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El cuerpo como texto político en el cuento de Luisa Valenzuela

Gwendolyn Díaz1





La obra de Luisa Valenzuela plantea la dinámica que se crea entre el cuerpo humano, el lenguaje, y el discurso político autoritario. Valenzuela encuentra un común denominador entre cuerpo, lengua y política: los tres son sitios desde los cuales se puede ejercer el poder (o abusarlo). Basándonos en el concepto de polución de Mary Douglas y en el concepto de abyección de Julia Kristeva este estudio analizará tres cuentos de la colección Simetrías: «La densidad de las palabras», «La llave» y «Simetrías». Cada cuento ilumina en forma diferente lo que sucede cuando alguien se opone al orden oficial. «La densidad de las palabras» explora las complicaciones que surgen al desarrollar un discurso que se opone a los valores establecidos. «La llave» deja relucir versiones alternativas del orden sugiriendo que se requiere gran valor para mantener los ideales propios. En «Simetrías» se plantea un caso extremo, el de la tortura como forma de erradicar la oposición vista como polución. Estos cuentos dejan entrever cómo el poder oficial desarrolla estructuras de dominación y control social ejerciendo su poder por medio de la manipulación del lenguaje y la coerción del cuerpo físico.

Tanto la antropología como la psicología ha estudiado la relación entre el cuerpo físico del ser humano y el significado que la sociedad le atribuye al cuerpo. Estos significados están relacionados a los conceptos de pureza y polución, lo limpio y lo sucio. La antropóloga Mary Douglas, en su estudio Purity and Danger: An Analysis of Concepts of Pollution and Taboo, señala que lo sucio es considerado desorden, una afrenta al orden:

As we know it, dirt is essentially disorder. There is no such thing as absolute dirt: it exists in the eye of the beholder. If we shun dirt it is not because of craven fear, still less dread or holy terror. Nor do our ideas about disease account for the range of our behaviours in cleaning or avoiding dirt. Dirt offends against order.


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Las implicaciones de esta noción tienen repercusión tanto a nivel personal como a nivel social. Douglas señala que estas creencias dan fuerza a presiones sociales. La sociedad considera que el orden ideal debe ser protegido de los peligros que lo acechan. Pero los supuestos peligros se transforman en amenazas usadas por un sector de la sociedad contra el otro, creándose así una forma de manipulación social. El concepto de polución se convierte en una analogía para expresar una postura particular del orden social (3). Se recurre, entonces, a las leyes de la naturaleza para crear un código moral. Lo que amenaza al orden es lo poluto y lo abyecto, ya sea el adulterio, el incesto, o la deslealtad política. La postura política que se opone al orden establecido o al poder oficial es descrita en términos de suciedad, enfermedad y abyección.

El concepto de polución que desarrolla Douglas es reelaborado por Julia Kristeva desde la perspectiva del psicoanálisis, que estudia la forma en que el sujeto psíquico está determinado por la imagen que tiene de su propio cuerpo. Kristeva lee a Douglas y concluye también que el problema de la aversión a lo sucio es una aversión al desorden: «It is thus not lack of cleanliness or health that causes abjection but what disturbs identity, system, order» (4). En Powers of Horror, Kristeva señala que lo abyecto es aquello que queremos expulsar, una parte de nosotros mismos que nos causa repulsión, es algo rechazado y a la vez algo de lo cual no nos podemos deshacer por completo. Y de allí su poder sobre el sujeto, pues el elemento abyecto, lo antisocial, permanece siempre con el sujeto en forma amenazante causando la sensación de abyección (9). Kristeva señala que la abyección se relaciona físicamente a los orificios corporales: oral (vómito), anal (excremento) y genital (fluidos genitales). La relación del sujeto a la abyección se forma cuando entra al orden simbólico, o sea el orden patriarcal donde adquiere el lenguaje y la significación social de ese lenguaje. Concluye que el sujeto logra entrar al orden simbólico y adquirir su identidad psíquica y sexual sólo después de determinar qué es limpio y aceptable y expulsar aquello que es sucio e inaceptable. Esta dinámica visceral del rechazo de lo poluto y abyecto es empleada por el sector social que posee el poder y utilizada como una efectiva analogía o metáfora que sirve de vehículo de control social. El poder establecido designa así qué es aceptable y qué no lo es, qué es poluto y enfermo y qué no lo es. Sólo da lugar a sus propias definiciones, no hay lugar para puntos de vista diferentes. Y de esta manera intenta justificar cualquier acción que contribuya a su meta política.

