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ArribaActo segundo


Cuadro sexto

 

Un sol radiante inunda de luz la terraza. En escena no hay nadie cuando se levanta el telón. Por el pasillo entra MÓNICA en el vestíbulo. Pasa al cuarto de estar y se dirige a la puerta de la izquierda y llama con los nudillos.

 

MÓNICA.-  ¡Señora! Buenos días, señora...

RITA.-   (Dentro.)  Sí...

 

(MÓNICA llega hasta el fondo y llama.)

 

MÓNICA.-  ¡Señorita Lolín!

LOLÍN.-   (Dentro.)  ¡Ya voy!  (Surge LOLÍN por el fondo. Se abalanza sobre MÓNICA y le rodea el cuello con los brazos. La besa en ambas mejillas.)  ¡Huy! ¡Mónica! ¡Guapa! ¡Guapísima! Lo que te quiero...

MÓNICA.-  ¡Señorita!

LOLÍN.-   (Muy satisfecha.)  ¿No sabes? Acabo de tomar una resolución. Hoy me voy en el Metro. Estoy decidida a comprobar si tengo «sex-appeal»...

 

(Se va por el fondo, tan rápidamente como surgió. MÓNICA va a la primera puerta de la derecha y llama, como antes.)

 

MÓNICA.-  ¡Señorito! ¡Señorito Tomy!

 

(Escucha un instante. Entreabre la puerta. Mira con cautela y entra. Queda la escena sola otra vez. Y por la izquierda surge impetuosamente RITA. Mira en torno, como buscando algo. Llega hasta la terraza. Mira a derecha y a izquierda. Y en este momento entra DANIEL, por el mismo sitio.)

 

DANIEL.-  ¿Dónde están?

RITA.-  No lo sé.

DANIEL.-  ¿Duermen todavía?

RITA.-  Por lo visto...  (Está muy enojada.)  Y me alegro, ¿sabes? Porque aún no he decidido lo que voy a hacer cuando se presenten ante mí para darme los buenos días. De buena gana empezaría a repartir cachetes, como cuando eran pequeños...

DANIEL.-   (Sonriendo.)  ¿Serías capaz?

RITA.-  ¡Naturalmente! ¿Qué quieres que haga? ¿Felicitarlos por la brillante comedia que han representado esta madrugada? ¿Agradecerles el susto que nos dieron con sus horribles mentiras? ¡Ah, no! ¡Daniel! Estos chicos me tienen muy enfadada. De veras. Figúrate, figúrate tú que si no fuera porque Lolín nos dijo anoche que todo era una farsa, a estas horas, tú y yo, amor mío, estaríamos a punto de volvernos locos.

DANIEL.-  ¡Je! Escucha, Rita...

RITA.-  Sí, cariño. Te escucho.

DANIEL.-  Por una vez, seamos prudentes...

RITA.-  ¿Cómo? ¿Qué has querido decir?

DANIEL.-  He querido decir, sencillamente, lo que he dicho...

RITA.-  Pero, Daniel, yo siempre soy prudente...

DANIEL.-  Rita, Rita...

RITA.-   (Ingenuamente.)  ¿Qué?

DANIEL.-  Hazme caso. Esta mañana recibirás a tus hijos como si no hubiera pasado nada. ¿Me oyes? Es lo más diplomático. En el fondo, este episodio no ha sido más que una travesura de muchachos que leen demasiado, que van mucho al cine y que tienen excesiva imaginación...

RITA.-  De manera que debo callarme...

DANIEL.-  ¡Sí!

RITA.-  ¿Y tú crees que eso es lo prudente?

DANIEL.-  ¡Sí! Lo creo.

RITA.-  ¡Daniel! No sé si podré...

DANIEL.-  ¡Rita! Por favor...

RITA.-   (Abnegadamente.)  Está bien. Si tú me lo pides, me callaré. Después de todo, siempre hago lo que tú quieres...

DANIEL.-  Bueno, bueno. Eso...

RITA.-  Pero te advierto que tendré que hacer un gran esfuerzo para dominarme. Porque no me negarás que estos chicos merecían un escarmiento. ¡Dios mío! Pero qué imaginación tan morbosa...

DANIEL.-  ¡Je!

RITA.-   (Transición.)  ¿Has dormido bien, cariño?

DANIEL.-  ¡Pchs! Apenas...

RITA.-  Yo tampoco. Ni con píldoras. Debe ser cosa del metabolismo o así.

DANIEL.-  ¡Hum! ¡Y qué día me espera! A las doce, un Consejo de Administración. A la una, reunión con los ingenieros. A las dos, un almuerzo en Puerta de Hierro. Después, toda la tarde encerrado en el despacho...

RITA.-  ¡Jesús! ¡Pobrecito!

DANIEL.-  ¡Ah! Por cierto, a última hora mandaré el coche a recogerte. Iremos un rato a un cóctel que dan los suizos en el Palace...

RITA.-  ¡Ay, sí! Me encantan los suizos. ¡Son tan ocurrentes!  (Ella está a punto de entrar en la terraza. Él se dispone a entrar en la alcoba. RITA, en éxtasis.)  ¡Oh! ¡Qué día tan maravilloso! ¡Daniel! ¿No te recuerda nada este día?

DANIEL.-  ¿A mí? No caigo...

RITA.-   (Muy sentimental.)  ¡Daniel! ¡Amor mío! Tú y yo nos conocimos en Recoletos, una mañana así...

DANIEL.-  ¡Rita! ¿Qué estás diciendo? Pero si nos conocimos en Segovia y hacía un frío espantoso...

RITA.-  ¿De veras? ¡Jesús! ¡Qué cabeza tengo!

 

(Él entra en la alcoba. Ella en la terraza. Desaparece. Nuevamente, por unos segundos, queda la escena sola. Y por la primera de la derecha surge MÓNICA precipitada, como huyendo. Tras ella irrumpe TOMY.)

 

TOMY.-  ¡Espera!

MÓNICA.-  ¡Tomy! No seas loco...

TOMY.-  Pero, mujer...

 

(MÓNICA, de pronto, se estremece y solloza temblorosa.)

 

MÓNICA.-  ¡Oh, Tomy, Tomy!

TOMY.-  ¡Mónica! ¿Por qué lloras?

MÓNICA.-  Tengo miedo.

TOMY.-  ¿Miedo?

MÓNICA.-  ¡Sí! Tengo miedo, mucho miedo. Estoy muerta de miedo.

TOMY.-  ¡Mónica! ¡No llores!

MÓNICA.-  ¡Tomy! ¡Por Dios! ¡Defiéndeme! No me dejes sola. No me abandones. ¡Sálvame! Esta noche estuve a punto de hacer una locura...

TOMY.-  ¡Mónica! ¿Qué dices?

MÓNICA.-  ¡Oh Tomy, Tomy! Tengo tanto miedo, tanta vergüenza...

 

(Se refugia, llorando sin consuelo, entre los brazos del muchacho. Él la acaricia.)

 

TOMY.-  Calla, calla. ¿No sabes? Toda la noche he estado pensando en cosas maravillosas...

MÓNICA.-  ¿De veras, Tomy?

