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ArribaAbajo Capítulo 3

La cartilla manuscrita


La Cartilla I que acabamos de analizar es una de las obras del padre Núñez que más mencionan los investigadores. El haber sido impresa varias veces le confiere un lugar sobresaliente entre la bibliografía que del jesuita se conserva. Josefina Muriel resalta el hecho de que una gran cantidad de sus escritos está dirigida a religiosas:

De las veintinueve obras que hemos podido constatar como publicadas de 1664 a 1712, hay once que en forma directa o indirecta fueron dirigidas a las monjas. El padre Núñez de Miranda atendía casi todos los conventos de religiosas, según su biógrafo Oviedo, lo cual significa que daba en ellos pláticas formativas y sermones, ya que era director espiritual y confesor de las que lo solicitaban (Muriel 1993: 74).

La destacada historiadora, basándose en José Mariano Beristáin de Souza, menciona dos manuscritos en latín de contenido teológico. Su comentario al respecto es el siguiente:

Hubo muchos otros sermones y disertaciones que se conservaban manuscritos en la Biblioteca de la Universidad de México, entre éstas, una Exposicion de la Quest. 14 de la Primera Parte de Santo Tomás escrita en el año 1667 y un Tratado de Auxilis Gratia del año 1669 (loc. cit.).

Los dos escritos aludidos por Muriel se pueden localizar, en efecto, en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional. Además de ellos se encuentran, como referíamos al inicio de este trabajo, dos manuscritos en castellano, de los que hablaremos en esta investigación. El que nos ocupa ahora es, en cuanto a género, una cartilla y por ello mismo se puede relacionar con la impresa que anteriormente analizamos en el capítulo anterior.

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ArribaAbajo1. Descripción de la Cartilla manuscrita

Este texto consta de 178 folios y está escrito en letra humanística que se deriva de la carolina medieval. A partir del siglo XVI cobra más prestigio que la cortesana por la claridad de su trazo. Surge en el Renacimiento humanista y de ahí su nombre. Cobra una gran difusión sobre todo entre letrados, científicos, eclesiásticos y, en general, entre intelectuales. Desde el punto de vista gráfico, su trazo es derecho, la letra es sentada y respeta el renglón imaginar io de las minúsculas y las mayúsculas. De este tipo de letra, Delia Pezzat dice lo siguiente:

En la evolución de la escritura podemos decir que la fase final en el campo paleográfico es este tipo de letra [...] que recibe también el nombre de itálica o bastardilla, asimismo, se le llama humanística porque aparece precisamente con el Renacimiento [...] Constituye una representación del tipo del concepto de la belleza escrituraria, por lo que atrajo la atención de los humanistas, admiradores de lo bello. Su utilización se encaminó al aspecto literario.


(1990: 94-95)                


Después de estas consideraciones de tipo técnico-descriptivo, iniciaremos el análisis de este manuscrito hasta hoy desconocido. El título es por demás revelador y merece una reflexión que parta de su contexto social: CARTILLA, CHRISTIANO I POLITICA. DISPUESTA POR EL P. ANTONIO NUÑEZ. DE LA COMPAÑÍA DE IESUS. / PARA LA PUERIL Y PRIMERA EDUCACION DE DOS NIÑAS I HIJAS / ESPIRITUALES SUYAS. No está fechado, pero el texto en un momento dado nos da indicio de una fecha probable. En una parte del diálogo, cuando Núñez recomienda a las niñas a cuáles santos deben profesar una fervorosa devoción, resalta la siguiente alusión al claustro en el que las jóvenes se desposarán con Cristo: «Alqual os llev_[al convento de la Encarnación] Jueves, día de san Nicolas de Tolentino, à las nueve de la mañana, diez de Septiembre del año de mil seiscientos, y setenta y dos» (Núñez s. a. (1 ): f. 124v).

Además de esta indicación cronológica, se localiza otra en la que se recomienda a las niñas acudir a «el comulgatorio chiquito de 16 del año de 82 u 83» (ibid.: f. 169v). Lo que se desprende de las palabras del autor es que se refiere a un librito de dieciseisavo de folio, pero sin aclarar si se trata de un   —63→   texto contemporáneo. No obstante, con los datos mencionados arriba podemos conjeturar una posible datación del escrito como posterior a 1672. Lo que sí es indudable es el estrecho vínculo que existe entre las cartillas manuscrita e impresa. No sabemos si Núñez las escribió simultáneamente o si redactó primero la impresa o ésta; o si bien, por el contenido, la manuscrita fue concebida antes que la de 1680. Lo que también pudo haber ocurrido es que ésta se haya impreso y se encuentre perdida. Estas dudas son algunas de las interrogantes más curiosas e inquietantes que se puede plantear un investigador ante los escritos y las versiones de un mismo género que le han llegado.

Hasta donde sabemos -y por ello se puede plantear la hipótesis de que la Cartilla M haya visto la luz-, es indudable la importancia didáctica que el propio Núñez le confirió, cuando en los Exercicios Espirituales de San Ignacio acomodados a El Estado y Profession Religiosa de las Señoras Virgenes Esposas de Christo de 1695, al señalar a las monjas su cotidiana rutina devocional, dice lo siguiente: «Luego se persignará muy de espacio con atenta inteligencia á la significación Catholica, y efectos misteriosos de sus cruzes como se explica aplissimamente en la Cartilla Christiano Politica» (Núñez 1695: f. 2v).

El crédito que el jesuita confiere a este escrito se debe, como señalábamos, a la influencia que una introducción a la vida religiosa proyecta no sólo en una monja, sino en cualquier creyente, concebido como miembro de una república cristiana. En principio se aprende a ser un fiel convencido, después un partícipe del estado político-católico y, posteriormente, se toma el estado pertinente, en este caso el de la clausura religiosa. El mismo Diccionario de Autoridades define así la Doctrina Cristiana cuando compendia claramente: «Se llama [así] todo aquello que el Christiano debe saber, creer y obrar para vivir y portarse como tal y se contiene en quatro partes que son: el Credo, los Mandamientos, las oraciones y los Sacramentos» (DA, s. v.).

Asimismo, es imprescindible recordar la significación que la palabra «Política» poseía en la época. Como sabemos, era inconcebible para los tratadistas políticos españoles un estado en el que hubiera «herejes», es decir, ciudadanos que no profesaran la fe católica. El prestigiado jesuita Pedro de Rivadeneyra, biógrafo de San Ignacio, aclara la sólida validez del Estado que se cimienta en el valor político de la religión:

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A algunos por ventura les parecerá que son muy diferentes las leyes de la religión y las de la prudencia civil y política [...] Mas como yo no pretendo principalmente en este tratado dar leyes del gobierno político a los príncipes, sin o enseñarles cómo deben gobernar y conservar sus estados según las leyes de Dios, y refutar los errores y engaños de los que enseñan lo contrario.


(Rivadeneyra, apud Checa 1992: 389)                


Más directo en su relación entre religión y política es Juan Eusebio Nieremberg en su Causa y remedio de los males publicos (Madrid, 1642) cuando advierte y recrimina:

Llegando á especificar los pecados que mas pueden aver provocado el enojo de Dios [...] y los que advient_ los Políticos ser mas ordinarios principios de alteraciones de Imperios, y destruyciones de Reinos, que son pecados contra la virtud de la Religion, contra justicia, y contra la castidad, y templanza. Porque por la Religiõ nos unimos con Dios, por la Justicia se conserva la Policia, y el estado publico, y por la Castidad y Templanza el particular, y toda la buena economia. Y los vicios contrarios á estas virtudes desobligan á Dios, destruyen las Republicas y previerten [sic] las familias.


(Nieremberg 1642: 35)                


Tal vez en pocos escritos de la época se encuentra tan orgánicamente plasmada la licitud ético-religiosa del estado absolutista español como en estas palabras de uno de sus más influyentes y reconocidos ideólogos.

