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El exilio español republicano en México

Carlos Eduardo Gutiérrez Arce






I


Mío Cid salió de Vivar, hacia Burgos encaminándose,
y deja sus palacios, yermos y solitarios.
De los sus ojos tan fuertemente llorando,
tornaba la cabeza y estábalos mirando.
Vio puertas abiertas y puertas sin candados,
perchas vacías sin pieles y sin mantas
y sin halcones y sin azores mudados.
Suspiró Mío Cid, pues tenía grandes pesares.
Habló Mío Cid, bien y tan comedido:
«¡Laor a ti, señor padre, que estás en lo alto!
Esto me han urdido mis enemigos malos».



Así marcha al exilio Ruy Díaz de Vivar Mío Cid, deja llorando -entre suspiros y pesares- sus palacios vacíos, las habitaciones abiertas, los muebles desnudos. Sus «enemigos malos» urdieron su desgracia, la desgracia del destierro, que es sólo comparable a la muerte.

Romeo, al conocer el fallo que le condenaba al exilio, exclama:

¡Fuera de los muros de Verona no existe mundo, sino purgatorio; tormentas y el infierno mismo! ¡Estar desterrado de aquí es estar desterrado del mundo, y el destierro del mundo es la muerte! ¡Luego, el destierro, es la muerte bajo un falso nombre!



Hay en el dolor del exilio -el forzado alejamiento de lo que llamamos patria- el multiplicado pesar por las pérdidas y los fracasos. Pérdidas físicas, emocionales y culturales que -a veces- nuevos tiempos y nuevos modos, cambian de oscuro recuerdo en esperanza. ¿Y el fracaso? La impotencia ante la adversidad ¿es soluble sólo al llanto? ¿o sólo se extingue en el improbable olvido?

La derrota de la II República Española, nacida hace 75 años, el 14 de abril de 1931, no fue sólo la derrota de un gobierno legítimamente electo y de un pueblo que vivía la fiesta de la democracia -con sus luces y sus sombras-, fue también el fracaso de una Utopía que se soñó merecedora de la justicia, la libertad y la solidaridad. La España humanista, liberal y soñadora. La España del Quijote. Los alzados, en julio de 1936, sus «enemigos malos», enviaron al exilio en 1939 -tras la lucha cainita- a muchos de los mejores españoles de su tiempo. No sólo a los más aptos y de más alta jerarquía intelectual, sino a los de mayor estatura moral. Entre ellos, de los mejores vinieron a México. No hemos podido todavía levantarles el monumento que se merecen, tampoco lo ha hecho España. No debemos perder su memoria, ni la de sus obras.

La guerra y el exilio han escrito uno de los capítulos más reprobables de la historia del siglo XX. «Para escribir una nueva página -con el principio de un nuevo milenio, sentencia Federico Mayor Zaragoza1- tenemos que basarnos más en la fuerza ética de la paz, que en el poder coercitivo de la guerra». El ser humano no es belicoso por naturaleza, pero la experiencia vigesémica parece contradecir la Declaración de Sevilla (1986), de que no existe evidencia científica del hombre belicoso genético2.

Después de la Gran Guerra, en los años 20 y 30 se desató en Europa «[...] un paroxismo de militarización, debido en parte a la atroz experiencia de las trincheras del conflicto anterior». El fascismo italiano enseñaba a los niños a recitar el lema «obedece, cree, lucha». En los años treinta, el nacionalsocialismo exhortaba a los niños alemanes a «pensar con la sangre», mientras que un general -alzado- de la Guerra Civil Española proclamaba: «Cada vez que oigo la palabra cultura, saco la pistola»3.

Surge entonces la exaltación del Estado en los fascismos de izquierda y de derecha, millones de individuos son sometidos cambiando dignidad por seguridad, soslayando la responsabilidad que demandan la libertad y la democracia.

Honradez y lucidez campean por los once artículos de Manuel Azaña, escritos en el exilio francés en 1939, poco antes de morir. Quien fuera jefe de gobierno y presidente de la II República, sumó también virtudes intelectuales y literarias. Cito fragmentos de esos textos.