TOMY.-  Escucha. Nos casaremos enseguida y nos iremos muy lejos de aquí.

MÓNICA.-  ¿Adónde?

TOMY.-   (Con entusiasmo.)  ¡A América! ¿Te gusta América?

MÓNICA.-  ¡Dios mío! ¡América!

TOMY.-  ¡Mónica! ¡América es un mundo fabuloso! Ya verás. Viviremos en una casita blanca rodeada de césped y de flores. Nosotros y el niño. ¡Solos! Míster y mistress Sandoval. ¿Qué te parece?

MÓNICA.-  ¡Oh!

TOMY.-  En las vacaciones iremos a Nueva York. ¡Nueva York! ¡Figúrate! Brooklyn y Broadway, y la Quinta Avenida, y la estatua de la Libertad. Y después, Chicago, y Washington, y San Francisco, y Las Vegas, y todo lo demás...

 

(Ella alza los ojos y le mira ilusionada.)

 

MÓNICA.-  ¡Tomy! Pero ¿será posible todo eso, tan bonito?

TOMY.-  ¿Por qué no?

MÓNICA.-  ¡Oh!

TOMY.-  Después de todo, mis padres ya saben que voy a tener un hijo...

MÓNICA.-   (Tímida.)  Pero todavía no saben que es mío...

TOMY.-  No importa. Hoy mismo lo sabrán.

MÓNICA.-  ¿Tendrás valor, Tomy?

TOMY.-  ¡Oh! Tú lo verás...  (TOMY sonríe. Y de pronto mira en torno suyo, muy feliz.)  ¡Mónica!

MÓNICA.-  ¿Qué?

TOMY.-  ¿Te acuerdas de aquella mañana, cuando nos encontramos aquí mismo, por primera vez?

MÓNICA.-   (Muy bajo.) Claro que me acuerdo...

 

(Se callan los dos. Sonríen como recordando.)

 

TOMY.-  Hola, chica. ¿Quién eres tú?

MÓNICA.-  Soy la doncella nueva, señorito.

TOMY.-  ¿Cómo te llamas?

MÓNICA.-  Mónica, para servirle...

TOMY.-  ¡Qué bonita eres!  (Un silencio. Los dos, al tiempo, se vuelven el uno hacia el otro y sonríen.)  ¡Mónica! ¿Me das un beso?

MÓNICA.-   (Casi sin voz.)  Sí.

 

(Siguen mirándose. Ninguno de los dos se ha movido.)

 

TOMY.-  ¿Sabes que es la primera vez que beso a una chica?

MÓNICA.-  A mí nunca me había besado un hombre...

 

(Se callan, MÓNICA, despacio, marcha hacia el vestíbulo. TOMY, desde el otro lado, la llama muy bajo.)

 

TOMY.-  ¡Mónica!

MÓNICA.-  ¿Qué?

TOMY.-  Te quiero.

MÓNICA.-  Sí, mi vida...

 

(En este momento alguien abre con llave, cautelosamente, la puerta de la escalera, y en el umbral aparece RAMONÍN. Entra.)

 

RAMONÍN.-  Hola, Casanova. ¿Qué tal princesa?

TOMY.-   (Estupefacto.)  ¡Ramonín!

RAMONÍN.-  ¡Je! El mismo...

TOMY.-  ¿Llegas ahora?

RAMONÍN.-  ¡Hombre! Eso ya se ve...

TOMY.-  Entonces, ¿dónde has pasado la noche?

RAMONÍN.-  ¡Silencio! ¡Preguntón!  (Avanza. Mira a TOMY y a MÓNICA, sucesivamente.)  Bueno. Ya veo que los jóvenes amantes no pierden el tiempo. De noche, te quiero. De día, te adoro. Así me gusta, hijos míos. La vida hay que vivirla aprisa, muy aprisa. Un día estallará la primera bomba y todos nos convertiremos en un montón de muertos. ¡Puaf! ¡Qué peste!  (Va al fondo. Se asoma a la terraza y vuelve.)  Oye, por curiosidad, ¿qué tal resultó la bomba que les gastamos anoche a papá y mamá?

TOMY.-  ¡Oh! Resultó muy bien... Todo parecía verdad.

RAMONÍN.-  ¡Ah!, ¿sí? Cuenta, cuenta. ¿Qué dijo Lolín?

TOMY.-  Se inventó otra pulmonía.

RAMONÍN.-  ¡Pobre! Es una ingenua...

TOMY.-  ¡Claro!

RAMONÍN.-  ¿Y Maribel?

TOMY.-  Dijo que se iba... Y se marchó.

RAMONÍN.-  ¿Adónde?

TOMY.-  Todavía no lo sé.

RAMONÍN.-  ¿No? ¡Qué chica! ¿Y tú? ¿Qué cuento te inventaste?

TOMY.-  Yo dije que iba a tener un hijo...

 

(RAMONÍN se vuelve hacia él. Le mira.)

 

RAMONÍN.-  ¡Ah! ¿Eso dijiste?

TOMY.-  ¡Sí!

 (Mira a MÓNICA. Esta baja los ojos. RAMONÍN, muy despacio, se encara otra vez con TOMY, sonriendo.) 

RAMONÍN.-  ¡Qué presumido eres!  (Marcha lentamente hacia la primera puerta de la derecha.)  Mis saludos, alteza.

 

(Sale. Un silencio. TOMY y MÓNICA se miran.)

 

TOMY.-  ¡Je!

MÓNICA.-  ¿Qué estás pensando?

TOMY.-  No lo sé. Pero me gustaría saber dónde ha pasado la noche Ramonín...

MÓNICA.-   (De pronto.)  ¡Tomy!

TOMY.-  ¿Qué?

MÓNICA.-  Ha ocurrido algo... Estoy segura.

TOMY.-  ¿Qué dices?

MÓNICA.-  Anoche estuvo aquí Michel. Venía como loco, como si le persiguieran, como si hubiera hecho algo malo. No quiso entrar. Tu hermano y él estuvieron ahí un rato hablando, en el rellano de la escalera...

TOMY.-  ¿Quién es Michel?

MÓNICA.-  Pero ¿no lo sabes? Es el mejor amigo de tu hermano. Siempre están juntos. Le llama por teléfono todos los días, a todas horas...  (De pronto, con un insólito sofoco.)  ¡Oh, Tomy! Lo sabe todo el mundo. Los criados, la gente del barrio. Todos, Tomy. Todos menos vosotros...

 

(Y escapa. Entra en el vestíbulo. Se va por el pasillo. TOMY se ha quedado anonadado. Bruscamente mira hacia la primera puerta de la derecha, y llama, ahogando un grito.)

 

TOMY.-  ¡Ramonín!

 

(Surge RAMONÍN muy rápido.)

 

RAMONÍN.-  No grites, idiota.

TOMY.-  ¿Dónde has pasado la noche?  (RAMONÍN se calla. TOMY va hacia él.)  Tienes que decírmelo...

RAMONÍN.-  ¡Cállate!

TOMY.-  ¡Ramonín!

RAMONÍN.-  ¡No me preguntes! He estado horas y horas entre aquella gente, acosado a preguntas. Preguntas y más preguntas, y siempre más preguntas. Siempre, siempre... ¡Cállate tú ahora! ¡Por Dios! ¡Cállate!

