanto a los Estados Unidos, en su Exposición Internacional de Filadelfia había cerca de 60.000 muestras de fruta de todas especies, estimándose su cosecha de manzanas en 250 millones de pesetas, la de los melocotones en 280 millones, la de las peras en 100 millones, y la total de sus vergeles en 800 millones, es decir, en casi la mitad de la cosecha de trigo.

Antes de explicar en qué consisten los evaporadores americanos, describiremos las diversas máquinas inventadas por ellos para pelar, cortar y descorazonar las manzanas. Mondadas por medio de sencillos aparatos, se llega a preparar de dos a tres hectolitros por hora, y los residuos y el corazón de la fruta se venden para helados o sidra; no se pierde, pues, absolutamente nada por tales procedimientos, ni se transporta lejos los desechos ni los productos de escaso valor. Después de esta primera operación, se colocan las manzanas en los evaporadores.

Entre éstos, uno de los más usados y antiguos es el aparato Alden, que principió a ser conocido en 1869: se emplea principalmente en los grandes establecimientos. Sigue el aparato de Williams, que consiste esencialmente en una especie de caja cuadrangular de diez o doce metros de altura por 1,50 o 2 metros de ancho. En el interior hay un tabique que separa dos columnas, por donde circulan zarzos de alambre galvanizado aislados unos de otros y movidos por una cabria alrededor de la cual se enroscan cadenas sin fin. Por aberturas laterales se colocan debajo, uno sobre otro, los zarzos llenos de fruta, directamente encima del aparalo de aire caliente. Estos zarzos suben sucesivamente por una columna y bajan por la otra, de donde se les retira a medida que bajan, más o menos rápidamente, según la intensidad del fuego o el grado de evaporación que quiere obtenerse.

Otro gran aparato industrial es el de Mc. Farland, en el cual la columna de los zarzos es única y los armarios dobles, para facilitar la colocación de aquéllos. Se les hace subir deslizándose despacio unos sobre otros, y se les retira por la parte superior, levantando una de las cortinas móviles adheridas al sombrero de palastro suspendido en el techo. Para activar la circulación del aire húmedo, se utiliza en un tubo doble el calor de los cañones de la chimenea y el del cuarto del piso bajo donde se coloca el calorífero. Un sencillo movimiento de palanca levanta toda la columna, más o menos rápidamente, según el estado de desecación de las frutas.

Además de los grandes aparatos fijos, destinados unas veces a las grandes haciendas, y que otras veces se adquieren en común por sindicatos, de igual manera que se hace en nuestro país con las prensas de vino o las segadoras, se construyen también evaporadores portátiles de hierro galvanizado, por cuyo centro pasa el cañón de la chimenea, cuyo calor se utiliza a la vez para la desecación y para arrastrar consigo el vapor de agua en el doble tubo que sube desde la parte inferior. Estos secadores o evaporadores portátiles tienen la ventaja de no ocupar mucho terreno y poder almacenarse en cualquier parte, durante la época que no se usan, y sirven para secar toda clase de frutas y legumbres. Toda granja algo importante posee un evaporador, lo mismo que posee una cribadora mecánica o una guadañadora.

En los años de gran abundancia, teniendo esos aparatos, se disfruta la ventaja de no tener que sacrificar en las épocas de bajo precio una preciosa mercancía; almacénase, una vez preparada por medios como los enumerados, y se expide en el momento propicio para la venta a los grandes mercados, dejando su valor intrínseco y no quitándole sino la parte acuosa, la cual se le restituye en el momento que se quiere utilizar la mercancía. Por último, se decupla el número de compradores y se aumenta considerablemente el producto de las haciendas situadas lejos de las grandes poblaciones. En los Estados Unidos se calcula que un bushel (36 litros) de manzanas cortadas, que valen en estado fresco 75 céntimos, pesa cerca de seis libras (2,500 kilogramos) después de la desecación, sin contar el desperdicio, que se emplea en fabricar sidra. Los gastos se elevan a 10 ó 15 céntimos por libra. Al salir del secador se embala la fruta, manzanas, peras, melocotones, etc., en cajas de 25 kilos, que se venden en los Estados Unidos al precio de 0,50 a 0, 75 pesetas la libra, según las estaciones; y en París, al por menor, a un precio que oscila entre 0,90 y 1,25 pesetas el medio kilo.

Además de los aparatos de que se ha hecho mención, empleados especialmente en los países del Norte, donde se echa mano del calor artificial, se emplean también en los Estados del Sur evaporadores naturales, es decir, hornos donde se utiliza el calor solar, no al aire libre como en Oriente o en Málaga sino en cajas cerradas. El sol viene entonces a continuar la obra empezada cuando el fruto se hallaba en el árbol. Estos hornos tienen generalmente de tres a cinco metros de ancho, por cinco o seis de largo. Los lados de la caja están forrados de hoja de lata, y obran como reflectores para concentrarlos rayos solares en los zarzos donde se colocan las frutas. Estas cajas tienen un sencillo mecanismo para hacerlas girar siempre mirando al sol, y por una de las paredes móviles se introducen los zarzos, manteniendo una inclinación de un ángulo de 45 grados, dentro de cuyo ángulo va el aparato giratorio. Por término medio se necesitan de tres a cinco horas para secar las manzanas, cortadas en rebanadas; de ocho a diez para los albaricoques, divididos por mitad, y de doce a catorce para los melocotones. La parte superior de las cajas está cubierta con vidrios, como nuestras campanas de jardín y huerta, y los elementos acuosos que se evaporan salen por dos chimeneas que comunican con el interior de estas cajas. Mediante esta clausura completa del aparato, no sólo se concentra el calor, sino que se ponen las frutas al abrigo del polvo atmosférico y de los insectos.

