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El léxico de Valle-Inclán: estado de la investigación y contribución a su estudio

Ignacio Soldevila Durante






- I -

Sobre el estado de la investigación


Tres estudios son ya clásicos en la bibliografía valleinclaniana que, en parte, prestan una atención particular a su léxico. Nos referimos, por orden cronológico, a los trabajos de Amado Alonso, quien desde 1928 se preocupó, desde una perspectiva estilística, por el léxico de las Sonatas, hoy accesibles a través del libro Materia y forma en poesía (Madrid, Gredos, 1955); a los de Alonso Zamora Vicente, empezando por su estudio completo sobre Las sonatas de Valle-Inclán (Buenos Aires, 1951), seguido de La realidad esperpéntica (Madrid, Gredos, 1968), y, en fin, por sus excelentes ediciones anotadas de Luces de Bohemia y de Tirano Banderas, a cuya atención había dedicado ya el trabajo «Variedad y unidad de la lengua en Tirano Banderas» (recogido en Voz de la letra, Madrid, Austral, 1958); en tercer lugar, aludimos al estudio sobre los americanismos en Tirano Banderas, luego integrado en el libro La elaboración artística de Tirano Banderas por su autora, Emma Susana Speratti-Piñero, hoy también accesible en la reedición integrada en De Sonata de otoño al esperpento (Londres, Támesis, 1968). Sobre el alcance de este estudio volveremos más adelante.

Menos citado suele ser el meritorio trabajo de José Amor y Vázquez dedicado a «Los galaicismos en la estética valleinclanesca» (RHM, XXIV, 1, Nueva York, enero, 1958), en el que hay un glosario de galleguismos léxicos. También a él volveremos luego.

De 1977 data la publicación de Semiología de las Comedias Bárbaras, de Joaquina Canoa Galiana (Barcelona-Oviedo, Planeta Universidad) y de 1981 es El léxico del teatro de Valle-Inclán (Salamanca, Universidad), de Ciriaco Ruiz Fernández. Ambos autores, al examinar los precedentes utilizables para sus respectivos estudios, coinciden en lamentar la inexistencia de inventarios léxicos exhaustivos que sin duda hubieran facilitado sus investigaciones. Ambos estudios son fruto de sendas postulaciones al título de doctor en las universidades de Oviedo y de Salamanca. No creemos que se les pueda reprochar la carencia de información sobre tesis inéditas de Master y de Doctorado presentadas en Québec en la Universidad Laval. No parecen los estudiosos españoles muy al corriente de la política de accesibilidad a las tesis vigente en América del Norte. Pero lo cierto es que disponían de las tesis siguientes:

Guy Simard: Vocabulario de Romance de lobos (1968), integrada luego en su tesis doctoral Vocabulario de las Comedias Bárbaras (1971); Samuel Alberola, Monique Leclerc y Ramón Sueiro: Vocabulario de Tirano Banderas (1971-1973); Ricardo Gumpert: Vocabulario de Las galas del difunto (1971). Todas estas tesis presentaban los resultados de un análisis lexicográfico exhaustivo en forma alfabética para facilitar su consulta, y eran las primeras contribuciones a un ambicioso proyecto colectivo de Diccionario del español literario contemporáneo, iniciado en 1964 como una de las dos facetas del Archivo de literatura española contemporánea. Con la supresión en 1971 de las subvenciones a este grupo de trabajo, las tesis quedaron inutilizadas e inéditas. Naturalmente, Canoa Galiana y Ruiz Fernández podrían haber aprovechado estas desconocidas y lejanas tesis. Pero más grave, por lo que revela sobre los nefastos resultados de la tradicional política universitaria española de ocultamiento de las tesis en ella presentadas, y que impide su utilización y su repercusión a menos que sean publicadas (lo que ocurre en muy bajo porcentaje), más grave, repetimos, es que estos universitarios desconocieran la existencia de una tesis doctoral presentada en la Universidad de Madrid en 1955. (Ignorancia, subrayemos, compartida por nosotros hasta hace una semana). Su título: Estudio sobre el vocabulario de Ramón del Valle-Inclán, de Lucía Dolores Bonilla. Esta tesis, anterior, por consiguiente, a todas las realizadas en Québec y a las españolas aquí mencionadas, podría haber sido de gran utilidad para resolver algunos problemas planteados por el léxico de Valle-Inclán y, sobre todo, evitar inútiles búsquedas para resolver problemas y aspectos ya resueltos.

¿Cuántas otras tesis y tesinas que implican estudios sobre el léxico de Valle-Inclán, se han presentado en la Universidad española? Simplemente releyendo el catálogo del Simposio Internacional del cincuentenario (Madrid 1986), encuentro entre los datos de los curricula, otra tesis doctoral inédita: la titulada Análisis estilístico-lingüístico de El Ruedo Ibérico presentada por la profesora de la Complutense Ángela Ena Bordonado. (No se menciona cuándo ni dónde fue presentada).