Con esto en mente pasaremos a continuación a los cuentos de Luisa Valenzuela. El cuento «La densidad de las palabras» pertenece a la sección titulada Cuentos de hades, un título que sugiere la convergencia de cuentos de hadas y cuentos del infierno. En esta sección Valenzuela reescribe los cuentos de hadas tradicionales de Perrault desde una perspectiva de mujer moderna, subvertiendo así la moraleja patriarcal original que relega a la mujer a una vida infernal de sumisión y obediencia. «La densidad de las palabras» se trata de dos hermanas distintas entre sí. Una es bella, dulce y amada por todos, la otra, que es la narradora, es considerada reacia e insoportable. La bella y dulce, la menor, se parece a su padre, mientras que la narradora se parece a su madre. Un día la menor va a la fuente y recibe un don de una vieja desdentada. Consiste en que cuando habla sus palabras se convierten en joyas, diamantes y flores. La madre insta a la hermana mayor a ir a la fuente pero el don que recibe ésta es otro; al hablar, las palabras suyas se convierten en sapos, culebras y lagartijas viscosas. La madre la rechaza llamándola «bocasucia» (144) (alusión a lo poluto) y la echa de la casa. Ella reconoce que su pecado ha sido la «soberbia» (145) (alusión a su discurso contestatario), pero la narradora no se arrepiente de su soberbia porque ahora es escritora. Es justamente su posición crítica ante lo establecido (su soberbia) que le lleva a escribir. A medida que vamos leyendo la narradora va cobrando seguridad de sí misma y toma placer en el acto de escribir: «Ahora soy escritora. Las palabras son mías, soy su dueña, las digo sin tapujos, emito todas las que me estaban vedadas, las grito, las esparzo por el bosque porque se alejan de mí saltando ... todas con vida propia» (146).

Estas palabras representan el discurso de cada hermana. La bella y dulce, parecida al padre, ha adoptado el discurso patriarcal, es decir que se ha aliado al orden simbólico establecido. Esto la ha llevado al éxito social, y se casa con el príncipe. Este casamiento se da por su habilidad de pronunciar palabras que se convierten en joyas; lo cual indicaría que su discurso conviene al poder oficial porque lo apoya y lo enriquece. La narradora, sin embargo, ha sido exiliada al bosque porque sus palabras se consideran sucias. Dice que aunque «hicieron lo posible por domarme» (149), «me niego a ser seducida» (147). Esto sugiere que trataron de cambiar sus ideales pero ella se mantuvo fiel a ellos y no se dejó seducir por el punto de vista oficial. Añade que le dijeron que debía callar porque «el mejor adorno de la mujer es el silencio» (149). Dentro de una sociedad patriarcal la mujer debe guardar silencio porque sus palabras podrían subvertir el orden establecido. Pero no se trata sólo aquí de la desigualdad de los sexos; se trata del discurso subversivo frente al discurso del poder. La narradora comenta que aunque sus palabras son joyas para ella, tienen el don de ser «tan letales que los indios de las comarcas calientes las usan para envenenar sus flechas» (149). Es decir que sus palabras, «palabras que antes me estaban prohibido mascullar» (149), son consideras peligrosas por su poder de subversión. La hermana menor en cambio vive en el castillo azul con el príncipe y se ocupa de enhebrar «collares de piedras preciosas... y coronas que caducarán» (148), alusión a que la hermana se dedica a mantener el orden oficial que tarde o temprano igual llegará a ser caduco. El cuento concluye sorpresivamente. La hermana mayor, que se ha abierto el camino de la vida «por la maleza» (148) del bosque, es decir, con la dificultad de quien lucha contra el enemigo, se ha acercado al castillo donde vive su hermana. Ella la divisa por la ventana y le señala el encuentro. Ambas corren la una hacia la otra y al abrazarse estallan en «voces de reconocimiento» (151). Y entonces se produce una unión que lleva a la aparición de víboras con diademas de diamantes, una cobra con un rubí en la frente, una bromelia que acoge a un coquí (152). Las dos han entablado el diálogo. Han abandonado la división impuesta por el discurso del poder que las ha separado. Se acerca la una a la otra y al hacerlo «nacen en la bromelia mil ranas enjoyadas que nos arrullan con su coro digamos polifónico» (152). Este coro polifónico sugiere que la sociedad no tiene una sola voz ni un sólo discurso, sino que debiera haber lugar para una pluralidad de voces, opiniones y puntos de vista tanto sociales como políticos.