 

(Un sollozo ahogado.)

 

TOMY.-  Entonces, era verdad...

RAMONÍN.-  ¡Sí! Era verdad. Cuando llamé por teléfono no estaba jugando. Estaba pidiendo socorro. Me detuvieron al salir de casa, junto al portal...

TOMY.-  Pero ¿qué has hecho?

RAMONÍN.-  Yo no he hecho nada. Te lo juro. Ha sido Michel.

TOMY.-   (Desolado.)  Ramonín...

 

(Un silencio levísimo. Y por el fondo aparece MARIBEL, que cruza el cuarto de estar, muy ligera, hacia el vestíbulo.)

 

MARIBEL.-  Hola, chicos. Buenos días.

 

(TOMY se vuelve bruscamente.)

 

TOMY.-  ¡Maribel!

 

(MARIBEL, a punto de entrar en el vestíbulo, se detiene sorprendida.)

 

MARIBEL.-  ¡Ay! ¿Qué? Me has asustado.

TOMY.-  ¡Maribel!

MARIBEL.-  ¿Qué quieres?

TOMY.-  Ven aquí. Dime la verdad. ¿Dónde estuviste anoche?

MARIBEL.-  ¿Anoche? Pues, verás, fui al garaje, saqué el coche pequeño y estuve por ahí, haciendo kilómetros como una loca...  (Se calla. Y de pronto, en una transición, se vuelve hacia su hermano, irritada.)  Pero ¿a ti qué te importa? ¿Por qué me lo preguntas así? ¿Quién eres tú? ¿Qué te has creído?

TOMY.-  Maribel...

MARIBEL.-  ¡Estúpido!

 

(Entra en el vestíbulo y se va corriendo por el pasillo. TOMY, acongojado, se vuelve hacia RAMONÍN.)

 

TOMY.-  ¡Ramonín! ¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué juego es éste? ¿Es que las mentiras se han convertido en verdades?

 

(RAMONÍN baja la cabeza y, en silencio, sale por la puerta de la derecha. TOMY, solo, se hunde en un sillón. Por la terraza entra RITA, que avanza muy jovial, muy optimista.)

 

RITA.-  Buenos días, Tomy. ¿Has visto? ¡Qué sol! ¡Qué mañana! ¡Qué hermosísima mañana!

TOMY.-  Sí, mamá...

RITA.-  ¡Ay! Adoro la primavera, no lo puedo remediar. ¡Tiene tantos recuerdos para mí! Cuando yo era una muchacha me enamoraba todas las primaveras. ¡Todas! Era fatal. Hasta que conocí a papá y me prohibió que me enamorara de cualquier otro. ¡Ah! Entonces papá era muy celoso. Claro, que estábamos en mil novecientos cuarenta. Acababa de terminar la guerra, y todos los hombres eran tan españoles. Pero, hijito, luego se impuso el contacto con el mundo, nos hicimos europeos y se acabó...

 

(Entra MÓNICA por el vestíbulo llevando una gran bandeja con servicio de café para el desayuno, que deposita sobre la mesita, delante del sofá.)

 

MÓNICA.-  Buenos días, señora.

RITA.-  Buenos días, hijita.  (Una transición.)  ¡Mónica! Te encuentro pachucha. Toma vitaminas, rica. Una pildorita rosa y otra azul.

MÓNICA.-  Sí, señora...

 

(MÓNICA se va, aprisa, por el pasillo. Al mismo tiempo entra DANIEL por la izquierda. Se sienta en el sofá y toma un periódico.)

 

DANIEL.-  Hola, Tomy.

TOMY.-  Hola, papá.

RITA.-  ¡Tomy! ¿Por qué estás tan callado?

TOMY.-  Estaba pensando, mamá...

RITA.-  ¡Qué lata! Siempre estás pensando, pobrecito...  (Transición.)  ¿Qué vas a tomar, cariño?

DANIEL.-   (Distraídamente.)  Café, nada más.

RITA.-  ¿Qué cuentan hoy los periódicos?

DANIEL.-  ¡Pchs! Lo de siempre... De Gaulle no está conforme...

RITA.-  ¡Claro! Es tan viejecito...

DANIEL.-  Moscú ataca la política de Occidente.

RITA.-   (Muy perspicaz.)  ¡Ay! Me parece a mí que esos señores se están haciendo de derechas. Pero, en fin, eso se veía venir...

DANIEL.-   (De pronto.)  ¡Hola!

RITA.-  ¿Qué es eso?

DANIEL.-   (Después de unos segundos.)  Un asunto bastante turbio.

RITA.-  ¿Sí?

DANIEL.-  La Policía ha detenido esta madrugada a un grupo de muchachos. No se dan nombres. Pero, por lo que se lee entre líneas, todos son hijos de buenas familias...

RITA.-  ¡Ay! ¡Los jóvenes! Estoy segura de que esos chicos habrán hecho alguna fechoría tremenda. Están todos tan mal educados...

DANIEL.-  ¡Caramba!

RITA.-   (Inquietísima.)  ¡Hijito! ¿Qué pasa ahora? Estás leyendo el periódico con «suspense»...

DANIEL.-  Se confirma lo de la crisis...

RITA.-   (Muy alborozada.)  ¡No!

DANIEL.-  Sí, sí...

RITA.-  ¡Ay! Eso sí que es divertido...

 

(TOMY, muy despacio, se levanta y se marcha hacia el fondo. RITA y DANIEL continúan muy interesados en su conversación.)

 

DANIEL.-  Parece que van a hacer ministro a Montijano.

RITA.-  ¿Sí? ¡Qué bien! Montijano es un muchacho encantador.

DANIEL.-  Le vi ayer en el Club...

RITA.-  ¿Qué te dijo?

DANIEL.-  Nada...

RITA.-  ¿Nada? ¡Qué gracioso! Pues sí que empieza bien el futuro ministro. De manera que ante un hombre tan importante como tú, él no tiene nada que decir...

DANIEL.-  ¿Qué quieres? Montijano no me ha demostrado nunca grandes simpatías. Y es natural. Somos muy distintos. Yo soy un hombre de negocios, él es un intelectual...

RITA.-  ¡Qué tostón!

DANIEL.-  Mujer...

RITA.-  Pero, por Dios, Daniel, ¿y a un hombre así le van a hacer ministro?

DANIEL.-  ¡Ah! Parece que ésa es la corriente...

RITA.-  ¡Pobre España!

DANIEL.-  ¡Je!

RITA.-  ¿Adónde vamos a parar?

DANIEL.-  ¡Oh! Eso no se sabe nunca.

 

(TOMY está mirando, atónito, a sus padres. En este momento, RITA y DANIEL tienen cada uno un periódico entre las manos. RITA, que ha leído algo, se pone en pie, irritadísima.)

 

RITA.-  ¡Ah, no! ¡Esto, no...!

DANIEL.-  ¿Qué ocurre?

RITA.-  ¡Que le van a dar una condecoración a Rosa Fornell!

DANIEL.-  ¡Rita!

RITA.-  ¡No! ¡Esto sí que no y no!