En el fondo, esta actitud de la Universidad española con respecto a la no difusión de las tesis inéditas, más que a un temor de facilitar el plagio (que si así fuera indicaría un curioso estado de desconfianza sobre la honestidad intelectual de los universitarios) parece responder al mismo principio subyacente en el tradicional sistema de la oposición para cubrir las cátedras o agregadurías. Tanto la una como la otra exigen una demostración gratuita por su inconsecuencia contributoria al saber colectivo de la comunidad estudiosa. Por ello, que en otra universidad se haya realizado o se esté trabajando en una tesis temáticamente afín, y que pudiera servir a otros doctorandos para ir más allá en su investigación, en lugar de replantearse adánicamente la misma cuestión, o de repetir el eterno gesto de Sísifo, no parece importar. Y de ahí que la existencia de un Dissertation Abstracts en este mundo universitario no se haya producido aún.

Del léxico valleinclaniano se ocupan trabajos más recientes, que menciono y comento por orden cronológico:

1983: García de la Torre, José Manuel: «Tres aspectos del lenguaje de Valle-Inclán», BRAE, LXIII, CCXXX, sept-dic, pp. 443-460. A pesar de dedicarse a cuestiones de morfología nominal, pronominal y verbal, da indicaciones útiles y precisas para distinguir aspectos en la creación neológica de Valle.

1984: Abad, Francisco: «Sobre la lengua y el estilo: Valle-Inclán». El Crotalón, Anuario de Filología Española, 1, Madrid, pp. 739-748. Como el título ya advierte, Valle es ejemplificación de un planteamiento teórico sobre lengua y estilo en la literatura, y los ejemplos están extraídos de anteriores estudios sobre el léxico, y no de la obra de Valle.

1985: Díaz Migoyo, Gonzalo: Guía de Tirano Banderas, Madrid, Ed. Fundamentos, Col. Espiral, 84. El segundo capítulo de esta utilísima obra («Quién habla y quién no habla en T. B.»), plantea problemas estilísticos relacionados parcialmente con el léxico, y resolviéndolo de manera algo aventurada para el estado actual de los conocimientos sobre el léxico de Valle.

1986: García de la Torre, José Manuel: «As fontes do léxico de Valle-Inclán» (Grial, julio-sept. 1986, pp. 268-277). (Es ampliación del artículo aparecido en Ínsula, 476-477, julio-agosto, 1986, pp. 6-7, «Las raíces gallegas de Valle-Inclán»). Mejora el trabajo de Amor y Vázquez, rebasando la problemática léxica en consideraciones de nivel sintagmático sobre los galleguismos de Valle.

——: «La evolución lingüística de Valle-Inclán», Cuadernos Hispanoamericanos, 438, Madrid, diciembre 1986, pp. 19-29. Muy completo y aclarador, distribuyendo el material examinado -y particularmente las cuestiones léxicas- por orden cronológico, y muestra cómo, junto a una evidente evolución sin más alteraciones que las exigidas por la temática (así, los arcaísmos aparecen concentrados en obras en cuya ambientación los exigía), hay unas constantes claras que van manteniéndose, como el galleguismo, o incrementándose como los americanismos.

De próxima aparición, en las Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (Berlín, 1986), es la ponencia de García de la Torre («Un procedimiento preferido de Valle-Inclán: la deslexicalización») en la que se aborda un aspecto de la creatividad lexical valleinclaniana.




- II -

Dentro del arsenal expresivo y comunicativo con el que cuenta el creador literario, es la palabra o lexía la unidad mínima con forma y significación separable y libre, es decir, autónoma. Su importancia para la creatividad en el texto no es, por ello, tan aparente como la de las unidades supralexicales, a partir del sintagma. El hecho de la riqueza léxica en un texto literario o en la opera omnia de un mismo creador, no implica ninguna positividad de cara a su valoración, adóptese el criterio que se quiera, incluyendo el punto de vista más elemental, el del lexicógrafo en busca de «autoridades» sobre el uso de las palabras1.

A propósito de Valle-Inclán se han repetido toda clase de disparates en cuanto a su figura personal y su entidad cultural, hasta el extremo de constituirse sobre él, como antaño sobre Quevedo, una contrafigura esperpéntica, a cuya acuñación contribuyó el propio escritor, provocado a ironía y sarcasmo por la inanidad e insignificancia de sus impugnadores. De creerles, era Valle-Inclán un «trastornado mental» (Astrana Marín), no era «un buen escritor», no tenía «respeto por las normas del lenguaje», tenía «la pretensión de dar un significado nuevo a las palabras porque así bien le cuadra[ba]» (Cotarelo y Mori, 1934) y por estas razones, en la Real Academia Española, «ni ha entrado ni entrará» y pensarlo siquiera era un «disparate». Recordemos que Cotarelo y Mori era entonces (1934) secretario perpetuo de la Academia.

