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El latín de la península ibérica: léxico

Sebastián Mariner Bigorra






1

El léxico hispanolatino, que ha sido objeto de investigación sobre todo por parte de romanistas, se conoce mejor en su aspecto de vocabulario que en el semántico. Las dificultades de comprensión entre latinohablantes de provincias distintas provocadas por las diferencias de vocabulario eran más fácilmente superables que las erróneas interpretaciones a que habrían dado lugar las variaciones regionales en los significados de una misma palabra. De aquí que, para la época en que puede hablarse de una lengua común en toda la Romanía (sea el latín, sea el «prerrománico»), fuesen mucho más numerosos los casos en que un mismo concepto se expresaba en las diferentes provincias por vocablos distintos que los casos en que un mismo vocablo no representaba conceptos iguales para todos los hablantes de la lengua en cuestión1.

Por otra parte, las diferencias de vocabulario son ahora más fácilmente reconocibles que las de significado: un vocablo nuevo se presenta con caracteres de evidencia las más de las veces, y una sola aparición segura resulta suficiente para acreditarlo; un nuevo sentido necesita, por lo común, ser determinado y precisado a través de una serie de textos, que no siempre se ofrecen al investigador.




2

Dentro de la corriente general de interés por el léxico de la Romania, las características del de la Península Ibérica han sido investigadas además por un motivo especial, en cuanto se ha procurado obtener del vocabulario datos para resolver la debatida cuestión planteada en torno al entronque del NE peninsular con una u otra de las regiones románicas vecinas.

El grado de relativa madurez alcanzado por los estudios de etimologías románicas, unido a la creciente atención dispensada a los autores latinos tardíos y sin importancia literaria, descuidados antes por la filología tradicional, ha permitido plantear con rigor histórico el problema de la fragmentación del dominio lingüístico latino. En el conjunto de estudios orientados en esta dirección, son abundantes los centrados alrededor de unas supuestas diferencias entre el NE y el resto de la Península, que se ha intentado remontar a la época visigótica. Por las cualidades de evidencia y seguridad que, según quedó indicado, caracterizan a los hechos de vocabulario, las analogías y diferencias léxicas entre dicha área y las vecinas han sido objeto de particular atención.




3

Las direcciones metodológicas seguidas en el estudio del léxico hispanolatino son principalmente tres: a) hacia los testimonios latinos directos; b) hacia los préstamos latinos en lenguas circundantes; c) hacia los resultados románicos.


a)

La investigación decimonónica supervaloró el estudio de los textos epigráficos para el conocimiento de las peculiaridades que pensaba poder atribuir al latín hablado, concediéndole atención preferente al de los autores coetáneos. Mas, por lo que respecta al léxico, es común el reconocimiento de la insignificancia de los resultados obtenidos2. Justamente a propósito del léxico hispanolatino es significativa la desproporción entre los siete millares de inscripciones estudiadas dentro de la indicada dirección por Carnoy y las escasas decenas de fenómenos léxicos que en ellas pudo recoger3.

Un valor especial tienen los datos de vocabulario presentados como propios de Hispania por el autor latino en que se recogen. Sólo hay que lamentar que la seguridad que dichos datos ofrecen sea desfavorablemente compensada por su escasez. En el penetrante estudio de una obra especialmente productiva a este respecto, como son las Etimologías de San Isidoro, realizado por Soler, en el cual se estudian alrededor de 170 vocablos de especial interés, apenas llegan a una docena los de claro cuño hispánico4.




b)

En un artículo que hizo época en los estudios de lexicología románica5, Jud señaló el excepcional valor que revestían los préstamos del latín a las lenguas vecinas para el conocimiento de las variaciones dentro del propio léxico latino, con ejemplos tomados sobre todo de vocablos introducidos en lenguas germánicas y célticas.

Con referencia al léxico hispanolatino, importan en este sentido los préstamos al vasco. De un modo especial, los que, por no hallarse continuados en ninguno de los romances peninsulares ni en el gascón, han de remontar por lo menos a la época preliteraria de dichos romances. Tal es el caso de colus «rueca», cuyo único representante peninsular es el vasco goru6.

Un adstrato de especiales características para el conocimiento del latín hispánico es el árabe. Dada la época en que el árabe entra en la Península, la lengua con que estará en contacto no es ya el latín, sino una lengua románica, el mozárabe. Pero en cuanto ésta pudo conservar tipos léxicos que no han continuado en los romances peninsulares conocidos literariamente, los vocablos mozárabes atestiguados en textos árabes ya como préstamos, ya como tales voces mozárabes en glosarios, han podido ser tomados en cuenta en los trabajos de reconstrucción del léxico hispanolatino. En el aspecto cronológico su valor es menor que el de los préstamos a lenguas germánicas y célticas tratados por Jud; pero en el geográfico puede, con razón, equiparárseles7.




c)

Tradicionalmente se ha señalado como una característica de gran parte del caudal léxico de las lenguas románicas su procedencia de vocablos cuya pertenencia a determinados niveles del latín (familiar, vulgar) les vedó el poder aflorar a los textos. Con el tiempo, por la misma expresividad que su condición les confería y por haberse relajado las preocupaciones puristas a la vez que crecía la incultura, pudieron llegar a suplantar a sus rivales más o menos sinónimos admitidos en la lengua escrita, hasta provocar su desaparición en la conversación corriente, sin que con ello llegaran a recibir el espaldarazo que les confiriera rango literario, debido al carácter predominantemente tradicional y clasicista que dominaba ya la enseñanza del latín. El estudio de estas zonas del léxico hispanolatino, como del románico en general, ha sido terreno abonado para la aplicación del método comparativo.

Los tres métodos indicados no se aplican separada sino conjuntamente, con mutuos beneficios. Las bases conjeturadas por vía comparativa han servido más de una vez para llegar a la recta interpretación de vocablos en textos escritos; por su parte, el estudio de los préstamos y de los testimonios escritos iliterarios y tardíos ayuda a precisar la situación en el espacio y en el tiempo de los resultados obtenidos por la comparacion8.






4

Los datos característicos de un léxico provincial pueden ser positivos (innovaciones) y negativos (conservadurismos). Unas y otros obedecen a causas en parte idénticas, en parte distintas. Dadas las condiciones históricas en que se verificó la latinización de la Península y la fragmentación de la latinidad, las características léxicas en cuestión pueden deberse: a la calidad del latín importado a Hispania, a su adaptación por parte de la población prerromana, a su evolución interna en tierras hispánicas, y al progresivo aislamiento lingüístico subsiguiente a las invasiones germánicas y derrumbamiento del imperio (§§ 5-9, 10-15, 16-23 y 24-27, respectivamente).

Las condiciones históricas que acaban de enumerarse (en orden cronológico, que no de importancia) son las que han favorecido o frenado, según los casos, la acción en Hispania de los diferentes impulsos a que se deben los cambios de vocabulario en el dominio románico9: vocablos desgastados suplidos por expresiones «fuertes», prestigio de voces corrientes en círculos sociales más refinados, innovaciones en las relaciones culturales, esfuerzo por la expresividad, afición a términos cargados de valor afectivo, interdicciones por tabú, insignificancia de los vocablos de poco volumen físico, diversificaciones semánticas, influjo de los substratos, superstratos y adstratos, y, sobre todo, la tendencia a superar las incómodas homonimias, producidas por la evolución fonética, entre vocablos del propio latín.




5

El caudal latino importado a las provincias hispánicas se ha venido caracterizando cualitativamente sobre todo por la época de su exportación y por la índole de los agentes romanizadores. De la relativa antigüedad de la primera se han hecho depender sus rasgos de arcaísmo; de la variedad de procedencias regionales y de la escasa categoría social de los segundos, respectivamente, el tinte de dialectalismo10 y la «vulgaridad».




6

Los arcaísmos propiamente tales del léxico hispanolatino son escasos si, como es debido, dejan de considerarse como tales los casos de conservación de vocablos perfectamente clásicos, suplantados por otros de formación más reciente en el resto del imperio. Con esta distinción ha ido perdiendo cada vez más visos de verosimilitud la hipótesis estructurada principalmente por Gröber11 de que, según la antigüedad de la romanización de cada provincia, las lenguas románicas desarrolladas en cada una de ellas se remontarían a una etapa más o menos antigua del latín vulgar.

Por lo que respecta a la Península Ibérica, la relativa comunidad del léxico «iberorrománico» y la existencia de las mayores divergencias justamente entre regiones conquistadas en una misma campaña o en campañas cronológicamente próximas (las tierras levantinas y meridionales), hablan en contra de una generalización excesiva del carácter arcaico del léxico hispánico deducida de unos rasgos, en realidad, poco significativos a este respecto.

