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El candidato novato (Víctor 15)

(Capítulo 1)

Jordi Sierra i Fabra





Laureano Vilá estaba leyendo el periódico tan ricamente, en pantuflas, despendolado como si hubiera caído del techo en su butaca y con cara de máximo interés. El siete a cero de su equipo, destacado en titulares, era un rutilante reclamo y un bálsamo en el que sumergirse después de tantos y tantos problemas y tantos y tantos disgustos, especialmente en la Caja de Ahorros, donde el pelota de Conrado Matosas no sólo le hacía la vida imposible y le amargaba la existencia, sino que muy pronto sería el responsable de su infarto fatal, seguro.

Fue al pasar la página con la crítica del partido, para leer en la siguiente las declaraciones del entrenador, asegurando optimistamente que iban a ser campeones, cuando vio a Víctor parado delante de él.

Laureano Vilá dio un respingo.

Ni siquiera le había oído llegar.

Padre e hijo se quedaron mirando en silencio durante un par de segundos...

A Laureano Vilá el aspecto inocente, la mirada cauta y el talante modoso de Víctor no le gustaron nada. A veces no sabía que era peor, si Víctor haciendo de caballo de Atila -que por donde pasaba no volvía a crecer la hierba- o si Víctor en plan serio y formal, maquinando algo. Porque Víctor sólo estaba como ahora cuando maquinaba algo.

¡Huy, si lo sabía él!

-¿Qué quieres, Víctor?

-¿Yo? -iba a decir que no tenía por qué querer nada, que simplemente estaba allí, que de pronto había sentido la necesidad de mirarle, que... Pero decidió ir al grano. Su padre se las sabía todas-. Bueno -suspiró-, necesito saber algunas cosas del banco.

-Caja -le rectificó Laureano Vilá-. Es una Caja de Ahorros.

-Vale, pues eso.

-¿Qué quieres saber? -el hombre dejó el periódico en su regazo.

-¿Cuánto dais de intereses?

-Pues... depende del tipo de cuenta, de la imposición, de cosas así.

-¿Y los intereses se pueden retirar?

-Sí, se puede retirar todo cuanto se quiera.

-Pero si sólo quieres retirar los intereses...

-Puedes retirar los intereses -se movió inquieto en la butaca. ¿A qué venía todo aquello de los intereses y...?

-Entonces si yo te prometo meter todo mi dinero en tu banco... Caja de Ahorros, y te firmo lo que quieras para que veas que va en serio, ¿la Caja me dejaría sacar ahora los intereses?

De entre las muchas propuestas extrañas que su hijo solía hacer, esa sin duda era la más peregrina. Casi le dio por reírse. Pero se contuvo.

-No, Víctor, esto no funciona así. Como no sabemos lo que vas a ingresar, ni cuándo, no se te pueden adelantar los intereses. Cuando un banco o una caja te da dinero sin más, se trata de un crédito.

-¿Puedo pedir un crédito?

-Me temo que tampoco. No eres mayor de edad ni tienes bienes.

-¿A qué bienes te refieres?

-Terrenos, casas, bienes materiales.

-O sea que el banco da dinero a quien ya tiene dinero.

-Más... o menos

-No me parece justo -aseveró Víctor muy serio.

-La vida está llena de injusticias -Laureano Vilá pensó en Conrado Matosas.

-¿Y tú no podrías recomendarme?

-Se llama «avalar» -le corrigió-. Y no, no puedo avalarte.

Se encontró con los ojos impávidos y algo tristes de su hijo, pero no se le rompió el corazón. Bastantes cosas rompía él como para encima sentirse culpable ante la obligación de ejercer como padre.

Se imaginó que el siguiente paso o intento sería pedirle directamente dinero.

Pero Víctor ya ni lo intentó.

-Vale, papá -dijo dando media vuelta-. Gracias por la información.

Víctor salió de la sala dejándole, cuanto menos, preocupado. Con la paga semanal requisada de por vida, no valía la pena tratar de buscar la fibra sensible de su progenitor. Hacía mucho que esa fibra, en relación a él, estaba de lo más curtida. Se dirigió a la caza y captura de su madre, a la que encontró en la habitación de matrimonio, ordenando un armario que ya estaba más que ordenado.

