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El cine, moldeador de juventudes

Juan Ramón Masoliver





Una sola persona hay en Roma que -según dicen- tenga ocasión de hablar frecuentemente a solas con Mussolini: Luciano de Feo, director del Instituto Internacional de Cine Educativo. A lo que parece, tres veces por semana va Mussolini con sus hijos menores a la Villa Medieval Torlonia -sede del I. C. E.-, a pocos pasos de su residencia, para ver las novedades cinematográficas. No sé si estos encuentros del Instituto tienen algún precedente remoto, mas lo cierto es que se debe a Luciano de Feo la idea del Instituto que dirige y que por iniciativa del Duce fue fundado, va para cinco años y medio, como organismo dependiente de la Sociedad de Naciones. De entonces acá, bajo las iniciales I. C. E. se han llevado a cabo indagaciones en todos los países, se han compilado estadísticas, se ha solicitado exenciones aduaneras, se han publicado monografías y noticiarios, difundidos por la revista que -editada en cinco idiomas- se halla esparcida por cincuenta naciones. De entonces acá, los encuentros personales han sido escasos y ocasionales; todo el trabajo del Instituto se ha hecho a base de corresponsales seguros, en los países más diversos. Ahora, al cabo de tantos años de actividad, se ha reunido en Roma el Primer Congreso Internacional de Cine Educativo, en el que han participado oficialmente cuarenta y tres Estados, desde las dos Américas hasta China, pasando por todos los países europeos.

No todos admiten que el cine tenga un valor de formación y aun entre los mismos que lo aceptan hay quien pone muchas restricciones basadas en la fatiga física y mental que toda proyección lleva consigo, en los intereses morales que hay que tutelar, en la poca intervención que permite al maestro y otras más que en estos días han sido sostenidas.

Ataques contra el cine no faltan, aún dejando a un lado la cuestión de la inmoralidad, que tantas iras ha desencadenado. El desarrollo intelectual del niño -se dice- depende mucho de los espectáculos a que asiste: la más ligera desviación de la lógica, el menor ataque a la verdad, una exageración imperceptible en el encadenamiento de los hechos, pueden causar perjuicios irreparables. Añaden los hombres de otra época que el cine ha disminuido la sensibilidad y la cultura artística y literaria de las nuevas generaciones, pues el chico de hoy prefiere los dibujos animados o cualquier mamarruchada cómica al drama; la adaptación cinematográfica de una obra literaria, a la lectura de la misma, y el artista de cine -con su gesto estereotipado-, al gran actor de teatro.

Sin entrar ahora a discutir convicciones tan arraigadas en determinadas personas, cabe afirmar que el cinematógrafo se lleva de carrera a niños y a jóvenes, porque lo que entra por los ojos entra más y mejor y es un sesenta por ciento más duradero que lo que entra por el oído; y más aun si, como el cine, no exige esfuerzo alguno por parte del espectador. La lectura y el teatro requieren atención, amén de un esfuerzo de imaginación; de un acto a otro hay una fuga de la acción que el espectador tiene que reconstruir y un paréntesis de tiempo que permite e invita a pensar, moderando la violencia de los sentimientos.

Al contrario de la escuela, que exige actividad por parte del niño, el cine permite la mayor pasividad, pues presenta una serie de imágenes encadenadas que el niño comprende y sigue sin esfuerzo. Aquí empieza la preocupación del pedagogo, que sabe el nefasto influjo que en el equilibrio infantil tienen las películas terroríficas o policíacas. Las más de las veces la pantalla exalta, por otra parte, los libres instintos que -en la escuela y la familia- el niño ha aprendido que hay que reprimir, creando con ello un estado de inquietud en el niño, acentuado por la rapidez de la visión, que no da tiempo a reflexionar ni reaccionar contra ello.

Síguese de ahí la necesidad de deslindar el terreno entre «films» educativos y otros que no lo son; y encauzar la producción de los primeros -con arreglo a criterios psicológicos, físicos y morales-, determinando, de paso, el lugar que les corresponda en la formación del niño. Este ha sido el objeto principalmente perseguido por el Congreso de Cine Educativo y hay que reconocer que de los centenares de memorias presentadas y de las discusiones habidas en Roma ha salido bastante delineado el concepto de cine educativo, así como la aplicación del cinematógrafo a la enseñanza. Y es un honor para nuestro país que la delegación de la Generalidad -constituida por los señores Díaz-Plaja y Carner-Ribalta- haya combatido los retoricismos y gazmoñerías de gran número de congresistas, haciendo prevalecer un criterio atinado.

Parte la delegación catalana de la distinción entre «film» educativo y «film» de enseñanza, y no acepta dentro de este más que el «film» documental. Estos films de enseñanza son los que el maestro ha de tener a su disposición en la escuela, y más precisamente en el aula, valiéndose de ellos como de un encerado insustituible para ilustrar las lecciones. Síguese de ahí que todo «film» escolar debe estar en contacto directo con la realidad, repudiando cuanto presente matices de interpretación, teatralidad o, en una palabra, se sobreponga al nervio de los que se trate de explicar.