DANIEL.-  Pero, mujer...

RITA.-  ¡Daniel! Esto sí que no se lo perdono yo al régimen...

DANIEL.-  ¡Rita!

RITA.-  ¡No! ¡Te digo que no y no...!

 

(TOMY, que ya no puede más, da un paso, a punto de echarse a llorar.)

 

TOMY.-  ¡¡Basta!!

 

(DANIEL y RITA se vuelven hacia el muchacho, estupefactos.)

 

DANIEL.-  ¡Tomy!

RITA.-  Pero, hijito...

TOMY.-  ¡Cállate, mamá! ¡Por lo que más quieras! ¡Cállate! ¡Mamá! Pero ¿es que estáis locos? ¿Cómo podéis ser tan frívolos y tan despreocupados? Pero ¿es que ya habéis olvidado todo lo que ha pasado esta noche? ¡Mamá! Pero ¿es que no sabéis que yo voy a tener un hijo?

 

(Entra en la terraza conteniendo unos sollozos que pugnan por escapársele de la garganta. DANIEL y RITA se miran atónitos. Y en seguida se revuelven indignados.)

 

RITA.-  ¡Y dale!

DANIEL.-  ¡Otra vez con la misma historia!

RITA.-  Pero ¡qué manía! Daniel, este chiquito es incorregible...

DANIEL.-  ¡Es asombroso...!

RITA.-   (Furiosa.)  ¡Un cachete! ¡Le voy a dar un cachete...!

DANIEL.-   (De pronto.)  ¡Calla! Ya sé lo que pasa.

RITA.-  ¿Qué pasa?

DANIEL.-  Resulta que Tomy no sabe que la pequeña nos dijo anoche que todo era mentira. Y al parecer, él quiere seguir adelante con la comedia...

RITA.-  ¿Tú crees?

DANIEL.-  ¡Seguro!

RITA.-  ¡Qué loco!

DANIEL.-  ¡Je!

RITA.-  ¡Dios mío! Pero ¿por qué tiene ese empeño?

DANIEL.-  ¡Ah! Eso es lo que no sé...

 

(Un silencio. Los dos están asombradísimos.)

 

RITA.-  ¡Daniel!

DANIEL.-  ¿Qué?

RITA.-  Nos ha llamado frívolos. ¡Qué poco respeto! ¿Verdad? ¡Frívolo tú, amor mío! Frívola yo, una mujer tan española...

DANIEL.-   (En otro mundo.)  ¡Rita!

RITA.-  Sí...

DANIEL.-  Estoy muy intrigado, lo confieso. No sé qué es lo que pretende ese chico...

RITA.-  Yo tampoco...

DANIEL.-  Pero se me ocurre una idea para averiguarlo...

RITA.-  A ver...

DANIEL.-  Vamos a seguirle el juego.

RITA.-  ¿Cómo? ¿Qué quieres decir?

DANIEL.-   (Muy satisfecho.)  Sí, sí. Ya está. Tú y yo vamos a actuar como si de verdad nos hubiéramos creído todos los embustes que nos contaron anoche...

RITA.-  ¡Jesús! ¿Qué estás diciendo?

DANIEL.-  Lo que oyes. ¿No es eso lo que él quiere? Pues adelante. ¡Ah! Y para empezar, hagámonos a la idea de que Tomy va a tener un hijo.  (Muy contento.)  ¿Qué te parece?

RITA.-  ¡Daniel! Si quieres que te diga la verdad, todo eso me parece terriblemente diabólico...

DANIEL.-  ¡Calla! Tú déjame a mí. Ya verás, ya verás...

RITA.-  ¡Daniel! No sé si podré...

 

(DANIEL va a la terraza y llama.)

 

DANIEL.-  ¡Tomy! Ven aquí.

RITA.-  ¿Qué vas a hacer?

DANIEL.-  ¡Chis! ¡Calla!  (Aparece TOMY en el umbral de la puerta de la terraza.)  Tomy, hijo mío...

TOMY.-  ¡Papá!

DANIEL.-  Ven aquí, muchacho, ven aquí. Anoche nos dijiste que vas a ser padre...

TOMY.-  Sí, papá.

DANIEL.-  ¡Hum! Es toda una noticia. ¡Una gran noticia! Pero, en fin, anoche fue todo tan inesperado, nos pusimos todos tan nerviosos... La verdad es que no estuvimos a la altura de las circunstancias. Y creo que ahora, con más calma, tendrás muchas cosas que decir. Vamos a ver, Tomy, hijo mío, ¿qué ha pasado? Cuéntamelo todo...

 

(TOMY se yergue contentísimo, emocionado.)

 

TOMY.-  ¡Papá! ¿De verdad quieres saber?

DANIEL.-  Naturalmente, hijo. Soy tu padre...

TOMY.-  ¡Papá! Pero si lo estaba deseando...  (El muchacho, lleno de gozo, nerviosísimo, va hacia DANIEL y le abraza. RITA y DANIEL se miran asombrados.)  ¡Oh, papá! ¡Papá! ¡Gracias, papá!

DANIEL.-   (Asustado.)  ¡Hijo! Cálmate...

TOMY.-  ¡Qué bueno eres, papá!

DANIEL.-  Pero, Tomy...

TOMY.-  ¡Qué alegría me das! Yo ya sabía que estarías a mi lado. Yo ya sabía que me comprenderías. Pero si tiene que ser así. ¿Verdad, papá? Después de todo, nadie puede oponerse al amor. El amor no es un pecado. El amor es cosa de Dios. ¿No crees, papá? Y un hijo... ¡Oh, un hijo, un hijo! Es algo tan grande, tan importante, tan extraordinario. ¡Je! ¿Verdad, papá? Figúrate que yo nunca había besado a una chica. Pero cuando la vi tan cerca de mí, tan sencilla, tan pura, tan enamorada...

DANIEL.-   (Consternado.)  ¡Tomy!

TOMY.-  Sí, papá...

DANIEL.-  ¡Cálmate! Poco a poco...

TOMY.-  Pero si es que no puedo, papá. Como estoy tan nervioso...

DANIEL.-  ¡Tomy!

TOMY.-  ¡Papá!

DANIEL.-  ¿Quién es esa chica?

TOMY.-  ¿Ella?  (En ese momento surge MÓNICA en el vestíbulo. TOMY enmudece. MÓNICA entra en el cuarto de estar, avanza en silencio, llega hasta la mesita y recoge la bandeja con el servicio del desayuno. TOMY clava los ojos en la muchacha. Muy bajo.)  ¿Que quién es ella? ¿No lo adivinas, papá? Pero si es tan fácil...

 

(DANIEL y RITA, aterrados, siguiendo la mirada de TOMY, miran a MÓNICA, con los ojos abiertos de par en par.)

 

DANIEL.-  ¿Cómo...?  (MÓNICA, de vuelta, ya está bajo la embocadura que separa el salón del vestíbulo. Parece que siente sobre su espalda las penetrantes miradas de RITA y DANIEL, y en medio del inmenso silencio se detiene un segundo, como si fuera a sufrir un desvanecimiento. Pero con un gran esfuerzo se rehace, entra en el vestíbulo y desaparece por el pasillo. DANIEL está muy pálido. Su mirada se encuentra con la de RITA.)  Rita...