El «equilibrio moral» se ha restablecido ya a estas alturas por lo que toca al contencioso entre secretarios perpetuos y Valle-Inclán. De un lado quedan este inefable Sr. Cotarelo, al que sucedería en el cargo Julio Casares, que en Crítica profana además de tacharlo de plagiario, había afirmado que su obra «no ofrecía gran riqueza de vocablos», condenando también su actividad neológica. Tras ellos, quienes les han sucedido en el cargo académico, y en particular Alonso Zamora Vicente, han contribuido no sólo a reequilibrar el pedestal de Valle, sino a dar una visión completamente opuesta de lo que puede ser la misión académica.

Frente a la antigua concepción normativa sobre el uso lingüístico, que aún campea en el lema de «limpia, fija y da esplendor», estático y asidolado, introducen una visión científica del lenguaje, concebida como colecta, análisis y descripción de la realidad lingüística. No insistiremos en las múltiples contribuciones de Zamora Vicente al conocimiento de la estética y del lenguaje valleinclaniano. Anotaremos más bien el dato significativo siguiente: en la nómina de textos literarios utilizados en la Academia para sacar ejemplos de uso, que luego aparecen citados en su Diccionario histórico de la lengua (en curso de publicación), se cuentan veintisiete obras de Valle-Inclán. En cambio, de José María Salaverría, que en sus desgraciadas declaraciones, Cotarelo citaba como ejemplo de escritor, digno él sí, de entrar en la Academia, no aparece ni una sola. De Valle está incluso Tirano Banderas, de la que Cotarelo, a propósito de haberla presentado su autor al premio Fastenrath, comentaba: «...tenía la pretensión de que fuese premiada... La novela [...] era una pura extravagancia y el idioma en sus páginas queda destrozado. Galicismos y rarezas»2.

Tanto en las opiniones academicistas de Cotarelo y de Casares, como en las contrarias que suscitaron3 y en donde se reclamaba la elección a la Academia del único (sic) noventaiochista que aún quedaba fuera, porque a él debían «las letras patrias no un castellano impuro o bárbaro, como se ha venido a decir, sino un castellano magistral, enriquecido con vocablos galaicos y sabrosos americanismos», todos hacen hincapié en la dimensión léxica del lenguaje de Valle. Pues bien, el escritor a quien la Academia cerraba sus puertas tenía de la lengua una concepción mucho más moderna y científica que unos y otros, mostrando no dar esa importancia primera al léxico, sino a las estructuras supralexicales, como consta en textos de muy distintas épocas, algunos tan conocidos como La lámpara maravillosa, y otros dispersos en cartas y entrevistas como la muy extensa concedida a L. E. Soto, para La Nación bonaerense, en 1929, y en donde hay una afirmación muy precisa al respecto:

«me refiero sobre todo a la estructura del idioma antes que a los vocablos, cuya importancia es harto inferior. Sólo aquella trasunta el espíritu»4.



Tal vez para determinados escritores, a la hora de estudiar sus respectivas trayectorias, puede ser factible una compartimentalización de su ideología en general, y de su estética en particular, en etapas muy diferenciadas y con precisas soluciones de continuidad, en sucesivas y damascenas «caídas» del Pegaso. Tal vez esta manera etapista y arristradora satisface necesidades propias de algunos miembros del estamento crítico-histórico dentro de la institución literaria. Pero tales procedimientos casan muy mal cuando se examinan los materiales de autores como Valle-Inclán. Compárense, por ejemplo, las afirmaciones previas, de 1929, con las 1916 en La lámpara, o con las extraídas de la primera conferencia ante el Ateneo madrileño en 1907, contemporánea de Águila de Blasón:

«No es preciso exhumar palabras; las muertas, las abandonadas, las que se extraen, tomadas de herrín y llenas de polvo, de los diccionarios, son inútiles o nocivas, porque el público no las entiende... lo verdaderamente indispensable es engarzar las palabras, unirlas, hacer brotar la armonía de esta unión, aun alterando, a veces, el significado de los términos. Los que realicen esta magna obra lograrán dar sensaciones, serán dueños de un estilo. La idea, hija del ambiente, llega a nuestro cerebro vestida de palabras; la sensación, no. La sensación se presenta desnuda; está en nuestros nervios, sacudiéndolos; en nuestro espíritu, martirizándolo; pero hay que determinarla, hay que transmitirla, hay que darle forma con la palabra. Lograrlo artísticamente, huyendo de esa actualidad momentánea que envejece una obra en un par de lustros, es permanecer desafiando al tiempo con sus mudanzas... Si la prosa ha cristalizado bellamente, no envejecerá. El diamante tiene la misma hermosura a los cinco meses que al siglo»5.