Volviendo a Douglas y a Kristeva este cuento cobra aún más significado. Los sapos y víboras de la narradora son criaturas sucias y viscosas que pueden o no causar asco y repulsión según quien las considere. El hecho de que brotan de la boca de la protagonista connota un vómito o un elemento abyecto expulsado por el sujeto. Sin embargo tanto Douglas como Kristeva señalan que lo poluto y lo abyecto no son categorías objetivas sino subjetivas. Los sapos y culebras de la narradora son elementos apreciados por ella, son sus palabras, su escritura y la expresión de su libertad de pensamiento. Sólo son asquerosas para el poder patriarcal que las considera subversivas porque el aparato político promulga un discurso unívoco. Los sapos y las culebras son vistas por el orden establecido como una afrenta, una polución. Sin embargo el hecho de que las dos hermanas se unen y como resultado surge un coro de voces polifónicas indica que Valenzuela quiere evocar en su cuento una sociedad que permita una diversidad de discursos, una sociedad donde el orden y el desorden se complementen mutuamente y den lugar a una constante renovación y evolución. Como en la teoría del caos, el orden y el desorden actúan en forma complementaria, uno engendra al otro y así el sistema se va renovando y transformando. Valenzuela crea aquí una sociedad, utópica tal vez, donde se da lugar a una diversidad de discursos, una sociedad lejos del orden unívoco y represivo que ha caracterizado a muchos países latinoamericanos de las últimas décadas.

El cuento «La llave» también pertenece a la sección Cuentos de hades. Se basa en la fábula de Perrault sobre Barba Azul que mata a sus jóvenes esposas una tras otra al descubrir ellas un cuarto lleno de cadáveres de las esposas anteriores. Barba Azul, al dejar el castillo, le da a su esposa un manojo de llaves advirtiéndole que puede usar todas menos la más pequeña. Pero la protagonista del cuento usa la llavecita y es entonces cuando descubre el cuarto lleno de cadáveres. Del susto, se le cae la llave al piso ensangrentado y por más que intente no puede quitarle la mancha de sangre, señal de su curiosidad y desobediencia. La moraleja de Perrault es que la mujer no debe ser curiosa ni debe desobedecer a su esposo. El cuento de Simetrías invierte esta moraleja y convierte a la curiosidad en una virtud.

La protagonista del cuento de Valenzuela es la joven esposa de Barba Azul, que mágicamente, como en los cuentos de hadas, ha sobrevivido desde los años 1600 cuando la creó Perrault, hasta las postrimerías del siglo XX. Ahora vive en la Argentina y dicta seminarios de concientización. Comienza su narración diciendo que se salvó gracias a esa virtud que todos le habían dicho que era un feo vicio; la virtud es la curiosidad, la «capacidad deductiva» que le «permite ver a través de las trampas y hasta transmitir lo visto» (163). Añade que cuando sus hermanos la salvaron «ni un mérito propio supieron reconocerme» (163). Los hermanos están aliados al discurso patriarcal que considera que la mujer no debe ser curiosa ni debe contrariar el orden establecido: «me lo dijeron desde un principio» (163). Continúa explicando que los hombres le huyen porque «he hecho del pecado una virtud» (165). De acuerdo al orden simbólico o la ley del padre, lo que varía del orden reinante es visto como polución, lo abyecto, o aquí «pecado» y «defecto». La protagonista recalca que «son ellos quienes nos señalan el pecado», es decir, son ellos quienes establecen el discurso simbólico señalando lo que es y lo que no es aceptable dentro de su esquema. Sin embargo la joven se ha dedicado a «invertir el punto de vista» (165); ella subvierte el orden dado para dar un nuevo valor a la curiosidad, la cual considera una virtud que aprendió a defender «a costa de mi vida» (165).

