El intento de fundación de los franciscanos para la atención de la colonia vasca de Caracas (1956-57): el doble lenguaje
Óscar Álvarez Gila
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A inicios de la década de 1950, la provincia franciscana de Cantabria, que abarcaba el País Vasco peninsular en su totalidad, se hallaba empeñada en uno de sus mayores proyectos constructivos tras la dura prueba de la posguerra1.
El viejo santuario mariano de Arantzazu, al cuidado de los religiosos de esta orden desde casi sus inicios como tal, hacía tiempo que se había quedado pequeño para las nuevas necesidades de espacio, para el que era el mayor centro de devoción católica de Guipúzcoa.
No es nuestro objeto describir los pormenores artísticos del proyecto, cuya principal nota era la radical modernidad en el planteamiento con que sus autores habían concebido el santuario. Alejados del revival monumentalista de las dos grandes obras arquitectónicas de la diócesis vitoriana en lo que iba de siglo (la catedral de Vitoria, o el inacabado santuario vizcaíno de Urkiola), el nuevo diseño rompía la monotonía goticista que imperaba en el arte sacro vasco, planteando nuevas propuestas estéticas desde y para una sociedad moderna industrial.
Entre los varios problemas que tuvo que vencer el proyecto (entre los que las reticencias desde la inercia estética de los encargados de velar por la rectitud del arte sacro2), se hallaba uno de no poca importancia: el económico. A pesar de experimentarse ya los primeros efectos del período expansivo que se viviría hasta la crisis del año 1973, la economía del País Vasco todavía no estaba en las condiciones idóneas para que se pudiera solventar la obra por la vía en que era planteada (es decir, a través de las aportaciones voluntarias de los fieles principalmente).
Esta razón llevó a los responsables de dicha provincia franciscana —2→ vasca a buscar vías otras de financiación, entre las que tomó un papel destacado, en sus proyectos y expectativas, el recurso al sueño americano, materializado en la posibilidad de solicitar recursos a emigrantes vascos radicados en diversos países americanos.
En el caso de Venezuela, esta idea inicial cristalizó en un proyecto más ambicioso de actuación directa y permanente con la colonia vasca radicada en el país, en el que no tardaron en inmiscuirse factores externos, fundamentalmente el miedo a reticencias de tipo político, que condicionaron su evolución posterior y propiciarían, al fin, su abortamiento. Es este episodio, ocurrido entre los años 1956 y 1957, el que pretendemos presentar en su evolución, como un aspecto parcial más a sumarse a nuestro conocimiento sobre el papel de la Iglesia en el País Vasco, en este caso en una comunidad americana de exiliados políticos de la Guerra Civil.
No era América un terreno desconocido, en aquellos momentos, para los franciscanos vascos de quienes nos ocupamos. Siguiendo un proceso muy marcado por las diversas vicisitudes que la Iglesia había vivido en el marco de la España del XIX, a comienzos de la segunda mitad del siglo la orden franciscana había podido rehacer sus estructuras en territorio español, anteriormente desaparecidas a raíz de la ley exclaustradora de 1837. En el caso franciscano, esta restauración había comenzado pioneramente en el País Vasco, en Bermeo; y a pesar de la muy clara afinidad que habían demostrado estos religiosos con la causa del pretendiente Carlos VII, el proceso de crecimiento en personal no se vio interrumpido tras la segunda de las contiendas carlistas3.
El rápido desarrollo permitió que la nueva provincia franciscana de «Cantabria», que ya contaba con una mayoría de efectivos de origen vasco en sus filas, se hiciera cargo de su primer área de expansión ultramarina. Tras un intento fallido tres años —3→ antes4, el 10 de octubre de 1887 logran la autorización del gobierno español para fundar casa en La Habana, definitivamente instalada en la cercana localidad de Guanabacoa5. Para 1923, los franciscanos vascos ya tenían 11 parroquias cubanas a su cargo6. La provincia de Cantabria llega a tener en Cuba, en su mejor momento, a cerca de 100 religiosos7.
Desde esta primera base, pronto pasaron a otros tres países americanos, en este caso del cono sur del continente: Paraguay, Uruguay y Argentina. La implantación de los religiosos vascos es especialmente importante en el primero de ellos, en especial tras formar en 1940 una «custodia» similar a la cubana8. Y sólo desde 1953 habían comenzado a enviar refuerzos en ayuda de los franciscanos bolivianos; un país al que, al igual que en Perú, desde finales del siglo XIX habían llegado vocaciones franciscanas reclutadas en Euskal Herria para las misiones entre los indígenas amazónicos. Así, en 1956, podíamos encontrar en toda Latinoamérica a no menos de 205 franciscanos vascos, distribuidos en Argentina (8), Bolivia (20), Colombia (1), Cuba (84), Ecuador (4), El Salvador (1), Guatemala (1), Honduras (1), Nicaragua (1), Paraguay (16), Perú (63), Uruguay (4) y Venezuela (2)9.