RITA.-  Daniel...

DANIEL.-  ¿Qué es esto?

RITA.-   (Con un angustioso esfuerzo.)  ¡No! ¡Es mentira! ¡No quiero, no quiero...!

DANIEL.-  ¡Rita! Este chico no miente. Dice la verdad...

RITA.-   (Con terror.)  ¡No! ¡Es mentira...!

DANIEL.-  ¡Rita! Abre los ojos. Estás ciega.

RITA.-  ¡No! ¡Daniel! ¡Dime que no! ¡No quiero! ¡No quiero!  (Entre sollozos.)  Mis hijos, no; mis hijos, no...  (Aparece MARIBEL en el vestíbulo, bajo el arco. RITA, al verla, se queda inmóvil.)  ¡Maribel!

MARIBEL.-  ¡Mamá!

RITA.-  ¿Dónde has estado esta noche?

 

(MARIBEL la mira en silencio.)

 

MARIBEL.-  ¿De verdad quieres saberlo, mamá?

RITA.-  ¡Sí!

MARIBEL.-   (Sencillamente.)  Estuve en casa de Guillermo...

 

(Un silencio. RITA se ha quedado atónita, desconcertadísima.)

 

RITA.-  ¿Dónde?  (Silencio. RITA, apuradísima, se vuelve a su marido.)  ¡Daniel! ¿Quién es Guillermo?

DANIEL.-  No lo sé.

RITA.-   (Con una angustiosa perplejidad.)  Pero tú tenías que saberlo...

DANIEL.-  ¡Rita! ¡Cállate!

RITA.-  ¡No quiero!  (Va hacia MARIBEL. La mira con un miedo infinito.)  ¡Nena! Pero ¿te has vuelto loca? ¿Por qué has hecho eso?

MARIBEL.-   (Con dureza.)  Pero ¿aún no lo comprendes, mamá? ¡Porque tenía que vengarme de ti! ¡Porque tenía que hacerte llorar! ¡Porque anoche, cuando fui a buscarte loca de ilusión, de alegría, de felicidad, no me hiciste caso! Por todo eso, mamá, por todo eso. Pero ¿es que no lo entenderás nunca?

RITA.-  Hija...  (Se ha quedado blanca, casi temblando. Muy despacito se vuelve a su marido y le mira como pidiendo socorro.)  ¡Daniel! ¿Qué dice esta niña? ¿Qué pasó anoche? Yo no comprendo. Yo no entiendo nada. Pero si anoche fue una noche como todas...

MARIBEL.-  ¡Oh, mamá, mamá...!

 

(Por la primera puerta de la derecha surge RAMONÍN. Al ver a sus padres se detiene súbitamente.)

 

RAMONÍN.-  ¡Papá!

 

(DANIEL le mira fijamente. Va hacia él. El muchacho palidece.)

 

DANIEL.-  ¡Ramonín!

RAMONÍN.-  ¡Papá!

DANIEL.-  ¡Dímelo!  (Le toma de las solapas.)  ¿Eres tú uno de ésos? ¿Eres tú uno de esos chicos de los que habla el periódico? ¡Dilo! Tengo que saberlo, tengo que saber si he de avergonzarme de ti, tengo que saber si debo echarte de casa...

TOMY.-  ¡Papá!

DANIEL.-  ¡Habla, granuja, habla. Dilo todo. ¿Quién eres tú? Dilo o te juro que...

MARIBEL.-  ¡Papá! ¡Por Dios...!

DANIEL.-  ¡Habla! Te digo que hables. Pero ¿es que no me oyes?

 

(Le zarandea furiosamente. RITA se abandona en un sillón, desolada.)

 

RITA.-  ¡Oh! Mis hijos...

 

(En este momento, como atraídas por las voces airadas de DANIEL, surge MÓNICA, en el vestíbulo, y LOLÍN, por el fondo. MÓNICA se queda allí, en un ángulo del vestíbulo, oculta para los demás, escuchando. LOLÍN, impetuosamente, se planta en el centro.)

 

LOLÍN.-  ¿Qué pasa? ¿Por qué grita papá?

 

(Todos, repentinamente callados, se vuelven hacia LOLÍN. La pequeña está muy sorprendida.)

 

TOMY.-  Lolín...

LOLÍN.-  ¿Qué?

TOMY.-  ¿Te acuerdas...?

LOLÍN.-  ¿De qué?

TOMY.-   (Muy emocionado.) Anoche, cuando tú dijiste que te sentías enferma, y Maribel se marchó, y Ramonín llamó diciendo que le había detenido la Policía, y yo dije que iba a tener un hijo...

LOLÍN.-   (Muy divertida.)  ¡Tomy! ¿Todavía estáis con eso? Pero si papá y mamá ya saben que todo es mentira...

TODOS.-   (Muy bajo.) ¿Cómo?

 

(Todos están mirando a LOLÍN.)

 

LOLÍN.-  ¡A ver! Se lo dije yo anoche. Cuando mamá se desmayó, me asusté y se lo conté todo...

 

(Todos, en silencio, se vuelven hacia RITA. Ésta se yergue, iluminada por un gozo infinito, trémula, nerviosa.)

 

RITA.-  ¡Claro! Ya lo sabía. Era mentira...  (Se le escapa un sollozo.)  ¡Daniel! ¿Has oído? Era mentira. Te lo dije. Estaba segura. No podía ser verdad. Era mentira, mentira... Todo mentira.

DANIEL.-  ¡Rita!

 

(RITA se vuelve hacia su marido con un inmenso coraje.)

 

RITA.-  ¡Cállate! Pero ¿no ves que es mentira?  (Un sollozo. Va hacia MARIBEL.)  ¡Maribel! ¡Hijita! Bonita mía, mi niña, mi tesoro. Dilo tú. Di que todo es mentira, mentira, mentira. Dilo, preciosa. ¿Verdad que todo es mentira?

 

(MARIBEL alza los ojos, mira a su madre y le brotan irremediablemente unas lágrimas.)

 

MARIBEL.-  Sí, mamá... Es mentira.

RITA.-  ¡Hija! Si no podía ser...

MARIBEL.-  Todo ha sido una comedia, mamá. Anoche nos pareció que no nos queríais y nos pusimos terriblemente sentimentales. Y se nos ocurrió este juego. Un juego demasiado cruel. Perdónanos, mamá.

RITA.-  ¡Nena! ¿Qué dices? Pero si no importa nada, nada. ¡Mi chiquilla! Dame un beso...

MARIBEL.-  Sí, mamá...

RITA.-  Muchísimos besos...

MARIBEL.-  Mamaíta...

RITA.-  Te quiero, nena. Te quiero tanto...  (Casi no puede hablar. Ríe y llora al mismo tiempo.)  ¿Tú has visto, Daniel? Yo tenía razón. No era verdad. No podía ser verdad. ¡No! Mis hijos, no... ¡Daniel! ¡Dios mío! ¡Maribel! ¡Nena! ¡Ramonín! Embustero, grandísimo embustero... ¡Tomy! ¡Qué tonto eres! ¡Qué tonto! ¡Lolín! Cuánto habéis hecho sufrir a la pobre mamá. Pero no importa, ya no importa. Todo vale por esta alegría. ¡Hijitos! Os quiero tanto...