Efectivamente, descontando de las listas aducidas ad hoc12 voces tan poco arcaicas como cras, semper, res, rem, quedan en el dominio léxico como característicos los vocablos cuius (-a, -um), coua (clásico caua), uocare (clásico uacare), representados, respectivamente, por los resultados cast. cueva, y port. cuyo/-a, cast. cueva, port. y cat. cava, cast. bogar, port. vogar, cat. buit (del participio uocitus).

En los tres casos existen razones especiales que amenguan la importancia de los vocablos en cuestión como ejemplos de arcaísmo precisamente léxico. El mantenimiento de unas formas genéricamente diferenciadas (¿y flexionadas?) de significado prácticamente idéntico al genitivo cuius lleva la cuestión, en parte, al terreno morfológico. Por otra pare, el carácter arcaico de cuius, -a, -um, no es absoluto, pues el vocablo se halla en los clásicos y, concretamente, en una obra de Virgilio13, el autor que llegó a hacerse predilecto en la enseñanza del latín14.

Tanto en coua como en uocare se trata más de una conservación de sonidos que de unos vocablos especiales; el arcaísmo es, por su origen, más bien fonético que léxico15. Se explica por una especialización de sentido de la forma más antigua, que le evitó la competencia de las evolucionadas por no haberse percibido el entronque semántico que las unía, máxime cuando la alteración en un vocablo y en otro había afectado a la raíz.

Mas, aun prescindiendo de la índole especial de estos arcaísmos, su escaso número aconseja más bien considerarlos como islotes escapados a la nivelación idiomática que indeficientemente fue provocando el oleaje lingüístico producido por cuatro siglos, por lo menos, de continuos trasiegos dentro de un imperio unificado, que como testimonios de una auténtica independencia de todo un caudal de elementos entrados en una primitiva importación. Los también escasos rasgos de arcaísmo gramatical que pueden añadirse a los de léxico citados16 corroboran, más que invalidan, esta afirmación, si se practica la misma distinción entre los auténticamente arcaicos y los que no tienen de arcaísmos más que su índole conservadora frente a las innovaciones de otras provincias.

Esta distinción (que en el presente caso ha servido para separar los casos de cuius, coua y uocare, de los de cras, semper y res) se hace imprescindible para evitar el espejismo que permitió atribuir el carácter conservador del léxico hispánico a una primitiva romanización, olvidando que, de acuerdo con tal principio, el caudal léxico latino conservado en Rumania, última región lingüísticamente romanizada, debía ser el más lleno de innovaciones, cosa opuesta a la realidad.




7

La idea de que las divergencias entre los léxicos románicos y el latín clásico estriba en buena parte en el carácter vulgar de los términos continuados por aquéllos, como consecuencia de que los importadores del latín a las provincias eran de baja condición, presidió durante decenios los estudios lingüísticos.

Por lo que respecta concretamente al latín llevado a Hispania, aun admitiéndose que también aquí pudo llegar el idioma oficial, hablado por funcionarios y magistrados, y propagado gracias a las escuelas fundadas desde Sertorio, se negaba a esta superposición una virtualidad suficiente para desarraigar los caracteres vulgares previamente implantados17.

Esta concepción descansa sobre un postulado no libre de objeciones: la misma entidad de una lengua vulgar. Y necesita dar satisfacción a los dos problemas que penden de su mero enunciado: la índole también «vulgar» del léxico continuado en Italia, y la existencia de vocablos que, por vía no culta, según acredita su evolución fonética, continúan tipos léxicos no vulgares en determinados puntos del imperio en cuya romanización intervinieron agentes de condición social igualmente baja.




8

El léxico ha sido la cantera más productiva de rasgos con que se ha caracterizado al latín vulgar. La razón de ello estriba en la misma naturaleza de la lengua: las variedades de los signos pueden ser más numerosas que las del sistema, porque son menos perturbadoras. No es extraño, pues, que cuando se ha tratado de sostener la opinión de una dualidad lingüística en la sociedad romana, señalando como entidades hasta cierto punto delimitadas una lengua hablada por «funcionarios y magistrados» y otra empleada por «legionarios, mercaderes y colonos», los puntos de apoyo hallados en el léxico hayan sido los más numerosos, seguidos de los estilísticos, fonéticos, sintácticos, fonemáticos y morfológicos, por este orden, esto es, de los menos a los más sistemáticos entre los elementos de la lengua18.

Pero esta misma característica de las variedades de vocabulario, el ser menor la perturbación que en la comprensión mutua pueden producir, atenúa la importancia que a primera vista parecen cobrar por su número. A esto se añade que muchas de las variedades en cuestión no son absolutamente neutras en cuanto a valor estilístico, en tal forma que es difícil sentar si un vocablo que suponemos de uso abundante en boca del vulgo era o no sentido por éste como expresivo y si lo empleaba dándose o no cuenta de su vulgaridad. Es decir, para concretar en un solo ejemplo, la vitalidad de testa en su competencia con caput, ¿se debió a que era más expresivo o a que era vulgar? Es cierto que comprobar la subsistencia o no de estos valores representa dificultades no vencidas hasta ahora; pero la existencia de tales dificultades no autoriza a opinar como si esta comprobación se diese por ya hecha. Por consiguiente, si se reconoce que «siempre, en cualquier pueblo, en cualquier sociedad existen diferencias de lengua más o menos notables entre las distintas capas sociales; que no se trata de oponer la lengua vulgar a la aristocrática, sino también la hablada a la escrita, la corriente a la literaria o poética, la familiar a la forense, la "rústica" o provinciana a la urbana, la de los niños a la de los mayores», no se puede postular la existencia de «dos lenguas latinas» -la aristocrática y la vulgar- sin verificar la comprobación antes señalada, y menos si se admite «una inmensa zona gris» donde estas dos lenguas se confunden, se mezclan, se modifican recíprocamente [...]»19. A la artificialidad de dos lenguas (coincidentes, por lo demás, en sus partes sistemáticas casi por entero) que conviven en una misma unidad política y geográfica y que se hallan mezcladas y se influyen mutuamente, será preferible la suposición de un monolingüismo con pluralidad estilística -en la que los estilos de las clases sociales extremas y, más concretamente, el coloquial del vulgo y el literario de la aristocracia, representan las máximas diferencias-, en tanto no se demuestre que las escasas divergencias en lo sistemático eran mutuamente impermeables, o que las variedades de vocabulario fuesen lo suficientemente perturbadoras para determinar una mutua ininteligibilidad, de grado, por lo menos, jergal. Pero de tal ininteligibilidad entre léxico aristocrático y plebeyo no se ha descubierto, por ahora, indicio histórico alguno20.

Si esto puede decirse del léxico de comienzos del imperio, cuando la posible divergencia entre estratos de vocabulario según los sociales contaba ya con un secular proceso de aumento en ambas direcciones divergentes (por un lado, la depuración cada vez más exigente del léxico literario; por otro, el incremento del cosmopolitismo en Roma, que, al hacer más numerosa la masa, había de promover el desarrollo de nuevos tipos «vulgares» y favorecer el arraigo de los ya existentes), es lógico pensar que menor había de ser esta divergencia en la época histórica en que se produjo la conquista del Occidente para Roma.




9

Además de estas dificultades que plantean la propia naturaleza de la lengua y la índole histórica de la romanización, la hipótesis de un léxico propio de «humildes personajes de cultura escasa o nula, de alcurnia y condición mediocres, que lo propagaban a las clases inferiores de la población de las ciudades y a la gente campesina»21 como base de los léxicos románicos, choca con el hecho de que, en tal suposición, el léxico latino que ha persistido en Italia, lugar de asiento de la «aristocracia indoeuropea conquistadora», había de continuar los vocablos prestigiosos con preferencia o, por lo menos, junto a los vulgares.

Pero ocurre exactamente lo contrario. En comparación con las provincias, que de ella recibieron el latín, Italia aparece como especialmente acogedora de vulgarismos durante todo el tiempo en que puede hablarse de unidad imperial romana; y no empieza a mostrarse conservadora hasta la época posterior a la definitiva estructuración política de los invasores germanos, cuando el léxico evoluciona en cada una de las antiguas provincias con independencia de la metrópoli22. Luego no es lógico atribuir el carácter vulgar del léxico continuado por los romances peninsulares a una causa que no pudo obrar con el de Italia, a saber, una importación primaria de tipos vulgares, mantenida incólume a través de los siglos ante la presión de los círculos sociales más elevados y de la enseñanza escolar del latín (v. antes, § 7).