El alto monto exigido por las obras de la nueva basílica suponía una carga demasiado pesada para una orden religiosa, como la franciscana, que seguía siendo esencialmente mendicante en cuanto a sus fuentes principales de ingresos.
A esta tradición «económica» limosnera, se unía además una estructura multinacional en la distribución de los conventos —4→ pertenecientes a la provincia franciscana vasca. Este hecho había permitido establecer cauces de ayuda entre los residentes en diferentes países, en momentos de coyuntura dificultosa en cualquiera de ellos. Así, en los años más duros de la posguerra, alrededor del «año del hambre» (1941), los franciscanos habían recurrido a suministros alimenticios enviados desde sus casas americanas, de forma similar a como habían actuado otras varias órdenes y congregaciones instaladas en el País Vasco10.
Ya en esta ocasión, además, los franciscanos habían tenido ocasión de comprobar las posibilidades ofrecidas por la «generosidad de la emigración» en respuesta a solicitudes desde la nunca olvidada patria; así, será un matrimonio guipuzcoano el principal impulsor de la comisión de ayuda formada al efecto, entre 1940 y 1943, en Argentina11.
Con estos antecedentes, bien pronto se plantearon los responsables superiores de la provincia franciscana el recurso a esta vía, como complemento a la financiación del santuario. Los primeros esfuerzos se hacen patentes ya en 1950, cuando el sacerdote J. Ignacio Lasa es encargado de escribir, para publicar en la revista Aránzazu, un pequeño artículo sobre las relaciones históricas (por lo general económicas) entre emigrantes vascos en América y la amatxo guipuzcoana del espino12.
Tras recordar a las Cofradías de Aránzazu de época colonial, en Lima, Méjico, Guatemala o Buenos Aires, y pasando por una breve referencia a los donativos que recaudó la Revista Católica de La Habana en 1856 para sustento del santuario guipuzcoano, plantea abiertamente la «idea tentadora» que ha brotado de la junta encargada de las obras: la «entidad Los Emigrantes Vascos por la Virgen de Aránzazu, de Oñate». Se trataría ésta, señala Lasa, de «una Agencia de noticias, al servicio de los vascos emigrados, en torno a la nueva basílica de la Virgen de Aránzazu», cuyo fin sería «recaudar fondos entre los vascos y los de ascendencia vasca que viven fuera de la Provincia, principalmente —5→ en América». El artículo acababa con un canto de hermandad panvasca ultramarina:
Así la Basílica, además de ser lazo de unión, será un símbolo y expresión del dinamismo del pueblo Vasco y un recuerdo perenne de gratitud de los hijos de aquende los mares a los de allende del mar13. |
La iniciativa pronto cristalizó con fuerza en el más cuidado campo franciscano vasco de América, en la isla de Cuba. Rápidamente, el comisario o superior de los franciscanos vascos en La Habana se encargó de establecer los contactos adecuados entre la numerosa, y para ellos muy conocida colectividad vasca en la capital y sus alrededores, muy especialmente entre el elemento femenino, quién sabe si por tratarse de un santuario mariano, o por ser el sector dentro de la colectividad emigrante que se mantenía más habitualmente relacionado con la Iglesia14.
Así, el 20 de mayo de 1952, recién constituido el llamado «Comité Pro Basílica de Aránzazu» (en el que el único hombre era su director, el franciscano Ezequiel Iñurrieta, sacerdote en el barrio de Marianao), era publicado y remitido «a los vascos y a los hijos de vascos» conocidos de toda la Isla un llamamiento dando a conocer la existencia del comité y, a la vez, solicitando apoyo económico15:
Los que estamos en las Américas no podemos menos de mirar con cariño y acendrado amor una Obra semejante. Nos mueve el interés por lo nuestro que nadie nos podrá arrancar de nuestra alma vasca, y nos impele la fuerza de la tradición de nuestros mayores, la Obra de los Vascos en las Américas16. |
Ya para entonces, en otros países americanos (no especificados, pero muy posiblemente se trate de los del Río de la Plata) ya habían comenzado las colectas, por medio de frailes limosneros encargados específicamente de su organización.