Al empezar las presentes líneas dije que el frío estaba destinado a desempeñar gran papel en la alimentación, y sobre todo, en el arte de las conservas. Hasta el presente se han estudiado mucho los efectos y el empleo del calor para la alimentación y la industria; ahora se comprende el papel que, a su vez, debe representar el frío, y las tentativas hechas estos últimos años han logrado introducir ya mejoras importantísimas en el transporte y conservación de las carnes; pero aquí no nos ocupamos sino de horticultura.

Hace mucho tiempo que M. H. Teiller ha hecho experiencias, sobre la conservación de las frutas por medio del frío; después de él, entre los que han ensayado seriamente y por medio de trabajos científicos la acción del frío sobre los productos hortícolas debemos citar en primer término a M. E. Salomón, de Thomery. Ha hecho instalar nuestro colega en sus establecimientos un secadero modelo para frutas, y aparatos especiales destinados a la conservación de uvas especialmente. Sabido es que de todos los productos es éste uno de los más fáciles de conservar, siendo al propio tiempo la fruta que más aumenta de valor en un tiempo dado. Así, lo que vale 1 peseta en Septiembre, vale 1,50 en Octubre, 2,50 en Noviembre y Diciembre, 3 y 4 en Enero, 5 y 6 en Febrero, 10 y 15 en Abril. Ningún objeto de comercio aumenta tanto de valor en tan poco tiempo. De las experiencias hechas por M. Salomón, resulta: que todos los frutos de tejido seco, como las nueces, las almendras, lo mismo que las frutas que contienen poco líquido, y todas las que tienen piel consistente, como las uvas, pueden conservarse de tres a seis meses sin alteración de sabor ni cambio de aspecto, siempre que se las encierre en un medio obscuro, cuya temperatura y humedad se hallen convenientemente reguladas. En cuanto a las frutas pulposas, tales como las cerezas, ciruelas, melocotones, fresas, etc., su conservación se puede lograr durante mucho tiempo sin que su aspecto cambie sensiblemente, si bien sus jugos se alteran con bastante facilidad y su sabor primero desaparece pronto.

Me complazco, al terminar este trabajo, en rendir el tributo que se merece, a la iniciativa de uno de nuestros colegas de la Société d'Horticulture, que ha sabido extender el renombre de Thomery, aplicando a la conservación de sus notables productos, procedimientos industriales empleados en grande escala y destinados a duplicar la riqueza de nuestros hábiles viticultores.




ArribaAbajoCapítulo VI

Condiciones económicas del cultivo del almendro3


1. Formación del almendral. -Donde es común la asociación de cereales y almendros, se plantan éstos en barbecho, a fin de que cobren mucha fuerza inicial y no se desmedren el primer año por causa del otro cultivo. En Villajoyosa los ponen a distancia de doce pasos, entrando, por tanto, 150 pies por hectárea: en Relleu, de 60 a 80, según la calidad o riqueza del suelo. El vivero suele ser de almendras amargas, que dan mayor robustez al árbol; y se sacan de él los plantones entre los tres y los diez años (según la variedad, la temperatura, los riegos, etcétera), con una altura, generalmente, de metro y medio. Cuestan real y medio cada uno en la sierra, dos o tres reales en la marina. El presupuesto de plantación lo calculan en ésta a razón de seis a diez reales por pie. Más barato es en la sierra: un hombre abre catorce hoyos en un día, con un jornal de cinco reales, saliendo, por tanto, cada uno a nueve céntimos de peseta: otro jornal basta para plantar 22 o 23 almendros, que es decir, un coste de seis céntimos por cada uno. Conviene tener en cuenta, y sirva esta observación para los cálculos ulteriores, que el jornal de cinco reales no está en proporción con los productos de ese cultivo ni con las necesidades de los braceros, y no podrá sostenerse mucho tiempo. En veinte años, ha subido el precio de la almendra un 100 por 100; al paso que el precio del jornal ha permanecido casi estacionario, habiendo aumentado únicamente en un 20 por 100: antes se pagaban a peseta, ahora a cinco reales: a dos y medio el jornal de mujer para recolectar. Agréguese que ese jornal no es permanente, y se comprenderá por qué emigran a África los jornaleros alicantinos y por qué principia a sentirse escasez de brazos en aquella marina. No tendrán otro remedio los propietarios que subir el tipo del jornal.