Esta conclusión a que se llega mediante consideraciones teóricas es, además, coincidente con la realidad de los hechos. No se puede desvirtuar el valor comprobatorio de auténticos «clasicismos» de vocabulario conservados en Hispania y no sólo en las regiones más temprana ni cultamente romanizadas23, como imus en gall., port. ant. y cast. ant. imos, frente a uadimus o ambulamus; cras en cast. ant. cras, frente a mane; auunculus en cat. oncle, frente a thius; caecus en port. cego, cast. ciego y cat. cec, frente a orbus; feruere en port. ferver y cast. hervir, frente a bullire; sanare en port. sarar y cast. sanar, frente al germ. warjan; uua en port. y cast. uva, frente a racemus; rogare en port. y cast. rogar, frente a precari; humerus en port. ombro y cast. hombro, frente a spatula; cuna en cast. cuna, frente a *bertiu; agnus en gall. año, frente a agnellus; caseus en port. queijo y cast. queso, frente a formaticus; caput en cat. cap, frente a testa; coturnix en port. y cast. codorniz frente a quaccola; equa en port. égoa, cast. yegua, y cat. euga frente a caballa y iumentum; mustela en cat. mustela, frente a *commatercula; hoc en cat. ho, frente a su completa suplantación por istud (fuera de formas en aglutinación), etc.24

Es significativo que entre los ejemplos mencionados abunden los continuados en el suelo lusitano, justamente donde los rasgos de incultura en época romana han aflorado con especial abundancia25. Si, pues, incluso en este territorio hubo en determinados momentos vocablos clásicos numerosos, con mayor razón hubieron de tenerlos las regiones de Hispania a donde llegó con mayor intensidad la cultura romana.

Por otra parte, es también característica a este respecto la notoria variedad de distribución de estos tipos en Hispania. Los hay mantenidos en todo el territorio peninsular; otros, en pequeñas áreas, evidentemente diversas también según cada vocablo. El entrecruzamiento reticular de estas distribuciones constituye la imagen auténtica del léxico latino importado: su espesor de malla es uno de los mejores argumentos en favor de la suposición de que, en un momento dado, la lengua hispanolatina dispuso de un léxico sensiblemente nivelado por lo que respecta a la «categoría social» de sus vocablos26, y que el carácter predominantemente vulgar de las voces luego continuadas por los romances peninsulares habrá de explicarse por causas distintas de un supuesto mantenimiento de un léxico vulgar, primariamente importado, hasta la época de la fragmentación.




10

Las características del léxico hispanolatino que pueden depender de la índole de su adaptación por parte de los hablantes de lenguas prerromanas son ciertamente importantes, pero difícilmente precisables, justamente por venir determinadas, sobre todo, por las condiciones del substrato y el proceso de la romanización.

Las cuestiones que se presentan alrededor del papel desempeñado por el substrato son de dos clases: por un lado, las referentes al conocimiento del propio léxico substrato; por otro, a la determinación de la influencia que sobre el léxico recibido pudo ejercer.

El léxico de las lenguas diversas y de diversos orígenes, que simultaneaban el dominio lingüístico peninsular a la llegada de los romanos y en siglos sucesivos, está condenado a ser parcamente conocido. Aun en el caso de que se lograra un completo descifrado de todos los textos transmitidos en cada una de estas lenguas, la misma índole de tales textos, relativamente escasos y, de no mediar un hallazgo imprevisible, reducidos a inscripciones breves y seguramente sujetas al encasillamiento estereotípico propio del género27, permite augurar muchos más datos para el conocimiento completo de sus sistemas fonemático, morfológico y sintáctico que para el del caudal de sus signos y el modo como entre ellos se distribuía la substancia del contenido que venían a significar28.

Justamente esta distribución es la que, por lo común, tiene más influencia en el léxico de la lengua aprendida o superpuesta, en cuanto el hablante tiende a unificar el contenido semántico de dos vocablos del léxico aprendido si su lengua propia no tiene más que uno para los dos conceptos que aquéllos representan; viceversa, puede darse el caso (que suele ser más raro) de que entre vocablos prácticamente sinónimos en aquella lengua, se especialicen los significados de acuerdo con una diferenciación de la lengua substrato.

Todo esto, que tal vez explicaría muchas de las preferencias por vocablos latinos y desaparición de otros no sólo en los territorios peninsulares, sino en el mosaico general de los léxicos románicos (y precisamente en la parte de más difícil conocimiento, lo semántico, según se señaló en el § 1), está velado por las enormes lagunas que padece el conocimiento de los léxicos de substratos, aun de los descifrados. Mientras son relativamente numerosas las cuestiones de fonética, morfología y derivación latinas y románicas a las que se ha intentado hallar explicaciones por el substrato, las semánticas son escasísimas.




11

Queda, pues, como única influencia de los substratos en el léxico hispanolatino capaz de ser reconocida con alguna facilidad, la ejercida sobre el vocabulario en forma de préstamos.

Una característica frecuente en los préstamos de estos substratos es su pertenencia a zonas de vocabulario técnico: agricultura, ganadería, minería, y precisamente a sus partes más especializadas o vocablos de uso menos general29. Los vocablos latinos equivalentes a los de substratos persistentes (cuando no se trata de objetos u operaciones para las que el léxico latino carecía de denominaciones precisas) no serían conocidos de los agentes romanizadores, pertenecientes a círculos profesionales diferentes; y los préstamos del substrato escapaban, naturalmente, a la vigilancia de los maestros y gramáticos, que no tenían ocasión de corregirlos eficientemente en sus alumnos.

La característica indicada salta a la vista con sólo recorrer la lista de voces peninsulares prerromanas atestiguadas en textos latinos presentada por Hübner30.

La misma índole presentan los vocablos procedentes de substrato atestiguados por sus resultados románicos peninsulares31: subproductos y residuos de las actividades agrícolas y ganaderas, como brisca (cat. bresca, cf. el derivado cast. brescar «castrar»; en cambio, mel), liga (cast. lía «heces»; en cambio, uinum); términos para accidentes del terreno, como rica (gall. rego, originariamente «surco», lo mismo que port. rêgo; en cambio, campus), *bodica «rotura» (cat. boïga); calma «cumbre pedregosa» (en topónimos catalanes como Pla de la Calma, Sr. Hilari Sacalm; en cambio, mons); uega (port. veiga, cast. vega; en cambio, pratum); naua «llanura entre montes» (en topónimos cast. Navas, Navacerrada; en cambio, uallis)32.




12

El conocimiento de la extensión en el lugar y en el tiempo de la influencia de estos léxicos substratos se halla ligado al del proceso de la romanización. La ayuda importante que es de esperar de los propios vocablos incorporados, en cuanto su forma y aspecto fonético permita establecer unas fechas, por lo menos relativas, de su incorporación, está condicionada al logro del desciframiento de los textos transmitidos, pues sólo en ellos puede acreditarse la evolución fonética y formar de los vocablos en cuestión dentro de la lengua substrato.

Ante esta dificultad, la mayor parte de los datos que se señalan acerca de la adquisición del vocabulario latino por la población prerromana son de índole histórico-externa. La época de la conquista, unida a los demás indicios históricos y arqueológicos y a los testimonios explícitos dados sobre ello por los autores antiguos, han permitido hablar de regiones más y menos romanizadas, y a una menor intensidad de la romanización se han atribuido las variedades de vocabulario que presentan las zonas ribereñas del Cantábrico33, frente a tipos más uniformes en otras regiones de más intensa penetración del latín; así, por ejemplo, para la designación de la «ciruela», confluyen en Asturias resultados de las tres más importantes denominaciones atestiguadas en la Península, a saber, lat. prunum (en su forma colectiva singularizada pruna, subsistente hoy en cat. y parte del arag.), nisum, posible deformación por etimología popular del gr. myxa por cruce con nixus (de (e)nitor), según parece deducirse34 de S. Isidoro, Etym. XVII, 7, 10, y que un tiempo habría sido corriente en el sur de Hispania, si vale el entronque propuesto35 con el marroquí nis; y cereolum, voz propia del Centro, que está con el cast. liter. actual ciruela en la misma relación que prunum con cat. pruna. Análogamente, la denominación de la «comadreja» de alcumia clásica pervive también en Cataluña (inalterada: mustela), en tanto que la región cántabro-astúrica ofrece al lado de este vocablo, también atestiguado allí, restos de otras denominaciones que la Península presenta en común con el sur de Italia, originadas por la tendencia supersticiosa a congraciarse con un animal dañino a base de substituir su nombre por expresiones de cariño o respeto: donna y domnicella, cummater, etc.

