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El arzobispo Vaca de Castro y el abad Gordillo

Sánchez Moguel, Antonio

Sevilla (Archidiócesis) Arzobispado

Vaca de Castro y Quiñones, Pedro





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D. Pedro Vaca de Castro y Quiñones, arzobispo, primero de Granada, luego de Sevilla, famoso por hechos tan meritorios como la fundación del colegio insigne del Sacro Monte, no menos célebre como protector acérrimo de los falsos Cronicones y de los falsos libros de plomo granadinos, merece serlo también como el más pleitista quizás de todos los prelados de su tiempo.

Baste decir que solo en Sevilla, en los trece años de su pontificado (1610-1623) pleiteó con todas las corporaciones, la Ciudad, el Cabildo, la Inquisición, la Cruzada, y más especialmente con la Universidad de Beneficiados; en tales términos, que de los noventa y siete pleitos, á que alguno hace ascender la cifra total de estos, setenta y seis fueron seguidos contra dicha Universidad1, presidida entonces por el más popular de sus abades, historiador diligente de las antigüedades eclesiásticas de Sevilla, el licenciado Alonso Sánchez Gordillo.

Tal vez prelado alguno encontró nunca contradictor más entendido, valeroso y entero, que el que halló Vaca de Castro en el abad Gordillo. Autoridad tan poco sospechosa en la materia como el insigne Rodrigo Caro, protegido de D. Pedro y su visitador del arzobispado, en su obra Claros Varones en letras naturales de   —408→   Sevilla, desgraciadamente aún inédita, escribía de nuestro abad estas palabras: «Fué acerrimo defensor de los privilegios y esenciones del Clero, y de su Universidad, de lo qual se le siguieron no pocos pleitos y contiendas con los Prelados de este Arzobispado y sus Provisores, á los quales se opuso con valor y constancia en las cosas que juzgaba tocar á la autoridad y crédito de su Universidad y Clero, por lo que adquirió el nombre de tenaz y rígido en opinión de algunos que juzgaban que mas defendía sus fueros por tema que por derecho, y razón, debiendo disimular con los superiores por que no se moviesen pleitos y disturbios»2.

La tenacidad y rigidez que Caro censura en el abad Gordillo fueron, cabalmente, los defectos mismos que en el arzobispo reprobaron historiadores tan discretos como el analista sevillano Ortiz de Zúñiga. Así, por ejemplo, dice que al saber Sevilla su promoción á la sede hispalense, «esperólo muy temida por la opinion de la aspereza de su natural»3. En otro lugar escribe: «mucha era la rectitud del Arzobispo Don Pedro de Castro, pero su suavidad ninguna»4. Más adelante añade que en el prelado de Sevilla, «solo por varon consumado en todas prendas, se deseaba menos aplicacion á litigiosas controversias, que la que se experimentaba en sus casi continuos pleytos»5. Finalmente, en el año 1623, último de la vida del arzobispo, hallamos que este «deseaba mucho exonerarse del cuidado de las almas, y retirarse á morir en el sosiego de su Colegio del Monte Santo» porque «la entereza de su condicion le daba rezelos de que estaba poco amado (aunque no de los pobres) por los pleytos que habia seguido con su Cabildo y con su Clero, si bien siempre con rectitud de intencion, segun el modo con que los entendia»6.

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Diríase, pues, que entre el arzobispo Vaca de Castro y el abad Gordillo, en punto á carácter, existía la misma semejanza que entre D. Lope de Figueroa y Pero Crespo en el admirable drama de Calderón.

A pesar de los panegiristas del arzobispo, aun admitiendo como indudables todas las virtudes que le atribuyen, hay que reconocer que el hijo del pacificador del Perú carecía, al menos, de aquellas dos principalísimas que San Pablo exige en el obispo, esto es, ser non percussorem... non litigiosum, ni violento, ni pleitista7, lo contrario precisamente de lo que sucedía con Don Pedro de Castro.

Además, la vanidad del prelado de Sevilla y de Granada corría parejas con la del arzobispo de esta última ciudad que Le Sage nos pinta en su Gil Blas de Santillana8. Solo así se explica que admitiese sin reparo y defendiese luego con indecible calor la autenticidad de los libros plúmbeos, en los cuales, sin duda para lisonjear esa misma vanidad, se le concedía el honor de ser objeto de una conversación entre la Virgen María y San Pedro, y el alto premio que en la gloria eterna le esperaba9.

Con estos antecedentes es fácil presumir que los pleitos del arzobispo con el abad mayor de los Beneficiados habían de tener extraordinaria índole y desusadas proporciones. Lo que no es dable deducir sin verdaderas pruebas es lo que ni Caro ni Ortiz de Zúñiga nos dijeron, ni dejaron vislumbrar siquiera, á saber, que en dichos pleitos intervinieron los medios más reprobados, amenazas, calumnias, cohechos, y hasta la falsificación de declaraciones.