 

(Se va llorando por la izquierda. Todos se quedan inmóviles. Un silencio. De pronto, MARIBEL, en un arranque.)

 

MARIBEL.-  ¡Mamá! ¡Mamaíta! ¡Espera!

 

(Sale. LOLÍN mira en torno, con mucha suficiencia, y suspira.)

 

LOLÍN.-  Bueno. A veces me pregunto qué sería de esta familia si no fuera por mí, que siempre pongo las cosas en su sitio...

 

(Sale, siguiendo los pasos de RITA y MARIBEL. MÓNICA desaparece, en silencio, por el pasillo. En escena, DANIEL, RAMONÍN y TOMY. DANIEL lanza una mirada en torno. Hay una pausa.)

 

DANIEL.-  Bien. Conque, de verdad, todo ha sido eso..., una farsa.

RAMONÍN.-   (Muy tranquilo, muy sonriente.)  Pues claro, papá. ¿Cómo habéis podido pensar otra cosa?

DANIEL.-  Eso me pregunto yo ahora. Pero confieso que, por un momento, caí en la trampa. Lo creí...

RAMONÍN.-  ¡Je!

DANIEL.-  Parecía todo tan cierto. Fingíais tan bien...

RAMONÍN.-  ¿Verdad que sí, papá?

 

(DANIEL se queda mirando largamente a RAMONÍN.)

 

DANIEL.-  Ramonín...

RAMONÍN.-  Dime, papá.

DANIEL.-   (Sonriendo.)  Estaba pensando, ¿sabes?, que para mí sería muy fácil comprobar si esta noche has estado o no has estado en manos de la Policía...

 

(RAMONÍN palidece. Baja la cabeza. Pero se rehace y sonríe.)

 

RAMONÍN.-  ¿De veras, papá?

DANIEL.-  ¡Figúrate! El jefe superior es un viejo amigo mío...

 

(DANIEL no aparta la mirada de RAMONÍN. Éste está muy pálido.)

 

RAMONÍN.-  ¡Ah! Entonces, llámale por teléfono. Él te dirá la verdad.

 

(DANIEL vuelve la cabeza y se queda mirando el aparato telefónico que está sobre la mesita. RAMONÍN, asustado, espera con una enorme ansiedad. Una pausa. Un gran silencio. Por fin, DANIEL, como vencido, baja la cabeza.)

 

DANIEL.-  No, deja... Te creo.

 

(Marcha muy despacio, con un aire de repentino e infinito cansancio, siempre seguido por las miradas de TOMY y RAMONÍN. Entra en la terraza. Desaparece. Los dos muchachos se vuelven el uno hacia el otro y se miran. TOMY, de pronto, lleno de coraje, da un paso. Pero RAMONÍN se interpone.)

 

TOMY.-  ¡Ah, no! Esto no...

RAMONÍN.-  Estate quieto...

TOMY.-  ¡No! Esto no quedará así. Se acabaron las mentiras. Tienen que saber la verdad. Y la sabrán. ¡Te lo juro!

RAMONÍN.-  ¡Calla, idiota!

TOMY.-  ¡Déjame!

RAMONÍN.-  ¡No quiero!

TOMY.-  ¡Déjame te digo!

RAMONÍN.-  ¡No!

TOMY.-  Eres un cínico, Ramonín, un cínico. Has engañado a papá como si fuera un niño. Pero a mí no puedes engañarme. Yo sé que esta noche has estado allí entre todos esos...

 

(RAMONÍN se lanza sobre él. Con un puño crispado le estruja la pechera de la camisa.)

 

RAMONÍN.-  Cállate o...

TOMY.-   (Vencido.)  ¡Oh, Ramonín, Ramonín!

RAMONÍN.-  ¡Imbécil! Nunca sabrás tú cuánto he sufrido yo esta noche entre aquellas malditas cuatro paredes hasta que Michel confesó y a los demás nos pusieron en libertad. Y ahora quieres tú robarme la posibilidad de que todo esto haya sido un sueño... Estás loco.  (Se calla. Con otro tono.)  ¡Tomy! ¿Qué pretendes? ¿Por qué quieres seguir adelante? Pero ¿no comprendes que lo que necesitamos todos es creer que hemos soñado? ¿Creer, como cree Lolín, que no ha pasado nada? ¿No has visto con cuánta ilusión descubría mamá que todo era una comedia? ¿No has visto con qué sencillez se aferraba papá a la idea de que todo era mentira? ¡Tomy! Déjalo como está. No se puede hacer saltar la verdad. Tiene dentro dinamita y veneno. Es el desastre. Entre nosotros sería el derrumbamiento de todo lo que todavía nos une. Es mejor callar. Ni siquiera mentir. Callar y callar y callar siempre. Y después, olvidar...

TOMY.-  Yo no puedo olvidar. ¡No quiero!

RAMONÍN.-  Pero sí puedes esperar. Espera un poco, Tomy. Te lo suplico.

TOMY.-  ¿Sabes que no te conocía, Ramonín?

RAMONÍN.-  Me lo imagino. ¿Es que alguno de nosotros conocía a los demás?

TOMY.-  ¿Cómo has podido caer entre esa gente?

RAMONÍN.-  ¡Pchs! Por curiosidad...  (De pronto, una transición. Se vuelve, airado, hacia TOMY.)  Pero después de todo, ¿a ti qué te importa? ¿Quién eres tú? ¿Con qué derecho me vas a juzgar? ¿Es que te crees mejor que los demás? ¿Por qué? ¿Porque te acuestas con la doncella? ¿Es por eso...?

TOMY.-   (Lleno de rabia.)  ¡Cállate!

RAMONÍN.-  Bueno. ¿Qué vas a decirme? ¿Que la quieres? ¿Que es la mujer de tu vida? ¿Sí? Y, por curiosidad, ¿de qué hablas con ella? ¿De la decadencia de Occidente o del sentido revolucionario del cristianismo? Lo digo porque como son ésos tus temas favoritos...

TOMY.-  ¡Cállate!

RAMONÍN.-  ¡Oh!

TOMY.-  Eres malo, Ramonín. Eres muy malo...

 

(RAMONÍN, en una transición, hundido, se abandona en el sofá.)

 

RAMONÍN.-  No, Tomy. No soy tan malo como tú crees. Es que me tengo que defender. A veces me siento tan solo...

TOMY.-  ¿Ya ni siquiera crees en Dios?

