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1

Ramón López Velarde, el poeta y el prosista, INBA, México, 1962.

 

2

En 1971 José Luis Martínez publicó las Obras de López Velarde. Excelente trabajo; verdadera edición crítica. El volumen comprende un esclarecedor prólogo de Martínez, una cronología bibliográfica, los poemas, la prosa, la correspondencia y una sección de notas abundante, informativa y rica en acertadas interpretaciones. (Colección «Biblioteca Americana» del Fondo de Cultura Económica).

 

3

Un testimonio curioso son las cartas cruzadas entre ambos, hacia 1919, a propósito de Apollinaire. Calligrammes aparece en 1918, pero el primer poema-ideograma, como al principio llamó Apollinaire a esas composiciones, fue publicado en 1914: Lettre-Océan. Escrito -¿o debo decir: dibujado?- sobre una «Carta Postal de la República Mexicana», contiene varias pintorescas alusiones a nuestro país y está dedicado a su hermano Albert Kostrowitzky, que vivía en México desde 1913 (murió en 1919, sin haber regresado a Francia). José María González de Mendoza lo trató. Frecuentaban el gimnasio de la YMCA y hablaban a veces de poesía. Un día tropezó con él en la calle de Balderas; Albert le mostró un telegrama de París y le dijo: «Ayer murió mi hermano. Era el mejor poeta de Francia, aunque pocos lo sabían...».

 

4

He ampliado los párrafos consagrados a la influencia que distintos poetas españoles, hispanoamericanos y franceses tuvieron en la obra de López Velarde.

 

5

Fuentes de Fuensanta. La ascensión de López Velarde, México, 1947.

 

6

Los textos recogidos por José Luis Martínez en Obras revelan un aspecto poco conocido de López Velarde. Aunque siempre distinguió claramente entre la creación poética y las ideas políticas, no fue insensible a las luchas políticas: entusiasta partidario de la revolución democrática en Madero, quizá participó en la redacción del Plan de San Luis y fue candidato a diputado (suplente) por el Partido Católico Nacional.

 

7

En Díaz Mirón hay escultura erótica, no amor; Othón o el elogio a «la vida retirada» (la excepción son los intensos, hondos sonetos que forman el Idilio salvaje, casi lo único que sobrevive de su vasta producción); González Martínez o la meditación; Tablada o el viaje; etcétera. Entre los «Contemporáneos»: Villaurrutia o el diálogo entre el insomne y el sonámbulo; Gorostiza o el monólogo del agua en su tumba de transparencias; Pellicer o la aviación poética; Owen o el ángel en el subway; etcétera. Otra excepción: Nuevo amor, el hermoso libro de Salvador Novo. Por supuesto, no digo que el amor esté ausente de la obra de estos poetas. Sin amor no hay poesía. Digo simplemente que para ellos no fue la preocupación tiránica que fue para Ramón López Valverde.

 

8

Por discreción no me atreví, al escribir este ensayo, a dar el nombre de su segundo amor. Hoy puedo decirlo y agregar que fue una mujer excepcional: Margarita Quijano.

 

9

Noyola Vázquez alude al tema en Fuentes de Fuensanta, op. cit.

 

10

L'Amour et l'Occident, segunda edición, París, 1956.