En Cuba, también estos «bonos pagaderos en el cielo» tuvieron buena aceptación entre los vascos, a los que además se prometía —6→ su inclusión en un «Libro de Oro de las Américas», que se depositaría a los pies de la amatxo en su nueva residencia, con los nombres de todos los colaboradores que habían ayudado en su construcción.
Sin embargo, el «Libro de Oro» estaba todavía incompleto. Una porción muy importante, y activa, de las colonias vascas instaladas en el Nuevo Mundo había quedado fuera de esta iniciativa, por el simple condicionamiento de la ubicación de los campos de trabajo asignados a los franciscanos vascos desde finales del siglo XIX. Nos estamos refiriendo en especial a dos lugares muy concretos: los Estados Unidos17, y sobre todo Venezuela.
Venezuela era, en la década de los años 50, una tierra de promisión, en un doble sentido. Por una parte, el petróleo había provocado la rápida entrada de inversiones y caudales foráneos, permitiendo al país experimentar la estabilidad primero, y el auge económico después. Las posibilidades de trabajo y ascenso se abrían en una Caracas que apenas sobrepasaba el medio millón de habitantes una década atrás, pero que ya había comenzado el camino hacia la metropolización. Por otra parte, y al igual que les había ocurrido a Argentina y a Brasil con anterioridad, Venezuela era vista como una futura potencia basada en sus grandes potencialidades y recursos naturales.
La emigración vasca había llegado a Venezuela, además, muy recientemente y coincidiendo con el inicio de lo que se consideraba la primera fase de un despegue fulgurante. Los vascos que habitaban en Venezuela en 1955 eran, casi en su totalidad, exiliados18 de la última Guerra Civil. Su llegada al país había sido propiciada por gestiones realizadas por el propio gobierno venezolano (al poco de reinstaurarse el régimen democrático) que, haciendo propios los viejos planteamientos del argentino Juan Bautista Alberdi, resumidos en la tantas veces repetida frase «en América, gobernar es poblar». Pero, tras sucesivos fracasos de —7→ la inmigración espontánea con escandinavos y canarios, la opción que se proponían ahora era una inmigración blanca, de un grupo «de orden» y organizado, fácilmente asimilable al ser nacional, y (sobre todo), desvinculado de una potencia europea que pudiera hacer valer hipotéticos derechos de custodia. Los vascos, desarraigados en Francia, perseguidos por el gobierno de Franco, encajaban en este esquema.
De esta manera, y sin que faltara la mano amiga de los jesuitas vascos, desde varios años atrás afincados en el país, numerosos exiliados acabaron por radicarse, definitivamente, en este país caribeño19.
El resultado de este proceso, para el caso que nos ocupa, es que la inmigración vasca en Venezuela era todavía reciente, con lo que el factor del recuerdo de la tierra abandonada era todavía más cercano y profundo del que podría tener, por ejemplo, un nieto de vascos afincados en Buenos Aires desde 1880. Su vinculación con el País Vasco era más activa, desde la ideología política que había supuesto la causa de su exilio y posterior llegada al país: la mayoría de los inmigrados eran nacionalistas vascos, más concretamente afines al P. N. V., por deseo expreso de las autoridades venezolanas que veían en este partido, por su componente católico, una garantía de categoría moral20. El vasco exiliado vivía por y para Euskadi, sirviendo de apoyo a la resistencia interior y soñando con la rápida vuelta a casa. La generosidad de estos vascos, que se resistían interiormente al exilio, podía sospecharse que sería aún más sustanciosa, si cabe.
Ambos factores, la bonanza económica de Venezuela (en especial, su fuerte moneda) y la potencia de su colonia vasca, fueron los factores principales que influyeron en la decisión favorable a la realización allá de la colecta.
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A mediados de 1956, el superior provincial de Cantabria (Benito Mendía) se decidió a dar el paso, e intentar extender el campo de la colecta a Venezuela. Usaría para ello la infraestructura que tenía su provincia en las Antillas, y especialmente a un sacerdote que, por su cargo, contaba con la doble especialización de ser limosnero «profesional» y tener experiencia en moverse, para sus menesteres, por los diversos países de la región.
Se trataba del padre Francisco María de Iraola Aizarna21, guipuzcoano que había sido destinado a Cuba, en 1937, para ocupar el puesto de «limosnero de la comisaría de Tierra Santa» en el área del Caribe. Esta institución de «Tierra Santa» responde al hecho de ser la orden franciscana la encargada, por parte de la Iglesia católica, de la custodia de los Santos Lugares de Palestina, en Jerusalén y Belén. Para el sustento económico de una presencia continuada, se realizaba en todos los países con presencia de católicos la recolección de fondos al efecto.