RAMONÍN.-   (Un silencio.)  No lo sé. Me acuerdo de Él cuando estoy asustado, cuando tengo miedo. Entonces, sin saber por qué, me viene a la memoria aquella oración que rezábamos de niños todas las noches al acostarnos. Jesusito, Jesusito. ¿Te acuerdas? Ya sé que eso no es tener fe. Eso es tener miedo. Y el miedo vale tan poco, tan poco...  (En ese momento surge de nuevo MÓNICA en el vestíbulo. RAMONÍN, en una transición, habla con angustia, suplicante.)  ¡Tomy! ¡Cállate! ¡No digas nada! Hazlo por ellos. Por papá, por mamá, por Maribel. Por la pequeña, que todavía nos cree a todos tan inocentes, tan puros y tan limpios como ella. Hazlo por mí, Tomy. Soy tu hermano. Si hablas, tendré que marcharme de aquí. No sé adónde. Pero me iré muy lejos, muy lejos. No os soportaría. ¡Tomy! ¡Déjalo todo como está! ¿Quieres que te lo pida de rodillas?  (Un silencio. Muy despacio, MÓNICA, en el vestíbulo, avanza hacia la embocadura del cuarto de estar. Los dos muchachos se vuelven hacia ella y la miran. Se callan los tres. RAMONÍN se incorpora muy despacio, muy pálido.)  ¡Mónica! ¿Estabas ahí?

MÓNICA.-  Sí, señorito.

 

(RAMONÍN baja la cabeza y, después de una ligera vacilación, se vuelve y escapa, aprisa, por la primera puerta de la derecha. Quedan solos MÓNICA y TOMY frente a frente.)

 

TOMY.-   (Muy bajo.)  ¿Has oído?

MÓNICA.-  Sí.

 

(TOMY, derrotado, se deja caer en un sillón y esconde la cara entre las manos.)

 

TOMY.-  No quieren, Mónica, no quieren. La verdad les asusta. No pueden romper el juego. Son cobardes, son inconscientes. Están asustados. Lo único que desean es no enterarse; seguir, seguir adelante. Vivir. Agarrarse como locos a esta estúpida vida...

 

(MÓNICA da un paso hacia él. Desgarradoramente desvalida. Y estalla en sollozos.)

 

MÓNICA.-  Pero ¡yo te quiero! ¡Tomy! ¡Yo te quiero! ¡Yo te quiero!

 

(Solloza.)

 

TOMY.-   (Angustiado.)  Mónica...

MÓNICA.-  Yo te quiero, yo te quiero...

 

(Un silencio. TOMY habla con la voz velada por las lágrimas.)

 

TOMY.-  ¡Mónica! Tenemos que esperar. No puedo hacer otra cosa. No puedo hacerlos desgraciados a todos.

MÓNICA.-  ¡Tomy! Pero yo te quiero...

TOMY.-  ¡Calla! ¿Lo comprendes...?

MÓNICA.-  ¡No! No comprendo nada. No os entiendo. Yo te quiero, yo te quiero...

TOMY.-  Más adelante, cuando haya pasado un poco de tiempo, muy poco, ¿sabes?..., mañana, pasado, otro día, diré toda la verdad. Y nadie podrá nada contra nosotros. Y nos iremos a América con el niño. Y el mundo entero será para ti y para mí.

 

(MÓNICA en un susurro.)

 

MÓNICA.-  Es que te quiero...

TOMY.-   (Un sollozo.)  ¡¡Mónica!! ¡Cállate! Pero ¿no ves que no puedo más?

 

(Sale rápidamente por la puerta de la derecha. MÓNICA, sola, desolada, asustada, corre tras él. Se encuentra con la puerta cerrada y golpea con los puños.)

 

MÓNICA.-  ¡Tomy! ¡Tomy! ¡Tomy! ¡Espera! ¡Tomy! ¡Escucha! Te quiero, te quiero, te quiero...

 

(Vencida, sin fuerzas, con el rostro apoyado sobre la puerta, llora durante un tiempo. Poco a poco su llanto se hace imperceptible. Al fin se vuelve. Y entonces, en la puerta de la terraza, aparece DANIEL. Los dos se miran largamente.)

 

DANIEL.-   (Muy bajo.) Mónica...

MÓNICA.-  Sí, señor...

 

(Un silencio. En los ojos de MÓNICA hay un brillo de esperanza.)

 

DANIEL.-  No, nada...

 

(Avanza hasta el primer término. MÓNICA baja la cabeza y marcha muy despacio. Entra en la terraza. Desaparece. DANIEL está solo. Un segundo más tarde, por la izquierda, aparece RITA. Ella y DANIEL se miran. Luego ella va hacia él y se refugia en sus brazos.)

 

RITA.-  ¡Oh, Daniel, Daniel!...

DANIEL.-  Calla, calla...

RITA.-  No podíamos hacer otra cosa, ¿verdad? Era preciso aparentar que no lo creíamos. Es mejor así...

DANIEL.-  Sí. Es mejor así. Tranquilízate.

RITA.-  ¡Oh!

DANIEL.-  La cobardía siempre es humana. ¡Je! Anoche jugaron ellos con nosotros, y ahora nosotros les hemos devuelto el juego. Lo curioso es que anoche nuestros hijos se inventaron unas mentiras que de pronto estallaron porque estaban llenas de verdad. Y ahora nosotros hemos convertido esas verdades otra vez en mentiras. ¡Buen juego de manos! ¡Buena solución para seguir viviendo! Porque, en realidad, ¿qué hubiera ocurrido si nosotros hubiéramos reaccionado de otro modo? ¡Bah! Gritos, lágrimas, reproches. El escándalo. Y después, esa terrible pregunta que nunca encuentra respuesta. ¿Quién tiene la culpa? No, no. A veces, la verdad es como la barbarie: destroza, pero no sirve para nada...

 

(Un silencio.)

 

RITA.-  ¡Daniel!

DANIEL.-  ¿Qué?

RITA.-   (Muy bajo.)  ¿Es culpa nuestra porque somos así?

DANIEL.-  Quizá.

RITA.-  ¡Oh!

DANIEL.-  Pero ¿quién tiene la culpa de que nosotros seamos así? A veces me gustaría saberlo.

 

(Otro silencio.)

 

RITA.-  Ramonín cambiará, ¿no crees? Es un niño todavía. Los jóvenes son imprudentes, alocados, inconscientes. Ignoran el peligro. Pero, de pronto, un día se hacen hombres y reaccionan y todo es diferente...

DANIEL.-  ¡Claro! Tiene que ser así...

RITA.-  ¿No sabes? Maribel se quiere casar enseguida.

DANIEL.-  ¿Quién es él?

RITA.-  Casi no lo sé. Uno de esos ingenieros...

DANIEL.-  Ya.

RITA.-  Naturalmente, para todo lo de la boda, tendremos que ir a París. Estas cosas solo se resuelven bien en París. Allí, entre Balmain y Balenciaga25, ¿verdad? Desde luego, la boda tiene que ser algo importante. Tenemos tantos amigos. ¿Qué te parece en la finca? Sería una fiesta encantadora. Maribel parecería una reina. Es tan bonita...  (En este momento aparece MÓNICA bajo el dintel de la entrada de la terraza. Se queda allí, inmóvil. Ni RITA ni DANIEL pueden advertir su presencia.)  ¡Daniel!

DANIEL.-  Sí, Rita...

RITA.-  Tomy pasa demasiado tiempo en casa, ¿sabes? Deberíamos hacer algo.

DANIEL.-  ¿Qué podemos hacer?

 

(Se quedan los dos callados.)

 

RITA.-  No sé. Un viaje, quizá. Él tiene tanta ilusión con los Estados Unidos. Podría continuar allí sus estudios. Otros chicos lo hacen.