De los ejemplos apuntados se puede colegir la complejidad de esta cuestión. Basta recordar lo que se indicó en el § 9 acerca del mantenimiento de muchos tipos léxicos del latín clásico en las tierras lusitanas, para que se reconozca la insuficiencia de una división dual de los grados de romanización en más y menos intensa, y la no coincidencia de éstas, respectivamente, con una conquista más y menos temprana. Aquellas conservaciones lusitanas de clasicismos, con vitalidad uniforme y total en áreas extensas, dado que entroncan muchas veces con una conservación paralela en el dominio castellano, hablan en favor de una romanización «intensa» y, por el tipo antiguo de los vocablos, relativamente pronta; en cambio, las incorrecciones en la epigrafía de la región y su escasez misma harían pensar en lo contrario. Y es que una conquista temprana seguida de una sumisión total (caso del Levante, Bética y Lusitania en oposición al centro-norte de la Península) no supone una ulterior penetración intensa de elementos romanizadores procedentes de la metrópoli (así en Levante y puertos del Sur), ni una receptividad grande para la cultura romana por parte de la población encontrada allí por los conquistadores (caso de la Bética). Conviene, pues, distinguir entre romanización más y menos temprana, que puede determinar la existencia o no de tipos antiguos en el léxico; más y menos rápida, de lo que depende, en cierto modo, la uniformidad o variedad de tipos léxicos; más y menos persistente, lo que condiciona la mayor o menor conexión con la evolución lingüística de la metrópoli o de otras provincias; más y menos culta, lo que producía, respectivamente, una menor o mayor permeabilidad a la penetración de innovaciones léxicas, especialmente de procedencia vulgar, pero no sólo de las vulgares, por considerarlas ajenas a la corrección de la lengua de cuya posesión se estaba íntimamente convencido y ufano a la vez. Gracias a esta distinción cabe ver con mayor claridad no sólo en el problema planteado por la calidad de buena parte del léxico lusitanotatino antes aludida (región de romanización temprana y relativamente rápida, pero no continuada y persistente ni ejercida sobre una población adelantada ni ávida culturalmente), sino en la mayor parte de las cuestiones de distribución del léxico hispanolatino, a condición de que se aplique sin desconocer que entre unos y otros de los más y los menos indicados no hubo siempre una delimitación clara, sino que forzosamente se produjeron interferencias que oponían o conectaban sus influencias respectivas.




13

Entre las diferencias apuntadas, la que menos ha sido tenida en cuenta es la establecida entre los distintos grados de cultura de la romanización. Fue achaque de las grandes construcciones positivistas de la lingüística latina y románica, derivado de su concepción naturalista del lenguaje, el tener olvidada a este respecto la acción de la escuela, con ser ésta habitualmente el arma más poderosa de difusión de las lenguas oficiales. Se ha concedido más importancia al conocimiento de una grafía equivocada en un epígrafe que al de la «ortografía» que el lapicida o el tracista habían aprendido en las escuelas de su región y época36.

El influjo que la escuela pudo ejercer en la adaptación del latín por parte de los hispanos, todo el tiempo que ésta duró, debió de ser, en lo que se refiere al léxico, más importante y profundo que el que se ha podido reconocer ejercido en la fonética37. La escuela apenas influye en la pronunciación más allá de lo que de ésta tiene alcance fonemático; las peculiaridades no pertinentes de los sonidos suelen quedar al margen de la enseñanza, como también al margen de la imitación del maestro por parte de los alumnos38. En cambio, el vocabulario y los significados, precisamente por ser asistemático el primero y arbitraria la relación de los segundos con sus signos respectivos, eran materia propia de la docencia y debían de ser forzosamente aprendidos. La propagación de vocablos de la lengua clásica, la recomendación de que se evitaran los vulgares, el mantenimiento de los significados específicos, la corrección de las alteraciones semánticas, fueron tareas realizadas directa e indirectamente por los gramáticos y rétores latinos que enseñaron en Hispania. Algunas características del léxico hispanolatino podrán explicarse con probabilidad si no se desatiende este influjo de una escuela superprestigiada en este territorio porque era a ella adonde se había ido tradicionalmente a buscar la perfección de una lengua que se consideraba necesario «aprender»; tal, por ejemplo, su preferencia por el sucedáneo más «fino» en algunos casos en que un accidente lingüístico sufrido por un vocablo clásico determinaba la oportunidad de una suplantación. Valorando debidamente esta influencia al lado de sus predilectos argumentos espaciales, Bartoli no habría dejado de «entender» la afirmación de von Wartburg de que, al confundirse las formas de edo y sum por efecto de la desaparición de las diferencias cuantitativas, de los vocablos más o menos sinónimos del primero que pasaron a substituirle, la mayor parte de la Península (y sólo ella) escogiese comedo, evitando, por «grosero», el término más extendido en la Romania, manduco39.




14

Cuanto más importante es de presumir por los detalles indicados la influencia de la enseñanza en la adaptación del léxico latino, tanto es más de lamentar la escasez de las investigaciones sobre cuyos resultados habrá de apoyarse la historia de esta enseñanza en Hispania. En términos generales, se reducen a las escasas noticias directas de los autores antiguos, como las de Plutarco acerca de las escuelas fundadas por Sertorio, las de Estrabón a propósito de Asclepíades de Mirlea, que profesó la gramática en Turdetania. Se trata, en estos casos de escuelas famosas dentro de Hispania. Al lado de esto, el material epigráfico peninsular ha servido40 para dar idea suficiente de que, al lado de estas escuelas en ciudades importantes durante la dominación romana, hubo gramáticos desde Abdera a Asturica, desde Collipo (Lusitania) hasta Tricio (Rioja) y Sagunto. Esta amplia difusión espacial se corresponde con una honda penetración social: en la Lex metalli Vipascensis41, ordenación de una explotación minera en Aljustrel (sur de Lusitania), no falta una cláusula referente a la inmunidad de los «ludi magistri»42.




15

Los límites espaciales y cronológicos del bilingüismo que determinaba esas condiciones especiales de propagación del léxico son difíciles de precisar, justamente por sus recíprocas interferencias.

El área de habla no latina del centro-norte de España fue mucho más extensa durante toda la dominación romana de lo que aparece incluso en el Medievo, de modo que bien ha podido decirse que, para buena parte de la recesión de aquella habla, la suplantación fue, más que romanización, romanceamiento. Esta dilatada convivencia del latín hispánico con tales hablas, substrato primero, paulatinamente adstrato, explica la incorporación al léxico hispanolatino de una serie de voces, continuadas algunas de ellas en los tres romances peninsulares, y, en parte, de etimología determinable a base del vasco43: port. esquerda, cast. izquierda, cat. esquerra (vasc. ezker); port. piçarra, cast. pizarra, cat. pissarra (vasc. pizar «fragmento»).

Aparte esta zona donde la perduración de la lengua prerromana es evidente, los testimonios conocidos referentes a otras regiones son escasísimos y no permiten trazar líneas delimitatorias en el espacio ni en el tiempo; todo lo más, cabe señalar que llegan hasta el s. IV de C. La influencia de aquellas lenguas en el léxico hispanolatino, paulatinamente decreciente, era ya escasa entre los instruidos en el s. I de C. Los hispanismos no onomásticos o toponímicos recogidos44 en la obra de un celtíbero de léxico especialmente variado, como es Marcial, son raros: bascauda «tina», bardocucullus «especie de manto», balux «pepita de oro», paeda «especie de casaquilla», ueredus «caballo de silla», aparte del problemático catta45.




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Independientemente de este contacto con las lenguas de los sometidos, el léxico hispanolatino, como todo léxico a lo largo de los siglos, no se mantuvo fijo. Su evolución presenta rasgos correspondientes a las directrices generales de evolución del léxico latino, ocasionadas por causas intrínsecas y extrínsecas al lenguaje; y rasgos peculiares que no se dieron en otras partes del imperio o en escala diferente a como ocurrieron aquí.

Los cambios generales, de vocabulario y semánticos, se originan al compás de los cambios de civilización, material y espiritual; y se ven favorecidos por la índole especial, repetidas veces aludida, del caudal léxico en comparación con los restantes elementos de una lengua. El número de «casillas vacías» del léxico latino era prácticamente ilimitado; apenas podría señalarse una raíz que tuviese realizadas todas sus posibilidades de combinación con los diferentes afijos; ni familia de palabras en que alguna o las más fuesen usadas en el completo juego de acepciones en que le eran otras de la misma familia; y mucho menos un solo vocablo que tuviese agotadas las combinaciones con otros temas para la formación de compuestos. Cada una de estas casillas era, por sí, germen apropiado de un neologismo posible, de vocabulario o de significado, que podría surgir cuando la necesidad de designar un objeto o concepto nuevos, de remediar una homonimia, fuese lo suficientemente fuerte para superar la resistencia a la recepción del vocablo inusitado o de la innovada acepción46. Esta resistencia, por muy fuerte que fuese en algunos períodos de la historia del latín («evitar los vocablos inusitados igual que se evita un escollo» recomendaba César), no podía ser de otro orden que estilística por lo que hace a los neologismos ahora en cuestión, pues el valor y significado de los vocablos nuevos se denunciaban claramente a los usuarios de los ya existentes anteriormente, emparentados con aquéllos; lo único que producían era una sensación de extrañeza, sensación que en determinados estilos y, sobre todo, en el poético pudo incluso ser intencionadamente buscada por el propio autor.