No obstante todo lo dicho sobre la «inferior importancia» del léxico en la creación expresiva, nos parece igualmente mostrenca la afirmación de que, en la arquitectura del idioma, ese elemento mínimo autónomo portador a la vez de significante y significado -de forma y de contenido- es fundamental. Sin palabras las construcciones sintácticas de cualquier nivel nos son imposibles -al menos en nuestras lenguas indoeuropeas- y sin el conocimiento preciso y exacto de sus formas y contenidos respectivos dentro de los textos -es decir, sintagmáticamente- y dentro de sus contextos -sintagmática y paradigmáticamente a la vez6- no es posible una lectura crítica mínimamente honesta del texto literario. Diferenciamos aquí, entiéndase, la lectura crítica de la acrítica, perfectamente legítima ésta para el contacto individual entre un texto y sus lectores reales, pero inaceptable como fundamento de una valoración crítica dentro de la institución literaria. Con esta diferenciación se resuelve, creemos, la seudo-aporía de la legitimidad de todas las lecturas, ya apuntada por el propio Valle-Inclán, no sin cierta retranca, a propósito de La lámpara maravillosa. Respondía así, en una actitud de opera aperta y «hora del lector» muchas décadas avant la lettre, a una pregunta muy seria de su coetáneo Unamuno.

¿Es lícito proseguir con el símil arquitectónico antes iniciado, y decir que las unidades léxicas de cualquier texto pueden ser comparadas con los sillares de que dispone un arquitecto para elevar un Parthenon, pero también una Basílica de Cuelgamuros, o equipararlas con los más ligeros ladrillos con los que alarifes alzaron torres mudéjares que aún asombran, pero también colmenas urbanas y suburbiales de mezquino funcionalismo? Creemos que no, por excesivamente simplista y desorientador, a menos que persistamos en la vieja concepción academicista del léxico como corpus institucionalizado, limpias, fijas y uniformadas, con garantía de eternidad, cada una de las unidades seleccionadas entre la ganga por la docta Corporación. La naturaleza del léxico, como unidad que es del lenguaje, no puede ser distinta de la de éste, y su condición de corpus abierto, no sólo en perpetua mutación de sus unidades integrantes sino en constante renovación de las mismas es un hecho tradicionalmente comprobado por la lingüística. A ese hecho de la constante mutación y renovación del léxico que hacen del idioma algo vivo contribuyen todos los poseedores y usuarios de una lengua, por exigencia de sus necesidades expresivas propias y personales, poniendo en práctica lo que se ha llamado su creatividad lexical. Esta, que es una capacidad adquirida en el proceso de aprendizaje del idioma y forma parte de su competencia como hablante, se ejercita tanto más cuanto coinciden en un individuo una más fuerte necesidad e impulso expresivo con una menor disponibilidad lexical, entendiendo por léxico disponible no el corpus de un diccionario sino el del idiolecto propio. Por ello coinciden en ser blanco de las críticas del normativismo académico tanto el pueblo iletrado como cierto tipo de escritor que no encuentran en el caudal léxico previamente adquirido la necesaria satisfacción a sus necesidades expresivas. Y por ello son ellos los polos más activos de la creatividad léxica. Otra cuestión es que la neología y neosemia resultantes tengan mayor o menor eco integratorio en el caudal léxico de las correspondientes comunidades sociolingüísticas, y cobren mayor o menor fluidez intercomunitaria. Es, por seguro, mucho más frecuente la adopción por parte de los escritores de las unidades léxicas procedentes de la neología popular que el fenómeno inverso, por mucho que la gramática normativa ya desde el sistema escolar las descalifique como carentes de sindéresis y las designen con términos de intención degradante como «vulgarismo» o «barbarismo».

En el caso de Valle-Inclán, por razones que no parecen suficientemente elucidadas, la urgencia por renovar el acervo léxico de su personal idiolecto no encontró satisfacción por las vías del recurso a la tradición o a la autoridad de la institución literaria, incluyendo tanto los diccionarios académicos como el léxico de los «clásicos» de la literatura del siglo de oro. Distínguese así netamente, no sólo de posturas caricaturales como la de su coetáneo Ricardo León, sino de la de otros noventaiochistas como Unamuno, cuya inclinación filológica por las figuras etimológicas ha sido bien demostrada por Jossé de Kock, o de la actitud, tan metódica como respetuosa de la separación de registros y niveles, de Azorín.

