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1

Benemérita obra que, de acuerdo con un proyecto de Paul Groussac, fue llevada a cabo por el Consejo Nacional de Educación, por iniciativa del Dr. Juan P. Ramos. La catalogación fue realizada por el Instituto de Literatura Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, bajo la dirección de Ricardo Rojas. Actualmente forma parte del archivo científico del Instituto Nacional de Investigaciones Folklóricas.

 

2

Véase, por ejemplo: Carlos Alberto Leumann (1945, cap. XVI: Hernández, genio del folklore), especialmente las referencias a las teorías de Menéndez Pidal (pp. 150-151). La crítica huelga.

 

3

El primero es sobre lo ya señalado en Battistessa acerca de la denominación de «payadoresca» para toda poesía del folklore. Borges aplica bien el término pues habla de los improvisadores de la campaña, y ese es el verdadero sentido de la voz payar, improvisar (Jacovella, 1959, pp. 111-112). De todos modos es bueno recordar que no puede llamarse «payadoresca» toda la poesía del folklore, pues siempre circularon entre el pueblo piezas compuestas por poetas rurales como el catamarqueño Domingo Díaz, el entrerriano Gregorio Aguilar, los santiagueños Enrique Ordóñez y Valentín Ledesma, cuyos versos complicados y llenos de artificios con tan muchas veces con ayuda de medios escritos, como los clásicos cuadernos de viejos cantores que algunos investigadores supieron hallar.

Otra observación es la que se refiere a la coincidencia de formas estróficas entre la poesía gauchesca y la «payadoresca», que nosotros llamaremos el folklore poético. Sin considerar otra cosa que el Martín Fierro advertimos la presencia de varias formas que sólo ante el examen ligero pueden pasar por folklóricas: ni la sextina (o sexteta, como prefiere llamarla Martínez Estrada), ni el romance monorrimo (como no fuera en viejas piezas españolas conservadas por el folklore infantil), ni la cuartera abba o redondilla, usadas por Hernández, fueron folklóricas en nuestro país.

Sobre el notable hallazgo de Borges al comparar la forma y el fondo del poema con los de la payada, nos parece interesante acotar que ya Ascasubi había hecho algo parecido a lo que, en ese aspecto, realiza Hernández. En su Paulino Lucero... inserta una payada con eco entre un enterriano, un porteño y un correntino, en que resulta evidente la exclusión de términos deliberadamente «gauchescos».

 

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Biblioteca del Congreso de la Nación. Colección de don Juan María Gutiérrez. Manuscritos, Caja 15, Carp. 50, Leg. 23. Es la glosa cuyo tema dice:


De San Martín valeroso
el coraje en la pendencia
y de nuestro Director
la conocida prudencia.



Después de escrito este trabajo comprobamos que ya ha sido transcripta por Mariano Bosch (p. 501), quien la toma de la Biblioteca Nacional (manuscrito N.º 5397) con cambios en la ortografía y el título de «Cie'ito»; y mencionada por Ismael Moya (1959, p. 250), quien transcribe también la del sainete anónimo «El detalle de la acción de Maypú» (p. 249).

 

5

Se citan los trabajos de Unamuno en el N.º 1 de la Revista española (1894), de Menéndez y Pelayo en el tomo IV de su Antología de poetas hispanoamericanos, y especialmente El payador de Leopoldo Lugones (1916) y La Literatura argentina. I. Los Gauchescos, de Ricardo Rojas (1917).

 

6

Nos cabe aún la duda sobre si la frase «hoy en su totalidad perdida» expresa la idea de «ya no vigente», que es muy justa, o la de «no hallada o hallable».

 

7

Sobre todo ante estas increíbles afirmaciones de Martínez Estrada, en su obra citada: «Cuando nuestros recolectores de materiales folklóricos -Lynch, Lehmann-Nitsche, Furt, Castex, Selva, Carrizo, Moya- salieron en busca de poesía popular, no encontraron sino alguno que otro romance, alguna que otra canción de menor cuantía. No se las puede considerar restos boyantes de un gran naufragio sino raros especímenes de aclimatación [...]. Es del caso, entonces, admitir: o que quienes salieron a la Conquista no los trajeron, o que no fueron asimilados [...]» (t. II, pp. 441-442).

Esto fue publicado en 1948, cuando ya habían visto la luz monumentales colecciones de cantares: todos los Cancioneros de Carrizo (1928, 1933, 1935, 1937, 1942), el de Draghi Lucero (1938), el de Orestes Di Lullo (1940), y el Romancero de Ismael Moya (1941) entre los más importantes.

 

8

Hemos dicho algo sobre letra en: O. Fernández Latour, 1960, p. XXXII.

 

9

Cepeda. En: Encuesta de 1921, San Luis, legajo 61, Tres Cañadas.

El octosílabo es constante en el romance criollo. Cuando se acorta o se alarga es por mala versión del informante o por criterio equivocado en el recolector. Esto último ocurre muchas veces en los legajos de la Encuesta, pues los maestros, procurando hacer más inteligible lo que escribían, solían suprimir algunos fenómenos corrientes del lenguaje oral, especialmente la caída de consonantes entre vocales, sobre la base de los cuales están medidos los versos. Otras veces, como hemos comprobado personalmente en el trabajo de campo, el mismo informante que canta «El pobrecito'e Cepeda», al dictar el verso dice «El pobrecito de Cepeda», porque sabe que ésta es la forma correcta aunque nunca hable así en su conversación común. Por estos motivos hemos transcripto los versos con que ejemplificamos usando las formas desgastadas del lenguaje oral en los casos en que su necesidad es evidente. Cuando publiquemos la colección de piezas haremos lo mismo pero, para salvaguardar la integridad del documento, colocaremos en notas la forma consignada en el legajo.

 

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Atiendan, señores míos,
que este mundo es un engaño,
éste salió a padecer
como a la edá'e catorce años. [...]


(Lo que le sucedió a Gerónimo Páez en la Capilla de Dolores. En: Encuesta de 1921. Santa Fe, legajo 242, Moisés Ville).                




Pronunciaré mi atención
para que oigan los oyentes,
de un tal Gregorio Páez
de Buenos Aires valiente.

Un joven de diez y ocho años
muy honrado en el vivir,
que hasta la edád que tenía
no había dado que sentir. [...]


(Gregorio Páez. En: Encuesta de 1921, San Luis, legajo 77, Escuela ambulante)