Otro tropo que surge en este cuento es el de las versiones y los narradores. La protagonista explica que el cuento de Barba Azul tiene varias versiones. De esta forma cuestiona el discurso unívoco que promulga un solo punto de vista:

Describo las diversas versiones que se han ido gestando a lo largo de los siglos y aclaro por supuesto que la primera es la cierta: me casé muy muy joven, me tendieron lo que algunos podrían considerar la trampa, caí en la trampa si se la ve desde ese punto de vista, me salvé, sí, quizá para salvarlas un poquito a todas.


(165)                


La alusión a las distintas versiones pone énfasis en el carácter plural de los puntos de vista. Desde la perspectiva de ella, la admonición contra la curiosidad y la desobediencia es una trampa que ha existido por siglos. El hecho de que en el cuento la protagonista sobrevive tantos años sugiere que la trampa ha sobrevivido desde siempre, la trampa que le tiende el orden patriarcal a la mujer o a quien se le oponga. Esta consiste en hacer caer al sujeto dentro del discurso simbólico oficial que define, de acuerdo a sus propios intereses, la virtud y el defecto, lo limpio y lo poluto, lo sano y lo enfermo. Es justamente esto lo que ella enseña en sus seminarios «cómo desatender las voces que vienen de fuera y la condenan a una» (164). Sugiere que una forma de hacerlo es narrarse a sí mismo. Es Perrault, comenta, que fue el primero en narrarla, pero dice que «Ahora me narro sola» (164). El cuento sugiere que para narrarse, uno debe apoderarse de su propio discurso, debe atreverse a ser la voz discordante, debe tener el coraje de denunciar el orden opresivo y reclamar justicia. Es esto lo que enseña ella en su seminario de concientización y lo hace basándose en su propia historia. Le da a cada estudiante un manojo de llaves imaginarias exhortándoles que no usen la más pequeña. De esta forma cada una debe decidir por sí misma si abrirá la puerta prohibida o no. Comenta que algunas optan «por una vida sin curiosidad» porque consideran que no importa sacrificar la curiosidad si se puede vivir con gran comodidad. Pero la mayoría opta por abrir la puerta y descubrir el cuarto ensangrentado lleno de «mujeres degolladas y colgadas de ganchos en las paredes» (167). Al hacer esto, la llavecita cae al suelo y se mancha permanentemente de sangre, «estigmatizada para siempre» (169). Al encarar el horror, al confrontarse con la realidad del orden represivo, no se puede volver a la ignorancia anterior. El descubrimiento del horror transforma al sujeto.

Al concluir el cuento la protagonista se refiere a una mujer de hoy que vive en Buenos Aires y lleva puesto un pañuelo blanco en la cabeza. Esta mujer «levanta en alto el brazo como un mástil y en su mano la sangre de su llave luce más reluciente que la propia llave» (169). La referencia a las Madres de la Plaza de Mayo es clara. Y por si se escapara, la autora incluye al final una dedicatoria a la fundadora de las Madres, René Epelbaum. Y es aquí donde el cuento cobra su significado actual. Como la protagonista del cuento de Barba Azul, las Madres de la Plaza de Mayo han tenido el valor de abrir la puerta y descubrir los cuerpos ensangrentados de los desaparecidos. No sólo eso sino que demostraron una valentía antes no vista cuando se organizan para dar voz a un discurso discordante con el del gobierno militar, la voz persistente y reclamatoria de la madre que ha perdido a sus hijos. El estandarte de las Madres son las fotografías de sus hijos desaparecidos que, como una mancha de sangre indeleble, dan fe al cuerpo de la víctima que lejos de desaparecer vivirá para siempre entre las madres y entre el pueblo que reclama justicia. Esa mancha no se puede borrar, es un estigma con el cual vivarán para siempre tanto los culpables como los inocentes. Los cuerpos desnudos y degollados de las víctimas del cuento son una alusión clara a los cuerpos torturados y asesinados tanto de los subversivos militantes como de los ciudadanos argentinos que se atrevieron a proclamar un discurso alternativo al del orden oficial.