Siglo y medio después de los sucesos, el ilustrador y corrector de los Anales eclesiásticos y seculares de Sevilla, D. Antonio María Espinosa y Carcel, sacaba á luz estas novedades, atribuyendo por entero al abad mayor el empleo de medios tan inicuos. En el libro XVIII, tomo V, páginas 271-275, leemos lo siguiente: «Era el móvil principal de los pleytos ya en este tiempo el Licenciado   —410→   Alonso Sanchez Gordillo, héroe celebrado por defensor de los privilegios de este cuerpo (la Universidad de Beneficiados), y á quien tributan alabanzas sus favorecidos. Este fué el que llevó la bandera, el que escribió en defensa de los privilegios de los Beneficiados, y el mas acérrimo contrario de los intereses de los curas. Confieso que si no hallara autorizados con documentos verídicos varios puntos, no podria creerlo, ni pensar que obrara este abad del modo que obró...

»¿Quién pensaria que el Abad Gordillo para hacer unas pruebas, y por ellas manifestar el derecho de los Beneficiados, que se valdria de inicuos medios? ¿Ni quién podria discurrir que careciendo de justicia, sostuviera y pretendiera conseguir obvencion y primicias por informaciones falsas, y despojar á los curas que estaban en posesión de ellas? Ninguno lo pensaria. Pues todo esto hizo el Abad Gordillo. Formó las declaraciones de los testigos á su antojo: buscó un Notario que sobornado obrase segun el Abad se lo ordenaba: así lo declaró ante el Licenciado Justino de Chaves, Teniente mayor de Sevilla, el Notario Juan de Valenzuela, factor de las informaciones, y dixo: Que el Licenciado Gordillo le dió una instruccion de lo que debia hacer, y llenó á su modo los dichos de los testigos, solo las fechas y los nombres en blanco: le dixo que fuese á Arcos, y buscase testigos que dixesen lo que llevaba escrito desde Sevilla. Así consta de la causa formada al Notario Valenzuela, la qual fue llevada á Granada, y aquella Chancilleria en vista de lo que resultaba de los autos, le dió el correspondiente castigo condenándolo á galeras.

»Estas fueron las pruebas con que ganaron los Beneficiados el artículo de obvenciones y primicias, que no teniendo derecho para obtenerlas, no tuvo escrúpulo el Abad Gordillo de usar de estos medios sin respeto a las leyes divinas y humanas: todo ello muy ageno de un Ministro del Santuario. Este fue uno de sus heroismos, por el qual merecia no menor castigo que el Valenzuela por ser autor del hecho.»

Ahora bien; si las terribles acusaciones que en las antecedentes líneas se estampan contra el abad Gordillo tienen, como vemos, por único fundamento legal la declaración que efectivamente prestó el notario Juan de Valenzuela ante el licenciado Justino   —411→   de Chaves, teniente mayor de Sevilla, quedarán anuladas y sin ningún valor desde el momento mismo en que digamos y demostremos que, años después, el mismo Juan de Valenzuela se retractó por completo de todo lo dicho, proclamando la inculpabilidad del abad Gordillo, y, por el contrario, acusando gravemente al arzobispo y sus criados, quienes, valiéndose para ello de torpes medios, le habían arrancado aquella declaración.

Consta así solemnemente en el testamento otorgado por Juan de Valenzuela en Julio de 1621, viviendo aún D. Pedro de Castro, ante Andrés Mesías, escribano público de Sevilla. Mis investigaciones en las bibliotecas y archivos sevillanos; el examen de algunas piezas de los famosos pleitos me dieron á conocer, entre otros, este importantísimo documento, que no conoció, sin duda, el continuador del analista hispalense, porque, de otro modo, no habría escrito lo que escribió, sino todo lo contrario.

El documento en cuestión salió á luz con otras declaraciones en pliegos sueltos, raros ya en tiempos de Espinosa y Cárcel, como para que escapase, como escapó, á su diligencia, rarísimos hoy, en términos que yo no los he visto utilizados ni mencionados siquiera en parte alguna.

El ejemplar que he manejado está en el archivo municipal de Sevilla, en la rica colección de papeles del conde del Águila, tomo XLVIII, letra P., rotulado Pleitos del Arçobispo y Cabildo Ecco de Sevilla. Hubiera podido, hace días, comunicar á la Academia el extracto que hice de él años há; pero he creido preferible ofrecerla un traslado fiel y completo. Nuestro distinguido correspondiente en Sevilla, D. José Gestoso, ha ido tan allá en sus bondades, que no se ha contentado con menos de copiarlo de su puño y letra, con el esmero que pone siempre en todos sus trabajos.