Posiblemente, uno de los techos de civilización que más variedades introdujo en el léxico latino en general fue la propagación del Cristianismo. La religión nueva suponía un caudal de nuevos conceptos a expresar con palabras nuevas o especialización de las antiguas; su carácter exclusivista la llevaba de natural a prestigiar los procedimientos expresivos que hallaba en sus textos sagrados, traducidos de otras lenguas, especialmente del griego, de vocabulario mucho más extenso y flexible que el latino, sobre todo por su mayor capacidad de derivación y composición, y por ello más apropiado para la expresión de conceptos abstractos. Tal exclusivismo ha permitido no sólo hablar de un léxico cristiano, sino incluso acuñar, discutido o no, el concepto de «latín de cristianos»47.

Unas condiciones en cierto modo parecidas se dan a propósito del léxico de los lenguajes técnicos en latín. Su exclusivismo no viene exigido por la necesidad de preservar de contaminaciones unas creencias y unas costumbres, como fue el caso para el Cristianismo, especialmente en la época de su propagación y persecuciones, sino sencillamente determinado por la dedicación de las obras al círculo de lectores interesados; incluso puede faltar, si se trata de técnicas de carácter «nacional», como fue, en tiempos, la agricultura para los romanos. En época tardía, sobre todo, abundan los tratados técnicos traducidos del griego, y cuyos traductores, ora por no esforzarse, ora en aras de una supuesta exactitud técnica, no se preocupan de lograr que la adaptación no trascienda a tal48. Esta característica les acerca a los traductores cristianos, quienes respetaban los giros y vocablos del texto originario por su carácter sagrado, especialmente cuando la voz latina correspondiente tenía un significado que se consideraba excesivamente vulgar o general (caso típico: baptizo y sus derivados).

Textos poéticos, técnicos y cristianos han sido, según lo indicado, los que más ejemplos de innovación léxica han ofrecido en el territorio hispánico.




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Por haber desarrollado Séneca, Lucano y Marcial su actividad literaria fuera de su suelo natal, las innovaciones léxicas de estos máximos poetas hispanolatinos, numerosas por cierto, no pueden ser tenidas en cuenta como característicamente peninsulares. Lucano, por ejemplo, forja 27 neologismos, 12 de los cuales se leen sólo en él, que se reparten entre 12 derivaciones analógicas y 15 compuestos, de los que ninguno presenta interés especial como hispánico.

En cambio, aun en los casos que están claramente influidos por la imitación de los clásicos, son característicamente hispanos los ejemplos documentados en nuestra epigrafía, sobre todo en la poética y técnica, pues, cuando no más, atestiguan la penetración de aquella imitación en las modas lingüísticas de la Península.

Poéticos son los epígrafes49 en que se lee productores en sentido de «padres», vocablo sólo atestiguado, fuera de aquí, en glosarios y en puro sentido etimológico («guía»), en tanto que del verbo correspondiente, producere, está bien documentada la acepción de «procrear»; disex «arma de caza mayor»50; altifrons, aplicado al ciervo; siluicolens, al potro salvaje. La tendencia continúa en la epigrafía cristiana: limifex «alfarero», aplicado al Creador; flabrum «soplo», plural solamente en los demás casos en que aparece (hállase en Virgilio y Propercio); figuraliter «con su figura»; signaculum «señal»; opitulatio «ayuda, socorro»; moderamen en dos sentidos figurados, «dirección» y «moderación», distintos del material en que lo empleó Ovidio, «timón», sobre todo el último; adremeare «juntar de nuevo»; connumerare «contar en el número de». Este incremento de compuestos y derivados que puede observarse en los epígrafes poéticos cristianos trasciende también a los prosaicos escritos en estilo de algunas pretensiones, donde se atestiguan compuestos como bonememorius y derivados como subleuamen, acuñado el primero por aglutinación de una fórmula elogiosa, bonae memoriae, y derivado el segundo del verbo subleuare, con la acepción de «ayuda, gracia (divina)».

Entre las inscripciones que contienen neologismos de carácter técnico, ocupa por su importancia el primer lugar la ya mencionada ordenación de las minas de Vipascum, en Lusitania; el carácter excepcional de este documento explica que para algunos de dichos términos no se haya encontrado un sentido del todo satisfactorio, como ocurre con ostili, al parecer grafía alterada por ustili, que se ha relacionado con urere en el sentido de «combustible»; y con ubertumbus, probable etimología popular sobre un supuesto hypertumbos, con significado de «montículo». Más seguras parecen las interpretaciones de pittaciaris «referente a las marcas»; testarius y scaurarius, «recolector, respectivamente, de trozos de mineral y de escoria»; lausia, antecedente y equivalente del port. lousa, cast. losa, cat. llosa; rutramen y recisamen, nombres de dos clases de residuos.

Otras inscripciones hispánicas hállanse entre los primeros testimonios conocidos de vocablos bien continuados por las lenguas peninsulares, como barca, caballus, en una enumeración de animales de labor, opuesto a equa en la misma inscripción (siglo I, primer ejemplo de esta heteronimia) exactamente como lo están sus resultados respectivos en las tres lenguas románicas peninsulares; conlactia, esto es, collactea «hermana de leche», que continúa en port. collaço, cast. collazo, únicos resultados conocidos en toda la Romania.




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Al lado de estos neologismos de vocabulario, atestigua la epigrafía hispánica casos de innovación semántica. Parte de los que aparecen en inscripciones métricas se deben únicamente al esfuerzo del estilo poético en busca de una mayor expresividad: titulus, saxa y bustum por «tumba»; obire, rapi, eripi por «morir»; hora por «vida»; temen por «año»; lumen por «ojo». Pero al lado de éstos ocurren cambios de mayor contenido lingüístico; precisiones de significado: praedo «jefe de guerrillas»; natus «hijo», empleado incluso (y esto es lo notable) en inscripciones en prosa; natales «antepasados»; proles y suboles «hijo»; quiescere y requiescere «estar sepultado»; sentire «ver»; quaerere «echa de menos»; contrarius «en correspondencia»; enomis «prematuro», referido al tiempo; ampliaciones y confusiones, como querulus «deseoso de saber» (cruce con quaerere); ferre «arrebatar»; tenere «contener»; ruinosus «destructor»; talentum «talento, ingenio»; exitus «sepultura»; cura «curiosidad»; paruolus «poco».

Fenómenos de especialización semántica parecidos pueden observarse en el léxico técnico. Rana aparece como «determinado nivel para el agua del baño»; cylindrus «piedra preciosa de forma cilíndrica»; linea «collar de piedras»; septentrio «montura de perlas»; solamen «socorro en trigo»; trifinium «reunión de tres terrenos»51. Fuera del léxico técnico, ofrecen especial interés, por haber perdurado en romance, los cambios que supone el empleo de mulier en el sentido especializado de «esposa», y el de sedere en el ampliado de «estarse, quedarse», antecedente próximo de su confusión con esse. Refleja también una substitución característica del léxico de las lenguas hispanorrománicas el uso de tenere, que aparece suplantando a habere «tener» tres veces en la epigrafía cristiana anterior al siglo IX.




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Gracias a la existencia de léxicos especializados52 en el estudio de las innovaciones específicamente cristianas en el vocabulario hispanolatino a través de la epigrafía ofrece un cierto interés, en cuanto refleja el grado de penetración de la terminología «oficial» entre los creyentes.

Así, a propósito de una de las denominaciones habituales de Dios, Dominus, es curioso observar que precisamente esta especialización determinó que se admitiera como forma léxicamente distinta la pronunciación domnus, con pérdida de la postónica, para aplicarla a santos (nueve casos, de los cuales ocho en un mismo epígrafe) y a obispos (cinco veces). Aunque la gran frecuencia de las abreviaturas que no permiten distinguir si se trata de una u otra forma impide llegar a una conclusión definitiva, es bastante significativo que en las que ofrecen el vocablo entero no haya excepción ninguna a la indicada distribución, coincidente con la que se observa en los textos litúrgicos.

También sanctus se aplica al Señor53 y comúnmente a los santos y a cosas sagradas (once veces); pero también a obispos (cinco ejemplos) y específicamente, como substantivo, para designar a los monjes (dos veces).

Entre los nombres de la jerarquía, episcopus y presbyter son, respectivamente, los predominantes para sus grados. Sacerdos se da raramente y especialmente referido a obispos (cuatro veces) y a un abad; parece haber sido rehuido (¿por las reminiscencias paganas que podía evocar?) en la lengua corriente, pues de los cinco casos en que aparece, tres ocurren en epígrafes métricos. También es, con preferencia, poética la denominación del obispo por otros vocablos; uates (cuatro veces), herus (una vez), pontifex (ocho casos, de los cuales cuatro en inscripciones métricas) y antistes (siete veces, sólo dos en inscripciones prosaicas). Tímidamente aparece (dos casos: uno, de un obispo; otro, de un abad) la denominación rector, que había de dar una de las designaciones de «sacerdote» (cat. rector, val. retor; cf. port. reitor); pastor es también escaso (dos veces), y sólo en poesía; en cuanto a minister, que, como tal, parece también poético (dos casos), es de observar que su derivado ministrare «ser minister» ocurre también en prosa (una vez), por lo que cabe pensar en una propagación a la lengua corriente, por lo menos como tecnicismo.