En Disappearing Acts: Spectacles of Gender and Nationalism in Argentina's Dirty Wars, Diana Taylor hace un estudio detallado del espectáculo social y político que se desarrolló en la Argentina entre 1976 y 1983, época denominada por el gobierno militar «proceso de reorganización nacional». Según Taylor: «the entire scenario of 'national reorganization' set in motion by the military was highly theatrical» (184). El discurso militar teatralizó la situación política acusando a los elementos discordantes de ser sujetos enfermos y polutos. El papel que se asignó el gobierno era el de defensor de la patria y la integridad humana, mientras que describe a sus detractores en términos de cuerpos enfermos y elementos polutos a los cuales había que reformar o eliminar (184). Taylor comenta que las Madres de la Plaza de Mayo transgreden el papel tradicional de madre pasiva y callada para tomar una postura activa contra el régimen militar (185). El discurso contestatario de las Madres se opone al discurso patriarcal del gobierno y pone en primera plana las atrocidades de la tortura y la desaparición. Estas madres se atreven a rechazar el rol pasivo de la mujer; desobedecen, se rebelan contra el orden simbólico patriarcal que las relega al silencio y se convierten en un instrumento político de gran valor. La sangre del cuento de Valenzuela es la sangre de los desaparecidos. Esta sangre es señal no de una ausencia, sino de una presencia permanente en la psicología del pueblo argentino. Taylor explica que a causa de las madres los desaparecidos se convierten en iconos: «The photos, like magic fetishes, keep the dead and brutalized bodies forever alive» (142). De esta forma se impone el discurso alternativo que delata las atrocidades escondidas detrás de la historia oficial.

El cuento «Simetrías», que da nombre a la colección, es un cuento de horror pero no de fantasía2. Según Valenzuela está basado en narraciones de mujeres torturadas que sobrevivieron3. Se trata de una joven mujer, supuesta subversiva, que está siendo torturada por un coronel en una sala de detención. No hay diálogo sino que el cuento alterna los monólogos de ambos personajes. Esta técnica hace resaltar el hecho de que no hay posibilidad de diálogo porque el poder no lo permite. Los monólogos de la mujer muestran el contrasentido del discurso oficial. Según el coronel el hecho de que a veces sacan a pasear a sus víctimas demuestra que son humanos. La víctima aclara que no son ni humanos ni humanitarios porque después de sacarlas «nos restituyen al horror nos hacen vomitar lo comido, nos arrancan los vestidos nos hacen devolverlo todo con creces» (174). Esta práctica de sacar a pasear a las víctimas sucedía frecuentemente. El monólogo de la protagonista demuestra que las sacaban a pasear «para lucirse», y luego el narrador añade: «Esas mujeres quizá bellas, perfectamente engalanadas, sus heridas maquilladas, mudas, [son] puestas allí para demostrar que los torturadores tienen un poder más absoluto aún e incontestable que el poder de humillación o de castigo» (179). El poder al cual se refieren es el de desintegrar la identidad del torturado y rehacerla a su gusto. Y es algo que no esconden, para que sirva de escarmiento a los demás.

La víctima trata de consolarse pensando que «Un mínimo de dignidad logramos mantener en algún rincón del alma y nunca delatamos a los otros» (174). Pero los torturadores se jactan de que las mujeres torturadas «han perdido sus nombres ahora entre nosotros y saben dejarse atravesar porque nos hemos encargado de ablandarlas» (174). En esta misma escena se hace una asociación entre la palabra y la penetración. Se sugiere así que al penetrar a las víctimas las están inscribiendo, reinventando: «Les metemos cosas muchas veces más tremendas que las nuestras porque esas cosas son también una prolongación de nosotros mismos y porque ellas son nuestras, las mujeres» (176). El torturador se dedica a desconstruir la identidad de la subversiva porque esta identidad amenaza al poder oficial. Comenta la víctima:

nosotras sabemos de los compañeros que han sido dejados como harapos, destrozados de a poco hueso a hueso, que han sido dejados sangrantes macilentos tirados en el piso después de haberles hecho perder toda forma humana».