La de Valle nos parece una actitud más vitalista y dionisíaca, que no duda en recurrir indiscriminadamente y simultáneamente a todas las fuentes disponibles y a todos los recursos de su propia creatividad. Frente al Diccionario de Autoridades, construido sobre ejemplos de los siglos XVI-XVII, Valle se «construye» su propio Diccionario de antiautoridades. Con este neologismo, calcado morfológica y semánticamente de antihéroe, designamos, en primer lugar, fuentes diccionarísticas heterodoxas, como el Diccionario Nacional de Ramón Joaquín Domínguez, el Diccionario de argot español de Luis Besses o el diccionario del dialecto de los gitanos de Campuzano. Los datos son insuficientes para dilucidar por ahora el origen de determinadas palabras en el idiolecto de Valle: ¿diccionarístico, fuente literaria o paraliteraria, testimonio oral? Más factible es ahora recordar cómo esta actitud de Valle no es exclusiva, y se integra en un círculo de escritores marginalizados en la institución literaria, heterodoxos y ávidos de transgresión, en torno a la bohemia modernista y el neocostumbrismo madrileño. Una actitud que, a nivel léxico, se manifiesta en el recurso a toda clase de aportes con tal de que, en primer lugar, sirvan a sus necesidades expresivas, y, además, conculquen las normas del «buen gusto» académico y la tabuización.

Podríamos dividir la actividad neológica de Valle-Inclán en dos amplias categorías: intrasistemática y extrasistemática. Por la primera entendemos toda creación léxica que se hace a partir de morfemas lexicales y gramaticales existentes en alguna de las variedades del castellano. Y extrasistemática la que se hace sobre morfemas lexicales no castellanos, con o sin adaptación de morfemas gramaticales castellanos. Dentro de ambas categorías podemos distinguir la neología creativa de la recursiva. La primera -si se trata de describir el «diccionario» del idiolecto valleinclaniano- comprende las palabras que, hasta prueba de lo contrario, son creaciones personales suyas, por aparecer documentadas por vez primera en su opera omnia, sean o no hapax legomenon. La segunda engloba todas las palabras adoptadas y adaptadas por Valle dentro o fuera del sistema castellanohablante7.

Demos algunos ejemplos de creatividad neológica intrasistemática en Valle:

Neología por modificación de lexías disponibles:

  1. por cambio de categoría gramatical:
    • de nombre a adjetivo:
      • antruejo, a (Lámpara, 76)
      • jineto, a (Tirano, 103)
    • de nombre propio a adjetivo:
      • «lenguas anabolenas» (Divinas pal., 53)
      • «voces tartufas» (Tirano, 65)
  2. por cambio de rección en los verbos:
    • de pronominal a transitivo:
      • «afligió la cara» (Tirano, 284)
    • de transitivo a intransitivo:
      • «ahúman las candilejas» (Tirano, 107)
  3. por derivación con prefijos o sufijos:
    • abichado (Luces, 29)
    • abobalicarse, abobalicado (Tirano, 39; Corte mil., 91)
    • acohetar (Tirano, 212)
    • achamizar (Tirano, 170)
  4. por lexicalización de dos lexías preexistentes:
    • cultiparla (Viva mi dueño, 94)

De la creación neológica extrasistemática en Valle pueden proponerse algunos ejemplos que, además del simple préstamo, implican una derivación con prefijos o sufijos:

  • del gallego lombriga: alombrigado (Hija capitán, 353)
  • del francés frou-frou: frufrante (Viva mi dueño, 18)
  • del árabe haxis: achisino (Pipa kif). Es más que probable que se trate de un uso regresivo de la etimología de asesino.

La neología recursiva es abundantísima en Valle-Inclán, y también cabe distinguir en ella las dos vertientes intrasistemática y extrasistemática. Con la primera se plantea otra vez la necesidad de especificar que por «sistema» se entiende a la vez 'sistema de sistemas' y 'cada uno de éstos'. Dentro de la máxima esfera (que, por lo que al léxico toca, podría definirse como el inventario ideal para un diccionario histórico de la lengua castellana hispánica desde sus orígenes hasta hoy) se sitúan numerosísimas entidades más o menos autónomas, a las que se llama también sistemas. Para el inventario de todos ellos es de inevitable consideración la triple dimensión cronológica, topológica y estratológica. La primera es la tradicional en el estudio del léxico diacrónicamente. En el caso específico del léxico de un autor, debe considerarse desde su primer texto conocido -tal vez, para Valle, aquella instancia de un «alugno» de bachillerato- hasta el último inédito conservado.

La dimensión topológica permite diferenciar tanto los subsistemas peninsulares (hablas regionales o locales) como los extrapeninsulares (habla canaria, mexicana, venezolana..., y sus correspondientes subsistemas regionales y locales). En el caso de Valle-Inclán, es dato muy conocido su tendencia a recurrir al léxico procedente de distintas regiones (volveremos luego sobre los americanismos), pero el estado actual de nuestros conocimientos en dialectología hispánica no permite dilucidar muchos casos dudosos del uso léxico valleinclaniano.