La otra pieza con que cuentan los franciscanos para introducirse en el ambiente del Centro Vasco de Caracas, el más antiguo y potente del país, es un antiguo alumno del colegio de Arantzazu, que colgó los hábitos antes de ser ordenado, y que, según las informaciones llegadas a San Sebastián, debía ocupar un cargo directivo. Isaías Atxa, nacido en Gordejuela (Vizcaya) el 16 de febrero de 1915, había llegado a estudiar filosofía y teología en el seminario franciscano, en la década de los 3022. Ya en la vida civil, fue encarcelado hacia 1940, en Pamplona, a causa de sus ideas nacionalistas vascas (era militante del P. N. V.), antes de casarse y emigrar a Caracas, donde trabajaba de agente de seguros23. Las relaciones de Atxa con los franciscanos, en todo caso, no habían dejado de ser buenas; en todo momento adoptará para con el superior provincial una actitud y un lenguaje propio de la obediencia religiosa y del franciscanismo («Paz y Bien», «su hijo en N. S. P.», etc....), quizá porque su salida de la orden le viniera motivada por causas ajenas a su voluntad, como apunta —9→ el propio Francisco Iraola24.
Los contactos se realizaron simultáneamente, por medio de la obediencia con el primero, y por contacto epistolar con el segundo. El objetivo era que, con la información proporcionada por Atxa, y con su ayuda, pudiese establecerse un programa de acción para llevar a buen fin la colecta. Iraola, en principio, esperaría la respuesta.
Atxa transmitió la respuesta, por carta y personalmente. En mayo viajaba en barco desde Caracas a Bilbao; y ya instalado en casa de sus familiares en Las Arenas, expresa sin ambages su opinión a Benito Mendía. Tras reafirmar su disposición a ayudar en todo lo posible al padre Iraola, «como ya antes lo presté para el mismo fin al padre Bastarrica»25, señala cómo su visión es, sin embargo, totalmente pesimista sobre los resultados que se puedan obtener de la colecta. Se basa para ello en tres argumentos: en primer lugar, la inadecuación del momento elegido, en el que los socios del centro estaban ya involucrados en otras cinco colectas; en segundo lugar, la indiferencia declarada, cuando no hostilidad sorda hacia la religión y la Iglesia entre muchos residentes vascos; y en tercer lugar, y unido a ello, el desconocimiento de la labor que se estaba realizando desde la orden franciscana, y desde el marco físico de Arantzazu, en favor de la cultura y lengua vasca, el único modo por el que se podía conectar de modo rápido y efectivo con las voluntades y los bolsillos de los exiliados. Especialmente a este argumento le asignaba una importancia fundamental: «si en Venezuela se ha de hacer algo de lo que intenta, ha de ser básicamente sobre la labor realizada o a realizar en Aránzazu de irradiación vasca»26.
Atxa finaliza su carta (no puede entrevistarse con el provincial, por hallarse éste ausente, de visita canónica en Cuba) anunciando que, tras pasar el verano en Vizcaya, regresará para septiembre u octubre a Caracas. Iraola, avisado de la noticia, le escribirá desde Santo Domingo, para concretar el momento más adecuado y los demás detalles de su estancia en Venezuela. Para —10→ mediados de septiembre, ya anuncia al provincial que «mi ida a Venezuela será este año, (en el) mes de noviembre y parte de diciembre hasta el 20»27, aunque todavía no ha recibido contestación de Atxa28.
En la primera quincena de octubre de 1956, finalmente se arreglarán todos los contactos (con Isaías Atxa y, a través de él, con otro ex franciscano residente en Caracas, Damián Gaubeka), y el 16 de noviembre llegaba a Venezuela29. En la reunión de la junta directiva del Centro Vasco, el día 5, había comenzado Atxa la ofensiva de conocimiento, al hacer obsequio al centro de unas vistas de Arantzazu, para la decoración de las diversas salas30; intentaba paliar el desconocimiento de años, que él mismo denunciaba como razón más poderosa para su pesimismo.
Nada más llegar a Caracas, instalado en la parroquia «Perpetuo Socorro», del barrio de Paguita, Francisco Iraola se pone en contacto con el Centro Vasco y, a través de Atxa, traba conocimiento con diversos elementos de entre los más activos, incluidas personas de la junta directiva.