Las elecciones municipales españolas de 1931 sorprendieron a todos. El régimen monárquico cometió una grave falta, al unir su suerte a la dictadura militar instaurada en 1923, con la aprobación del rey. Siete años de opresión impelieron al sufragio a castigar al rey y los dictadores. Nació la II República sin causar víctimas ni daños, su democrática instauración vino a dar forma a las exigencias más urgentes del pueblo, que desde principios del siglo trabajaba por legítimas aspiraciones: libertad, la que dice Azaña no hace feliz al hombre, lo hace simplemente hombre; independencia de conciencia y de cultos; abolición de tribunales y jurisdicciones privilegiados; reforma agraria; autonomías regionales; combate a la desigualdad; igualdad de derechos y voto para la mujer; sufragio universal.

Por cumplimentar estos anhelos trabajó la República. Construyó más de 16.400 escuelas; se habían construido sólo 500 en los 22 años anteriores. Se favoreció más la enseñanza técnica, en beneficio de las masas. Los programas de alfabetización explosionaron por todo el País. Se crearon Universidades y las Universidades Populares, la Institución Libre de Enseñanza, los Archivos históricos provinciales y programas tan novedosos como las Misiones pedagógicas, y el teatro itinerante La Barraca4. Del mundo de la cultura y de las letras surgieron los nuevos líderes: Azaña, Fernando de los Ríos, Besteiro, Luis de Zulueta5.

Fue la República para España, el primer ensayo democrático del siglo XX. Elevó al antiguo súbdito a la condición de ciudadano. Intentó transformar la cultura cívica, fomentando la responsabilidad de los ciudadanos y el gobierno para obtener el imperio de la ley, la cancelación de privilegios, la supremacía de la autoridad civil sobre la militar, el equilibrio de poderes y la garantía del ejercicio pacífico de los derechos y libertades individuales6.

En el orden de la cultura: las ciencias, el pensamiento, las letras, las artes, el cine, la radio, el teatro, el diseño, tuvieron durante la República un fuerte aliento de libertad intelectual, de creatividad y de compromiso social. Baste mencionar algunos epítomes: Marañón, Jiménez Díaz, Ochoa, Ortega y Gasset, Unamuno, García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Picasso, Miguel Prieto. Ante este esfuerzo gigantesco, acelerado, popular y benéfico, cabe preguntarse por las causas de la Guerra Civil Española y la pérdida de la República.

Al día siguiente del triunfo de la República, sus enemigos comenzaron las conspiraciones para derrocarla.

Las extremas derechas hacían propaganda demagógica, y prestaban a los métodos democráticos una adhesión condicional. Se resistían también a reconocer el régimen republicano, pero aspiraban a gobernarlo, como en efecto lo gobernaron de 1934 a principios de 1936. El carácter español -cito a Manuel Azaña7- convirtió en una tempestad de pasiones violentísimas lo que, en sus propios términos, era un problema político no tan nuevo que no se hubiese visto ya en otras partes, ni tan difícil que no pudiera ser dominado.



La dictadura de los años 20 se había beneficiado de la prosperidad de la posguerra; a la República le recibió una tremenda crisis económica. Las industrias del carbón, el hierro y el acero vivían en quiebra; los ferrocarriles, en déficit crónico, vinieron a peor; la construcción -la más importante industria de Madrid- llegó a una paralización casi total. Las naciones americanas no admitían más inmigrantes españoles, eran 100 mil los que cada año buscaban trabajo.

Las entrañas de la República estaban divididas, los radicales se aliaron electoralmente con las extremas derechas, triunfando en las urnas en febrero de 1934. El nuevo Parlamento deshizo cuanto pudo la obra del anterior: reforma agraria, elevación de jornales campesinos, y mucho más. La insurrección proletaria en Asturias y la del gobierno catalán fueron sofocadas con represión atroz. Era el prólogo de la guerra civil.

Extremas derechas y extremas izquierdas se hacían ya la guerra. Se amnistiaron a los militares sublevados en 1932. Ardieron templos, ardieron Casas del pueblo. Cayeron asesinados republicanos y de derechas. La Falange y grupos obreros arengaban a la violencia. Grupos políticos que procuraron el concurso de Italia y de Alemania, y militares desleales que conspiraron por años, se alzaron contra la legalidad en julio de 1936. Hace 70 años. Declinaba un estado que consagró esta expresión, en el primer párrafo del artículo primero de la Constitución de 1932: España es una República democrática de trabajadores de todas clases, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.

La primera víctima de la guerra es la verdad. Una propaganda mendaz circula por los medios desde el inicio del alzamiento. Pretende convencer de que los fascistas perseguían defender la civilización cristiana occidental, reprimir la anarquía, defender a España del comunismo, consolidar la unidad nacional, crear un nuevo imperio español. El pensamiento único, el sometimiento de los contrarios, el poder totalitario eran sus causas.