Con referencia a los fieles, son características las denominaciones famulus (o famula, una sola vez ancilla) Dei (o Christi) en las inscripciones de la región occidental.

En la denominación del templo, parece haberse rehuido también el término pagano: templum aparece siete veces, de las cuales seis ocurren en poesía (la restante en una inscripción probablemente posvisigótica), frente a los vocablos de la lengua corriente basilica (ocho veces) y ecclesia, que aparece otras tantas en este sentido, amén de seis veces con referencia a la comunidad cristiana. La inhumación viene en ocho casos designada por depositio (depositus «enterrado», cinco veces, y reconditus otras cinco, frente al vocablo común sepultus). Los verbos especializados para indicar la muerte y sepultura son, por orden de frecuencia, requiescere (82 veces), recedere (61 veces) y quiescere (25 veces). En mucho menor escala, pausare (tres casos), recoligi (una vez) y los verbos de uso no específicamente cristiano, mori (tres veces) y obire (ocho casos, de los cuales tres en un mismo epitafio). Tiene también aspecto de haber sido influido por las creencias escatológicas de la religión nueva el uso de memoria por «epitafio» (cuatro casos), que llega a superar al del vocablo tradicional titulus (tres veces).

Entre los conceptos no materiales, los hispanolatinos dejaron bien atestiguadas restricciones típicas, como gratia referido a la de Dios (tres casos, frente a dos en sentido general), gloria «cielo» (tres veces), saeculum «mundo» (seis casos) al lado de la pervivencia del significado cronológico (otros seis). El tabú con respecto a nombres más o menos propios del diablo explica la especificación de inimicus (una vez) para designarle, o el uso de perífrasis (tyrannus antiquus, una vez) y reticencias (quis, por quidam, un caso).




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Unas ventajas análogas a las que ofrecía el examen del léxico de estas inscripciones se encuentran en el estudio del de los autores cristianos cuyo vocabulario ha sido objeto de investigación exhaustiva. Especial interés ofrecerá la contraposición de los léxicos de dos escritores no distantes cronológicamente, pero estilísticamente muy alejados, y que dan la medida de hasta dónde había llegado inmediatamente antes de las invasiones la diferencia léxica entre quien se consideraba continuador de una tradición clásica no interrumpida, sino sólo modificada por sus creencias (en el presente caso, el máximo poeta latinocristiano, Prudencio), y quien da la impresión de haber recibido una formación cristiana exclusiva o de haber depurado ulteriormente las influencias paganas, hasta el punto de que su relato carece de reminiscencias de lecturas de clásicos, a saber, Egeria.

Sin prejuzgar para nada la patria de la célebre peregrina, el léxico de Egeria será aquí mencionado por lo que tiene de común con lo hispánico de la época, es decir, en otros términos, aquello que -si ella no era hispana- habría escrito probablemente como ella una monja de su misma formación, nacida y habitante en el territorio peninsular54. Prescindiendo también de tomar partido en la cuestión, igualmente debatida, de la relación en que se halla la lengua escrita de Egeria con la que debió de hablar, los rasgos aquí destacados revelan la evolución del léxico latino hacia los romances, preferentemente hacia los hispánicos, o un influjo especial del vocabulario litúrgico y cristiano en general, con absoluta independencia de que junto a ellos el relato pueda presentar o no tipos léxicos completamente al margen de la lengua coloquial de la autora55.

Entre las tendencias generales de la evolución del léxico latino, cuyo aflorar en la obra de Egeria constituye un valioso dato de documentación cronológica, se ha notado la aversión que para los incómodos verbos deponentes representa su suplantación por otros activos, más o menos sinónimos: commonere aparece seis veces, frente a ninguna hortari; exire, 20; egredi, sólo cinco. En un campo también mixto, léxicogramatical, es de señalar la regresión de los verbos compuestos de esse: abesse, por ejemplo, es sistemáticamente substituido por esse... ab... en expresiones de distancia (cinco veces). Incluso prodesse aparece descompuesto y aislado el elemento prode, que había de hacer cierta fortuna como tal en las lenguas romances (cast. pro, cat. pros y prou).

Entre los hechos estrictamente léxicos, los de interés para el románico común pueden citarse en abundancia. Tales, la absoluta substitución de cano por canto, de urbs y oppidum por ciuitas (abundantísima: 76 casos), de edo por manduco, de ianua por porta; o la recesión de hebdomada frente a septimana (3:29 veces) y de magnas frente a grandis, ingens o infinitos (4:21: 20:15 veces) o de paruus frente a pisinnus (una-tres veces). Las dos últimas suplantaciones casi valen lo mismo que si fuesen absolutas, pues el único caso de paruus presenta un desplazamiento semántico a «poco» y entre los cuatro de magnus, una pertenece a una cita, y los tres restantes constituyen una locución con tam (la que iba a continuar el cast. tamaño). En cambio, es significativa la persistencia de su comparativo y superlativo (41 y 7 veces), en tanto que los de grandis no aparecen siquiera. Entre el léxico verbal, ha de señalarse el empleo desdibujado de facere en la expresión aquam facere = aquari, continuado en giros parecidos en los lenguajes técnicos (por ejemplo: cast. hacer agua, hacer gasolina); el de habere con infinitivo con valor de obligación y el uso impersonal de este mismo verbo en dos ocasiones; la competencia que a ire, y especialmente a sus formas monosílabas, empiezan a hacer las respectivas (activas y pronominales) de uadere (la proporción total es todavía de 60:16). Entre los cambios de significado, nótense el valor distributivo de cata (cinco casos entre los ocho en que se emplea), un caso de medius por dimidius, en tanto que para su acepción «central» empieza a competirle su derivado medianos, el paso de pullus al sentido de gallus, al que suplanta totalmente, la especialización de sera, substantivado, para uesper (ital. sera) y de testimonium como testis.

Además de algunos casos ya citados en la exposición anterior, el léxico egeriano contiene bien documentados hechos que luego iban a ser especialmente continuados por los romances hispánicos. Tales los giros ad momentum (cast. al momento), ad directum (los dos únicos casos en que se emplea este vocablo) = directe (cat. al dret), fui ad = tul ad (cinco veces; cast. fui a), dirigere se (cast. dirigirse), excipio, empleado únicamente en participio y siempre en abl. absol. (y una vez sin predicado, completamente igual a cast. excepto); y los vocablos altarium (jamás altare; cast. otero), caput «extremo» (cast. cabo), esca (jamás cibus; supervivencia cast. yesca), fabula «conversación», salto semántico que presupone el cast. hablar (de fabulare), luminaria (en Egeria siempre con valor de plural, pero sólo usado en dicho número; colectivizado, había de dar cat. llumenera, cast. lumbrera), mansio empleado sobre todo entro «posada» (cast. mesón), jamás como «casa», mensa distinto siempre de tabula (sólo usado para las de la Ley), mouere empleado una entre siete veces en construcción absoluta (= numere se: valenc. moure); nec equivalente a ne... quidem en nueve casos (empleo subsistente en cast. y cat. ni), plicare (se) (cast. llegar(se)), quasi aproximativo (cast. casi), referre «narrar» (cast. referir), sedere que seis veces en un total de 27 está próximo al significado de esse (continuado en cast. ser), subire siempre «subir» (ascendere es todavía más abundante: 11:27 veces; pero seis de ellas es transitivo y en otras seis entra en fraseología referente a la Ascensión de Jesús), superare siempre en el sentido de superesse, al que suplanta por completo (cast. sobrar).

En su vocabulario específicamente cristiano es notoria la conformidad de los empleos de Egeria con los del léxico escriturístico y litúrgico. Así, el verbo introductor del estilo directo es ait, abundante en el N. T., jamás inquit; epistola ha substituido por completo a litterae; los días de la semana se denominan por feriare, sin que los nombres paganos aparezcan una sola vez; oratio y orare están siempre tomados en el sentido especializado de la liturgia; incluso praesta reaparece ocho veces con el significado de «dar, conceder», también abundante en las plegarias litúrgicas y cercano al de «presta» que había de adquirir en los romances. Viceversa, el uso egeriano puede servir de interesante documentación de tipos cristianos menos atestiguados en escritores de su época, como el exclusivismo del empleo de communio y communicare (una y ocho veces) en sentido eucarístico; el de ecclesia «templo» (frente a «comunidad», 120: una veces). Por último, es notable la distribución de sentidos de missa, por señalar el punto en que el sentido nuevo «sacrificio eucarístico» se hace ya casi tan abundante como el antiguo «despedida litúrgica» (34:38 veces).