La dimensión estratológica engloba lo que se suele llamar niveles del lenguaje (popular, familiar, coloquial, vulgar, etc.) y que, a falta de un estudio sistemático a partir de perspectivas sociológicas rigurosas, no pasa en la actualidad de batiburrillo clasificatorio nacido de un impresionismo de mesa camilla. No es aquí momento ni lugar para propuestas. Pero lo cierto es que, hasta ahora, se confunde en lo estratológico una problemática de registros y otra de estratos, que no debieran mezclarse.




- III -

Para darnos una idea más precisa del estado de los conocimientos sobre el léxico de Valle-Inclán, hemos escogido hacer una cala en los dos aspectos quizá más estudiados del mismo: los galleguismos y los americanismos. Hemos cotejado tres fuentes distintas: las publicaciones ya citadas al comienzo de este estudio, las tesis quebecquenses igualmente citadas y los fascículos publicados del Diccionario histórico de la lengua española (de a a amenazar), contrastándolos con nuestros ficheros lexicográficos personales, fruto de treinta años de lecturas.

De este cotejo surge la evidencia de que sólo un despojo exhaustivo de los textos garantiza el carácter totalizador de los inventarios léxicos. Nadie duda de que tanto Amor y Vázquez, Speratti-Piñero y los lectores anónimos que procedieron a despojos selectivos de las obras de Valle para los ficheros del Diccionario Histórico, realizaron su selección léxica a partir de una lectura minuciosa de las mismas, que, en ciertos casos, ha debido de realizarse repetidas veces. Pues bien, de las lecturas igualmente selectivas de los mismos textos realizadas por nosotros surgen nuevas palabras de procedencia gallega y americanismos en Tirano Banderas que escaparon a Speratti-Piñero y a Amor y Vázquez. Pero a su vez, el trabajo exhaustivo de Alberola, Sueiro y Leclerc sobre Tirano Banderas viene a añadir bastantes más, como también aporta neologismos y neosemismos que no constan en los dieciséis primeros fascículos del Diccionario Histórico. Así, a los veinticinco vocablos de la letra a- que aparecen en el glosario de Amor y Vázquez, hemos podido añadir ocho galleguismos más. A los doscientos trece americanismos reseñados por Speratti-Piñero, vienen a añadirse treinta más.

Insistiremos en recordar que sólo contamos con despojos exhaustivos de Tirano Banderas, las Comedias bárbaras y Las galas del difunto. Con la ayuda de esos inventarios y de nuestro fichero personal podemos añadir otros treinta y cinco americanismos desperdigados en la obra de Valle (excluyendo los de Tirano Banderas). Utilizando estas mismas fuentes hemos aportado ochenta y cinco adiciones al Diccionario Histórico (de a- a amenazar exclusivamente, repito). De estas adiciones destacan quince palabras que no tienen entrada en él, anulamos siete casos de hapax y aportamos acepciones nuevas y extensiones en diacronía, diatopía o diastratía a sesenta y tres palabras.

Veamos algunos ejemplos, por orden alfabético.

abatir «los zopilotes abatían sus alas tiñosas sobre la higuera» (Tirano, 240). Es un cruce semántico de abatir, en el sentido inventariado por el DHLE (acep. 3ª: 'Tratándose de aves de rapiña u otros volátiles, arrojarse a tierra o sobre la presa; descender, caer') y de batir, 'mover con ímpetu y fuerza'.

abelar «alzamos un currelo y abelamos jandoripen» (Viva mi dueño, 251). Variante de abillar. No registrada en el DHLE, lo citan R. Campuzano, Orijen, usos y costumbres de los gitanos, Madrid, 1848, y F. de Sales Mayo [F. Quindalé], El gitanismo. Historia, costumbres y dialecto de los gitanos, Madrid, 1870, y posteriormente Besses en su Diccionario de argot, en el sentido de 'tener', 'poseer'.

abichado «Zaratustra, abichado y giboso» (Luces de Bohemia, 29). No lo registra el DHLE.

abillelar «El cutre de tu padre abillela el sonacai en tinajones» (Corte milagros, 124). No registrado por el DHLE, hay que relacionarlo, según M. L. Wagner, con abillar y sus variantes.

abobado, a «una sonrisa lenta y maligna, abobada y amable» (Tirano, 42). La última documentación del DHLE es de 1895.

abobalicado, a «Lucio, grandote, abobalicado...» (Tirano, 39). No registrado por el DHLE.

abordar «Caminé [...] hasta dar vista a un pailebote abordado para la descarga en el muelle» (Tirano, 17). El DHLE recoge la acepción, pero con un solo ejemplo de 1527. Este ejemplo valleinclaniano rompe, pues, un caso de hapax semántico.