No es posible imaginar a Cristo agraviando a los pobres. El estado laico es apoyado por los mejores servidores de Dios. El orden dictatorial, no suple al estado de derecho. En la República no colaboraron más de un 5% de comunistas, en la guerra creció su influencia por la venta de armas por Rusia, merced al incumplimiento de acuerdos de abasto por Francia e Inglaterra. Sin libertad y democracia no hay estado moderno.

Los historiadores aznaristas practican las enseñanzas de Goebbels: «Si una mentira se repite suficientemente, termina siendo verdad». Alguno de ellos agrega que triunfó el fascismo porque la República colapsó. El también historiador Santos Juliá8 le replica que tan colapsada no debió de estar, cuando resistió casi tres años la embestida de generales rebeldes, masivamente apoyados por Alemania e Italia.

Los acuerdos de Munich entre Inglaterra, Francia, Italia y Alemania asestaron la puntilla a la República y abonaron el ímpetu de la conflagración mundial, que en pocos meses desatarían los fascistas. Winston Churchill declaró en el Parlamento inglés: «Habéis creído poder evitar la guerra al precio de la vergüenza. La vergüenza permanecerá y tendréis la guerra».




II

A México habían llegado 455 niños españoles, en 1937, para librarles de la guerra. Este Colegio de Jalisco publicó la segunda edición del relato Los niños españoles de Morelia, del querido amigo fallecido Emeterio Payá Valera.

En 1938 viajaron de Valencia a México un grupo de intelectuales comprometidos con la República: Moreno Villa, Díez-Canedo, José Gaos entre varios; seguidos por María Zambrano y más. Con Alfonso Reyes, Silva Herzog, Genaro Estrada y otros mexicanos, se fundó la Casa de España, ahora Colegio de México.

«Al finalizar la guerra civil, casi un millón de hombres, mujeres, ancianos y niños fueron hendidos por el rayo del exilio» , escribe Alfonso Guerra9. Pasando -la mayoría- por los campos de concentración franceses, ca. de 25 mil refugiados llegaron a México. Se acogían en la derrota, al fraternal cobijo de un pueblo que con su presidente Lázaro Cárdenas les abría los brazos. Muchos viajaron por mar, arribando a Veracruz, donde un monumento conmemora la llegada del buque Sinaia, que trajo la primera expedición organizada de refugiados.

Adolfo Sánchez Vázquez -académico pasajero- recuerda el cálido recibimiento en el puerto, por altas autoridades mexicanas y 20 mil obreros. Entre ellos se alzaba una pancarta «que por los equívocos del lenguaje -dice- nos dejó confundidos al leer en ella: El sindicato de tortilleras les saluda»10 . Les parecía un exceso de gremialismo.

El gobierno de la República española se instala en nuestro país. «México fue la patria de los exiliados españoles, escribe -de nuevo- Alfonso Guerra»11 .Se publicó en la ciudad de México, en los años ochenta, el libro El exilio español en México (1939-1982)12. Con más de 900 páginas, hizo un recuento de las aportaciones de los refugiados españoles en nuestro país. El registro es monumental, por su número y calidad. Una injusta y breve lista de modelos lo manifiesta.

Filósofos como José Gaos, García Bacca, Ímaz, Xirau, Eduardo Nicol, José Pascual Buxó, María Zambrano; poetas como Luis Cernuda, Pedro Garfias, León Felipe, Juan Rejano, Luis Rius; antropólogos como Pedro Armillas, Comás; profesores como Ricardo Vinós, Pedro Bosch, Moles, Carrasco Garrorena; arquitectos como Félix Candela, Juan B. Artigas; científicos como Gregorio Marañón, Severo Ochoa, Ignacio Bolívar, Blas Cabrera, Antonio Catalán; pintores como los Renau, Antonio Rodríguez, Moreno Villa, Germán Horacio, Souto, Moreno Capdevilla; músicos como Tapia, Rodolfo Halffter; cineastas como Luis Buñuel, Carlos Velo, Luis Alcoriza; críticos de cine como Emilio García Riera, José de la Colina; críticos de arte como Margarita Nelken, Enrique F. Gual; restauradores como Jaime Cama; médicos como Antonio Ross, José Puche, Isaac Castero, Jaime Pi; actores como Germán Robles, Augusto Benedico, Ofelia Guilmáin; fotógrafos como los hermanos Mayo; periodistas como Luis Suárez, Enrique Loubet Jr.; escritores como Bergamín, los Díez Canedo, los Xirau, Max Aub; economistas como Antonio Sacristán, Amaro del Rosal; publicistas como Eulalio Ferrer; juristas como Luis Recaséns Fiches, Niceto Alcalá Zamora; editores como Joaquín Díez Canedo, José Bergamín, Rafael Jiménez Siles, Juan Grijalbo; diseñadores gráficos como Miguel Prieto, Vicente Rojo; y un sinnúmero de nombres más, y de instituciones como el Ateneo español que integradas a nuestra sociedad han permeado con su sabiduría, su expresión, todo el territorio mexicano, colaborando significativamente al desarrollo intelectual y material de la patria común13.