-Hola, mamá, ¿te ayudo? -se ofreció.

-No, Víctor, gracias -se apresuró a responder ella cerrando las puertas del armario por si acaso.

-Este año no he roto nada, ¿verdad, mamá?

Era una pregunta de lo más inocente, pero a pesar de su amor maternal y la confianza que siempre tenía en él, Albertina no cayó en la trampa. Lanzó a su hijo una mirada de incierta desconfianza. Víctor disimulaba como si tal cosa, mirando hacia la ventana.

-Bueno... si llamas «no romper» a dejar para el arrastre tres pantalones, catorce pares de calcetines, dos pares de zapatillas...

-La ropa se desgasta -le recordó Víctor-. Y más la que me compráis a mí, que debe ser de Taiwan o de un lugar de esos donde todo lo hacen barato. ¿No has oído hablar de la polución, y del agujero de la capa de ozono y de... -buscó más argumentos-, de la sequía? Pues ya ves. La polución lleva porquería y la porquería estropea las cosas porque les pone mugre encima y hay que lavarlas más; lo del ozono se ve que deja entrar más rayos solares de los normales y el calor deja la porquería aún peor, y la sequía finalmente hace eso, secar. Por eso todo se rompe, pero yo no tengo la culpa. Y de todas formas el año pasado dijiste que vacíe toda una tienda, o sea que gasté más.

-Eso sí -suspiró Albertina.

Víctor aprovechó la ligera, ligerísima concesión.

-Teniendo en cuenta lo que te he ahorrado este año, ¿no merezco algo?

-¿Algo como qué?

-Podrías darme la mitad de lo que valen unos pantalones, sólo eso. Imagínate que los hubiera roto. Nada raro, ¿no?, con el ozono, la sequía y la polución. Te habrías gastado una pasta. Como no los he roto, me das la mitad y aún ganas dinero.

-No, Víctor.

-Una cuarta parte.

-No, Víctor.

-Me conformo con...

-Víctor, si quieres dinero pídeselo a tu padre.

No solía ser tan terminante, pero cuando lo era... resultaba peor que su padre diciendo «punto», que significaba «punto y adiós».

Plegó velas y salió de la habitación enarbolando su maltrecha dignidad por bandera, aunque una vez a solas todo el abatimiento que arrastraba le pudo y volvió a dejar caer la cabeza sobre el pecho.

¡Si no se las cargara él por todo lo que sucedía en la casa!

Derrotado, optó por no intentarlo con Quique y Georgina. No valía la pena, y más después de lo último. A Georgina le había fastidiado un plan por decirle a uno por teléfono, amablemente, para ser un buen hermano y un chico educado, que había salido con otro. ¿Que sabía él que iban a picarse y todo ese rollo? En cuanto a lo de Quique, fue peor. Sonó el teléfono, se puso Víctor, y ella le dijo: «No digas nada». O sea que no dijo nada. Entonces la tonta empezó a decirle cosas como: «Sé que no soy guapa, y que tu vas detrás de Mari Puri, pero mi afecto es sincero y quiero que lo sepas». Víctor logró intercalar un pequeño: «Yo...», pero la tonta insistió: «¡No digas nada, calla y no seas cruel!», y continuó con su rollo. Claro, a los dos minutos Víctor ya no pudo más y empezó a reírse ante aquella sarta de bobadas. Hizo esfuerzos para contenerse pero... no pudo más. Así que la tonta encima empezó a insultarle, a chillarle y a decirle que era un sádico perverso antes de colgar. Eso habría sido todo, de no haber acusado luego ella a Quique en público de lo mismo, de ser perverso y cruel, a gritos, de forma que cuando su hermano aclaró el tema le acusó igualmente a él de «suplantarle» con más gritos. ¡Pues sí!

Total, que para conseguir algo de dinero lo tenía mal, muy mal, como siempre.

Ya no sabía ni por qué se extrañaba.





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