De este documento se deduce, ante todo, que Espinosa y Cárcel confunde é identifica dos distintos procesos seguidos contra Valenzuela: uno, á causa de «que auia salido á hacer probanzas sin comision amplia, cuyo proceso passó en la Real Chancilleria de Granada, y por el que fué sentenciado á galeras, en vista, y despues, por sentencia de revista, á destierro de los Reynos» (que no cumplió, como veremos); y otro, en el que figura el abad Gordillo,   —412→   y en que, lejos de falsificar declaraciones, fué víctima de las que se falsificaron contra él. Así lo afirma el mismo Valenzuela diciendo que, condenado por el primero, son sus palabras, «se me fulminó otra causa en esta ciudad de Sevilla, ante el Teniente Iustino de Chaues, diziendo que auia hecho ciertas falsedades en el examen de ocho testigos que yo auia examinado en la causa de primicias presentados por parte del dicho Abad y Beneficiados.» Refiere luego cómo le pidieron «que declarasse que el exámen de los dichos testigos auia sido falso, y que lo auia ordenado á su modo el Licenciado Alonso Sanchez Gordillo, Abad Mayor de la Universidad, y que luego me lo auia dado á firmar, diziendo que assi se vsaua en Roma, y que con esta declaracion me harian soltar de la dicha prision.» Cuenta, como lejos de prestarse entonces á tales supercherías, se negó resueltamente, afirmando, por el contrario, «que el exámen de los dichos testigos auia sido fiel y legalmente, sin que en ellos huuiesse intervenido persona alguna de parte del dicho Abad y Beneficiados.» Añade todo cuanto se trabajó para recabar de él aquella declaración, las amenazas, por una parte, y por otra las promesas que le hicieron «de que pagarian todas mis deudas, y me sacarian de la cárcel y me darian un oficio, y de comer, y no saldria a cumplir vn destierro tan grande, como era de los Reynos, y por mi parte visto y considerado el rigor con que se iua procediendo conmigo por no hazer la dicha declaracion, al cabo de veynte y ocho meses de prision y verme pobre y necessitado, desnudo, y comiendo de la limosna de la carcel, durmiendo en el suelo, y en tierra agena, y una muger moça, y vna hija de catorce años, pobres, y en Seuilla, sin remedio de parientes ni de otra persona alguna, y no tener ningunos bienes ni hazienda con que poderme defender del dicho nuevo embargo, y causa, ni con que pagar la comida que el Alcayde me auia dado, hasta entonces, que me la quitó, por que no queria hazer la dicha declaracion, ni cien mil maravedis que tenia de otro embargo, ni para pagar las costas de que sali condenado en Granada, con que era cierto la perpetuacion de mi prision, y visto que de todo esto me redimian, assi por ello, como por miedo de las amonestas que me hazian, y de la afliccion e prision en que estaua, que les di palabra de hazer y declarar todo lo   —413→   que pidiessen.» Así lo hizo, en efecto, primeramente en Arcos, y después en Sevilla, ante el licenciado Justino de Chaves, cuya declaración es la que Espinosa y Cárcel arriba nos refiere.

Dado ya el primer paso, siguió declarando cuanto le pidieron, «por mandado del señor Arçobispo y de sus criados en su nombre; diciendome que de no hacerlo, era echar á perder el demás servicio que auia hecho; con lo cual, sigue diciendo, me sacaron de la dicha prision y alçaron de embargos, y pagaron mis deudas por mandado del señor Arçobispo, y me dieron de vestir y dineros para mi sustento, y me señalaron cien ducados cada año, y me tuuieron debaxo de su proteccion, y como su criado, y no salí a cumplir el dicho destierro, por que por respeto del dicho señor Arçobispo nadie me apremiaua á ello...» (Excelente dato para la historia de la administración de justicia en aquel decantado siglo.)