Luego de plantados los almendros, si la tierra es de secano, hay que regarlos una o dos veces con agua llevada a lomo, a razón de cuatro cántaros por pie, cuyo coste varía con la distancia. Tres años después, se injertan de almendro dulce: planeta (principalmente la variedad llamada micaleta) en las comarcas cálidas y templadas; marcona y costereta, en las frías, porque tardan más en florecer y resisten mejor las heladas. Un hombre injerta de 40 a 50 pies en un día, y recibe seis reales de jornal, por ser su trabajo más delicado que el de ahoyar o cavar, y no hallarse al alcance de todos los jornaleros. Algunos labradores plantan ya los almendros injertados, porque adelanta la formación del almendral un año por lo menos.

Formado el almendral con plantas injertadas, tarda, en los regadíos de la marina, siete años en dar un producto equivalente al valor de los cereales (trigo y maíz) que se cosecharían en el mismo terreno desnudo de arbolado. Sigue creciendo desde los ocho a los diez y seis años: se halla en la plenitud de su vida y en el máximum de su producción (triple de la de los cereales), entro los diez y seis y los treinta y seis años: desde esta edad va declinando hasta los cincuenta años, en que su producción principia a ser inferior a la del cultivo cereal.

El desarrollo del almendro es más lento en los secanos, y por lo mismo vive más. En las Baleares, equiparan su duración a la del hombre: producen el equivalente de una cosecha de cereales, por término medio, a los catorce años de plantados: a los cuarenta años, llegan a su apogeo, que se extiende hasta los sesenta. En Relleu se calcula que los 40 ó 45 pies que ocupan un jornal de 48 áreas, producen, al sexto año de plantados, tres barchillas o dobles decálitros de almendra.

En el primer período de la vida del almendro, no permanece ociosa la tierra: siguen cultivándose en ella, lo mismo que antes, hortalizas o cereales, si la tierra es de regadío; cereales, si es de secano. La producción de patatas, habas, melones, y aun maíz, en la huerta de Villajoyosa, no desmerece de un modo sensible en los primeros años: destierran el trigo, porque retarda considerablemente el desarrollo del árbol: vio así en los pueblos de sierra. En los secanos de la isla de Mallorca, mengua la cosecha de trigo en un 10 a 15 por 100, durante los primeros catorce o quince años que el almendro necesita para igualar la renta del trigo cultivado a su pie.

2. Gastos del cultivo del almendro. -El siguiente cálculo está hecho sobre la base de un jornal de tierra (29 áreas, 80 centiáreas) de primera clase, de Villajoyosa.

Apertura de las regueras, en Octubre, un jornal, 5 reales. -Riego de Octubre o Noviembre: agua, 15 reales: jornal del regador, 5 reales. -Reja detrás del riego: yunta, 18 reales; medio jornal para cavar el pie del árbol, los rincones y aletas, 2 ½ reales. -Otro riego y otra reja en Diciembre o Enero, 45 ½ reales. Nueva reja en Marzo, y con ella medio jornal de cavador para quitar las hierbas malas y atablar el suelo, 21 reales. -Doscientos capazos de estiércol cada cuatro años, que valen, inclusos los gastos de acarreo, 120 reales, o sea, por año, 40. -Recolección y transporte, de 1 a 2 reales por barchilla, 60 reales: un hombre (5 reales) y dos mujeres (a 2 ½ reales) recolectan el fruto de 15 a 20 almendros por día: en tierras inferiores, de 30 a 35. Gastos de mondar la almendra o quitarle la cáscara exterior, a 8 céntimos de peseta barchilla, 20 reales. -Total: 232 reales.

Algunos, los menos, dan un tercer riego en Marzo, lo cual supone un aumento de 20 reales al anterior presupuesto de gastos. También a veces benefician al almendral con una cuarta reja, para matar las malas hierbas.

En el anterior cálculo no se ha tomado en cuenta la contribución4. Tampoco los gastos de poda, que en las tierras de secano suelen igualar al valor de la leña resultante, y en las de regadío le son algo inferiores. En la marina, se verifica esa operación cada tres o cuatro años; en la sierra, cada dos, el año que el suelo está de rastrojo, e inmediatamente después de cogido el fruto. Constituye un oficio especial, que requiere gran inteligencia, mucha práctica y espíritu observador, dotes que pocos reúnen, por lo cual, los buenos podadores escasean bastante y sus servicios son muy solicitados. Esto no obstante, el jornal de limpiar y podar se paga tan sólo a 6 reales, lo mismo que el de injertar, que no constituye una especialidad. Un hombre limpia y poda en un día 35 almendros: atacan de preferencia las ramas chuponas o tragonas, que ellos llaman reyes, porque no producen: todavía repugnan la operación las mujeres, como hace veinte años los hombres, creyendo que cortar ramas, sobre todo si son grandes, es disminuir la renta.

En los secanos de Relleu recogen muy cuidadosamente las aguas correntías en días de lluvia, abriendo zanjas desde las laderas incultas y torrentes, y dirigiéndolas a veces desde grandes distancias, a los bancales: derrámanse por éstos el año que están sembrados, para que sirvan a los cereales y a los almendros juntamente; pero si están de barbecho, a fin de no desperdiciar el agua, la conducen directamente al pie de los almendros, reteniéndola por medio de caballones circulares. -Además, en Agosto, dan una reja al almendral, a fin de meteorizar la tierra y fortalecer los árboles, preparando la formación de los nuevos brotes que han de llevar la cosecha del año siguiente.