La primera decepción le llega muy rápido: ni Gaubeka pertenece a dicha junta, ni tampoco lo es ya Atxa, que acaba de terminar su período de mandato; por lo menos, tras dificultades para «hacerles entender a los de la Directiva de que yo hablara (a los socios) en uno de los días de mi estadía», el vocal José Joaquín de Azurza acepta llevar a la junta el ofrecimiento de que Iraola organice una conferencia sobre «Religión y Arte sacro en la nueva Basílica de Aránzazu»31, el día 14 de diciembre. Una fecha muy al límite de su tiempo, pues en Navidades marcha con un grupo de peregrinos a Jerusalén; además, ha preferido evitar las fiestas navideñas, llenas de gastos que la hacen poco propicia para donativos extraordinarios32.
Finalmente, por esos mismos problemas de tiempo, su anunciada exposición se verá cancelada; en su lugar y como mal menor, en —11→ los actos del «Día del Euskera», el 8 de diciembre, uno de los oradores resaltará la labor euskaltzale de los Padres de Arantzazu33. Se trata de una muy buena noticia para los proyectos de Iraola, que ya ha visto claramente cómo «por ahora (...) lo que más conviene (es) hacer ambiente de Aránzazu en el Centro», ambiente sin el cual «tampoco se hubiera podido hacer mucho más»34. La vía es el euskera, el vasquismo en su sentido más lato; recomienda así remitir a Atxa 200 ejemplares del Arantzazuko Andre Mariaren Egutegia, para repartir entre las familias euskaldunes, y diversas obras del P. Luis Villasante, uno de cuyos artículos dedicado a Arantzazu será adaptado por Atxa, para su publicación en el boletín del Centro Vasco, Euzko Gaztedi35.
Todavía desde Tierra Santa, manda una felicitación Iraola al Centro Vasco36, para recordar de paso la colecta aún en marcha. Para marzo de 1957, una vez concluida ésta, los resultados pecuniarios son bastante más cercanos al pesimismo de Atxa que al optimismo inicial de Iraola: 1070 bolívares, que suponían al cambio 14712'50 Pt37. Atxa, sin embargo, cita como causa del relativo fracaso, no a la falta de ambientación, vencida «fácilmente», sino a «otras causas» que «se acumularon sorpresivamente y este es el momento que en vez de disminuir se han incrementado», y sobre las que «no debo ser más explícito por carta». Nos hallamos, como muy posiblemente parece indicar esta velada alusión precautoria hacia la censura postal, ante los primeros indicios de las reticencias que, sin duda, creaba en ambientes oficiales españoles cualquier contacto con el más activo núcleo de separatistas vascos visiblemente localizados en aquel momento38.
Sin embargo, todavía entonces el interés por mantener presente —12→ la figura de Arantzazu entre los vascos de Venezuela seguía en pie. En la misma carta de marzo ya citada, Atxa avisa al provincial de los franciscanos de cómo:
A fin de fomentar el amor de Aránzazu entre los vascos de aquí he pedido al padre Villasante que si le es posible me envíe algunos cuentitos en euskera de los coristas (estudiantes para sacerdocio) para un certamen a celebrarse próximamente39. |
La clave de este interés renovado era «seguir caldeando el ambiente con miras a los otros proyectos de que hablaba (el provincial) y de los que estoy sin ninguna noticia». Pronto recibirá, no sólo información puntual sobre tales proyectos, sino el encargo de convertirse en su gestor en Venezuela, ya que Francisco Iraola, padre de la idea, había sido vuelto a destinar a sus tareas normales en la comisaría de Tierra Santa en Cuba.
La primera mención a lo que se pretendía como un salto cualitativo en la relación de los religiosos franciscanos con la colonia vasca en Venezuela, adquiere la forma de una propuesta, todavía informe, que deja escapar Francisco Iraola, poco antes de su partida de Caracas a finales de diciembre, sopesando pros y contras:
Otra cosa que convendría sería fundar aquí. Están los de Galicia, pero quisieran ellos que nosotros fundáramos también aquí, ya que nos sobra el personal. Como hay esa campaña por parte del Gobierno de intensificar al máximum la enseñanza, sería a base de establecer colegios o escuelas parroquiales. Esto está creciendo a un tren increíble. Es decir, hay necesidad, ambiente, medios y... conviene. Los del Centro (Vasco) mandarían sus hijos a nuestro Colegio. (...) el terreno se puede abonar para un futuro no muy lejano. Lo que tenemos que hacer es estar en contacto con este Centro. A mí me han visto mucho y les ha agradado mi presencia y mi euskera, o sea, mi habla en euskera40. |
Todo parece indicar que al provincial de Cantabria le interesó sobremanera, más que la fundación sin más, el matiz que podría ésta adquirir de estar dedicada al cuidado de la fe cristiana de los vascos allá residentes. Enlazaba así con una tradicional preocupación de sectores de la Iglesia vasca por los problemas acarreados por la emigración en el terreno religioso, iniciativas que habían cristalizado en algunas iniciativas que todavía en 1956 eran realidades en marcha: el complejo asistencia «Euskal-Echea» —13→ en Argentina, dirigido por capuchinos de Navarra y Siervas de María de Anglet (Labourd); el «Colegio de los Vascos» de Montevideo, de los religiosos bayoneses; o la institución del «Capellán de los vascos», enviado por el obispo de Bayona a las colonias vascas del oeste de los EE.UU.