Así, el objetivo esencial de cumplir con el sentido de la política en el ámbito hispánico, y para integrarse a la «república cristiana», es conducirse en ella en su orden temporal sin perder de vista los designios marcados por la escala de valores religiosos. En la Metrópoli y en la Nueva España el comportamiento civil comunitario se rige por los valores morales y colectivos emanados de la religión. Bien lo define Margo Glantz: «la época en que vivió Sor Juana [es] un periodo histórico en el que la religión católica domina y cuyos códigos debemos descifrar» (Glantz 1996: 47). En esta escala axiológica se reafirma primero la primacía del servicio a Dios, después la importancia de la honra, que vale tanto como la vida y, en último término, estaría la proteccion de la hacienda (cfr. Belarmino 1696: 124 y 163).

Después de estas consideraciones que creemos pertinentes sobre la intención del jesuita para nombrar su escrito Cartilla Christiano Política..., entremos   —65→   en este texto hasta hoy desconocido; juzgamos que dentro del corpus de su obra es uno de los que más registros genéricos, didácticos y teológicos contiene.

La Cartilla M se inicia con un «Prologo Dedicatorio Missivo A las mesmas Princesitas». Es interesante observar que la dureza y disciplina inflexible que se manifiestan en la mayoría de los testimonios que de Núñez tenemos, así como las que se ven en gran parte de sus escritos -principalmente en los de índole pastoral o teológica-, parecen desvanecerse en este texto. Aquí la pedagogía del miedo, sin ausentarse del todo, se transforma en una tierna y paciente conducción dedicada a las dos jovencitas a quienes frecuentemente se dirige como «mis niñas» o «mis princesitas». Cabe destacar cómo en esta dedicatoria se insiste en las recomendaciones esenciales de tipo didáctico que todo texto pastoral debe seguir, en especial uno de carácter introductorio como la cartilla. Es interesante notar también de qué manera el jesuita insiste en la importancia de conocer los preceptos; ningún estado de elección vocacional puede pretextar ignorancia, y menos aún el estado religioso. A partir de este propósito de enseñar a conciencia y para las conciencias los contenidos teórico-prácticos de la religión, es que entendemos la necesidad de arraigar libros como el ya aludido de Lumbier, Destierro de ignorancias, alentado y promocionado en los conventos de monjas por el propio Aguiar y Seijas. Sabemos que la instrucción destinada al aprendizaje teológico era no sólo promovida por las autoridades eclesiásticas sino que era considerada como una de las obligaciones intelectuales de las religiosas.

Otro mensaje por demás interesante en esta epístola introductoria del jesuita a la vida monástica es el sentimiento de elección superior que se infunde en las aspirantes a religiosas. Tener como destino ser Esposa de Cristo confiere la marca de lo sublime al estado religioso. En su rol supremo, la monja se inscribe en una peculiar aristocracia de digna elevación; esta relación entre el precepto y su cumplimiento por parte de las jóvenes se intensifica por el grado de familiaridad que se revela en el jesuita:

Ahora yo avosotras [sic] quemetocais [sic] demedio [sic] amedio, [sic] del alma, y corazon: os digo que [...] el Señor que os eligió con tan favorable providencia: ôs la colme con la feliz consecucion, [...] en el alto estado, a que os predestinó; y con el cumplimiento de vuestras soberanas obligaciones de   —66→   que os hã de pedir estrecha quenta. O sea tan ajustada como desea y suplid vuestro Amantissimo Padre, que en el y por el, os ama con toda el alma! Amen.


(Núñez s. a. (1): f. Ir)                


El hecho de haberse divulgado tan extensamente no aminoró la calidad que a finales del siglo XVII tuvieron los llamados Catecismos o Doctrinas Cristianas; por el contrario, de su buena redacción, presentación y manejo de los principios elementales -mas también esenciales de la religión católica , dependía la formación y la sólida instrucción de los miembros incipientes de esa «república cristiana». Por su inseparable carácter de literatura pedagógica inicial, están escritos, como las cartillas, en forma de diálogo. La más célebre de estas obras para la enseñanza de los rudimentos doctrinales, conocida en el espacio hispánico por casi cuatrocientos años y vigente hasta hace relativamente poco tiempo, es el universalmente difundido Catecismo del padre Jerónimo de Ripalda. Cuando las discípulas le preguntan a Núñez a qué autoridad deben acudir para saber lo esencial para las lecciones espirituales, el instructor, como primer a autoridad, señala al también sacerdote jesuita: «Primeramente en el Catecismo de la Doctrina Christiana del Padre Geronimo de Ripalda. Este ha de ser vuestro principal libro de punctos» (ibid.: f. 83r-83v). Incluso el uso de la expresión «de punctos», frecuente en el texto, implica «Lo substancial o esencial en algun assunto» (DA, s. v.). En relación con el autor del más célebre Catecismo católico señala Pilar Gonzalbo:

el padre Jerónimo de Ripalda, que pronto se convertiría en autoridad indiscutible, así como su obra, reeditada innumerables veces, en único texto autorizado y recomendado. Los catecismos de Ripalda llegaban a las provincias americanas en grandes cantidades y se empleaban como libro de primera lectura en escuelas y colegios.


(Gonzalbo 1989: 52)                


No menos significativas son las palabras que el gran especialista español en literatura religiosa, Miguel Herrero García, dice al respecto:

Los catecismos, por su índole propia, parece que cierran el paso a las dotes literarias de quienes los escriben: aunque no es cualidad literaria de poca monta la capacidad de síntesis que semejantes obras requieren. Pero hasta finales del   —67→   siglo XVI no se había llegado a aquellos milagros de sintetización que son los catecismos de Ripalda y Astete, verdaderas fórmulas algebraicas, que en cada una de sus preguntas y respuestas cifran un tratado teológico. Los catecismos anteriores a 1600 daban margen a una elemental explanación doctrinal, donde se podían lucir las condiciones del escritor.


(Miguel Herrero García apud Díaz Plaja 1953: 5)                


Tanto por la importancia y universalidad que tuvo el texto de Ripalda como por la frecuente mención que de él hace y el alto concepto en que el calificador lo tiene, aludiremos a él en repetidas ocasiones, utilizando para ello una edición facsimilar coincidentemente contemporánea al escrito de Núñez, ya que está impresa en Madrid, en 1683.

Antonio Núñez de Miranda, y sobre todo Belarmino, entran en la clasificación de autores que hace Herrero, en la cual «se pueden lucir las condiciones del escritor» (loc. cit.). Esto se debe a que las doctrinas cristianas son mucho más creativas que los escuetos catecismos, pues en las primeras el autor no sólo da fórmulas breves para memorizar preceptos, sino que borda con más libertad, acercándose a lo literario, cuando refiere ejemplos, anécdotas y hace reconvenciones ejemplares a sus lectores.

Otra personalidad que influye en el jesuita novohispano es Juan Eusebio Nieremberg, también miembro de la Compañía de Jesús y muy citado por Núñez. Nieremberg es autor de un catecismo relevante titulado Practica del Catecismo Romano y Doctrina Cristiana, impreso en Madrid en 1734, del cual se encuentra un ejemplar en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional. Cabe destacar que en el libro de Nieremberg, la doctrina cristiana se distribuye y explica en las festividades dominicales. El contenido es en esencia el de todos los catecismos: «un sumario de todas las cosas que Christo Redentor Nuestro nos enseño para mostrarnos el camino de la salud. Las partes principales de esta Doctrina son quatro el Credo, el Padre Nuestro, los diez Mandamientos y los siete Sacramentos» (Nieremberg 1734: f. 3r) .

Nieremberg, espléndido escritor, está consciente de la limitación textual y genérica que tienen estos textos dogmáticos elementales; de ahí que diga de su obra: «que nadie la ha compuesto de nuevo, sino solo dispuesto y traslado de otros Catecismos muy aprovados como el de Pio Quinto y Cardenal Belarmino» (ibid.: Prólogo, sin foliar).