Teresa Férriz -la gran investigadora de la literatura catalana del exilio- quien fuera también investigadora en este Colegio de Jalisco, ha señalado: «[...] los numerosos y muy distintos escritores republicanos que habían formado parte de la llamada Edad de plata de las letras españolas se enfrentaron con pasión, fuera de su tierra, a la escritura y la edición, ligada inevitablemente a aquella. En México, donde su presencia resultó más fecunda, los republicanos crearon docenas de sellos editoriales autofinanciados, en todas las lenguas peninsulares, donde se editaron textos escritos por los propios exiliados y se reimprimieron obras de la tradición peninsular [...]»14

Demos también un reconocimiento a los refugiados que con dedicados oficios discretos, han alentado la prosperidad de México. Y a los intelectuales que sin la resonancia de la capital, como Pedro Camacho en Guadalajara y Alfredo Gracia en Monterrey, han sido ejemplo de rigor y laboriosidad.

No fue fácil la integración cultural. Un mínimo ejemplo sirve para ilustrar: los recién llegados exiliados y los mexicanos, compartieron los cafés de intelectuales en la capital. Los mexicanos pronto comenzaron a alejarse del diálogo y el debate, que compartían gustosos con los españoles: les ahuyentaba el hablar fuerte de éstos. Max Aub, en su novela titulada La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco, relata en tono humorístico cómo el interminable escándalo de los españoles, con sus perpetuos planes para después de la muerte del dictador, hacen que un desesperado mesero vaya y mate él mismo al tirano, para poder librarse de sus clientes refugiados.

Algunos de los desterrados regresaron a España, otros se quedaron para siempre. Éstos no se sintieron desterrados sino más bien trasladados dentro de la propia tierra española, como lo expresa José Gaos cuando dice: «En México no me sentía desterrado, sino trasterrado, con palabra que ha hecho fortuna, sin duda por dar expresión a una realidad psicológica colectiva»15.

Hoy estos trasterrados españoles se trascienden en sus familias mexicanas, las que conservan el legítimo orgullo de su ascendencia hispana y se atarean simultáneamente de sus quehaceres mexicanos. Ahora muchos tienen las dos nacionalidades. La nostalgia por las pérdidas y el coraje por la derrota tienen diversas presencias.

[...] el exiliado descubre con estupor primero -escribió Sánchez Vázquez-, con dolor después, con cierta ironía más tarde, en el momento mismo en que objetivamente ha terminado su exilio, que el tiempo no ha pasado impunemente, y que tanto si vuelve como si no vuelve, jamás dejará de ser un exiliado.



España vive ahora en un régimen de libertad y democracia, pero tiene un reclamo popular, «que la democracia española deslegitime el franquismo, jurídicamente y para siempre. El pacto de reconciliación de la Transición, y la Ley de Amnistía de 1977, implicaron continuidad jurídica entre la dictadura y la democracia. [...] España es única en Europa: ninguna democracia ha nacido de una dictadura sin romper jurídicamente con ella. [...] Alemania o Italia, donde hubo dictaduras fascistas, declararon todos los actos de éstas nulos»16.

Mientras la Ley de la Memoria se prepara, el Consejo de Europa condena el franquismo en marzo de este año. «La resolución aprobada comienza con una firme condena de las múltiples y graves violaciones de los derechos humanos cometidos en España por el régimen franquista entre 1939 y 1975. [...] La violación de los derechos humanos no es un asunto interno. La comunidad internacional está tan afectada como los españoles. El conocimiento de la historia es una de las condiciones previas para evitar repetir los errores del pasado. Además, la formación moral y la condena de los crímenes cometidos juegan un rol importante en la educación de las jóvenes generaciones. [...] El terror republicano está documentado, nadie lo niega. [...] El terror fascista, no»17. «La libertad de recordar -escribe Alfonso Guerra- es un elemento fundamental de la convivencia, porque no se construye una sociedad justa y pacífica sobre el olvido»18.