No obstante, el secretismo con el que fueron desarrolladas la mayor parte de las gestiones de la proyectada fundación, ha dado como consecuencia la práctica imposibilidad de contar con fuentes orales completas, que informasen sobre todos aquellos aspectos oscuros, no consignados en papel.
Por parte de los franciscanos, tanto el provincial Benito Mendía, como el contacto que mantenía la provincia de Cantabria en la curia romana de la orden (el vasco Bernardo de Madariaga, que ocupaba entonces el cargo de definidor general), ya han fallecido; y los otros conocedores del asunto (especialmente Francisco Iraola y Luis Villasante) lo hicieron de modo tangencial. Igualmente, por la parte de Isaías Atxa, también fallecido, su familia más cercana declara que éste deliberadamente evitaba hacer partícipe incluso a su esposa de ciertos asuntos políticos que pudieran suponer dificultades añadidas a ésta en sus viajes a Euskadi41: una medida de seguridad muy necesaria, ya que los hijos del matrimonio fueron enviados a estudiar a diversos colegios del País Vasco42, lo que hacía mayor la frecuencia de los viajes ultramarinos de Miren Oñate.
Por esta razón, no podremos saber, por ejemplo, si la clara derivada hacia la atención a los vascos emigrantes que adquirió la fundación, se debió a convicciones personales o colectivas de los responsables franciscanos de Cantabria, o era simplemente una estrategia, siguiendo las recomendaciones del definidor Madariaga, que el 18 de febrero de 1957 apuntaba que, «aunque el Definitorio General no es muy fácil en conceder el nihil obstat para estas fundaciones en territorios de otra Provincia o Comisaría, creo que lo concederá en este caso en atención a las necesidades espirituales de los vascos en Caracas»43.
—14→El hecho es que la curia provincial de Cantabria, reunida en San Sebastián los días 6 y 7 de febrero de 1957, acuerda aceptar en principio la posible fundación en Caracas, «según informa el padre Francisco M. Iraola»44.
Pero el problema mayor de la fundación en Caracas no era otro sino la presencia en la ciudad de religiosos franciscanos de otra provincia religiosa, en concreto de los gallegos de la «provincia de Santiago de Compostela». Para 1957, recién instalados ocupando el lugar dejado por franciscanos croatas, que se habían visto imposibilitados para mantener abiertas sus casas venezolanas, sólo se habían extendido por las diócesis de Caracas, Barcelona y Ciudad Bolívar45.
En esta misma carta, Madariaga avisa además de cómo ya ha informado del proyecto al superior general de la Orden, que había decidido incluirlo en el orden del día de la siguiente reunión del Definitorio General. De todas maneras, recuerda que antes de dar cualquier paso será exigido el permiso, tanto del arzobispo de Caracas como de la provincia franciscana de Santiago de Compostela, que conviene solicitar antes que hacer cualquier otra gestión, por tacto psicológico46.
El 21 de febrero, el Definitorio General decide en Roma permitir a los vascos gestionar su fundación:
Ex parte Revmi. Definitorii generalis nihil obstat quominus Provinciae Cantabriae pro Vascorum assistentia spirituali in Caracas Fundacionem incipiat.47 |
La decisión, como se preveía, exigía oír opinionem Provinciae Compostellanae. Igualmente, Madariaga recomienda que, para conseguir el permiso del arzobispo de Caracas, se hagan gestiones pertinentes antes de enviar allá a ningún sacerdote franciscano, para evitar gastos inútiles. Entraba aquí en juego la baza de Isaías Atxa, que inmediatamente es avisado para que, en secreto48, —15→ inicie las gestiones ante el arzobispado.
Contaban entonces los vascos de Caracas, para este menester, con un contacto preciso en lo más alto de la organización eclesiástica arquidiocesana. El ecónomo y secretario del nuevo arzobispo era un vasco de apellido Ugarte, exiliado siendo todavía seminarista con su familia a raíz de la guerra civil, radicándose en Caracas. Allí había terminado sus estudios, recibido la ordenación sacerdotal, y desarrollado una ascendente carrera hasta el puesto que ocupaba en 1957. Era, por lo tanto, la persona más indicada y a la que se dirigió Atxa; «con (él) los vascos tenemos en general mucha confianza»49.