3. Productos de este cultivo. Comparación con el de cereales. -Reduciré esos productos a los cuatro siguientes:

I. La madera de los árboles que se mueren o cortan, y que se destina, a causa de su mucha dureza y resistencia, a labrar dinteles de puertas, peldaños de escalera, husillos de molinos de aceite, obras de tornería, etc.; y la leña que resulta de la poda. Cuando los propietarios no han de consumir toda la que obtienen como combustible directo, fabrican carbón con ella. En secano, 35 árboles producen 6 reales de leña, lo mismo que cuesta la operación: en regadío, excede siempre en algo los gastos que ocasiona ésta.

II. La cubierta exterior del fruto (epicarpio y mesocarpio), que es verde, y se llama en la provincia de Alicante pellorfa. Por cada cahiz de almendra de secano, produce la pellorfa de 15 a 16 libras valencianas de ceniza; 18, y aun más, si la almendra procede de tierra de regadío. En los secanos de la sierra, calculan poco más de cuatro arrobas de ceniza por hectárea al año. Se destina a la fabricación de jabón: los vendedores la adulteran a veces, mezclándole tierra, a fin de que pese más, pero los jaboneros de Alcoy gradúan la riqueza alcalina de su lejía, y por la proporción de sales que contiene la justiprecian. Hace algunos años, este producto cubría los gastos de recolección; pero la adopción de la sosa del comercio por la industria jabonera ha originado la depreciación de la ceniza de pellorfa, la cual se vende hoy a 8 ó 10 reales arroba. Representa esto, próximamente, la mitad del coste de la recolección. En buenos principios, esta ceniza debiera restituirse al suelo, enterrándola en el almendral, a fin de no empobrecerlo de potasa.

III. La cubierta media, cáscara dura o leñosa de la almendra (endocarpio), que en el país clásico de este cultivo denominan escorfa. Su aplicación es como combustible. Su valor cubre los gastos de abrirla o romperla, para obtener el último y principal producto, que es el siguiente:

IV. La almendra o semilla propiamente dicha, llamada almendró, y también galló, con numerosas aplicaciones a la cocina, repostería, confitería, medicina y perfumería. Unas veces, los cosecheros sacan por su cuenta el almendrón, y venden su cosecha en esta forma a los comisionistas; pero ya se van persuadiendo de que les conviene más vender a éstos la almendra sin partir, y así lo hace la mayoría.

En Villajoyosa se cultivan los almendros, por lo común, en tierras que puedan recibir dos o tres riegos cada año: las tierras que disfrutan, agua abundante no se destinan a almendral, sino a huerta. Esto supuesto, un jornal de tierra (29 áreas y 80 centiáreas) produce en la época de mayor desarrollo del árbol (entre los diez y seis y los treinta y seis años) 72 barchillas de almendra (la barchilla unos 20 litros), término medio anual, en tierras de primera y con esmerado cultivo5. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que las heladas y las sequías destruyen a menudo algunos árboles, disminuyendo la producción, y que por eso, se considera buena o regular cosecha la que rinde 48 a 60 barchillas, según los terrenos. Adoptando como cifra media de producción la de 60 barchillas por año, y como precio medio de cada barchilla 15 reales, resulta un rendimiento bruto de 900 reales. Contando la leña por la poda, y la ceniza de la cáscara por la mitad de los gastos de recolección y limpia, y deduciendo 182 reales por los demás gastos, queda un producto líquido de 718 reales por jornal de tierra, o sea, 2.409 reales por hectárea. Cultivada de trigo y maíz esa misma tierra, da en arrendamiento de 240 a 280 reales. La relación, pues, entre el producto de los cereales y el de los almendros, es de 1 a 3. Esto explica la sustitución del trigo por el almendro que se está operando en la provincia de Alicante.

En secano, la producción es mucho menor, absoluta, y relativamente. En la isla de Mallorca, la renta líquida del almendral oscila entre 240 y 280 reales por hectárea, según la localidad y la naturaleza del suelo. En todo caso, es superior en un 50 por 100 al producto que se obtiene del trigo en el mismo terreno. A esta cifra ha de añadirse el producto de los cereales, que es general cultivar asociados al almendro.

En los secanos frescos de la sierra, Relleu, por ejemplo, la producción media es de unas 94 barchillas por hectárea (45 por jornal de 48 áreas), pero se paga mejor que la de regadío, por la razón que se dirá en el apartado 5, § 1.º: su precio ordinario es 18 reales. Una tierra poblada de almendros en plena producción y apta para el cultivo del trigo y cebada, se tasa a razón de 8.000 reales la hectárea, y se calcula que produce al propietario una renta equivalente al 5 por 100 de ese capital, y otro 5 por 100 al colono, como equivalencia de su trabajo, abonos, contribuciones, etc. Adviértase, sin embargo, que en estas cifras van ya envueltos los dos líquidos del cultivo arbóreo y del cultivo cereal, de que ahora voy a ocuparme.