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Frente a la «naturalidad» del vocabulario de Egeria, donde ninguna novedad (con ocurrir muchas e importantes) parece haber sido buscada, el léxico de Prudencio56 es el de un osado y, a la vez, afortunado innovador. Al lado de una adaptación consciente y artística de las denominaciones paganas a los conceptos de la religión a la que sirve con fervor de neófito (por ejemplo, Tonans, el epíteto de Júpiter, se aplica a Dios en tres pasajes; abundan los nombres paganos para el infierno: Tartarus, Auernus, Styx, Chaos) lleva a cabo la involucración dentro de su vocabulario poético de las voces semíticas y griegas (por ejemplo, gehenna, leuita, mammona; daemon, chrisma, martyr) pasadas como tecnicismos no traducidos a los textos escriturísticos y litúrgicos. Pero mucho más rica aportación de su temperamento poético al léxico latino es el material elaborado con elementos de este mismo léxico, a base de incrementar la composición y, sobre todo, la derivación, a la par que especificando o variando el significado corriente de vocablos ya conocidos.

Entre sus formaciones predilectas, cuenta ocho hápax en -tor (en un total de 134 vocablos con este sufijo): emancipator, infusor, lancinator, lucisator, perdomitor, traiector, uerberator, unicultor, a los que corresponden cinco con el sufijo femenino respectivo -trix (en un total de 32 vocablos): calcatrix, idololatrix, infitiatrix, nugatrix, praenuntiatrix, strangulatrix. El carácter poético de su afán innovador se demuestra por el hecho de que, pese a ser grande el número de abstractos en -tio, -tura y -tas que usa, no crea ninguno; su necesidad no era, pues, de orden conceptual; para estos conceptos poco capaces de poetización, le bastó con los que encontraba acuñados ya en los autores clásicos y cristianos precedentes. En cambio, da rienda suelta a su poder innovador en los abstractos de tipo «poético» formados con -tus (gratos a Virgilio, quien usa 139 contra sólo seis en -tio): tres hápax, discruciatus, dolatus «trabajo del martillo de tallador», excruciatus, en un total de 167 vocablos. La misma explicación conviene al hecho de que no haya innovaciones en -mentum, en tanto que con el sufijo «poético» correspondiente -men ocurren no menos de 10 hápax en Prudencio (en un total de 71 vocablos, frente a 34 en -mentum): creamen, cruciamen, ostentamen, palpamen, perflamen, relegamen, ructamen, spurcamen, uegetamen, ululamen.

La misma índole afectiva que colorea el vocabulario poético puede dar razón, en parte, del abundante uso de diminutivos: 67 de substantivos y 15 de adjetivos, con tres y cuatro hápax respectivamente: cinisculus, cunulae, pusiola; igneolus, linteolus, russeolus, turbidulus.

Las innovaciones por derivación en otros campos del vocabulario (adjetivos, verbos, adverbios) ofrecen análogas características de abundancia y libertad.

Éstas llegan a su grado máximo en la creación de compuestos, recurso cuyo carácter tradicionalmente poético no es necesario encarecer. Aparte el empleo de numerosos vocablos compuestos con prefijos, entre los cuales no pocos nuevos, como agenitus, conlaudabilis, conperpetuus praelibez praesiccus subtacitus, cuya índole parece más concorde con las características generales del léxico latino, Prudencio es la primera (y, en varios casos, única) fuente de 34 compuestos, ciñendo la enumeración sólo a los epítetos57.

Entre las variaciones semánticas del léxico prudenciano es oportuno destacar, por representar usos que pudieron ser frecuentes entre los cristianos hispanolatinos, o por haberse perpetuado en alguno de los romances peninsulares, las siguientes: dogma «dogma», donum «poder, facultad de», festum «ayuno», gentilitas «los paganos, el paganismo», germanus «fraterno», idolium «templo pagano», inlaqueare «cazar con un lazo», mandare «mandar, ordenar», oliuum «olivo» frente a «aceite» en los clásicos (port. y cast. olivo), reatus «pecado», resuscitare «resucitar», symbolum «profesión de fe».




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La comparación del léxico de Prudencio, caracterizado por sus innovaciones de corte erudito, con el de Egeria, con sus concesiones, inconscientes tal vez, al uso de vocablos y significados más cercanos a la lengua hablada, permite darse cuenta de cómo iba a decrecer, progresivamente, la mutua influencia entre los léxicos literarios y corriente. Si tanto mayor puede ser esta influencia cuanto mayor sea el parecido entre uno y otro, la época aquí señalada bien puede tomarse como un hito a partir del cual el léxico culto, llevado por los caminos de la derivación y composición por el terreno de lo abstracto, se parecerá menos al no literario, lo cual será causa de que le influya menos y, consiguiente e indefinidamente, esta menor influencia lo será de una mayor distanciación.

Si las creaciones prudencianas llevan todavía el sello de quien se siente dueño de su léxico y por ello se cree en el derecho de hacerlas, la distanciación indicada determinó que pronto, todavía antes del triunfo de las invasiones germánicas, fuese para algunos autores hispanolatinos la tarea de servirse adecuadamente del léxico literario una empresa superior a sus fuerzas. Entonces, como es común en casos de léxico literario muy distanciado, empiezan a menudear las confusiones y ultracorrecciones semánticas, las derivaciones aberrantes, los compuestos alambicados: todo un retorcimiento propio de quien intenta moverse dentro de una envoltura que le desborda. Véanse apuntadas ya estas características en la lista de innovaciones recogidas en la obra de un hispanocristiano que escribió, todavía bajo el Imperio, el heresiarca Prisciliano58.




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Dentro ya de la época visigoda, el proceso indicado continúa acentuándose. La inseguridad de un léxico que se tiene indudablemente por «aprendido» es cada vez mayor; por una razón que tiene su conocido paralelo en los casos de bilingüismo, a saber, el temor de que sean «incorrectos» los tipos de la lengua literaria que coinciden o se parecen mucho a los de la hablada59, se intensifican las ultracorrecciones, se prodigan los compuestos, aumenta el uso de abstractos, aun a veces con significado concreto.

Los ejemplos pueden hallarse en abundancia. Así, comparando las innovaciones y peculiaridades recogidas en tres obras históricas visigodas, dos de ellas de autores de fama, a saber: la Historia Gothorum Wandalorum et Sueuorum, de San Isidoro; la Historia Wambae regis, de San Julián de Toledo, y las Vittas Sanctorum Patrum Emeritensium, se asiste a una evidente comprobación de lo indicado60.

Tales son las características de la última etapa de la evolución del léxico latino en la Península Ibérica. Reducidos cada vez más los centros culturales, menos influyentes cuanto más reducidos y más distanciados de la lengua hablada cuanto menos influyentes, lo que un día fue diversidad estilística entre estratos de vocabulario de una misma lengua, ha pasado a una innegable dualidad: de un lado, los léxicos romances preliterarios, diversificados en la antigua Romania, y diversificados aun dentro del territorio hispánico; de otro lado, un léxico de características eruditas, comunes o análogas en todo el Occidente: el del latín medieval.




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Al lado de la evolución del léxico hispanolatino señalada en los párrafos precedentes (§§ 16-23), que, por ser debida a causas que obraron en casi todo el mundo de habla latina, presenta características poco menos que comunes al léxico de las demás lenguas romances, concurrieron otros rasgos evolutivos diferenciadores del léxico de las provincias hispanas frente al de otras provincias y de la metrópoli. Estos rasgos se agrupan según dos tipos generales: conservadurismo frente a innovaciones, e innovación frente a conservadurismo o a innovaciones de distinto aspecto. Pero ambos tipos obedecen a una misma causa: el progresivo aislamiento lingüístico de Hispania frente a las diferentes partes del imperio, consecuencia de la descentralización política primero y del fraccionamiento luego, como efecto de las invasiones. Un proceso, pues, que empezando a partir del reinado de Adriano61, estaría ya adelantado en el siglo V62.

Mientras fue reconocida la Italia romana como centro lingüístico de la latinidad, no sólo por su situación geográfica, sino por el prestigio que le confería su capitalidad, su relación con las provincias se ha comparado con la que suele existir entre una ciudad y su comarca63. Con la descentralización, el enrarecimiento de relaciones, incluso económicas, entre Italia y las provincias más apartadas, iba determinando un relajamiento de la fuerza expansiva de los tipos léxicos que continuaban surgiendo en el antiguo centro, lo que originaba en Hispania la conservación de los antiguos o el desarrollo de innovaciones peculiares.