DANIEL.-  ¡Ah!

 

(Un nuevo silencio.)

 

RITA.-  ¿Qué te parece?

DANIEL.-   (Pensativo. Casi como para sí mismo.)  Sería una solución...

RITA.-  Es la única solución. Pero pronto, ¿sabes? Mañana mismo, si fuera posible. De lo demás, ya nos ocuparemos con más calma. Estas cosas siempre tienen un arreglo...  (Ya junto a la puerta.)  ¿Vas a salir?

DANIEL.-  Sí.

RITA.-  ¿Me llevas al centro?

DANIEL.-  ¡Claro!

RITA.-  Hoy tengo un día tan complicado...

 

(Sale por la puerta de la izquierda. DANIEL, después de un instante, la sigue. Queda MÓNICA sola, con los ojos llenos de lágrimas, apoyada en la cristalera. Mira en torno con un infinito desaliento, se siente en todo su inmenso desamparo, solloza, y, de pronto, corre, atraviesa el cuarto de estar, entra en el vestíbulo, abre la puerta de la escalera y sale. La escena queda sola durante unos instantes. El piano inicia su melodía. Las luces comienzan a descender.)

 

 
 
OSCURO
 
 


Cuadro séptimo

 

Cuando vuelven las luces, en escena se hallan DANIEL y el COMISARIO.

 

DANIEL.-  Murió tres días después. La arrolló un autobús en una carretera de las afueras...  (Se calla. El COMISARIO se levanta y marcha muy despacio. Ante la puerta de la terraza se queda mirando al exterior; DANIEL, al cabo, se pone de pie; casi con violencia.)  ¿Quién mató a Mónica, señor comisario? ¿Quién tuvo la culpa?

 

(El COMISARIO se vuelve. Con suavidad.)

 

COMISARIO.-  ¡Señor Sandoval! ¿Todavía no lo ha comprendido? A Mónica la mató el juego. Ese juego que nunca tiene culpables, pero que siempre tiene una víctima...

DANIEL.-  Entonces, ¡la he matado yo! Yo, que he creado este mundo donde el juego es como una necesidad...  (Un largo silencio. El COMISARIO avanza lentamente. DANIEL, poco a poco, se rehace.)  ¡Señor comisario! No sé por qué le he llamado a usted esta mañana. Si ya ha pasado un año, si ya nada tiene remedio...

COMISARIO.-  ¡Señor Sandoval! El tiempo no existe. El tiempo es una figura poética. Un recurso de la imaginación para olvidar. Cuando no se olvida, no pasa el tiempo: ni los años, ni los días, ni las horas. Usted no ha olvidado. Vive todavía aquellos momentos.  (Sonríe.)  Por eso, hijo mío, me ha llamado usted tantas veces...

 

(DANIEL se vuelve hacia él, atónito.)

 

DANIEL.-  ¿Qué dice?

COMISARIO.-  Vamos, vamos, haga memoria. Durante este último año no ha cesado usted en sus llamadas. ¡Y en qué sitios, Dios mío! En el bar del Palace, en el tiro de pichón, en las carreras de caballos. ¡Je! Recuerdo, ahora, que la primera vez que acudí a su llamada estaba en el vestíbulo de un gran hotel de París. A mí no me gusta París. Pero ¿qué va a hacer uno? Luego fue a bordo de un avión, rumbo a Norteamérica, en viaje de negocios, que también es ocurrencia. La última vez que me llamó usted fue de pronto, mientras presidía un Consejo de Administración. Y eso sí que me sentó mal, la verdad. En ese ambiente no tiene uno nada que hacer.  (Sonríe, muy amable.)  Pero no importa. Usted me llama y yo acudo esté donde esté. Usted me llamará muchas veces todavía y yo acudiré siempre. Usted volverá a contarme la misma historia y yo volveré a escucharle con mucho gusto. Es el oficio, hijo...

 

(Marcha hacia el vestíbulo, muy despacito, como si estuviera un poco cansado. Pero siempre sonriendo.)

 

DANIEL.-  Espere.

COMISARIO.-  Sí...

DANIEL.-  ¿Quién es usted, señor comisario?

COMISARIO.-  Pero, hijo, ¿todavía no lo sabe?  (En este momento se abre sola la puerta de la escalera. El viejo se vuelve hacia DANIEL.)  ¡Señor Sandoval! La vida es como una feria inmensa, abrumadora. Un bello carrusel radiante. Adornado con luces de todos los colores: rojas, verdes, blancas, azules, verdes, amarillas. Luces mágicas, luces fascinantes, cegadoras. El carrusel está en movimiento. De noche y de día. Es como un mundo encantado. Un paraíso prodigioso. Pero, de pronto, un día, nadie sabe por qué, la hermosa feria se interrumpe. El gran carrusel se detiene. Se apagan todas las luces. Se hace una noche infinita. Una sombra inmensa que todo lo sume en la oscuridad. Y entonces siempre hay un hombre que tiene miedo y grita, y pide con todas sus fuerzas un policía en medio de las tinieblas. Yo acudo. Nos encontramos a solas, entre tanta oscuridad. Él, a veces, ni siquiera me ve. Pero yo le escucho. De pronto, la feria se anima otra vez esplendorosa, magnífica, bulliciosa, atronadora. El gran carrusel se pone de nuevo en marcha. Las luces se encienden y se oye otra vez la música, la bella música del carrusel...

 

(Música muy tenue. Es la misma melodía en ritmo vivo y acelerado. Un silencio. DANIEL, muy bajo.)

 

DANIEL.-  ¿Y después?

COMISARIO.-  ¿Después? Nada. Todo vuelve a empezar...  (El COMISARIO se marcha.)  Buenos días, señor Sandoval.

DANIEL.-  Buenos días.

 

(El COMISARIO penetra en el vestíbulo. Pero se detiene, porque en este momento entra RITA en el cuarto de estar por la puerta de la izquierda. Viste una larga bata, como en su primera salida a escena.)

 

RITA.-  ¡Cariño! ¿No sabes? Tengo una noticia. Una gran noticia. A Rosa Fornell la engaña su marido. ¿Qué te parece? La pobre está desesperada, ya comprenderás. Y con muchísima razón...  (Se sienta en el sofá, junto a su marido. El COMISARIO sonríe y sale con sus pasitos cortos.)  Figúrate tú, amor mío, que el tío se pasaba la vida en Logroño, para despistar. ¡Qué granuja! Porque la queridita esa es de allí, de Logroño precisamente. ¡Ay! ¡Cuánto han cambiado las provincias! Naturalmente, Enrique Cifuentes, que ahora es el amante oficial de la Fornell desde que se separó de la Renovales, está muy molesto. Porque... lo que él dice: no se puede hacer eso con Rosa. Rosa es una mujer que necesita sostener un verdadero equilibrio espiritual, y a estas alturas, si la engaña su marido, no sé de qué va a ser capaz...  (Se cierra sola la puerta de la escalera y produce un pequeño portazo. RITA vuelve la cabeza.)  ¿Qué ha sido eso?

DANIEL.-  No sé. El viento quizá...

 

(Se oye el piano. Y, muy despacito, baja el telón.)

 


 
 
FIN