4. Asociación de cultivos. -A los pocos años de plantado el árbol, debiera cesar todo otro cultivo en el almendral. Hemos visto que hay que dar a los almendros tres rejas en Octubre o Noviembre, en Diciembre o Enero y en Marzo: ahora bien, si el almendral se cultiva de trigo o de cebada, esas labores son imposibles fuera de los barbechos, y hay que limitarse a la cava del pie; la tierra se acorteza, el aire no circula por las raíces, y la producción se resiente indefectiblemente: el año de barbecho, el árbol se ostenta muy lozano y poderoso, pero renta poco, porque siente los efectos del año anterior: al revés, el año de rastrojo, aparece menos robusto, los brotes nuevos para el año siguiente son menores, y sin embargo, da una gran cosecha, porque el árbol cobró gran fuerza con las labores de la barbechera. Hemos visto también que una reja en Agosto puede decidir de la cosecha del año siguiente: pues bien, hay que renunciar a darla, si el almendral se siembra de maíz. Además, los frecuentes riegos que éste requiere en verano, destruyen el árbol, y el árbol a su vez impide el desarrollo del maíz, dañándose mutuamente: el daño es menor en los secanos frescos de sierra, donde es posible la asociación de estos dos cultivos.

Esto lo saben los labradores, a quienes no ha escapado la observación de que los almendros crecen mucho más el año que la tierra del almendral queda de barbecho; pero la falta de terreno y de capital en proporción a la densidad de población, obliga a concentrar los cultivos todo lo posible, considerando que si bien los almendros perjudican a los cereales y los cereales a los almendros, la disminución de cada uno de los dos frutos por causa del otro no llega al 50 por 100 ni el aumento de labores al doble, y por tanto, la asociación de los dos produce una renta superior a la que produciría solo o aislado uno cualquiera de ellos. En los secanos de la sierra de Alicante, principia a adoptarse por algunos una componenda, que consiste en sustituir, para el cultivo de trigo en los almendrales, el sistema de año y vez por el de tres hojas, dejando cada año sin sembrar las dos terceras partes del suelo en vez de la mitad. Llaman a esto tersechar o tercear.

En la isla de Mallorca, se calcula que la producción de trigo en los almendrales (de secano) disminuye en un 10 a 13 por 100 con relación a la que se obtendría en la misma tierra desnuda de arbolado. Ignoro la proporción en que disminuye la cosecha de almendra. De la renta líquida que produce un almendral, atribuyen algunos las cuatro quintas partes a los almendros y la quinta restante al trigo. Para esto, hay que dejar sin sembrar alrededor de cada árbol un espacio mínimum de 6 a 9 pies cuadrados, o un metro: cuando no se hace así, los árboles padecen mucho, y aun llegan a perecer algunos como por asfixia: el trigo, dicen, sofoca, ahoga al árbol. Además, hay que poner a los almendros una cantidad de abono mayor que si se cultivaran solos.

De todos modos, la asociación de uno y otro cultivo sólo conviene en tierras de buena calidad. En las inferiores, es opinión, entre muchos labradores de Mallorca, que sería preferible abandonar el suelo a los pastos naturales, que producirían tanto o más que el trigo con menos quebranto de los almendros. Los cosecheros de Relleu no siembran cereales en terrenos flojos, ni en los muy pendientes, donde los bancales son estrechos.

La asociación de cultivos ha traído consigo la separación de derechos y de explotaciones, lo mismo que en Aragón con los olivos, frutales y moreras; lo mismo que en Valencia y Castellón con los naranjos; lo mismo que en Extremadura con la encinas. Es muy frecuente en la isla de Mallorca que el propietario arriende el suelo para cultivar cereales, reservándose íntegro el beneficio del arbolado. La renta que paga el colono se compone ordinariamente de dos partes: 1.ª, participación que toman los almendros en las labores que da y abonos que pone en la tierra para la siembra del trigo: 2.ª, una cantidad en metálico igual a la que se paga por tierras de pan llevar de la misma clase sin arbolado, deducido un 10 por 100. A veces, cuando la tierra es de ínfima clase, se suprime esta segunda partida, contándose las rentas por las labores y abonos. En los plantíos de almendros (regadío) de Villajoyosa, el arrendamiento torna generalmente la forma de aparcería: suele pactarse por tiempo de un año, y para cosecha determinada (verbigracia, habas): el propietario pone el agua y los abonos; el aparcero, los trabajos de cultivo, vigilancia, recolección y venta; la simiente se paga por mitad; el producto de esa cosecha anual se parte por mitad también entre los dos: el fruto del almendro cede en beneficio exclusivo del propietario. La siembra de habas en los bancales suele hacerse cada cuatro o seis años tan sólo, y el producto bruto de cada cosecha se calcula en 150 pesetas por hectárea, si la plantación de los almendros no es muy espesa.

5. Causas que alteran o modifican, la producción de los almendros. -En los cálculos que preceden se ha tomado como base las condiciones medias en que se verifica la producción; pero no bien se desciende a los casos particulares, esas condiciones cambian de unos a otros considerablemente, y por tanto, el cálculo de producción fundado en ellas. Tres son, fundamentalmente, esas causas que hacen oficio de coeficientes de alteración en el precitado cálculo.