aboyar «Dióles ahora el aquel de quedarse aboyados» (La rosa de papel, 93). Este aparente galleguismo no lo recoge en su inventario Amor y Vázquez, ni el DHLE en este sentido regional de 'alelado, tambaleándose como un borracho' (Cuveiro Piñol).

abrenuncio «¡Vida alegre, muerte triste! ¡Abrenuncio!» (Tirano, 117). El DHLE da como última documentación peninsular un ejemplo de 1847, pero lo da como usado en Santo Domingo, según Henríquez Ureña. Es un simple latinismo de origen eclesiástico, acastellanado ortográficamente y que figura en el DRAE.

abullangado, a «Alegres y abullangados jugaban del vocablo» (Tirano, 192). El DHLE lo interpreta como verbo, abullangar, y no da más que ese ejemplo de Valle. Sería un hapax. Es evidente que se trata de un uso adjetivo. Pero se le escapa que en la misma obra aparece, esta vez sí en uso verbal: «La calle se abullangaba» (Tirano, 66).

acalorado, a «Tiene la sangre muy acalorada, pero yo también la tengo» (Viva mi dueño, ed. 1940, 91). El DHLE, en su primera acepción, aporta documentación peninsular anterior a 1851. Las posteriores son todas de hispanoamericanos. ¿Se trata en Valle, pues, de un hispanoamericanismo? La afirmación no sería arriesgada si dispusiera el DHLE de un inventario léxico suficiente, lo que está muy lejos de ser el caso, por lo que no podemos pasar de hipótesis.

acanto «Un lacayo, acanto del portón, levantaba los brazos con pausada advertencia» (Viva mi dueño, 151). No aparece esta palabra en el DHLE. Posible italianismo. Pero también puede sugerirse, con riesgo, la acepción 3ª de acanto en el DHLE ('ornamento de capitel') en uso metafórico.

acastillado, a «El villaje de doña Ximena, sobre la otra orilla, acastillado en un cerro, escalonaba bardas y tejados» (Corte milagros, 214). Este ejemplo, el DHLE lo incluye en su única acepción de 'en forma de castillo', acompañando a un ejemplo de 1620 (traducción del portugués) y completado con una referencia lexicográfica rioplatense de 1944 que comenta: «sorprenderá a muchos el hecho de que figuren como anticuadas [...] voces tan corrientes para nosotros los rioplatenses como acastillado». Se le ha escapado al DHLE otro ejemplo valleinclaniano, muy útil para interpretar correctamente el uso, que es más bien verbal: «La ciudad tenía una luminosa palpitación acastillada en la curva del Puerto» (Tirano, 36). Ambos casos, pues, exigen una acepción distinta ('Tomar forma o aspecto de castillo') que se confirma en un ejemplo, dos años posterior, de un fervoroso lector de Valle: «Esquema de petrificación que con facilidad se acastilla en el imaginismo liberto» (Antonio Espina, Luna de copas, p. 86). Es más, teniendo en cuenta la abundancia de lusitanismos en el área rioplatense, se cerraría así un curioso círculo de fluencias diatópicas realmente ejemplar.

acelero «La mustia muchacha, con acelero, llevábase al padre por la manga» (Tirano, 161). Al DHLE se le escapa también este ejemplo, que anula un hapax de acepción 2ª (atribuido a García Pavón, en texto de 1961). De todas maneras, la 1ª acepción, documentada en dos inventarios regionales, y literariamente sólo en Valle-Inclán («si es buena la diligencia, el acelero trae por veces más daño que un pedrisco» de La corte de los milagros), no está tan lejos de la 2ª.

acezo «Gritos, carrerillas, y cierre de puertas. Acezo y pisadas en el corredor» (Tirano, 119). En su acepción (1ª) el DHLE da como última documentación de uso un texto de 1590, y en la subacepción única, la última es de 1629, por lo que al uso peninsular respecta. En cambio, los ejemplos americanos abundan en el XIX y XX. Valle, sería, pues, el primer utilizador del término en el siglo, aunque luego ha sido seguido de otros, dentro de la península. (El DHLE cita a Pedro Álvarez en 1942, y nosotros podemos añadir otro, inmediatamente posterior al de Valle, en J. J. Domenchina, de 1932). ¿Habrá que considerar, pues, el uso de Valle como un posible americanismo?

aciclonado, a «La Sini, aciclonada, bajaba la escalera con un lío de ropa» (Hija del capitán, 303). El DHLE da este vocablo con referencias exclusivas de uso hispanoamericano, desde 1929. Un hispanoamericanismo más, pues, a la cuenta de Valle8.

acohetar «en un fondo contrastante, como la luz de los cohetes en la oscuridad nocturna, en el marasmo caliginoso, adormecido de músicas, acohetaban repentes de gritos» (Tirano, 212). El DHLE no recoge esta palabra que podemos definir como 'surgir de improviso y por sorpresa'.