Del fracaso responde María Zambrano, al aceptar el Premio Cervantes:

[...] seguidme hasta una hermosa ciudad de México, Morelia, cuyo camino no busqué, sino que él mismo me llevó a ella, igual que a tantos otros españoles recién llegados del destierro. Allí me encontré yo, precisamente a la misma hora que Madrid -mi Madrid- caía bajo los gritos bárbaros de la victoria. Fui sustraída entonces a la violencia al hallarme en otro recinto de nuestra lengua, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, rodeada de jóvenes y pacientes alumnos. Y, ajena desde siempre a los discursos, ¿sobre qué pude hablarles aquel día a mis alumnos de Morelia? Sin duda alguna, acerca del nacimiento de la idea de la libertad en Grecia.

Era una forma natural de acordarme de España y del ya melancólico, resignado, y esperanzado fracaso. Era la forma de situarse en aquella hermandad de una cultura que anunciaba la España del fracaso: la más noble tal vez, la más íntegra. La que forzosamente tuvo que fracasar porque había ido más allá de su época, más allá de los tiempos. Y es que condena al fracaso a todo aquello que se le adelanta o que le desborda. Fracaso en razón de su misma nobleza y de su insobornable integridad: también, porque en el fracaso aparece la máxima medida del hombre, lo que el hombre tiene tan desprendido de todo mecanismo, de toda fatalidad, y que nada puede quitárselo. Lo que en el fracaso queda es algo que ya nada ni nadie pueden arrebatarnos. Y este género de fracaso era entonces y sigue siendo ahora la garantía de un renacer más completo. El que adviene cada vez que un hombre íntegro vuelve a salir, al alba, al camino.



Quiero terminar esta exposición recordando a los combatientes de Jalisco muertos en El Ferrol, los que tienen un mural que les honra en la Preparatoria Uno; y a personajes del exilio español, en Jalisco. Junto a docenas de nombres apreciados, reunidos en un intento fracasado de registrar la valiosa memoria de tantos hombres de bien -Esturau, Fidalgo, Torné, Negrín, Cantarero, Álvarez Ugena, Reguillo, Gil Nostró, Segura- destaco a Pedro Camacho y a Pedro Garfias.

D. Pedro Camacho Galindo fue magistrado en Jaén, durante la guerra. En nuestra tierra fue empresario, gran investigador del cante flamenco -publicando aquí Andalucía y su cante, libro que iba acompañado de grabaciones en carrete abierto- y presidente de Casa Andalucía, centro cultural provisto de biblioteca, foro y restaurante. El poeta Garfias le dio emblema: Andalucía abarca con sus brazos al mundo y cabe en una casa.

Pedro Garfias pertenece a la llamada Generación del '27. Andaluz de corazón, tuvo varias etapas creativas y en todas cultivó la oralidad. Recibió el Premio Nacional de literatura, en 1938; con un jurado compuesto por Antonio Machado, Tomás Navarro Tomás y Enrique Díez-Canedo. Poeta ágrafo, sólo conocemos textos de él publicados en el diario Heraldo de Madrid19. De su etapa vanguardista, ultraísta, leo:

Acordes


Pon en mi frente tu mano
y halágame esta aspereza
de sueño desmelenado.



Su aportación al mítico número de la revista Litoral, que en homenaje a Góngora reunió a la Generación del '27, fue el poema:




Romance de la soledad


Aquí estoy sobre mis montes
pastor de mis soledades.

Los ojos fieros clavados
como arpones en el aire.

La cayada de mi verso
apuntalando la tarde.

Quiebra la luz en mis ojos
la plenitud de sus mármoles.

Tiene el tiempo en mis oídos
retumbos de tempestades.

Mi corazón se acelera
sobre el volar de las aves.

Vibra mi sien al zumbido
de los vientos y los mares.

Y aquí estoy sobre mis montes
pastor de mis soledades.



La guerra civil devolvió a Garfias la voz poética -silenciada nueve años antes- cuando al llegar al frente una bala mata a un camarada, de origen jornalero, apenas descendiendo del vehículo que les llevaba al combate. El poeta nunca disparó una bala.