(178)                


Pero según el discurso oficial ellos destruyen a sus cautivas «... gloriosamente ... Gloriosamente es como nosotros las matamos, por la gloria y el honor de la patria» (177). El cuento no deja de recalcar el tono sarcástico y sádico con el que los torturadores defienden la historia oficial. Cabe destacar aquí que la tortura de mujeres era casi siempre de tipo sexual; lo cual significaba un doble castigo, por oponerse al orden político y por ser una afrenta a la supremacía del hombre en una sociedad patriarcal. Paralela a la trama de la tortura el cuento desarrolla la historia de una mujer que se enamora de un orangután enjaulado en el zoológico. El orangután, que corresponde su afecto, es luego matado de un balazo por el esposo de la mujer. La trama del orangután toma lugar en 1947 mientras que la trama de la torturada en 1977. Los dos relatos cuentan la triste historia de dos víctimas de un amor loco. El coronel que tortura a la subversiva se ha enamorado de ella, y, sus superiores, para proteger sus intereses, matan de un balazo a la mujer. En el cuento, este balazo se confunde con el balazo que el coronel engañado de 1947 le pega al orangután enamorado. Ambas víctimas mueren atravesados por la misma bala que actúa como la palabra/bala que penetra al elemento subversivo para destrozarlo. Los cuentos paralelos hacen alusión a dos épocas de represión en la Argentina: la dictadura de Perón, momento en que se suprimieron los derechos humanos y se establecieron los mecanismos de tortura, y, la época de la guerra sucia de los años setenta en que el gobierno militar entró en guerra civil contra los ciudadanos discordantes que amenazaban su poder.

Andrés Avellaneda estudia el discurso autoritario empleado por el poder oficial para justificar sus acciones en su libro sobre cultura y autoritarismo. Avellaneda explica que en el caso argentino el discurso se centraba en el establecimiento del gobierno como salvador de un pueblo que debe ser rescatado de la polución y abyección que representa la postura de izquierda. Se establece así al gobierno como el organismo que vela por la moral, las costumbres sanas, la religión y la seguridad nacional (19-22). El cuento testimonia la estrategia de manipulación del pueblo por medio del discurso, como también la justificación con la que el régimen excusa sus propias acciones. Aquí también se pone en evidencia el uso de la tortura como forma de inscribir el orden oficial en el cuerpo del subversivo. Taylor comenta que primero el gobierno pone nuevos nombres a las cosas, los que tienen una postura política diferente a la oficial son denominados «subversivos» y ellos tienen el derecho de matarlos por amenazar al orden. Para las Madres, sin embargo, no se trata de subversivos sino de hijos «desaparecidos» (150). La asociación que hace el cuento entre la palabra, la bala y la penetración del cuerpo torturado demuestra el afán del régimen de desconstruir al rebelde para luego reconstruirlo a su imagen y semejanza inscribiéndole una nueva forma. Diana Taylor explica lo siguiente sobre el tema:

Writing the body set up a triangular formulation: it established authority (of the military leaders who manipulated the discourse), it cast the torturer as the pen or instrument of inscription (as the midwives of the creation of the new national beings), and it turned the victim into the producible/expendable body-text.


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Taylor señala también que la tortura tenía un guion o hilo narrativo que estaba construido en términos de un encuentro sexual, como lo evidencia este cuento. El sentimiento sexual, sin embargo, era algo que sólo existía en la imaginación del torturador, porque la víctima estaba en proceso de ser destrozada (152-54). El guion narrativo del discurso oficial deja sus marcas indelebles en el cuerpo/texto de la víctima, la tortura inscribe marcas, ya sean marcas (heridas) físicas o marcas (traumas) psicológicas.