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Es importante destacar la relevancia del escrito de Nieremberg, pues es uno de los autores cuya presencia es constante en las obras de Núñez de Miranda. Su influencia se percibe en la reiterada recomendación que el jesuita novohispano hace de los textos del jesuita español.

El manuscrito del confesor de Sor Juana está dividido en treinta y dos capítulos, de desigual extensión, que integran los 178 folios de que se compone. Al jesuita le interesa, en primer término, enseñar, demostrar e inducir en el conocimiento de la fe católica a sus incipientes interlocutoras, para lo cual se valdrá del estilo dialógico. Su propósito es lograr la dirección espiritual por medio de la incitación a este tipo de conocimiento. Lo primero que se aplica es la voluntad como medio para alcanzar la salvación. Es así que el capítulo inicial, «De las primeras obligaciones de una Niña Christiana», se cifra en los conocimientos dogmáticos esenciales de la religión. El cardenal y posteriormente santo jesuita, Roberto Belarmino, otra de las autoridades eclesiásticas más citadas y apreciadas por el confesor de Sor Juana, dice en su Declaracion copiosa de la Doctrina Christiana (obra muy literaria y plagada de anécdotas), que escribe «para instruir a los idiotas y niños en las cosas de nuestra Santa Fe Catolica», como se indica en la portada de la edición sevillana de 1696 que manejamos. Ahora bien, en la época la expresión «idiota», significaba «El ignorante que no tiene letras» (DA, s. v.). La condición infantil, por la poca edad, se relaciona con el defecto de la ignorancia que, como vimos, Núñez trata de erradicar con su escrito.

La esencia de la doctrina contiene en realidad todos los principios de la teología católica, parcelados en cuatro grandes conocimientos: «Los Artículos de la fe, que ha de creer, como se contienen en el Credo, que es lo mismo. Los Mandamientos de la ley de Dios y de la Yglesia, que ha de guardar. Las cosas que ha de pedir. Y los Sacramentos que ha de recibir» (Belarmino 1696: 2).

En estos cuatro postulados se encierra toda la acción del cristiano: lo que ha de creer, lo que ha de obrar, lo que ha de orar y lo que ha de esperar. En su aparente sencillez, en estos cuatro principios se conjuga la teología dogmática, la teología moral, la teología mística, sin dejar de lado, naturalmente, lo contenido en la Biblia, en el Antiguo Testamento y sobre todo en el Nuevo, en especial, lo referente a la vida de Jesús cuya imitación debe ser la directriz de la existencia de un cristiano. Finalmente, ¿qué es la parte medular de   —69→   Los Ejercicios Espirituales sino una profunda reflexión de la vida de Jesucristo incorporada a la existencia práctica del creyente?

La llamada de atención a las discípulas es precisamente la premisa de que la salvación trascendente no se puede obtener si no es por medio del cumplimiento pleno de las obligaciones de los hijos de la Iglesia. El maestro conforma a las jóvenes por medio de la doble limitación que como infantes y mujeres tienen ante los distintos grados de la escala de la comprensión y del conocimiento. Esta relación, siempre vertical, roza nuevamente la escala de las jerarquías, presente todo el tiempo en el imaginario de la época. Al respecto, dice Asunción Lavrin:

Pero entre líneas tenemos los historiadores también una guía no sólo de la espiritualidad sino de las relaciones sociales que regían a los miembros de las comunidades religiosas y que reflejaron los conceptos de estatus y clase, y la valoración y enjuiciamiento de la conducta humana que configuraron la sociedad colonial.


(Lavrin 1993: 7)                


De ahí que Núñez puntualice de manera ilustrativa lo siguiente:

todos digo, que deben saber bien la Doctrina Cristiana; pero no todos pueden, ni deben saberla ygualmente: sino cada uno conforme â su esfera, capacidad y cultivo. El Theologo, Letrado, Cavalleros, Discretos, y entendidos, la saben no solo con precision de lo necesario, sino con sobre abundancia de questiones, concordancias, Políticos y eruditos apices.


(Núñez s. a. (1): f. 3v)                


Tales palabras son irrebatibles en la organización jerárquica de la sociedad patriarcal, en la que, inmanente a la estructura de género, está la obtención del saber. El rango del conocimiento y su posesión dogmática han sido las más grandes proyecciones históricas de poder y de influencia social para la Iglesia católica. Es por ello que las «princesitas» de Núñez se parangonan con los «rústicos y los niños» y con los «idiotas» de Belarmino, quienes se encuentran polarizados en relación con los «theologos, letrados, cavalleros y discretos». Es así que, a pesar del modo afectivo y familiar que se observa en todo el texto, el tono siempre es de precepto, inherente a la autoridad que detentan los escritos eclesiásticos. Siguiendo con las cuestiones de la posesión del saber y de la necesidad de desterrar la ignorancia, como veremos a   —70→   lo largo de esta cartilla y de otro texto intitulado Distribucion de las obras ordinarias..., Núñez se esmera en recomendar a las monjas de todas las edades y condiciones una serie de lecturas que considera no sólo indispensables para su instrucción religiosa, sino que incrementan la meditación espiritual y son textos insustituibles dentro de la cultura «política» de todo buen cristiano de su tiempo.

El primer gran precepto que dicta Núñez a las aspirantes a monjas es ajustarse siempre a los dictados de los superiores y seguir a pie juntillas las enseñanzas de las autoridades eclesiásticas, sin exceder los límites de la curiosidad racional: «porquería doctrina de los mas [catecismos] toda es theologica de su materia, forma y efecttos: que a vosotras no os toca saber, sino creer» (Núñez s. a. (1): f. 5v). Lo anterior describe a la perfeccion el contenido de este escrito: un sencillo tratado de teología cuya enseñanza y propagación sólo pueden ser encomendadas a la Iglesia, ya que «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado por Dios únicamente al Magisterio de la Iglesia» (Arce y Sada 1989: 53).

Sin seguir el orden tradicional de los catecismos, que se inician con la declaración del Credo, Núñez empieza su atrayente texto con una disertación acerca del sacramento de la Penitencia que puede explicarse por la condición de pureza que los religiosos -más que ningún otro cristiano- deben conservar. Por ello es que el capítulo continúa con otro referente a la Comunión. No olvidemos, además, que la Cartilla M está acomodada para la instrucción casi privada de dos jóvenes muy cercanas al padre espiritual.

Considero necesario en este momento del análisis del texto hacer ciertas consideraciones sobre la estructura que da Núñez a su Cartilla M y que no corresponderían al orden acostumbrado que siguen las doctrinas y catecismos tradicionales. Al padre Antonio lo que le interesa es, más que una instrucción moral coercitiva que se centre en los Mandamientos, familiarizar a las discípulas con los Sacramentos y, sobre todo, con las formas de oración. Por ejemplo, el espacio dedicado en este escrito a los Mandamientos y a los pecados es mínimo en comparación con el destinado a la oración y a la devoción a los santos. Lo más notable y sugestivo es el interés que Núñez otorga a la capacidad de comprensión de significado que tengan sus alumnas ante la palabra sagrada. Como buen hijo de Loyola también otorga un espacio extenso a la meditación. No obstante, el primer requisito es la captación del   —71→   sentido verbal. Es frecuente que algunos capítulos se titulen «Explicación verbal de las palabras...», o bien «Glossa mental» de alguna de las oraciones vertebrales de la doctrina católica. Esta preocupación filológica de Núñez nos permite ver en éste, como en pocos de sus escritos y de manera manifiesta, la preocupación que un escritor prolífico y profesional como él tenía del alcance tanto persuasivo como literal de la palabra. La conjunción entre el nivel designativo, «objetivo», y el «subjetivo», o connotativo, está perfectamente lograda en la obra de este gran teólogo y prosista que es Núñez de Miranda, quien además tiene una vasta experiencia como predicador.