Pero el cauce oficial, aunque lento y a veces ineficaz, es siempre exigido, por lo que el día 10 de abril de 1957, sale de San Sebastián con membrete, firma y sello del provincial de Cantabria la petición formal de permiso, al arzobispo de Caracas para la fundación proyectada:
Por algunos de los elementos españoles residentes en Caracas nos hemos enterado de que muchos de ellos, muy especialmente los de la colonia vasca, vería con mucho agrado que los religiosos franciscanos de esta Provincia de Cantabria estableciéramos ahí una Fundación para atender a sus necesidades espirituales y a las de los demás fieles (...) por nuestra parte no tenemos ningún inconveniente en acceder a la solicitud que se nos dirige desde esa ciudad50. |
El lenguaje de esta carta dejaba claro, aun bajo la tapadera de «españoles», el carácter de asistencia a los exiliados vascos que iba a tener la fundación solicitada, aunque para ganarse el favor del arzobispo, reiteran su voluntad de no cerrarse en el ghetto vasco, sino de extender su acción en favor de una Iglesia con falta crónica de clero, al igual que hacían cerca de doscientos franciscanos vascos en diversos países americanos51.
Esta carta, por diversos problemas del correo, no llega a su destino, o por lo menos no lo había hecho todavía en septiembre de 1957. Entretanto, Isaías Atxa amplía su abanico epistolar, con Luis Villasante (en Arantzazu) y con Bernardo Madariaga (en Roma, donde permanece a petición del superior general a pesar de haber —16→ terminado su período de definidor).
Con Luis Villasante, el contacto se centra en el envío de material euskérico a Caracas, y de la favorable recepción que ha tenido entre los socios del Centro Vasco la labor cultural desarrollada por Arantzazu en favor de lo vasco, «aunque desgraciadamente las inquietudes de aquí se concentran en la política, casi exclusivamente, con abandono de lo cultural»52. De paso, aparecen referencias al movimiento euskaltzale que se estaba desarrollando en el exilio, especialmente la figura de Andima Ibiñagabeitia53, residente en Caracas y amigo de Atxa, al que une el desánimo por la falta de motivación cultural del Centro Vasco; del jesuita Mancisidor54, destinado también en Venezuela; o incluso el «guatemalteco» Jokin Zaitegi, sin faltar alusiones a Europa, bien al interior (la polémica sobre el euskera utilizado por la revista Anaitasuna)55.
Al mismo tiempo, Atxa madura dos planteamientos sobre la posible fundación, que ya casi ve en marcha. En primer lugar, la conveniencia de enviar a un franciscano con prestigio en la colonia (y sugiere a Salbatore Mitxelena, en aquel momento destinado en Uruguay56), para atraerse voluntades y sacar adelante el proyecto. En segundo lugar, propone la formación de un grupo de presión formado por elementos de la colectividad vasca, «todos ellos personas de gran prestigio personal (...). (Somos), entre docenas, la colonia de más prestigio moral, ciudadano y hasta laboral»57; este grupo de presión, sin embargo, nunca llegará a ser formado.
No es hasta septiembre, cuando Atxa no comunica a San Sebastián las gestiones realizadas por su parte. El secretario del arzobispado, Ugarte, le había disuadido de la idea de realizar gestiones de apoyo con seglares, pues «aunque sean en plan de —17→ colectividad serían nulas». Por lo demás, ningún obstáculo pondría el arzobispado de Caracas, aunque recomendaba acompañar a la solicitud el ofrecimiento de hacerse cargo de dos parroquias en el interior del país, como contrapartida y modo de llegar a un rápido acuerdo58. Llegan incluso a barajarse las posibles localizaciones de tales parroquias, en Valencia, Barquisimeto, Coro, Maracaibo o San Cristóbal de Táchira59. Una de las vías estaba abierta.