Cabe destacar que Taylor hace un comentario equívoco, sin embargo, cuando sugiere que la obra de Valenzuela (y menciona a varios otros escritores argentinos también) está implicada en la reproducción y capitalización del tema de la violencia (144). Esta percepción no es acertada en el caso de la narrativa de Valenzuela. A lo largo de toda su obra la autora señala clara y explícitamente que su intención es de denunciar la violencia y el abuso del poder para que tales abusos no se olviden. Si pasan al olvido existe el peligro de que se vuelvan a cometer. Si se ignora la historia no existe la posibilidad de cambiarla. Y si se niegan o reprimen inconscientemente los hechos sufridos, se terminará en el desequilibrio (es éste el tema central de la novela de Valenzuela Novela negra con argentinos). En el cuento «Simetrías» el narrador hace un comentario significante sobre el tema, y así recalca la necesidad de exponer los abusos:

Es importante evitar el olvido, reconoce ahora Héctor Bravo. Hay que recordar esas paredes que han sido demolidas con el firme propósito de borrar el cuerpo del delito, de escatimarle al mundo la memoria del horror para permitir que el horror un día pueda renacer como nuevo. Que el horror no se olvide, ni el olor ni el dolor.


(182)                


En conclusión, el cuento «La densidad de las palabras» muestra que el discurso que se opone al orden oficial es juzgado un discurso abyecto y poluto, y, que este juicio es motivado por los intereses políticos del orden imperante. El final del cuento sugiere que lo ideal sería una pluralidad de voces y discursos. En «La llave» se desarrolla el tema de que existen una multiplicidad de versiones o puntos de vista sobre los hechos y que imponer uno como único consiste en soberbia. También trata el tema del cuerpo herido o cadáver como texto que delata la violencia y la represión. Sugiere que callar es una cobardía, que delatar y reclamar (como lo hicieron las Madres de la Plaza de Mayo) es la mejor forma de evitar que la violencia vuelva a resurgir. En «Simetrías» Valenzuela hace resaltar la asociación que formula el poder represivo entre cuerpo, texto y política. El cuerpo es visto como objeto poluto, un texto sucio que debe ser borrado y sobre el cual se debe reinscribir el orden oficial. Para hacerlo se recurre a la manipulación del discurso y la reinscripción del orden patriarcal en el acto penetrante y de la tortura.

Según Kristeva, la literatura contemporánea denuncia el abuso del poder implícito en la imposición de la religión, la moralidad y la ley, a los cuales considera arbitrarios y represivos. Opina que el escritor tiene la habilidad de imaginar lo abyecto, de verse en el lugar de lo abyecto y así rehusarlo y descartarlo por medio de la palabra de su texto (16):

In a world in which the Other has collapsed, the aesthetic task-a descent into the foundations of the symbolic construct- amounts to retracing the fragile limits of the speaking being,... to the bottomless «primacy» constituted by primal repression... Great modern literature unfolds over that terrain.


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La obra de Luisa Valenzuela cabe dentro de esta definición de Kristeva. Su propósito es de desenmascar las estrategias usadas por el poder que impone un orden arbitrario para mantener el control. Valenzuela nos enfrenta, así, con una exploración (a veces un descenso orfeístico) de los orígenes primordiales de nuestro ser donde las fuerzas del bien y del mal entablan su lucha constante.






Obras citadas

  • Avellaneda, Andrés. Censura, autoritarismo y cultura: Argentina 1960-1983. Vol. 1. Buenos Aires: Centro Editor de América, 1986.
  • Douglas, Mary. Purity and Danger: An Analysis of Concepts of Pollution and Taboo. New York: Frederick A. Praeger, 1969.
  • Kristeva, Julia. Powers of Horror. An Essay on Abjection. Leon S. Roudiez, tr. New York: Columbia UP, 1982.
  • Taylor, Diana. Disappearing Acts: Spectacles of Gender and Nationalism in Argentinas Dirty Wars. Durham: Duke UP, 1997.
  • Valenzuela, Luisa. Simetrías. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1993.


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