1.ª Cantidad de agua que ha recibido el almendro. -Acontece en años secos: a) que los frutos son más menudos, menos voluminosos, y por tanto, al medirlos en la barchilla, quedan menos huecos entre fruto y fruto, y un mismo volumen pesa más que en los años abundantes, en que el fruto es más grueso y ocupa un espacio mucho mayor; b) que la parte leñosa de ese fruto, o sea, la cáscara dura es más delgada y pesa menos, con relación al peso de la semilla o almendra, que en años lluviosos o de abundante riego. Consecuencia de esto: que los 5 cahices o 60 barchillas de fruto produzcan unos años 15 arrobas de almendrón, y otros 11 solamente, y que el precio por barchilla cambie en esa misma proporción. -Esto mismo acontece en la relación de los almendrales de secano a los de regadío: la almendra de los pueblos de la sierra (verbigracia, Relleu) se paga por esa razón un 5 a 10 por 100 más que la de los pueblos de la marina (verbigracia, Villajoyosa). El precio del fruto aumenta gradualmente con la altitud de la comarca en que se cosecha; si bien los gastos de transporte, que son mayores, compensan la diferencia.

2.ª La naturaleza del suelo. -En igualdad de las demás circunstancias, unos terrenos son más a propósito que otros para el cultivo del almendro. Así, por ejemplo, las tierras de primera clase o de segunda del Brasal de la Canal (Villajoyosa), producen mayor cantidad de fruto que las tierras de primera o de segunda de cualquiera otra partida de aquel distrito. El suelo en que prospera mejor este árbol es el calizo con mezcla o fondo de grava menuda y arena, porque en tiempo húmedo, deja filtrar el exceso de humedad y las raíces no se pudren, y en tiempo seco, la retiene, impidiendo su rápida evaporación. En terrenos margosos e impermeables se da muy mal el almendro: son anegadizos en tiempo de lluvia y secos en verano. Las comarcas clásicas de este cultivo y donde el almendrón tiene mayor estima, son Relleu, Orcheta, Aguas de Busot y Villajoyosa, donde cultivan por lo común la micaleta; y Valle de Guadalest, Marquesado de Denia, Tarbena, Gijona y pueblos cercanos a Alicante, donde cultivan variedades de clase inferior a la citada.

3.ª La variedad de almendro que se cultiva. -Supuesta la identidad de todas las demás circunstancias, temperatura, humedad, naturaleza del suelo, labores, etc., unas variedades producen más en calidad, o en cantidad, o en cantidad y calidad, que otras. En los gabinetes de la Institución existe una colección de catorce variedades, que son las más usualmente cultivadas en la provincia de Alicante. Las cualidades económicas de cada una, según relación que debo, así como la colección misma, al Sr. D. Juan Lloret, agricultor de Villajoyosa, son las siguientes.

Ante todo, las variedades en cuestión han de clasificarse en tres grupos: almendra fina, comuna o planeta y mollar o amollar, haciendo caso omiso de la amarga6. Son almendras finas la bal-le, la pestañeta y la marcona. Hay bal-le legítima o más fina y bal-le inferior o menos fina: la primera hace poco fruto, pero muy rico en aceite y muy apreciado en las confiterías, que la pagan una peseta más por barchilla que el de otras variedades: no se exporta al extranjero, porque, según dicen, se enrancia pronto: la bal-le inferior hace más fruto, pero pierde en calidad lo que gana en cantidad: la primera es tardía en florecer y madurar, se halla desterrada de Villajoyosa, la cultivan en Relleu, Sella y otros lugares de la montaña, donde produce más que en la marina. Todavía es peor la amollar del bal-le, que apenas se conoce ya fuera de Relleu, y que se destina a los mismos usos que las anteriores, mezclándola con ellas en pequeña proporción. Las cualidades de la pestañeta son todavía menos recomendables que las del bal-le, pues adolece de sus mismos inconvenientes sin tener ninguna de sus ventajas: no sirve para la exportación y se consume toda en las confiterías, por lo cual se cultiva muy poco en la montaña y nada en la marina. La marcona es muy gustosa, pero tiene poca estima en las confiterías, por cuya razón, así como también por ser el árbol pequeño y de escasa potencia productiva, no está en gran predicamento entre los labradores: en cambio, es tardío en florecer y resistente a las heladas, por lo cual, es apto para las comarcas montuosas y frescas: se cultiva en Trabena, Bollula y Valle de Guadalest: su almendra se consume casi toda en Madrid. Afine a la almendra de bal-le es la costereta, aunque menos fina: resiste al frío más que la comuna o planeta; su fruto no tiene estima en el extranjero, y se consume en las confiterías del país, y parte en Madrid. Su precio es ordinariamente el mismo que el de la planeta: algunos años se vende un real más caro por barchilla.

Son almendras mollares o amollares, esto es, de cáscara blanda, la blanqueta y la fornigueta. La blanqueta, así llamada por su color, es de hermosa apariencia; cada fruto encierra generalmente dos almendras: tiene poco aceite, por lo cual carece de aplicación en confitería: se usa como postre, sacándola entera a la mesa sin abrir, por la gran facilidad con que se rompe sin esfuerzo ninguno. Se vende una peseta por barchilla más cara que la comuna. Se exporta mucho para Orán, Argel, Marsella, etc. Tiene el inconveniente de que da poco fruto, por lo cual, los cosecheros que forman almendrales nuevos se retraen ya de injertar con esta variedad. La fornigueta, así llamada por su aspecto, que parece agujereada y bordada por las hormigas, es de calidad inferior a la precedente y tiene menos estima en el mercado: cuando la planeta alcanza buenos precios, la mezclan con ella para venderla mejor. Hoy no se injerta ya de esta variedad, al menos en la marina. Los pies que no se injertaron y luego, al fructificar, resultan ser de fornigueta, los conservan sólo en el caso de que hagan una regular cantidad de fruto y de que éste madure al mismo tiempo que la planeta.