Núñez reitera el contenido esencial que debe tener cualquier Doctrina Cristiana como compendio introductorio de todas las obligaciones religiosas del creyente con miras a la salvación; así, pues, es imprescindible que todo cristiano sepa cuatro cuestiones: «Los Artículos delafe [sic], que hã de creer, como se contienen en el Credo, quees [sic] lo mismo: los Mandamientos de la Ley de Dios y de la yglesia, que hã de guardar. Las cosas que hã de pedir y los Sacramentos que hã de recebirr [sic]» (Núñez s. a. (1): f. 2r).

Después de estas consideraciones generales sobre el texto, haremos una revisión analítica del mismo. Seguiremos los tópicos expuestos por el maestro jesuita de acuerdo con el contenido esencial de la Doctrina Cristiana planteado en sus cuatro preceptos básicos, aunque éstos no sigan un orden del todo riguroso. El padre espiritual y escritor empieza por hablar brevemente (ya que en otros escritos trata con más amplitud el tema) de los medios para obtener la salvación, o sea de los Sacramentos. A continuación se refiere a los pecados y Mandamientos, es decir, lo que el cristiano debe evitar y hacer. El programa temático continúa con aquello que se debe creer: el dogma católico concentrado en los artículos del Credo. La parte más variada del escrito se concentra en lo que el fiel debe orar. Como dijimos antes, es aquí donde el escritor logra un genuino análisis textual y glosa literariamente las oraciones principales de la fe católica. En este apartado se incluye la devoción a los santos. Los dos últimos capítulos se alejan de la Doctrina Cristiana en general para justificar su dedicación expresa a las futuras religiosas. En ellos se trata la «entrada en la Religion»; en este sentido son un delicado prefacio a la profesión religiosa y, quizá, el antecedente de la Platica Doctrinal [...] en la Profession de una Señora Religiosa, de 1679. Es bien sabido el interés que Núñez tuvo por el sacramento de la Penitencia , y   —72→   más aún por el de la Comunión. En tal preocupación se centran sus célebres tratados sobre estos medios de salvación cuyo cumplimiento, aplicación canónica perfecta y debida frecuencia son asimismo bien conocidos por los textos que sobre ellos escribió. El expositor convence a sus oyentes que la fórmula de las tres palabras «yo te absuelvo» se puede repetir cuantas veces el pecador se acerque al Sacramento con verdadero deseo de expiación y, sobre todo, con auténtico arrepentimiento. Como ocurre con todos los demás sacramentos, es importante que el creyente esté íntimamente convencido que fue instituido por Cristo mismo.

Belarmino, en su Declaración copiosa de la Doctrina Christiana, recuerda que «Chisto ha hecho Juezes a los Sacerdotes de los pecados que se cometen despues del Bautismo» (246). Esta licitud repetida a lo largo del tiempo histórico del Cristianismo está registrada en las inspiradas palabras del Evangelio de San Juan: «Reciban el Espíritu Santo: a quienes ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados» (Juan XX: 23). Núñez en su Cartilla M insta a las niñas a que antes del acto mismo de la confesión accedan a la disposición perfecta de arrepentimiento que es la contrición o sea «quando nos dolemos de haber pecado unica y puramente por amor de Dios» (f. 7r). Ésta es la forma más pura de expiación, la que se da con tintes de profundo amor y que se inserta en la tradición del amor a Cristo, expuesto de manera magistral en el tan conocido soneto «A Cristo crucificado», atribuido al agustino criollo Miguel de Guevara, y cuyo primer verso es «No me mueve mi Dios para quererte». Así, la profunda y casi mística aversión al pecado debe darse por amor a Dios y no por temor a la condenación. El arrepentimiento como acto de amor es lo que hace que la contrición sea imprescindible como preparación para recibir el sacramento. Tan importante es esta práctica penitencial que la Iglesia ha compuesto con ella una oración previa a la confesión, llamada precisamente «Acto de contrición». En el diálogo entre el preceptor y las postulantes se percibe la habilidad del autor para que las preguntas estén sugeridas siempre en función de la eficacia pedagógica de las respuestas. También resalta la mirada celosa y crítica para penetrar en las acciones interiores del fiel, quien en cada acto cotidiano debe ejercitar su conciencia. En este punto del escrito el tema de la penitencia se enlaza con el del pecado.

Una de las partes más atractivas de este capítulo es cuando el preceptor religioso se convierte en psicólogo moral y hace un sucinto tratado del comportamiento adolescente acorde a la edad y a la condición social de las jóvenes. Así, se describe un catálogo de las infracciones más comunes:

Riñas y palabras malas e injuriosas a las criadas, inferiores ô iguales, falta de ôbediencia, respecto, ô cariño a las superioras [...] flojedad en el travaxo, tareas ô egercicios [...] Los afectos desordenados, que suelen brotar mas sobresalientes en las niñas, son: inviduelas, vanidades, sobervillas, precedencias ô ambicioncillas deser [sic] en todo la primera, la mas querida, la mas privilegiada [...] debeis tambien considerar, conquetentaciones [sic] ô pasiones os acomete mas de ordinario el tentador: si con impaciencias y rregaños? Con desobediencias o voluntades proprias? Mentiras, jactancias, maldiciones, juramentos, golosinas, flojedad, Pereza, ô Sueño? Y asi de otras inclinaciones siniestras; para confesaros deellas [sic].


(Núñez s. a. (1): ff. 8v-9r)                


Este catálogo de leves inobservancias, aunado a otras calas sobre el comportamiento de sus discípulas, conforman indicios sugerentes no sólo de las normas conductuales cotidianas que regían a las futuras monjas, sino que arrojan luces sobre la valoración que se tenía sobre el comportamiento adolescente femenino.

Siguiendo con la tónica doctrinal, y como consecuencia de las consideraciones anteriores sobre el arrepentimiento, Núñez aborda el tema del pecado. Es conveniente reiterar que las profundas disquisiciones teológicas de casi todos sus escritos están ausentes en éste cuya característica primordial es, precisamente, la sencillez y la amenidad con la que aborda obtusas cuestiones teológicas. Se revela aquí una faceta hasta ahora inédita de la adusta personalidad de Núñez de Miranda: la del maestro que sabe precisamente que la regla de oro de la enseñanza es hacer fácil y accesible lo difícil. Por ello, al tocar el escabroso y medular tema del pecado -esencia de la más ardua teología moral-, el guía conciencial lo aborda de una forma casi sintética con las escuetas alusiones de un preceptor que, más que hacer reflexionar a sus caras oyentes, pretende lograr en ellas un control interior de afectos ordenados para desdeñar los desordenados. Es así que las consideraciones acerca del tema resultan de una meridiana claridad. Ante la pregunta de qué es pecado, Núñez responde sencillamente:

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todo lo que es contrario alos [sic] Mandamientos. Como Mentir, es pecado, y hurtar, y Jurar, etc. Porque contra los mandamientos que mandan no hurtaras, no mentiras, no Juraras, etcetera. Alcontrario [sic], mandan los Mandamientos: Amar a Dios. Oyr Misa. Honrrar y ôbedeser asus [sic] Padres, Madres, Maestros y maiores en edad, saber y govierno, etcetera .


(Núñez s. a. (1): f. 9r-9v)                


En la referencia anterior podemos advertir la doble propiedad canónica de los mandamientos: contienen siempre un precepto y una prohibición. Núñez, hojas más adelante, al retomar el asunto, agregará las siguientes consideraciones:

deve hazer; como no hurtaras, no mataras, prohibe el hurto y ômicidio como malos. Hora pues sea positivo, hora negativo: el primero puncto que es, lo que manda, ô prohibe?