Una comprobación de lo dicho se halla en las repetidas coincidencias léxicas de esta parte distante de Italia y la del otro extremo, la Dacia, las «áreas laterales» de Bartoli64. Aparte las coincidencias del rumano en la conservación de algunos de los tipos clásicos citados en el § 9 como especialmente continuados en Hispania (rum. cap, iapă < equa, fierbe(re), etc.), es significativa la comunidad de las dos áreas en el mantenimiento de un tipo antiguo, aun en casos en que se apartan de lo clásico, frente al más moderno que ha prevalecido en las regiones centrales; así: latrare (rum. latră(re), cast. ladrar) frente a baubari; mugis (rum. mai, cast. más) frente a plus; oblitare (rum. vita(re), cast. olvidar) frente a dementicare; formosus (rum. frumós, cast. hermoso) frente a bellos; -tunc (rum. atunci, cast. entonces) frente a illa hora; cribum (rum. ciur, cast. criba) frente a cribellum; afflare (rum. afla(re), port. achar) frente a tropare, etc.65

Incluso en casos en que no se atestigua la coincidencia con el rumano, el término preferido por el latín hispano señala también una resistencia frente a la innovación central. Así (excluyendo, como de la lista anterior, los vocablos que ya figuran en la del § 9), en los pares de sinónimos siguientes, cuando Italia atestigua los dos o sólo el más moderno, amplias áreas hispánicas han preferido el anterior; y viceversa, cuando en Hispania se atestiguan los dos, en Italia el más moderno66; (com)edere frente a manducare, saginare (cat. ensaginar) frente a incrassare, tumere (cast. entumecer) frente a inflare, corticea (cast. corteza) frente a scorta, foetere (cast. heder) frente a putere, lux frente a lumen, metiri (cast. medir) frente a mensurare, etc.




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En estas condiciones, las innovaciones que triunfaron en el léxico hispanolatino, frente a un conservadurismo de las regiones centrales, son escasas, hasta el punto de que la Península Ibérica ha podido ser caracterizada como la más resistente a las innovaciones entre todas las regiones de habla latina del Imperio67.

Algunas de las que se citan conviven con los tipos antiguos, continuados al lado de ellas, bien en una misma lengua, bien en otra de las románicas peninsulares, según puede verse a propósito de cada ejemplo: germanus (port. armâo, cast. hermano, cat. germà) frente a frater; centenum (port. centaio, cast. centeno) frente a secalis (cat. sègol); aestiuum (tempus) (port. y cast. estío, cat. estiu) frente a aestas; pollicaris (port. pollegar, cast. pulgar) frente a pollex (cat. polze); serrare (port. y cast. cerrar) frente a claudere (todavía en cat. cloure); brisca (cat. bresca, también port. y cast. bresca) frente a fauus (port. favo); cama (port. y cast. cama) frente a lectus (port. leito, cast. lecho, cat. llit); secare (port., cast. y cat. segar) frente a metere; hora (port. agora, cast. ahora, cat. ara) frente a modo; minuare (port. mongoar, cast. menguar, cat. minvar) frente a minuere; sol(u)tare (port. y cast. soltar) frente a soluere; tenere (port. têr, cast. tener, cat. tenir) frente a habere; quaerere (port. y cast. querer) frente a uelle (cat. voler, de *uolere), etc.68

Incluso para los casos en que el vocablo latino corriente ha sido suplantado en las diversas provincias, por haber sufrido un «accidente fonético» que le llevaba a alguna homonimia incómoda, la solución hispánica acostumbra a ser independiente de las que aparecen en las demás partes de la latinidad. Así69, al ocurrir confusiones entre diversas formas de expergisci y experiri, el sucedáneo típicamente hispánico para el primero, *de - ex - pertare (port., cast. y cat. despertar) difiere de los tipos *de - ex - citare (it. destare) y euigilare (fr. éveiller) extendidos por las restantes grandes áreas del dominio latino. Análogamente, pacare proporcionó para la suplantación de extinguere el tipo predominante en la Península (port., cast. y cat. apagar), mientras en Italia se imponía el derivado de tutare (stutare).




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La visión completa de esta progresiva caracterización del léxico hispanolatino a medida que el de Italia fue perdiendo su condición de «modelo», requeriría conocer el estado del léxico de una región especialmente próxima a las hispánicas, a saber, África. A falta de ello, sólo relativamente puede atribuirse a Hispania la autonomía en la evolución de su léxico y el exclusivismo de algunos tipos de vocabulario como los que acaban de verse: siempre queda la salvedad de que pudieran haberse originado en África y haberse mantenido también allí.

Al latín africano se ha atribuido la posibilidad70 de haber sido una parte importante del «puente» entre las dos extremidades de la Romania cuyos léxicos presentan notables coincidencias, según se vio en el § 24. Por otra parte, se ha buscado en una íntima comunidad léxica entre el sur de Hispania y el África la caracterización del léxico port. y cast. frente al de Levante, que habría recibido, sobre todo, la influencia del sur de Francia71.

Sin embargo, la pérdida de la latinidad norteafricana hace que no pueda recurrirse para el conocimiento de la parte de su léxico que pudo ser común con el hispánico, al testimonio de unas lenguas romances, como se practica con referencia a otras regiones; y queda únicamente para ser valorado a este respecto lo que permiten descubrir los préstamos a las lenguas que allí han sucedido al latín72 y los textos latinos allí conservados.

Los resultados obtenidos del estudio del léxico epigráfico africano73 no son especialmente significativos con referencia a aquella supuesta comunidad con el hispánico; más bien revelan las tendencias comunes de la evolución de una lengua sometida desde tiempo a la tortura de unos rétores ampulosos, que abundaron en uno y otro suelo: incremento de derivados y compuestos (especial predilección por adjetivos en -icius y -alis y verbos compuestos con ad y cum). Como dato relacionable con lo hispánico, nótese la presencia de la aglutinación depost, parecida a la que había de dar después en cast.; y circare, en sentido de «buscar», como lo tendrá luego el cat. cercar (y, sobre todo, el fr. chercher, de mucha mayor vitalidad que el verbo cat. citado).

Esta escasez de resultados no permite, pues, una posición afirmativa ni negativa en cuanto a la comunidad léxica supuesta. En rigor, son también pocos los testimonios epigráficos hispánicos relacionables con particularidades de los léxicos románicos peninsulares, según se ha visto ya74.




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La progresiva infiltración de elementos germánicos en Hispania, que durante muchos años corre paralela al proceso de descentralización del imperio, y que culmina con la total desintegración de éste como unidad política, determinó otra de las acusadas conexiones léxicas que ofrece una parte de la Península con la Romania extrapeninsular, a saber, la del NE con el SE de Francia. De la existencia de un reino visigodo que comprendió también la indicada porción del territorio galo pudo arrancar el comienzo de unas especiales relaciones entre la población de una y otra vertiente de los Pirineos, relaciones que, hasta entonces, no habían presentado intensidad extraordinaria ninguna75.

Estos efectos indirectos de la invasión germánica fueron más importantes para el léxico hispanolatino que la influencia directa de la propia lengua de los invasores. Tradicionalmente se viene señalando la escasez de elementos germánicos contaminados al vocabulario de los hispanos, con ser éste, por natural, la parte de la lengua en que mayor influjo de aquel superstrato se revela. Romanizados culturalmente antes de su llegada a Hispania los visigodos, que habían de quedar dueños de ella, se da en nuestro léxico el caso sorprendente de que los préstamos del gótico no representan ninguna aportación de especial importancia con respecto a los procedentes de otras ramas del germánico.

Algunos vocablos germánicos del latín hispano están literariamente atestiguados, especialmente en la obra recopiladora de San Isidoro, aunque no a todos los catalogados por él se deba suponer avecindados en Hispania; pero no cabe duda con respecto a casos como blauus, burgus, saio, etc. De otros se infiere su existencia solamente a base de sus resultados románicos76.

Los campos léxicos más afectados por el superstrato germánico fueron los relacionados especialmente con la actividad bélica y el espíritu caballeresco de los conquistadores77: guerra, yelmo, espuela, robar, rapar, bramar, orgullo, aleve, rico, con sus correspondientes en las restantes lenguas peninsulares, son muestras de la renovación que a las denominaciones tradicionales llevó la llegada de una aristocracia nueva. Al lado de ellos, y sin que se haya dado otra explicación que la tendencia del mismo campo léxico a la renovación de denominaciones, como efecto del esfuerzo por una mayor matización, figura como muy innovada la serie de adjetivos de color: blanco, blondo, bruno, cat. blau.

Al lado de estos germanismos bien arraigados en la lengua hablada, otros, tecnicismos de carácter político-militar en su mayor parte, se hallan atestiguados en textos legales y en las obras de historiadores de los tiempos visigodos, como se vio en el § 23. Es de suponer que, en su mayor parte, desaparecieron con la ruina del reino visigodo, excepto en lo que de su espíritu pasó a los reconquistadores, en cuanto se consideraron sucesores de aquél.

También, pues, con respecto a los germanismos se reproduce la curiosa situación que caracteriza el oscuro final del léxico latino en España: la recomposición de una lengua viva, separada de las habladas en regiones pertenecientes antes a la misma comunidad (separación que en España hace más fuerte la invasión árabe) y distanciada también del léxico escrito, al que, como único léxico de cultura de la romanidad, quedaban todavía algunos siglos de pervivencia «espiritual».





 
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