Como ejemplos, nos parecen suficientes los aducidos hasta aquí. Creemos que nuestra exposición contribuye a poner en evidencia el estado de imprecisión de nuestros conocimientos colectivos en términos absolutos, sobre el léxico de Valle-Inclán. Y la conclusión inmediata, ojalá comunicada a la comunidad estudiosa, una sensación de urgencia: realizar, para el conjunto de su opera omnia, lo ya realizado con Tirano Banderas, las Comedias bárbaras y Las galas del difunto, desgraciadamente inédito.

Con esa realización se lograría, insisto, precisar con exactitud nuestros conocimientos de su obra en términos absolutos, como preámbulo a un estudio de los demás y más importantes aspectos de su obra. Pero ya hemos dicho que, además y a continuación de la función descriptiva, existe una tarea valorativa en los estudios literarios cuyo fundamento no está ya en el conocimiento en términos absolutos de una obra, sino en su conocimiento relativo. Para alcanzar tal objetivo es indispensable el cotejo y comparación de los diferentes conocimientos absolutos que de cada opera omnia se hayan obtenido en un primer tiempo. No necesito hacer un informe detallado del estado de indigencia en que se encuentra el saber lexicológico sobre otros autores coetáneos, anteriores y posteriores a Valle-Inclán. Entre los dramaturgos, que sepamos, sólo se ha publicado un inventario exhaustivo de datos brutos recogidos por ordenador y presentados con mínimo contexto en forma alfabética. Nos referimos a las concordancias de piezas teatrales y poemas de García Lorca publicadas por Alice M. Pollin en 1975 (Cornell University Press). Cinco años antes, el Dr. Antonien Tremblay, nuestro colaborador en el proyecto del Diccionario del español literario, había completado un programa de tratamiento de textos por ordenador con ayuda del Centro de Tratamiento de Datos de la Universidad Laval, y lo habíamos aplicado ya a algunas piezas lorquianas. El mismo Tremblay había hecho un estudio exhaustivo de las tres tragedias lorquianas desde el punto de vista lexicológico, y otros estudiantes graduados habían hecho otro tanto con Doña Rosita la soltera (Flore Gervais, 1972) y con Títeres de cachiporra (Georges Young, 1971) en sus tesis de maestría.

Naturalmente, nos es posible ahora hacer estudios comparativos parciales entre las Comedias bárbaras y las tres tragedias, pero tales cotejos serían, no hará falta insistir, absolutamente inoperantes para una valoración real de la creatividad en el teatro de vanguardia español del primer tercio del siglo, mientras el inventario no se complete y se extienda a los demás dramaturgos implicados. Mientras tanto, ¿qué valoración puede extraerse de datos absolutos como los siguientes, a propósito de Tirano Banderas?:

a) número total de ocurrencias léxicas; circa 40.000, de las cuales la mitad aproximada corresponden a lexías plenas y la otra mitad a instrumentales. (Términos equivalentes a los franceses mot-plein y mot-util).

b) número total de lexías plenas distintas: 6.875.

c) número total de acepciones distintas: circa 13.000.

d) número total de ocurrencias léxicas en las secuencias narrativas: 19.089 (aprox.).

e) número total de ocurrencias léxicas en las secuencias dialogales o monologales: 20.146 (aprox.).

Evidentemente, mientras estos datos absolutos no puedan compararse de una parte, con los demás textos narrativos de Valle-Inclán, y de otra, con los de los demás narradores, cualquier apreciación comparativa sobre valores, riqueza léxica, etc. en Valle-Inclán, dentro de su propia trayectoria como narrador, se mantendrá en un impresionismo de variable pifometría, sin posible verificación en lo positivo o negativo de los juicios. Entre tanto habrá que reconocer a regañadientes que tanto montan las afirmaciones de Casares en 1916 («no ofrece gran riqueza de vocablos») y las de Cotarelo sobre su galimanía, como las contrarias de Zamora Vicente, con las que, evidentemente, como lectores con adicción a la marihuana prosística de Valle, nos sentimos enteramente concordes, por lo que nos servirán de colofón:

«Lo verdaderamente importante es percibir cómo se ha incorporado, por la puerta ancha y para siempre, al panorama de la literatura en español, todo este caudaloso tesoro, en muchos casos desdeñado. Esta lengua fascinadora y desazonante, lengua de todos y de cada uno, ha conseguido dar realidad al carácter esencial de la lengua: la variedad, la infinita variedad concreta, dentro de la unidad más rígida; la de la creación literaria»9.







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