(ibid.: f. 108r)                


El cumplimiento o transgresión de los Mandamientos, aunados a cuestiones insondables como la conciencia, la libertad y el pecado son la esencia y contenido de la Teología moral. El ya citado Roberto Belarmino, quien a manera de los Exempla ameniza y confiere una buena dosis narrativa a su Doctrina, destaca con grandiosidad la importancia histórica, universal y sagrada de los Mandamientos:

esta Ley ha sido hecha por Dios, escrita por él mismo primero en los corazones de los hombres, y despues en dos tablas de marmol [...] porque obliga no solamente a los Christianos mas tambien a los Judíos y a los Gentiles, assi a hombres como a mugeres, assi a ricos como a nobles, assi a príncipes como a particulares, assi a doctos como ignorantes [la ley] es necesaria para todos para salvarse como N. Señor nos lo ha enseñado muchas vezes en el Santo Evangelio: y ultimamente porque fue promulgada con grandissima solemnidad en el Monte Sinay al son de trompetas Angelicas y con grandes relampagos y truenos del Cielo y en presencia de todo el Pueblo de Dios.


(Belarmino 1696: 120-121)                


En una rápida enumeración de los preceptos a obedecer o de las inobservancias a cometer, el jesuita alienta la voluntad para las acciones y asimismo la disuade de las omisiones. Incita la conciencia hacia la asunción de las   —75→   culpas y busca fortalecer la práctica de las virtudes teologales. Se detiene particularmente en el primer Mandamiento, el esencial, y del cual en la doctrina se derivan los demás. Aún más, desde el punto de vista dogmático, en él se concentra la práctica de las tres virtudes teologales. Dentro de la línea anunciada de incluir a las aspirantes a monjas en el esquema de la República cristiana, como ya vimos, el autor lo plantea desde el título mismo del escrito. Como ejemplo de lo anterior, vemos que al reprender a las jóvenes por jurar irreflexivamente -lo cual cae dentro de las prohibiciones en contra del segundo Mandamiento-, el preceptor les indica que esa conducta moral indigna es propia «de mozuelas de cantaro [...] mui ageno de donzellas virtuosas, nobles señoras y que se crian para Reinas del Cielo, esposas del Rey. Y Jurar? Dios nos libre! Ni por imaginacion» (Núñez s. a. (1): f. 12v).

Podemos percibir cómo lo espiritual toca la esfera de lo social: el vano juramento, a más de ser una infracción moral, es indigno de la condición jerárquica de futuras «Reinas del Cielo». En los escritos de Núñez son familiares estas oposiciones entre lo «alto» y lo «bajo» en las condiciones sociales y espirituales entre aquellos que se entregan a la devoción y los que se apartan de ella. En sus conceptos existe una proporción necesaria entre el comportamiento devoto y el nivel social.

El repaso sintetizado de los Mandamientos tiene como objeto ayudar a las jóvenes en su práctica penitencial. Es, pues, un análisis enunciativo de la categoría puntualmente conciencial y psicológica que adquieren los Mandamientos en su doble función de precepto y de prohibición. La sugestiva «mirada verbal» es una efectiva forma de procesar los actos cotidianos en acciones morales y, por ende, de hacer que entren en el dominio del guía espiritual. Así, las niñas siempre bajo la develadora conducción del censor penetran en su interior y lo transforman en acto moral. El preceptor les repasa y les descubre, siempre en su ámbito pueril, aquello que puede lesionar la castidad:

en el Sexto, y noveno mandamientos, los deseos demasiado de engalanarse, vestirse, y pareser bien y de luzir y sobresalir a los ojos humanos, en los concursos. Las amistadecillas de unas con otras sin la gravedad y recato devido, ô con demasiado Cariño ô llaneza ydexarse [sic] tratar assi, etcetera. Sino hubiereis tenido aquel Supremo recato Virginal en todo: especialmente la guarda imbiolable de todos nuestros sentidos, aun con vosotras mesmas en la vista y manejo del cuerpo.


(Núñez s . a. (1): f. 15v)                


  —76→  

No es de extrañar, pues, que las alusiones y reflexiones más insistentes que en el texto se hacen sobre los mandamientos y sus trasgresiones sean precisamente las referentes al primer y segundo mandamientos, el amor a Dios y al prójimo como guía de conducta y sosiego espiritual, y al sexto y noveno, los referentes a la castidad.

Otro de los temas medulares que se encuentran en la Cartilla M es el de la oración. En este apartado, y como es lógico suponer, el autor sigue muy de cerca los modos de orar señalados por Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales. Es muy probable que Núñez tuviera muy en mente un libro que alcanzó gran popularidad en su tiempo: la Practica de los Exercicios Espirituales de San Ignacio, del también jesuita Sebastián Izquierdo, impreso en Puebla en 1685. En el manuscrito del confesor de Sor Juana el capítulo quinto y los subsecuentes se centran -en cuanto a la práctica demostrativa de las oraciones- en el modo de rezar tomado directamente de Loyola. Es digna de mención la puntual valoración que el maestro otorga a las formas de oración como ejercicio verbal, como la conciencia que la devota debe tener para la comprensión de la palabra. Así, el preceptor les dice a las jóvenes discípulas:

Consiste pues este modo de orar en una como glosa mental, y acomodacion afectiva de cada palabra de la ôracion, ô Mandamiento, en que con competentes pausas, e intervalos seva [sic] deteniendo, aplicandola variamente (la glosa) â su necesidad, y provecho segun su proporcion, y significacion.


(Núñez s. a. (1): f. 32r)                


Nuestro jesuita sugiere un análisis textual, literal e interpretativo al mismo tiempo. Los asuntos que se han de meditar son de nuevo los contenidos esenciales de la Doctrina Cristiana: las oraciones principales; los mandamientos; los dogmas d e fe cifrados en el Credo, y los sacramentos. Esta preeminencia de la palabra proviene de los Ejercicios. Loyola, como asienta Barthes, logra «la invención de un lenguaje» (Barthes 1977: 55). Esto se puede percibir en el «Segundo modo de orar», manifestado en la obra medular de San Ignacio cuando aconseja detenerse a razonar y meditar las palabras de las principales oraciones (Pater Noster, Ave Maria, Credo, etc.):

y esté en la consideracion de esta palabra tanto tiempo, quanto halla significaciones, cõparaciones, gusto, y consolacion en consideraciones pertinentes a la   —77→   tal palabra [...] La segunda Regla es, que si la persona que contempla el Pater Noster hallare en la palabra o en dos tan buena materia q pensar, y gusto, consolaciõ, no se cure pasar adelante, aunque se acabe la hora en aquello que halla, la qual acabada dirá la resta del Pater noster en la manera acostumbrada.


(San Ignacio de Loyola 1698x: 146-147)                


Es indudable la retórica de la reflexión verbal que introduce San Ignacio y que cimienta uno de los grandes éxitos de su orden. En la Cartilla M se glosan las principales oraciones, fundamentos devocionales de la fe católica Pater Noster, Ave Maria, Salve, , etc.), y el principio de fe de la religión cristiana: la oración apostólica por excelencia, el Credo. Todas las Doctrinas Cristianas y los Catecismos se extienden prolijamente en ella como base de la teología dogmática. En el Credo se condensan los principales misterios y revelaciones de la religión. En la Cartilla M se dedican dos capítulos a una detallada explicación y «glossa», como Núñez lo asienta, de esta síntesis y concentración dogmática de la religión católica. Es conveniente recordar la primera acepción de esta palabra que ofrece el Diccionario de Autoridades: «la explicación o interpretacion de alguna proposicion o sentencia obbscura ú de dificultosa inteligencia» (DA, s. v.). El santo cardenal Roberto Belarmino dice de esta oración: «El Credo contiene doze partes, las quales se llaman Artículos, y son doze confortase al numero de los Apostoles que le ordenaron» (Belarmino 1696: 12).