La planeta (así llamada en Alicante; comuna en Villajoyosa) comprende cuantas variedades caen fuera de los dos grupos anteriores. Las variedades son numerosísimas, pero las más conocidas y cultivadas son: la micaleta y la trilleta. Entrambas dan fruto para la exportación. La micaleta, que es entre todas la variedad que tiene mayor aceptación y la más generalizada en Villajoyosa, se usa mucho en confitería y figura en el comercio de exportación por mayor cifra que ninguna otra. Tarda el árbol en dar fruto más años que las restantes variedades, pero se hace más corpulento y produce mayor cantidad de fruto. La trilleta comprende la gruesa, la menuda y la punteta, todas tres inferiores a la micaleta: la madera es más quebradiza, el árbol menos corpulento, pero es más rápido en adquirir todo su desarrollo: además, sobre todo la punteta, da gran cantidad de fruto, por lo cual se injerta mucho de ella, como de la micaleta, no obstante ser el fruto de calidad inferior al de ésta, en sabor y en volumen. Últimamente, hay una subvariedad denominada propiamente planeta, por ser más achatada, que las anteriores, de fruto precoz y muy exquisito; pero da poco almendrón por barchilla, relativamente a las demás variedades comunas o planetas, por lo cual, tiene poca estima entre los especuladores o comisionistas.




ArribaAbajoCapítulo VII

Condiciones económicas del cultivo del naranjo7


Plantación. -Suelen plantarse los naranjos dejando entre unos y otros una distancia de 20 a 30 palmos valencianos: entran de 300 a 350 pies por hectárea. Los naranjos se sacan de los viveros a los dos o tres años de edad, injertados ya. Injertos en pie de cidra, se compran a 3 ó 4 reales pie; los mandarines, a 6 reales. Injertos en naranjo silvestre, son más resistentes a las enfermedades, y cuestan 6 y 8 reales, respectivamente. Puede calcularse de 5 a 10 reales por gastos de plantación de cada pie (cava del suelo a un metro de profundidad, abrir los hoyos y colocar y enterrar los plantones).

Cultivo en los seis primeros años. Asociación de cultivos. -Al cuarto o quinto año de plantados, producen ya una renta apreciable; al séptimo, producen el equivalente de una cosecha de cereales: entre los catorce y los veinte años, entra el naranjal en plena producción.

Los gastos de cultivo, cuando los naranjos no dan fruto todavía, consisten en 2, 4, 6 y 8 reales de guano por pie en los cuatro primeros años, respectivamente; cuatro rejas y cuatro cavas de pie por año, 3 reales. Añádase el precio del agua o de la bomba o noria y motor con que se extrae, y los jornales necesarios para un riego semanal en verano.

Estos gastos no recaen del todo sobre el capital: 1.º, porque ya al cuarto año se deja la flor en las haldas, y cada una produce algunas libras de fruto; al año siguiente, algunas arrobas: 2.º, porque se sigue cultivando de hortalizas el suelo, como una huerta ordinaria antes de la plantación: patatas, habas, melones, frutos de tierra, hasta maíz; están condenados el trigo, la cebada y la alfalfa: se deja alrededor de cada pie un espacio libre de 50 centímetros al principio, que va aumentando del año en año hasta llegar a un metro o más.

Esta asociación de cultivos, en la primera edad del naranjal, da lugar a combinaciones curiosas de derecho. En muchas localidades de la provincia de Alicante, como Callosa de Ensarriá, Altea, Alfás, Nucia, Polop y otras, cede a veces el propietario el provecho del suelo a medias hasta que los naranjos recién plantados en él tengan tres años; por entero, sin participación alguna en los productos anuales que el colono obtenga del suelo, hasta los siete u ocho años, sin más condición que la de no sembrar alfalfa ni cereales, mantener las distancias convenientes y suministrar a la tierra las labores y abonos que son necesarios al naranjal. La parte que los naranjos toman del estiércol o guano, del riego y de las labores que el colono hace o pone para sus cultivos herbáceos, constituye la renta del propietario, quien se encuentra con un naranjal formado y recolecta sus frutos, sin haberse cuidado más de él desde el instante de la plantación. -Otra combinación, en que no se separan los provechos del suelo y del vuelo, es frecuente en la Plana de Castellón: el arrendatario hace la transformación de huerta en naranjal, plantándolo por su cuenta (sin renunciar por eso a cultivar hortalizas entre las líneas de árboles durante los primeros años), satisfaciendo al propietario la misma renta que antes de la plantación en los nueve o diez primeros años, y partiendo con él la cosecha en los años sucesivos, como aparcero mediero.

Pasados los seis años (en algunos lugares pasado el cuarto) se deja el suelo enteramente libre.