Es evidente que las sesiones cinematográficas recreativas a que hemos asistido en los colegios no pueden interesar al niño. Trátase de películas recortadas o, sencillamente, faltas de color y de veracidad, que hacen que el niño eche de menos un «film» cualquiera de los que presentan en cualquier local público. En segundo lugar, los «films» de fantasía, que es costumbre presentar a los más chicos, pecan siempre por pobres y bastardeados, sin alcanzar la irrealidad de fábulas y cuentos que la imaginación del niño acepta como buena.

Por esta razón no caben en el cine escolar los «films» históricos, los religiosos ni las adaptaciones para la infancia de las obras maestras de la literatura, que no son más que interpretaciones caprichosas. A esto va ligado, no solo la dignidad profesional del maestro, sino también la esencia del cine como hecho estético. En este sentido, la delegación catalana ha hecho una proposición de carácter extraordinario -no prevista en los órdenes del día del Congreso- que ha sido aceptada como tema para próximas discusiones. Consiste en presentar, aun en los medios escolares, el cine como fenómeno estético característico de nuestro tiempo, que por sí mismo debe figurar entre las disciplinas escolares.

De este modo, la discusión pasa a otro terreno. Existe un cine escolar o -como felizmente se ha llamado- pizarra luminosa, que complementa las explicaciones del maestro sobre un tema cualquiera. Hay el «film» educativo, que puede presentarse fuera de la escuela, a escolares o al público en general, para llamar la atención sobre determinados problemas cotidianos (la lucha contra la tuberculosis, circulación urbana, deberes sociales, etc.). Y existe un tercer aspecto del cine en su acepción educativa más lata, que es el del cine como disciplina que hay que estudiar -como la filosofía, la geografía o la literatura-, tanto más por ser el fenómeno más característico de nuestro tiempo.

Cabe a la Universidad de Barcelona el honor de haber sido la primera en incorporar el estudio del cinematógrafo a las disciplinas de la Facultad de Letras, y el hecho -que ya mereció en su día las alabanzas de la Prensa internacional especializada- no ha dejado de impresionar, ahora, a la respectiva sección del Congreso de Roma.

La delegación de la Generalidad ha intervenido también en la discusión de los aspectos técnicos, habiendo apoyado la compilación de un código mínimo de censura cinematográfico, con lo que se evitaría que cuestión tan delicada cayera en manos de comisiones parciales, sea por razones políticas o religiosas, y las más de las veces incompetentes.

Ha abogado también por la adopción del «paso universal», alegando que sobre ser, en resumidas cuentas, el más económico, ofrece la ventaja de seleccionar las películas educativas entre toda la producción comercial. La cuestión de la anchura de la película ha sido el caballo de combate más traído y llevado por el Congreso, y es de lamentar que se haya impuesto el interés de determinadas empresas americanas, cuyas nutridas delegaciones han defendido el paso de 16 milímetros por ella fabricado. Está fuera de duda que los «films» lanzados hasta la fecha con finalidades educativas son los más flojos, artísticamente hablando, y menos educativos; por eso hay que recurrir a la selección de «films» comerciales. El cine comercial tiene hoy una riqueza y una experiencia que difícilmente se logrará con el «film» de paso reducido. La reducción, por otra parte, de «films» de 35 milímetros a los de 16 resulta, a la larga, antieconómica, pues es más cara que lo que se ahorra comprando un aparato normal en vez de un equipo de paso reducido. La delegación catalana, para resumir, ha manifestado en todo momento la tendencia a la unificación internacional del material educativo, suprimiendo aduanas, formando el catálogo detallado de los «films» libres de arancel, unificando el paso, etc., etc.

Llegados a este punto, cabe censurar la marcha de la última parte del Congreso de Roma. Mientras en las secciones se ha llevado a cabo el trabajo con gran amplitud de espíritu, en la sesión plenaria se ha hecho prevalecer el punto de vista de algunos organismos internacionales, paraestatales o comerciales, en detrimento de ciertas enmiendas ya aprobadas que, por fas o por nefas, no han podido ser incluidas en la redacción de las conclusiones. Así ha sucedido con el tan discutido paso de las películas, con la disputa sobre la conveniencia de usar «films» mudos o sonoros, y así sucesivamente.

De todas maneras sería injusto citar únicamente las tachas de un congreso en que tanto y bien se ha trabajado. En cinco o seis días de estancia en Roma, de los que forzosamente hay que descontar los días y las tardes pasadas en festejos, han sido examinadas y debatidas toda clase de cuestiones próxima o remotamente relacionadas con el cine educativo. Problemas de metodología, de utilización del cine en la enseñanza, en la propaganda agrícola y para combatir el éxodo rural; higiene y previsión social; relaciones del cinematógrafo y el Estado; educación del pueblo; cine y deportes, cuestiones técnicas, etc. Las conclusiones del Congreso (distribuidas durante la sesión de clausura, pocas horas después de celebrarse las últimas reuniones por secciones) ocupan unas treinta páginas, a pesar de la extrema concisión del lenguaje empleado en su redacción. Baste lo dicho para demostrar que esta vez se han aprovechado horas y minutos y que la labor del secretariado ha sido simplemente sorprendente, con el sello de cuanto más o menos directamente organiza la Sociedad de Naciones.





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