La importancia de esta plegaria radica en que contiene los principales misterios de la religión: la Santísima Trinidad, la Creación ex nihilo, los misterios esenciales que dan razón al Cristianismo: la Encarnación y la Redención ( que se cifran en la concepción de la Virgen y en la vida y pasión de Jesucristo), el misterio de la Resurrección de Cristo, su Ascensión a los Cielos y su investidura como justo Juez en el Juicio Universal. Esencial es la explicación acerca del Espíritu Santo a quien «se le atribuye especialmente la santificación de las almas y la dirección de la Iglesia» (Moret 1954: 72); el Espíritu Santo se instaura como vínculo entre Dios y la Iglesia, de ahí que los siguientes Artículos del Credo se concentren en la misión «de nuestra Madre la Iglesia regida por el Espíritu Santo» (Ripalda 1783: 41), con la potestad universal de perdonar los pecados. Por último, los dos Artículos finales del Credo compendian la vida trascendente o perdurable, íntimamente vinculada con la Escatología, resumida en «Los Novísimos o Postrimerías   —78→   del Nombre: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria» (ibid.: 30). Asimismo, en el gran depósito de sabiduría que es el Eclesiástico se aconseja y se advierte al hombre temeroso de Dios: «En todas tus acciones acuérdate de tus postrimerías y nunca jamás pecarás» (Eclesiástico, VII: 40).

El ya mencionado y también jesuita Sebastián Izquierdo ofrece una barroca visión desgarradora del Juicio Final, cuando compara el momento del fin del mundo en la «composición de lugar», como un «Teatro amplissimo» en el

Que estando los hombres descuidados, y ocupados en sus negocios, como estaban quando vino el Diluvio en tiempo de Noe, començarán á alterarse los movimientos de las ruedas de este Relox del Universo, que son los Cielos, con espantoso estruendo, y ruido. El Sol, y la Luna se obscurecerán. Las Estrellas caerán de el Cielo. Los elementos, que son como los quatro humores deste cuerpo del Mundo, se inquietarán, y turbarán como se inquietan, y turban los quatro humores del cuerpo humano, quando está cerca de la muerte.


(Izquierdo 1685: f. 34r)                


Son notables las consideraciones doctrinales y pedagógicas que Núñez elabora de esta oración vertebral del dogma católico. Es necesario mencionar que su glosa del Credo es similar a la que aplica a cada una de las oraciones como el Padre Nuestro, Ave María. Misterios del Rosario, etc., que se encuentran en la Cartilla M. Hemos elegido la mencionada oración porque en la perífrasis que hace de ella se puede observar la habilidad literaria de su prosa didáctica.

Lo primero que recomienda el jesuita a sus discípulas es la fe a ultranza, considerada como la primera virtud teologal por la Iglesia: «Con la Sangre preciosa de tantos Martirez: Con la vida in culpable de tantos Sanctos, Con la Doctrina de tantos Sabios Doctores, con la limpieza de tan puras Virgines, y Conla [sic] fundacion y crecimiento de la Yglesia» (ibid.: f. 97r-97v) .

El creyente debe, pues, profesar -por vocación edificante y por tradición- una profunda fidelidad que se debe ejercitar en la práctica. Lo que el jesuita pretende es lograr un profundo autoanálisis de la convicción en sus dos jóven es discípulas.

La palabra «creo» como señalan Catecismos y Doctrinas: «Quiere dezir, yo tengo por cierto y muy verdadero todo aquello que en estos doze Articulos   —79→   se contiene» (Belarmino 1696: 12). Núñez plantea e inculca en las jóvenes puntualizaciones dogmáticas importantes:

Y asi dezimos: Creo en Dios Padre, y en Iesuchristo, Creo en el Espiritu Sancto. Pero no se dize: Creo en la Virgen Sanctissima ni Creo en la Iglesia Catholica etcetera. Sino: Creo, que la Virgen es verdadera Madre de Dios. Creo a la Iglesia Catholica lo que me propone y enseña: que son los Articulos de la veradera fê Catholica, etcetera.


(Núñez s. a. (1): f. 98v)                


Así es como se logra el profundo convencimiento de que Dios, por ser Todopoderoso, sea el único «Valedor» de los hombres. «Valedor» tiene el significado inequívoco de «El que favorece, ampara o defiende» (DA, s. v.). En un logrado contraste Núñez expone antitéticamente lo positivo de la acción protectora de Dios y lo negativo de su carencia y omisión: «Ni todo el infierno ni las Criaturas todas. Mas si el te dexa de su mano, y desampara de su especial proteccion. Que daño s no te hara un tan poderoso enemigo como el Demonio y el mundo y la Carne?» (Núñez s. a. (1): ff. 99v-100r).

El tono empleado por Núñez a lo largo de la glosa del Credo, así como la de las otras oraciones apunta esencialmente a la persuasión y al auto convencimiento, tomado de los Ejercicios, ignacianos de la fuerza emotiva de la persuasión y de la eficacia del discurso para ubicarse en la aceptación tanto patética como racional de los preceptos dictados por la Iglesia. De Ignacio de Loyola parte el maestro para asentar la primera meditación conciencial y racional de la grandeza de Dios y su magnánima relación con las criaturas:

considerar quien es Dios, contra quien he pecado, segun sus atributos, comparandolos a sus contrarios en mi; su sapiencia, a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, y su bondad a mi malicia .


(San Ignacio de Loyola 1698a: 57)                


La exposición discursiva, clara y sin embargo esencial en la profundidad de los postulados, mezcla la exposición didáctica con la inefable verdad dogmática, y esto hace decir al expositor: «Parece que os voy leyendo Theologia» (Núñez s. a. (1): f. 104v). Núñez presenta el complejo misterio de la Trinidad de una forma sinóptica: al Padre como origen de todo lo creado le corresponde la Omnipotencia, al Hijo -por ser engendrado por el entendimiento-,   —80→   le corresponde la Sabiduría y al Espíritu Santo le atañe el Amor (cfr. Núñez s. a. (1): f. 5r). No obstante, es la persona de Jesucristo a quien se debe la acción salvífica perdurable, quien por su Pasión redimió al género humano y consuma la redención hasta el fin de los tiempos, por su permanencia en la Eucaristía:

Padecio, etcetera, todas estas palabras son claras y constantes en el proceso de su Pasion. Notad solo aquí para estimarlo, que todo se atribuye a Dios por la unidad de la Persona, y se dice que Dios nació hombre: padeció y murió etc. O que fineza! Quién la correspondiera! .


(ibid.: f. 106r)                


Creo pertinente mencionar, a propósito de la palabra «fineza», tan usada también por Sor Juana, su acepción en la época como: «Vale tambien acción ú dicho con que uno da a entender el amor y benevolencia que tiene a otro» (DA, s. v.).

Otro asunto medular propuesto por Núñez a sus interlocutoras es la reflexión acerca de los pecados. Primordial es hacer un eficaz y cotidiano examen de conciencia, pues como señala el preciado libro de Izquierdo:

El alma se purifica, conociendo las rayzes interiores de nuestros vicios, para cortarlas [...] Porque las rayzes interiores de nuestros vicios se nos descubren notando los pecados y faltas en que mas de ordinario y mas frequentememente caemos. Lo q al no puede alcanzar el que no se examina, assi como el que de ordinario está fuera de su casa no sabe lo que passa en ella.