«Y auiendome confesado, de ello muchas y diuersas vezes, por auer sido contrario á toda verdad las dichas declaraciones, mis confesores me han mandado, que por declaracion, satisfaga todo lo susodicho en la mejor manera que me convenga para mi saluacion, y descargo de mi conciencia: y porque estoy de partida para las Indias en que suceden tantos riesgos, y por temor de Dios nuestro Señor, y en arrepentimiento de los dichos pecados digo y declaro, que todas las dichas declaraciones que he hecho... han sido todas falsas y contra la verdad y con pulso apremiado, y apremiado por las causas suso referidas... porque hize el examen de los dichos testigos bien y fielmente, vsando el dicho mi oficio con mucha legalidad, y sin intervencion, assistencia ni inducimiento de persona alguna que me dixesse ni enseñasse el modo del dicho examen en ninguna manera, ni fui hablado, preguntado ni persuadido, ni amenaçado por parte de los dichos Abad ni Beneficiados para ninguno de los autos del dicho pleyto, ni prouanças del, y ansi lo digo, y declaro para descargo de mi conciencia: las demas (declaraciones) quiero que sean en si ninguna, y las reuoco, porque fuerō contrarias a la verdad»10.   —414→   Después de esto, ocasión sería, parodiando á Espinosa y Cárcel,   —415→   decir de D. Pedro de Castro y sus criados lo que aquel decía   —416→   del abad Gordillo y los Beneficiados: «Estas fueron las pruebas   —417→   del Arzobispo que no teniendo derecho no tuvo escrúpulo de usar de estos medios sin respeto á las leyes divinas y humanas: todo ello muy ageno de un Ministro del Santuario, cuanto mas de un Arzobispo, y menos aun de un Prelado de quien sus panegiristas escribieron «que defendiendo los fueros de su Iglesia fue un Ambrosio en Granada y segūdo Isidoro en Seuilla»11. Este fué, seguiremos diciendo con Espinosa, uno de sus heroismos, por el qual merecia no menor castigo que el Valenzuela por ser autor del hecho.

Ahora se comprende bien que el arzobispo, dos años después de este testamento, en el último de su vida, como arriba nos cuenta Ortiz de Zúñiga, «desease retirarse á morir en el sosiego de su Colegio del Monte Santo... porque la entereza de su condicion le daba rezelos de que estaba poco amado (aunque no de los pobres) por los pleytos que habia seguido con su Cabildo y con su Clero si bien siempre con rectitud de intencion, segun el modo con que los entendia.»

Al tiempo de morir, según refiere el maestro Gil González Dávila12, y repite á la letra Ortiz de Zúñiga13, estando ya el Viático en su sala se incorporó en su cama, y dixo á su Cabildo en presencia del Divino Señor: «Dios sabe señores, que en quantas diferencias y pleytos he tenido con mis Cabildos, y otras personas, no me ha movido passion, ni interes humano, sino solo entender era obligacion mia, y del oficio, el defenderlos y seguirlos: y si no he acertado en ello, avrá sido como hombre: y assi suplico a vuessas mercedes me perdonen, y esto tanta humildad, que todos le respondieron con lagrimas.»

Réstanos conocer únicamente el testimonio, inédito hasta ahora, del mismo abad Gordillo, que podemos leer en el Memorial | de la suscession | de los señores Arçobispos | cuyo borrador original se guarda en la biblioteca de esta Academia. Es de advertir que   —418→   el calificativo de original dado á esta obra viene ya estampado, de antigua letra, en el rótulo mismo de ella. Se trata de un fragmento biográfico del arzobispo sevillano sin concluir, con copiosas notas y enmiendas marginales de puño y letra del mismo abad Gordillo, de las cuales, como del texto, entresaco los párrafos siguientes. El más importante es aquel en que el biógrafo, con moderación extraordinaria y oportuna, escribe:

«No le es permitido al Author de este compendio alargarse en screuir la histª del arº don Pedro de Castro con quiē tuuo emulaziones Por q no se diga del lo que de Baptista Platina que Por escreuir la vida del Papa Paulo 2.º ordeno toda la Histª Pontifical q dexo scripta.» Sabido es que Bartolomé (no Baptista Platina, como por error escribe Gordillo) escribió su célebre historia de los papas14, aprovechando la ocasión de discurrir ampliamente acerca de su terrible perseguidor Paulo II, de quien se venga implacablemente. Consecuente en su propósito, nada dice de sus querellas ni de sus pleitos con el biografiado. Habla, sí, de su carácter pleitista en Granada como en Sevilla, escribiendo sobre este último pontificado lo siguiente: «Vino, pues al Arçobispado de seuilla En 6 de Diziēbre de 1610 y desde luego enpezo a descubrir su animo que fue disputar y meter en lites todas las preeminencias del clero de la cathedral y de la ciudad y del Arçobispado. Pero en esto no tuuo la felicidad que el Pretendia Porque hallo muy grande Resistencia Por no auer se informado de sus derechos. Y assi se dispuso a seguirlos con su natural ynclinacion a pleytos y pensar que el Arzobispado de seuilla se auia de gouernar como el de Granada Donde todo corria por su mano, q en seuilla es muy diuerso y assi todo el tiempo de 13 (años) que biuio en seuilla fue una continua guerra con el clero y cabildo catedral y tan fuerte y biolenta que le puso en el ultimo (aquí acaba este fragmento)15.

En lo único en que nuestro abad alude con espanto á los hechos que conocemos, es cuando escribe, á modo de lema, estas lacónicas   —419→   pero expresivas palabras, debajo del nombre del arzobispo: «Terribile nomen eius».

Madrid 28 de Marzo de 1890.





 
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