Miliciano muerto


Qué dulce muerte le dio
la bala que lo mató.

Le vi sobre la trinchera
derribado
con el fusil empuñado.
Tiernos paisajes en flor
le fluían a los ojos
que la muerte no cerró.
Yo vi en sus ojos su vida.
Vi su niñez espantada,
su juventud desolada
sin una interrogación.
Y vi sus días iguales.
Y vi su resignación.

Qué dulce muerte le dio
la bala que lo mató.

Le sacudieron los vientos
rebeldes el corazón.
Con el fusil en la mano
y en la garganta un clamor
salió a defender su tierra,
la que nunca poseyó.

La muerte le ha derribado
con brusquedad de ciclón

Camarada miliciano:
la bala que te mató
se fue cantando la gloria
de un hombre que se salvó.
Porque has muerto por el pueblo
¡qué dulce muerte te dio
la bala que te mató!



Garfias es rescatado de un campo de concentración francés, por un noble que le lleva a Inglaterra a su castillo en Eaton. Con todo el dolor de la derrota, y la pérdida de España, crea -para Dámaso Alonso- el mejor poema del exilio español Primavera en Eaton Hastings. De él:




VI


Hoy que llevo mis campos en mis ojos
y me basta mirar para verlos crecer
siento vuestra llamada, prados de verde edad,
oigo vuestra palabra, árboles de cien años,
y os busco inútilmente a través de la tarde.
Ni el vuelo de los trinos ni el canto de las ramas
han de romper el duro silencio de mi boca.
Si me quedase inmóvil, como esta buena encina
vendrían vuestros pájaros a anidar en mi frente
vendrían vuestras aguas a morder mis raíces
y aun seguiría viendo con su blancura intacta
quién sabe si dormida, la España que he perdido.



El poeta vino a Guadalajara muchas veces, quería la ciudad y aquí tenía muchos amigos que le queríamos y le admirábamos, uno de los más solidarios, D. Pedro Camacho le publicó Río de aguas amargas, que sería su último poemario. De él:




Recién muerto


Me gustaría
que fuese tarde y obscura
la tarde de mi agonía.

Me gustaría
que quien cerrase mis ojos
tuviese manos tranquilas.

Me gustaría
que los presentes callasen
o llorasen con sordina.

Me gustaría
que fuesen pocos y aún menos
de los que se necesitan.

Me gustaría
que en el silencio del mundo
se oyese crecer la espiga.

Me gustaría
que la tierra fuese dura
como piedra conmovida.

Me gustaría
que me llenasen la boca
de tierra mía.

Si a los que van a matar
les dan todo lo que pidan
dejadme pedir de muerto
lo que a mí me gustaría.



Garfias con su irrepetible talento para decir poesía, conquistó más simpatías para la causa de los exiliados que nadie. El último poema que leo, se lo escucharon al poeta en el Congreso, en el Palacio de Bellas Artes, en sindicatos obreros, en pequeños grupos de amigos. Fue creado para el diario del buque Sinaia, que mantuvo informados y animados a los 1.500 viajeros. También serviría de homenaje a México y su presidente Lázaro Cárdenas. Fuentes Mares afirma que es el más bello canto jamás escrito a México:




Entre España y México


Qué hilo tan fino, qué delgado junco
-de acero fiel- nos une y nos separa
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza.
Repite el mar sus cóncavos azules,
repite el cielo sus tranquilas aguas
y entre el cielo y el mar ensayan vuelos
de análoga ambición nuestras miradas.

España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos en tu frente derrumbada,
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.

Y tú, México libre, pueblo abierto
al ágil viento y a la luz del alba,
indios de clara estirpe, campesinos
con tierras, con simientes y con máquinas;
proletarios gigantes de anchas manos
que forjan el destino de la patria;

pueblo libre de México
como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja,
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú esta vez quien nos conquistas,
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!20



El narrador neoyorkino E. L. Doctorow declaró en una reciente entrevista: «Hay algo [...] que me parece importante, y es que el efecto de las guerras civiles, a diferencia de otro tipo de guerras, persiste a lo largo de muchas generaciones. Las guerras civiles no se olvidan fácilmente, tal vez nunca»21. Evitémoslas hay que añadir.

Carlos Eduardo Gutiérrez Arce

Texto leído el lunes 22/V/2006,
en el Colegio de Jalisco,
en Zapopan, Jalisco.





 
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