(Izquierdo 1685: f. 14r)                


Ya señalamos el repaso que Núñez hace de los Mandamientos, en el que los pecados son consecuencia causal negativa del incumplimiento de los preceptos ordenados en el Decálogo católico. En la misma línea de Izquierdo, el preceptor aconseja la profunda meditación acerca de las transgresiones a los cánones morales. El examen de conciencia que el confesor de Sor Juana recomienda a sus hijas espirituales se adapta a su escasa edad. Así, las recomendaciones dadas son eficaces amén de elementales, y tocan de lleno la sensibilidad de la inexperiencia moral, unida al deseo de llevar puntualmente a la práctica los consejos del preceptor:

la primera [meditación]: quan torpe, y feo, y contra toda razon es el tal vicio. La Segunda quan ageno de la nobleza de nuestra naturaleza y altissimo fin: y   —81→   mas en pairticular de la dignidad, y alteza de vuestro estado. La tercera: los graves incombenientes, así corporales, como espirituales, que de su comision se os siguen; y bienes que perdeis etcetera. La quarta como os aveis portado en el evitar tal pecado? Si mal: notar las causas, y ocasiones; para excusarlas. Si bien: proponer la perseverancia dádo gracias a Dios porque os ha guardado.


(Núñez s. a. (1): f. 123r-l23v)                


El también jesuita Luis de la Puente muy citado por Núñez de Miranda concluye la meditación del pecado al nivel trascendente del juicio divino, con la característica «composición de lugar» ignaciana:

El fin de esta meditación es conocer por ejemplos la gravedad del pecado para aborrecerle, y la terribilidad de la justicia divina en castigarle para temerla y aplacarla con la penitencia [...] y para que esta meditación y las siguientes hagan más impresión en el alma he de formar primero con la imaginación una figura de Jesucristo Nuestro Señor, como Juez sentado en su Tribunal á juicio, con un semblante severo, de cuyo Trono sale un río de fuego para abrasar a los pecado res .


(Puente 1900: t. I, 84)                


El temor del castigo trascendente se concilia con el amor profundo a Dios, cimiento indispensable, sobre todo en corazones jóvenes, de la verdadera contrición. Es así que Núñez, en su reflexión sobre los pecados, recalca con esta bella conclusión teológica, acerca de la armonía con el Creador, lo siguiente:

Ajustandoos bien con Dios [...] reconociéndolo, honrrandolo, y adorandolo, como â Verdadero Dios: obedeciéndolo, como â Señor con la guarda de sus Mandamientos [...] esperando en el, como en fidelissimo omnipotente; y creyendole, como a infalible verdad, con fe viva, esperanza firme, y Charidad ardiente .


(Núñez s. a. (1): -f. 123v)                


El último tema de este manuscrito que analizaremos es la devoción a los santos. Es de sobra conocido el fervor que a estos seres de excepción se profesaba no sólo en el contexto hispánico sino en toda Europa. Su influencia y función en el imaginario colectivo ya ha sido estudiada por algunos especialistas. De entre los escritos de Núñez de Miranda, quizá en ninguno se hace una relación tan activa y animada de los santos y su incidencia en la   —82→   vida de los fieles, como en éste. En el importante Diccionario de Espiritualidad se encuentra una clara explicación del sentido dogmático que tienen los santos para la Iglesia católica:

Los santos canonizados son miembros de la Iglesia. 1) Vivieron una vida heroica en ascenso cada vez más de unión con Cristo. 2) A causa de ello son puestos por la Iglesia como mediadores per Christum para todos los miembros de la iglesia peregrinante [...] De ese concepto teológico del Santo canonizado, se deriva que son dos las ideas principales: la unión del Santo con Cristo; su importancia social, es decir, eclesiológica.


(1984: 355)                


Es a partir de esta caracterización de los santos que Núñez aconseja a las niñas la forma de portarse con ellos: «Honrrandolos, sirviendolos e imitandolos como a Amigos de Dios, fiadores, intercesores y exemplares nuestros: con verdadera y solida devocion» (Núñez s. a. (1): f. 124r). El valor colectivo e identificable que tienen los santos es una de sus más señaladas cualidades.

Entre las principales muestras de culto se les debe ofrecer: la celebración de sus fiestas; ayunos, penitencias, oraciones y limosnas (cfr. Núñez s. a. (1): f. 124 y Ancilli 1984: 355). El jesuita recomienda que los santos a los que mayor devoción se debe tener es a «los que el Señor os inspirare o vuestra necesidad os instare, o la obligacion u ocasión mostraren» (Núñez s. a. (1): f. 124v). No obstante, los obligados por la cercanía con Cristo son San José, San Joaquín y Santa Ana, los miembros de la familia directa de Jesús. Sabido es que existía en la época la cofradía de los Esclavos de los Cinco Señores, que incorporaban a los mencionados santos.

Mención especial merece el Ángel Custodio o de la Guarda, que protege al cristiano desde su nacimiento hasta su muerte:

La existencia del ángel de la guarda consta en la Escritura: «El mandó a los ángeles que cuidasen de ti, para que te custodien en cuantos pasos dieses» (Ps. 90,1 l). Este es el sentir común de todos los Padres y Doctores de la Iglesia, y la iglesia misma ha establecido la fiesta de los ángeles custodios (Arce y Sada 1989: 103).

Ya Santiago de la Vorágine en La leyenda dorada, define la altísima misión de estos espíritus puros, cuando dice en la que Le Goff (1981) llama «Pequeña joya gótica de la hagiografía»:

  —83→  

Tenemos el deber de honrar a los ángeles. Primeramente, porque son nuestros guardianes. A cada uno de los seres humanos se le han asignado dos espíritus: uno malo para que le pruebe y otro bueno para que le proteja. La asignación al hombre d e un ángel bueno para que le defienda, tiene lugar en el mismo momento en que tal hombre es concebido [...] En las tres fases de su existencia necesita el hombre de la protección de su ángel. Antes de nacer [...] para evitarle cualquier daño [...] una vez nacido y a lo largo de su infancia para protegerle contra los peligros que podrían impedir su bautismo; y, finalmente cuando es mayor, para apartarlo de los pecados en que pudiera caer, porque el diablo permanece constantemente al acecho de la persona adulta, tratando de seducir su razón con astucias, de debilitar su voluntad con blandenguerías y de sofocar violentamente su capacidad de obrar el bien.


(Vorágine 1982: t. 2, 627)                


Como podemos observar, en esencia la actuación del ángel custodio protagoniza teológicamente la siempre renovada lucha conciencial entre la dualidad Bien-Mal. Es ineludible que tratándose de futuras monjas el ejemplo natural a seguir sea el de la edificación femenina personificada en las santas. Entre los modelos a seguir Nuñez de Miranda destaca:

Las Sanctas de vuestra especial imitacion en las prendas, y virtudes de Esposas de Christo: Sancta Catharina de Sena, Sancta Theresa de Jesus, Sancta Rosa de Sancta MARIA, Sancta Gertrudis [...] (y San Francisco) y Sancta Clara como Patriarchas de Vuestra Religion y Patrones de Vuestra Regla y Convento.


(Núñez s. a. (1): f. 124v-125r)                


Santa Teresa y Santa Rosa de Lima gozan de gran popularidad en el ámbito hispánico. De la significación de la mística de Ávila tratamos en el sermón que Núñez le dedica en ocasión a los panecillos de Santa Teresa, de 1678 . La dominica peruana disfruta de una gran fama por ser una criolla americana; es bien sabido el alborozo que causa en la Nueva España su canonización. Más que el relieve específico que puedan tener las citadas santas, lo que es pertinente destacar es el modelo de género: la santidad femenina que se emblematiza en cada una de ellas, como «Esposas de Christo». Santa Gertrudis es el prototipo de la sabiduría: además de escritora, es una de las grandes intelectuales de la Edad Media:

Nos ha dejado también siete Exercitia de la misma calidad espiritual y literaria que el Heraldo. Son estos conjuntos de oraciones, de elevaciones sobre las   —84→   creencias cristianas, sobre la vida monástica [...] Su autora es uno de los grandes nombres de la literatura mística universal.


(Englebert 1985: 416-417)                


Muy valorada es esta Santa alemana por la espiritualidad jesuita debido a «la intervención de todos los sentidos espirituales. Vista, oído, gusto, olfato y tacto» (Grief 1970: 203). Es importante considerar el lugar que estos sentidos ocupan dentro de «la composición de lugar», entre los miembros de la Compañía.