En la misma fecha en que partió de San Sebastián la petición formal a Caracas, el 10 de abril de 1957, una segunda carta era dirigida a Santiago de Compostela, concretamente a su provincial José Furelo, en forma de súplica oficial del permiso para establecer la casa de Caracas:
En vista de las necesidades espirituales y escasez de clero de la América del Sur, en general, y de la petición y propuesta que algunos elementos residentes en Caracas (Venezuela) han dirigido concretamente a esta nuestra Provincia de Cantabria (...) suplica encarecidamente a V. P. y a su M. R. Definitorio tengan la bondad de dar a este asunto su opinión favorable60. |
Ya desde un primer momento, y comparando el tenor de esta súplica con la petición enviada a Venezuela (posiblemente redactadas simultáneamente), contrasta el doble lenguaje utilizado, en uno y otro caso, a la hora de exponer los motivos de la fundación. Mientras a Caracas (cfr. supra) se expresa, claramente y como motivo fundamental, la asistencia a los vascos, seguida del ofrecimiento colateral al resto de los fieles, para Galicia se invierten los términos y se elude toda mención a los vascos, escondidos en un ambiguo «algunos elementos». Incluso, cuando se inserta en la petición el permiso dado por el Definitorio General a Cantabria, con fecha 25 de febrero, se suprime del primer párrafo, por medio de unos oportunos puntos suspensivos, esta misma mención: «Ex parte Revmi. Definitorii Generalis nihil obstat quominus Provincia Cantabriae... (sic) in Caracas fundationem incipiat»61.
—18→Tanta ocultación no podía ser casual; y el hecho de la conocida actividad política del núcleo vasco en Caracas no debía estar lejos. Como consecuencia, la petición de Cantabria quedaba absolutamente desfundamentada e inconsistente, en la imposibilidad de declarar de forma evidente unas relaciones con opositores al régimen, algo que podría acarrearle serios problemas62. Así, la primera respuesta de la provincia gallega, adoptada el 22 de mayo, era aplazar la decisión sobre un asunto de tal trascendencia, y «pedir ampliación de informes a Caracas aplazando su opinión para la próxima reunión»63.
Finalmente, la respuesta fue totalmente negativa, en una decisión tomada y comunicada a Cantabria el 9 de octubre. Por una parte, estaba claro que esta petición sin motivo claro aparente podía representar una injerencia «innecesaria y aun lesiva» en el territorio asignado desde Roma en exclusiva a los franciscanos gallegos; además ciertos indicios, que no hemos tenido oportunidad de contrastar, podrían dar pie a pensar en otro tipo de razones más profundas para la negativa:
Discutidos los intereses actuales y futuros de ambas provincias y examinados los informes pedidos a los religiosos que tenemos en Venezuela y a otras personas de la misma nacionalidad acerca de este asunto (...) el Definitorio acordó, por mayoría de sufragios secretos, denegar el consentimiento (...)64. |
El proyecto quedaba, así, definitivamente paralizado.
Todavía en diciembre, el arzobispo de Caracas, conocedor de la nueva situación, ofrece al provincial de Cantabria el encargo de aquellas dos parroquias en el interior, de las que se había hablado en las anteriores gestiones, y sobre las que no habría problemas por quedar fuera del territorio encomendado a los gallegos65. No podía el arzobispo dejar pasar de lado la oportunidad de conseguir un clero del que estaba tan necesitado.
—19→El provincial, en su respuesta, agradece la carta, pero:
(...) siendo el motivo principal de nuestra petición la asistencia religiosa a los vascos en ésa, y constándome ahora (...) que los vascos en esa ciudad están perfectamente atendidos, los Padres de mi Definitorio estiman que la referida fundación carece ya de razón que justifique el sacrificio que nuestra Provincia tendría que hacer para llevarla a cabo, máxime no estando de momento en condiciones de desplazar ahí el personal suficiente para dicha fundación y para aceptar además dos parroquias fuera de la Capital66. |
Fueron unas excusas obligadas, y quizá algo irreales67 pero siempre aceptables, que pusieron punto final y zanjaron definitivamente el proyecto.
—20→
Fuente: archivo de la Provincia Franciscana de Cantabria (San Sebastián), XII-2-e-3.
—21→
Fuente: archivo de Secretaría del Centro Vasco de Caracas (Caracas, Venezuela), Libro de Actas, n.º 4: «Actas Junta Directiva, 15-X-1953 al 8-VI-1959».
Fuente: archivo de la Provincia Franciscana de Cantabria (San Sebastián).
Las Arenas 7-VI-1956. Isaías Acha a Benito Mendía. APC, XII-2e-28.
Caracas 9-XII-1956. Isaías Acha a Benito Mendía. APC, XII-2e-28.
Caracas 24-VII-1957. Isaías Acha a Luis Villasante. APC, XII-6-5-9.
Caracas 24-VII-1957. Isaías Acha a Benito Mendía. APC, XII-6-5-10.
(Caracas) 8-IX-1957. Isaías Acha a Benito Mendía. APC, XII-6-5-11.
(Alta Mar) 11-X-1957. Isaías Acha a Benito Mendía. APC, XII-6-5-13.