Rendimientos del naranjal. -Convertido un campo en naranjal, sea que haga la plantación el colono en las condiciones dichas, sea que la haga el dueño y la cultive por sí, o la dé en arrendamiento por un precio alzado, o la confíe a un aparcero que pone los abonos, las labores y los cuidados (todas estas formas están en uso), puede calcularse un beneficio medio anual de 2.000 a 6.000 reales por hectárea.

He aquí una cuenta procedente de la provincia de Alicante, para un naranjal de tres hanegadas (24 áreas y 93 centiáreas) de extensión:

Gastos: -Guano: 400 reales. -Una cava en Febrero, 80. -Dos entre cavas, 80. -Agua y cequiaje, 40. -Trabajo de riego, 20. -Impuestos, 120. -Total, 740. El fruto se vende en el árbol, y los gastos de recolección son de cuenta del comprador.

Ingresos: -Ocupan las tres hanegadas 90 naranjos, que producirían en pleno desarrollo, 45 millares de naranjas: pero un 10 por 100 de árboles suelen quedar raquíticos y desmedrados, debiendo descontarse por este concepto cinco millares en la producción. Por millares, se venden a 70 reales millar, término medio. Por arrobas, a 8 ó 9 reales en Febrero; a 14 ó 16, en Junio; excepcionalmente, a 20. El fruto caído en el suelo a real y medio. En una arroba entran de 60 a 80 naranjas. -Producto bruto, 2.800 reales.

Producto líquido (no contando el interés de la tierra), 2.060 reales las tres hanegadas, o sea, 8.240 reales por hectárea. Esto, en años de regular cosecha, sin vendavales que derriben el fruto y con buena salida en el mercado. El cálculo parece exagerado, pero procede de una persona consagrada especialmente a este género de cultivo y muy experta en contabilidad.

Hay que tener en cuenta que el cultivo se hace ordinariamente por los mismos propietarios, y cuando no, los colonos son poco exigentes. En la provincia de Valencia, el cultivo por colonos se halla más extendido, y sus derechos son tales, que en algunas partes el arrendamiento se confunde con la enfiteusis, si no envuelve tal vez una verdadera participación en el dominio. Acaso debido a esto, los cálculos procedentes de la provincia de Valencia arrojan un producto líquido menor que los de la provincia de Alicante.

Los agrónomos que han escrito acerca del naranjo8 suponen por término medio 20 a 25 naranjos por hanegada, y 300 a 1.000 naranjas por año y pie, o sea, 400 a 500 arrobas de fruto por hectárea. Gastos por año, 200 a 240 reales. Convertido un huerto en naranjal, le calculan un beneficio de 1.600 a 2.000 reales por hectárea, o sea, del 15 al 25 por 100 de los gastos de cultivo e impuestos. Pero este producto lo dan los almendrales y olivares; y los propietarios arrancan olivos y almendros para plantar naranjos.

No es raro encontrar árboles que produzcan 50 arrobas de fruto. En Carcagente los hay que han producido en un año 100 arrobas, o sea, 30.000 naranjas. Como caso raro y excepcional se cita un pie que ha alcanzado la cifra de 38.000 naranjas. En tierras de muy sobresaliente calidad, y gastando mucho en abonos y labores, se llega a obtener cosechas de 100 a 350 millares de naranjas por hanegada; pero estas cifras nunca pueden tomarse como expresión de una regla general.

Un naranjal en plena producción se justiprecia en 8.000 a 12.000 pesetas hectárea. Excepcionalmente ha llegado la locura de algunos capitalistas a pagarla hectárea a 15.000 y aun a 18.000 pesetas: tributo rendido a la moda, que trae en pos de sí, como merecido castigo, la ruina. En la ribera del Júcar, un huerto que valga 1.500 pesetas hanegada, aumenta su valor hasta 2.500 poblado de naranjos. En Gandía9, la tierra de huerta de primera, que se vende a 3.000 ó 3.500 reales hanegada, vale 4.000 ó 4.500 plantada de naranjos en plena producción. Una tercera parte de aumento es también lo ordinario en la provincia de Alicante.

Comparación con el trigo y el maíz. -El cálculo de Gandía arroja un producto líquido de 813 reales en trigo, por jornal de tierra, o sea, el 27 por 100 del rendimiento de un naranjal de igual extensión.

El cálculo de Nucia supone un producto líquido de 595 reales en trigo y maíz, por cada tres jornales, o sea el 24 por 100 del rendimiento atribuido al naranjal. El detalle de este cálculo es el siguiente:

Un campo regable de tres hanegadas produce cada año 3 cahices de trigo, que valen 720 reales, y 4 cahices de maíz, que vale 600 reales. Producto total bruto, 1.320 reales. -Los gastos son:

Para el trigo: labores y siembra, 48 reales. -Abono, 200: -simiente, 35: -riego, 12: -entrecavas y escarda, 60: -siega, 32: la trilla por la paja. -Para el maíz: abono, 200: -simiente y gastos de siembra, 26: -jornales para regar, 16: -cavas, 32: recolección, 24: -cequiaje e imprevistos por agua de riego, 40. Total de gastos por trigo y maíz, 725 reales.

Producto líquido, 595 reales.



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