Santa Catalina de Siena representa uno de los más acabados ejemplos de santidad heroica y su influencia espiritual dominó un espectro amplísimo en su tiempo. Fue ejemplar la defensa perseverante de su castidad, unida a su vocación por la vida monástica. Además, murió, en 1380, a los treinta y tres simbólicos años de la muerte terrenal de Jesucristo. Ejerció un gran influjo para solucionar el cisma de Occidente que había escindido al papado. Como signo privilegiado de elección recibió los estigmas de Cristo. Esta Santa dominica escribió, además de un gran número de cartas a las personalidades relevantes de su tiempo, su célebre Diálogo:

También conocido con el nombre de Libro de la Divina Doctrina. Junto con la Divina Comedia de Dante, ha quedado como uno de los intentos supremos de la literatura italiana para expresar lo eterno en los símbolos de la época .


(Grief: 259)                


Es de sobra reconocida la importancia que tiene la Santa de Siena en la Nueva España, tanta fue, que la mayor parte de los conventos dominicos de monjas llevaron su nombre. Esta doctora de la Iglesia católica es la figura femenina más destacada de la Orden de Predicadores.

GLORIOSO PATRIARCHA SEÑOR SAN JOSEPH, Esposo de la Esposa de Dios, Custodio de la Arca mystica MARIA Santissima, de Christo putativo Padre, Patrono de esta Nueva España, Amo y Dueño mío, a quien sirvo indigno; tengo a vuestro patrocinio el Theatro Mexicano dedicado, y vuelvo a dedicaros esta Chronica.


(Vetancurt 1698: sin paginar)                


Con esta expresión devota y fervorosa inicia el gran cronista franciscano Agustín de Vetancurt el libro cuarto de su historia providencialista franciscana. Antonio Núñez de Miranda en el manuscrito que nos ocupa   —85→   dedica más espacio a San José. Lo anterior se explica por la devoción que se le profesaba en el virreinato. Al respecto Elisa Vargaslugo dice lo siguiente:

En la Nueva España el culto a San José, de muy temprano origen, tuvo peculiar valor y significado, pues desde el Concilio Provincial de 1555 fue declarado patrono del arzobispado y provincia de México. En 1679, Carlos II lo declaró santo tutelar de todos los dominios de España [...] La figura de san José como padrino y protector de los indios, el valor político de su culto y su poderoso ministerio como «virrey de Indias», es decir, representante de Dios y del rey en la Nueva España, queda abundantemente sostenido en varios escritos de los siglos XVII y XVIII.


(Vargaslugo 1994: 130-132)                


Su significación es muy diversa dentro de la devoción católica. Es figura esencial de la Sagrada Familia y ejemplo universal de perfección social y religiosa. Para todos los fieles, pero en especial para las religiosas, no es menor gloria:

El de haber sido honrado con la aureola y la gloria de la virginidad. San José fue elegido por Dios para que conservara perpetuamente su pureza virginal inmancillada, y correspondió a tal elección haciendo voto, de acuerdo con la Virgen Benditísima y juntamente con ella, de perfecta castidad.


(Vorágine 1982: t. 2: 963)                


Núñez traslada y asocia los siete dolores y gozos experimentados por el patriarca como repaso hagiográfico para sus discípulas y como recurso emocional para incrementar en ellas la devoción por el simbolismo de la familia cristiana. Como ejemplo de gran efectismo emotivo, mencionamos el pasaje del nacimiento de Cristo:

el segundo Dolor, que sintió San IOSEPH, de ver que no hallava la Señora posada ni Christo un desvan, esconze, ô Sobrado, en que nacer: obligando â la Señora â que se recogiese â un roto, vil y ruinoso establo: â parirle en aquel inmundo, y desaliñado Pesebre. Con el segundo gozo de verle convertido en Empyreo, luego que nació el Niño, y se pobló de Angeles: que a millones vinieron â adorarle, barriendolo, y sacudiendolo con sus alas: aseandolo, y adornandolo con celestes tapizerias de Angelicas tropas, que reverentes le asistían y gozosos le festejavan.


(Núñez s. a. (1): f. 131r-13 1v)                


  —86→  

Es de llamar la atención la combinación contradictoria entre las expresiones cotidianas y las imágenes trascendentes que se fusionan en un inspirado subjetivismo expresivo.

El pasaje más pertinente para sus destinatarias lo logra el jesuita en la analogía que establece entre la vida de San José y los votos religiosos. El padre putativo de Cristo es espejo mimético de «heroicas virtudes, y más las propias de vuestro estado» (Núñez s. a. (1): f. 137v). De nuevo aparece el tríptico ejemplar cifrado en la Sagrada Familia: «IOSEPH y MARTA las dos Azucenas, en cuya virginal pureza se apascienta el Cordero IESUS» (ibid.: f. 138r). En esta expresión se declara el voto de castidad. El cumplimiento de la pobreza se manifiesta de nuevo en la combinación de lo prosaico y lo elevado: «Aquella Pobreza, que siendo de la Real Casa de David, aprendió un oficio tan vulgar, y travajoso, para sustentar â IESUS, â MARA [sic] y â Si, sin mas rentas que su corporal travajo» (loc. cit.).

El tercer voto del que el padre terrenal de Cristo es espejo ejemplar es la obediencia. Ya hemos visto que éste es el voto monástico principal para lograr la perfección en la vida religiosa. De esta cualidad incuestionable para cualquier siervo de Dios (y San José lo fue con creces), dice Núñez, deslizando el mensaje de la mimesis espiritual: «Su Obediencia fue admirable, ciega, resuelta igual en la Execucion, entendimiento, y voluntad, sujetandolo todo â Dios, sin replicar, proponer ni alegar» (ibid.: f. 138r).

En el discurso de las analogías -que es en el que con más frecuencia se expresa nuestro autor-, la clausura también se adapta al modelo edificante del santo patriarca: «La Clausura perpetua, inviolable con IESUS y MARTA en su Casa: porque quien tenia en ella tales prendas, que avia de querer fuera?» (f. 138r). «Retiro y negacion de todo mundano trafago» (f. 139v).

La claridad del mensaje y la persuasión que en él se encierra para lograr que las jóvenes se identifiquen con el santo es abiertamente pedagógica y convincente. Núñez, siguiendo con esta línea, actualiza el emblema de San José en las cualidades que las futuras religiosas deben aprender de él y ejercer en su vida cotidiana. La vigencia de la santidad está en que sus «virtudes heroicas», término hagiográfico aplicado a todos los santos, no sólo puedan sino que deban ser imitadas por sus devotos. San José es quizá uno de los paradigmas preferidos para la práctica perfecta de la vida cotidiana. De ahí que de su modestia las jóvenes deban tomar como ejemplo: «Su Humildad,   —87→   Paciencia, Mansedumbre, Mortificacion interior y exterior, la Templanza, Prudencia, Fortaleza, Justicia» (f. 139r).

Es importante destacar que estas últimas son las cuatro virtudes cardinales señaladas por la Iglesia Católica y su práctica es indispensable para la salvación (cfr. Belarmino 1696: 285-290).

Los últimos capítulos de la Cartilla M, que siguen al tópico de la devoción de los santos, tratan acerca de la «Entrada en Religión y toma de habito» y es por ello que, por su tema, se incluyen en el estudio de la Platica Doctrinal.

Para concluir las consideraciones sobre este texto, quisiera recalcar que si nos hemos detenido prolijamente en él es por la importancia que tiene por ser un manuscrito, hasta ahora desconocido, del confesor de Sor Juana. Asimismo, hemos podido comprobar que arroja facetas distintas dentro de la obra de Núñez de Miranda. Por último, creo que amplía en buena y diferente medida los registros de su literatura dedicada a las religiosas y con ello nos enriquece el rico espectro de la espiritualidad de su tiempo.





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